Artículo pulicado en 2010 Revista Cultural, Verano de 2009, La Serena, Chile. Páginas de la 120 a la 125.
El hombre del futuro será el que tendrá la memoria más larga.
-Nietzsche-
Según Valéry, la Cosmogonía es el más antiguo de los géneros literarios. Sin embargo, poco o nada se han desarrollado las grandes narrativas fantásticas, mitológicas, en nuestro país, siendo que estos son los relatos fundacionales que crean la estética y la ética, símbolos y valores de una nación.
La falta de difusión y nefastas políticas culturales, religiosas, etc., ahogaron la imaginación y evolución cultural en el siglo XX. Aunque existieron movimientos importantes, como el grupo surrealista La Mandrágora, las exóticas novelas de Vicente Huidobro, Miguel Serrano, Enrique Lihn, Juan Emar, etc., se evitó el avance paralelo del arte fantástico (mítico) y tecnológico (de ciencia-ficción), que se producía en el resto del mundo.
Hoy, la ignorancia, vulgaridad y mal gusto afectan la imaginación, la trascendencia. La corrupción del lenguaje y de las formas, reflejan la promoción de una “anticultura” nacional. El rescate de la elegancia y la belleza es imperioso. Una literatura que nos haga reflexionar sobre las grandes preguntas universales y con una estética a su altura.
La responsabilidad del creador en tiempos de crisis moral es crucial, haciéndose más necesaria al promediar el bicentenario de nuestra patria.
Es esencial la originalidad y el compromiso, no sólo fuegos de artificio, sino obras verdaderas frente a movimientos superficiales y pasajeros, con una real filosofía. Fe absoluta en ellas. Una verdad superior que le otorgue su cualidad trascendente al arte; no un simple divertimento efectista, folletín disfrazado de poesía.
¿Por qué lo maravilloso no nos empapa plenamente y no nos sentimos orgullosos de nuestra tierra, cultura y tradición?… Porque en la ansiada América Románica nuestros poetas, narradores (magos), no han sacralizado plenamente con su Arte el universo inmediato, entregándonos en cambio un folclore que se ha degradado, humillando aún más el acervo cosmogónico de los pueblos originarios. Al respecto, Clarence Finlayson Elliot, uno de los filósofos y ensayistas chilenos más lúcidos, ha escrito en sus Meditaciones sobre la lectura:
Los grandes poetas de la América Latina –todavía los naturales nuncios de la voz de nuestros pueblos- como Rubén Darío, Herrera y Reissig, Asunción Silva, Leopoldo Lugones, Gabriela Mistral y otros, mantenían y mantienen inmensos lagos de ignorancia, sobre todo de aquella cultura clásica que jamás debe perder un pueblo so pena de destroncarse de la tradición universal de la humanidad.
Y más adelante añade:
La selva no ha sido conquistada por los hombres selváticos, sino por los hombres civilizados que vienen de la ciudad, que tienen un ideal y que justamente por esto son capaces de ser heroicos y de realizar actos heroicos.
Un Emar, un Borges, un Lezama Lima, son casos aislados que confirman la regla.
Arrinconados, despreciados, los inquietos autores no-costumbristas que trabajaron avizorando los grandes sueños, miedos y esperanzas de la evolución espiritual y científica, se mantuvieron fuera del reconocimiento del gran público. Mas, la creatividad es imposible de ser detenida y, como una corriente secreta, prohibida, se fue filtrando subterráneamente a lo largo de toda la historia chilena del siglo anterior.
Es irónico que de un género literario considerado menor y mirado con sospecha, como es la ciencia ficción, haya surgido un subgénero que pareciera responder a la crisis valórica del mundo.
Ya hemos definido anteriormente el Steampunk o Retrofuturismo como un estilo que combina la última ciencia y tecnología con ambientes románticos del pasado, poseyendo además el componente culto de incluir personajes de la historia y de la literatura clásica.
Inicialmente, el Retrofuturismo (como preferimos llamar al Steampunk en castellano) presentaba un desarrollo histórico paralelo, de preferencia ubicado en el Londres del siglo XIX, en que la ciencia había dado un salto inesperado, permitiendo la aparición de computadores, naves espaciales, diversidad de maquinaria de punta y hasta realidad virtual, todo entre carruajes tirados por caballos, luz de gas, esoterismo, damas de traje largo y caballeros de levita y bastón. Sin embargo, hoy ha evolucionado, expandiéndose (con aventuras en otros horizontes espaciales y temporales, en universos paralelos aún inexplorados.) a otras épocas y espacios infinitos.
El Retrofuturismo, creemos, nace de la toma de conciencia del fin de la modernidad, del afán de avanzar en una sola y nefasta dirección.
Entre algunas de sus obras podemos destacar el ciclo La materia oscura, de Philip Pullman, donde se expresa la relación del hombre con su daimonion y la rebelión contra una dictadura religiosa, La noche del Morlock, de K. W. Jeter, donde debido a la invasión de los monstruos de Wells, la única esperanza yace en las leyendas del rey Arturo. Además, Las tumbas de Anubis, de Tim Powers, La máquina diferencial, de William Gibson y Bruce Sterling, etc. Dune, de Frank Herbert, es un ejemplo notable de sensibilidad retrofuturista, con su mixtura tecnológica, mítica y política.
Para el célebre guionista Alan Moore (autor de “La liga de los caballeros extraordinarios), el Retrofuturismo es la manifestación de un ethos que comienza a ser prevaleciente en la encrucijada del siglo XXI: Estamos más conscientes de nosotros mismos y de nuestro pasado de lo que ninguna cultura lo había estado antes. Debido a Internet, a nuestros tremendos archivos que hemos minuciosamente acumulado, la cultura antigua está abierta ante nosotros… Los escritores retrofuturistas están comprendiendo que es posible abrazar el pasado como un medio de progresar al futuro. Esto no es simple nostalgia. Es esencial que exista una mirada aventajada respecto a la forma en que utilizamos esos brillantes fragmentos de la cultura previa.
En Europa, a nivel del pensamiento político, Guillaume Faye ha desarrollado el Arqueofuturismo, una propuesta revolucionaria ante la crisis económica y social de Occidente. El Arqueofuturismo aúna valores arcaicos con técnica futurista, similar a nuestra definición literaria del Retrofuturismo.
Básicamente, el Arqueofutursimo es una aguda crítica contra el pensamiento único del Nuevo Orden Mundial, con una visión nietzcheana (del martillo) para después del fin de la modernidad.
Faye considera que la civilización actual está viviendo su apogeo final, debido a una convergencia de catástrofes. Por primera vez en la historia, la civilización occidental a nivel planetario está amenazada por sus propios proyectos ideológicos, concernientes a los temas de la ecología, la demografía, la economía, la religión, la epidemiología y la geopolítica. La antigua creencia en el igualitarismo y de la filosofía del progreso que afirmaba obtener siempre más, ha muerto.
Los descubrimientos de la tecnociencia, en los dominios de la informática y de la biología, no pueden administrarse con los valores y mentalidades humanistas modernas. Esto implica una vuelta a las interrogantes primordiales. Faye propone, pues, una nueva noción, el Arqueofuturismo, que permite romper con la obsoleta filosofía del progreso y con los dogmas igualitarios, humanistas e individualistas de la modernidad, inadaptados para pensar el futuro, y permitirnos sobrevivir en el siglo del hierro y del fuego por venir.
En el Arqueofuturismo se hace un profundo análisis sobre asuntos como la revolución biolítica y la gran crisis ética del siglo XXI, la genética y el inigualitarismo, la noción de amor como una patología de la civilización, la debacle e impostura filosófica, el tema del arte desde la visión arqueofuturista, etc.
Tenemos que ser de nuevo arcaicos y ancestrales e imaginar un futuro que no sea la prolongación del presente. Frente al pasadismo, el arcaísmo. La modernidad fracasa, se derrumba. Sus partidarios son los verdaderos reaccionarios.
Es notable además que, coincidentemente, Guillaume Faye haya escogido la forma de una novela de ciencia ficción para ilustrar mejor su tesis político-filosófica. Esto nos revela la relación existente entre los movimientos políticos y artísticos (por ejemplo, el movimiento romántico y la revolución francesa), muchas veces inconsciente y manifestada por sensibilidades que responden a elementos aparentemente inconexos, y de los que en general, además de los pensadores y artistas, nadie repara.
Independientemente de la tendencia política, es innegable que toda estética engendra una ética, una concepción de lo bello y lo sublime, y la imaginería retrofuturista ciertamente nace de una necesidad aún más profunda, a través de eternos mitos, héroes y valores. En este sentido, el Arqueofuturismo viene a refrendar nuestra propuesta del Retrofuturismo, como una forma literaria ideal para desarrollar una gran cosmovisión nacional.
El Retrofuturismo produce ideas que se extienden desde el arte, pasando por la filosofía, la ciencia, la religión y hasta la política…
Como ha preguntado atrevidamente Cristián Arregui en una de sus cartas: ¿Quién sabe si tal vez lo que hoy está pasando en Chile con el retrofuturismo y otros movimientos literarios emparentados, en esta fase de lo postmoderno, sean semillas de movimientos políticos todavía no configurados aún en toda su exactitud, pero presentes como anhelos de cambio y rescate de lo propio, sin desatender los progresos tecnológicos y reflexivos del mundo actual?
La cosmogonía retrofuturista puede ayudar a crear una ética que articule la innovación ideológica de la juventud chilena, con nuevos órdenes y movimientos políticos.
La toma de conciencia de los multimedios actuales, del fin de la modernidad, fractura el espacio-tiempo aristotélico. Tras la primera infancia del postmodernismo, se nos descubre la magia de cada etapa de la civilización, en las eras imaginarias anunciadas por Lezama Lima (para encontrar esa realidad hay que hurgar en las eras imaginarias, en la historia, en la mística, en la escolástica, en la alquimia…).
Nos liberamos de la matriz lineal del Tiempo (alejándonos de la concepción tradicional de Progreso, como de la concepción cíclica y fatalista de la Historia), y tenemos acceso a una visión pulviscular (metamórfica, al decir de Locchi), viviendo en un presente que se acerca a la Eternidad. Futurista, Retro e Inmemorial, para alcanzar, si se quiere, la ansiada Edad Dorada (donde es posible, entre muchas posibilidades, una tierra plana y mundos en esferas de cristal, junto a la tecnociencia, agujeros negros, androides, chamanes y física cuántica).
Una auténtica generación Retrofuturista, fuera del Tiempo, tiene la posibilidad de refundar la historia patria con nuestros propios héroes, dioses y dragones; marcándose nuestra literatura únicamente por el fundamental detalle de ser chilena. Los arquetipos son universales y sólo pueden distinguirse por la utilización de escenarios y cosmogonías propias a cada tribu, pero como narradores, poetas-magos, los límites no existen para la creación o recreación de brillantes identidades y universos.
© 2010, Sergio Meier.