Fragmento 01
CCC.t-Syn-0923.scl 21:54:18
«The coup that failed. Pinochet vs. Merino, confronted archetypes in latin american military history», Time, article by Mike Wilson, 1976.
«Al parecer, alguien al interior del Ejército, que nunca ha logrado ser identificado, alertó a la Armada de los inusuales movimientos de tropas durante la madrugada del 10 de septiembre, todos en dirección a la costa. La escuadra nacional, fondeada en el molo de abrigo del puerto de Valparaíso, comenzó muy temprano a desplegarse a lo largo de la bahía; desde Playa Ancha en el puerto hasta Reñaca en Viña del Mar, apuntando todo su poder de fuego hacia los cerros de la ciudad. Desesperados intentos por acopiar fuerzas les hicieron perder todo sigilo y compostura, y los camiones circulaban por las calles gritando instrucciones a voz en cuello. Habían sido traicionados, decían los oficiales, pero aún podían organizarse a tiempo, resistir el inminente enfrentamiento y, si la suerte estaba de su parte, volcar el pleito a su favor si conseguían aunar fuerzas leales en las otras ramas de las Fuerzas Armadas, al menos para suscitar un problema interno y demorar sus reacciones. Sentían que la única fuerza valiente que había decidido monolíticamente enfrentarse al gobierno marxista era la gloriosa Armada de Chile.
»Efectivamente, las cosas comenzaron realmente mal para Pinochet esa mañana. Ubicado desde muy temprano en un puesto de telecomunicaciones en Peñalolén, lejos de los puntos de conflicto pero a cargo de coordinar todas las acciones, debió escuchar con estupor que dos aviones Hawker Hunter habían salido desde Cerrillos en medio de un tiroteo cruzado entre fuerzas leales al general Bachelet y un grupo de oficiales golpistas que intentaban tomarse las instalaciones. Pinochet comprendió inmediatamente que los aviones buscarían un blanco dramático, sabiendo que no durarían mucho en el aire. «La Moneda», dijo Pinochet. Consultó si el Presidente Allende ya había llegado al Palacio de gobierno y cuando le respondieron afirmativamente tuvo un segundo de duda que pareció eterno; sabía que no había tiempo de desplegar ninguna artillería antiaérea: la maniobra era totalmente inesperada. Llamó al general encargado de la seguridad del perímetro del Palacio y le ordenó coordinar un muro de fusilería, a sabiendas de que era un gasto inútil de recursos; lo no quería era verse paralizado frente a sus subordinados. Pidió hablar con Bachelet y le solicitó apoyo aéreo para solucionar el problema.
»Sobre los cielos de Santiago, los dos Hawker Hunter, uno de ellos piloteado por el comandante de grupo Mario López Tobar, efectuaron una pasada de estabilización sobre La Moneda y luego viraron hacia el sur, uno de ellos, y el otro en dirección este, al parecer hacia la Escuela Militar.
»–¡¿Poder de fuego de los aviones?! –grita Pinochet, descontrolado.
»–Treinta y dos cohetes Sura, ocho cohetes Sneb, cuatro cañones Aden con proyectiles explosivos de 30 milímetros y cadencia de fuego de mil cuatrocientos tiros por minuto, señor.
»Pinochet se puso pálido.
»–¡Mi general! –le gritó un operario desde el otro rincón de la sala–: El general Bachelet informa que despegaron seis Hawker Hunter para interceptar a los rebeldes, señor.
»Pinochet guardó silencio y evaluó la posibilidad de reorientar sus esfuerzos hacia una mejor causa. Las circunstancias no son las mejores y quizá, quizá, la Armada consiga sublevar al resto de las ramas, piensa, y en ese momento le asalta una terrible duda: ¿habían sido exitosos sus esfuerzos por desmantelar al golpismo dentro de sus propias filas? ¿Y si se le hubiera escapado alguien? ¿Y si algunos regimientos clave se alzaban e inclinaban la balanza en favor de la Armada? ¿Aún era tiempo de sumarse a la asonada?
»En ese mismo instante el oficial Tobar es informado del acercamiento de tres Hawker Hunter hostiles y decide bajar casi a ras de suelo sobre la comuna de Puente Alto. Establece su eje de tiro de sur a norte y avanza casi a toda velocidad sobre los edificios del sur de Santiago en una acción suicida, dejando un rastro de cristales y estructuras livianas estallando a su paso. Bastaría un cable de acero invisible, una antena escondida, incluso un disparo afortunado para derribarlo. Nada de eso ocurre y a las 8:20 de la mañana del 10 de septiembre de 1973, un par de cohetes Sura P-3 rompe la barrera del sonido, avanza por la calle Zenteno, cruza la Alameda y detona en la fachada sur del Palacio de La Moneda con un bramido espantoso que se oye en todo el centro de la ciudad. El Hawker Hunter atraviesa la explosión de fuego y humo negro en una parábola ascendente que revienta los vidrios de los edificios contiguos. Pero, entre la lluvia de cristales que dibuja una atmósfera absolutamente irreal sobre la escena, los soldados en tierra ven cómo una larga y delgada estela de humo, esta vez blanco, avanza en línea recta contra el avión que emerge entre la niebla oscura y lo hace estallar en mil pedazos. Luego, un avión de iguales características atraviesa el cielo en dirección oeste.
»–Rebelde uno anulado. Repito, rebelde uno anulado –se escucha por los parlantes del puesto de telecomunicaciones.
»Los operarios celebran y Pinochet respira aliviado.
»–Que los aviones sigan con el plan en dirección oeste. ¡Alberto! – grita, llamando al general Bachelet–. Que se queden tres para eliminar al otro jetón que parece que viene para acá.
»El centro de Santiago es un caos. Los restos del Hawker Hunter derribado caen sobre el barrio cívico destruyendo algunas construcciones y desatando pequeños incendios que dispersan las fuerzas de bomberos en una serie de siniestros. Se escuchan tiroteos en el edificio de las Fuerzas Armadas frente al Palacio y el Presidente sube a los tejados de La Moneda justo en el instante en que otros dos Hawker Hunter se suman al primero en su viaje hacia el oeste, hacia el mar. Un afortunado corresponsal captaría desde la calle el momento en que el Presidente Allende saluda el paso de los aviones leales enarbolando su fusil AK-47, regalo de Fidel Castro.
»El segundo avión rebelde realiza maniobras evasivas en torno al cerro San Cristóbal para intentar un segundo ataque sobre el Palacio de gobierno, pero una ráfaga cruzada procedente de un avión leal
atraviesa el fuselaje y los motores convirtiendo al luminoso pájaro de acero en un pesado montón de fierro inútil. El aparato en llamas cae trazando una curva de humo y fuego, intentando un estrepitoso
aterrizaje forzoso a través de avenida Providencia. Al tocar el suelo se parte y arrasa con todo a su paso, hasta que, convertido en un meteoro de chispas y ruidos metálicos, se estrella contra el muro oeste de la Iglesia de Nuestra Señora de la Providencia. Lo atraviesa y finalmente se detiene en el centro de la nave central, ante la mirada estupefacta del sacerdote que en esos momentos ponía orden en el altar. El piloto lo mira un segundo con los ojos velados de sangre, el avión estalla y la iglesia se derrumba estrepitosamente, ante la incredulidad de los santiaguinos que se habían atrevido a observar desde sus ventanas. La estela de humo que indica la curva de caída del avión permanece durante algunos minutos suspendida en el cielo, como señalando el lugar de la tragedia.
»Para Santiago, el peligro más grave había pasado. Bachelet informa que se ha recuperado el control total sobre las dependencias de la Fuerza Aérea y que, salvo algunos tiroteos aislados e intentos de sabotaje, la situación está superada y podrían concentrarse en las acciones en Valparaíso, donde el general Urbina se encontraba desde las cinco de la mañana en un puesto secreto en el Hospital de Ferroviarios, en el cerro Barón, una posición privilegiada desde donde se dominaba toda la bahía.
Martina dejó el rollo de papel sobre la cama un instante. ¿Todo esto había ocurrido realmente? Le resultaba imposible relacionar esa noche apacible, esa gente amable, con los espantosos hechos relatados en esos artículos improbables, a veces contradictorios, que escupía la t-Syn. ¿La memoria es literatura? ¿Escribir es mentir?
Todos los lugares comunes discutidos hasta el cansancio en cualquier universidad del mundo se le vinieron a la mente de golpe.
Al menos el café del hotel era decente.
«La Armada tenía un plan ordenado y eficiente, pero para el 11 de septiembre, lo que no significaba que fueran incapaces de implementarlo, al menos en sus grandes trazos, ante esta emergencia. Con lo que no contaban era con la tremenda decisión con que iban a ser enfrentados. Contaban con el apoyo del mismo Ejército que ahora los atacaba, suponían el apoyo de algunas unidades de la Fuerza Aérea, así como de los barcos norteamericanos de la Operación Unitas fondeados en Coquimbo. Suponían, finalmente, que de haber enfrentamiento entre ramas se abrirían canales de negociación y otras instancias. En la Marina suponían demasiadas cosas.
»A las 8:50 de la mañana, tres solitarios Hawker Hunter aparecieron tras los cerros de Valparaíso con su estruendo característico. Ante la mirada desconcertada de los marinos, bajaron siguiendo el perfil del
cerro La Virgen hasta quedar casi a ras del mar y desde allí, sin aviso y ante la sorpresa de toda la población que se asomaba a los balcones, dispararon seis cohetes Sneb y se abrieron en parábola ascendente hasta desaparecer tras las nubes bajas de la mañana porteña.
»Desde el cerro Barón, Urbina vio con estupor las estelas de los cohetes trazando una línea recta en dirección al buque escuela Esmeralda, fondeado en el molo de abrigo. Un minúsculo segundo de silencio precedió a la explosión del símbolo más querido de la Armada chilena, la Dama Blanca, el buque escuela, el verdadero primer amor de todo marino de este país, que todo el puerto vio envuelto en una bola de fuego antes de volar despedazado por los aires, con toda su tripulación a bordo. Sus restos cayeron desperdigados por toda la poza del molo de Valparaíso entre gruesas columnas de humo negro. Los segundos que vinieron después no cuentan, no existen, nadie los recuerda. El resto de la flota, a la distancia, también parecía perpleja y paralizada. El contragolpe era manifiesto, el Ejército y la Fuerza Aérea desplegarían todo su poderío para aplastar el movimiento en ciernes y no habría negociación de ningún tipo. El mensaje era claro. Habían perdido antes de comenzar siquiera el combate.
»Durante todo el día 10 de septiembre fuerzas del Ejército, apoyadas por una decena de helicópteros Huey Bell, se dedicaron a apagar los focos de resistencia de la Marina en Valparaíso. La Fuerza Aérea desplegó misiones de amedrentamiento y solo registró un par de ataques desorganizados, protagonizados por suboficiales y marinos encolerizados a quienes los impulsaba el deseo de venganza antes que un intento real de sostener el motín. Las naves se rindieron una por una en un efecto dominó imparable. Al mediodía, solo el Blanco Encalada y el Almirante Latorre se mantenían en estado de rebeldía, más por lavar su honor de la acusación de una infiltración marxista meses atrás que por convicción.
»A las tres de la tarde, un avión de reconocimiento de la Fach detectó una barcaza dirigiéndose a toda velocidad hacia Coquimbo, al parecer al encuentro de algún barco norteamericano de la Operación Unitas.
La barcaza, interceptada minutos después, llevaba al almirante José Toribio Merino y a parte de su oficialidad más cercana. Todos fueron detenidos sin ofrecer resistencia. Tras el arresto del alto oficial de las Fuerzas Armadas que representaba el mayor riesgo para la seguridad del país, se declaró oficialmente que el intento de golpe de Estado contra el Presidente Salvador Allende de septiembre de 1973 había
sido exitosamente neutralizado.
––––end of printing
Fragmento 02
La joven miró en derredor sin alcanzar a distinguir nada extraordinario. ¿Este montón de basura era Synco? Lagos pareció darse cuenta y exclamó, en tono melodramático:
–El corazón de Synco. Hay mucho más que lo que puedes ver. El crecimiento de Synco ha sido exponencial. Nos hemos tomado casi veinte kilómetros cuadrados de terrenos subterráneos en búnkers y túneles blindados por capas y capas de concreto y aleaciones especiales. Expropiamos edificios para demolerlos por dentro y convertirlos en enfriadores, bodegas de acopio de materiales, contenedores de cintas de archivo. Los edificios fiscales contienen terraplenes con miles de bombillas al vacío en cientos de pequeños pisos donde operarios con trajes térmicos deben arrastrarse durante días por laberintos candentes para realizar la mantención y vigilancia básica… Para matar las hordas de ratones que se comen los cables, por ejemplo. Antiguos edificios administrativos contienen transistores del tamaño de automóviles. Hay embajadas convertidas en gigantescos radiotransmisores. El viejo edificio del Seguro Obrero, por ejemplo, hoy es un gran acumulador de energía eléctrica, con pisos y pisos de dínamos movidos por animales. Convertimos el Barrio Cívico de Santiago en una inmensa placa madre, que destila gases y vapores condensados por tuberías que silban evacuando la respiración de este monstruo dormido bajo tierra; nuestro propio dragón protector, Martina. Un computador a escala de una ciudad, con personas moviéndose entre sus resistencias y transistores sin saberlo.
Martina lo observaba en silencio. Y además se sentían orgullosos.
–El funcionamiento de Synco es en tiempo real, por cierto; creo habértelo dicho. Todo el país está conectado con estos ejércitos de operarios que ingresan información en los procesadores de la base. El «hipotálamo», como al Presidente le gusta llamarlo, reordena y distribuye los datos a empresas, plantas e industrias a lo largo del país. Pero ésta es solo una de las muchas funciones de Synco, no te engañes; coordinar la producción es solo un aspecto entre muchos…
La mujer titubeó contemplando la sala, que parecía un garage abandonado y no el corazón del constructo tecnológico descrito por el funcionario de La Moneda.
–¿Dónde… está Synco? –murmuró, con temor de ofender mortalmente a su orgulloso anfitrión.
–Estás parada sobre él.
Fragmento 03
–¿Tú sabes, Bernardo, por qué había que conseguir que todo ocurriera el 10 y no el 11 de septiembre?
–Para sorprender a la Armada, por supuesto.
–No. El 11 de septiembre de 1973 era martes; el día de Marte, el dios de la guerra, de la furia, de la destrucción. Habrían tenido éxito si el alzamiento hubiera sido el martes. El martes es el día masculino por excelencia, el día para fecundar mujeres. Habrían inseminado a Chile con una semilla duradera, poderosa. En cambio el lunes es el día de la Luna. En el tarot la carta de la Luna es sinónimo de espejismo, de error, mentira, confusión. Es una carta femenina, suave, de respuestas confusas, misteriosas, llenas de dudas, perfecta para el fracaso. La Luna ilumina las cosas con una luz que no es suya sino fantasmal. Aunque, aquí, entre nos, debo decirte que los astrónomos saben que la Luna en realidad no existe, que es una alucinación colectiva. Pero ésa es otra historia.
Fragmento 04
–¿Es cierto que el compañero Presidente no está ahí realmente?
–Es cierto, Bernardo.
–Pero yo lo he visto…
–Viste lo que ellos quieren que veas.
–¿Quiere decir que es un doble?
–Quiero decir que las personas construyen las realidades, no al revés. Ése es el principio de la magia y la razón de que estés aquí conmigo hoy.
–Pero, ¿es un doble?
–No, es una imagen creada colectivamente, como la Luna, como la muerte, como algunos santos y algunos bosques. Yo he visto a Salvador pronunciar unos discursos ardorosos y conmovedores desde el balcón de La Moneda, y después de los aplausos, retroceder lentamente hacia la oscuridad y desvanecerse porque ya nadie lo está pensando.
–¿Quién maneja el gobierno, entonces?
–Él, sin duda.
–¡Pero me acaba de decir que no existe!
–Yo no dije eso.