El hombre sentado en el último rincón del bar tenía nombre. Sí, seguramente lo tenía, pero eso ni a él le importaba. Lejos de todo contacto con el mundo exterior, en la infranqueable mente del sujeto, solo se anidaba el deseo de que su amigo llegara pronto; ya eran las 8:30 de la noche y llevaba más de quince minutos atrasado. La situación no era nada fuera de lo común, de hecho una de las características más relevantes de su amigo es que siempre llegaba atrasado, sin embargo esta vez no estaba de ánimo para esperar a nadie. ”Diez minutos más”, pensó. Tomó su vaso que estaba a la mitad y bebió el contenido de un solo sorbo, luego prendió un cigarrillo y dirigió la mirada a las personas a su alrededor. Nada fuera de lo común. Los mismos universitarios, tratando de impresionar a sus compañeras, el mismo grupo de hombres borrachos que se van al bar a contar chistes después del trabajo, el mismo cantinero, la misma música y la misma calentura al observar las prominentes figuras de las “niñas” a su alrededor.
En el sombrío antro de pisos de madera y sillones de gamuza verde y café, el tiempo parecía haberse detenido hace muchos años, parecía haber quedado estancado en algún lugar entre décadas imprecisas, conmemoradas por los muchos escritos grabados en las mesas de madera mil veces barnizadas, las cuales recordaban que alguna vez “Carlos y Seba kedaron como piojo” o que Macarena vino desde Valdivia. Todos recuerdos de gente sin rostro, a los que los escasos tubos de neón púrpura y blanco que aún funcionaban bañaban con una luz mortecina y cansada.
Ya no era tan joven y lo sabía, pero tampoco era tan viejo como para no poder conseguir algo, ocasionalmente, con algunas de esas universitarias de viernes por la noche. Quizás por eso seguía yendo al mismo bar que comenzó a frecuentar en sus años de universidad, quizás por eso todavía no sentaba cabeza ni se comprometía con nada más que lo necesario; porque aún podía darse el lujo de no hacerlo. Es verdad que alcanzada cierta edad la gente comienza a pedir más cosas de uno, como si las responsabilidades en la vida no fueran mas que simplemente un contrato que después de los veinte y tanto debiera ser cumplido. Te alimentamos, te educamos e incluso te pagamos los vicios que tú quisiste, ahora termina tus estudios, trabaja, después cásate, ten hijos, contrata un seguro de vida y muere feliz, cumpliste con el contracto y te fuiste al cielo. Pero no, eso no era lo suyo, por lo menos por ahora no lo sentía así.
Sonrió.
Frente a él una morena espectacular se agachó a recoger una moneda de quinientos pesos que se cayó de su chaqueta, dirigiendo sus maravillosas carnes directamente a sus ojos. Aspiró su cigarro para sentir nuevamente la suave aspereza del humo deslizándose garganta abajo, luego dirigió su mano al bolsillo interno de la chaqueta, buscó el número de teléfono en la agenda del celular, marcó, y el tono comenzó a sonar en su oído.
-¿Aló?- se escuchó desde el otro lado.
– Oye hueon ya pues, te llevo esperando como veinte minutos, ¿Vas a venir o no?
– Sí, si voy a llegar, lo que pasa es que me atrasé un poco limpiando la casa.
-¡Limpiando la casa!- en tono sarcástico- ya no importa, pero dime en cuanto rato más puedes estar acá.
-Mmm, yo creo que como en unos quince minutos.
-¡Ah no!, mira te doy cinco minutos para que llegues, si no, nos juntamos otro día no más. Sos descarado hueón vives como a cuatro cuadras de acá.
-Ya, si ahí voy a estar nos vemos. Chao
-Chao hueón, cinco minutos, nada más.
Cortó la llamada justo en el momento en que la suave música proveniente de los parlantes se apoderó de hasta la última partícula de aire. Cada elemento vibraba a un nuevo ritmo, y el no era ajeno a esto en lo absoluto. Una invitación, un reclamo por aburrimiento había sido establecido y alguien debía hacer algo al respecto. Se vistió de música y se puso de pie notando que el litro y medio de cerveza comenzaba a hacer efecto. Estudió el panorama y éste lo golpeó con un gustito agradable; ese que deja la visión de una oportunidad única. La mujer de los quinientos pesos estaba sola dos mesas adelante y nada podía evitar lo que estaba a punto de suceder. Con el corazón en las sienes caminó hasta quedar a tres pasos detrás de ella, tan sólo para percatarse de ese aroma sublime, tierno, que emanaba de la mujer creando una línea casi imperceptible entre sus deseos más oscuros y sus sueños más blancos. El tipo de mujer que conjuga pasión en la cama con las mañanas más tranquilas y perdurables, esas que se graban en la mente como una fotografía antigua, extraída de tiempos en que no existía la palabra miedo. Por un momento dudó en hablarle pero al final sus ganas pudieron más.
-Hola – Dijo con voz dubitativa y tratando de dibujar su sonrisa mas seductora.
-Hola – Respondió ella, mientras que en dos segundos lo desarmó con una mirada penetrante.
Dudó. No había pensado sus actos con claridad, ni siquiera sabía que venía después del “hola”, lo único que sabía era que frente a él había una mujer espectacular y que si sabía jugar bien sus cartas tendría algo muy interesante de que jactarse con sus amigos cuando regresara a trabajar el lunes.
-¿Estás sola? – “La pregunta tonta” pensó mientras seguía sonriendo en una máscara inquebrantable.
-Sí, estoy sola – Respondió sin quitarle los ojos de encima al hombre frente a ella.
-Qué lata. Pero no te preocupes porque si tú quieres yo te puedo hacer compañía y de paso tú me haces compañía a mi.
-¿Ah, sí?-sonreía, mientras el humo de su cigarrillo se colaba plomo entre los dientes- ¿Estás solo entonces?
-Bueno sí, parece que me dejaron plantado.-Tomó la silla frente a ella con la intención de sentarse- ¿Y tú, cuál es el motivo de tu soledad en esta noche tan bonita?
La mujer, al notar que tomaba la silla para sentarse, cambió la sonrisa con que lo había recibido por una mueca indescifrable, pero que no prometía nada bueno.
-Bueno, es que estoy esperando a mi novio que debe estar por llegar.
-Ah… pero te puedo hacer compañía mientras llega- dijo jugándose una última y desesperada carta.
-No, preferiría que no. Lo que pasa es que el es muy celoso y se podría enojar; Más contigo que conmigo- dijo esto último casi despectivamente- ¿Entiendes?
-Sí, entiendo- toda la sangre del cuerpo a su cara, y a las espaldas el murmullo, quizás imaginario de las personas que lo vieron fracasar- O.K . Chao.
La mujer no contestó, sólo bajo la mirada y se concentró en buscar algo de su cartera que colgaba holgazana del respaldo de la silla.
“No puedo ser más loser” se dijo a sí mismo al tiempo que caminaba de vuelta a la mesa donde había estado anteriormente tratando de olvidar las mañanas como fotografías y la noche acompañado por gemidos y piel tersa y llana. Se sentó y terminó de beber lo que quedaba de la última cerveza que había comprado. Miró la hora. “Cagaste hueón” Pensó recordando a su amigo antes de ponerse de pie y dirigirse a la puerta de salida, tratando de que su postura fuera la mas digna. La mujer lo siguió con la vista y cualquiera que la estuviera observando habría adivinado que por su mente se cruzó la frase “Pobre hueón”.
El frío de la noche lo golpeó en la cara mientras que la forma y la textura de todas las cosas parecía haber adquirido un matiz de ensueño. Una pesada bruma pretendía cubrirlo todo con la determinación de un felino al acecho, como un gato, comenzando elegantemente a descender casi de manera imperceptible sobre su víctima, casi como queriendo arrepentirse y retroceder, para finalmente cubrir a su presa en un abrazo funesto. Sí, esa noche las siluetas, los rostros, todos los seres del mundo perderían su figura definida para desdibujarse apaciblemente dentro de la bruma que acechaba. “Mejor así. Ni siquiera me quiero ver a mi mismo reflejado en las vitrinas”. Dijo en voz baja justo antes de encender su cuarto cigarrillo de la noche. Pero la bruma aún no ganaba terreno y podía distinguir con claridad a todas las personas que se cruzaban y lo rodeaban a su paso por la avenida. Personas que de una u otra forma se asemejaban mucho a él. Personas ajenas, solas en sus universos personales y únicos, desesperadas por conectarse con alguien de una forma que solo Hollywood puede ofrecer, pero que no son lo suficientemente valientes como para siquiera intentarlo. No estaba solo, el mundo estaba lleno de gente como él y no supo si el sentimiento que provenía de aquella verdad lo reconfortaba o lo afligía aún más. Quizás la verdad absoluta y comprobada de que no hacía falta mucho alcohol para cambiar su perspectiva de las cosas lo comenzó a afectar nuevamente, como muchas otras veces. Quizás esa sombra que por años creció dentro de él por fin comenzaba a quebrar el cascarón para dejar al desnudo todo lo que le hacia doler. “Quizás” pensó mientras doblaba a la izquierda y el neón verde y rojo de un restaurante chino lo abofeteó de golpe, haciéndolo sentir casi caricaturesco. Entró.
El lugar estaba repleto. Gente de todas las edades y caras de todas las formas y tamaños disfrutaban de las exquisitas recetas provenientes del lejano oriente. Una menuda mujer de rasgos orientales y traje típico de la china lo invitaba a sentarse a una mesa vacía casi al fondo del local. El sólo la siguió expectante. “¿Qué se va a servir el señor?” preguntó la mujer en un perfecto acento español, “La especialidad de la casa” contesto él en un tono sin emoción alguna, “Perfecto” dijo la pequeña mujer antes de perderse entre las lámparas de papel, los pilares tallados a mano que mostraban a feroces dragones y sus lenguas bípedas; mientras la veía perderse entre las mesas llenas de gente comiendo y hablando, riendo algunos. Otros no. La cabeza comenzó a palpitar suavemente y después cesó solo para proceder a entumecerse. “Yo he estado aquí antes” Se dijo. Los ojos rojos y la garganta seca. Se apoyó plácidamente en la silla, apoyó el mentón en el pecho y dirigió su mirada hacia la calle a través de un ventanal a su izquierda. La bruma por fin lo cubría todo. Sólo una que otra mancha oscura atravesaba la blanca espuma iluminada por un farol muy lejano como para permitir ver con más claridad. Sin embargo su mente estaba clara, ni la mujer del bar, ni el amigo que no llegó, ni los años por venir le preocupaban. Sentía lo que algunas personas podrían definir como paz. Ya no sentía miedo a lo que podía venir porque desde el momento que puso un pie en el restaurante supo que su vida ya no estaba en sus manos.
El primer disparo provino desde afuera rompiendo el ventanal frontal y golpeando al cajero haciendo estallar su cabeza en mil pedazos. Una a una la gente a su alrededor comenzó a gritar y a correr tratando de escapar del asesino, que desde afuera y con una precisión casi quirúrgica parecía disfrutar como su arma deformaba los cuerpos de los que antes comían con tranquilidad. El espectáculo era grotesco, ensordecedor, “anti-higiénico”, pensó al ser salpicado por la sangre de una mujer sentada no muy lejos de él. Cincuenta mujeres, hombres y niños estaban siendo masacrados en su presencia, pero él no sentía absolutamente nada. Hambre quizás.
Se puso de pie y se dirigió lentamente hacia la cocina como si adivinara que las balas no lo tocarían, que no podían, que de alguna manera él estaba reservado para el final. “Yo he estado aquí antes”: Del bolsillo interior de su chaqueta sacó unos anteojos oscuros, “antes no estaban ahí” pero se los puso igual. Pasó al lava platos y se mojó el pelo peinándoselo hacia atrás. Tomó el primer plato que estaba a mano y comió disfrutando cada textura que se escurría a través de él. Desde su lengua hasta el estómago. Ese era él, todo lo que quedaba de él. Desde su lengua hasta el estómago. Levantó la vista justo en el momento en que dos estruendosas pisadas hacían acto de presencia en el restaurante, mientras que en su espalda, apretada al cinturón, el frío metal de una mágnum calibre 44 producía un escalofrió muy familiar, y de alguna manera extraña necesario. Sabía lo que venía, lo que tenía que hacer, así es que tragó un último bocado y no retardó más su suerte. Abrió la puerta de la cocina que conectaba con el salón principal. Los cadáveres extendidos en el piso parecían dormir como bebés recién alimentados, botando jugo de cada uno de sus maltrechos agujeros. “Te estaba esperando” dijo con una voz aguda y penetrante, una voz que salía del infinito universo más allá de todo. “Entonces que empiece la verdadera diversión”, dijo amenazante el hombre frente a él. Uno, dos, tres disparos, se sucedieron en fracciones de segundos. Los cuerpos de los contrincantes se desplazaban electrizados por toda la extensión del local, disparando, acertando, pero también recibiendo balas y cada una de ellas ardía como el mismísimo infierno. Este era el momento, el sublime final de una vida, la cúspide, la iluminación mas allá de toda pretensión jamás imaginada. Tirado en el piso, respirando fuerte y con sangre brotando de cada una de las partes de su cuerpo observa a su verdugo frente a él sonriente, complacido por la labor bien hecha. Un asesino ideal. Sólo la paz, sólo el silencio copan su mente puesto que está tranquilo, todas las respuestas ya están dadas. Sólo alcanza a oír el disparo y luego nada. Quizás una carcajada.
Lejos de todo aquello, arriba, distante y dichoso un dios se regocija de su obra. Ojalá pudiera atravesar la pantalla y estar ahí, ojalá el mismo pudiera agarrar la Uzi y matar a todos esos hijos de puta. Ojalá su vida no fuera tan aburrida. Pero para eso tiene la consola, para poder experimentar todas esas cosas que su vida y las leyes que la rigen no le permiten. Pero no es momento de pensar en todo eso ya ha pasado al tercer nivel y aquí es donde las cosas se ponen interesantes. “Un verdadero baño de sangre”, piensa mientras que controla la cámara dirigiéndola al rostro de Frederick Haizzler, el mafioso ruso que acaba de matar por contratación de la tríada china. Un rostro inexpresivo y quizás un poco burdo, “Puta el juego pa’ bueno”.
Comienza el tercer nivel.
Imagen: Drinking by ~Dakann