por Daniel Guajardo
Con Sergio no fuimos amigos. Alguna vez nos saludamos en un evento por aquí y por allá, en la presentación de Poliedro 2 y alguna feria del libro. Me dicen que cuando le hablaban de mí, se le venía a la mente otra persona. Y aunque esta distancia era evidente, mi anhelo era conocerle, escucharle, aprender de él. Tal vez encontrarlo algún día en otro evento del que no tuviera que salir corriendo, invitarle un café, hablar de cosas banales y en el proceso recibir algo de su sabiduría.
Porque Sergio Meier era un sabio amable y terrenal. Tantas veces oí hablar de él y sus charlas con otros amigos escritores, sus presentaciones en público, y podía ver en mis interlocutores ese brillo que se enciende cuando alguien de verdad apasionado te contagia con su fuego. Yo quería ser uno de ellos.
En la presentación de Poliedro 3 en noviembre de 2008 lo tuve frente a mí, no me salieron palabras, quería hacerle preguntas que no se formaban. Parecía cabro chico, sin soltarle la mano por varios segundos a ver si por lo menos se me pegaba algo de su elocuencia, y el pobre Sergio ahí sonriéndome, tratando de retirar su mano, «sáquenme a este loco».
Es surrealista admirar a alguien así, en otra época me habría sentido avergonzado, ahora quiero que esa sensación de estar ante un noble de armadura plateada se mantenga. En la presentación misma de Poliedro lo escuché y absorbí cada palabra, cada frase, como si fuera mi cantautor favorito. Y se marchó raudo dando vítores, «la ciencia ficción ha muerto, que viva la ciencia ficción». Le gustaba el teatro.
Lo vi por última vez en su velorio. La idea de que la persona que estaba allí no era él se mantuvo fija desde que llegué y al final de la ceremonia se diluyó, era él, y me quedó un vacío raro, rabia, de nuevo vacío y al final tranquilidad. Hasta sentí alegría, porque Meier conocería todos esos lugares en los que soñaba despierto, incluso otros que ni podría imaginar. Así que le dije unas cuantas cosas que sólo él podía escuchar, nos dimos la mano con el saludo de los mejores amigos y nos dijimos adiós.
En alguna parte de este vasto universo debe estar sonriéndose piadoso, recordando su vida y a sus seres queridos, esperándoles con una once de pan tostado y mermelada. Ahora mismo nos guiña un ojo.
© 2010, Daniel Guajardo.