–¿Nunca has sentido un temor especial cuando has transitado por una acera desértica en una calle igual de sólida? Más aún, ¿nunca te has sentido como capturado por la angustia cuando has caminado por un paraje inhabitado, una carretera vacía, quizá a altas horas de la noche? dijo el viejo Martín, y al decir estas frases, su rostro se puso más pálido, su arrugada piel mostró una expresividad inusitada.
–Sí, lo he sentido, ¿pero qué? ¿Qué hay con eso?
–No has notado que caminas y alguien o algo te sigue…
–¿Una persona? ¿Te refieres a una persona? Eso se llama delirio de persecución, producto de una mente algo trastornada…
–Sabes exactamente lo que digo, puntualmente no una persona, más bien un… “algo”, una existencia, como si un escalofrío te rozara la piel. Varias veces lo he vivido, a veces temo que suceda, yo hombre que he recorrido mucho en esta vida, en algunas ocasiones regresando de la chacra he oído un cascabeleo, una agitación…
–Una serpiente o un bicho de esos seguramente Martín… interrumpió Román al anciano, éste le miró con imprecación.
–No es una cascabel, ¿crees que no conozco de animales? Hay algo que hace sinuoso el aire, a menudo en algunas partes de un determinado camino, no te comenté la terrible influencia -botó el humo de su cigarro- que se siente al pasar por el camino que conduce hacia aquella huaca, donde ese Gilberti se perdió.
–Sí, en eso te doy la razón, aquel lugar esta demasiado viejo o maldito si queremos utilizar una palabra más adecuada, algunos dicen que hay días en que el camino es visible y otros en los que no, temporadas en que nadie lo puede encontrar…
–La naturaleza…
–¿La naturaleza?
–Sí, Román, la madre naturaleza es sabia, oculta el camino para que otros no se pierdan, rechaza y oculta a sus hijos enfermos y perdidos, pútridos…
–¿La naturaleza o Dios?
–Llámalo como desees mi amigo, pero pon más leña al fuego, aviva esas llamas pues no deseo quedarme a oscuras… en un paraje como éste – comentó preocupado el viejo Martín.
–Román se paró no sin demostrar cansancio, la jornada de aquel día lo había agotado. Al poner un par de pequeños troncos en la rústica cocinilla, la luz iluminó vivamente la estancia, las sombras de aquellos hombres se reflejaban como un teatro ambulante en la pared de adobes de la pequeña sala.
–El miedo… retomó la conversación el viejo Martín.
–¿El miedo? No entiendo – dijo Román.
–El miedo, el temor fue el que hizo que se matara.
–¿A quién? preguntó, sin seguir sin entender Román Rivas.
–A Ignacio Mejía, estoy seguro, así como yo siento esos escalofríos, esa especie de contacto de este mundo con el otro universo inmaterial, muchos mortales pueden sufrir una experiencia mucho más “material”, que pasa de las ligeras sensaciones a otros planos de experiencias.
–¡Bah! Era un vago, un individuo muy afecto al alcohol y a pensar cosas – dijo en tono despreciativo Román, y con ese gesto trató de quitarle fuerza a la palabra del viejo.
–Era una buena persona en el fondo, lo conocí, ¿sabes? Nunca me demostró un lado necesariamente hostil o una personalidad díscola. Pero si me habló de su temor a la soledad.
–Un temor que casi todas las personas tienen.
-Seguramente, pero es en la soledad cuando más personas sienten esas vibraciones, esas conexiones con aquella dimensión.
–Pareces muy seguro de todo eso, ¿por qué?
–Te acuerdas de la vieja Telma, ¿No?
–Sí. ¿Pero?
–Predijo su muerte.
–Sí lo recuerdo, era medio cartomancista o cartomántica, leía el tarot.
–Profetizó su fallecimiento, adivinó exactamente el día que iba a fallecer, dicen que alguien del otro lado se lo comunicó…
–¿En verdad crees eso Martín?
–¿Cómo adivinar la fecha exacta en que te vas a morir casi tres años antes de que suceda?
–La gente suele sugestionarse, vamos, Lambayeque esta llena de esas historias, aparecidos, pactos con el diablo, gente que regresa del más allá para recoger sus pasos, historias que se cuentan a los niños para que no se queden hasta muy tarde en la calle o despiertos.
–¿Y los Gilberti?
–Román recompuso su rostro, repentinamente se le fue la incredulidad.
–Tienes razón, pero insiste en que el muchacho era un vago, bebía mucho.
–Mucha gente bebe mucho, y jamás tiene el tipo de experiencia que tuvo Ignacio Mejía, y sobretodo no se esfuma para luego aparecer muerto, sobre todo luego de ese misterioso viaje al monte, el campo esta lleno de huacas, de tumbas, de lugares fantasmagóricos, muchos indios murieron aquí en la colonia, las antiguas culturas hacían sacrificios humanos, ¿cuánto crees que pesa eso? Muchas puertas han sido abiertas y no se han cerrado. Quizá todo esto pierda fuerza porque pocas son las personas que se aventuran por lugares remotos en busca de tesoros y esas cosas, por lo tanto pocos hombres tienen éste tipo de experiencias.
–Martín, pero él no fue en busca de tesoros, simplemente se remontó adentro en las campiñas, fue por una carretera abandonada a fin de sortear un problema de tránsito, las lluvias habían arruinado todas las vías, muchas personas hacen lo mismo.
–Pero él equivocó el camino, transitó largo trecho solo, por terrenos que no deben ser frecuentados…
–La gente dice que cargó en su mochila algunos estupefacientes y alcohol. Bajo esas condiciones cualquiera pierde el control.
–Supe que llegó a la ciudad luego de varios días, además también los aldeanos manifiestan que no tenía rasgos de haber ingerido alcohol, tan sólo mostraba un aspecto decaído, y actuaba como fuera de si.
–¿Como loco?
–No, solamente estaba ido y anodino.
–¿Qué crees exactamente que pasó? interrogó Román mientras jugaba débilmente con el humo que salía de su pucho, luego prestó atención a las palabras de Mejía.
–Aquellas sensaciones, aquellos roces desde otro mundo lo atraparon, ¿por qué crees que demoró tanto? Una travesía que por lo general la concluyes en un día.
–No lo sé, dímelo tú.
–Se encontró con la muerte…
–¡Vamos, no seas ridículo! vociferó Román, en su rostro un gesto de incredulidad.
–¡Él me lo contó por Dios!
–¡Por favor amigo, la muerte tan sólo es una abstracción! ¡Una idea! ¡No creerás algo diferente! ¿O si?
–Si tú no lo crees, es tu problema…
–Pero, ¿qué fue lo que te dijo? Te conozco, ¿por qué a un hombre como tú lo ha conmovido tanto ésta historia?
–Él había decidido encauzar su vida, había desperdiciado mucho de su valioso tiempo en borracheras y en exceso de todo tipo. Por fin había logrado conseguir un trabajo estable o había una posibilidad de conseguirlo, y ¡zas! El problema de las lluvias lo arruinó todo!
–Pero no se rindió. Empezó a pensar y a pensar, había oído de un viejo camino hacia la sierra, una antigua vía no usada desde 1800, antes de que se proclamase la Independencia, pero también tenía conocimiento de que ese camino era peligroso, por lo intransitable y por que se contaban extrañas historias acerca de él. Se decidió a tomarlo, consiguió un mapa y apuntó todas las sugerencias que le dieron acerca de cómo llegar por el a su destino. En primer lugar cargó varios víveres ya que le habían dicho que el viaje tardaría por lo menos día y medio a dos días a pie, debo mencionarte que la primera parte del viaje podría tomar un transporte motorizado, ya que sería hasta la ciudad de Ferreñafe, la segunda parte de la travesía sería a lomo de mula y más allá aún sería a pie.
–Más o menos, ¿ochenta kilómetros?
–Si los haces en línea recta, sí, pero ¿qué camino es en línea recta?
–¿Lo acompañó alguien en el viaje?
–Sí, cuando fue a lomo de mula un indio, y la vía que sólo podría transitarse a pie, la hizo él solo.
–¿Llevó algún tipo de droga consigo?
–No, conversé con él, ni bien hubo llegado de su viaje, como te dije al principio no presentaba rastros de haberse perdido en alcohol o alguna otra sustancia…
–¿Pero exactamente que vio? Aún no me lo has dicho -preguntó Martín, impaciente y movido de alguna forma por el giro que estaba tomando el relato.
–Te lo he dicho ya, y no te sonrías así -se apuró a decir el sexagenario narrador.- Me refirió una experiencia extraña, abandonó al indio y a la mula, dejándole instrucciones que si en dos días no llegaba regresara, que de ser así seguro había encontrado el campamento minero y se quedaría a trabajar, te mencionaré con la mayor aproximación sus palabras:
«Me despedí de Rogelio, así se llamaba el muchacho y seguí mi rumbo, eran cerca de las cuatro de la tarde, seguro me agarraría la noche caminando pero no tenía otra salida… acamparía… tomaría mi merienda en la oscuridad a la luz de un pequeño fuego… a medida que avanzaba mis pasos se hacían más sonoros, no se por qué, pero al continuar y al alejarme de mi acompañante, la soledad era más y más grande, una sensación de soledad tremenda, era como navegar a la deriva solo, como derivar en un barco fantasma, sintiendo el nauseoso movimiento de la barcaza, no estoy seguro de cuanto camine, me refiero a que distancia pero una oscura noche se cernió sobre mí, disminuí velocidad de mis pasos, me senté, con la ayuda de mi linterna y busque algunos pequeños leños de algarrobo y prendí fuego, calenté algo y prendí un cigarrillo para pasar el rato. El viento silbaba fuerte, escuchaba sonidos extraños, a la manera de ecos, no les tomé importancia, hasta que algo ¡De pronto me sobresaltó! ¡El silbido del viento se había convertido en música! Una rarísima danza volaba en los aires, busqué desesperado -aunque tratando de conservar la calma- más leños para aumentar el fuego, el calor y la luz de mi fogata. Así lo hice. Sin embargo, la danza seguía surcando los cielos, se tornaba más y más denso y pesado el aire que me rodeaba, encendí mi linterna, dirigiéndola hacia uno y otro lado, ¡nada, no se veía nada! ¿Alguien me estaría jugando una especie de broma? ¿Pero en esa inmensa soledad? ¿En medio de la nada? Era muy poco probable, casi imposible.»
«¿Quién esta ahí? Grité. ¡Responda! Dije una vez más. Volví a preguntar. Nada. Entre tanta tensión me quedé dormido. Amaneció, muy temprano, puedo jurar que vi el sol enrojecido. Eran las cinco de la madrugada y su luz taciturna me inquietaba ya. Me incitaba a levantarme. Tomé algo de comida y seguí mi camino. A mitad del día y habiendo caminado ya varias horas, empecé a sentir que alguien me seguía, mas volteaba y aquel hombre se ocultaba tras los matorrales. Como medida de previsión saqué mi revolver y a la segunda vez que lo vi, inmediatamente volteé y logré verlo. Debo decir necesariamente que era un hombre, no, no era un hombre, me equivoque, era una especie de ser. ¡Disparé! el escopetazo sonó como una bomba en tan asfixiante soledad. Una carcajada provino de “eso” corrí en su persecución, más fue en vano. Al darme la vuelta, “eso” se encontraba detrás de mí; el acosado fue perseguidor, mas no huí, lo enfrenté. E incluso debo decir lo “miré”; mas no puedo describir que observé: un rostro amorfo, sin ojos ni boca ni nada de lo que pudiera haber visto nunca, por eso mi descripción es torpe. Atiné a dispararle nuevamente. Me tomó del brazo ¿con qué brazos o manos? No lo sé, no vi ninguna, pero me tomó de la muñeca. Le increpé que me soltara, pero mi voz se perdía en su cuerpo, el que había adquirido una enorme dimensión, tanto que ensombrecía el sol. Me arrastró, me arrastró con fuerza… ¡Mire! ¡Mire! ¡Cómo ha quedado mi brazo! Está quemado, completamente quemado. Al parecer es una gangrena, tan fuerte fue como aquella bestia me tomó, que vea cómo ha quedado, mas aún pude escapar, no sé como lo conseguí. Encontré al indio, al pequeño, al muchacho que me acompañó, no supo que decirme, más pronto me llevó donde su padre, me dijo que era curandero… Me desmayé… desperté y muchos indios me miraban… estaba justo en una ceremonia de limpia, el padre del muchacho era en efecto un brujo reconocido. La sesión fue agotadora. Mi mano me seguía doliendo horriblemente, desafortunadamente el brujo no me dio muy buenas noticias: no era ningún hechizo o mal conocido el que tenía yo, me dijo que ¡¡LA MISMA MUERTE ME HABÍA TOCADO!! Varios de los presentes se santiguaron y empezaron a condolerse de mí, mas no tardaron mucho en irse, el dolor sigue aumentando… sigue aumentando…»
–No sé que decirle, Martín, no lo sé, el muchacho se volvió loco…
–Le hubieras visto la mano, amigo, he visto gangrenas en mi vida, he presenciado enfermedades y mutilaciones pero eso, no se qué sería…
–¿A los cuantos días murió Ignacio?
–Luego que conversamos, a los dos días creo, se envenenó, pero su brazo nunca se encontró, nunca lo encontraron… ¡Se lo cercenó!
por Paul Muro