Melek Taus

6

«Tendré que esperar a que regresen los hombres de Goyeneche para saber qué busca Armund en Skold», se dijo Pavel mientras regresaba a su cómodo sofá. En ese preciso instante sonó nuevamente el intercomunicador.

—¿Sr. Yvanovich? —dijo la secretaria del otro lado de la línea—, hay un joven aquí que solicita audiencia. Dice ser hijo del Dr. Armund K.

—¿Qué?, hágalo pasar de inmediato.

La puerta de roble tallado de la oficina de Pavel se abrió dando paso a un joven de unos dieciséis años, de contextura atlética, con el cabello muy negro, piel bronceada y rasgos faciales muy finos. Vestía un extraño traje de color azul y apariencia plástica, con el diseño de un relámpago plateado que le cruzaba todo el pecho.

—Aramis, presumo —dijo Pavel.

—Presume bien Sr. Gobernador —respondió cortésmente el notable muchacho—. Mi padre me envió a anunciarle nuestra llegada a su hermosa ciudad.

—Me dijeron que ustedes se encontraban a dos días de aquí…

—Así es, a la locomotora le tardará un par de días recorrer la distancia que la separa de Skold, y por cierto debo regresar antes que se enfrié mi desayuno. ¿Tiene algún mensaje para mi padre?

—¿Vienes corriendo desde la locomotora?

—Mi fama de velocista me precede —dijo el joven aparentando falsa modestia—. Sí Sr. Gobernador, no me ha tomado más que diez minutos y ningún esfuerzo llegar aquí. ¿Algún mensaje para mi padre?

—Eh… nada más que es bienvenido en Skold, sea cual sea el motivo de su visita. ¿Requieren de alojamiento?

—Sólo un sitio tranquilo donde estacionar nuestro vehículo.

—Pueden hacerlo en mi estancia si así lo desean, está lo bastante apartada de la ciudad.

—La célebre Estancia Sklod, lugar de nacimiento de Constanza. Hacia allá nos encaminaremos, Sr. Gobernador. Gracias por su oferta.

—Si quieren les puedo proporcionar un guía, e incluso una escolta que los lleve hasta allá.

—No será necesario, gracias por su amabilidad, nos veremos en un par de días —aseguró el joven antes de desaparecer.

—Srta. Lourdes —dijo Pavel apretando el botón que le comunicaba con su secretaria.

—¿Dígame Gobernador?

—Comuníquese con Goyeneche de inmediato.

—Sí Señor.

—Dígale que no envié a sus hombres y que si lo hizo que se regresen. No quiero que nuestra ilustre visita se sienta intimidada de forma alguna.

—De acuerdo Señor. «No nos conviene contrariarlo», pensó Pavel Yvanovich.

7

El Dr. Armund K arribó poco después del atardecer, tal y como Pavel esperaba. Su famosa locomotora era un vehículo imponente, mucho más grande de lo que el Gobernador esperaba. Cómo diablos se movía semejante mole con tanta velocidad y sin necesidad de combustible era una de las tantas preguntas que Pavel había presupuestado no formular considerando que ni el mismo Dr. sabría cómo contestarlas.

El primero en descender del ingenio mecánico fue la ya familiar y atlética figura del joven Aramis; le siguió un individuo de estatura más bien baja pero de hombros anchos y brazos tan gruesos como sus muslos, Ross no poseía cabello alguno sobre su cabeza y lucía un cuidado y anacrónico bigotillo. Ambos hombres se quedaron de pie, uno a cada lado de la puerta de la cual finalmente bajó el célebre Dr. Armund K. del brazo de su hija Genivania de ensortijado cabello castaño que vestía un corsé negro y medias de liga. Incómodo, Pavel se dio cuenta que estaba experimentando una erección ante la muchacha y rápidamente intentó apartar aquellos pensamientos lujuriosos que poblaban su mente.

Armund a sus sesenta y dos años lucía como de cincuenta. Daba la impresión de ser una persona de contextura gruesa debido a su rostro redondeado y sus pequeños pero vivaces ojos muy cercanos al puente de su fina nariz de diminutas fosas nasales, pero la verdad es que era un poco más delgado que el mismo Pavel.

El Gobernador y sus invitados intercambiaron las cortesías de rigor y luego ingresaron a la hacienda donde fueron recibidos por la impresionante Matilde que cual cariátide de mármol, hacía que la vieja estancia no tuviese nada que envidiarle al Erecteion de la acrópolis Ateniense.

Pavel invitó a sus huéspedes a hacer uso de las habitaciones de la estancia si así lo deseaban, pero el Dr. Armund declinó cortésmente aduciendo que ellos siempre dormían dentro de la locomotora.

—¿Me acompañarán a cenar por lo menos? —preguntó el Gobernador.

—Por supuesto —contestó Armund—, estoy ansioso por degustar la comida Sklod. Pero antes me gustaría que nos diese un recorrido por su hacienda, si no le importa.

—No, para nada, por aquí por favor.

Pavel llevó a sus invitados a recorrer la estancia cuya decoración era profusa en reliquias históricas y antigüedades que amoblaban los distintos salones y los cuartos del piso superior demostrando todo el esplendor de los estancieros argentinos del siglo XIX. Por supuesto que no los llevó al dormitorio principal (que ocupaba el viejo Drazen) ni al cuarto de Constanza (de cuya pared nunca habían podido borrar esa horrenda mancha de materia gris y sangre seca) pero sí a las otras habitaciones, todas con grandes chimeneas y balcones desde donde Pavel solía disfrutar de los colores, sonidos y aromas propios de la vida de campo… antes que Constanza decidiera marcharse…

Tras el recorrido, Pavel y sus invitados se sentaron a una mesa para doce personas en lo que fuera el antiguo gallinero donde von Kotzebue mantenía a sus pavos reales, convertido ingeniosamente por Pavel en una amplia sala de reuniones. La cubertería había sido dispuesta para que los seis comensales se sentaran de a tres a cada costado de la mesa. Armund se sentó con los mellizos a un lado, y Pavel junto a su señora y el silencioso Ross del otro.

Los huéspedes disfrutaron, entre otros platos, de una exquisita pierna de cordero con dulce de rosa mosqueta, guiso de carne de jabalí y liebre patagónica a la cacerola, todo esto acompañado de abundante vino y torta galesa de postre. El Dr. Armund y Ross comieron todo cuanto se les puso por delante mientras que Aramis y Genivania, que se la pasaron bromeando cómplicemente entre ellos durante toda la velada, apenas sí probaron el guiso.

Mientras comían, el Dr. alabó las artes culinarias del cocinero, preguntó por el estado de salud de von Kotzebue y dijo haberse cruzado con la Mesías Constanza y sus seguidores hacía un par de meses. Habló de los lugares que él y sus hijos habían visitado y de cómo capturaron a esos dos pequeños demonios que bautizó como Heckle y Jeckle, a quienes mantenía encerrados en una jaula al interior de la locomotora. Cuando Armund por fin se calló, Pavel pudo preguntarle qué lo traía hasta Skold.

—Sólo estamos de paso, veremos en qué puedo ayudar a sus electores, Sr. Gobernador y luego partiremos a Chubut. He oído que Skold muy pronto se convertirá en la nueva capital de la Patagonia.

—Así es —confirmó Pavel—, pese a todo el lobby que han hecho los de Chubut para arrebatarnos el privilegio.

—Hay muchas cosas que podría reparar aquí, Dr. —interrumpió Matilde, embelesada con Armund.

—Pues encantado las repararé, y si no pueden ser reparadas, pues inventaré unas nuevas.

—Siempre he querido saber cómo es que puede inventar y reparar cosas sin saber ómo hacerlo, Dr. —dijo Pavel fastidiado ante la excesiva atención que Armund estaba recibiendo por parte de su esposa.

—La invención es una forma de arte, Gobernador, y no es más lógica que componer música o escribir poemas —respondió el aludido.

—¿Escribe poemas usted, Dr.? —preguntó melosamente Matilde—, me encanta la poesía.

—A mí también pero lamentablemente no poseo la habilidad para escribirla, aunque tengo un hijo que es un gran poeta…

—¿Me está diciendo que la inventiva y la creatividad son una forma de arte cerrada al análisis científico? —interrumpió Pavel.

—Bueno, sé que existe consenso en que tanto la creatividad como la inventiva pueden estudiarse empleando el método científico, pero los resultados siempre me han parecido insatisfactorios. En cuanto a mí, dichas investigaciones ciertamente no se aplican. Durante veinte años los grandes cerebros del Pentágono intentaron averiguar cómo es que yo utilizaba y recuperaba información para idear soluciones innovadoras a los problemas y cómo dicho conocimiento era transformado, elaborado y empleado por mi mente. ¿Cómo podrían entender algo que ni siquiera yo entiendo, algo tan imposible como atrapar un arcángel?

—Sin embargo usted pudo capturar a dos de ellos —mencionó Matilde.

—No en realidad —explicó Armund—. Heckle y Jeckle no son arcángeles en estricto rigor, son, por decirlo de alguna manera…

—Mutantes, como usted y sus hijos —espetó Pavel.

Un incómodo silencio reinó en el comedor seguido de una intensa mirada de odio por parte de Matilde a su marido.

—Vaya, esa es una palabra que no escuchaba hace mucho tiempo —dijo calmadamente Armund—, es como oír algo dicho por mi abuelo.

—Propongo que brindemos por los mutantes —dijo Aramis poniéndose de pie, seguido por todos los demás. A Pavel no le quedó otra sino imitar a sus contertulios.

—¡Por los mutantes! —exclamó Armund.

—¡Por los mutantes! —repitió el resto para luego volver a sentarse.

—¿Entonces le ha gustado la estancia? —preguntó Matilde cambiando rápidamente de tema.

—Sí, pero tengo entendido que ustedes no residen aquí, ¿no es verdad?

—Así es, mi marido aborrece este sitio.

—Tengo mis razones —explicó Pavel.

—Por supuesto —afirmó Armund dando a comprender que conocía muy bien las razones—. En este lugar por lo tanto sólo habita el Sr. von Kotzebue y sus sirvientes.

—Así es, y una vez que el viejo muera esperamos convertir este lugar en un hotel para recibir a los peregrinos —sentenció Matilde.

—Ah, sí. Los que vienen a orar ante el árbol donde se apareció Melek Taus ¿no?

—Se trataba de un arcángel, común y corriente mi buen doctor —corrigió Pavel—, no de la falsa deidad tercamente adorada por mi suegro.

—Disculpe usted, Gobernador, ¿pero quien osaría en estos tiempos poner en duda la existencia de seres sobrenaturales o de naturaleza divina?

—Sé lo que vi, eso no era Melek Taus.

—¿Y cómo lo sabe? Las inteligencias descarnadas pueden adoptar muchas formas. Lo han hecho a lo largo de toda la historia de la humanidad y los arcángeles no son más que una de sus materializaciones más recientes. A fines del siglo pasado les llamaban alienígenas y OVNIs, antes de eso hadas y fantasmas.

—¿Es usted un yazidi, Dr. Armund? —preguntó Pavel alzando una ceja.

—Respeto las creencias y religión de mis ancestros armenios.

—Mi suegro es de ascendencia kurda.

—Lo sé, Gobernador y eso es algo que nos hermana. Ambos tenemos raíces en la sagrada Kurdistán repartida infamemente entre Turquía, Iraq, Irán y Siria. Ambos somos miembros de la diáspora kurda y creemos en Melek Taus.

—En Lucifer.

—Ese es un prejuicio y un error bastante común cuyo origen se debe al otro nombre dado a Melek Taus es el mismo de Satán en el Corán: Shaytan. Sin embargo, la palabra Tauz deriva de las palabras griegas Zeus y Theos aludiendo a Dios y no al diablo. Malak Ta’us es el Ángel de Dios y es así como nosotros los yazidis visionamos a Melek Taus, líder de los arcángeles. Él estaba presente cuando Adán vivía en el Paraíso, y cuando Nemrud arrojó a Abrahám al fuego y Dios le dijo: «Tú eres el amo y Señor del mundo», y le otorgó siete tierras y tronos del cielo…

—Disculpe Dr. Armund, pero la religión no es mi fuerte y prefiero evitar discutir sobre ella.

—Extraño viniendo de un político como usted —comentó Genivania quien había estado callada hasta ese momento—. Los de su clase suelen tomar partido por una u otra tendencia religiosa, la que cuente con mayor adherentes entre sus electores.

—Créeme, exquisita muchacha, que ese no es mi caso —replicó Pavel sorprendiéndose del tono lascivo de sus palabras.

—Mi marido —dijo Matilde remarcando la segunda palabra— es ateo.

—Agnóstico querida —corrigió él.

—¿Existe alguna diferencia?

—Peores que los ateos son los agnósticos —afirmó Aramis— ya que de acuerdo a estos últimos la existencia o no de un dios es desconocida y por lo tanto irrelevante.

—En mi parecer la existencia o inexistencia de un dios no es irrelevante por ser desconocida —replicó Pavel—, sino por no obtener ninguna certeza al respecto. Un problema sin solución no es un problema, ¿no es verdad Dr. Armund?

—Touché —respondió el aludido—. ¿Cómo explica entonces la presencia de los arcángeles, Gobernador? ¿Es de los que creen que se trata de seres fabricados mediante ingeniería genética?

—Tal vez, la verdad es que no dedico mucho tiempo a pensar en ellos, tengo una ciudad que administrar después de todo y gente por los cuales velar. Lo único que puedo decirle es que el arcángel que bajó a devorar el cuerpo de mi esposa era como todos los otros. Ni una anomalía como sus querubines y mucho menos Melek Taus.

—¿Sabía usted que su hija Constanza dice ser hija de Melek Taus? —arremetió Armund.

—No tenía… idea—respondió Pavel.

—Una muchacha extraordinaria sin lugar a dudas. No me sorprendería que sea quien dice ser.

—O eso o es una mutante —comentó divertida Genivania motivando la risa cómplice de su hermano.

—He oído que el Sr. von Kotzebue es inmortal, ¿recibió el don de su nieta acaso? —preguntó Armund que parecía no querer abandonar el delicado tema.

—No —contestó secamente Pavel—, ese apodo se lo ganó hace muchos años atrás debido a una vieja historia que se inventó.

—Esa que afirma que bebió de la fuente de la mítica Ciudad Errante.

—Eso asegura él pero, ¿me puede explicar usted Dr. qué clase de inmortalidad es esa que no va aparejada de eterna juventud?

—Mmmh, me recuerda el caso de Titono —replicó Armund.

—¿Titono?—preguntó Pavel.

—Sí, el esposo o hijo de Eos en la mitología griega. La diosa consiguió la inmortalidad para él pero olvidó pedir que se le concediera la eterna juventud y Titono siguió envejeciendo. Llegó a un estado tan deplorable que se le transformó en cigarra.

—A Titono le dio Zeus como gracia un mal eterno: la Vejez, que es mucho peor que la espantosa muerte —acotó Aramis.

—Minmnermo de Colofón —agregó Genivania—, el Fausto de Marlowe fue más inteligente, ¿no es así Ross?
El fornido primogénito del Dr. Armund asintió con la cabeza y por primera vez desde su llegada abrió la boca para una función distinta a la de comer y dijo como si repitiese de memoria:

—Seeing Faustus hath incurrd eternall death,
By desprate thoughts against Ioues deitie;
Say, he surrenders vp to him his soule,
So he will spare him 24 yeeres,
Letting him liue in voluptuousnesse.

—Tiene unos hijos muy letrados, Dr. —dijo admirada Matilde.

—No podría ser de otra forma ya que su educación ha estado a mi cargo. Estoy orgulloso de todos mis hijos, por supuesto, pero en especial de estos tres.

—Se dice que tiene más de ciento cincuenta hijos —agregó Matilde admirada.

—¿Eso dicen? Pues me temo que la cifra no se acerca a la realidad. ¿Cuántos hermanos tienen, Genivania y Aramis?

—Trescientos noventa y cuatro, padre —respondieron a coro los mellizos.

—¿Y usted mi querida Matilde, es madre?

—No aún —dijo reflejando toda su frustración en el rostro. Mi esposo es…

Antes de terminar la frase Matilde recibió una bofetada de Pavel. Indignada se paró cuan alta era de la mesa y con ambas manos empujó al Gobernador que cayó de espaldas con silla y todo.

—Les pido mil disculpas —dijo Matilde calmadamente—, es mejor que me retire. Buenas noches.

8

Pavel jamás habría soñado con golpear a Matilde, no sólo porque a su lado se sentía como Gulliver junto a Glumdalclitch sino porque nunca había golpeado a nadie ¿Era acaso un hombre débil como le dijera Constanza?

«Todo es culpa del Dr. Armund y su progenie maldita», reflexionaba sentado en la mecedora de la terraza preguntándose cómo podría deshacerse de quien ahora consideraba un enemigo.

El Dr. Armund interrumpió sus meditaciones al asomarse fuera de la estancia fumando una extravagante pipa.

—¿Le importa si le acompaño?

—Es libre de hacer lo que quiera.

—¿No se marchará al palacio de gobierno esta noche?

—No, nos quedaremos aquí. Partiré por la mañana.

—Está usted molesto conmigo.

—Tengo mis razones.

—No lo dudo. Además de mi talento por reparar e inventar artefactos siempre he sido irresistible para las mujeres.

—La humildad ciertamente es un talento del cual no fue dotado, mi buen doctor.

—No lo crea, alguna vez la poseí, antes de perder mi brazo y pierna en aquel desafortunado accidente. Para cuando fundé Armundia la había perdido por completo.

—Y dígame, ¿por qué abandonó su utopía?

—Aburrimiento, me sentía estancado, confinado. Pertenezco a una raza nómada y deseo pasar mis últimos días recorriendo el mundo.

—A juzgar por su buen estado de salud no está viviendo sus últimos días precisamente.

—Aunque no lo crea así es. Moriré dentro de los próximos nueve meses.

—¿Y cómo lo sabe?

—La venganza de los querubines.

—¿Perdón?

—Heckle y Jeckle me lo dijeron en represalia por haberlos capturado. Los pequeños bastardos se negaron a señalarme el día exacto, sólo me dijeron que dentro de un año… ya van tres meses de aquello.

—¿Y usted les cree a esas… cosas?

—Sí, después de todo, ¿no son acaso los mensajeros de Dios? —dijo Armund socarronamente.

—Pensé que nadie jamás había logrado comunicarse con un arcángel.

—Comete usted una y otra vez el error de tomarlos por arcángeles cuando son algo distinto, similar pero a la vez muy distinto.

—¿Saben sus hijos de su inminente deceso?

—Sí, no tengo secretos para ellos.

—¿Y le dijeron los querubines cómo morirá?

—No, pero lo que importa no es la forma sino el fondo. Y el fondo es la muerte. La no-existencia.

—¿No cree acaso que su alma inmortal será ascendida al Reino de Dios tras ser devorada por los arcángeles?
Armund soltó una estruendosa y larga carcajada.

—¿Qué pensaría usted, Sr. Gobernador, si yo le dijera que efectivamente y tal como muchos sospechan los mentados arcángeles no son más que constructos biológicos del Pentágono?

—¿Lo son? —preguntó Pavel abriendo excesivamente los ojos.

El Dr. Armund asintió con la cabeza:

—Yo mismo vi cómo hacían crecer esas cosas en tanques amnióticos, amigo mío. Los arcángeles son híbridos transgénicos diseñados por los mismos hijos de puta que crearon la Plaga.

—¿Me está diciendo que tanto la Plaga como los arcángeles fueron los instrumentos de la Gran América para apoderarse del mundo?

—Eso es lo que le estoy diciendo. Claro que obtuvieron ayuda externa, de cierto científico suizo hoy convertido en el jefe de estado de la Nueva Confederación Helvética. Todo esto es una gran farsa, Gobernador. Los querubines no son más que un experimento fallido que se les escapó a los chicos del Pentágono. Tienen facultades psiónicas, como mis hijos, yo y la propia Constanza. En efecto son mutantes y muy buenos a la hora de predecir el futuro. ¿Qué me dice ahora que he descorrido para usted el velo de maya?

—No sé si creerle del todo, es decir, todo lo que dice tiene lógica, parece consistente pero…

—El ángel que se llevó el cadáver de su esposa, sin embargo, era distinto, ¿no?

—Sí, estoy seguro que no era un transgénico, aunque tampoco creo que haya sido Melek Taus.

—¡Por supuesto que no era Melek Taus! Tampoco era un transgénico sino un cyborg, un organismo cibernético si me entiende… no está vivo como los arcángeles, ni siquiera posee inteligencia autónoma. Es un instrumento de contra-propaganda implementado por el Pentágono para reforzar la creencia en Melek Taus. No es más que una marioneta operada a distancia por los agentes del Pentágono.

—¿Y qué hicieron con el cuerpo de mi esposa?

—Lo deben haber cremado seguramente, esa es la práctica común por lo que he averiguado.

—No entiendo nada. ¿Por qué el brazo armado de la Nueva Iglesia Católica habría de fortalecer mediante engaños las creencias yazidis?

—Control, mi estimado amigo. Todo se trata de control. Por medio de su falso Melek Taus los chicos del Pentágono podrán controlar a los yazidis más crédulos para luego exponer a su dios como una farsa. Dejarán que el yazidismo se fortalezca y luego expondrán al falso Melek Taus como un robot construido por la misma congregación para ganar adeptos. Engordarán al credo para luego devorarlo como han hecho desde siempre. Es la forma en que operan. Veo por la expresión de su rostro que está abrumado por el amplio abanico que se despliega ante su mente, le cuesta procesar todo lo que le he dicho pero en su corazón sabe que es la verdad. Entienda usted que hubo una época anterior a la Plaga cuando la gente para creer en Dios no necesitaba de pruebas físicas, adoraban imágenes, estatuillas de santos y crucifijos. Y la fe comenzó a declinar, y la gente comenzó a pensar de manera independiente y eso era una amenaza para los viejos poderes. La religión siempre ha sido una forma de atar al ser humano como a un perro a un poste. Fue así como los poderes por sobre los poderes decidieron crear la Plaga y darle al mundo a los arcángeles. Funcionó muy bien pero los seres humanos nos acostumbramos a todo. Los arcángeles ya no nos maravillan. Se intentó crear nuevos agentes religioso-distractores como los querubines y los ángeles tipo Melek Taus que no son más que un upgrade, la versión 2.0 de los arcángeles carroñeros. Ellos no se comen a nuestros difuntos sino que se los llevan cual psicopompos plácidamente al Reino… Kingdome myass!

Tras aquél improperio, Armund calló. La mente de Pavel estaba demasiado confundida como para articular palabra alguna.

—Buenas noches, amigo mío —dijo el Dr K. poniéndose de pie—. Si desea puede desayunar conmigo antes de marcharse a su oficina. A esos de las seis de la mañana, me levanto temprano. Ya sabe, carpe diem…

9

Al día siguiente, a las seis en punto Pavel estaba llamando a la puerta metálica de la locomotora. Le abrió Genivania, apenas vestida con ropa interior.

—Sr. Gobernador, bienvenido a nuestra casa, pase usted —dijo la esbelta muchacha.

—Er… vengo a ver a tu padre… —murmuró Pavel barriéndola con la mirada de pies a cabeza.

—Por supuesto, papá le está esperando en la cocina, por favor acompáñeme.

Genivania cogió la mano de Pavel y lo condujo por un estrecho pasillo a una pequeña habitación rodeada de todo tipo de artilugios mecánicos con una mesa al centro. El Dr. Armund ya estaba bebiendo su café.

—Buenos días Sr. Gobernador, tome asiento. ¿Té o café?

—Café, por favor.

—¿Con leche? —preguntó Genivania.

—Sí co… con leche —consiguió articular Pavel con los ojos clavados en el generoso pecho de la chica. Cuando ella se dio vuelta no pudo evitar fijar la vista en aquellas nalgas perfectas, como esculpidas por el divino Michelangelo.

—¿Desea algo más, Sr. Gobernador?, tostadas, ¿jugo de naranja tal vez? Te deseo a ti, perra» pensó Pavel pero en realidad dijo:

—No gracias, no acostumbro a ingerir alimentos tan temprano.

—Bueno, si me disculpan me vuelvo a la cama entonces —dijo la chica y se marchó por el mismo pasillo por donde habían entrado. Pavel la siguió con la vista hasta que desapareció en las penumbras.

—Como puede notar la temperatura al interior de la locomotora es bastante alta por lo que solemos andar desnudos. Para no incomodarle es que nos hemos vestido, un poco.

—Es usted muy considerado —contestó Pavel.

—Le gusta mi hija, ¿no es así Sr. Gobernador?

—¿Disculpe?

—Vamos, usted y yo somos dos viejos zorros. He visto cómo no podía quitarle los ojos de encima a Genivania desde ayer por la tarde. Apuesto que no sólo ha estado meditando en torno a mis revelaciones durante la noche y dado que su mujer y usted durmieron en camas separadas no descartaría que se haya tomado un descanso en sus reflexiones para masturbarse pensando en mi hija.

—¡Me ofende usted! —contestó Pavel aunque lo que Armund decía era completamente cierto.

—¡Políticos! —exclamó el Dr. K—, todos ustedes son iguales. Si no pudiesen ocultar o manipular la verdad a su favor supongo que se quedarían sin trabajo después de todo.

Pavel, sonrojazo, se limitó a guardar silencio.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —dijo Armund mientras sorbía su taza de café.

—Puede hacerla, Dr., pero no garantizo respuesta.

—¿Quién es el padre de Constanza? Porque tras el triste espectáculo que nos tocó presenciar en su casa me queda claro que no es usted.

—Es cierto, la «Mesías» no es mi hija. Cuando Matilde y yo nos casamos ella quería tener un hijo a toda costa. Era algo que le hacía muy bien a mi carrera política así que estuve de acuerdo pero por más que lo intentamos no pasó nada. Nos hicimos los exámenes correspondientes y resultó que soy infértil. Hasta el día de hoy sigo sin descubrir con quién se acostó Laleshka para engendrar a Constanza.

—¿Ella no se lo confesó?

—Antes de morir me dijo que el padre de Constanza era…

Pavel guardó silencio pero el Dr. se apresuró en completar la frase:

—¿Melek Taus?

—Sí —admitió Pavel— ¿puede creerlo?

—Puedo creer en que ella creyese eso, Gobernador. La verdad es que su esposa fue inseminada a larga distancia. El embrión fue teleportado desde el Pentágono al vientre de su esposa.

En este punto, Pavel consideró que las teorías conspiratorias del Dr. Armund K. se estaban tornando cada vez más que absurdas. ¿Iba a decirle ahora que los del Departamento de Defensa de la Gran América tenían enjaulado a Dios en el sótano del Pentágono? Aún así, Pavel decidió seguirle la corriente a su interlocutor.

—Sé que sus amigos poseen tecnología para ir de un lugar a otro y de hecho es así como creo enviaron al asesino de mi hija…

—No, mi estimado amigo, si bien la teleportación mecánica existe nada vivo puede llevarse de un lado a otro sin matarlo en el proceso. La teleportación de la cual le hablo es realizada por un agente del pentágono de formidables poderes psiónicos. George Bardo, el «mutante» más poderoso del planeta… hasta ahora.

—¿Y según usted fue este tipo quien inseminó a distancia a mi esposa?

—En efecto. Las habilidades curativas de Constanza son producto de años de experimentación. Como sugiriera Genivania anoche, ella es un mutante como nosotros. O más bien una «mutada». Los mutantes surgimos espontáneamente, somos los monstruos viables de la naturaleza. Los mutados en cambio son fruto de los experimentos de los hombres. El propósito de Constanza es similar al de los ángeles, obedece a las mismas razones de propaganda. ¿Sabía usted mi estimado amigo que la palabra «propaganda» nace de una congregación de cardenales vaticanos de inspiración tridentina? El término exacto empleado en aquella época era el de propaganda fide, «para la extensión de la fe». La iglesia católica ha usado y abusado de la imagen para ganar adeptos en sus inicios, para asustarnos con sus seres infernales durante el medioevo, para luchar contra la reforma y últimamente para dominar al mundo. Nada ejemplifica mejor la propaganda de la Iglesia que sus ángeles que no son otra cosa sino el resultado híbrido de un extraordinario programa hebreo de entrecruzamiento original de seres sobrenaturales egipcios, sumerios, babilonios y persas. El segundo concilio de Nicea en el año 787 decretó que era legítimo representar a los ángeles en cuadros y esculturas y esa decisión de la Iglesia primitiva alteró para siempre toda la evolución de la imaginería cristiana dejando en manos de pintores y escultores gran parte de la responsabilidad de dar forma corpórea a los mensajeros de Dios. Un nuevo concilio a fines del siglo XX determinó que los ángeles debían ser representados ahora en «carne y hueso» si es que debían cumplir con su propósito propagandístico original. Esta vez no fueron los artistas sino los ingenieros biogenéticos quienes tuvieron a cargo la tarea de dar forma ‘real’ a los ángeles. Como ve todo es propaganda, mi estimado Gobernador.

—Pero al resucitar a los difuntos y sanar a los enfermos Constanza está arrebatándole su alimento a los arcángeles, de alguna forma está haciendo contra-propaganda al «Reino Celestial», ¿no?

—Como ocurre con los falsos Melek Taus, incluso esa contra-propaganda está planificada por los cerebros del Pentágono. Nada es casual, todo obedece a las visiones oraculares del agente Bardo.

—Tampoco lo es su presencia aquí en Skold, ¿no?

—You are a wise person indeed, Gobernador Yvanovich —aseguró Armund—.

Déjeme que le explique algo sobre el futuro, nuestro futuro. Uno de los grandes argumentos contra la existencia de Dios es su «omnisciencia». Si él ya sabe todo lo que fue, y será no existe el libre albedrío para nosotros, pobres mortales. Estaríamos condenados a cumplir nada más que nuestros roles.

—Pero usted me dijo que los querubines predecían el futuro, que habían visto su muerte…

—¿Está familiarizado con la física quántica, Sr. Gobernador?, ¿con la teoría de Everett?

Pavel negó con la cabeza.

—Baste decir que cada uno de nosotros, cada ser es como una barca que avanza por un río que se va ramificando. Los querubines ven son todas esas posibles ramificaciones. Ahora suponga que yo decido virar a la izquierda por una de esas miles de bocas en las que se divide el río y termino cayendo por una cascada. Esa era una de las posibilidades pero si la teoría de Everett es cierta todas las posibilidades se llevan a cabo al momento de mi decisión. En este sentido los querubines me han ayudado a navegar por los caudales más propicios, me han anunciado catástrofes pero también me han proporcionado caminos para evitarlas. Hasta el momento la corriente que arrastra mi barca por el río me llevará a la muerte en menos de un año, si no cambio el rumbo…

—Debe hacer algo aquí en Skold para cambiar el curso del río, ¿no?

—Así es. He conseguido que los querubines me digan qué debo hacer para vivir la mayor cantidad de años feliz y saludable. La respuesta fue muy simple, antes de nueve meses debía llegar a Skold, ganarme la confianza de sus habitantes, convertirme en Gobernador y casarme con su esposa.

—Sospechaba que podría intentar algo como lo que describe, Dr. aunque debo admitir que lo de desposar a Matilde no me lo imaginaba. ¿Y cómo pretende deshacerse de mí? ¿Va a matarme acaso?

—No, mi amigo. No tengo necesidad de agredirle ni de tocar uno solo de sus cabellos para arrebatarle todas sus posesiones, su cargo político y a su mujer. Eso usted lo sabe. Le pido que se rinda amistosamente, que haga abandono de sus deberes y se marche de Skold. Puedo proporcionarle todo lo que necesite, tengo contactos alrededor de todo el planeta. Puede ir donde quiera y comenzar de nuevo, todo lo que pido a cambio es que me ceda su antigua vida, una con la cual usted de todas maneras no parece estimar mucho, ¿no es así?

Pavel sopesó las palabras de Armund por unos segundos. ¿Qué podía hacer él contra un sujeto al cual temía incluso el Pentágono? Sin ayuda de los querubines él también se proyectó por aquellas ramificaciones temporales hacia el futuro y vio que la única salida viable tanto para salvaguardar su vida como el bienestar de Skold era someterse a los deseos del Dr. Armund.

—No soy ningún imbécil —dijo Pavel.

—Eso lo sé muy bien —respondió Armund.

—Permita que termine, por favor.

—Sí, disculpe.

—Cómo le decía, no soy ningún imbécil. Enfrentarme a usted sería tan absurdo como hacerle frente a un tornado que estuviese a punto de arrasar esta ciudad. Permítame dejar en orden ciertos asuntos y me marcharé. Ser Gobernador de Skold es todo lo que he hecho durante estos últimos diez años. Sin eso no me queda nada. No amo a Matilda ni ella me ama a mí. A lo largo de mi vida todos quienes he conocido me han decepcionado. El único que jamás me falló, que siempre estuvo ahí es ese viejo en el dormitorio de allá arriba que no puede morir en paz y se niega a dirigirme la palabra. Durante la cena hablamos de Fausto, no crea que no lo he leído, Dr. K. Si Mefistófeles pudiera cumplirme un deseo que beneficiara a otro, le pediría que permita a Drazen morir en paz de una vez por todas y no acabar como aquel personaje del mito griego.

—Sin ser Mefistófeles, aunque se me ha acusado de mefistofélico, creo estar en condiciones de cumplir su deseo, mi estimado amigo.

—Ayúdeme entonces a terminar con la vida de Drazen y me marcharé con el corazón tranquilo de Skold. He forjado mi destino solo, comencé de cero al llegar a estas tierras desde mi natal Croacia y podré hacerlo nuevamente. No le pido nada más.

El Dr. Armund se puso de pie extendiendo su mano orgánica.

—Trato hecho —dijo.

Pavel le estrechó la mano.

10

Tres días más tarde estaba todo dispuesto para el funeral. El decrépito cuerpo sin vida aparente de Drazen Von Kotzebue yacía en una sábana de terciopelo azul bajo una araucaria en un claro del bosque junto a la estancia. Lo más trabajoso había sido convencer a Esperanza, que finalmente había entendido las razones de Pavel. Podría haberlo hecho sin que ella se enterase, pero consideró que era lo menos que se merecía tras tantos años de fiel servicio.

Pese a que todo Skold se enteró de la muerte del patriarca al funeral sólo asistirían los sirvientes de la hacienda, Pavel, Matilde, el Dr. Armund y sus hijos.

Pavel se preguntaba cuánto más tardaría el Dr. Armund en soltar a sus querubines. Ya llevaba cerca de quince minutos dentro de su vehículo y tanto la estoica Matilde como la acongojada Esperaza comenzaban a impacientarse.

Por fin emergió Armund de la compuerta de su locomotora y tras él los siniestros querubines que salieron despedidos como flechas hacia el cielo describiendo todo tipo de cabriolas, persiguiéndose el uno a otro y jugueteando por sobre las cabezas de los dolientes.

—Pre-calentamiento —dijo el Dr. al oído de Pavel— siempre hacen eso antes de comer. Ya no tardan en bajar, no se preocupe.

Pavel no prestó atención alguna a lo que decía Armund, abstraído en la contemplación de los querubines como estaba.

Sus rostros eran muy similares al de los arcángeles, pero sus cuerpos eran rollizos y sus alas de plumaje negro ridículamente diminutas. Las zarpas tanto de sus patas delanteras como traseras eran mucho más pronunciadas que la de sus «hermanos mayores» y cuando abrían la boca exhibían unos pequeños y brillantes dientes aserrados de tiburón.

Pavel nunca le había temido a los arcángeles pero aquellas criaturas de pesadillas que alegremente revoloteaban por los cielos le provocaban escalofríos. «Ojalá y termine rápidamente todo esto», pensó. Y como si lo hubiesen escuchado, los querubines abruptamente descendieron en picada cual aves de rapiña sobre el anciano mordiendo y extrayendo las estructuras plumosas escondidas en el hocico para convertir el cuerpo en una gelatina fácil de ser consumida.

Esperanza sepultó su rostro sobre un costado del pecho de Pavel sin dejar nunca de sollozar. Matilde, que apenas había dirigido unas cuantas palabras a su marido desde que la abofeteara, no quitaba los ojos del sublime (o grotesco) espectáculo que se desplegaba frente a ellos.

Pero he aquí que aconteció algo que ni el Dr. Armund esperaba. Una vez consumido por completo el cuerpo de Drazen von Kotzebue, los querubines comenzaron a retorcerse y sacudirse de forma violenta para luego comenzar a darse de cabezazos el uno al otro.

—¿Es esto también parte de su conducta regular? —preguntó Pavel a Armund.

—No, en absoluto —dijo éste al parecer tan sorprendido como el Gobernador de Skold.

Al cuarto golpe ambas cabezas quedaron fusionadas en una, a lo que siguió el resto del cuerpo. En cosa de segundos se erguía ante ellos un arcángel «verdadero» de dos metros de altura y alas tan grandes que proyectaron una lúgubre tiniebla sobre los asistentes al funeral que no habían huido del miedo.

El arcángel alzó su zarpa derecha e indicó al Dr. Armund para luego lanzarse sobre él. Ross se interpuso pero la criatura celestial lo atravesó como si de un incorpóreo fantasma se tratase. Genivania hizo unos gestos misteriosos con las manos y repentinamente una profunda grieta se abrió bajo los pies del arcángel. Pero éste fue más rápido, alzó el vuelo para no caer y luego se impulsó directamente hacia Genivania con las garras extendidas. La muchacha, sin embargo, se desvaneció antes que pudiese alcanzarle. Más rápido incluso que el arcángel, Aramis cogió a su hermana entre sus brazos y huyó lejos levantando una gran polvareda.

Ross aprovechó para atrapar al arcángel entre sus poderosos brazos mientras los demás escapaban, pero éste se volvió inmaterial, Ross trastabilló hacia delante y la criatura se solidificó dentro del primogénito de Armund en un estallido de huesos y vísceras sanguinolentas. Al ver esto el Dr. K detuvo su huída en seco y el arcángel una vez más se le arrojó encima.

Pavel se interpuso entre ambos y le voló la cabeza al arcángel con lo único de Skold que pretendía llevarse tras el funeral de von Kotzebue, el arma de Victorino, el Primer Acólito.

Epílogo

Pavel abandonó Skold el mismo día de la muerte real de von Kotzebue y comenzó su viaje en busca de Constanza. Cuando por fin la encontró en el valle central de Chili-Mapu ella lo abrazó y besó efusivamente como cuando era pequeña. «¿Tienes algún uso para mí ahora?», le preguntó Pavel. «Claro que sí, has abandonado todo el lastre que te refrenaba, has recuperado tu fuerza.»

Humildemente, Pavel aceptó su lugar dentro de los discípulos de Constanza y aprendió muchas cosas. Parte de lo que Armund le había dicho en Skold sobre las manipulaciones y mentiras del Pentágono eran ciertas, pero otras, como la verdadera naturaleza de ángeles y arcángeles eran completamente falsas. Constanza estaba al tanto de todo, incluyendo el origen de los siniestros querubines.

—No todos los arcángeles se contentaron con esperar la muerte de los hijos de Dios para alimentarse, éste en particular desafió las órdenes divinas y asesinó para comer —señaló Constanza dirigiéndose a Pavel pero con la intención que la escuchasen todos los allí presentes—. En castigo fue separado en dos entidades, tal como fue castigado Adam Kádmon en el Edén tras probar el fruto prohibido. Pero el arcángel por participar de la gloria divina estaba al tanto de cómo deshacer su dualidad: devorando el cuerpo vivo de un no-muerto. Los querubines eran mucho más inteligentes de lo que aparentaban y se dejaron capturar por el Dr. Armund a sabiendas que él los llevaría a Skold y al lugar donde habitaba disfrazado el último vampiro sobre la Tierra.

Todo eso de la fuente de la inmortalidad y la Ciudad Encantada de la Patagonia eran fanfarronadas. Drazen no podía evitar que los demás supiesen de alguna forma que él era un ente superior. Los del Pentágono sabían muy bien esto, y por ello lo rodearon de agua. Los vampiros no pueden cruzar el agua a menos que sea dentro de sus ataúdes con tierra.

—¿Drazen un vampiro? —preguntó Pavel a quien a esas alturas, ya nada le parecía extraño—. ¿Pero por qué envejecía entonces?

—Una vez en Skold, y para evitar a sus enemigos, von Kotzebue dejó de alimentarse de sangre humana y optó por beber la de su ganado —explicó Constanza—. Pero esto con el tiempo le debilitó hasta convertirle en el despojo que devoraron los querubines. El veneno de Armund nunca surtió efecto, Drazen se entregó a los querubines por voluntad propia luego de la agonía que se impuso para expiar sus pecados. Ahora está en el Reino, sentado a la derecha de Nuestro Señor.

—Alabado sea —dijeron a coro los discípulos de Constanza reunidos en torno a la hoguera nocturna.

Este relato fue escrito a mediados del 2005 y publicado originalmente en NGC3660, enero de 2008.
Imagen: Ángela González

4 thoughts on “Melek Taus

  1. Me gustó mucho el olor de esta historia. Si yo y mis comentarios poco literarios, pero me gustó desde la humanidad que va relatando. Neal Stephenson desearía poseer la capacidad de poner estos sabores y aromas en un cuento.

    A momentos resulta notable.

  2. Permitanme utilizar un par de términos coloquiales :
    ¡que bakan la güeá!
    Me gustó mucho más que «Caro Data Archangeli», no se si porque definitivamente es mejor, o porque me va instruyendo más en este universo de Amira.
    No tiene dialogos ni sucesos de más.
    Puede ser tentador el crear tus propias dimensiones para escribir. Tal vez conozcan una máxima de la composición «escribe sobre lo que sabes», e inventar un entorno y una realidad te facilitan las cosas.
    Pero para mi, Amira logra convencer de que todo este entorno pos apocalíptico, no es una manera de acomodar el ambiente para transcribir una historia, sino que cada hilo se conecta con el otro, y estos se van entrelazando hasta niveles que sólo sabremos cuando Sergio nos complazca con nuevas entregas.
    Estoy ansioso por saber que sucederá a continuación, y eso es un mérito que sólo logran los buenos trabajos.

  3. Gracias por sus palabras JLFLORES y Francisco. Si este universo de caro data archangeli tiene lectores que desean leer más, pues tenemos mucho más archivado en el anaquel de los inéditos. Pronto verán la fiat lux aquí en TauZero. Stay tuned.

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