Intentó abrazarla con todas sus fuerzas.
Su cabello que podía recordar claro, brillante y cálido a pesar del frío viento que venia del mar, ahora, teñido carmesí, estaba sumergido en un charco de sangre esparcida por la entrada trasera de la casa.
Como poder dilucidar tantos hechos que hubiesen derrumbado fácilmente a cualquiera. No era fácil asumir que toda su familia, yacía tumbada en las inmediaciones de la propiedad, sin explicación alguna, regadas como una caja de juguetes volcada por un infante, juguetes desarmados, cuyas partes jamás se volverían a juntar.
En el ambiente estaba ese hedor que le parecía familiar, pero no lograba identificar con exactitud, sólo le recordaba momentos o lugares, pero no conocía su procedencia. Podía imaginar aquel día, cuando tenía alrededor de once años, y su madre dijo encontrarlo abrazado a su perro, de cuya mitad trasera solo quedaba un rastro que cruzaba la carretera, y llegaba a la restante, entre los brazos del sollozante y embetunado niño. Era el apestoso olor a la tragedia, que en ese amanecer era más caliente y urticante que nunca.
– ¿Por qué yo?, ¡Mierda! – Gritó al viento, mientras sostenía lo que quedaba de quien sería la madre de sus hijos, con quien podía visualizar en su horizonte, la tan esquiva felicidad. Había sufrido muchas perdidas, y no quería seguir experimentándolas, pero a veces no basta con esforzarse.
II
Se celebraba el cumpleaños de Victoria, la madre, y once años de la muerte de su padre, don Adolfo, por lo cual estaban reunidos los tres hijos: Augusto (el mayor), Federico (el segundo) y él, Santiago (el menor). El primogénito y el del medio, eran físicamente, de un gran parecido: estatura media, cabello fino y claro, ojos verdes, y la misma nariz puntiaguda y recta del fallecido patriarca. Santiago en cambio, era bastante alto, cabello negro y espeso, ojos pardos, y rasgos faciales mucho más duros.
Sus hermanos no estaban ahí por una cercanía familiar, si no porque sabían que su vieja progenitora padecía las enfermedades propias de su avanzada edad, y necesitaban regularizar la situación de la herencia familiar. Nada más les interesaba de esa mujer, no había ninguna relación entre ellos, ninguna excepto el rencor.
Los hermanos mayores se habían preocupado de construir importantes carreras, todas relacionadas con la medicina, como sus padres. Don Adolfo era un reconocido cardiólogo, que ejerció hasta el mismo día de su muerte, en una operación que lo obligó a viajar tarde al cumpleaños de su esposa, y en cuyo trayecto perdió la vida. La madre, la señora Victoria, tuvo una prolífica carrera tanto como veterinaria, como docente en diferentes universidades del país y extranjeras. Santiago en cambio, un poco por seguir sus gustos, y por contradecir el destino de sus hermanos, se dedicó a la publicidad.
– Veo que no te ha ido mal, Santiago – le dijo Federico – el andar haciendo dibujillos en las calles no resultó tan poco lucrativo.
– Tuve suerte de que mi trabajo le gustase a un par de empresas grandes, y podría decirse que tengo algunos años asegurados, pero si hubiese querido dedicarme a algo lucrativo…
– Y tú, ¿Augusto, sigues con tu consulta?- interrumpió Isabel, la que sabia que a su esposo Santiago, le generaba una especial molestia que sus hermanos hayan estudiado medicina, tan solo por el dinero que se lograba ganar, y no por la vocación de servicio que se supone en esa profesión.
– Si, Isabel, aunque debo reconocer que me costó ganarme la confianza de los colegas con quienes estoy asociado actualmente. Como saben la muerte de nuestro padre, se presto para muchas especulaciones…
– Y si tomamos en cuenta, que jamás quisiste ejercer en hospitales públicos, aparte de tu época de residente – agregó Santiago, tratando de cambiar la dirección de la conversación.
Lo cierto es que el tema del deceso de don Adolfo era un tema tabú en la familia. Los peritos de Investigaciones no encontraron concordancia en los restos del vehículo, con los del occiso, ya que entre otras cosas, el cuerpo salió despedido del asiento del copiloto, siendo que la esposa declaró que el doctor conducía solo, además presentaba heridas poco consistentes con una eyección desde un automóvil.
Pero como los Echeverri eran una familia influyente, lograron que se hiciese lo mas rápidamente posible la autopsia, y procedieron a cremar el cadáver de su patriarca, dejando sólo las pruebas preeliminares tomadas en la escena del incidente. Consiguieron se redactara el certificado de defunción con la causal de “traumatismo encefálico craneal”, pero, a pesar de lo discretos que trataron de ser, sentaron una sensación de duda entorno al caso, generando la desconfianza del ambiente médico de la zona.
– Bueno – exclamó Federico poniéndose de pie, para cortar el espeso ambiente (ya que según él, los temas financieros no deben ser tratados sobresaltadamente) –, nuestra madre ya debería haber bajado, así que, Norma – la empleada de la casa -, ve rápidamente ha ver por qué se retrasa la señora.
En el instante que terminó de hablar, la madre de los Echeverri hacia su aparición por la escalera, bajando dificultosamente, pero a pesar de su avanzada edad, aun conservaba su feminidad, y mantenía un estado físico bastante sano (si no se tomaba en cuenta la artritis, diabetes, osteoporosis, y una serie de dolencias que no podían conocerse a simple vista), dándole una apariencia más joven y un atractivo que a veces incomodaba a sus hijos. Tenía una nariz recta; sus ojos de un azul oscuro, estaban adornados por un leve cansancio y las marcas que habían dejado las horas de usar anteojos; el cabello caía largo y canoso por sus hombros, vestía una blanca túnica y unos collares hechos de conchas y castañas.
– Pareces una hippie – dijo despectivamente Augusto – una hippie seca y descontextualizada.
– Deben disculpar mi demora – haciendo caso omiso a los comentarios de su hijo mayor -, pero la cantidad de pastillas que debo tomar, me quitan bastante tiempo.
Santiago se dirigió a ayudar a bajar los últimos escalones a su madre, y le dijo discretamente al oído,
– Llegaste en el momento justo, un minuto más y hubiese corrido sangre – dijo esto metafóricamente, sin saber que no se alejaba mucho de la realidad.
Victoria, dirigiéndose a todos los presentes – me sorprenden con su asistencia, aunque en sus caras no haya mucha alegría por estar aquí, pero quien sabe, esta puede ser la ultima vez que estemos todos reunidos.
Y justo cuando Santiago quería agregar algo, Federico interrumpió con su voz carraspeada de tanto fumar cigarrillos sin filtro.
– Yo tengo bastante hambre, y comería hasta una rana muerta con tal de interrumpir esta cursilería, así que pasemos a la mesa – y evitando recibir las punzantes miradas de los evidentemente molestos Victoria, Santiago e Isabel, se dirigió al comedor junto a su esposa, y siguiéndolos, su única hija Isidora, la cual escuchaba, pero no oía realmente, ya que seguramente ( y como sus padres no se daban cuenta), en todas esos viajes al baño, se esnifó o trago alguna sustancia de escapatoria. Su excusa estaba lista, si preguntaba papá, frunciría el ceño, en ademán de vergüenza, y si lo hacia mamá, sólo le haría una “P” dibujada discretamente en el aire, ambas señales destinadas a dar a entender que estaba en su período, cosa que de cualquier modo era falsa, ya que las anoréxicas, rara vez tienen menstruación.
III
El protagonista lloraba con su amada en brazos, la cual a pesar de su fallecimiento, conservaba su deslumbrante belleza, y el sol aparecía tras el cuadro, simbolizando una esperanza en el horizonte.
Este no era el caso.
Con pasos zigzagueantes, Santiago avanzó entre los restos despedazados de su familia. El cuerpo que acababa de dejar, distaba de tener algo de belleza: los intestinos estaban repartidos alrededor del torso, al cual le restaba un brazo, y las piernas estaban a unos dos metros, asomando el fémur una, y la otra, media rótula; de rostro sólo quedaba la estructura ósea, unas cuencas vacías donde alguna vez estuvieron los ojos café miel, y únicamente sobrevivía el labio inferior, dejando los dientes superiores a la vista, exhibiendo una macabra sonrisa. Su cabello y el anillo de matrimonio fueron lo únicos que le permitieron reconocerla, y su impacto ni siquiera lo dejo llorar.
No quisieran ni pensar en lo que sentía el cuerpo de este hombre, después de tan atroz espectáculo. Su pecho presionado como por una lápida, al ver el cuerpo descoyuntado de su sobrina; el cráneo recibió una descarga eléctrica, cual ejecución, al encontrarse con la masa casi irreconocible de su hermano mayor, y recibió un batazo en las rodillas al tropezar con un monolito de huesos, órganos, excremento y sangre, que seguro eran el resto de la celebración.
IV
Santiago y Augusto discrepaban prácticamente en todo, generando constantemente fuertes discusiones.
– No puedo concebir que gasten más de tres sueldos mínimos al mes, en cada presidiario – dijo encolerizadamente Augusto –, deberían tirarlos a todos a un foso y quemarlos. El que asesina una vez, lo más probable es que reincida – y paseó furibundos sus ojos por Victoria.
Santiago, mirándolo incrédulo, como si no conociese la manera de pensar de su hermano – mucha gente que delinque, lo hace por su familia. A veces no les queda otra solución.
– Siempre hay una salida honesta – dijo Federico, con voz ausente, mientras se aprontaba a encender un cigarrillo. Pero Victoria lo interrumpió.
– Sabes muy bien que no se puede fumar en esta casa, menos mientras estamos comiendo.
– Entonces me “esfumo” – y se levantó violentamente, con lo que la mesa se movió lo suficiente para derramar buena parte de las copas de vino, manchando de tinto el blanco mantel.
Tras un portazo proveniente de la cocina, les llegó un leve olor a humo, y al momento que Victoria iba a protestar por ello, la detuvieron unos gritos procedentes de Federico, que no la sobresaltaron únicamente a ella.
– ¿Que?, no sé que quieres, que… cosa… eres… argh…! – y un grito ahogado, con lo que todos se precipitaron a ver que sucedía. Es lo último que recuerda Santiago antes del fatal amanecer.
V
Cuando Santiago ya no podía soportar más la visión de la trágica escena, atinó a correr hacia el teléfono, pero antes de llegar al umbral de la puerta, la voz de su madre lo llamó desde algún lugar entre los naranjos.
– No pierdas tiempo, vete, vete antes de que esto siga… – y la voz se corto abruptamente, antes de que lograra ubicar su procedencia.
Desesperadamente y haciendo caso omiso a la advertencia que recibió, regresó hacia los arbolés, donde escuchó ahora la voz de su padre, sí, la voz de su fallecido padre.
– Estamos aquí, es necesario que vengas, tus actos han sido los correctos.
No podía ser él. Comenzó a cuestionarse que fuesen verdaderas las voces, y atribuyó todo a algún tipo de alucinación, optando por volver a hacer la llamada. Pero una tercera voz, aguda e inhumana, que no podía reconocer, lo congeló en su regreso a la casa.
– Mirame, no escapes ahora que estoy tan cerca para revelarte los oscuros secretos de tu vida.
Entonces se volteó y divisó a unos cincuenta metros, un gran bulto, que con las sombras de los frutales, no podía distinguir claramente. Creyó verlo moverse, pero no sabía si era real o fruto de su imaginación.
Entonces el miedo comenzó a apoderarse de él. ¿Era esa la voz de quien hizo esta masacre? Seguro que lo era. Pero, ¿qué lo detenía a terminar con el último superviviente? En su cabeza sólo quedó pensar que escapar era una mala idea, tomando en cuenta lo que había hecho. No, sólo quedaba enfrentarlo, no tenía nada más que perder que su propia vida.
Entonces avanzó, directo a donde venían esas palabras que lo llamaban.
A medida que se acercaba, comenzó a distinguir el montículo, que de lejos parecía pequeño, pero ahora que la distancia que los separaba disminuía, notó que su tamaño era de unos dos metros.
La inmensa silueta se mostró con más detalle, ahora que las nubes dejaron escapar los débiles rayos de sol, bañando de luz a una abominación fuera de los límites soportables.
Lo que pensó era una alucinación, era una realidad grotesca y pestilente. Se levantó una masa de órganos palpitantes, revestidos con mucosidades que borboteaban como con vida propia. Todo esto afirmado por delante, con una pata, la derecha, de lo que alguna vez pudo ser un león o jaguar, y la otra, era claramente un fuerte brazo masculino. Mientras que en su parte trasera, ostentaba unas patas de caballo talvez.
Pero lo más terrible que Santiago presenció, fue lo que comenzó a erguirse con crujidos babosos y un coro de gemidos desgarradoramente humanoides. Eran tres columnas vertebrales, sosteniendo tres cabezas, cabezas que ahora gemían al unísono su nombre, expeliendo un tufo cadavérico.
Entonces comprendió que estaba lúcido cuando doña Victoria le espetó la advertencia. Y que no soñaba cuando Adolfo lo invitaba a acercarse. Y conoció el origen de las palabras que lo llamaban escuchar los terribles secretos que aprontaba a revelar la tercera y central cabeza.
– ¿Que mierda eres? ¿Que hacen ustedes ahí? ¿O sólo es un truco?
La cabeza central hizo una especie de mueca, parecida a una sonrisa
– Voy más allá de creencia etérea – las palabras parecían exigirle un esfuerzo agonizante – encadenada a una placentera condena cíclica. Mi existencia sujeta a la asimilación sistemática de carne viva.
– El verdadero origen del mito de la quimera, no el paleontológico, ni el griego – interrumpió el cefaloide residuo de su madre, el cual lograba expresarse mas fluidamente – absorbió nuestro ser, y ahora somos un sólo ente, a punto de alcanzar la cúspide, el cenit de este ciclo.
A la grotesca caricatura de su padre, que carecía de cuero cabelludo, y tenia una costra verdosa por ojo izquierdo, sólo pudo reconocerla por el tono de voz, aunque también se notaba en él gran dificultad al hablar, como si no hubiese salido de su boca palabra alguna en años.
– Sólo sabrás la verdad si lo quieres.
– ¡La verdad es lo único que quiero! (lo único que le quedaba) – Gritó encolerizado Santiago, e incomprensiblemente, contenía las lágrimas que se asomaban en sus grandes ojos pardos, tal vez como una manía infantil, o buscando contener, acumular y luego liberar. Una especie de sistema de defensa.
El centro de la quimera inspiró, moviendo algún tipo de agalla que borboteaba un líquido verde y viscoso.
– Recuerdos no tengo de un principo, aún siquiera de ciclos pasados. Mas la sensación de eternidad y mi comportamiento, que lejos de ser errante, se manifiesta natural y poderoso, como la lluvia al río, y el río al mar.
– No nos desgastaremos dando detalles, ni opiniones morales – aseveró Victoria – nos limitaremos a contarte como terminamos así.
– El día que tu padre “murió”, no iba solo.
– Claro, es un secreto a voces que tú manejabas cuando chocaron, y que todo se arregló para que no hubiera rastro de tu presencia. Mis hermanos siempre pensaron que lo mataste, pero yo creo que tratabas proteger a la familia encubriendo tu participación.
Adolfo enderezó su extraño cuello, para dirigirse a Santiago.
– Te alejas en gran parte de lo cierto. Es verdad que se modificaron evidencias, y movieron papeles, buscando proteger a los nuestros. Pero la verdad es que sí fui asesinado, y no fue tu madre quien lo hizo, sino tú.
– Mientes, yo sé que no lo hice.
– No sabemos por qué, pero tu participación en este ciclo, nunca recordaste. De hecho, sólo al momento de mi sacrificio, supimos realmente que sucedía – dijo Adolfo.
– En ese momento reclamé lo que me pertenece – dijo la cara del centro.
– ¿De que pertenencia hablas?
– Hablo de ti – la quimera acercándose al oído derecho de Santiago – hijo de mis entrañas.
Santiago retrocedió, y tropezó cayéndose de espalda, golpeando su cabeza contra el suelo, lo que pareció soltar recuerdos encarnados como garrapatas en los bordes de su mente, recuerdos que lo consumían poco a poco durante años, pero nunca notó su presencia. Mientras se sumergía en el abismo de las verdades oscuras, desde aquella falsa realidad alcanzó a percibir un sollozo de Victoria, en un tono que parecía estar pidiendo perdón:
– Jamás olvidaré el día en que te encontré, pequeño Santiago, embadurnado en sangre, indefenso bebé…..
– ¿Dónde?….. ¿No entiendo?….. – y Santiago se hundió en una vorágine de lienzos macabros, una galería de arte, cuyo principal tema era la muerte, y él, siendo su mano implacable.
Se vio extrayendo el corazón de su padre y entregándoselos a la masa que en ese momento era más pequeña y sólo tenía un rostro. Recordó cuando despedazó al perro en su niñez, y cuando ahora, a sus treinta y tres años, recibía las espantadas miradas de su familia sin comprender por qué los ejecutaba, mientras la quimera de dos cabezas se saboreaba entre deformes carcajadas. Y ese aroma urticante dañando su nariz.
VI
Despertó desnudo, con la bestia sobre él, atrapándolo, susurrándole en idiomas no escuchados en siglos, impregnando su aliento a carroña en cada poro de su cuerpo. Los otros dos miembros de aquella criatura primordial, se entrelazaban y enroscaban una y otra vez alrededor de Santiago. No lograba apartarse de aquel inmenso peso, intentó dañarla introduciendo las manos en las agallas que tenía a los costados, pero sólo logró perder más fuerza, ya que ese recoveco, succionó hasta el hombro su brazo, y debió secar sus pocos ánimos rescatándolo. De pronto el monstruo se levantó, lo que le dio espacio para alejarse arrastrándose de espaldas. Pero sus esperanzas se obscurecieron al ver lo que aparecía bajo aquel vientre de coraza, una vulva de tamaño descomunal, ondeaba y latía, dirigiéndose directamente a su pene. Santiago se horrorizó al notar que tenía una erección, no podía entender como podía estar excitado en una tan mortal situación. La inmensa vagina se adaptó al sexo de Santiago, y lo sacudió larga y violentamente, hasta que eyaculó dolorosamente. Sus gritos de terror se ahogaron en placer, mientras era tragado, y ambos seres se hicieron uno.
VII
Un vehículo que pasaba cerca de lo que sucedía, logró percibir unos agudos gritos, pero no se atrevió a ver su procedencia, prefiriendo alertar a una patrulla que estaba a unos cuantos kilómetros más adelante.
Una pareja de carabineros, se presentó, y encontró la terrible carnicería. Mientras uno estaba de rodillas regurgitando su desayuno, el otro se dirigía al radio para informar su hallazgo. En el preciso instante en que tomaba el fono, escuchó un llanto agonizante y apenas perceptible. Tomó su arma de servicio, y caminó sigilosamente al lugar donde creía procedía la voz. Para su sorpresa, al mover unos matorrales, encontró un ensangrentado, sano, desnudo recién nacido.
Voy a ser un poco demasiado crítico, pero todo en buena, ok? Porque en general me parece correcto y más que suficiente. Pero no notable. De todos modos ten en cuenta que el género del terror-suspenso no es lo mío, así que de entrada no me atrae mucho (por ejemplo, disfruto mucho más sus adaptaciones al cine y el rol que los textos mismos de Lovecraft).
Un poco lento por momentos, sobretodo en la parte II, que tiene muchas descripciones. Creo que al terror le va mucho más la narración confesional, en primera persona, que la omnisciente. Algo más personal, menos aséptico.
Aparte de eso, la falta principal que le veo son algunas fallas ortográficas (siempre distraen) y, sobretodo, la mezcla de tiempos verbales. De Baradit sólo he leido Kalfukura y un par de relatos breves, pero no puedo dejar de hacer un paralelo: buenas ideas, geniales imágenes mentales, como granadas que te explotan en el hipocampo, pero una prosa deficiente y diálogos algo forzados.
Puta, un comentario suelto, por mucho emoticón que le ponga uno, no transmite la entonación ni la intención. Pero en fin, eso. No soy nadie para dar consejos, pero si de todos modos quieres aceptar uno: un solo estilo narrativo para cada cuento. No todo el mundo puede escribir Ulysses.
Ouch, sí, tus observaciones las comprendo.
El problema de ser autodidacta, es que el profesor tiende a ser poco autocrítico (evaluación docente..yhea!!!), en el sentído que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno.
Me falta bastante oficio, lo sé, pero estoy escribiendo bastante y espero que el rigor, la lectura y el estudio, mejoren mi técnica y estilo.
Gracias Guayec por tomarte el tiempo de leer mi relato, y por el consejo. Lo tendré en cuenta.
Pd. No sé como tomarme la comparación con baradit: ¿un espaldarazo para mí o un palo para él?
Ojo, repito que de Jorge sólo he leído Kalfukura, que entiendo que le salió de la cabeza y los dedos en apenas un par de meses, así que imagino que un poco de esa erupción trepidante se transmite a la narración. Pero aún así, con lo poco que he leído y lo bastante más que lo he oído, diría que su fuerte está en las imágenes y las ideas, en lo que dice, más que cómo lo dice.