Dada la costumbre de recordar de manera especial a grandes personajes o acontecimientos históricos relevantes, cuando se conmemora algún aniversario significativo, no cabe duda que la agenda de este año incluirá múltiples homenajes a Charles Darwin (1809-1882), el famoso naturalista inglés de quien, este 12 de febrero, se celebra el bicentenario de su nacimiento. Y del cual, ya al finalizar el año (el 24 de noviembre), se recordará el 150 aniversario de la publicación de su principal obra.
Charles Darwin es, sin lugar a dudas, uno de los científicos más importantes de todos los tiempos. La publicación del libro en el cual presentó su famosa Teoría de la Evolución de las Especies, provocó un remezón intelectual, religioso y filosófico de tal magnitud, que sus ecos aún retumban potentes, y siguen generando ácidas y acaloradas disputas entre sus partidarios y retractores. Esto a pesar de ser actualmente la evolución biológica un hecho natural innegable, ampliamente reconocido por la comunidad científica.
Charles Darwin nació en el seno de una familia provinciana de clase media alta. Hijo de un próspero médico, perdió a su madre cuando tenía sólo ocho años. Después de disfrutar de una niñez y adolescencia apacibles, y de cursar sus estudios básicos en el colegio particular de Shrewsbury, es enviado por su padre a la Escuela de Medicina de la Universidad de Edimburgo, pero pronto se da cuenta que no tiene vocación y abandona la carrera. Sin embargo, su permanencia en dicha Casa de Estudios no fue tiempo perdido ya que durante ese período tomó contacto con algunos de los más destacados científicos de la época y asistió a cursos de Química, Zoología y Geología, adquiriendo conocimientos que contribuyeron a abrir su mente y espíritu. Sus biógrafos están de acuerdo en que en este lugar se puede encontrar el germen de su interés por la Historia Natural.
Posteriormente se inscribe en la Universidad de Cambridge, para cursar una Licenciatura en Teología, estudios que espera, le permitan ordenarse como sacerdote de la Iglesia Anglicana. Aunque no tenía una marcada vocación religiosa, aprovechó intensamente estos años, en donde junto con los estudios religiosos, asistió también a clases de matemáticas, cultura clásica, botánica y geología, materias que no hacen más que reafirmar su verdadera vocación.
Viaje épico
Cuando regresa a clases, después de disfrutar las vacaciones del verano de 1831, se encuentra con una invitación que transformará su vida. Se le ofrece realizar un viaje alrededor del mundo, en el barco científico de la Armada Real, HMS Beagle. La invitación la hace el Capitán Robert FitzRoy (1805-1865), quien necesita a bordo a un caballero que aproveche el viaje para recoger muestras naturales. Se deja en claro que el invitado no ejercerá labores de Naturista (así se llamaba entonces a los científicos) y que además deberá costear su pasaje.
El objetivo del viaje del HMS Beagle era efectuar prospecciones hidrográficas, mejorar las técnicas de navegación, confirmar cálculos de Longitud (para ello llevaban a bordo una serie de cronómetros) y en general realizar observaciones y mediciones científicas destinadas a perfeccionar las cartas de navegación, que aseguraran un adecuado control y acceso a los intereses del Imperio Británico en ultramar.
A pesar de la inicial oposición de su padre, Darwin acepta la invitación. El viaje se realizó entre diciembre de 1831 y octubre de 1836. El periplo alrededor del Globo, que incluyó a la isla Santa Elena, Sudamérica (estuvo durante varios meses Chile), las Islas Galápagos, Oceanía y África, fue aprovechado intensamente por el joven aventurero, quien no sólo recogió una gran cantidad de muestras de animales, plantas y fósiles, sino que también estudió in situ, la geografía física de los diversos lugares, y observó con especial atención la gran diversidad de la vida animal y vegetal que existía en aquellos lejanos y exóticos territorios.
De vuelta en Inglaterra, trabajó en la ordenación y recopilación de las muestras y en el análisis de los tomos de apuntes y dibujos registrados durante el épico y extenso viaje. Dichos antecedentes serían la base para comenzar a elaborar su famosa teoría, que en lo sustantivo propone que las diversas especies del reino animal y vegetal son variables. Con el paso de las generaciones, pequeños cambios heredables, que se dan a nivel de individuos, les pueden resultar favorables para adecuarse al medio ambiente cambiante. De esta forma, aquellos individuos favorecidos tienen más probabilidades de sobrevivir y reproducirse, propagando su condición de ventaja a las siguientes generaciones Así, mediante un proceso gradual de selección natural, y en largos períodos de tiempo, aquellos cambios se acumulan dando origen a distintas especies; las cuales, hacia el pasado, están emparentadas en un origen común.
Los historiadores de la ciencia y sus biógrafos, han determinado que ya en septiembre de 1838 tenía elaborada, en lo esencial, su teoría de la variación de las especies. Pero habrían de pasar 20 años, hasta que finalmente se decidiera a hacerla pública y llevarla a la imprenta. Darwin se tomó todo el tiempo del mundo en revisar una y otra vez sus notas y en realizar múltiples experimentos con cruces de plantas. Aparentemente no tenía apuro en dar a conocer al mundo su novedosa explicación para la diversidad de la vida.
Pero la verdadera razón que explicaba esa larga espera era otra. Darwin estaba conciente de las profundas implicancias de sus ideas, que no sólo provocarían una revolución en el campo de las ciencias biológicas, sino que también un fuerte impacto en el terreno filosófico y religioso. Después de todo, su teoría le quitaba al ser humano la prerrogativa de tener un origen divino y de haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Era tal el desafío a las tradiciones y creencias que, según sus propias palabras, sentía temor a exponerse al ridículo y a las críticas de la sociedad. E incluso, para amortiguar el impacto inicial, optó por no mencionar al ser humano en el libro con el cual presentaría su teoría, dejando para una obra posterior la explicación de la forma como la humanidad participaba del proceso evolutivo.
Cuando finalmente se decidió a publicar su teoría, lo hizo sólo porque otro Naturalista, que trabajaba en forma independiente en el lejano oriente, estaba llegando a sus mismas conclusiones. Dicho científico era Alfred Russel Wallace (1823-1913), con quien tuvo muy buenas relaciones, e incluso los trabajos de ambos fueron presentados simultáneamente ante la principal sociedad científica de Gran Bretaña, en julio de 1858, pero sus artículos pasaron casi desapercibidos debido a la escasa audiencia de esa sesión.
En noviembre de 1859 el libro de Darwin fue por fin publicado. Con el título de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, y bajo el sello de la empresa editorial John Murray se imprimieron 1200 ejemplares que se agotaron rápidamente el mismo día del lanzamiento.
Mirado en retrospectiva, el libro de Darwin es uno de las obras científicas más trascendentes de todos los tiempos. Las profundas implicaciones filosóficas, teológicas, espirituales, sociales e incluso políticas que acarreaba, excedían con creces el ámbito científico propio de una teoría como la suya. La sociedad toda sintió el golpe, y se inicio un encendido debate entre sus defensores y opositores. Por una parte estaban quienes reconocieron en sus ideas un avance definitivo, no sólo en la biología sino también en la forma de comprender, de manera racional, el lugar que ocupa la humanidad en el Universo. Pero también estaban los creacionistas, quienes veían en esa “perversa” teoría una peligrosa amenaza a lo establecido, ya que negaba la existencia de Dios como creador de todas las formas vivas, y despojaba a la humanidad de un origen divino y del sentido de la trascendencia.
En la historia de la ciencia hay una sola teoría que tuvo, en su momento, un impacto así de demoledor en el orgullo humano. Se trata de la teoría Heliocéntrica, planteada 400 años antes, por Nicolás Copérnico (1473-1543) . Así como el astrónomo y matemático polaco acabó con el geocentrismo, ahora Darwin terminaba con el antropocentrismo, con todas las consecuencias que ello acarreaba en la sociedad religiosa y conservadora de la época. (Con respecto a este tema se recomienda leer el artículo: Cuando un libro golpea la conciencia humana.)
El Neodarwinismo
Cuando Darwin elaboró y dio cuerpo a sus ideas, utilizó como pruebas objetivas para describir al hecho evolutivo, evidencias que provenían de campos tan disímiles como la morfología (estudio comparado de las estructuras de los organismos), la paleontología (registro fósil de familias de organismos extintos que muestran gran semejanza con especies actuales) e incluso la embriología (en etapas tempranas de la vida, es mayor la semejanza entre especies emparentadas, e incluso lejanas). El hecho evolutivo descrito por el sabio inglés es una realidad incuestionable de la naturaleza de la vida, que cualquiera puede observar y analizar mediante el método científico.
A continuación, y para poder comprender al hecho evolutivo, Darwin elaboró una teoría científica, que es la que la mayoría de las personas cree conocer. Pero como toda teoría, ella no es definitiva, sino que se perfecciona a medida que la ciencia avanza y se hacen nuevos descubrimientos, que pueden eventualmente, explicar mejor los hechos observables. El conocido biólogo, paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould (1941-2002) explicó magistralmente estos dos conceptos en un interesante ensayo titulado “La Evolución como un hecho y como una teoría”. Jay Gould señala que : “…Los evolucionistas han sido claros acerca de la distinción entre hecho y teoría desde el inicio, si solamente porque hemos siempre reconocido cuan lejos estamos de entender completamente los mecanismos (teoría) por los cuales la evolución (hecho) ocurrió. Darwin continuamente enfatizó la diferencia entre sus dos grandes y separados logros: establecer el hecho de la evolución, y proponer una teoría –la selección natural- para explicar el mecanismo de la evolución”.
Y precisamente eso ha sucedido con la Teoría de la Evolución de Darwin. Se ha ido adecuando y perfeccionando a la luz de los muchos descubrimientos y avances que ha alcanzado la ciencia en estos 150 años. Durante la primera mitad del siglo XX, muchos biólogos trabajaron arduamente para adecuar la teoría a los nuevos conocimientos que surgían de la biología, principalmente en lo referente a las leyes de la herencia y la genética moderna. Producto de ese esfuerzo mancomunado surgió la denominada Teoría Sintética de la Evolución, también conocida como Neodarwinismo, en la cual además de la selección natural, se consideran otros fenómenos que explican satisfactoriamente el proceso evolutivo, entre otros la deriva genética y la dinámica de poblaciones.
La Teoría de la Evolución y la Sociedad
Tal como Darwin lo intuyó, su teoría sobrepasó el terreno de la ciencia, y de manera inevitable sus ideas rectoras estuvieron presentes en la génesis de muchos de los acontecimientos socio-políticos que estaban conformando el nuevo orden mundial de Occidente. A partir de los últimos años del siglo XIX, y durante gran parte del siglo XX, muchas corrientes sociales, políticas e incluso también filosóficas, hicieron suyas ideas tales como “selección natural” o “supervivencia de los más aptos”, las cuales sacadas del contexto de la teoría de Darwin, adquirían un significado y connotación muy distinta, e incluso en algunos casos sirvieron de justificación para excesos que muy caro costaron a la humanidad.
También muchos de los conceptos evolutivos se han usado en disciplinas tan disímiles como la sociología, las matemáticas, Economía y la Teoría de Juegos. Incluso una de las líneas de desarrollo de la Inteligencia Artificial utiliza los denominados Algoritmos Genéticos y la Programación Evolutiva. Estas técnicas informáticas recrean virtualmente la variación al azar de ciertas condiciones, y la posterior elección (de acuerdo a función de adaptación previamente definida) de aquellas variaciones más ventajosas para el desarrollo evolutivo buscado, que en este caso está asociado al logro de un comportamiento inteligente de las máquinas.
La teoría y su autor, hoy
Tras 150 años de haber sido enunciada en su forma original, la moderna Teoría de la Evolución goza de muy buena salud, y es ampliamente reconocida por toda la comunidad científica mundial. Aunque (como sucede con toda teoría) no está libre de objeciones por parte de algunos investigadores que debaten acerca de ciertos mecanismos puntuales del proceso evolutivo. Pero estas críticas (que son esperables, necesarias y que permiten, en definitiva, que la ciencia avance) en ningún caso comprometen ni desconocen los fundamentos esenciales de la biología evolutiva.
Es importante no confundir estas legítimas discrepancias que se dan dentro del quehacer de la ciencia, con el resurgimiento, principalmente en EEUU, de grupos religiosos fundamentalistas que rechazan la teoría científica y proponen ideas creacionistas basadas en la interpretación literal de la Biblia. Tampoco se debe prestar mayor atención a ciertas corrientes que pretenden imponer pseudociencias que supuestamente explicarían la diversidad y complejidad de la vida, por la acción de un diseño inteligente sobrenatural.
Cuando Charles Darwin presentó su teoría, muchos sectores de la sociedad principalmente los religiosos, lo atacaron con vehemencia. Lo acusaban de privar a la humanidad del sentido de la trascendencia y de violentar su estatus de especie superior al igualar su linaje material con el resto de los seres vivos inferiores. Sin embargo, lo que entregó a cambio fue algo mucho más profundo y conmovedor: La confirmación de que el ser humano es parte integral de la naturaleza, y que en tal condición no sólo tiene el privilegio de maravillarse con la belleza y diversidad de la vida, sino también le asiste la responsabilidad de cuidar y respetar a esa naturaleza a la cual pertenece.
Con el paso de los años la figura del gran Naturalista se engrandece cada día más, e incluso aquellas instituciones que tanto lo atacaron en el pasado, ahora reconocen sus méritos y se disculpan por haber malinterpretado sus ideas. Al cumplirse el bicentenario de su nacimiento, la sociedad toda lo recuerda con profundo respeto como de los más brillantes intelectuales de todos los tiempos, y también como uno de los más preclaros fundadores de los tiempos modernos. Dondequiera que esté: ¡Feliz cumpleaños, Sr. Darwin!
Happy Birthday, Mr. Darwin
Completísimo artículo, felicitaciones. Especialmente relevante el dato que Darwin estudió Teología para ordenarse sacerdote y la aclaración de Gould respecto a los términos teoría y hecho, pues ya resulta vergonzozo que el «gran» argumento creacionista contra la evolución sea el típico «es sólo una teoría, no está comprobado».
Saludos 😉
Para quienes quieran leer el ensayo «La Evolución como un hecho y como una teoría» de Stephen J. Gould, esta es la dirección:
http://www.sindioses.org/cienciaorigenes/evolucion.html
Excelente articulo, por supuesto.
Pero como uno siempre le busca la quinta pata al gato, he aquí que he extrañado alguna mención a los trabajos de Malthus y de Lyell. En mi opinión ellos dan el marco teórico, el lente, a traves del cual Darwin logra ver lo que nadie había visto antes.
Son los gigantes obre cuyos hombros se paró Darwin, y también Wallace.