por A. César Osses Cobián
Hace una pila de años, el bizarro cantante inglés punk-pop (o pop-punk, o soft-pop-punk), famosillo en los tempranos 1980, William Michael Albert Broad alias Billy Idol, sacaba varios videos que aunque trataban de ser rupturistas, a mi me recuerdan inevitablemente, sobre todo por los vestuarios, a la película Dune. En rigor eran una suerte de confusa y disparatada mezcla entre Dune y el video de Thriller, de Michael Jackson. Antes de desaparecer por un largo tiempo de las estanterías de las disqueras, Billy Idol grabó el 1993 un álbum llamado Cyberpunk. Curiosamente, contenía un track llamado Neuromancer.
Hoy Billy tiene un nuevo álbum, pero si lo menciono aquí es únicamente porque fue gracias a una reseña de ese álbum (que nunca escuché, dicho sea de paso) leída por esos años en el diario peruano El Comercio, que supe que existía una palabra que definía un género literario, y que una de las canciones llevaba por nombre el título de una de las grandes novelas de quien es conocido como el padre del cyberpunk.
Pero ¿qué es cyberpunk? preguntarán algunos. Sin considerarme un experto, puedo decir que es un subgénero de la ciencia ficción. Elementos comunes: implantes hi-tech, prótesis avanzadísimas, avances en medicina que muy bien podrían ser reales en un par de cientos de años más (si el planeta logra resistir hasta entonces).
Llegué de casualidad a Neuromante. Hace bastantes años atrás era un ávido coleccionista de cómics, y rebuscando ociosamente una tarde entre las novedades aún no expuestas de la tienda (debo observar que era cliente frecuente, de ahí la confianza) me di de narices con uno enorme, titulado Neuromante. Viñetas pintadas con pinceles y pintura; creo que era anterior a las separaciones digitales. Una belleza.
Pero me alejo del tema. El cómic se basa con bastante realismo en el primer tercio del libro de Gibson. Para hacerse una idea general de la ubicación, del ambiente, recuerden Blade Runner, de Ridley Scott. Cuentan que cuando William Gibson terminó de escribir Neuromante salió al cine, a distenderse, y para ello eligió Blade Runner. Salió aterrorizado a los quince minutos, temiendo que lo acusaran de plagio.
El protagonista central de la historia es un “cowboy”, llamado Case, que en un tiempo anterior, por querer pasarse de listo, pagó con su sistema nervioso tal atrevimiento. Este personaje sería el equivalente de comienzos de los 1980 de nuestros modernos hackers, y para navegar por el ciberespacio (que dicho sea de paso, es un término que pertenece a William Gibson) no se sienta frente a un PC sino que se conecta a nivel sensorial, por lo que la integridad del sistema nervioso es primordial.
Al quedarse sin su principal herramienta para trabajar, empieza a descender aceleradamente por la escala social, llegando a ser un matón barato. En estas condiciones es reclutado por el enigmático Armitage, por intermedio de Molly. Ella es una asesina a sueldo modificada tanto física como genéticamente, alcanzando así el extremo de la performance humana para lograr ser lo más letal posible.
A Case se le restaura quirúrgicamente el sistema nervioso y le proporcionan el equipamiento necesario para volver a entrar al ciberespacio, todo con cargo a la aparente infinitamente profunda billetera de Armitage. El plan es simple: reclutar una serie de miembros para una secreta misión, y cuya finalidad es desconocida; para ello, cada nuevo miembro reclutado será parte activa en el reclutamiento del siguiente.
En ese futuro las inteligencias artificiales son comunes, empleadas por las grandes corporaciones transnacionales para resolver asuntos estratégicos y de negocios. Existe un encargado de evitar que las inteligencias artificiales se vuelvan… bueno, “inteligentes”; es el caso de la mente detrás de todo, una IA que es lo suficientemente inteligente para percatarse de que sin ayuda no podrá evolucionar.
“¿Cuando una inteligencia es artificial?” parece ser la pregunta de fondo de esta novela. Y vaya que es complicada la respuesta; no es sencillo descubrirla leyendo entre líneas, ya que no es una novela fácil de leer. Esta novela demanda del lector una imaginación fértil, una capacidad de concentración muy ejercitada y por sobre todo, voluntad para abandonar la lectura.
Lo último no tanto por lo adictivo de la trama o por lo trepidante de la acción, sino porque resulta bastante difícil poder seguir los vericuetos de razonamiento del autor si se lee de a pocos, de unas pocas páginas cada vez. Además el texto está plagado de nombres hoy conocidos mezclados con otros, fruto de la imaginación de Gibson.
Los lectores del ámbito de la electrónica o informática podrán sonreír socarronamente al leer varios de estos nombres, ya sea por su uso en un contexto erróneo o por designar algo completamente diferente. Sin embargo… ¿quién dice que el futuro no puede llegar a ser así? Gibson construye un futuro bastante plausible, y no muy complicado de creer, ya que es completamente consistente y que no da la sensación de estar navegando en las páginas de una novela de J.K. Rowling.
He tenido la oportunidad de percatarme de la influencia de esta novela en muchos ámbitos. En anime, en el caso de Ghost in the Shell, se pueden ver varios elementos familiares una vez que ya se ha leído Neuromante. También en / de Greg Bear puede notarse cierta influencia cyberpunk gibsoniana, tanto por los implantes, como por otras piezas tecnológicas vistas por primera vez en Neuromante. Johnny Mnemonic, personaje central de la película del mismo nombre, también es mencionado, curiosamente, de pasada.
En resumidas cuentas, tras leer lo que se ha dado en considerar la piedra angular de la literatura cyberpunk, puede decirse que tanto los microchips como el ciberespacio tienen cabida dentro del lirismo de la pluma de Gibson, así como los ambientes densos y recargados de elementos familiares y extraños, yuxtapuestos sin ningún orden ni concierto en una melodiosa cacofonía.
por A. César Osses Cobián