En cierto momento, el semiólogo y novelista Umberto Eco dijo que Disneylandia era más real que la realidad misma. La idea que quería comunicar con semejante aseveración era que el mundo mediático en el que vivimos —combinado con nuestras nociones preconcebidas de la realidad— es, en realidad (valga la redundancia), una ficción, o mejor dicho, a lo Baudrillard, una hiperrealidad. De ahí se podría afirmar que instituciones como Disneylandia sirven para que podamos perpetuar la ilusión de que el mundo ‘externo’ es real, o sea una suerte de estación de servicio que utilizamos para recargar nuestro tanque de hiperrealidad relativa; nos provee un punto de referencia sin fundamento —si lo que yace dentro de un parque de diversiones, una película, novela o serie televisiva es artificial, entonces todo lo que existe fuera del medio debe ser real. Sin embargo, la mera existencia de estos medios y ambientes artificiales instrumentaron, inadvertidamente, la apercepción de su ubicuidad e intertextualidad. En resumen, lo que implica todo esto es que el concepto de lo real y lo artificial es, en todo sentido de la palabra, una ficción… otro artificio más que hemos institucionalizado…
Ahora bien, la ucronía es nuestro Disneylandia. Inicialmente los lectores se acercaron para experimentar una Historia artificial, divertida, inconsecuente. Esto duró por un tiempo. Su efecto ontológico se hizo visible en octubre de 2007. Varios académicos universitarios comenzaron a incluir textos ucrónicos en sus clases de Historia. Algunos ciudadanos renunciaron su fe en ciertas hegemonías históricas (particularmente las versiones colonialistas). Otros decidieron cambiarle el nombre al país, su fechas importantes —algunos grupos utilizaron el 18 de septiembre para conmemorar eventos como la colonización de Marte, la clonación Arturo Pratt o la eliminación del oxígeno.
El Estado se vio amenazado. Su poder dependía de la existencia de ciertos hechos ‘oficiales’ difundidos por sus instituciones educacionales. Formularon una solución clandestina; un grupo de hombres conocidos simplemente como Killers. Ignoramos los detalles, pero sabemos que operan de a tres.
Quedamos pocos. Así que presten atención… Enciérrense. No prendan las luces. Escóndanse debajo de las sábanas. Récenle a su deidad de preferencia… y por sobre todo, jamás jamás jamás permitan que alguien los vea leyendo esto.
Ahora bien, la ucronía es nuestro Disneylandia. Inicialmente los lectores se acercaron para experimentar una Historia artificial, divertida, inconsecuente. Esto duró por un tiempo. Su efecto ontológico se hizo visible en octubre de 2007. Varios académicos universitarios comenzaron a incluir textos ucrónicos en sus clases de Historia. Algunos ciudadanos renunciaron su fe en ciertas hegemonías históricas (particularmente las versiones colonialistas). Otros decidieron cambiarle el nombre al país, su fechas importantes —algunos grupos utilizaron el 18 de septiembre para conmemorar eventos como la colonización de Marte, la clonación Arturo Pratt o la eliminación del oxígeno.
El Estado se vio amenazado. Su poder dependía de la existencia de ciertos hechos ‘oficiales’ difundidos por sus instituciones educacionales. Formularon una solución clandestina; un grupo de hombres conocidos simplemente como Killers. Ignoramos los detalles, pero sabemos que operan de a tres.
Quedamos pocos. Así que presten atención… Enciérrense. No prendan las luces. Escóndanse debajo de las sábanas. Récenle a su deidad de preferencia… y por sobre todo, jamás jamás jamás permitan que alguien los vea leyendo esto.
Termino de leerte y miro hacia atrás, en mi cuarto, para asegurarme.
Vamos demasiado bien.