por A. César Osses
“Cada cientos de miles de años, la evolución, normalmente lenta, da varios saltos hacia delante” es una paráfrasis de la frase con que Patrick Stewart, interpretando al Profesor X, abre la serie X-Men. Según ese triste argumento, el siguiente paso en la evolución humana nos dejará mutados en una serie de Kurts, Scotts, Hanks, Rémys, Erics, Jeans, Susans, Reeds, Johnnys, Bens u Ororos. O lo que es lo mismo, la evolución nos transformará en perfectas máquinas de ataque, dotándonos de capacidades aún mayores para combatir; claro que esta vez las armas vendrán incorporadas, y ya no tendremos que construirlas nosotros mismos.
Por suerte, según Greg Bear, la evolución del ser humano irá por otro lado. Hace un tiempo este autor escribió La Radio de Darwin, novela que trata la aparición entre nosotros de una hipotética evolución de la especie humana. En ella describe su particular forma de producirse, desde un punto de vista antropológico, como una posibilidad científica.
Lamentablemente, no fue éste el libro que cayó en mis manos; el que lo hizo fue su secuela, Los Niños de Darwin. Imagino, por lo que logro entender al leerlo, que la nueva especie aparece gracias a la activación de un retrovirus latente, que introduce en nuestro genoma la información que permitirá la llegada al mundo de los niños de la nueva especie.
La estructura del libro es lo que ha dado por llamar historia coral, aplicada en la narrativa cinematográfica con resultados diversos; a veces es forma de una historia donde al final convergen los protagonistas en un único clímax, mientras que otras, más que lograr un mosaico, la historia queda convertida en un collage disparejo e inconstante.
A veces fragmentar la historia sirve para capturar al espectador, creando un ambiente de tensión que logra mantener el interés. Otras, el collage es tan confuso y se presentan muchos personajes en situaciones tan diferentes que se requiere del lector un poder de concentración por sobre el promedio para poder seguir el desarrollo de las historias individuales, puesto que los personajes además de tener historias separadas, influyen sobre otros con sus acciones.
Sin llegar a ser tan extremo, aunque Los Niños es una suerte de historia coral con diferentes ángulos de la misma situación y sin personajes en exceso, desde mi punto de vista adolece de una notable falta de tacto para con el lector. Por razones que explicaré a continuación, opino que hace falta leer primero La Radio de Darwin para poder seguir esta narración sin distractores innecesarios.
Ciertos personajes adolecen de poca profundidad, lo que me hace sospechar que son personajes importados desde La Radio, hecho que juega en contra de la claridad del relato, ya que se ignoran sus motivaciones escaseando las descripciones de sus personalidades, quedando algunos de ellos transformado en meros personajes de telenovela venezolana.
Las referencias a situaciones anteriores, que pueden ser importantes para la historia, son constantes, dejando muchos detalles en el limbo, transformando así una novela que podría tener al lector ocupado en asimilar las ideas en un texto que deja intrigado al lector mediante el recurso de volver tácita la información faltante u omitiendo información importante.
En vez de crear y mantener el suspenso, Bear se dedica principalmente a crear y mantener espera; espera de que se presente el siguiente fragmento del episodio. El equivalente de los cortes en los episodios son los cortes que hacen los canales de televisión para insertar comerciales al transmitir películas en prime time: absolutamente irritantes y sin razón aparente.
Bear no mantiene una estructura relativamente ordenada en su novela, a pesar de que la narrativa es lineal y el universo de personajes no es sumamente extendido ni complicado. Los capítulos pocas veces abarcan un episodio: por lo general un episodio, relativamente corto y sencillo, es fraccionado en varios capítulos. Hay capítulos que duran un único párrafo, continuando con el episodio en tres o cuatro capítulos más, no permitiendo al lector profundizar demasiado en las situaciones que se van presentando.
En Los Niños, Bear no ahonda en muchos detalles de lo que debe haber tratado en extenso en La Radio, sino que describe detalladamente la reacción de la especie predominante ante la aparición de una nueva, presumiblemente la sucesora del homo sapiens sapiens sobre la Tierra. Nuestra sucesora.
La interrogante que Bear trata de aclarar en este libro es ¿cómo será la evolución del Homo Sapiens? ¿Y cómo la aceptará éste? Claramente la inspiración para esta evolución no provino de Lee o Kirby, y por suerte la especie que nos seguirá en el planeta no tendrá poderes para el combate, sino que extenderá nuestras limitadas capacidades sensoriales.
Por ejemplo, nuestro olfato es un sentido superado por los restantes cuatro, con cierta ventaja. Tal vez, como ya sugiriera Patrick Süskind desde un punto de vista diferente en El Perfume, un olfato más desarrollado podría permitirnos un mayor entendimiento de nuestro hábitat; podríamos dejar de ser parásitos y convertirnos en simbiontes de nuestro planeta.
Se ha dicho hasta el hastío que somos la especie dominante, que hemos aprendido a extender nuestras vidas más allá de lo que la naturaleza considera un límite prudente, que somos la única especie que deteriora su hábitat y que mata por deporte. Una de las frases cliché más manidas de los últimos años tiene relación con la herencia que dejaremos a nuestra descendencia: el planeta, y el estado en que lo entregaremos.
Nuestra evolución es descubierta por casualidad por un científico y confundida con una epidemia; el causante sería el virus llamado Shiver, y los afectados, los nonatos. Con el tiempo los niños del virus crecen, y también los temores de la sociedad Sapiens al contagio con Shiver. Nuestra reacción especial es contener el contagio, o la evolución, en campos de concentración.
Claro, no hay dictadura militar o Reich en este caso, sino miedo a nuestra extinción como especie ante la más avanzada de humanos shevitas. Ellos poseen nuestras capacidades entre muchas otras, especialmente relacionadas con las feromonas y las expresiones faciales y vocales. Toda esta gama extendida de posibilidades de comunicación permite a los shevitas una integración social sin equivalentes entre nosotros, relegando a la inexistencia conceptos que nos son indispensables, como la privacidad.
La sociedad shiver, que ciertamente tomará nuestro lugar en la Tierra, al momento de cerrar Los Niños promete ser más pacífica que la sapiens debido a su particular forma de relacionarse con sus pares y con el entorno, gracias al conocimiento y entendimiento casi tácitos de los otros seres vivos.
El mensaje final que puede cosecharse después de leer Los Niños de Darwin no deja de ser un mensaje esperanzador: si nuestros sucesores sobre el planeta llegaran a ser homo shiver, aún quedarían esperanzas para la viabilidad de Gaia. O bien la moraleja podría ser: para que el planeta sobreviva es necesario que nos extingamos. Ustedes elijan.
por A. César Osses