Canción para tu muerte

Recuerdo que Estela se encontraba mi lado como habitualmente lo hacía, con gracia, agrado y algo de resignación.
Ese día, íbamos a la casa de sus padres. La espera de tres meses para obtener el pase de circulación por fin había llegado y ya estábamos en camino. Por lo menos, ella tenía parientes, a mí, se me murieron todos en el último terremoto.
La música que oíamos en el VIA estaba agradable y Estela cantaba, conocía las canciones y las disfrutaba enormemente.
Hay tantas canciones, le dije, casi infinitas; ya que con el término del derecho de autor y los sellos, toda persona con un buen programa y los accesorios indicados podía hacer música que sonaba a la de antes y como la de antes, distribuirla por la red y a un costo ínfimo. Hacerse famoso muchas veces era cosa de días.
Pero en la actualidad existen más canciones que personas en el mundo, dije. Sí, a pesar que, como castigo de dios sigue aumentando la población día a día y nada parece detenerla, ya que ningún tipo de anticonceptivo ni cirugía funciona, se regeneran los órganos y las drogas son anuladas por el cuerpo; la vida se impone, dicen los naturistas y la iglesia. Nos vamos a reventar, dicen los sociólogos.
Que se acabe toda esta mierda, digo yo.
Y ahora, más que nunca la gente busca el placer rápido para olvidar y estar junta, en largas y extenuantes orgías. Pero siempre sucede lo mismo, la vida se impone.
A mi lado, Estela se acariciaba el vientre de cinco meses que crece en su cuerpo.
A ella, la conocí en una fiesta Pick-up hacía esos mismos cinco meses. Luego de la fiesta nos drogamos y nos dimos duro como todos los demás una semana entera. Pero ahí estaba ella en el vehículo, diferente, malditamente cambiada, como si alguien le hubiese robado el chip del cerebro y le puso otro cuando la jodida concepción se realizó. La maldita vida se impuso.
Había leído, antes de conocer a Estela, que debido a la sobre población mundial se habían efectuado ciertos “ajustes” a nivel hospitalario con los bebés nacidos luego del ´70. Estela según me dijo, nació el ´71, y yo, sólo un viejo de mierda del ´65; esos que todavía se emocionan con el dorado atardecer de los otoños el la capital, con los árboles semí-desnudos y el gris de mayo.
Lo concreto, era que nadie sabía cuales eran los famosos “ajustes”, pero desde hace unos meses se estaban muriendo decenas de personas por día, pero de nada, sólo aparecían muertos sin vida y sonrientes. Nadie se explicaba el motivo, nadie quería saberlo en verdad; y que más da, es lo que todos deseábamos, menos gente, más trabajo, más comodidad, menos tacos, más libertad. Con seguridad, pensé, esto debe tener alguna relación con los “ajustes” del ´70; no estaba equivocado. Lamentablemente muy pocas veces me equivoco en mis conclusiones.
Hablamos con Estela lo que le diríamos a sus padres, de la posibilidad de emigrar a las colonias del sur y del posible futuro de nuestro hijo no nato.
Cuando sonó la canción.
Su melodía era suave, armónica y a la vez rítmica. Estela sonreía, comenzó a tatarear la letra, parecía que la había oído siempre, dio la impresión que era su canción… hasta de pronto calló. Quedo tiesa, tan rígida como sólo una estatua podía estar.
Muerta.
Claro que estaba muerta, bien muerta; pero sus ojos aun brillaban con alegría observando más allá de los árboles y edificios.
Ordené al VIA que se detuviera y enviara un código de emergencia a carabineros. Ya habían pasado tres horas desde que habíamos subido. Era el tráfico de mierda. Todo para sólo avanzar diez kilómetros.
Nos faltaron sólo tres y habríamos llegado si a Estela no le hubiese gustado tanto oír música y el maldito “ajuste”.
Salí del VIA y observé el cadáver de Estela. Dos de un viaje, pensé. Caminé de vuelta al departamento a esperar los formularios.
De algo estaba seguro. Estaría nuevamente solo, más solo que nunca. Y no creo que vuelva a escuchar música por un largo tiempo.
Aquí, en las colonias del sur ya no hay radio ni televisión, y la música está prohibida por ley. Niños corren libremente por la tundra llevados por el viento.

La vida se impone.