Todos los caminos llevan a Ballard

«Milagros de vida». Así se llama la recién lanzada autobiografía de J. G. Ballard (2009), en la cual repasa su infancia en un campo de concentración en China, los giros que le dio a la ciencia ficción, el ajetreado Londres de los años 60 y el cáncer mortal que actualmente lo carcome. Una excelente ocasión para repasar vida y obra de una de las mejores plumas de las últimas décadas.

Primer camino: La memoria

– ¿Has visto la bomba atómica?
– Durante un minuto entero, Basie. Una luz blanca, más fuerte que el sol, cubrió Shangai. Supongo que Dios quería ver todo.
(El imperio del sol, 1984)

A comienzos de los años 50, el joven Ballard cimentaba su carrera hacia la medicina. Como estudiante de aquella carrera, estaba expuesto a presenciar cadáveres todos los días. Y también a diseccionarlos para entender el organismo humano.

Mientras en las primeras sesiones varios de sus compañeros desertaron o vomitaron, Ballard permaneció impávido. Él podía trozar manos, piernas o cabezas para extraerles el cerebro, sin el menor asco. Y el hecho de que nada le pasara, se remontaba años atrás. A la primera etapa en la vida de este escritor.

Nacido en Shangai durante los años 30, James Graham Ballard y su familia eran parte de la colonia inglesa que residía en la China precomunista. Pese a que vivía refugiado en un ambiente de británicos millonarios, la impactante realidad oriental era imposible de evadir. Así lo recuerda Ballard en su reciente autobiografía:

«Los cadáveres yacían en las calles del centro de Shangai, regados con lágrimas por campesinas a las que nadie prestaba atención en medio del tumulto de transeúntes». Detalles como ese lo marcaron de por vida. Y la ciudad oriental se convirtió en la semilla de todas sus novelas y cuentos.

Años más tarde, desempolvaría todo en el libro que mezcla ficción con su historia personal: El imperio del sol (1984), donde narra los sucesos que le pasan a Jim, un niño inglés que vive con sus padres en Shangai y que cuando comienza la segunda guerra mundial termina abandonado en un campo de prisioneros.

Ahí, subsistiendo con magras porciones de arroz y el contrabando de víveres, Jim se da cuenta de que la vida puede ser bastante entretenida estando en guerra. Para empezar, los adultos pierden toda ese status que poseían en los tiempos pacíficos, por lo que las jerarquías se disuelven en un ambiente donde el único objetivo es sobrevivir y esperar que la guerra acabe.

Gracias en parte a la adaptación fílmica que hizo Spielberg del libro, El imperio del sol ha sido la novela más publicitada de este autor. Y pese a que muchos fans la consideran menos ballardiana de su bibliografía, no es así.

¿La razón? Hay que leerla como la demarcación de los terrenos en que Ballard plantearía el resto de su obra. O, para los que se inician, como una buena vía de ingreso a su mundo, ya que pase lo pase, escriba lo que escriba, Ballard siempre vuelve al Shangai de la segunda guerra mundial, esa ciudad donde las bombas se oían desde lejos. A esos terrenos devastados en que los aviones japoneses se enfrentan a los estadounidenses y el pequeño Jim ve todo como si fuera un juego.

De ahí que —en medio de los cadáveres cuando estudiaba medicina— haya llegado a la siguiente conclusión: «En cierto modo, estaba realizando mi propia autopsia de todos los chinos muertos que había visto tirados al borde de la carretera cuando iba al colegio».

Segundo camino: Ciencia ficción y novelas de anticipación

Si el futuro iba a estar construido de algo, iba a ser de una serie de elementos proporcionados por el consumismo. (Milagros de vida, 2008)

Luego de su infancia en Shangai, Ballard volvió a Londres. Como adolescente nunca encajó en ningún ambiente y al lado de lo que vivió en China, la gris realidad británica le parecía aburrida. Recorrió varias carreras y oficios, hasta que terminó como redactor en una empresa de publicidad. Luego se casó, tuvo tres hijos y tempranamente su mujer murió.

En los años 60, esta es la escena que le tocó vivir: Mientras afuera el swingin london bullía y las drogas se pasaban de mano en mano, Ballard sacaba al parque a sus tres hijos. Era un padre ejemplar que escribía por las mañanas y recogía a sus hijos del colegio por las tardes.

De todas maneras, de vez en cuando iba a fiestas con sus amigos escritores que eran parte de la onda contracultural, se fumaba un porro y se reía un poco. Pero ciertamente que un escritor algo calvo y panzudo no encajaba en el ambiente.

Por esos mismos años Ballard encaminó su carrera de escritor. Y lo cierto es que ninguna de las formas o estilos de la literatura de ese tiempo le atrajo. Por eso se acercó a un género relativamente nuevo: la ciencia ficción. Leyó ávidamente varios de los libros en boga de esa tendencia, pero, en un momento frenó. Y llegó a la siguiente frase: ¿qué futuro tiene el futuro?

Hace poco el hombre había llegado a la luna, por lo que la carrera espacial estaba desmantelando el sci fi: Todo lo que los escritores habían querido adelantar ya sucedía.

«Casi todos los relatos transcurrían en un futuro muy lejano, en el marco de naves espaciales o planetas extraterrestes. Aquellas historias sobre planetas, en las que la mayoría de personajes llevaban uniformes militares, no tardaron en aburrirme», recuerda en Milagros de vida.

Si por muchos años la ciencia ficción se había dedicado a investigar lo que sucedía afuera (el espacio exterior, digamos), ya era hora de centrarse adentro (el espacio interior). Esa es la primera vuelta de tuerca que hizo Ballard en cuanto al género fantástico.

La segunda es la conclusión de que escribir novelas futuristas puede significar tanto situarla en el año 3000 o en los próximos segundos. Ambas posibilidades suceden, si nos atenemos al término, en el futuro. De ahí otra de sus frases celebres: «Creo en los siguientes cinco minutos». Y de ahí que tildaran su trabajo como novelas de anticipación.

Sólo es cosa de pensar que años más tarde, llegaría un cowboy a la casa blanca. O estaría un otrora actor de películas de acción convertido en gobernador de California. O Lady Di moriría en una autopista de Francia por culpa de unos paparazzi. Todos hechos que parecen sacados de una trama ballardiana. Y para qué mencionar al calentamiento global (uno de los tópicos que se pasean recurrente y tempranamente por las historias de Ballard) o las escasez de recursos. Todos aspectos que, en el fondo, son una extrapolación de los terrenos baldíos de Shangai durante la guerra.

Tercer camino: Formas breves

Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades del presente.
(En qué creo)

Y dejando de lado sus novelas, otras de sus facetas son las formas breves. Su novela La exhibición de atrocidades (1969), sin ir más lejos, no es más que eso: Formas breves que se unen con un hilo invisible, en donde se narra desde el asesinato de Kennedy hasta el notable texto “¿Por qué quiero follarme a Ronald Reagan? ”. Una novela que hoy, en la era Internet, donde saltamos de una página a otra leyendo a veces sólo unas pocas líneas, parece encajar a la perfección.

El mismo Ballard conjetura sobre esto: «…y me pregunto si el uso extendido de Internet ha hecho que mi novela experimental sea mucho más accesible. Los párrafos cortos y las interrupciones de los correos electrónicos, los textos solapados y la necesidad de desviar la atención entre temas inconexos crean un mundo fragmentario muy similar al texto de La exhibición de atrocidades». Un libro donde todos los trozos narrativos apuntan a la siguiente pregunta: ¿cómo ir digiriendo el futuro inmediato, ese futuro que ya casi es presente?

Por otra parte están sus cuentos reunidos en varios volúmenes sueltos, dentro de los cuales el más recomendable es Mitos del futuro próximo (1982).

Ahí están las típicas obsesiones de Ballard: Los campos de concentración japoneses («El tiempo de los muertos»), una enfermedad degenerativa que va afectando a la humanidad («Noticias del sol») y el más bizarro de todos (“Zodiaco 2000”), donde luego de una experimento, el horóscopo queda reinventado en clave astronáutica e informática.

Otro de los relatos reconocidos –y que Borges alabó varias veces– es “El gigante ahogado” (puedes leerlo acá), la historia de un cadáver inmenso que termina varado en una costa, y sobre cómo la gente del sector termina destrozándolo. Para muchos, una metáfora del daño que le está haciendo el ser humano a la Tierra.

Y a propósito de esto, una de las grandes ausencias que uno se percata al pasar las páginas de Milagros de vida es que Ballard no haga mención a su veta de cuentista por ninguna parte.

Última parada: !Crash!

En el futuro, la violencia se transformará sin duda en una valiosa forma de cohesión social.
(Rascacielos, 1974)

Y así se llama su novela más famosa: Crash (1973). La trama va sobre un grupo de yuppies londinenses que forman un club. Uno en donde chocan autos a la vez que mantienen relaciones sexuales. Una oda a la modernidad, a los edificios de concreto y las grandes autopistas que se amplían.

La novela era de esperar, dejó la crema en su tiempo. Y no sólo eso: David Cronenberg (otro de los deudores de la estética ballardiana) hizo una conocida adaptación del libro a la pantalla grande 23 años después. ¿Resultado? Más polémica, más censura.

Todo esto es repasado por Ballard en Milagros de vida. Lo hace con un tono de congoja por el hecho que dos décadas después de escrita la novela, el mismo conservadurismo parecía mantenerse vigente.

Más allá de considerarla una novela morbosa, hay que mirar Crash como una disquisición artística. A Ballard se le debe tanto como, digamos, a Andy Warhol. Ambos toman símbolos pop y los distorsionan a su antojo, basándose en la dinámica de reciclar materiales y crear arte en base de eso.

Ahí está Warhol quien moldeó la figura de Ho Chi Minh y la hizo un cuadro pop, y ahí Ballard quien toma un tema de la vida contemporánea como las carreteras modernas y escribe una novela.

A estas alturas el virus ballardiano ya se coló en los escritores jóvenes. Desde Martin Amis, atravesando por William Gibson (padre del Cyberpunk) hasta llegar a Chuck Palahniuk:Imposible pensar en algo como El club de la pelea (1996) sin pasar por el cedazo de Crash (1973).

De hecho en Rant (2007), la última novela de Palahniuk traducida al español, un personaje dice: “Estar involucrado en un accidente de automóvil me ha llevado más cerca de esa iluminación que ningún ritual o ceremonia religiosa en la que haya participado alguna vez”. Un tributo claro a Ballard y sus autos chocantes.

Una última acotación: La vida entera de Ballard ha sido una sucesión de momentos crash. Desde que vivió en Shangai y presenció las bombas caer desde los cielos; pasando al momento en que decidió tomar la ciencia ficción para hacer un crash con el género; y terminando en, justamente, la novela que lleva este nombre.

No son los únicos choques en la vida de Ballard: En las últimas páginas de Milagros de vida anuncia que tiene cáncer terminal. Y Ballard debe ser el único escritor que narra esta enfermedad con la misma pasión de sus novelas. Cuenta sobre cómo sus huesos están siendo carcomidos desde dentro pero sin caer en sentimentalismos o trucos narrativos de autoayuda. De hecho lo hace con la misma facilidad y tranquilidad que describe un choque de autos o las escenas de chinos muertos. Y nada de eso es raro: Acostumbrado a manipular cadáveres en su juventud, Ballard sabe que nos vamos convirtiendo progresivamente en uno. Y que, al final, todo esto termina el día en que nos vamos a negro. ¡Crash!

Publicado originalmente en memorystick (zona.cl)

Imagen: david russell talbott’s pulpcore

7 thoughts on “Todos los caminos llevan a Ballard

  1. De él leí «Mundo Sumergido». Ahora que lo pienso bien, era una novela muy interesante, de un mundo sobrecalentado e inundado por las aguas del mar.

    Que mala suerte!! ¿Cuantos autores importantes se nos han ido en menos de dos años?

    Recuerdo a Clarke, Farmer, Crichton, Hugo Correa y ahora Ballard!

    De paso, y sin broma, también falleció Corin Tellado esta semana. La dama escribió 4000 novelas en su vida! Cuatro mil!! Diez veces más que la producción de Asimov.

  2. Releeré «Crash» in memoriam. Ahora, a conseguir un par de libros de Ballard que quería, antes de que suban de precio…

  3. Ballard es tremendo, es uno de los responsables de que me sienta cercano a la ciencia ficción. Los tiempos y espacios Ballardianos son secos, enormes y aterradores. Incluso Crash tiene eso, fraseos inospitos, al tiempo que humanos.

    Ballard es de los que vale la pena, y lo digo con responsabilidad, en mis talleres lo doy como lectura, aún más allá del Imperio del Sol, que al menos sirvió para que mi ‘eñora lo conociera.

  4. No he tenido la oportunidad de leer a Ballarard, pero vi crash de cronenberg, y si que es una pelicula fuerte, fascinante, bizarra .
    Ahora que ha muerto, seguro muchos lo «redescubrirán». De hecho en mi liberería amiga, entré el mismo día despues de leer este artículo(antes de que muriera ballard), que me entusiamó bastante, y me hizo sentir algo ingenuo, por no tener mucha idea de acerca de este autor, y pregunté por zodiaco 2000, pero no habia siquiera un título de él. Hoy volví sólo a vitrinear, y lo primero que me encuentro en vitrina es :Milagros de vida de J. G. Ballard.
    no me gusta decir «lamentble fllecimiento», ya que talvez el cancer lo tenía sumido en un dolor inmenso, que la muerte acabó.

  5. Por lo menos su muerte sirve para que suban de precio Crash, El imperio del sol, el mundo de cristal, Hola, america y noches de cocaina que estaban baratisimos en la TXT… 🙁 Menos mal que me los compre antes.

    Tengo hartas ganas de leer Milagros de vida, sobre todo por lo interesante y lùcido que era para escribir.

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