Finding Shklovsky

Por Segio Alejandro Amira 

Caminaba yo por la calle Merced ubicada en Santiago, cuando de pronto en la tienda de libros usados “El Cid” vi un afiche de la “primera convención de ciencia ficción, fantasía y cómics” en la historia de Chile: Fixion 2000. El afiche además promocionaba un concurso de cuentos, de ciencia ficción, claro. Desde 1997 que me encontraba escribiendo una novela (que terminé hace un año, pero que probablemente estaré corrigiendo por otros seis años más) y como tenía poco tiempo antes que venciera el plazo de recepción y ninguna obra a mano a excepción de Licantropía contemporánea (que es un cuento de terror satírico) tomé un capítulo de la novela y le metí a la fuerza ciertos elementos de ciencia ficción relativos al viaje en el tiempo, que junto a  las formas de vida alienígena, es uno de mis tópicos favoritos.

Yo nunca distinguí géneros literarios y leía indistintamente cualquier cosa que cayera en mis manos hasta que a los 14 años me regalaron un libro recopilatorio de los Premios Hugos 1973-1975, prologado por Isaac Asimov (lo primero que leí de Asimov fueron sus introducciones a los cuentos premiados justamente). A partir de ese momento comencé a privilegiar los títulos de ciencia ficción por sobre los otros e incluso me animé a escribir una historia de viajes en el tiempo donde un tipo resultaba ser su propio padre, algo que ingenuamente creí muy original. Desde ese entonces y hasta la convocatoria de Fixion escribí tan sólo tres cuentos, que me alegra haber extraviado. Lo mío no era la narración corta, eso me quedó claro en 1996, mis intereses se encaminaban más bien por los senderos de la novela, que comencé a escribir el verano de 1997.

Adapté como les decía un fragmento de esa novela, lo presenté al concurso y de ahí no supe más. En la página web de Fixion 2000 se habían prometido entradas a quienes habían participado pero yo no recibí ninguna y no pude asistir por falta de plata. Luego, estando de vacaciones en Punta Arenas en Enero del 2001 me encontré casualmente en la calle con Leonardo Navarro, un ex-compañero de colegio que había figurado tiempo atrás dentro de los 100 personajes menos influyentes de Chile en The Clinic. Al verlo le dije: “te felicito por ser uno de los 100 personajes menos influyentes de Chile”, él me contestó: “y yo te felicito por tu segundo lugar en el concurso de Fixion 2000”. Imagínense mi sorpresa, este ex-compañero me aseguró que yo había obtenido el segundo lugar del concurso de cuentos y a mí nadie me había notificado de nada, no había obtenido mi diploma y ni siquiera sabía de la existencia del libro en el que se habían publicado los tres primeros lugares y las menciones honrosas.

Mi primera reacción ante los dichos de Navarro fue de incredulidad pero él me describió el cuento y no me cupo duda que efectivamente lo había leído. Quedamos de juntarnos para que me dijera con quien contactarme para, por lo menos, obtener una copia del libro pero no lo volví a ver, mis vacaciones se terminaban y hube de regresar a Santiago. Lo más irónico (como diría la Morrisette) es que mientras se premiaban a los ganadores del concurso yo estaba en mi casa, sin ni un peso como para poder comprar mi entrada y sólo a unas cuadras de la Estación Mapocho, donde se realizaba el evento (en ese tiempo vivía en la calle San Antonio con Santo Domingo).

Como no poseía amistades ni conocidos en el “fandom” fuera de Navarro, a quien no sabía como contactar, comencé a hacer averiguaciones vía Internet. Con este objeto envié e-mails a gente que supuse, algo habrían tenido que ver con el evento: Sobras.com, la Corporación de Amigos de Star Trek, Mauricio Herrera (quien había creado la imagen que ilustró el afiche) y Ergocomics, todos los cuales no tenían la menor idea del libro de Fixión ni de como contactar a los organizadores, la excepción a esta regla fue Wampa, de Starwars Chile, quien me escribió:

«Hola, te cuento, desgraciadamente Starwars Chile no participó de dicho evento sino que sólo asistimos con una delegación para ver al dibujante del Imperio Oscuro. Bueno, es una lástima lo que me cuentas, te puedo contar que los organizadores del evento eran una Productora Weber que hemos tratado de contactar para saber si este año se hacia pero sin respuesta, ahora sabemos que uno de los auspiciadores era Entel y conversamos con un señor Barriga (Sexual Democracia) super buena onda que si tu tratas de ubicarlo a través de Entel a lo mejor pueda ayudarte, si tu hiciste un cuento eres un artista innato pero debes ser mas cuidadoso con tu material por que no habrá nada que saber si este año se hacia pero sin respuesta, ahora sabemos que uno de los auspiciadores era Entel y conversamos con un señor Barriga (Sexual Democracia) super buena onda que si tu tratas de ubicarlo a través de Entel a lo mejor pueda ayudarte, si tu hiciste un cuento eres un artista innato pero debes ser mas cuidadoso con tu material por que no habrá nada que compruebe lo real de tu historia, nosotros no dudamos de ti pero para que en otra oportunidad seas mas cuidadoso. QUE LA FUERZA ESTE CONTIGO SIEMPRE WAMPA».

Le escribí al interprete de Profanador de Cunas pero no obtuve respuesta. Tiré la esponja y me olvidé del asunto. No recordaba el título del cuento y ni siquiera poseía una copia en mi disco duro, eso hasta que en noviembre del 2001, y de puro ocioso, tecleé mi nombre en el Google y apareció un mensaje en un grupo de discusión que trataba sobre mi cuento. Aquel grupo pertenecía a una página llamada Utópika, una especie de bodega de libros digitales. Escribí un e-mail al webmaster explicando toda la situación y este me contestó:

«Mi nombre es Rodrigo Mundaca, medio fanático de esto de la lectura desde la enseñanza básica… supe de Fixión 2000 por unas referencias en chile.rec.literatura. Decidí participar. Les envié tres relatos (escritos en el transcurso de una semana o dos)… y también me olvidé del asunto… Tiempo después me llamó un cierto personaje invitándome a la premiación. Considerando que soy de Concepción y que estaba en ese minuto con la mi**da al cuello con la universidad, decliné la invitación… Meses después, me llegó el famoso librito con los cuentos ganadores. En este punto debo señalar que meses antes de ver el llamado a concursar en Fixión 2000, me había suscrito a un fanzine editado por Luis Saavedra llamado Fobos. Este fanzine hacía (hace) comentarios de relatos y series de ciencia ficción. Bien, el librito con los cuentos ganadores me llegó como un agregado a este fanzine. En ese punto recién supe que Luis Saavedra era parte de la organización de Fixión 2000… y seguramente el librito me lo enviaron por mi suscripción a Fobos, no por mi participación en el concurso. “Bien” –me dije– “estos relatos tienen que ser conocidos en el mundo”. Decidí escanearlos y subirlos a mi entonces humilde página web personal. Cuando terminé de escanearlos, me hice la siguiente pregunta: ¿existirán más relatos de ciencia ficción en la Internet? Me puse a buscar y, ¡wow!, encontré toneladas… junto con los relatos, descubrí una página chilena llamada Utopika, perteneciente a unos socios de Santiago. En esa página supuestamente habían relatos para bajar, pero ningún link funcionaba. Indignado, les envié un mail exigiendo que repararan su página… ya te imaginarás la sorpresa que me llevé cuando a vuelta de correo me dicen: “no tenemos tiempo para actualizarla, pero si lo deseas, hazlo tú”.

Considerando que yo estaba haciendo una página de ciencia ficción, la perspectiva de tener un URL decente y la posibilidad de cooperar con un proyecto más amplio me hizo aceptar. Hice la página y subí los archivos, incluyendo los cuentos ganadores de Fixion 2000. Si recuerdas las bases de concurso, en ella se señalaba que los derechos de autor, para la primera edición del libro, era propiedad de los organizadores de Fixion 2000. Yo me sentí libre de pecado, porque el libro ya lo habían editado, y por tanto el copyright era nuevamente de sus autores… y nuevamente me llevé una sorpresa mayúscula cuando René Weber, otro de los organizadores de Fixion, me pidió retirar los textos, porque el copyright les pertenecía… para evitarme problemas, accedí, pero después de varios meses, los volví a subir… no me han vuelto a molestar».

Rodrigo, además, me envió las bases del concurso de cuentos donde se indicaba que el segundo lugar recibiría el 10% de la venta del valor neto del libro (del cual se editarían 1.000 ejemplares) y me sugirió que contactara a Luis Saavedra. Saavedra me respondió lo siguiente:

“Me alegra que hayas escrito porque no te podíamos ubicar cuando los sobres con los nombres y las direcciones se perdieron. Bien, se supone que René Weber, productor del evento, es quien tiene tu galardón y dispone de los libros de Fixion 2000. Para más informaciones debes referirte a él.

Sobre la distribución del libro, no sé mucho, pero creo que no ha sido muy halagüeña por todas las dificultades del mercado y las distribuidoras. Me parece una lástima todo el enredo que se armó antes, durante y después de ese evento y me disculpo si me cabe alguna culpa. Si necesitas que te envíen copias del libro, sólo avísame.

Por último, me gustaría invitarte a participar en un fanzine que dirijo que se llama FOBOS, es de cf y fantasía y se distribuye en forma gratuita de mano en mano, en unas librerías especializadas que hay en San Diego”.

Le escribí entonces a Weber el cual escribió:

«Bueno, leyendo tu mensaje me he dado cuenta que has pasado por un verdadero calvario para saber por el destino del cuento que enviaste… Pues, como creo que ya sabrás, obtuviste el segundo lugar con El Libro de Shklovski… pues ¡¡Felicitaciones!!…

Ahora bien, te debemos más que unas buenas disculpas por no haberte entregado el galardón y la noticia, pero según me informó Juan Carlos Cabrera (el productor de los concursos), se comunicó, en su oportunidad, al fono indicado en los datos, pero le informaron que ya no estabas ubicable allí. Después por los ajetreos y desórdenes en la oficina, antes, durante y después de Fixion 2000, tus datos se perdieron de la carpeta respectiva. Así es que por esto no habíamos podido contactarnos.

Te ruego, que aceptes las disculpas del caso y puedas comunicarte a mi fono, para así coordinarnos en la entrega de tu premio”.

Llamé a René Weber, nos juntamos en la estación de metro Baquedano, y me entregó el diploma y unos doce libros de los 50 que estipulaban las bases del concurso. Le pregunté por el 10 % de las ventas pero me dijo que el 10 % de nada era igual a nada. 

Ahora bien, el delgadísimo volumen de 44 páginas más que a un libro se asemejaba a un folleto informativo. El lomo era de un couché brillante y lucía el isotipo de Fixion 2000 por ambos lados. En la contratapa se podía leer:

«Tanto los organizadores, W&W Producciones, como el jurado de Fixion 2000, se complacen en presentar a cinco nuevos talentos de la literatura chilena de ciencia ficción. Son cinco relatos envolventes y apasionantes que por sí mismos nos hablan de la solidez que este género ha alcanzado en nuestro país. Nadie quedará indiferente…»

¿Sería para tanto? Bueno, nadie le puede reprochar a Weber por querer vender su producto, pero sí enrostrarle la deficiente calidad del libelo. Se nota que se hizo a la rápida ya que nadie se tomó la molestia de corregir o revisar los textos, o de siquiera diagramar como corresponde. Mi cuento tan sólo, contiene  un sinnúmero de errores. Para empezar uno de los personajes, de nombre Alfedo Hauchecorne, fue cambiado a Alfredo “Hauchecome”. Luego tenemos el extravío de varios párrafos, notoriamente entre el final de la página 15 y la 16, y entre la 19 y la 20. Finaliza la última página de El libro de Shklovski, con el título del cuento que obtuviera el tercer lugar, Ixtlan de Gerson Salinas.

Pese a todos los inconvenientes y al no cumplimiento de lo estipulado en las bases del concurso debo reconocer que este fue el espaldarazo que necesitaba para dedicarme de forma seria a escribir narrativa, ensayo y otras digresiones.

Una vez recuperado y re-leído el cuento, “…elogiado por el jurado debido a la original manera de abordar una temática clásica dentro de la ciencia ficción”, me desagradó sobremanera al punto que decidí rescribirlo. El resultado, que pueden leer en este primer número de TauZero, sin ser la gran cosa me deja mucho más contento.

Sergio Alejandro Amira 

Ciencia Ficción: Un punto de vista personal

Por Carl Sagan

«El Cerebro de Broca», extractos obtenidos del capítulo 9.

Cuando tenía diez años, decidí -desconociendo casi por completo la dificultad del problema- que el universo estaba lleno. Había demasiados lugares como para que éste fuese el único planeta habitado. Y a juzgar por la variedad de formas de vida en la Tierra […], pensé que la vida en otras partes debería ser muy distinta. Me esforcé por imaginar cómo podría ser la vida, pero a pesar de todo el empeño puesto en ello, siempre resultaba algún tipo de quimera terrestre, o alguna variación de las plantas y animales existentes.
Por aquella época, gracias a un amigo, conocí las novelas de Edgar Rice Burroughs sobre el planeta Marte. No había pensado mucho en Marte hasta entonces, pero a través de las aventuras de John Carter, el personaje de Burroughs, se me presentaba un mundo extraterrestre habitado, sorprendentemente variado: antiguas profundidades marinas, estaciones de bombeo en grandes canales y una multiplicidad de seres, algunos de ellos exóticos, como por ejemplo las bestias de carga de ocho patas.

La lectura de estas novelas resultaba estimulante en un principio, pero luego, poco a poco, empezaron a surgir las dudas. La trama de la primera novela sobre John Carter que leí se basaba en su olvido de que el año es más largo en Marte que en la Tierra. Pero a mí me pareció que cuando se va a otro planeta, una de las primeras cosas que uno haría es la de enterarse de la duración del día y del año […]. Había también otras observaciones menores en un principio sorprendentes, pero que tras una serena reflexión resultaban decepcionantes. Por ejemplo, Burroughs comenta de pasada que en Marte existen dos colores primarios más que en la Tierra. Estuve muchos minutos con los ojos fuertemente cerrados, concentrándome en un nuevo color primario. Pero siempre veía un marrón oscuro parecido al de las pasas. ¿Cómo podía haber otro color primario en Marte, y mucho menos dos? ¿Qué era un color primario? ¿Era algo que tenia que ver con la física o con la psicología? Decidí que Burroughs podía no saber de qué estaba hablando, pero que conseguía hacer reflexionar a sus lectores. Y en los numerosos capítulos en los que no había mucho que pensar, había afortunadamente, en cambio, malignos enemigos y valientes espadachines; más que suficiente para mantener el interés de un ciudadano de diez años durante un verano en Brooklyn.

Un año más tarde, di por pura casualidad con una revista titulada Astounding Science Fiction en una tienda del barrio. Una rápida ojeada a la portada y al interior me hicieron saber que era lo que había estado buscando. No sin esfuerzo junté el dinero para pagarla; la abrí al azar, me senté en un banco a menos de diez metros de la tienda y leí mi primer cuento moderno de ciencia ficción, Pete puede arreglarlo, por Raymond F. Jones, una agradable historia de viajes a través del tiempo después del holocausto de una guerra nuclear. Había oído hablar de la bomba atómica […] pero fue la primera vez que vi planteadas las implicaciones sociales del desarrollo de las armas nucleares. Me hizo pensar. Pero el pequeño aparato que el mecánico Pete colocaba en los automóviles de sus clientes para que pudiesen realizar breves viajes admonitorios por el reino del futuro, ¿en qué consistía? ¿Cómo estaba fabricado? ¿Cómo se podía penetrar en el futuro y luego regresar? Si Raymond F. Jones lo sabía, no lo estaba diciendo.

Me sentí atrapado. Cada mes esperaba impacientemente la salida de Astounding. Leí a Julio Verne y a H. G. Wells, leí de cabo a rabo las dos primeras antologías de ciencia ficción que pude encontrar, rellené fichas parecidas a las que rellenaba para los juegos de béisbol sobre la calidad de lo que leía. Muchas de esas historias tenían el mérito de plantear cuestiones interesantes, pero muy poco peso a la hora de responderlas.

Hay una parte de mí que todavía tiene diez años. Pero en conjunto soy mayor. Mis facultades críticas y tal vez también mis preferencias literarias han mejorado. Al releer la obra de L. Ron Hubbard titulada The End Is Not Yet, que leí por primera vez cuando tenia catorce años, quede tan sorprendido de lo mala que era respecto a la que recordaba, que me planteé seriamente la posibilidad de que existiesen dos novelas con el mismo titulo y del mismo autor, pero de calidad totalmente distinta. Pero ya no consigo mantener esa aceptación crédula que había tenido. En Neutron Star de Larry Niven, la trama gira alrededor de las sorprendentes fuerzas atractivas ejercidas por un poderoso campo magnético. Pero nos vemos obligados a considerar que dentro de cientos o miles de años, en la época en que un vuelo interestelar es algo común, esas fuerzas atractivas ya han sido olvidadas. Nos vemos obligados a creer que la primera exploración de una estrella de neutrones la llevará a cabo un vehículo espacial tripulado y no un vehículo espacial instrumental. Se nos pide demasiado. En una novela de ideas, las ideas han de funcionar.

Sentí el mismo desasosiego muchos años antes, al leer la descripción de Verne a propósito de que la ingravidez en un viaje a la luna sólo se producía en el punto del espacio en el que las fuerzas gravitatorias de la Tierra y la Luna se anulaban, o al toparme con el invento de Wells de un mineral antigravitatorio llamado cavorita. ¿Por qué existía un filón de cavorita en la Tierra? ¿Por qué no se precipitó en el espacio hace muchos años? En el filme de ciencia ficción Silent Running, de Douglas Trumbull, sobresaliente desde el punto de vista técnico, se mueren los árboles en amplios y cerrados sistemas ecológicos espaciales. Tras semanas de ímprobos trabajos y de una interminable búsqueda en los manuales de botánica, se da con la solución: resulta ser que las plantas necesitan luz solar (!). Además, los personajes de Trumbull son capaces de construir ciudades interplanetarias, pero han olvidado la ley del cuadrado inverso. Estaba dispuesto a pasar por alto la caracterización de los anillos de Saturno como gases coloreados al pastel, pero eso no.

Tuve la misma impresión con una película de la serie Star Trek, aunque reconozco que presupone una gran maestría; algunos amigos juiciosos me han apuntado que debo considerarla alegóricamente y no literalmente. Pero cuando los astronautas procedentes de la Tierra llegan a un planeta muy alejado y encuentran allí seres humanos en pleno conflicto entre dos superpotencias nucleares -que se denominan Yangs y Corns, o sus equivalentes fonéticos- la suspensión de la incredulidad se desmorona. En una sociedad terrestre global dentro de siglos y siglos, los oficiales de la nave son embarazosamente Anglo-Americanos. Tan sólo dos de los doce o quince vehículos interestelares tienen nombres no ingleses, Kongo y Potemkin (¿por qué no Aurora?). Y la idea de un cruce fructífero entre un vulcano y un terrestre deja por completo de lado la biología molecular que conocemos […]. Según Harlan Ellison, incluso esas novedades biológicas menores como las orejas puntiagudas de Mr. Spock y sus cejas indisciplinadas eran consideradas excesivamente atrevidas por los promotores de la película; estas enormes diferencias entre Vulcaños y humanos sólo iban a confundir al público, pensaban, y se intentó eliminar todas las características que supusiesen singularidades fisiológicas de los Vulcanos. Se me plantean problemas parecidos en aquellas películas en las que animales conocidos, aunque ligeramente modificados -arañas de diez metros de altura- amenazan ciudades terrestres: dado que los insectos y los arácnidos respiran por difusión, esos merodeadores morirían por asfixia antes de poder destrozar una ciudad.

Creo que dispongo de las mismas ansias de lo maravilloso que cuando tenía diez años. Pero desde entonces he aprendido algo acerca de cómo está organizado el mundo. La ciencia ficción me ha llevado a la ciencia. Encuentro la ciencia más sutil, más complicada y más aterradora que gran parte de la ciencia ficción. Basta con tener presentes algunos de los descubrimientos científicos de las ultimas décadas: que Marte está cubierto por antiguos ríos secos; que los monos pueden aprender lenguajes de centenares de palabras, comprender conceptos abstractos y construir nuevos usos gramaticales; que existen partículas que atraviesan sin esfuerzo toda la Tierra de forma que hay tantas que emergen por debajo de nuestros pies como las que caen desde el cielo; que en la constelación del Cisne hay una estrella doble, uno de cuyos componentes posee una aceleración gravitacional tan elevada que la luz es incapaz de escaparse de él: puede resplandecer por dentro a causa de la radiación, pero resulta invisible desde el exterior. Frente a todo esto, muchas de las ideas corrientes de la ciencia ficción palidecen, en mi opinión, al intentar compararlas. Considero que la relativa ausencia de estos hechos en los relatos y las distorsiones del pensamiento científico que se dan a veces en la ciencia ficción son oportunidades perdidas. La ciencia real puede ser un punto de partida hacia la ficción excitante y estimulante tan bueno como la ciencia falsa, y considero de gran importancia aprovechar todas las oportunidades que permitan inculcar las ideas científicas en una civilización que se basa en la ciencia pero que no hace prácticamente nada para que ésta sea entendida.

Pero lo mejor de la ciencia ficción sigue siendo muy bueno. Hay historias tan sabiamente construidas, tan ricas al ajustar detalles de una sociedad desconocida, que me superan antes de tener ocasión de ser crítico. Entre esas historias hay que citar The Door into Summer de Robert A. Heinlein, The Stars My Destination y The Demolished Man de Alfred Bester, Time and Again de Jack Finney, Dune de Frank Herbert y A Canticle for Leibowitz de Walter M. Miller. Las ideas contenidas en esos libros hacen pensar. Los aportes de Heinlein sobre la posibilidad y la utilidad social de los robots domésticos soportan perfectamente el paso de los años. Las aportaciones a la ecología terrestre proporcionadas por hipotéticas ecologías extraterrestres, como ocurre en Dune, constituyen, en mi opinión, un importante servicio social. En He Who Shrank, Harry Hasse presenta una fascinante especulación cosmológica que ha sido reconsiderada seriamente en la actualidad, la idea de un regreso infinito de los universos, en el cual cada una de nuestras partículas elementales es un universo de nivel inferior y nosotros somos una partícula elemental del siguiente universo superior.

Pocas novelas de ciencia ficción combinan extraordinariamente bien una profunda sensibilidad humana con un tema habitual de esta especialidad. Pienso en Rogue Moon de Algis Budrys y en muchas de las obras de Ray Bradbury y Theodore Sturgeon, por ejemplo. Como To Here and the Easel, de éste último, novela en la cual se describe la esquizofrenia vista desde dentro y constituye una sugerente introducción al Orlando Furioso de Ariosto.

El astrónomo Robert S. Richardson escribió una sutil historia de ciencia ficción sobre el origen de la creación continua de los rayos cósmicos. La historia Breathes There a Man de Isaac Asimov proporciona una serie de penetrantes observaciones sobre la tensión emocional y el sentido de aislamiento de algunos de los más importantes científicos teóricos. La obra de Arthur C. Clarke, The Nine Billion Names of God, incitó a muchos lectores occidentales a una intrigante especulación sobre las religiones orientales.
Una de las cualidades de la ciencia ficción es la de poder transmitir fragmentos, sugerencias y frases de conocimientos normalmente desconocidos o inaccesibles al lector común. And He Built a Crooked House de Heinlein posiblemente fue para muchos lectores la primera introducción a la geometría tetradimensional con alguna posibilidad de ser entendida. En un trabajo de ciencia ficción reciente se presentan las matemáticas del último intento de Einstein en tomo a la teoría del campo unificado; en otro se expone una importante ecuación relativa a la genética de poblaciones. Los robots de Asimov eran «positrónicos», porque se acababa de descubrir el positrón. Asimov nunca explicó cómo los positrones hacían funcionar los robots, pero al menos sus lectores oyeron hablar de positrones. Los robots rodomagnéticos de Jack Williamson funcionaban con rutenio, rodio y paladio, constituyentes del Grupo VII de los metales en la tabla periódica tras el hierro, el níquel y el cobalto. Se sugirió una analogía con el ferromagnetismo. Supongo que en la actualidad hay robots de ciencia ficción en los que intervienen los quarks o el encanto y que proporcionan una breve puerta de entrada al excitante mundo de la física contemporánea de las partículas elementales. Last Darkness Fall, de L. Sprague de Camp, es una excelente introducción a Roma en la época de la invasión gótica y la serie de Foundation, de Asimov, aunque no se explique en los libros, constituye un resumen muy útil de una parte de la dinámica del ya lejano Imperio Romano. Las historias de viajes a través del tiempo -por ejemplo, en los notables ensayos de Heinlein, All You Zombies, By His Bootstraps y The Door into Summer- fuerzan al lector a contemplar la naturaleza de la causalidad y el devenir del tiempo. Son libros sobre los que se reflexiona mientras el agua va llenando la bañera o mientras se pasea por los bosques tras una primera nevada de invierno.

Otra de las grandes cualidades de la moderna ciencia ficción reside en algunas de las formas artísticas que pone de manifiesto. Llegar a tener una imagen mental de cómo debe ser la superficie de otro planeta ya es algo, pero examinar cualquiera de las pinturas meticulosas de la misma escena debidas a Chesley Bonestell en su primera época es algo muy distinto. El sentido del maravilloso mundo astronómico es espléndidamente plasmado por algunos de los mejores artistas contemporáneos: Don Davis, Jon Lomberg, Rick Sternbach, Robert McCall. Y en los versos de Diane Ackerman puede entreverse el anuncio de una poesía astronómica madura, plenamente en sintonía con los temas habituales de la ciencia ficción.

Las ideas de la ciencia ficción se presentan en la actualidad de muy diversas maneras. Tenemos los escritores de ciencia ficción como Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, capaces de proporcionar resúmenes convincentes y brillantes en forma no ficticia de muchos aspectos de la ciencia y la sociedad. Algunos científicos contemporáneos han llegado a un público más amplio a través de la ciencia ficción que a través de sus propias disciplinas. Por ejemplo, en la interesante novela The Listeners, de James Gunn, se encuentra el siguiente comentario enunciado hace cincuenta años sobre mi colega, el astrónomo Frank Drake: «¡Drake! ¿Qué es lo que sabía?». Pues resultó que mucho. También encontramos verdadera ciencia ficción disfrazada de hechos en una vasta proliferación de escritos y organizaciones de creyentes pseudocientificos.

Un escritor de ciencia ficción, L. Ron Hubbard, ha fundado un culto con no poca aceptación llamado Cientología, inventado, según me han referido, en una sola noche tras una apuesta, según la cual tenía que hacer lo mismo que Freud, inventar una religión y ganarse la vida con ella. Las ideas clásicas de la ciencia ficción han quedado institucionalizadas en los objetos voladores no identificados y en los sistemas que creen en astronautas de la antigüedad -aunque tengo reparos de no asegurar que Stanley Weinbaum (en The Valley of Dreams) lo hizo mejor, y antes, que Erich von Daniken y R. De Witt en Within the Pyramid consigue anticiparse tanto a von Daniken como a Velikovsky y ofrecer una hipótesis del supuesto origen extraterrestre de las pirámides más coherente que la que puede encontrarse en cualquier escrito sobre antiguos astronautas y piramidología-. En Wine of the Dreamers, John D. MacDonald […] escribía: «Y existen indicios, en la mitología terrestre…, de grandes naves y carros que cruzaban el cielo». La historia Farewell to the Master, escrita por Harry Bates, se convirtió en una película titulada The Day the Earth Stood Still […]. La película, con sus imágenes de un platillo volante sobre el cielo de Washington, jugó un papel importante, en opinión de ciertos investigadores conocidos, en la «oleada» de OVNIs sobre Washington D.C. en 1952, apenas posterior al estreno de la película.[…]

La interrelación entre ciencia y ciencia ficción produce resultados curiosos algunas veces. No siempre queda claro si la vida imita al arte o si ocurre al revés. Por ejemplo, Kurt Vonnegut Jr. ha escrito una soberbia novela epistemológica, The Sirens of Titan, en la que se postula un medio ambiente no totalmente adverso en la luna mayor de Saturno. Desde que en los últimos años diversos científicos, entre los que me incluyo, hemos presentado indicios de que Titán posee una atmósfera densa y posiblemente temperaturas superiores a las esperadas, muchas personas me han hecho comentarios sobre la predicción de Kurt Vonnegut. Pero Vonnegut era graduado en física por la Universidad de Cornell, y por tanto podía conocer los últimos descubrimientos astronómicos (muchos de los mejores escritores de ciencia ficción tienen una base de ingeniería o de ciencias, como por ejemplo Paul Anderson, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Hal Clement y Robert Heinlein). En 1944 se descubrió una atmósfera de metano en Titán, el primer satélite del sistema solar del cual se supo que tenía atmósfera. Tanto en éste como en muchos otros casos, el arte imita a la vida.

El problema ha sido que nuestra comprensión de los demás planetas ha crecido más rápidamente que las representaciones que de ellos hace la ciencia ficción. La reconfortante zona de penumbra en un Mercurio en rotación síncrona, un Venus de pantanos y selvas y un Marte infestado de canales son tópicos clásicos de la ciencia ficción, pero todos ellos se basan en anteriores equivocaciones de los astrónomos planetarios. Las ideas erróneas se transcribían fielmente en los relatos de ciencia ficción, leídos por muchos de los jóvenes que irían a convertirse en la siguiente generación de astrónomos planetarios -por tanto, estimulando el interés de los jóvenes, pero simultáneamente dificultando aún más la corrección de las equivocaciones de los mayores-. Pero al ir variando nuestro conocimiento de los planetas, también ha variado el contexto de los correspondientes relatos de ciencia ficción. Ya resulta poco frecuente encontrar relatos escritos en la actualidad en los que aparezcan campos de algas sobre la superficie de Venus […]. Asimismo, la idea de una «curvatura del espacio» es un viejo recurso de la ciencia ficción, pero que no nació de ella. Surgió de la Teoría General de la Relatividad de Einstein. […]

El enorme interés que despierta en los jóvenes la ciencia ficción se refleja en las películas, los programas de televisión, los comics y en la demanda de relatos ciencia ficción en la enseñanza secundaria y superior. Mi experiencia personal es la de que tales cursos pueden convertirse en interesantes experiencias educativas o en desastres, en función de cómo se programen. Los cursos en los que las lecturas son seleccionadas por los propios estudiantes no les proporcionarán la oportunidad de leer lo que no han leído. Los cursos en los que no se intenta extender la línea argumental de la ciencia ficción para situar los elementos científicos adecuados dejarán de aprovechar una gran oportunidad educativa. Pero los cursos de ciencia ficción programados adecuadamente, en los que la ciencia o la política constituyen un componente integral, tienen en mi opinión una larga y provechosa vida en los planes de estudio.

La mayor significación de la ciencia ficción para el hombre puede darse en tanto que experimento sobre el devenir, como exploración de destinos alternativos, como intento de minimizar el choque del futuro. Esta es parte de la razón por la cual la ciencia ficción presenta interés para los jóvenes: son ellos quienes vivirán el futuro. Creo firmemente que ninguna sociedad actual se encuentra bien adaptada para la Tierra de dentro de uno o dos siglos […]. Necesitamos desesperadamente una exploración de futuros alternativos, tanto experimentales como conceptuales. Las novelas y los relatos de Eric Frank Russell apuntan mucho en este sentido. En ellos podemos encontrar sistemas económicos alternativos imaginables, o la gran eficacia de una resistencia pasiva unificada ante un poder invasor. En la ciencia ficción moderna también se pueden encontrar sugerencias útiles para llevar a cabo una revolución en una sociedad tecnológica muy mecanizada, como en The Moon Is a Harsh Mistress, de Heinlein.

Cuando estas ideas se asimilan en la juventud, pueden influir en el comportamiento adulto. Muchos científicos que dedican sus esfuerzos a la exploración del sistema solar […] se orientaron por primera vez hacia ese campo gracias a la ciencia ficción. Y el hecho de que parte de la ciencia ficción no fuese de gran calidad no tiene mayor importancia. Los jóvenes de diez años no leen literatura científica.

[…]
En toda la historia del mundo no ha habido ninguna época en la que se hayan producido tantos cambios significativos como en ésta. La predisposición al cambio, la búsqueda reflexiva de futuros alternativos es la clave para la supervivencia de la civilización y tal vez de la especie humana. La nuestra es la primera generación que se ha desarrollado con las ideas de la ciencia ficción. Conozco muchos jóvenes que evidentemente se interesarían, pero que no quedarían pasmados, si recibiésemos un mensaje procedente de una civilización extraterrestre. Ellos ya se han acomodado al futuro. Creo que no es ninguna exageración decir que, si sobrevivimos, la ciencia ficción habrá hecho una contribución vital a la continuación y evolución de nuestra civilización.

Carl Sagan

Reproducido en TauZero sin autorización del propietario del copyright, únicamente con fines divulgativos.

Breve Historia del Crossover

Por Remigio Aras citando a Jess Nevins

Como señala el encabezado, este artículo va sobre crossovers, pero no se trata de Shakira o Enrique Iglesias triunfando en el mercado discográfico anglo sino a la reunión en un mismo título de personajes o conceptos de autores, colecciones o editoriales distintas.

El primer crossover histórico es el mito griego de los Argonautas. Este mito de origen incierto data alrededor del siglo noveno o décimo A. C. y narra las aventuras de Jasón a bordo del Argos y su búsqueda del vellocino de oro, para la cual contaría con la asistencia de 50 nobles héroes entre los que destacaban Hércules (el hombre más fuerte que jamás haya existido), Orfeo (el músico más insigne de la antigüedad, quien descendió al hades en busca de su esposa), Anfiaro (quien poseía el don de la clarividencia), Linceo (célebre por la fuerza y penetración de su mirada; veía a través de los muros, sin que hubiese para él nada oculto en el cielo, la tierra y el infierno) y los dióscuros Cástor (famoso soldado y domador de caballos), y su hermano Pólux (el mejor boxeador de sus tiempos). Cómo vemos los Argonautas eran una suerte de proto-superhéroes y no sólo darían nacimiento al cross-over sino a los grupos superheroicos tipo Liga de La Justicia, Los Vengadores o X-Men (por nombrar sólo algunos de los más populares).

Esta clase de crossover en el cual personajes de distintas leyendas se reúnen en nuevas historias se repetiría a lo largo de los siglos aunque, por supuesto, no puede equipararse del todo al crossover como se entiende hoy en día, sin duda fue su precursor. Dos ejemplos clásicos de este recurso los proporciona Jess Nevins en su texto On Crossover (http://ratmmjess.tripod.com/crossovers.html); la Aeneida de Virgilio (en la cual los fantasmas de ciertos personajes de la Iliada charlan con Aeneas) y La Historia Verdadera del escritor satírico griego Luciano de Samosata (125-192 d.C.). Esta última obra (traducida al inglés el año 1634) es de particular interés no sólo en lo que al crossover se refiere ya que también es considerada la primera novela de ciencia ficción de la historia.

Por supuesto que no debemos dejar fuera de esta revisión los varios volúmenes de las Conversaciones Imaginarias de Walter Savage Landor (publicados entre 1824 y 1829) y el Fausto del gran Johann Wolfgang Goethe. Iniciada en 1772 y publicada en dos partes (la primera en 1808 y la segunda tras la muerte de Goethe en 1832) esta obra es un verdadero desfile de personajes mitológicos, históricos y literarios entre los que se cuenta el mencionado argonauta Linceo, los personajes de Shakesperae Oberón, Titania y Puck (De Sueño de una noche de verano) y Ariel (de La Tempestad), Las Gracias, las Parcas, Helena de Troya, el centauro Quirón , los arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael, el mismísimo Dios en persona, etc.

Tal y como menciona Jess Nevins en su texto (el cual reitero pueden encontrar en (http://ratmmjess.tripod.com/crossovers.html), el siguiente hito en la historia del crossover acontecería en 1834, <<…cuando Honoré de Balzac finalmente se decidió a que sus novelas individuales formaran parte de un todo coherente, de un universo ficticio individual. Antes de aquel año sus libros poseían consistencia interna pero no fue sino hasta 1834 cuando sistemáticamente comenzó a reutilizar personajes, con 23 de ellos apareciendo en la primera edición de Le Père Goriot (1835.) Para cuando Balzac finalizó su ciclo de novelas de La Comédie Humaine, alrededor de 600 personajes recurrentes aparecieron en cerca de 90 novelas, creando así un universo literario como no se ha logrado hasta el momento>> (Nevins en (http://ratmmjess.tripod.com/crossovers.html, no lo olviden).

El ejemplo más notable del uso de estos personajes recurrentes lo encontramos en las novelas de Julio Verne, que al igual que Balzac, Zola y Gaboriau, situó varias de sus obras en el mismo universo, citando otra vez a Nevin: <> (Nevin).

Pero será preferible no seguir citando a Jess Nevins, no vaya a ser que algún día incorpore su ensayo (http://ratmmjess.tripod.com/crossovers.html, recuerden) a un libro que bien podría titularse HEROES & MONSTERS: THE UNOFFICIAL GUIDE TO THE LEAGUE OF EXTRAORDINARY GENTLEMEN y firme un contrato con una editorial española para publicarlo y considere que se esta violando su copyrigth.

Así que me doy un gran salto hasta 1940 y al primer crossover en los cómics con los personajes de Bill Everett y Carl Burgos, Namor y la Antorcha Humana original, trenzándose a golpes en Marvel Mystery Comics #7-9. Ese mismo año, en All-Star Comics #3, Gardner Fox y Sheldon Mayer reunirían a varios personajes de distintos comics de DC -Sandman y Hourman de Adventure Comics, Flash y Hawkman de Flash Comics, Linterna Verde y el Átomo de All-American Comics, y el Espectro y el Dr. Destino de More Fun Comics- formando el primer equipo de superhéroes de la historia del Noveno Arte, la celebre JSA o Sociedad de la Justicia de América que serviría de base tanto para la Liga de la Justicia como para todos los demás supergrupos de ahí en adelante.

En lo que a Marvel Comics respecta, la inclusión de personajes “invitados”, y los crossovers en si, tienen su máximo apogeo cuando la desbordante creatividad del poderoso binomio Lee-Kirby se vio enfrentada a un mercado que no admitía la creación de nuevas series o colecciones. Por aquel tiempo la distribuidora de Marvel era nada menos que la DC, que limitaba el número de colecciones a ocho, evitando de esta forma la competencia. Fue debido a esto que se implementó la táctica de incluir personajes en series ya establecidas en el mercado, para sondear la actitud de los lectores. Si la reacción era buena, se probaba con una serie limitada del nuevo personaje y si las ventas eran mejores, se le daba al personaje colección propia. Prueba de esta técnica son los inicios de Iron-Man en Tales of Suspense nº 39 y Thor en Journey Into Mistery nº 83. Antes de clausurar una colección propia o limitada, Marvel recurría a la publicidad indirecta haciendo participar al personaje poco exitoso como invitado en títulos de mayor tiraje consiguiendo de dicha forma una publicidad indirecta Si esto no funcionaba aún podía involucrarse al personaje en una gran historia crossover que se conectara con títulos de mayores ventas obligando al lector a comprar las series de bajas ventas para no perderse el hilo de la historia. Y por último existía la posibilidad de crear un supergrupo, con colección propia, que reuniera héroes de títulos menores en una única serie. Estas prácticas comerciales llevarían en corto plazo a la creación del complicado Universo Marvel.

Para 1970 Marvel y DC se habían convertido en las editoriales más grandes y poderosas con una cantidad de lectores suficientes como para hacer de un crossover intercompañías, negocio redondo. Pese a las expectativas ni Superman vs. El Sorprendente Hombre-Araña de 1976, ni Batman vs. el Increible Hulk 1981, se vendieron muy bien, tal vez debido a lo mediocre de los guiones (eso es cierto sobretodo en el crossover de Sups y Spidey.) Al crossover de los New Teen Titans con los X-Men de 1982 le fue bastante mejor que a sus precedentes pero estuvo lejos de producir las pantagruélicas ganancias que tanto Marvel como DC esperaban, por lo que los crossovers quedaron en el tintero durante unos años. A principios de la década de 1990 Marvel y DC todavía no se recuperaban de la dura competencia que supusieron unos personajes surgidos de un cómic independiente en blanco y negro (las Tortugas Ninja), cuando aparecieron una serie de editoriales nuevas como Valiant, Image y Malibu, que respetaban el derecho de autor de los creadores sobres sus personajes y que ofrecían a los lectores una excelente calidad tanto en papel, como en color (no debemos olvidar a Darkhorse que por esa época se adjudicó los derechos de películas como Aliens, Depredador y Terminator). Cada una de estas compañías creó su propio Universo además de publicar crossovers entre ellas. Reaccionando como un bloque las “Dos Grandes” anunciaron el “crossover definitivo”: Marvel vs. DC, dos universos enfrentados en 11 peleas principales de las cuales 5 podrían ser decididas mediante la votación de los lectores. Adicionalmente se publicarían doce títulos con personajes “amalgamados” de ambos Universos (algunos de estos títulos, como Darkclaw tuvieron continuación). Esta vez Marvel y DC si dieron en el clavo y el dinero llegó a camionadas, aunque la calidad de los cómics fue, por decir lo menos, fluctuante.
exxEl último crossover de importancia ha sido The League of Extraordinary Gentleman, la acción de esta novela gráfica del archiconocido Alan Moore transcurre en una Inglaterra alternativa de 1898 en la que Campion Bond (ancestro de James Bond) del Servicio Secreto de su Majestad se embarca en la tarea de reclutar un grupo de aventureros con el objetivo de recuperar un elemento anti-gravitatorio conocido como “cavorita” (invención de H. G. Wells) de las manos del temible villano oriental Fu Manchu. Este variopinto grupo reúne a varios personajes de la literatura victoriana tales como Mina Murray de Bram Stocker, Allan Quatermain de H. Rider Haggard’s, el Capitán Nemo de Verne, el Hombre Invisible de Wells y el Dr. Jekyll/Mr. Hyde de Stevenson. A lo largo de los 6 tomos que compusieron la primera entrega hacen breves apariciones además Auguste Dupin, el Profesor Moriarty y Mycroft Holmes.

Las citas son: copyright 2001 Jess Nevins