«La evolución de nuestras mentes a partir de fragmentos inanimados de materia es más hermosa y extraordinaria que cualquier milagro catalogado por todas las religiones del mundo en cualquier época.» – Fra Paphlagon
Anatema es básicamente el diario o bitácora escrito por un fraile en un monasterio futurista (aunque con muchas características medievales) de un planeta (Arbres) similar a la Tierra, mientras va descubriendo que todo lo que consideraba rígido y seguro se tambalea (en todos los niveles posibles, desde el más personal al más cósmico).
Eso, básicamente.
Pero el Criptonomicón es básicamente la historia de un matemático y un soldado durante la Segunda Guerra Mundial, y sus descendientes en la actualidad. Cualquiera que lo haya leído sabe que hay mucho más, terabytes de información y tramas y subtramas. Y aquí pasa lo mismo.
No es una seudonovela río como el Ciclo Barroco, donde hay tantos protagonistas como en Final Fantasy VI, pero ser más lineal no la hace menos densa en contenido. Stephenson se tomó cuatro años para escribirla, y se nota. Armar un mundo completo que no parezca simplón o esté lleno de cabos sueltos es difícil (desde los relatos pulp de los 50 a la luna Pandora de James Cameron, la ciencia ficción está repleta de civilizaciones de cartón piedra tipo Star Trek). Aquí, incluso usando de modelo a la Tierra, la tarea es colosal.
Cada nombre o suceso histórico tiene una contrapartida en Arbres, hasta el punto que buena parte del tiempo el lector se pregunta si no será simplemente el planeta Tierra, pero tan extrapolado en el tiempo que los nombres, como cualquier otra cosa, han mutado hasta ser casi irreconocibles. Cada principio matemático, postura filosófica y mito religioso terrestre aparece en Anatema sin demasiado camuflaje (el Platonismo es uno de los más reconocibles y fundamentales). Algunos símiles saltan a la vista, y en varias ocasiones, sobretodo durante el primer cuarto, se me hizo difícil no comparar esta obra con El Nombre de la Rosa (lo de siempre, una mezcla de influencia, homenaje e ideaspace): Adso de Melk es Fra Erasmas, Guillermo de Baskerville es Fra Orolo, La Navaja de Occam es el Brazo de Gardan, por ejemplo. Y por supuesto, hay un misterio, que no voy a destripar aquí, pero a eso de la página 200 está más o menos claro por dónde van los tiros (después de todo, el número de argumentos cf es limitado: aliens, viajes en el tiempo, dimensiones paralelas, control mental-alucinaciones, parques temáticos-reconstrucciones y un par más).
Aparte de los guiños, las referencias, la trama, la narración y los diálogos, Anatema está lleno de gadgets hipertecnológicos y técnicas suprabiológicas del estilo post-singularidad que parecen a la vez perfectamente posibles y lamentablemente inalcanzables, algo así como las máquinas y dispositivos cuasidivinos (o derechamente divinos) de las sagas más famosas de Dan Simmons. Cosas que aunque te hagan soñar o divagar no te despistan, sino que encajan perfectamente en el consistente y coherente escenario pintado por Stephenson (mucha de la tecnología mencionada es más real de lo que parece, y en la sección de Referencias hay una lista de títulos bastante larga que puede ayudar al profano a darse cuenta de que la realidad suele superar a la ficción).
Y desde luego, el tema central es el mismo que en las demás meganovelas del autor, desde La Era del Diamante en adelante: el conocimiento científico, cómo se origina, para qué se usa, los cuestionamientos éticos que conlleva y todo eso.
Pero como ya dije, en Anatema se trata otro montón de cosas, como si fuese una red de ensayos diferentes enlazados mediante conversaciones y descripciones cienciaficcionescas. Ciertamente el autor no es Umberto Eco, pero el tema de la sintaxis y la semántica, el símbolo y el significado, el continente y el contenido se encuentra presente continuamente, no sólo en el fondo sino en la misma forma (rizar el rizo, que le dicen): términos y vocablos nuevos que evocan viejos sentidos. Ese jueguito rolero de pensar cómo hubiera llamado una civilización distinta a los mismos artefactos que usamos nosotros, a Stephenson le sale muy bien (y al traductor de Stephenson también, porque esta novela la lei en castellano). Un motucaptor es una videocámara; un astrohenge es un observatorio; las artes marciales se conocen como vallelogía. Hay todo un glosario al final del libro que es otro punto a favor, porque me encanta que la fantasía y la ciencia ficción incluyan cosas así.
También hay una cronología al principio, pero yo no la estudié hasta terminar la novela: como dice el mismo autor en la nota de entrada, es divertido ir descubriendo las cosas solo. Por ejemplo, uno se va dando cuenta de a poco que más que un monasterio, el lugar donde transcurre el primer tercio del libro es una universidad aislada, y los monjes son más bien científicos, separados del resto del mundo a causa de quién sabe qué viejo cataclismo (del tipo que temen los que quieren destruir el LHC). Lo que cuadra bastante bien con la realidad de la Edad Media, después de todo, y la paradoja de un cristianismo a la vez idiotizante y reservorio del conocimiento.
En fin, si te gusta Neal Stephenson, léelo, de cabo a rabo, glosario, agradecimientos y referencias incluidas. Puede que no tenga todas las secuencias de acción ni megaparrafadas sarcástico-humorísticas del Criptonomicón o el Ciclo Barroco (es la primera vez que deja la narración omnisciente a cambio de un estilo en primera persona), y desde luego, aunque Fra Erasmas es un gran personaje (un Waterhouse, diríamos), no hay un Jack (ni ningún otro Shaftoe) al que adorar. Pero es un libro brutalmente genial, que desde luego incluye exposiciones físico-matemáticas a las que cualquier fan del autor debería estar acostumbrado.
Es en realidad una tontería hacer un ranking, porque excepto los que escribió con su tío (Interfaz, por ejemplo, que sin ser mala es completamente diferente a sus obras en solitario: una especie de thriller crichtoniano con varios defectos sawyerianos), el resto de la bibliografía stephensoniana es maravillosa.
Lo que sí puede valer la pena es entrelazarlos en una misma metacronología, y en tal caso, léase en este orden: Ciclo Barroco, Criptonomicón, La Era del Diamante y Anatema.
Ahora, si no ha leído a Neal Stephenson, Anatema es tan buen inicio como cualquier otra de sus obras. Sobretodo si a usted le gusta:
- la ciencia ficción que no se toma demasiado en serio a sí misma y además tiene elementos hard,
- la filosofía en general, la epistemología en particular, y la historia toda de la humanidad,
- El Nombre de la Rosa o
- una combinación de las anteriores
Eso sí, como ya nos tiene acostumbrados, es una novela kiloplánica, no un cuentito asimoviano, así que déle tiempo.
La reseña me dejó con las retinas hambrientas.
Stephenson es como una especie de Palahniuk pero exponencialmente más groso, con construcción de historias complejas y dinámicas. Sus personajes son creíbles y geniales, en poco tiempo terminas haciendote fanático de ellos.
bueno, también me falta leer el ciclo barroco, así que me pondré las pilas con Neal.
Gracias. Stephenson vuelve a la parte alta de la pila de pendientes.
Interfaz un thriller crichtoniano con defectos sawyerianos? joooder