El tiempo en nuestras vidas es una variable que avanza inexorablemente, siendo imposible detener ese constante “tic tac”. Desde antaño el hombre ha soñado con poder controlar esta variable, ya sea volviendo al pasado para evitar o bien provocar acontecimientos catastróficos… o simplemente por diversión. En su defecto, viaja al futuro, mostrando generalmente un final bastante apocalíptico de la vida sobre el planeta tierra, asociado a una condición inconscientemente destructiva del ser humano.
El pionero y más homenajeado escritor de viajes en el tiempo es H.G Wells con su novela “La máquina del tiempo” (1895), novela que se ha llevado a la pantalla grande en más de una ocasión. Posteriormente, muchos novelistas continuaron especulando y asombrándonos con historias donde nos sitúan en el jurásico o nos llevan a conocer el fin del planeta tierra.
Einstein, dentro de sus investigaciones, nos aportó una luz de esperanza sobre esta materia, sosteniendo que si se logra viajar a grandes velocidades sería posible ir al pasado, especulando también sobre los “agujeros negros” y “agujeros de gusano”, objetos que absorben tanto materia como luz, logrando que sus campos gravitacionales sean tan grandes que podrían invertir el flujo del tiempo. Stephen Hawking, continuó con los estudios del físico más aplaudido del siglo XX, complementando sus teorías donde agrega que “si se combina la teoría general de relatividad de Einstein con la teoría cuántica, el viaje en el tiempo comienza a parecer una posibilidad”.
En vista que aún no es posible manejar el tiempo, la alternativa que nos queda es soñar, y para ello nada mejor que los 26 relatos que Peter Haining y Miquel Barceló antologan en “Cronopaisajes, historias de viajes en el tiempo”. Cuidado con confundir esta antología con la novela “Cronopaisaje” (Timescape en el original) de Gregory Benford.
Haining y Barceló compilan relatos en donde se muestra las múltiples posibilidades de los viajes en el tiempo, inclsuo en momentos nos sitúa en líneas de tiempo que varían de la nuestra en tan sólo tres minutos, como en “Hombre en su tiempo” de Brian W. Aldiss. Aquí se presenta un astronauta, que regresa de una expedición a Marte, con una línea de tiempo desfasada con la terrestre.
Nos percatamos que la máquina del tiempo no es él único medio para poder viajar. Kathy Benedict, en “Del tiempo y Kathy Benedict” (William F. Nolan) puede dar fe de eso, pues producto de una gran ola que azotó su bote, viaja 100 años al pasado. En “Nelly tiró de la punta” (Richard Hughes), el tiempo se encuentra colgando de un árbol y Nelly puede invertirlo con solo tirar de la punta.
Para realizar viajes premeditados a otras épocas, claramente es necesario algún medio de transporte, que en su gran mayoría es de altos costos. Puede presentarse la persona que enfoque su viaje a mejorar la calidad de vida del ser humano, aunque a veces este deseo podría acarrear consecuencias nefastas, como sucede en “La mortal misión de Phineas Snodgrass” (Frederik Poul). Phineas pretende mejorar la salud de nuestros ancestros romanos enseñándoles a mejorar la calidad de vida, pero no piensa que 2.000 a 3.000 años más tarde la población del mundo será tan alta que la superficie terrestre no soportará tal cantidad de habitantes. También podemos utilizar la máquina como el enlace a un lugar de recreación e irse un fin de semana a cazar dinosaurios, llevando al presente el trofeo. En “Un arma para un dinosaurio” nos encontramos con la esencia del hombre, la cacería, ese deporte tan antiguo que comenzó por instinto de supervivencia, y que hoy en día es considerado un deporte exótico y exclusivo. L. Sprague de Camp logra hacernos recapacitar con respecto a esta práctica, el que puede ocasionar de forma irremediable la extinción de especies, y nos muestra una alternativa para poder continuar ejerciendo este deporte: viajar ya sea al cenozoico, triácico o jurásico. Otros personajes viajan al pasado intentando cambiar la historia, eliminando figuras y monumentos emblemáticos o bien retroceden en el tiempo intentando eliminar la progenie de su esposa, pero los protagonistas de “Los hombres que asesinaron a Mahoma” (Alfred Bester) no tienen conocimiento de que todos los cambios que realicen en el pasado no repercutirán en el futuro y que finalmente tendrán un amargo desenlace.
El ladrón y estafador continuará existiendo, ya sea en el siglo XX o XXV, donde lo plasma C.M Kornbluth en “Estafador Temporal”. Otro de los tópicos del viaje en el tiempo es encontrarse con grandes poetas o artistas. En “Misterio Mayor” (José Mallorquí) Tooth viaja a encontrarse con Shakespeare para dilucidar el verdadero origen de sus obras, sin saber que eso iba a traer consigo confusiones mayores. Grendel Briaton en “A través del tiempo y el espacio con Ferdinand Feghoot” sitúa a Wagner en el futuro, acusándolo de plagiador.
Las razones para viajar por el tiempo son muchas, pues atienden a los gustos y necesidades de cada individuo, siendo la mayoría de ellos premeditados. A.C Clarke en “Todo el tiempo del mundo” nos envía viajeros para poder rescatar escritos de la tierra, trayendo consigo un collar de perlas que permite detener el tiempo de aquel que la utiliza. A nivel astronómico Asimov se da el gusto de manejar el futuro. En “La inestabilidad” juega con la expansión y contracción del universo, produciendo un mortal cambio temporal.
El atractivo que genera teorizar sobre los viajes en el tiempo es enorme. Se han generado un sinnúmero de películas y series televisivas que lo tienen como tema central. Esa magia de encontrarse con paradojas tales como encontrarse vivo y muerto a la vez o convertirse en su propio abuelo, han situado al viaje en el tiempo en uno de los tópicos más utilizados en la ciencia ficción.
Tras descubrir el mundo de Cronopaisajes nos encontramos con los temores, tristezas y esperanzas de la humanidad, buscando a través del tiempo una solución a estas problemáticas.
No me queda más que invitarlos a abrocharse el cinturón y viajar en esta fantástica cápsula temporal.