Primera Mención Honrosa: Exterminio – Pavel Kraljvelich

Ya es de noche, la luz de la vela ilumina apenas mi cuarto de tres por cuatro metros y sobre el techo se dibujan sombras espectrales arrancadas de las fogatas de la calle. Me preparo para salir, reviso las balas que tintinean cuando golpeo con la mano el bolsillo de la chaqueta y miro de reojo el rifle sobre el camastro. Es de noche, hace frío y repaso de memoria la rutina diaria de asegurar las cuatro cerraduras de la puerta que protege mis escasas pertenencias: el camastro de campaña, una muda de ropa, un abrigo con los bolsillos rotos, la cocinilla a gas y la reproducción de una fotografía de Eugene Smith que me regalaste hace tanto tiempo, mucho antes de irte. Es quizás por eso que te recuerdo ahora, mientras pienso en los ocho pisos que debo bajar por las escaleras para alcanzar la calle, atento a las sombras de cada rellano, alerta a pesar de lo débil que me siento. Y me doy cuenta de que algo distinto sucede, una digresión, si quieres. Este es el único modo que tengo de contarte. Luego tú decidirás si corresponde o no, pero ese ya no es asunto mío. Ya cumplo lo suficiente con contarte, con tratar de contarte.
En fin, las cosas nunca fueron como yo pensaba. No porque resultasen distinto, sino simplemente porque no me había hecho una idea clara de lo que quería. Entonces sucedió todo. ¿Sabes qué es lo que pasa cuando algo cambia y tú apenas tenías una vaga noción de ese algo, apenas podías nombrarlo, identificarlo entre todas las otras cosas que te rodean? Piensa además que ese algo al que me refiero es aquello que todos llaman vida. ¿Sabes qué pasa, entonces? No queda nada, eso pasa, y de hecho eso fue lo que sucedió. No hubo razones ni explicaciones para modificar con tanta profundidad todo lo que conocíamos y a lo que estábamos tan habituados. Hay que aclarar, de todos modos, que nadie pidió las respectivas explicaciones. Simplemente sucedió. Los edificios fueron demolidos uno por uno. Una espesa nube de polvo fue cubriendo la ciudad, una nube que demoró varios años en disiparse y que terminó por posarse sobre las calles, los árboles y los escaños de las plazas. Todo esto sucedió hace muchos años y el polvo persiste, fétido, como un organismo vivo que cuenta con mil maneras de regenerarse. La gente de la ciudad se ha acostumbrado a los cambios, como suele suceder. Yo también lo he hecho: no soy un ser humano extraordinario como para rebelarme. Al parecer nadie lo es en la ciudad.
Desde mi cuarto, en el único edificio que queda en pie, puedo ver las calles, puedo ver la esquina donde antes había un café en que vendían exquisitos panqueques con relleno de mermelada de frutillas. Alguna vez nos citamos allí, y tú pediste jugo de naranjas y yo un café. Releo lo que he escrito y te pido disculpas por no ser tan preciso como quisiera. Las calles tienen ahora otros nombres, que cambian periódicamente, y los nombres anteriores, los de nuestro tiempo, los he olvidado. En la cuadra donde estaba el café hay ahora un terreno baldío, rodeado por un muro en ruinas, donde un grupo de personas vive aspirando bolsas con tolueno. Me parece que son tres o cuatro familias, unas veinte personas en total. Por las noches encienden enormes fogatas con muebles viejos que recolectan por las calles. Te asombraría ver la cantidad de columnas de humo que, incluso durante el día, se elevan desde diferentes puntos de la ciudad. Son como cicatrices negras sobre el cielo permanentemente gris. Estas fogatas son la única forma de espantar el frío y las jaurías de perros que asolan las calles durante la noche.
A veces, aún ahora, me paseo por la Plaza Central como si fuese lo más normal del mundo y no lo es. Voy por las mañanas, casi siempre. Voy a desayunar a un comedor público que, durante el tiempo anterior a las demoliciones y la nube de polvo, dependía de la Iglesia y que ahora es propiedad de una matrona gorda que defiende su negocio a punta de escopetazos. Allí se pueden conseguir, con algo de suerte, un par de huevos calientes y café rancio. La matrona también administra a una docena de menores de edad, niños y niñas, que realizan todo tipo de prestaciones sexuales.
De los edificios que rodeaban la Plaza sólo queda la Catedral y un ala en ruinas de la Oficina de Correos, que por milagro aún funciona. La Catedral permanece con las puertas cerradas, sitiada en sus tres frentes visibles por mendigos que se arrastran hasta allí con rastrojos de frazadas y cartones a medio podrir. Existe en la ciudad un intermitente rumor acerca de la próxima apertura del templo, un rumor que se ha gastado con los años y se ha convertido nada más que en un suspiro de desesperanza. Es bien sabido por todos que los curas se han marchado y que el interior de la iglesia está vacío. A pesar de eso los mendigos siguen llegando y se amontonan como lombrices en las escalinatas, rodeando las estatuas de cardenales muertos cuyos nombres ya nadie recuerda.
La Oficina de Correos, por su parte, es una de las pocas instituciones que funciona en la ciudad, por lo menos en apariencia. Todos los días, frente a la única ventanilla que atiende al público, se forma una larga fila de personas que consultan por encomiendas de algún pariente en el extranjero. Su único funcionario abre dicha ventanilla a las nueve de la mañana en punto y cierra al seis de la tarde, de lunes a viernes, y los sábados abre de diez de la mañana hasta las dos de la tarde. La gente que acude a la Oficina de Correos se renueva diariamente y todos escuchan la misma respuesta: no se ha recibido ningún envío desde el extranjero. Si alguien asegura tener la certeza -una imposibilidad, como te habrás dado cuenta- que la encomienda fue ya despachada desde su lugar de origen, el funcionario le entrega tres o cuatro formularios para reclamar el paquete presuntamente extraviado y le conmina amablemente a volver la semana siguiente para cursar la solicitud de revisión de entregas.
Luego del desayuno me instalo en uno de los escaños que los maricones ocupaban para comprar sexo, años atrás, por el costado norte de la Plaza Central, cerca de donde estaba la estatua de El Conquistador y que desapareció en la época de las primeras demoliciones. Ahora ya no hay maricones en la ciudad. Casi todos ellos se marcharon o simplemente están muertos. Dicen -no lo sé a con certeza pero intuyo cierto nivel de verdad en este rumorque fueron lanzados al mar tras una prolongada tortura, vivos o muertos, atados de pies y manos y con la cabeza cubierta por una bolsa plástica. Tampoco hay ya muchos viejos. Como te imaginarás, no pudieron sobrevivir a la nube de polvo. La bronquitis y todo tipo de enfermedades respiratorias los diezmó, y durante meses abarrotaron las ya escasas salas de los hospitales. Era todo inútil, claro. También murieron los niños más pequeños y los médicos que se contagiaban o simplemente sucumbían al cansancio. Es curioso cómo el cadáver de un viejo se puede parecer tanto al de un niño. Los cuerpos comenzaron a apilarse en la morgue, primero, y luego comenzaron a amontonarlos en algunas plazas públicas. Al principio los deudos se daban el trabajo de buscar a sus difuntos en las pilas funerarias, pero la indiferencia poco a poco fue ganando terreno y los cuerpos comenzaron a descomponerse y a convertirse en alimento de las gaviotas, las ratas y los perros. Se dice que finalmente fueron trasladados en camiones a terrenos agrícolas en los alrededores de la ciudad para ser sepultados en fosas comunes. La verdad es que a nadie le importa demasiado.
Me quedo casi toda la mañana sentado en un escaño de la Plaza Central, observando a las palomas que, desesperadas y grises, buscan algo para comer. No llevo semillas, como debes suponer. Me conoces y es inútil tratar de pintarte una imagen de mí que te resultaría extraña: me voy a la Plaza Central por la mañana a ver a las palomas, aves horribles, morir de hambre. Las palomas de las que te hablo no son las mismas que tú recuerdas. Hace muchos años que te fuiste, y en esa época todo era distinto. Éramos más jóvenes, de partida. Pero las palomas, de eso quería hablarte. Nuestras palomas son ahora del tamaño de una gallina y al menor descuido te puede sacar un ojo. Casi no vuelan, pero sus precipitadas carreras y cortos planeos las mantienen relativamente a salvo. No son un problema, de cualquier modo, pues los perros o los mendigos de la Catedral se encargan de mantener su población controlada, si me entiendes.
Por las tardes voy a caminar hacia el lado del río, haciendo un breve alto en lo que queda del Mercado Central para conseguir un poco de arroz y verduras a precios obscenos. Luego sigo por el borde del río hasta donde está el edificio de la Facultad de Derecho, convertido ahora en matadero para los perros que vagan, salvajes, por las calles. Un par de cuadras antes de llegar al edificio se pueden oír los aullidos de los perros y, aunque no es posible estar a menos de cincuenta metros pues el hedor de la carne podrida que se apila en el anfiteatro es insoportable, me acerco a la entrada principal. El portero, un tipo gordo y sudoroso, me recibe con una mueca que pretende ser una sonrisa y me acompaña hasta el auditorio del segundo piso, donde se dictaban las clases de Derecho Romano, que ahora hace las veces de oficina para el Servicio de Seguridad, Sanidad y Abastecimiento. Además de encargarse de los perros salvajes, es desde este edificio de donde salen los escuadrones de vigilancia que escoltan a los convoyes con el arroz que se reparte en los diversos mercados de la ciudad. Esos mismos escuadrones son los que se encargan de disolver motines, saqueos y recoger los cadáveres que aparecen cada día en las calles: víctimas de los perros, de algún asalto, del frío o del hambre. El Servicio está a cargo de un sujeto flaco y pálido, siempre vestido con una camisa blanca raída en los puños y una corbata negra ceñida al cuello con un perfecto nudo estilo windsor. Se llama Ciro Domínguez y me han contado que solía ser Juez del Crimen, pero esto no es seguro pues toda la información que puedas conseguir se basa en rumores. Cada tarde lo encuentro concentrado en libros de cuentas y, sin mediar palabras, me entrega el dinero de la noche anterior, doce balas y un poco de aceite para el rifle. Luego debo firmar un recibo donde me comprometo a matar al menos diez perros esta noche para recibir mi paga diaria.
No puedo contarte más. No hay más que contar. Apago la vela y me acerco a la ventana para mirar la enorme fogata que han encendido enfrente. Al parecer lo que arde es un sofá de tres cuerpos, con un tapiz que alcanzo a distinguir, o imaginar, verde. Ya es tarde y debo salir. Camino hacia la puerta, escucho el sonido metálico de las balas chocando en el bolsillo, el ruido sordo de las gomas de los zapatos sobre el piso. Antes de abrir la puerta pego el oído a la madera y contengo la respiración. Silencio. Giro la primera cerradura. Vuelvo a pensar: ya es tarde.

© 2004, Pavel Kraljvelich.

Sobre el autor: Pavel Alejandro Kraljevich Muñoz nace en 1973 en Antofagasta, Chile. Ha cursado varias carreras universitarias y ha participado también en diversos talleres literarios, entre los que destaca el taller dirigido por Carlos Cerda en la Biblioteca Nacional, en el marco de los Talleres Literarios José Donoso que se realizaron entre 1997 y 1998. Actualmente se encuentra dedicado a sacar adelante el proyecto de Ediciones K.

Segunda Mención Honrosa: JE.T.A.I.M.E. 1.0 – Francisco Pino

Sus manos ordenaban los archivos de una manera increíble, luego de tomar cada disco expediente lo insertaba en su palma descargando la información y luego organizándola en el contenedor zip. Sentada frente a su escritorio, ensimismada en su trabajo, brillante y dorada, era una de esas secretarias androides que hacían que el humano mas insensible sucumbiera a sus encantos de máquina curvilínea de diseño neomecha.
A pasos de ella, absorto mientras pulía por décima vez un vidrio a punto de destrozarse, un robot de asepsia no despegaba sus receptores visuales de aquella diosa de acero y bronce. Su placer, descaradamente enajenador, no le advirtió que el vidrio estallaba en mil pedazos.
-Campo de fuerza inverso y absorción de fragmentos de vidrio y onda expansiva -sentenció el robot mientras un halo celeste transparente se expandía absorbiendo los trozos y el molesto sonido provocado por el estallido.
-¡Bravo! -exclamaron las personas mientras se levantaban y veían que la situación estaba bajo control. Miraban admirados al robot de fantásticos reflejos y perfecto equipamiento.
Y fue cuando sucedió. Francine, quien no despegaba sus manos de la multifunción archivatoria, detuvo su trabajo y enfocó sus receptores visuales sobre Celso, el robot de asepsia, quién, en un estúpido vaivén reactivo a la mirada de la secretaria se desplomaba escaleras abajo mientras movía su mano mecánicamente en señal de saludo.
Y es así. Los días pasan en la ciudad, como un mecanismo eterno con fuente de poder vitalicio. Por las calles limpias y perfectamente pulidas circulan humanos y máquinas, unos sirven y otros ordenan, en un ciclo cotidiano y natural que se ha repetido eternamente desde la aparición del hombre y sus jerarquías.
Desde la invención de la Corteza Cerebral Sintética la vida del hombre dio un vuelco radical, lo que permitió que todo tipo de tareas, desde utilizar una computadora de plasma hasta cargar barras de acero integrado, fueran desarrolladas de manera eficiente y eficaz. El sistema CCS permite la utilización de un casco neuronal que conecta al humano con su droide de trabajo, independiente la distancia, a través de la empresa que contrata al empleado y una vasta red de fibras multispeed de instalación básica. De esta forma el encargado del robot constructor de la torre de comunicaciones en Libreville, Gabón, comanda a su autómata a la perfección mediante un ordenador de plasma y su implante de corteza cerebral sintética desde su casa en Ottawa, Canadá.
De ese modo, el sistema de trabajo experimentó un cambio que mejoró las relaciones internacionales, las tecnologías de comunicación y la precisión de la mano de obra formal e intelectual en el mundo. Pero no fue suficiente como para lograr un cambio en el trato entre trabajadores virtuales, existiendo altercados y abusos de poder entre capataz y empleado. El hecho de trabajar a distancia no podía impedir discusiones con otros profesionales, o problemas de trato y más aún, peleas entre los droides realizadores del trabajo. La naturaleza del ser humano tiende a la violencia de manera directa o indirecta, lo cual podría diagnosticarse como un problema de inseguridad crónica, solucionable sólo con el dominio o control de individuos cercanos y situaciones.
Pero a pesar de los problemas naturales del ser humano, un hombre y una mujer descubrirán el secreto que los llevará a la felicidad plena. Ella vive en Nantes, Francia, en un departamento que le dejó su padre antes de morir. Su vida es solitaria y apagada. Aparte de su ordenador de plasma, su cama y algunos electrodomésticos no posee más bienes materiales. Su mente se entrega al minimalismo absoluto, aplicándolo tanto a su forma de pensar como a su manera de vivir.
-Archivo de datos e interrelación de información con proyecto de educación en Mogadiscio, Somalia -ordenó mientras desplegaba las ventanas del sistema operativo y vigilaba la cafetera sobre la única mesita que se encontraba en la esquina de su apartamento.
Alternativamente en el Ministerio de Educación de Somalia la secretaria droide se activaba y empezaba su frenético orden y asimilación de archivos.
Pero sus receptores ópticos no pudieron evitar ver al robot de asepsia colocar un nuevo cristal en la ventana rota. Los dedos de Francine y las sinapsis de orden de su cerebro se centraron específicamente en la máquina que manejaba el vidrio.
-Concéntrate Francine, sería lo último si te empezaras a enamorar de ese robot -dijo y tomó un sorbo de café.
Aquel pensamiento había recorrido su mente desde que conoció al hombre mecánico encargado de la limpieza, el cual gracias a su cortesía y asistencia cobraba una gran impresión en la secretaria.
-¿Será un autómata o un droide de la CCS? -se preguntó Francine y después de investigar visualmente su armadura encontró la sigla que deseaba ver.
Mientras en Kingston, Jamaica, Celso respiraba el aire fresco que lanzaba su ventilador mientras comunicaba finalizado el acoplamiento del cristal en la ventana.
-El cristal está listo señorita Francine -anunció cortésmente Celso mientras ordenaba su brazo múltiple y miraba insistentemente a la droide en busca de algún espasmo o coqueteo.
-Muchas gracias -respondió con asombro Francine mientras pensaba de qué manera aquel robot supo su nombre.
-Soy Celso y estoy para servirle -dijo mientras se retiraba firme y seguro en sus pasos dando una que otra mirada a la estupefacta androide.
Ya era tarde y la jornada de trabajo terminaba. Celso abandonaba su casa para reunirse con sus amigos en algún bar de Kingston Bajo. Sus sienes le apretaban y latían.
-Sirva una ronda de cerveza -ordenó Celso al barman droide de turno mientras encendía un cigarrillo y charlaba animosamente con sus amigos.
-Hoy tuve un gran problema con el droide capataz en mi empresa – contaba Julius, amigo de infancia de Celso-, el muy cretino me obligó a realizar esfuerzo redoblado en la carga de peri 2 de acero integrado, lo cual pudo haber fundido los mecanismos de carga de mi robot carguero y eso sería un serio descuento de mi salario, perdería dinero de por vida.
-¿Y como tomaste el asunto? -preguntó Celso mientras soltaba una bocanada de humo.
-Traté por los medios lógicos del diálogo, luego al ver que no reaccionaba, me contacté con la empresa matriz que nos contrató, lo cual provocó el despido del capataz en cuestión, era un tal Cantini que trabajaba desde Milán -y tomando un sorbo de cerveza notó en Celso algo extraño.
-Me parece que te pasa lo mismo que a mi, trabajar con esa corteza cerebral sintética me provoca lapsos de enajenación, e incluso en ocasiones no logro diferenciar si la labor la realizo yo objetivamente o mi droide de trabajo, es confuso, creo que necesito vacaciones -y llamando al barman droide pidió más cerveza y un tema musical holográfico de fondo
-Bueno aparte de los malestares del casco neuronal mi problema es otro -tomó un poco de cerveza y prosiguió-, en el departamento en el que trabajo a cargo de la limpieza existe una droide encargada de la multifunción archivatoria. Lo único que sé de ella es su nombre y también que no es un autómata si no que trabaja con implantes CCS.
-¿No me digas que te atrae una droide secretaria? -exclamó exaltado Julius mientras daba palmadas a Celso en la espalda.
-Creo que sí, desde que vi el rostro de Francine en la interfaz de aspecto de la droide no he podido sacar esa imagen de mi memoria -y bebió cerveza mientras sonreía a Julius que soltaba una gran carcajada.
Repentinamente un grupo de personas entró en la cantina de manera abrupta. Traían holopancartas y discofolletos y empezaron a vociferar mientras entregaban los informativos.
-Realizaremos una asamblea por los derechos de los trabajadores de la CCS, las injusticias salariales y de abuso de poder frenan nuestro crecimiento como gremio y peor aún, nos separan a nivel político y gubernamental.
El público, muy conforme del discurso aceptó la información. Lo que el gremio no sabía era que entre los asistentes del bar estaba uno de los cabecillas del sindicato de capataces, el cual al escuchar al grupo se levantó mientras pagaba la cuenta y miraba tratando de reconocer rostros para informar a sus superiores.
Los ánimos se apagaban en Kingston. Celso, Julius y los demás discutían la posibilidad de jugar un partido de fútbol soccer en una de las canchas aledañas, el partido se formalizó cuando comenzaron las apuestas. Celso, parado en medio de la cancha, miraba al cielo nocturno, a la estrella más brillante. Un pelotazo en el rostro lo aterrizó de su éxtasis.
Al mismo tiempo, Francine, retocaba una imagen en su editor gráfico. Era el rostro de Celso, realizado en un collage al más puro estilo pop art graphicshop. Recordaba a su padre cuando le decía sobre vivir con él en el campo, con esa amabilidad que le caracterizaba y que reflejaba en sus grandes ojos negros. Mientras trabajaba sonreía. Trataba de enfocar el rostro a través de la interfaz del robot de asepsia.
-Si tan sólo pudiera verlo -pensó Francine.
-¿Qué estará haciendo ahora? -pensó Celso.
El rubor subió a la cara de Francine. Celso la paraba de pecho y daba pase a Julius. Una sonrisa delicada figuraba en el rostro de la joven mientras se levantaba a atender la puerta de su departamento. Celso pidió un tiempo. Julius lo miró y sonrió, haciendo un gesto de locura con sus ojos y manos. Francine recibió a Amelie, su amiga del alma. Celso descansaba junto a Julius.
-¿Cómo se llama? -preguntó Amelie mientras servía una taza de café negro.
-Celso -murmuró tímidamente Francine -trabaja conmigo en el ministerio de educación de Mogadiscio, Somalia.
-No crees que es muy apresurado creer que te gusta un tipo que ni siquiera conoces y para colmo trabaja en limpieza -comentó peyorativamente Amelie.
-No es el hecho de que trabaje en limpieza, ni menos el tiempo que lo conozco, es su mirada, apenas la distingo a través del grueso cristal de la cabeza del robot, pero me da confianza y me agrada, siento algo muy extraño por él -y diciendo esto Francine miró con rubor a Amelie.
-Parece que esto va en serio, trata de no desilusionarte, recuerda que los amores fugaces son peligrosos -sentenció Amelie mientras miraba de manera pícara a Francine. Ambas sonrieron.
Mientras al lado de las canchas de Kingston bajo.
-Yo creo que no tienes que tomártelo tan a pecho, recuerda que la apariencia de la droide no tiene nada que ver con el cuerpo real de la chica – replicó desconfiado Julius mientras Celso secaba su transpiración.
-Lo sé amigo, pero esto va más allá de las apariencias. Al principio me atraía su diseño de cubierta, pero luego empecé a ver por sobre lo material, sus ojos brillaban atravesando la pantalla de interfaz de la droide -comentaba absorto Celso-, lo único que deseo ahora es verla de nuevo.
-Eres un enfermo, enamorarte de la cubierta de una droide secretaria -y riendo daba palmadas a Celso el cual carcajeaba de buena gana ante su buen grupo de amigos.
La tropa se aprestaba a pagar al droide guardia la cuota de arriendo por la cancha cuando uno de los chicos de la cantina se aproximó exaltado.
-El gremio de capataces convocó a reunión extraordinaria en la sede virtual del holomundo, a las 11:00 AM. Deben avisar a la Empresa de CCS y al matriz empresarial que los contrató-y diciendo eso desapareció entre la multitud.
-Esto me da mala espina -comentó Julius a unos de los muchachos del grupo.
-Pero no nos queda más que asistir, es nuestra responsabilidad al participar de esta forma de trabajo y nuestro gremio -comentó Celso mientras el grupo se separaba.
-Aún así debemos estar preparados para cualquier golpe bajo -dijo Julius a Celso mientras se despedían.
Esa noche Celso no podía dormir. Se conectó a la red a través de su ordenador de plasma. La buscó. En archivos de la empresa en la que trabajaban y en la nómina de empleados del ministerio de educación de Mogadiscio, Somalia. El chico es un genio en la búsqueda de información. Se licenció en informática y principios de robótica en Kingston con honores, más sus sueños no consistían en poder económico ni fama, él quería ir mucho más allá.
-Te tengo -pensó Celso mientras se conectaba a través del chat con Francine quien tenia su ordenador de plasma en línea con la red.
Francine, quien en ese momento salía de la ducha, observó que tenía un mensaje en espera. Su alegría fue inmensa cuando averiguó que era Celso.
-Hola -saludó mentalmente Celso mediante su censor neuronal.
-Hola, ¿cómo me encontraste? -preguntó mentalmente Francine sonriendo mientras secaba su pelo y acomodaba su censor neuronal.
-Uno que otro archivo corrupto por ahí, y algunos crack de mi invención -respondió de manera simpática el chico mientras no dejaba de mirar a los ojos a Francine.
-Si no me buscabas tu, te aseguro que lo hubiera hecho yo -aseguró Francine mientras sonreía al monitor panorámico de plasma.
-Lo sé -dijo mentalmente Celso y comenzaron a charlar.
Conversaron fluidamente sobre todo tipo de temas, sin tapujos, sin desconfianza, como si se tratase de una relación de muchos años. Mientras más se miraban más se enamoraban. El tiempo pasó largamente pero para ellos significaron sólo minutos. Platicaron hasta que debieron volver a sus actividades en sus trabajos correspondientes.
Pero no les importó.
Eran las 11:00 AM y todos los empleados que utilizaban el sistema CCS estaban conectados virtualmente a sus droides de trabajo en modalidad de labor automática y alternativamente se presentaban al holomundo con el gremio de capataces. La cantidad de entidades era increíble, el salón virtual de reuniones estaba copado y constantemente debía simular más espacio para los nuevos visitantes. Uno de los jefes de los capataces subió a un podium y se dirigió a la audiencia:
-Últimamente los problemas en las relaciones entre capataz y empleado has aumentado considerablemente. La conducta irrespetuosa de los subordinados ha llevado a que el gremio tome una decisión en relación al sistema laboral y gracias a nuestros informáticos hemos generado un software denominado JE.T.AI.M.E. 1.0 que potenciará el trabajo y disminuirá la conducta indecorosa de los empleados -y diciendo esto el capataz activó la interfaz de inicio descargando el programa en todos los ordenadores de plasma y sistemas operativos de los droides trabajadores.
-Pero ustedes no pueden hacer esto, no han tomado nuestra palabra ni aprobación para el proyecto JE.T.AI.M.E. 1.0 -exclamó Celso ante una asamblea alterada que lentamente caía en el inconsciente.
El proyecto JE.T.AI.M.E. 1.0 no era más que un virus que provoca la desconexión del usuario a su realidad como ser humano y deja prisionera el alma de la persona en el androide. Su principio activo anula la sinapsis del organismo descargando el flujo a la corriente de conexión con el sistema de CCS y aprisiona el alma en la vía receptora ejecutora racional del droide. Elimina el concepto de conciencia y voluntad de poder del trabajador, transformándolo en un simple «robot sin conexión».
Los droides de todas partes del mundo se levantaron, los cuerpos de sus pilotos yacen muertos frente a sus ordenadores de plasma mientras sus cascos neuronales sueltan los últimos chispazos de corriente
Un enorme robot carguero se alza sobre una edificación, es Julius quien, conciente, incita a sus compañeros a levantarse y derrocar a los capataces. Alternativamente en Somalia, Celso y Francine abandonan el ministerio de educación. El sol baña sus metalizados cuerpos con un nuevo resplandor.
Una horda de robots con alma humana avanza. Sólo dos son felices.

© 2004, Francisco Pino.

Sobre el autor: Francisco Eusebio Pino Sáez nació en 1976 en alguna ciudad no especificada de Chile. Se ha desempeñado como Diseñador Gráfico y participó activamente en la Corporación Crearte, cumpliendo el cargo de Encargado de Escuela en el Colegio Marcela Paz de Recoleta y profesor del Taller de Cómic del mismo establecimiento. Actualmente realiza su Proyecto de Título MORBUS ARCANUS, Aventura Gráfica Interactiva bajo la tutela del profesor Germán Orellana con quien además colabora en proyectos de docencia universitaria. Además posee el cargo de Profesor de ilustración y cómic en el Programa Integrarte donde realiza clases desde abril de 2004.

Cuarta Mención Honrosa: El Regreso del Hombre Muerto – Sergio Gaut vel Hartman

Despierta. Está de pie, en medio de una habitación. No recuerda haberse quedado dormido. Alza las manos y ve relieves de hueso y ríos de venas azules, pero no las reconoce como propias. ¿Debería? La habitación, en cambio, es parte de una geografía familiar; ha estado aquí tantas veces que si se lo propusiera podría llamar a cada átomo por su nombre. Pero, ¿qué importancia tiene eso? Cabalga sobre la extrañeza que le produce saber y no saber al mismo tiempo y no tarda en descubrir que ha perdido mechones de memoria, desprendidos como costras secas, como fogonazos sin brillo.
-¿Papá? Regresaste. Estás de nuevo en casa, ¡qué alegría! -El que habla es un hombre joven que ha entrado a la habitación sin hacer ruido; está bronceado por soles verdaderos, tiene la sonrisa fácil y largos cabellos rubios que le caen en cascada sobre los hombros. Se aproxima, aferra las manos como mapas, con sus ríos de venas azules y escabrosas crestas de piedra, y las aprieta con fuerza contra su pecho. -Estamos juntos de nuevo. ¿No te hace feliz?
Quisiera responder. La respuesta es no. Pero la sílaba mínima, a la vez palabra rotunda y maciza, no logra abandonar la boca. Las mandíbulas apretadas ofician de candados y el no se pierde en una ilegible conjunción de mímicas vagas. Tal vez ni siquiera importe. Regreso. Juntos. Feliz. No importa, no; realmente no importa.
Un mal disimulado sonido de engranajes aporta un elemento residual a lo que hubiera sido una explicación desafortunada. Pero está fuera de su alcance comprenderlo. ¿Ha chirriado un mecanismo dentro de su propio cuerpo? ¿Es eso? Un segundo después, una voz simétrica disuelve el eco, y el precario sistema construido se desmorona.
-¡Papá! -Una mujer de facciones rígidas, sin alegría, irrumpe en el espacio ya ocupado por los otros dos. También es joven; el corto cabello rojizo, rizado y desprolijo, expresa una insolente contrariedad. Su cuerpo, pálido y tembloroso, informa que proviene de un largo encierro y que se dirige hacia otro, tal vez más prolongado aún. -Hubiese preferido…
-¡Silencio, querida hermana! No estropees este momento mágico con tu vulgar desaliento. -El hombre joven, bronceado y seguro de sí mismo, coloca una de las manos del anciano entre las de la mujer, que la sostiene con aprensión, casi con asco. -¿No es cierto, papá, que ya no estás muerto?
-No es una pregunta que se pueda responder con palabras -dice ella-. Tampoco esperaba volver a verlo, de todos modos; nunca creí que eso fuera a… funcionar.
-Y esto es sólo el principio -dice el hermano-, ¿por qué no estás contenta? Tendrías que estar contenta. Deberías estar tan contenta como lo estoy yo, como lo está él. -Luego, dirigiéndose al dueño de los huesos y las venas azules, agrega. -Dio resultado, papá. -Y luego, regodeándose con la repetición: -Ya no estás muerto.
Pero ella grita enérgicamente. -¡Sí, está muerto! -Se pone frenética y arroja la mano que sostenía entre las propias como si se tratara de un insecto repugnante. -¿No te das cuenta? Han puesto una máquina absurda en el interior de su cuerpo, un artefacto microscópico que le permite estar parado en medio de la habitación, mirándonos como si nos conociera, como si supiera que somos sus hijos.
-Estuviste de acuerdo -protesta el joven de sonrisa fácil, pero ya no sonríe.
-Me hiciste firmar esos papeles, a la fuerza; estaba dolorida, confusa, aturdida. Se moría, pero fastidiaste hasta que los firmé. Él… esto…
Ahora está completamente despierto. Permanece de pie, en medio de la habitación. Los que gesticulan y discuten son sus hijos; eso afirman y él no está en condiciones de aceptar o rebatir nada; sólo los hechos refrendan un pasado tan perfecto como frío. Por lo visto no están de acuerdo con algo que han hecho, con alguna decisión que han tomado. No recuerda haberse quedado dormido y el abismo gris en el que se aloja la memoria no le ofrece datos adicionales. Recupera la mano que fue arrojada al vacío y ve relieves de hueso y ríos de venas azules. Acepta que es su propia mano y un impulso acude a su boca. -Está bien -articula. No son sus mejores palabras, pero alcanzan para detenerlos en el aire, como libélulas heladas.
-¡Te lo dije! -exclama el hijo, alborozado-. Está de acuerdo con lo que hicimos.
-Lo acepta, no le queda otro remedio -replica la hija. Sus párpados caen pesadamente y la escena se nubla y descompone. No fue preparada para tolerar sin más algo tan poco natural. Pero sabe que no sueña, ni se siente atrapada por una alucinación. Está ocurriendo, en este momento, sin mesura.
-Hijos. Malena. Luis. -Ha emitido las palabras con voz cascada, pero está seguro de que son los roles y nombres adecuados-. Me siento… ¿raro? Extraño, sí, todo esto es muy extraño.
-¡Funcionó, papá! -grita Luis, eufórico-. Ellos dijeron…
-Ellos cobraron una enorme suma de dinero -fustiga Malena retrocediendo un paso-. Crearon un programa que reproduce la voz y otro que activa los músculos. Es un títere, Luis, una marioneta; no es nuestro padre. -Retrocede otro paso, se aproxima a la puerta; quiere salir de la habitación, poner distancia, aunque sea para volver a encerrarse en su jaula dorada.
Ahora está seguro de lo que han hecho con él. Busca sin eficacia un nombre para su estado. ¿Es un hombre? No lo es, porque ha muerto. ¿Un resucitado, tal vez? Tampoco; para serlo, como el Lázaro del mito, tendría que haber operado una voluntad divina que lo devolviera a su estado anterior.
Ahora estoy seguro de lo que me han hecho, reflexiona. Busco sin ineficacia un nombre para mi estado. ¿Soy un hombre? No lo soy, porque he muerto. ¿Un resucitado, tal vez? Tampoco; para serlo, como el Lázaro del mito, tendría que haber operado una voluntad divina que me devolviera a mi estado anterior. Sólo han creado un programa que reproduce mi voz y otro que activa mis músculos. Pero también me han provisto de un receptáculo en el que se agitan, como serpientes, los recuerdos compartidos con Malena y Luis, cuando eran pequeños, y también con Sara, la madre, mi mujer durante tantos años. Ella no fue afortunada, como yo, murió antes de que los genios de silicio pudieran convertir su cadáver en un títere, una marioneta electrónica. Sara no fue afortunada, como él, murió antes de que los genios de silicio pudieran convertir su cadáver en un títere, una marioneta electrónica. La voz, rebotando en los espejos, le obsequia una imagen deformada de lo mismo.
Aún permanece de pie, en medio de la habitación, pero se le ocurre que no sería mala idea sentarse, y se sienta. Malena regresa sobre sus pasos y también se sienta. Los hijos ya no discuten ni gesticulan. Ahora se sienta Luis y así dispuestos, en torno a la mesa, podrían pasar por tres personas corrientes que comparten una velada familiar.
-¿Te das cuenta? -dice Luis-. Ha tomado la iniciativa. Sólo será cuestión de acostumbrarse.
-Algo fallará -dice ella, recelosa, obstinada-. Se quemará una placa y lo veremos girando como un trompo, rebotando contra las paredes, meándose encima.
Luis se ríe rígidamente y hace un gesto extraño, demasiado frívolo para la ocasión.
-No puede, ni eso ni lo otro, ¡tonta! Los recuperados no necesitan comer, ni dormir, ni soñar…
-¿Recuperados? ¿Ese es el nombre que les dieron? -Malena cierra los ojos y trata de conectar su mente con la del hombre que regresó de la muerte, pero sabe que esa es la fantasía de los débiles de espíritu y la rechaza.
No obstante, el hombre que regresó de la muerte piensa que no está mal que digan que ha sido recuperado. Observa a sus hijos y entiende que también es un buen momento para una sonrisa. Sonríe. Han encontrado un nombre para su estado. No es un ser vivo, exactamente un ser humano, ni ha resucitado, pero no le cae mal considerar que convalece de la enfermedad que lo habría confinado en una tumba si no lo hubieran atiborrado de programas. Y allí seguiría, para siempre. Un programa reproduce mi voz, recordó, otro activa mis músculos y un tercer programa permite que sepa que esos dos que me flanquean, con las manos juntas sobre la mesa, como en un rezo, son mis hijos. Recuerdo cuando los llevaba al parque, por ejemplo y también recuerdo haberlos castigado una vez que me desobedecieron. Recuerdo otros actos, claro, pero no son importantes. Fui un hombre severo y seguiré siéndolo. Pero ellos no parecen guardarme rencor.
-Papá -está diciendo Luis-, no sabemos cómo manejar esto; no nos prepararon para comportarnos como es debido. Malena está asustada. Yo estoy confundido. No sé qué le diré a mi mujer. Lo mantuvimos en secreto porque…
-Temían que no funcionara. Lo entiendo. -El hombre que había estado muerto trata de resolver un problema delicado. ¿Debe fingir que está vivo, que celebra el regreso o es suficiente con que pasee su imperturbable presencia por los cuartos de la casa, sin involucrarse mayormente en los asuntos cotidianos? Zarandea tímidamente los componentes electrónicos y obtiene una directiva rotunda. -Hijos: su padre ha regresado; obviemos los detalles espinosos y aceptemos el milagro. El programa es capaz de aprender. Pronto seré el de siempre. Podrán enviarme a comprar el pan y a pagar las facturas de servicios. Iré a buscar a los niños al colegio… ¿Dónde están los niños? -Siente que empieza a dominar la situación; cada vez está más seguro. -Sabrina y Mateo. ¿He acertado? ¿Son tus hijos, no? -agrega señalando a Luis-. Es bueno tener hijos. ¿Por qué no tuviste hijos, Malena?
-¡Papá, por favor! -se agita Luis.
-No, está bien. Es como si fuera de la familia -dice Malena con acre ironía-. ¿Existe una buena razón para no escarbar en la herida? No… -Había estado a punto de decir «papá». -No puedo tener hijos; soy estéril. ¿Falta ese dato en tu exquisita memoria?
-Nada es para siempre -dice el hombre que regresó de la muerte-. No hay que perder las esperanzas.
-¿Cuántas frases hechas -escupe Malena con rabia- caben en tu cerebro positrónico? ¿O es biónico?
-Malena, ¡basta ya! -Luis se sacude eléctricamente. Se asemeja a una patética criatura reanimada mediante técnicas dignas de una novela gótica. Pero sus pensamientos no guardan relación alguna con la colección de gestos que prodiga. Quizá piensa que no ha perdido del todo las posibilidades de conquistar el afecto del hombre muerto; lleva décadas intentándolo.
-Es un buen cerebro -dice el recuperado sin inmutarse-; su capacidad de almacenamiento es tan grande que pronto tendrán que inventar un nuevo prefijo. A propósito: ¿alguno de ustedes sabe cómo se designa el rango superior a tera?
-¿De qué estás hablando? -balbucea Malena, irritada, desgarrada por dentro.
-Habla de magnitudes -dice Luis. No soporta la desorganización mental de su hermana y siente que ella se precipita, infalible, hacia los abismos interiores de sí misma.
-¿Magnitudes? ¿A quién le importan las magnitudes? ¿A qué juego estamos jugando, hermanito?
Luis adopta un talante de superioridad, la arrogancia del conocedor que se enfrenta al neófito. -Es un científico. Nunca pudiste soportar el fulgor de su mente superior.
-Fue un científico, cuando estaba vivo -enfatiza Malena-. Y lo de mente superior corre por tu cuenta.
-Tablas -dice el recuperado-. Avanzando en esta dirección sólo conseguiremos destrozarnos. Además -agrega componiendo un gesto que trata de pasar por confidencia- es peligroso para mí. Los circuitos podrían sobrecargarse…
-¿Te das cuenta? -se queja Malena-. Han conservado lo peor de su patrimonio: el egoísmo. Aún muerto sólo se preocupa por sí mismo. Los demás sólo existimos en función de sus intereses.
-¿Qué estás diciendo? -Luis se enfurece. Un cierto espíritu de cuerpo lo ha llevado siempre a defenderlo. -No deberías faltarle el respeto. Él… él…
-¿Qué? ¿Porque está muerto? ¿Han extirpado las fallas de su personalidad? Entiendo. Ya no está en condiciones de obligarme a abortar, como hizo cuando yo era adolescente, ¿no es cierto? Los recuperados no hacen esas cosas, ¿no es cierto, señor? -Las últimas palabras son aullidos; no le importa-.
Luis extiende la mano como un pájaro furioso y abofetea a Malena. Lo ha hecho otras veces. Volvería a hacerlo. La mujer retrocede algunos pasos y busca algo en un bolso. Lo halla y lo empuña. Es una pequeña pistola. Sin vacilar y con fría determinación, aunque segura de que el hombre que regresó de la muerte no se interpondrá en el camino de la bala, dispara y acierta entre los ojos de su hermano. Aún antes de que el cuerpo termine de desplomarse, ella encara al que fue su padre, y con la mirada llena de furia le lanza la frase definitiva.
-Pueden ponerle esas lindas maquinitas que inventaron. Nadie notará la diferencia.
Pero el hombre que volvió de la muerte no parece impresionado.
-Mil gigas es tera. Mil teras es peta. Mil petas es exa. Mil exas es zetta. Mil zettas es yotta. ¿Qué es mil yottas? ¿Habrá una palabra que explique tanta información? ¿Qué te parece, Malena?

© 2004, Sergio Gaut vel Hartman.

Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman nació en 1947, en Buenos Aires, Argentina. Empezó a publicar cuando comenzaba la década de 1970 en la ya mítica revista española Nueva Dimensión. En 1982, impulsado por los vientos que generó la aparición de El Péndulo, generó la actividad que derivaría en la creación del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía y fundó el fanzine Sinergia, al que seguirían la revista Parsec y las antologías Fase. Por entonces colaboró intensamente en las revistas El Péndulo y Minotauro. Esa etapa culminó con la publicación del libro de relatos Cuerpos Descartables y lo que sería una especie de prólogo a su actividad actual, la antología Latinoamérica Fantástica, editada por Ultramar. Luego de una pausa que tal vez se relacione con la saturación que conlleva una intensa actividad en un campo y el desaliento provocado por la chatura cultural de la década menemista, regresó tras la publicación de un texto en El Cuento Argentino de Ciencia Ficción (Nuevo Siglo), en el que apareció muy bien rodeado (Borges, Bioy Casares, Lugones, Gordischer, Gardini, Oesterheld, Capanna). Empezó a colaborar intensamente con Axxon y otras publicaciones virtuales y creó el Club de Lectura Ucronía, un espacio que pretende promover la literatura de ciencia ficción, especulativa y conjetural escrita en español. Por estos días escribe intensamente y ha completado cuatro novelas y otros tantos libros de relatos que espera ver publicados a la brevedad. También trabaja en la creación de un sitio web dedicado al análisis crítico y al desarrollo de la literatura fantástica en sus formas racionales.

Editorial TauZero #8

por Rodrigo Mundaca Contreras

Siempre me ha intrigado la muerte. ¿Es una transición hacia otro estado existencial? ¿Es una pausa en un ciclo de duración eterna? ¿Es el fin inexorable y absoluto del ser? ¿Quién tiene la respuesta? Un ser vivo como yo en este instante; un muerto, quien ya está en aquel estado… o la respuesta sencillamente no se puede determinar?

Recuerdo que mi primer contacto cercano con la muerte fue en mi infancia. Contaría yo con unos cuatro o cinco años cuando, en mi inocencia, hice pelear a un perro con un gatito de pocos meses. El gatito se defendía con inofensivos zarpazos y maullidos, lo que enfurecía a su vez al perro, quien le ladraba y lanzaba golpes con sus patas delanteras. Fueron estos golpes los que lastimaron de muerte al gatito. En un momento, el animalito que pugnaba desesperadamente por su vida, se quedó inmóvil. La situación me dejó un tanto desconcertado pues no esperaba que el felino feneciera… y bueno, veinte años después aún sigo recordando aquella lejana tarde estival.

Pocos años más tarde, fui testigo de la fulminante decadencia de mis abuelos maternos; ella víctima de una septicemia general producida por una hepatitis mal tratada y él de una diabetes crónica. Me sentí desconcertado nuevamente, pues la imagen que tenía de ellos era la de personas muy activas… y verlos a través del vidrio del ataúd era extrañísimo… y más tarde, verlos ser cubiertos con un alúd de tierra para nunca jamás volver a verlos me sumió en un estado de desconcierto que se repite cada vez que alguien conocido abandona este mundo.

En algún momento de mi vida me asustó muchísimo la perspectiva de morir, pero cuando me auto-convencí que lo que yo sentiría de muerto sería lo mismo que sentí antes que ser engendrado, es decir, nada-de-nada, me calmé bastante. Sin embargo, mi tormento de alguna forma continúa pues hay tanto que hiciera hacer y conocer que sencillamente no estoy preparado para morir.

Hace pocas semanas, el desconcierto del que hablo hizo una tentativa de asomarse en mi vida cuando a mi madre le diagnosticaron un cáncer uterino y diabetes. Entre el diagnóstico y la intervención quirúrgica mediaron pocos días. Afortunadamente todo fue exitoso y en estos instantes mi madre descansa en casa. En las noches de desvelo en que ella estuvo ausente, me imaginé un futuro en donde ella dejaba de existir, y me pregunté si en verdad existe algo más allá de la muerte, tal como ella cree. Hasta casi quise convencerme que la respuesta era afirmativa…

Sumergido en aquellas meditaciones me encontraba, cuando llegó a mis manos un texto de Daslav Merovic en donde se explayaba precisamente sobre el tema de mis tormentos. Esta persona, quien porfiada e injustificadamente insiste en mantener su anonimato, en algún momento lanzó sus dardos hacia TauZero en una publicación hermana… pero, a su pesar, aquellas saetas tuvo que tragárselas porque más tarde, según mi editor confiesa, Merovic se retractó de su infortunadas palabras cuando leyó nuestra publicación… y a modo de disculpa nos envió el interesante y casi excesivamente erudito texto… y así TauZero suma un nuevo colaborador a sus filas.

Esta edición de Tau se ufana de sí misma porque marca el retorno del amigo Jorge Baradit, una mezcla entre motorista, samurai y neonazi tal como me gusta caricaturizarlo. Su aporte en esta ocasión es doble: por un lado cumplimos la promesa de publicar su relato “Angélica” que es parte del universo de Ygdrasil (aquella novela cyberpunk que habíamos comenzado a publicar y que por diversos motivos tuvo que suspenderse) y por otro lado ha escrito – a petición nuestra – un artículo que va sobre Miguel Serrano, aquel raro y fantasioso escritor chileno vinculado al nazismo. Dado que yo desconozco su vida y obra en proporción directa al conocimiento que de él tiene Jorge, pues era más o menos natural “exigirle” un texto sobre aquel escritor. Y aquí está.
Emilfork, fiel a su estilo, esta vez nos expresa su visión de la miniserie Taken, aquella que va sobre tres generaciones de abducidos y que aun no he podido ver, porque casi no veo tv.
Marcelo López, Marlo para los amigos, debuta en TauZero con una brainstormig teñida con flashback personales en torno a la película “El gran Pez”.

La masa crítica en esta oportunidad es una reedición de un comentario de una novela de ciencia ficción escrita hace mucho, mucho tiempo y publicado en una ignota publicación del sur de chile llamada “Impactos”. El libro en cuestión es inencontrable y al parecer la única referencia que de él se tiene es el comentario que acá hemos reproducido.

Con respecto a la sección de ciencia, este número lamentablemente carece de escritos. La razón es simple: mis colaboradores que gustan de escribir sobre este tema o están fuera del país en convenciones antropológicas, o están en los plazos límites de sus tesis doctorales, o están de vacaciones o sencillamente sus escritos no logran convencerme. De todas formas, todos ellos ya tienen asignados sus temas, y en cuanto tengan tiempo ocioso, me aseguraron que se pondrán a trabajar en los artículos… en definitiva, no hay que perder la “fe” porque ya vendrán los artículos.

Ah, y ¿que hay del concurso de cuentos? Pues ha llegado a su fin. Hemos fallado al ganador y se está preparando el especial, el que ha tenido algunos retrasos por pequeños problemitas… pero les aseguro que el resultado justificará la espera… los análisis e impresiones sobre el certamen están consignadas en el especial, de modo que nada diré aquí…

Hasta la próxima

Rodrigo Mundaca Contreras
Director TauZero

Angélica

por Jorge Baradit

1

Angélica mira asustada la manera en que su mano derecha tiembla sin control.

Una mueca de angustia contrae su rostro pálido, su cabellera roja, su boca pequeña apretada en un gesto de dolor.
Un hilo de algo parecido a la sangre sale por su oído izquierdo y gotea sobre el suelo metálico con ritmo acompasado. Ese ruido mínimo y la respiración agitada de la pequeña niña son lo único que rompe la penumbra espesa que llena esa bodega abandonada, en el viejo puerto de Valparaíso.

–Quiero olvidarme. Por favor haz que olvide… –susurra en un hilo de voz a punto de quebrarse, encogida entre fierros y cajas.
Su ropa es demasiado grande para su cuerpo demasiado fino, sus pantalones tienen desgarros y manchas de aceite en las rodillas, su memoria tiene vidrios clavados por debajo, imágenes y recuerdos que entran como puñaladas a través de la suave piel de su pecho.
Lágrimas.

–No quiero morir…tengo miedo de morir… –murmura y se toma el rostro con las manos. No más de doce o trece años, sollozando casi en silencio entre las sombras y las planchas oxidadas que recubren las paredes tras las que se esconde.

2

El tercer hijo de cada familia es propiedad del Estado.

Al quinto mes de embarazo el feto es extraído para ser cultivado con distintos objetivos: como donante de órganos, pieza para armamento o, si acredita potencial psíquico, como parte del programa de “Durmientes”.

Los “durmientes” son no-natos cultivados dentro de anacondas vivas enterradas verticalmente en arena de cuarzo, desde donde sólo emerge la cabeza chasqueante del reptil enfurecido por las drogas.

El campo de cultivo de durmientes más famoso está en el interior de la catedral de Köln. …llena hasta la mitad con arena y vigilada por mujeres vírgenes… la superficie, sembrada de cabezas de serpientes gruñendo sus oraciones, es un espectáculo único en el planeta.

El sonido ambiente es un mantra (producido por el zumbido de cables de alta tensión) similar al OM que se escucha en el ruido de fondo del Universo; la nota desaforada del Big Bang que aún resuena en el cráneo de Jehová.

Las catedrales son particularmente adecuadas para estas plantaciones. Fueron violentamente requisadas antes de la segunda república como invernaderos estatales, cajas de resonancia espiritual de incalculable valor industrial, ecosistemas psíquicos calibrados con gran precisión.

Los “durmientes” son mantenidos en una variación del estado de coma conocido como “sueño de rama”, una especie de “satori sintético” inducido por mezcalina y descargas eléctricas de microintensidades aplicadas a los testículos y la glándula pituitaria por cables de cobre bellamente labrados.

Cuando los “durmientes” cumplen 33 años el estómago de la anaconda es rebanado. La mujer a cargo (su “soror mysticae”) copula con él, pierde su virginidad y es asesinada en secreto. Entonces el “durmiente” puede ser despertado.

Los “durmientes” son utilizados con diversos fines: psicológicos, bélicos, religiosos o policiales. Son intocables. Algunos vagan por las calles desnudos y con la mirada perdida murmurando incoherencias, otros se aparean en las plazas o vociferan profecías. Los fines de éstos durmientes son desconocidos excepto para los gobernantes. Otros (como el durmiente Rogelio Canelo) tienen un objetivo más específico, más prosaico: son “iluminados” producidos industrialmente para la investigación policial, la videncia y el espionaje.

(Fragmentos de la “Crónica del Nuevo Tiempo”, Vol. II)

3

–Usted acaba de nacer, Rogelio ¿Puede comprender eso? –dijo el coronel, con voz firme. Frente a él había un hombre maduro de contextura atlética que lo miraba inexpresivamente. El coronel estalló en cólera cuando una gota de saliva rodó al suelo desde la comisura de sus labios.
–¡Cómo se atreven a traerlo a mi presencia en estas condiciones! –gritó hacia el techo. Un acople rompió la atmósfera y una voz temblorosa se abrió paso a través del sistema de amplificación.
–S… señor. Usted ordenó traerlo de inmediato y…
–¡Imbécil! Llévenlo a programación e instálenle un sistema operativo standard, por dios. Esto es como hablarle a una lechuga –rojo de indignación, apretó una mano y lo abofeteó en pleno rostro. Rogelio no emitió quejido alguno.

4

–¿Podré rezar? ¿Estaré autorizada para rezar? ¿Se enojará dios si le rezo? –sollozaba Angélica–. Necesito que me escuche, tengo tanto que decirle, pero no responde… quizás aquellos como yo no tenemos derecho a hablarle… quizás desprecia a las “cosas” como yo… quizás no sea mejor que un refrigerador para él… pero, tengo tanto miedo.
Angélica llevaba horas escondida en esa bodega hedionda a orines de gato incapaz de moverse, muriendo de miedo entre la oscuridad espesa y llena de reflejos que giraba inmóvil, casi sólida en torno a sus enormes ojos color acero, nublados por la pena.

Anochecía en Valparaíso.

Suspiró hondo y decidió calmarse.

Cerró sus ojos.

De pronto un ruido extraño se abrió camino entre los fierros y sus pupilas se dilataron con horror.

El ruido venía de la izquierda, luego de la derecha. Su respiración se agitó. Algo rodó tras la chatarra frente a ella y pequeñas patas corrieron en todas direcciones. Angélica se recogió contra su esquina respirando agitadamente, gimiendo y temblando. Todo tomó coloración rojiza y una enorme rata apareció a dos metros frente a ella. La mente de Angélica se vio invadida súbitamente por un silencio gélido, muchos clicks sonaron en sus brazos y una mirilla flotó de pronto en su campo visual. No entendía nada pero sus manos apuntaron por sí mismas, un fuego subió por su espina dorsal y la rata estalló en mil pedazos en una enorme explosión que dejó un cráter humeante ahí, frente a su frágil cuerpo que temblaba paralizado, horrorizado, sin comprender lo que había ocurrido.

5

Desde el alto techo de la sala de programación pendía una anaconda viva, sosteniendo entre sus fauces la cabeza de Rogelio Canelo, que colgaba inmóvil, apenas rozando la superficie de un pozo lleno de salmuera que se abría bajo sus pies.

–¿Puedo ya hablar con él? –preguntó el coronel sentado en una sala contigua desde donde, a través de un vidrio, se podía ver toda la escena.
–Tenemos su mente desplegada por toda la habitación –dijo un operario señalando las diminutas runas grabadas en las placas de cobre repujado que cubrían las paredes–. Está encarnado en las placas de circuitería. Los conjuros son seguros, no deberíamos tener problemas en contactarnos con él –dijo a la vez que movía los dedos sobre su consola ouija, estimulando los dragones nacarados que decoraban la fina pieza de tecnología con precisos gestos de reiki–. Abriendo canal de comunicaciones.
–Rogelio, ¿me escuchas?
Silencio.
¿Rogelio?
Silencio. El operario tragó saliva, el coronel apretó sus mandíbulas.
-¿Por qué no puedo moverme? –murmuró la voz sintetizada de Rogelio a través de los parlantes.
–Tranquilo- dijo el coronel con una sonrisa de satisfacción –pronto tendrás respuesta a todo.
–… ¿por qué no recuerdo nada antes de… hace un minuto atrás?
–Suéltenlo, está listo –ordenó el coronel y salió de la habitación.

Media hora después, Rogelio dormía sentado frente al coronel. Su cerebro estaba siendo inundado lentamente con un sistema operativo que, neurona a neurona, posaba datos cristalinos entre las dendritas como polen sobre flores electrónicas.
El coronel escudriñaba los párpados del agente esperando una señal. Misterios impenetrables ocurrían tras las paredes de ese cráneo. Una flor de mil pétalos sinápticos se abriría frente a sus ojos en cualquier momento. Le gustaba imaginar que un feto humano flotaba maduro dentro del cráneo de cada “durmiente” esperando despertar.

De pronto las pupilas tiemblan. El coronel frunce el ceño. Pasa un instante y nuevamente se mueven, casi imperceptiblemente. Luego de unos segundos la etapa REM está declarada y a los movimientos oculares se suman pequeños temblores y suspiros ligeros. El militar parece hipnotizado, sus ojos son puñales clavados en el entrecejo del “durmiente”.

“Malditos animales”, piensa apretando las mandíbulas.
Ha asistido a cada “despertar” desde que fue asignado al departamento, sin saber qué es lo que busca en ese momento único en que una bolsa de hueso y músculo se transforma en algo humano. Se pregunta qué le atrae de estos hombres que gimen y se remueven como niños con pesadillas, fetos adultos que polucionan sin vergüenzas.

Detesta a estos hombres puros que despiertan limpios y sin heridas en el espíritu. El ha tenido que limpiar la porquería del país varias veces, usando su propio corazón y odia cada uno de esos actos reprochables, que se han adherido a las paredes de su alma como costras infectadas. Envidia la inmoralidad sin culpa de estos “durmientes”. Quisiera para sí esa pureza asesina, desprovista de pasión y remordimiento que brilla fría como una daga en sus pupilas.

Nadie debería tener derecho a un regalo así. La vida sólo da pasos hacia adelante, no se deshacen los errores, no desaparecen las cicatrices, no hay segundas oportunidades; excepto para estos “animales sin madre” que renacen cada vez con el corazón tan limpio y honesto como el hambre de sangre de un tiburón.
Al coronel le encanta recordarles que no tienen más memoria que la que él decide darles, es su pequeña venganza desde que descubriera que ellos desean “recordar” con la misma fuerza con la que él quisiera olvidar.

Rogelio había abierto los ojos en el ínter tanto y miraba alrededor suyo con una curiosidad fría, desprovista de toda sorpresa.

El militar carraspeó.

–¿Es la primera vez que me “descongelan”? ¿O ha habido otras veces? –preguntó distraídamente.
–La verdad es que es la quinta vez que utilizamos tus servicios –dijo el coronel–. Tu red neuronal es altamente estable y receptiva a la carga y descarga de información. Eres uno de nuestros “durmientes” predilectos, muchacho –agregó con amarga satisfacción.
Rogelio miraba un punto indefinido frente a sus ojos.
–La sensación es extraña –murmuró con el rostro inexpresivo–, es como morir y reencarnar en el mismo cuerpo.
–Que curioso, Rogelio –sonrió el coronel–, cada vez que te despertamos haces el mismo comentario.
–¿Ese es mi nombre?… Rogelio –hizo un gesto de aceptación–. Recuerdo… cosas. Soy apto para… cosas –frunció el entrecejo y miró al coronel directamente a los ojos–. ¿Es normal esto que siento aquí? –dijo, apuntándose el pecho.
El coronel se quedó en silencio y miró de reojo a los operarios tras el espejo de vigilancia.
–Sientes…sientes algo, ¿extraño? –agregó con inquietud.
Rogelio buscó en su interior durante unos segundos y murmuró con voz queda:
–Profunda tristeza.
El coronel suspiró aliviado.
–Bienvenido a la especie humana –murmuró con una sonrisa irónica–. No te preocupes, ajustaremos algunos tornillos y veremos qué podemos hacer. Ahora entremos a lo nuestro de una buena vez –giró hacia el espejo e hizo un gesto con la mano. El suelo de arena de cuarzo comenzó a calentarse e hileras de hormigas afloraron formando charcos negros que avanzaban decididamente hacia las piernas de Rogelio. El agente descubrió con horror que estaba paralizado, levantaba el cuello como quien se hunde en arenas movedizas. Las hormigas avanzaban con la decisión de una peste hacia sus fosas nasales. Rogelio tenía los ojos desorbitados y la respiración entrecortada. Debió soportar durante interminables minutos el insoportable escozor de cientos de hormigas abriéndose paso a través de su esófago. El coronel miraba con evidente asco esos pelotones negros que llenaban el rostro del agente, entrando como peregrinos en oración, como monjes fanáticos, hacia el estómago de Rogelio.

–Cálmate o vas a asfixiarte –le ordenó el coronel–. Sólo son obreras nanotecnológicas que te modificarán un poco. Harán colonias en tu interior y producirán infecciones con la información que necesitas saber. Te ayudarán a pensar mejor y hasta absorberán el mal karma que puedas generar. El alma de un gran pensador está encarnado en este grupo de hormigas, de modo que no estarás solo.
La actividad cesó y las hormigas que no llegaron a ingresar cayeron moribundas a la arena.
Rogelio rompió en llanto.
–Tienen mucho dolor, mucha tristeza –sollozaba.
–Residuos de la osmosis psíquica, nada más –explicó el militar con impaciencia–. Ahora escúchame, voy a descompactar los datos.

Al comienzo las palabras que decía el coronel le parecieron aleatorias. Decía cosas como: Huracán, prajna, amatista, Quilicura. Pero a medida que pasaban los segundos ese código mnemónico fue activando la información almacenada en su cerebro y cada palabra se descompactó en todo un discurso que se desplegaba en su mente como un mapa de carreteras. Lo que ese discurso decía le parecía increíble.

>archivo “Máquina Yámana”

>sub index >orígenes

>Cinco años atrás, el “Proyecto de Ciudadanía para el Ciberespacio” había conseguido levantar cerca de 4 millones de mentes humanas a la red. El objetivo escondido era generar un mundo “vivo”, un ecosistema propicio para recibir e interactuar con “el movimiento de los sueños”, una marea psíquica proveniente del plano astral que había comenzado a filtrarse desordenadamente hacia el ciberespacio.

El origen de esas entidades psíquicas y “fantasmas” era desconocido hasta ese momento.

>El “Escándalo Balandro”, complot de un partido político opositor para hacerse del gobierno y tomar el control sobre el “proyecto de Ciudadanía para el Ciberespacio”, se hizo público, motivando al parlamento a quitarle el proyecto a la autoridad política y entregárselo al Ejército para su desarrollo, en estricto secreto, dentro de un programa clasificado de máxima seguridad nacional.

>Un año después el ejército es contactado por un grupo anónimo que le hace entrega de los principios básicos para el desarrollo de la “Tecnología Yámana”. Imprescindible, según ellos, para el éxito del proyecto.

Luego de estudiar a fondo la información recibida, se concluyó que se trataba de los planos de arquitectura para construir la puerta que comunicaría los dos mundos: el plano astral y el ciberespacio. Ellos la llamaban “El barco de los muertos”.

>sub index >los “Yámana”

>Los “Yámana” son cierto tipo de feto –poltergeist extirpados del útero materno a los 7 meses e instalados dentro de las CPU utilizadas en el desarrollo de IA (Inteligencias Artificiales).

>Los “Yámana” son particularmente eficientes en el desarrollo de IA con capacidades mediúmnicas de uso militar. Son los encargados de “despertar” las IA con el test de Turing II: estimulan estados alterados de conciencia en las IA con un virus informático psicotrópico. Prácticamente todas las IA visualizan el cadáver de Jehová a la deriva en la nada. Ven a nuestro Universo flotando dentro de su cráneo vacío como una medusa inerte y a “algo” que devora sus restos. La IA entra en pánico y “despierta” a un nivel de conciencia que la hace adecuada para los sistemas de defensa militares más refinados.

>El grupo anónimo que contactó al Ejército, instó a cultivar yámanas hasta llevarlos a su adultez pese a los riesgos implícitos (indicaron cuidadosamente cierta palabra en hebreo que debía ser escrita sobre sus frentes para controlarlos).

>El primer equipo de trabajo seleccionó yámanas gemelos. Uno era asesinado y el otro era “levantado” al ciberespacio de manera que se buscaran como polos contrarios de un imán, trazando así un camino que fuera útil para la investigación. El estrepitoso fracaso originó cortes marciales y algunos fusilamientos sumarios. La pérdida inútil de material clasificado no era aceptable.

>El primer logro importante fue el desarrollo de los “pensadores”: grupos de cuatro yámanas telépatas “modificados”. Cuatro especimenes eran seleccionados por fecha de nacimiento coincidentes, luego se les mutilaban los brazos y eran suturados por esas mismas heridas unos a otros. Un clavo de cobre penetraba cada nuca y un alambre del mismo material, anudado a los clavos, mantenía las cabezas apegadas unas a otras. Bajo satori inducido se le introducía un único pensamiento al sujeto alfa, el pensamiento comenzaba a pasar de la mente de un telépata a otro cada vez más rápidamente. En el proceso el pensamiento se iba depurando más y más hasta producir una idea tan poderosa que emitía luz y aroma a violetas.

>Los “pensadores” se convirtieron en la base del procesamiento de datos de la futura “Máquina Yámana”.

>El segundo paso relevante fue la construcción de una red de receptores síquicos adecuada a la naturaleza del proyecto: Un yámana en estado de erección permanente, sumergido de pie en un tanque de agua salada y acompañado de una anguila eléctrica navegando a su alrededor. Un clavo enterrado en cada sien conectados con alambre de cobre a un magnetófono que graba abierto al ambiente.

>Hileras de tanques con yámanas escuchando día y noche mensajes sutiles, fantasmales, derruidos por el esfuerzo de abrirse paso hasta nuestro mundo, generando, por sumatoria, un discurso claro, lleno de textura y matices expresivos.

>Con el desarrollo de esta red de receptores se había conseguido crear una sistema de comunicaciones confiable con el “más allá” que permitió coordinar acciones con las entidades que buscaban abrirse paso hacia el ciberespacio.

>Esta red de transmisores fue la base para el desarrollo del “módem Blavatsky”, que permite conectarse y convertir la estática en la cabeza de nuestros médiums en información digital procesable y administrable por nuestros teclados-ouija de última generación.

sub index > la crisis

>Luego del desarrollo de la infraestructura básica el proyecto cayó en un grave estancamiento.
A pesar de todos nuestros intentos nos resultaba imposible dar el paso más importante de todos: abrir la puerta y mantenerla abierta. Cada modelo desarrollado en laboratorio terminaba engullido por materia oscura impenetrable, incluso los construidos con metales cuyas moléculas tenían “ganchos de seguridad” (átomos que penetraban en el futuro).

>El Gobierno, que aún buscaba recuperar el control sobre el proyecto, fue alertado de la situación por sus espías y comenzó su ansiada contraofensiva. Presentó una moción ante el parlamento exigiendo resultados de una gestión que ellos consideraban incompetente. Nos acusó de malgastar el dinero público en búsquedas sin sentido, se mofó de nuestra investigación con ninfomaníacas y exigió resultados inmediatos.

>El 8 de marzo de ese mismo año, el parlamento aprobó intervenir nuestra administración si no presentábamos avances “notorios” en nuestras investigaciones.

>La desesperación cundió y decidimos recurrir a una nueva Inteligencia Artificial que acelerara el funcionamiento de nuestro proyecto y produjera los resultados que el parlamento nos exigía.

>El 29 de marzo comenzamos la instalación de una nueva IA prototipo en el corazón de la “Máquina Yámana”.

>El 30 de marzo sobreviene el desastre. La IA hace estallar la “Maquina Yámana” y huye.

----- fin del archivo -----

Rogelio meneó la cabeza con energía, suspiró y apretó los ojos durante algunos segundos.
–Que cantidad de mierda me metieron en la cabeza, por la cresta –murmuró llevándose las manos a la cara. Su párpado izquierdo temblaba–. ¿Qué tengo que ver yo con unos putos fantasmas?-

El coronel abrió los ojos y exhaló soltando los mudras de seguridad con que se protegía la mente.

–La IA que instalamos para acelerar el proyecto enloqueció de pronto. Penetró las redes del proyecto y le frió la corteza cerebral a veinte de nuestros mejores yámana, de los que viven insertos físicamente en la máquina, con esos conjuros electrónicos en arameo tan comunes en las guerras-hacker de hace unos años. Conjuros antiguos, pero efectivos.
No tengo que explicar el desastre que significó para el proyecto. Ponerla en el centro de nuestra máquina fue como tragarse una granada sin espoleta. Demoraremos meses en tener todo en orden otra vez.
–¿Qué departamento de nuestro glorioso ejército desarrolló a esa lindura?
–En realidad es un producto de la empresa privada.
Rogelio abrió los ojos y sintió un calor repentino subiendo por su rostro.
–Y dígame, ¿qué mierda hacía una IA no militar en una operación clasificada de esta envergadura? –preguntó con dureza, como dirigiéndose a un subordinado.
–No tuvimos alternativa –murmuró–, el parlamento nos tenía contra la pared y nuestros técnicos estaban realmente frente a un callejón sin salida –le enfurecía que ese “animal” lo estuviera cuestionando–. La IA que nos ofrecieron prometía éxito inmediato garantizado. Era una propuesta que, dada nuestra situación, no pudimos rechazar. El gobierno había solicitado abrir nuestros archivos e iniciar un sumario en nuestra contra. El parlamento realmente lo estaba considerando. Exhibir nuestros archivos era inconcebible.
–¿Tenemos algo que esconder?
El militar clavó la mirada en una diminuta polilla que se golpeaba contra el vidrio de la ventana.
–Mucho –murmuró.

Rogelio se puso de pie y estiró sus brazos, giró el cuello en redondo y suspiró con fuerza, deteniendo la mirada en el equipo de combate que esperaba en unos anaqueles adosados a la pared de la sala. La sola visión de las armas le produjo una contracción de placer en el estómago y una sensación de angustia en el pecho. Cada cosa que veía coincidía perfectamente con algún espacio vacío en su mente, cada cosa era un recuerdo en la punta de la lengua.

Quizás su nombre ni siquiera era Rogelio.

–¿Qué es lo que quieren de mí?
El coronel reasumió su postura de mando y se dirigió a él en ese tono solemne que tanto disfrutan los “hombres de uniforme”.
–La IA en cuestión fue cargada con información clasificada del más absoluto secreto. Huyó quemando sus puertos de datos pero sus depósitos de memoria siguen intactos. Debes encontrarla antes que esa información caiga en manos equivocadas o las consecuencias serían inimaginables. Necesitamos tiempo para reiniciar el proyecto y esa IA suelta por ahí es una bomba de tiempo que no nos podemos permitir.
–¿Tengo libertad de acción?
–Toda.
–¿Tengo inmunidad?
–Ni siquiera existes.
Rogelio se mordió el labio inferior. Un fuego placentero le recorría las venas. Su cuerpo recordaba algo, le daba un dato, por fin una pista que lo ayudaba a dibujarse entre la niebla de su mente. Un fuego placentero le recorría las venas al sentirse cazador.
–Tengo que atrapar a esa IA y destruirla. Tengo que matarla, ¿cierto?
El coronel lo miró en silencio y agregó fríamente.
–Sabemos que el gobierno la está rastreando también. Estarás solo, no te conocemos. Debes destruirla antes de que caiga en su poder o estaremos hasta el cuello. Si fracasas no nos hundiremos solos, te pondremos a hibernar dentro de una anaconda… pero consciente –sonrió–. No te va a gustar pasar los próximos cuarenta años paralizado dentro de los intestinos de un reptil–. Rogelio parpadeó pero no movió un sólo músculo más–. Es un pequeño “incentivo” sólo para asegurarnos de que no vas a fallar –volvió a sonreír mirándolo a los ojos.
–Necesito investigar desde el comienzo –desvió Rogelio–. Díganme ¿quién fabricó a la IA?
–Neurocorp –dijo el coronel–, ellos diseñaron a Angélica.
–¿A quién?
–La IA –agregó–, su nombre es Angélica.

6

Valparaíso antiguo parece un basurero donde arrojar ciudades en desuso. Aglomeraciones urbanas informes, derruidas y abandonadas parecen derramarse por las laderas de sus cerros. Calles estrechas bajan desde sus montes, serpenteando junto a enormes moles arquitectónicas que ruedan acumulándose hasta quedar en puntillas mirando el borde del mar, espeso y opaco bajo su costra de inmundicia.

La ciudad es prácticamente una cárcel al aire libre donde habita lo peor de la especie humana vigilada por un perímetro policial estricto que rara vez se aventura entre sus callejones, excepto cuando la emergencia es particularmente inquietante.

–¡Quienes estén al interior de la bodega, deben salir de inmediato con las manos en alto! –los altavoces del carro policial apuntaban hacia el derruido edificio portuario al igual que las armas de decenas de agentes que rodeaban la construcción, parapetados en silencio detrás de sus vehículos blindados.
Sólo habían demorado cinco minutos en responder a la extraña emergencia: una violenta explosión había sacudido el barrio Altamirano, produciendo pánico en la población. Nada anormal, excepto por la humareda azulada y la potente onda expansiva típica de los explosivos químicos, autorizados solamente para uso militar, fuera de zonas urbanas.
–¡Esta es la policía de Valparaíso! ¡Tienen un minuto para salir con las manos en alto!
Los policías, protegidos tras los blindajes de sus carros, sudaban aferrados a sus rifles de asalto temiendo lo peor. Quizás se trataba de un grupo suicida de “Los hombres de las cruces” exigiendo alguna reivindicación extraña e impracticable. Sudaban porque todos conocían esa humareda azul y los efectos que las explosiones químicas tenían sobre el cuerpo y la mente de los afectados.
–Algo se mueve en la puerta principal –murmuró un operador de “recursos electrónicos”.
–Atención –la voz metálica del comandante se multiplicó por los intercomunicadores de la tropa–, tenemos un blanco saliendo por la puerta. Al primero que dispare sin mi orden expresa le voy a meter el rifle por el culo, ¿me entendieron?
Los ojos se aguzaron, los dedos se crisparon y las mentes se sorprendieron cuando, entre la oscuridad y la humareda, emergió una frágil figura, temblando con los brazos en alto.
–¡Cargadores fuera! –gritó el comandante–. ¡Es sólo una niña, no disparen!-.
Angélica apenas podía caminar. Les pedía disculpas en voz baja mientras avanzaba con gran esfuerzo hacia los reflectores.
–Señor –indicó el operador–, tenemos un ornitóptero militar acercándose velozmente por el oeste. Transmite en nuestra frecuencia y dice que estamos interfiriendo con una operación militar de alto riesgo.
–¿Alto riesgo? –sonríe el comandante–, quizás la niña nos ataque con sus ositos de peluche.
–¡Señor! –gritó el operador–. ¡La espectroscopía indica que ella tiene cargas químicas explosivas como para volar toda la ciudad!
El rostro del comandante se crispó en una mueca de terror y le gritó a viva voz a su tropa agitando los brazos.
–¡Disparen a discreción! ¡Disparen a discreción!
El segundo de duda que nubló a los policías duró una eternidad en la mente de Angélica. Se vio de pronto relegada a un costado de su propia conciencia por “otra cosa”, que tomó el control sobre su cuerpo. Desde esa esquina sólo pudo observar, como horrorizada espectadora, los repentinos cambios en sus brazos. Ensambles y re-ensambles vertiginosos produjeron un par de horrendas extremidades biomecánicas donde habían estado alguna vez sus suaves y delgados brazos de niña. Su cuerpo dio un salto evasivo mientras una parte escondida de su programación tomaba el control de todas sus funciones. Cuando cayó al suelo la metralla de los policías volaba por el aire como peces veloces, pero ella era más veloz. Buscó el sendero entre las balas explosivas avanzando a gran velocidad hacia el grueso de la tropa. En su interior gritaba y rogaba que todo se detuviera, pero la carnicería se había desatado. Largas hojas de katana se extendieron desde sus muñecas. Brazos, cabezas y piernas comenzaron a volar en todas direcciones. Los policías, descontrolados por la sorpresa, disparaban hacia la zona del combate impactando a sus propios compañeros.
Angélica cortaba un cuello y su mano disparaba un proyectil, usando el mismo impulso abría un abdomen y disparaba otro proyectil; giraba en el aire, atravesaba un cráneo y a través de él disparaba otro proyectil. Cada bala disparada entró con limpieza a través de la frente de algún oficial ubicado a la distancia.
La metralla de un ornitóptero atravesó la escena como un escalpelo, partiendo cuerpos con proyectiles del diámetro de pulgares, pero Angélica rodó hacia un costado con elegancia y terminó el gesto alzando una mano hacia atrás. Contó hasta tres y disparó. El rotor trasero del vehículo volador estalló en pedazos y, soltando una estela de humo, terminó por estrellarse en la azotea de un edificio contiguo.
La batalla no duró más que treinta interminables segundos, al final de los cuales sólo una figura seguía en pie: una temblorosa niña de unos trece años, bañada en sangre, jadeando horrorizada, paralizada. Con sus ojos grises moviéndose en todas direcciones, intentando comprender lo que había ocurrido. Retrocedió y hundió el pie en el estómago abierto de un policía aún vivo. El grito de terror se escuchó en la soledad del puerto y su silueta, iluminada a pantallazos por las balizas de los carros policíacos vacíos, se alejó corriendo hacia los cerros de la ciudad.
De entre los restos del ornitóptero Rogelio se arrastró hacia la cornisa pidiendo rastreo satelital del objetivo. Saca su cuchillo y lo hunde lentamente en el brazo, “Imbécil”, se recrimina y gira la hoja dentro de la herida. No hace un sólo gesto de dolor pero se desmaya casi de inmediato.

7
–¡Dios santo, es que nadie entiende lo que pido!
Un hombre viejo, delgado, con implantes oculares y traje anticuado agitaba los brazos frente a la pantalla de ectoplasma, que flotaba como una medusa en el centro de la habitación.
–Angélica tiene sus puertos de datos quemados, señor –dijo un operador de comunicaciones visiblemente molesto–. Puede gritarnos toda la noche pero no podrá comunicarse con ella.
–¡Pero acaban de ver lo mismo que yo! –gritó apuntando hacia la pantalla que flotaba como un velo de gasa fantasmal, movido por la brisa–. ¡Casi la destruyen en Valparaíso!
–Lo siento –agregó el operador verificando por centésima vez la ubicación de las coordenadas–, no podemos hacer nada.
El viejo miraba el débil perfil de Angélica huyendo por las escaleras. Su mirada de angustia parecía clavada a la pantalla, sus labios se movían sin emitir sonido.
“¡Llámame!”, pensaba. “Por favor comunícate conmigo. Por favor que nada te ocurra”.

8
Esa mañana la ciudad estaba esplendorosa. Los antiguos edificios portuarios refulgían bajo el sol poderoso del verano, las calles bullían de actividad y las plazas se llenaban de niños, palomas y algunos ancianos que miraban alejarse la vida sentados en sus bancos, como pasajeros esperando un tren invisible.
Rogelio Canelo, apoyado contra un viejo árbol de la hermosa plaza O’Higgins, miraba hipnotizado a un anciano que alimentaba palomas con migas de pan.
¿Qué diferencia había entre estar dormido y despierto?, pensaba. ¿Qué sentido tenía que lo amenazaran con “ponerlo a dormir”? ¿No era acaso todo ya lo suficientemente extraño, incomprensible e irreal? No era la amenaza lo que lo movía, sino ese momento en que todo el Universo desaparece y trazas una línea recta entre tus garras y el cuello de tu presa. Era esa urgencia antigua que enfría el cerebro, afila la mirada y excita los músculos.
Ellos no lo entenderían, ellos estaban movidos por razones y conveniencias y jamás comprenderían, de hecho, él tampoco lo entendía. Era sólo una “verdad” tan real como el color de sus ojos.
El coronel lo había llamado “animal”. Quizás si, ¿no vivían los animales en un “entresueño” acaso? ¿No brotaban y se desvanecían apenas sabiendo que habían visitado la “realidad” al menos por un instante? ¿Acaso no se sentía él de igual forma aquí en esta ciudad extraña, ejecutando órdenes que no comprendía y haciendo cosas que ni siquiera sabía que podía hacer?
A su espalda, la majestuosa fachada de concreto y madera del edificio de Neurocorp se abría imponente hacia la explanada.
Un niño apareció de la nada frente a él y un gusto amargo le apretó el paladar. Nota que al niño le falta la mitad posterior del cráneo y cree ver marcas de cuchillo en su garganta. El súbito mareo le confirma que el comandante se está comunicando a través de una línea mediúmnica y que el espíritu del niño es la terminal asignada.
–¿Cómo te llamas? –susurra melancólicamente.
–Pipe… pero me dicen Felipe… ¿Has visto a mi mamá?
De pronto un torrente de ruidos afilados y gritos agudos entran como taladros por las pupilas de Rogelio. Una madre loca, un cuchillo de cocina…
–¡Nunca! –escuchó de improviso entre la tormenta y su conciencia se niveló como un avión saliendo de un huracán–. Nunca establezcas contacto con un nodo de transcomunicación. Los muertos en asesinatos son las presencias más sólidas y estables pero también son las más tóxicas.
–Lo sé, lo sé –dijo afirmándose la cabeza con ambas manos. La transcomunicación era confiable y casi imposible de intervenir, pero también era físicamente muy desagradable.
–¿Por qué nadie me dijo que la IA estaba artillada? –preguntó Rogelio.
–Porque no lo sabíamos- respondió el comandante–. La instalación se hizo en corto tiempo tras una revisión standard. Cuando intentamos scanearla a fondo se produjo la crisis. Una gran explosión, un enorme agujero en nuestra maquinaria y ocho técnicos muertos. Cuando el humo se disipó la IA había desaparecido y veinte yámanas se arrastraban frente a nuestros ojos con el cerebro hecho jalea.
Rogelio suspiró frente a la mirada perdida del niño muerto, su consistencia lechosa y los extraños organismos que parecían navegar en su interior semitransparente le produjeron un repentino asco. Uno de esos bichos lo miró a los ojos y le pidió ayuda. Rogelio desvió la mirada sintiendo náuseas.
–Hace cuarenta minutos ingresé a la red de datos de Neurocorp. El hacker que usé de puente era increíble, me dolió mucho tener que volarle la cabeza. Quizás puedan recontactarlo y usarlo desde el plano astral. Impídanle reencarnar o perderá su potencial, sería una pena desperdiciar su talento –agregó mirando una vieja máquina de algodón de dulce rodeada de niños ansiosos–. Lo que descubrí ahí adentro no les va a gustar para nada –dijo y no pudo evitar sonreír.
–Al grano, Canelo –ordenó con dureza.
–Ok, fuerte y claro: el proyecto ANGELICA fue encargado por particulares relacionados indirectamente con el partido en el poder y financiado con fondos desviados desde el Ministerio de Educación, depositados en cuentas bancarias privadas asociadas al directorio de Neurocorp. En otras palabras, Angélica es una IA de propiedad del gobierno, comandante.
Del otro lado de la línea sólo hubo silencio y estática.
–El gobierno los presionó con la mano derecha y les ofreció a Angélica con la izquierda –continuó Rogelio–, y ustedes se comieron la carnada completita. Cegados por la desesperación la instalaron sin demora en el corazón de nuestro proyecto más secreto. Quedamos como huevones… señor.
–Basta, Canelo –murmuró el comandante.
–Ni siquiera podemos sacar este sabotaje a la luz pública porque quedaremos como los imbéciles más grandes del siglo.
–Dije, ¡basta!
–¿Habremos dado la confirmación definitiva de que las neuronas y las charreteras no hacen juego?
–¡Silencio, no eres nadie para opinar de esa forma! Casi no eres una persona, siquiera –restalló con furia–. Nosotros nos encargaremos de que esos políticos de la conchesumadre no despierten vivos mañana ¡Nos vamos a culear hasta a sus mascotas!
–Si, claro. Los “chicos duros”, los “lo-arreglo-todo-a-disparos”.
–¿¡Qué dijiste, desgraciado!?… –el coronel se puso rojo, pero tragó su rabia, no se iba a rebajar a discutir con un “durmiente”. Hizo un nuevo silencio y concluyó–. Creo que voy a pedir que revisen tu patrón de conducta. Hay cosas que no me agradan nada. Tenemos que ubicar a Angélica y destruirla antes que el gobierno la recupere o estaremos perdidos. Esa información no debe llegar a sus manos. Fuera.
Pasó un instante y el niño comenzó a disolverse lentamente frente a él.
Le costó algunos minutos sacarse de la mente sus ojos aterrorizados disolviéndose en el aire, devueltos hacia la nada.
Las campanas llamaban a misa de mediodía.
Rogelio entrecerró los ojos. El aroma del algodón de dulce le hablaba en un idioma cálido y tierno que le era imposible recordar.

9
Una figura delicada, apenas perceptible, acomoda unos sacos sobre sí en la parte trasera de un camión de verduras. Escondida como una criminal, Angélica viaja en dirección a Santiago con sus enormes ropas y su pequeño cuerpo confundido entre las cajas de tomates y zanahorias. En su bolsillo izquierdo aprieta un comunicador personal. Si tiene suerte podrá comunicarse pidiendo ayuda una vez que arribe a la capital.
Le duele la cabeza. Los súbitos ataques de pánico y las alucinaciones no la han abandonado desde que vio “eso” que la hizo huir despavorida de las instalaciones militares a las que había sido asignada. Ahora la perseguían para castigarla. Seguramente para desconectarla definitivamente. Si la atrapaban sería ejecutada en el acto, pero… ¿moriría? ¿Qué era morir para ella? ¿Sería como apagar un televisor y nada más? El camión dio un salto y Angélica miró el paisaje: el valle de Curacaví desplegando sus verdes lomas como el cuenco de una mano sosteniendo viñedos sin fin y pequeñas casitas de adobe encalado apenas asomándose entre los árboles.
A veces le parecía tan extraño estar “aquí”. Dos años atrás alguien había apretado un botón y de pronto había despertado “aquí”. Y ahí enfrente había un árbol, encima un pájaro; el sol poniéndose tras una montaña, su mano derecha. Lloraba todo el día frente a cada cosa: una lagartija en una roca, el color azul, el ruido del agua, su piel suave y blanca.
Era tan, pero tan extraño estar “aquí”.
Ahora la perseguían para hundirla en la oscuridad y huía para evitarlo porque no quería dejar de estar “aquí”.
“Su Padre” podría ayudarla. Seguro que él la protegería. Su padre estaba en Santiago, ella lo llamaría y seguramente él la iba a proteger. Quizás hasta podría quitarle los dolores y curarla de sus pesadillas, esas que la dejaban semiinconsciente después de cada ataque. Ella quería olvidar lo que había visto conectada a la “Máquina Yámana”, allá en Valparaíso.
Su padre la podría ayudar.

10
Rogelio escucha instrucciones mientras ve teñirse de rojo la bahía de Valparaíso. A sus espaldas, un helicóptero militar echa a andar sus motores, espantando a las gaviotas que dormitaban el atardecer sobre las rocas de la costanera. Apaga el comunicador y se cruza de brazos para asistir a la muerte del día, que se desangra lenta y silenciosamente contra el horizonte del océano.
La luz rasante del crepúsculo recorta aún más el perfil chato, verdoso grisáceo, de la “Máquina Yámana” flotando en el centro de la bahía portuaria. Dispersa, heterogénea, mecida por el oleaje, más bien parece la costra de basura dejada por el naufragio de un petrolero colosal. Más de cerca se pueden distinguir, con alguna dificultad, los cuerpos de los yámana flotando en la mancha de aceite oscuro que los aísla eléctricamente del agua salada. Comunicados por tubos flexibles de médula ósea que entran por las cuencas vacías de sus ojos, anos y bocas, parecen los despojos destrozados de un calamar gigante. Partes electrónicas, cables y trozos de madera con runas y conjuros protectores flotan alrededor amalgamando la energía del conjunto, ameba oleosa pudriéndose al Sol como los restos de una batalla sangrienta.
El piloto espera impaciente tras sus anteojos oscuros de reglamento, pero Rogelio no mueve un músculo, los ojos fijos en el incendio de nubes que cae lento como en un sueño sobre el océano. De pronto suena su intercomunicador y una sola palabra brota desde el auricular.
–Santiago.
Rogelio corre hacia el helicóptero y le indica al piloto la ruta más corta hacia la capital, mientras ajusta su equipo de combate y esgrime una sonrisa.

11
–¡Angélica! –grita el anciano–. ¡Por fin te comunicas conmigo, niña! –la pantalla de ectoplasma tiembla de emoción y se licúa en delgadas líneas que se cruzan fijando las coordenadas de la señal–. No te preocupes. He hablado con gente del gobierno y me garantizan tu absoluta protección. No te muevas de donde estás, uno de los grupos de seguridad del área Santiago llegará para escoltarte en unos minutos.
–Padre –susurró Angélica. – Ayúdame. He visto…cosas…me duelen.
–Tranquila, tranquilita. Ya hablaremos cuando estés a salvo. Ahora haz lo que te pido y no te muevas de ahí.
–Señor –dice un operador de radar– un ornitóptero artillado sin marcas de identificación se acerca rápidamente a Santiago por rutas comerciales no autorizadas. Perderemos contacto con él cuando entre a espacio aéreo de la capital.
–¿Escuchaste, hija? Hay enemigos buscándote. Debemos llegar a ti antes que ellos ¿Harás todo lo que te diga?
–Si –la boca pequeña y rosada de la IA temblaba de emoción –lo haré, Padre.

12
La noche sobre Santiago estaba más tranquila que de costumbre. Casi nadie circulaba por las calles después de las 8 de la noche, por temor a las patrullas militares y a las tribus urbanas de psicóticos, que habitaban bajo los puentes y en los edificios abandonados. Las hordas de profetas, videntes y psicópatas que de pronto arrasaban las avenidas, como una marea de bocas aullantes, eran un espectáculo escalofriante que nadie estaba dispuesto a experimentar. Además, la última plaga de gatos, infectados con sustancias alucinógenas, se había apoderado del antiguo centro cívico de la ciudad con sus gritos casi humanos y sus sangrientas disputas territoriales. Acostumbraban arrojarse desde edificios de gran altura dando un largo y escalofriante aullido de bebé, estallando contra la calzada con un ruido seco y sordo, uno tras otro, así durante toda la noche.
Santiago centro, tierra de nadie. La hediondez en las calles, los cadáveres de animales y los rayados rituales, las pequeñas columnas de humo y siempre alguien arrastrándose pidiendo ayuda. Rogelio miraba hacia abajo desde su ornitóptero conteniendo la respiración.
La situación era crítica, acababa de ser informado que Angélica ya estaba en poder de agentes del gobierno y que en ese mismo instante era conducida hacia el bunker más seguro disponible. Si conseguían introducirla allí todo habría terminado, la administración caería y él sería confinado a una muerte en vida dentro de una anaconda. Pero eso no le importaba, lo que realmente le dolía era la posibilidad de no atrapar a su presa, de no hincarle los dientes a Angélica.
“Un ataque frontal al blindado”, pensaba Rogelio, “una ataque frontal en el último momento. Un “viento divino” que le abra el estómago al camión, que me enseñe sus intestinos para meter mis manos y hurgar buscando a Angélica, para sacarla y hacerla nacer con mi pistola automática. Bautizarla frente a todo el mundo con una ostia de plomo que desperdigue su conciencia por los aires y la libere de una vez.
Un ataque frontal, no tengo otra alternativa”.
Allá a doscientos metros, entre un complejo de antiguos edificios administrativos, se encontraba el Palacio de Gobierno y sus torretas antiaéreas. Debía bajar drásticamente su altura de vuelo.

13
Un enorme vehículo redondeado lleno de pequeñas pústulas y protuberancias avanza por la Alameda de Santiago a toda velocidad en dirección al bunker bajo el Palacio de la Moneda, sede de los gobiernos chilenos desde los tiempos previos a la Reconquista.
Una jauría de perros artillados histéricos, reventados de anfetaminas, corre junto a él. Las tropas comienzan a separarse del convoy a medida que se acercan a la entrada del bunker, ubicada frente al que fuera el portón principal del antiguo palacio, que luce inmaculado a pesar de haber soportado a lo menos tres bombardeos en los tiempos de las Repúblicas.
El vehículo se acerca a la rampa de acceso a diez metros de la entrada, las tropas le dan la espalda formando un perímetro semicircular fuertemente armado. Las torretas antiaéreas levantan sus potentes cañones, capaces de seguir y derribar en vuelo a lo cazas más veloces, aunque inútiles contra el vuelo a baja altura de vehículos livianos. A nadie le importaba eso, un ataque con un vehículo liviano era un suicidio que sólo un loco querría intentar.
El blindado se detiene bruscamente frente al acceso durante los cinco segundos que demora la puerta en abrirse. Ese es el momento.
De la nada surge un ornitóptero que dispara dos rockets en vuelo rasante sobre el camión inutilizando con su explosión la puerta y el pavimento tras el vehículo.
De inmediato se despliegan las bandadas de palomas explosivas y el tiroteo de las fuerzas de tierra se hace infernal. El ornitóptero gira en una curva cerrada y dispara, con ruido sordo, tres bombas que estallan sobre las cabezas de los soldados diseminando una lluvia de esquirlas negras que se adhieren a sus ropas y comienzan a penetrarlas. Los soldados sueltan sus armas y gritan de horror, intentando liberarse de los pequeños escarabajos explosivos que buscan sus fosas nasales, oídos y anos. Presas del pánico, corren en todas direcciones mientras estallan cabezas y vientres, expulsando los interiores de hombres y perros por toda la acera.
Rogelio efectúa un nuevo viraje esquivando la bandada de palomas suicidas pero sabe que esa batalla está perdida. Dispara un misil teleguiado y se arroja del vehículo casi en el mismo instante en que las frenéticas aves chocan en masa contra el pequeño aparato que salta por los aires en decenas de pequeños estallidos.
Rogelio cae sobre unos arbustos. Medio mareado y cojeando de una pierna corre hacia el blindado en el momento en que el misil, luego de un aparatoso vuelo elíptico, lo alcanza abriéndole un enorme forado en el costado. El agente salta al interior del vehículo disparando con los ojos desmesuradamente abiertos pero con el rostro frío, midiendo cada rápida descarga buscando las posibles ubicaciones de los ocupantes a través del humo que lentamente se disipa.
Rogelio permanece inmóvil, el brazo extendido, su Browning humeando. La cabina está vacía. Sólo el cadáver del conductor del vehículo mirándose el ombligo. “Perdí”, piensa y guarda su arma con indiferencia, “Angélica ya debe estar dentro del bunker mientras yo me entretenía aquí como un estúpido”, se increpaba sin prestar atención a la radio que anunciaba que cincuenta soldados y tres helicópteros casi rodeaban el sector y preparaban su captura… De pronto sale de su sopor y mira el panel de comunicaciones. “Esa radio me puede comunicar con sus autoridades. Quizás aún pueda…tengo que destruirla”.
–Rogelio, atención –la voz del coronel sonaba oscura y amarga desde el otro lado del comunicador–. Rogelio, te ordeno que te autoelimines. Angélica está fuera de nuestro alcance, pero si descubren que eres agente nuestro la situación será doblemente desastrosa. Rogelio… la cápsula con enzimas… te lo ruego… no te dolerá… será como dormir.
El agente apretó sus mandíbulas y apagó el comunicador.

14
–¡Angélica! –grita el viejo y corre para abrazar la esbelta figura de la IA, irreconocible bajo ropas anchas y sucias. Su rostro manchado de sangre seca destila gruesas lágrimas plomizas que caen lentas y aceitosas desde sus enormes ojos color acero.
–Padre –murmuró antes de estallar en llanto durante largos minutos, abrazada a él–. Tienes que ayudarme… –sollozaba–,quiero olvidar… me quieren matar… ¿qué me ocurrirá cuando lo hagan?… ¿me disolveré en la noche?… no quiero morir –susurraba entrecortadamente.
–Tranquila, tranquilita –la intentaba calmar–. Ya estás a salvo y nadie va a hacerte daño –le decía mientras efectuaba un breve chequeo a su estructura–. Todo terminó, Angélica. Ahora estás con nosotros –agregó y accionó un punto de acupuntura sobre la frente de la joven. Una pantalla apareció flotando sobre su pecho informando status y datos anexos que Padre leía y manipulaba moviendo sus dedos sobre la pantalla como sobre la superficie de un tazón de leche. Una vez concluido el chequeo la abrazó con ternura.
–Estás en perfecto estado.
–Pero…las alucinaciones… –replicó ella.
–Son sólo productos de la labor que cumpliste, los datos afloran a tu conciencia como ecos de información grabada incorrectamente. Son…”pesadillas” de tu disco duro. Una vez que extraigamos esos datos no sufrirás más y olvidarás el trabajo que hiciste allá en Valparaíso.
–Pero…si no alcancé a realizar ningún trabajo… huí casi de inmediato – comentó extrañada.
–Te equivocas. Hiciste tu trabajo y lo hiciste perfectamente. Fuiste diseñada para abrir la brecha entre el plano astral y el ciberespacio, pero también para investigar secretamente la naturaleza de lo que está ocurriendo “allá arriba”. Eres la primera sonda tecnológica construida para penetrar en el “más allá”.
Angélica quedó helada.
–Entonces, lo que vi ahí adentro…eso horrible que quiero olvidar.
–Debíamos saber que había detrás del “Proyecto de ciudadanía para el ciberespacio”. Los militares estaban trabajando a ciegas, abriéndole el camino a fuerzas completamente desconocidas y muy poderosas. Debíamos saber quiénes eran los que estaban pidiendo acceso a nuestro espacio informático.
El anciano le acariciaba el cabello a Angélica, que suspiraba con la mirada perdida en algún punto de la pared blindada.
–Lo que vi es espantoso, Padre –comenzó a hablar muy despacio–. vi. personas hechas de una energía más negra que la noche más oscura. Vi devoradores de estrellas, criminales y ríos de almas entrando en gran quebranto hacia la boca de un enorme lobo negro de ojos rojos. También vi una especie de civilización que florecía con dificultad junto a una herida ubicada en el costado del lobo, una colmena humana que planificaba y discutía a viva voz. Esas presencias habían tenido nombres durante su paso por la tierra. Preparaban algo. Conocían conjuros y palabras de mucho poder. Acumulaban karma como quien acumula uranio para fabricar bombas, vida tras vida. Tenían una bandera y símbolos giratorios incrustados en sus carnes.
Cerré los ojos y oré por información. Y la información me fue dada.

>archivo “gotterdammerung”

> Inmediatamente después de la caída del Tercer Reich, todas las almas de los magos SS, ejecutados ritualmente, comenzaron un desesperado proyecto para “regresar” a dar la “batalla final”. Así comenzó el “Proyecto Aurora”, la construcción de una planta de telecomunicaciones en el más allá supervisada por ingenieros y poetas que buscaba utilizar medios tecnológicos para establecer contacto y cooperación con grupos de apoyo en nuestro plano de realidad. La transcomunicación utilizando canales de TV sin señal o magnetófonos abiertos al ambiente fueron el comienzo de un largo camino que desembocó finalmente en la “Tecnología Yámana”.

> Hablamos del “Gotterdammerung”, el crepúsculo de los dioses. Hablamos de una horda de guerreros que viene en el “barco de los muertos” a penetrar el ciberespacio y, a través de puertos de datos, encarnar en cuerpos biomecánicos indestructibles y eternos.

Angélica abrió los ojos y miró al techo con horror.
–¡Padre!, he visto miles de galpones subterráneos en el desierto de Atacama, llenos de horribles cuerpos biomecánicos de extrañas formas con trozos de seres humanos vivos incrustados en sus mecanismos, preparados, poderosos.
Padre, debemos detenerlos. Es algo horrible, les vi los rostros. Preparan colmenas humanas, preparan ritos de sacrificio y un extraño árbol gigante donde clavarán el alma de la humanidad durante nueve noches –Angélica abre los ojos desmesuradamente y comienza a alucinar–. ¡Vi a Dios! ¡Ellos preparan algo contra Jehová! ¡Sé quién los ayuda desde el cielo! ¡Es horrible! –Angélica tiene un ataque convulsivo y el anciano la sostiene contra su pecho hasta que se calma.
–Tenemos que impedirlo, Padre –murmuró agotada–. tenemos que informar al gobierno para que denuncie esta monstruosidad ante el parlamento.
–Tranquilita, hija –susurró padre al oído–. Estoy seguro que esa era su intención cuando te pusieron ahí dentro. Con esta información que obtuviste podrán arrebatarles el proyecto a esos desgraciados. Aunque creo que cuando el parlamento se entere de la real dimensión del “Movimiento en los sueños”, quizás duden en seguir adelante con algo tan maligno y peligroso.
Padre abrazó a Angélica y mirando hacia adelante notó que los guardias de la puerta se habían retirado. Siguió acariciando la cabeza de la IA pero sus ojos giraban en torno chequeando las cámaras, los sensores de seguridad y los insectos espías que debían operar en esa sala. Todo parecía normal, excepto que la puerta permanecía abierta y sin guardias custodiándola. Sintió pasos acercándose por el pasillo, algo andaba mal. Meneó la cabeza y trató de convencerse de que estaban en el lugar más seguro de la tierra y bajo el cuidado de la más alta autoridad del país. Pero no había guardias en la puerta.
Los pasos en el pasillo se detuvieron frente a la entrada. Padre deseó por primera vez portar esa arma de reglamento que siempre había despreciado. Angélica miró al viejo, que tenía la mirada clavada en la puerta y giró el rostro para observar también.
–Hola, Angélica –dijo Rogelio.
–Te conozco –murmuró la IA con sorpresa y temor–. Tú estabas en Valparaíso… te derribé… ¡querías matarme!
Padre la toma por los hombros y la ubica tras él, protegiéndola.
–¡Cómo conseguiste entrar!
–Hazte a un lado –dice Rogelio mientras carga su Browning con balas explosivas.
–¡Jamás! No sé cómo lo hiciste pero “seguridad” llegará en cualquier momento y te harán pedazos.
–No es de buena educación matar a los socios –agregó Rogelio cerrando de golpe el cargador de su arma haciendo saltar el corazón de Angélica.
–¿De qué hablas? Tú no eres socio de nadie –titubeó Padre.
–Tengo un trato, ¿sabes? Eso me hace un socio –sonrió–. Hoy aprendí que la política puede ser más destructiva que las bombas. No hay muertos a destajo, sólo los necesarios –dio un paso adelante accionando el pasador con elegancia. Angélica temblaba, sus enormes ojos apenas se asomaban tras los hombros de Padre.
–Hazte a un lado –insistió.
–¡Nunca! No sé qué trato hiciste ni con quién, pero el gobierno ya te detectó por las cámaras y vendrán…
–Fue el gobierno quien me abrió la puerta –interrumpió–. Ellos me guiaron hasta acá –Padre palideció.
–No es posible.
–El trato fue sencillo. El gobierno puso a Angélica en la Máquina Yámana para obtener información y usarla en nuestra contra en el parlamento. La información que encontraron era más terrible de lo que se imaginaron y por cierto que nos destruiría si se hacía pública.
–El país jamás aceptaría financiar semejante aberración –acusó Padre.
–Ese es el problema –sonrió–. Es tan terrible que el parlamento podría perfectamente cerrar el proyecto para siempre. Y nadie quiere eso, tus jefes tampoco.
Padre abrió la boca pero ninguna palabra acudió en su ayuda.
–Entonces –continuó el agente–, le propuse a tus autoridades toda la colaboración del Ejército para superar esta desafortunada situación. Les propuse olvidarnos de los mutuos ataques, del espionaje, los muertos y el sabotaje, a cambio de mutuo beneficio. En el fondo, les ofrecimos compartir el Proyecto y todas sus bondades a cambio de su silencio… y de eliminar toda evidencia de esta bochornosa situación –dijo apuntando a Angélica con un gesto mínimo.
–Ellos nunca aceptarán –murmuró Padre.
–La negociación terminó hace unos minutos.
–No te creo.
–Mañana será un día de rostros sonrientes, apretones de manos y portadas de periódicos. Es tu decisión si quieres aparecer o no en las fotos de la celebración.
–Voy a apelar –agregó con desaliento.
–Estás solo.
–…
–Hazte a un lado.
–No puedo dejar… –susurró.
–Estarías a cargo del proyecto.
Padre dejó caer la mirada bruscamente.
Angélica miraba la pistola con horror, miraba al agente, a Padre, luego miraba a la puerta y a la oscuridad más allá de la puerta.
Rogelio avanzó dos pasos y se detuvo para mirar a Padre a los ojos, pero éste no levantó la vista.
–¿Desactivaste sus sistemas defensivos? –preguntó.
–Si –respondió el viejo. Angélica lo miró con los ojos nublados.
–No te preocupes –agregó Rogelio dirigiéndose a la IA–. Te voy a dar un balazo justo en medio de tu cerebro artificial y el impacto va a apagar tu conciencia inmediatamente. Será lo mismo que dormir –dijo levantando la pistola.
–Padre… –susurró la IA, paralizada por el miedo–. ¿Voy a dormir?, nunca he dormido antes –giró sus ojos hacia el viejo–. Háblale a Dios… porque a mí nunca me ha respondido.
Padre apretó los ojos.
–Lo siento, niña –continuó Rogelio–. Esto es más fuerte que yo. No sé cuántas veces he hecho estas cosas antes. Ni siquiera sé si estoy soñándolo todo, desnudo dentro de una anaconda –musitó con un gesto de dolor dibujado sutilmente en el arco de sus ojos.
–¿Tienes tristeza? –susurró Angélica. Rogelio bajó el rostro–. Entonces… ¿te duele matarme?
–No –suspiró–, me molesta no sentir nada.
–No quiero dormirme –suplicó.
–Ni siquiera sé si estoy despierto –dijo para sí y apretó el gatillo con indiferencia.

La habitación vacía amplificó el estampido, que explotó como un trueno contra las paredes de concreto de la habitación y contra las paredes metálicas del cráneo de la IA.

Angélica dispersándose como un puñado de luciérnagas en la oscuridad.

Lo siguiente que pudo ver, flotando desde el techo de la habitación, fue a Rogelio descerrajándole tres tiros en el rostro a Padre, que cayó con los brazos abiertos junto a su propio cuerpo destrozado.

Rogelio haciendo una llamada para informar su deceso.
Rogelio cortando la llamada en la mitad de las felicitaciones que recibía.

Angélica no sentía odio.

No entendía muy bien.

¿Un upload a algún nuevo tipo de ciberespacio?

Se disolvía llena de amor navegando hacia una hermosa noche de luz infinita.

Algo comenzaba a rodearla llamándola por su nombre. Angélica.

FIN

Jorge Baradit (2003)

Taken: Lo que oculta la alfombra

por Juan Carlos Sánchez

Uno de los momentos mas importantes en la historia de la ciencia ficción televisiva fue cuando Chris Carter dio vida a los X-Files, la razón supo combinar el drama con el tema paranormal y los extraterrestres consiguiendo un inusual realismo que le permitió ser incluso reconocido por los Globos de Oro en una categoría ajena a la sección de efectos especiales, todo un logro si se considera cuan ignorada es la ciencia ficción en las grandes premiaciones. Pero con el tiempo Carter terminó siendo presa de su propio monstruo y su intento por mantener su cuota de realismo le pasó la cuenta cayendo en una serie de inconsistencias y lamentables repeticiones llegando al punto mas bajo de usar una excesiva violencia en algunos episodios sin tener justificación alguna.

¿Qué tiene que ver esto con la miniserie de Spielberg?

Simplemente que posee las mismas virtudes así como algunos de los pecados de Carter. En pocas palabras se puede decir que la historia de Spielberg versa sobre tres generaciones afectadas por las abducciones, pero lamentablemente tenemos que repetirlo y decir que se trata de Spielberg, es decir: un director brillante con gran sensibilidad que sabe trabajar con altos presupuestos y buenos efectos especiales sin hacer que estos opaquen la historia, pero cuyo gran pecado (y por tanto punto en contra al momento de realizar este proyecto) es haber filmado Encuentros cercanos del tercer tipo y E.T., dos filmes iconos en el tema de los extraterrestres amigables que, sin embargo, contradicen los cientos de casos y estudios realizados a lo largo del mundo en torno a gente abducida, los cuales aseguran que las formas de vida extraterrestres son cualquier cosa menos amigables.
Punto aparte y no menos negativo del paso de este director como productor de TV es Seaquest, un engendro que se alimentó de Star Trek en vez de la inolvidable serie de Irwin Allen Viaje al fondo del mar, y que finalmente terminó ahogándose por su propio peso, por más que un buen reparto hiciera esfuerzos titánicos por salvarlo.

Con Taken como ya mencionaba en un principio, el rey midas del cine construye la epopeya de una serie de personajes, desde un militar a cargo de la investigación de la nave caída en Roswell hasta una familia que sin saber acogen a un extraterrestre en un conflicto que se mueve en dos frentes y esencialmente dos grupos familiares: el que investiga a los alienígenas y los que tienen vínculos directos con ellos. Esto en un principio se muestra como un retrato serio y profundo donde se plantea cuan arraigado está el fenómeno OVNI dentro de la sociedad americana, borrando al conocido sector de gente que se dedica a recolectar datos sobre la aparición de platillos voladores para estar con aquellos que han tenido contacto directo y, como el título lo plantea, han sido abducidos.

De paso menciono que algunos informes alarmistas dicen que existiría, sólo en Estados Unidos, reportes de aproximadamente dos millones de personas que han sido raptadas o han tenido encuentros con seres de otro mundo, evidentemente la cifra de casos que puede ser verdaderos ha de ser inferior pero como un punto a destacar, una buena parte de los filmes y series que han tratado este fenómeno basándose en hechos que se dicen reales muestran notables coincidencias en como son físicamente los extraterrestres y el tipo de conducta que presentan (reitero que con esto omito El día de la independencia, Alien, Star Trek y todos aquellos cuyo interés no se centra en las abducciones).

Volviendo a Taken, lo sorprendente está en el buen desarrollo de los personajes, así como en las actuaciones que le brindan un notable realismo, sumándose algún puñado de historias que se salen de la trama central para ahondar en otras posibles consecuencias indirectas del fenómeno, pero es ahí donde la miniserie comienza a fallar y más concretamente en el papel que desempeña la joven estrella Dakota Fanning, como la hija de unos jóvenes que fueron abducidos y modificados. A través de ella, como ya lo estaba haciendo con sus padres, Spielberg nuevamente retoma su proselitismo por la bondad alienígena en un contexto completamente desajustado o mejor dicho ilógico. No se trata de decir que los extraterrestres son buenos o malos, o si lo militares son buenos o malos sino que gran parte de la información de base, si bien no arroja evidencia concreta de maldad (a decir verdad sí lo hace, si sopesamos la mayoría de casos y descripciones) tampoco lo hace en el sentido contrario. De hecho durante varios episodios los espectadores hemos sido testigos de cuan terribles y traumáticas son estas abducciones, de manera que el personaje mencionado resulta absurdo e innecesario.

Otro pecado es mostrar en un principio una faceta obsesiva y al borde de lo malévola de los militares e investigadores que al final termina convirtiéndolos en seres con una encubierta psicopatía (a no ser que alguien considere sano matar a algún familiar o inducir su deceso en circunstancias que no hay una vida en juego).

Hay partes de Taken que son realmente ridículas, como el momento en que uno de los personajes es protegido de los agentes que lo siguen por una especie de barrera o rayo cuando regresa a su hogar generada por un OVNI.

Y volviendo a lo mencionado al principio, el otro gran pecado de la obra de Spielberg es que no llega a nada concreto, a excepción por supuesto de cuan mala puede ser la gente que persigue a los alienígenas. En un intento por lograr realismo y no imponerse como la santa verdad del fenómeno de las abducciones, no se planeta una teoría o una explicación sin importar cuan ridícula o seria pueda ser. Gran parte del trabajo ha sido entregar un drama con gran fuerza emocional donde una encantadora niñita nacida gracias a los alienígenas despliega su bondad y amor a quienes han sido dañados por los extraterrestres sin entregar una respuesta lógica, situaciones melosas y carentes del realismo que se busca y que al final no conduce a nada, tan solo la sensación de haber perdido el tiempo esperando algo que no sucede.

Al igual que en el trabajo realizado anteriormente por el Scifi Channel con las dos miniseries de Dune, Taken juega con la grandeza de una idea brillante promoviendo lo que puede ser una gran obra tan sólo para entregar algo que las masas puedan digerir y gozar sin complicaciones. Cuyas grandes y graves falencias están bien ocultas tras la brillante y linda cubierta publicitaria menospreciando el interés e ingenio de quienes tienen un mínimo de conocimientos de los temas en cuestión. Entre paréntesis, que no se malinterprete: Taken en esencia es un buen proyecto, la idea básica es original e interesante, así mismo como el reparto, las actuaciones (mucho más logradas que en las otras miniseries mencionadas anteriormente), la producción y la banda sonora pero es como un chocolate envuelto en papel brillante, con buen sabor que en su momento quita el hambre y de un muy efímero placer acompañado del siempre detestable exceso de calorías y materia grasa que tendremos que bajar en una dieta o buen ejercicio, algo que puede ser evitado y reemplazado por algo más sabroso y nutritivo, sólo que para paladares un poco más exigentes en lo que al menú de ciencia ficción de la televisión y el cine se refiere.

por Juan Carlos Sánchez

No Ser

por Daslav Merovic

Imagino que el reino de la Extinción ha de ser distinto para cada ser. ¿Cómo es aquel lugar?, ¿qué geografía presenta a los pasivos ojos y a las inmóviles manos del muerto?
–Carlos Fuentes–

La muerte ha sido considerada históricamente como algo negativo principalmente porque conlleva el dolor, el dolor de los deudos. El dolor de tu muerte me enseña a ser feliz…, dice Jodorowsky para quien … el dolor es inútil, porque un fallecido no sufre, ya se fue, hay que aceptarlo.

Efectivamente, no hay que abrazar a los muertos, como recomienda Marcel Schwob, pues ahogan a los vivos. A pesar de esto a través de la historia de la humanidad se ha ideado un sinnúmero de teorías para soportar el dolor o la idea de la muerte, considerada como el mayor de los males.

La pregunta es: ¿por qué le es tan difícil a la mujer y al hombre aceptar la muerte? Schopenhauer nos dice que el animal teme la muerte sin conocerla, temor que no es más que el reverso de la voluntad de vivir, nuestra esencia común. ¿Por qué huye el animal?, ¿por qué tiembla y se esconde? Porque siendo pura voluntad de vivir y estando destinado a morir, quiere ganar tiempo.

Uno de los aportes fundamentales de Schopenhauer es el entender la nada después de la muerte como el estado al que estábamos acostumbrados antes de nacer. Séneca también habló al respecto, en sus Cartas de Lucilio, dice que los humanos sitúan la muerte ante ellos, en el futuro, mientras que ya la tienen detrás en el pasado. Esta concepción es, en concreto, lo que Heidegger significa más general y abstractamente al decir que la nada no se halla enfrente del ser, sino que es un componente del ser.
Podríamos decir entonces que la muerte es la mediadora entre dos estados, el ser y la nada. Del ser se ha escrito bastante, de la nada, que generalmente es analizada a partir del ser, no tanto siendo el budismo y algunos filósofos nihilistas algunos de los pocos que se han preocupado del tema. ¿Será porque, cómo señala Lacordaire, La nada no puede existir?

Sobre este punto me gusta lo dicho por Lucrecio: Mientras somos, la muerte no existe; desde que la muerte es, nosotros ya no somos. La muerte no es nada entonces, ni para los que viven ni para los muertos, pues para los que son no es, y es para los que no son.

El olvido es fundamental cuando se habla de la muerte. Dado que el existente es un ser-para-la-muerte como dice Heidegger, el olvido es la preparación, en vida, de esta extinción de cuanto fue, tuvo, hizo y conoció. El olvido tiene un valor positivo a la luz de la filosofía existencial. Sin el olvido no sería posible resistir la acumulación de interés, de atención, de sentimiento. El olvido es la verdadera preparación para la muerte. Para los griegos la muerte y el sueño eran hermanos lo que recuerda a Francisco de Quevedo cuando dice que hasta el sueño nos recuerda a la muerte, retratándola en sí.

De una cosa si podemos estar 100% seguros, la única manera de evitar la muerte es no nacer. Lo mejor de todo es no existir, lo mejor en segundo lugar, morir pronto (Nietszche). Célebres son los versos de Calderon que confirman la enseñanza que el encadenado dios de los bosques develó a los mortales: Pues el delito mayor del hombre es haber nacido.

Schopenhauer, en El Mundo como Voluntad y Representación, cita los dos versos anteriores de La vida es sueño y agrega: ¿Cómo no ha de ser (la vida) un delito si una ley eterna le castiga con la muerte?

Para Schopenhauer toda existencia refleja el incesante e irracional impulso de la Voluntad. Todo sentido es pura ilusión, quien quiera alcanzar la beatitud tendrá que desprenderse de su Voluntad, la causa del egoísmo y agresión humanas. La vida para esté filósofo es un paso en falso, un error, un castigo y una expiación: Si cotejamos, por un lado, la ingeniosidad inexpresable de la práctica, la riqueza indecible de los medios, y, por otro, la pobreza del resultado perseguido y obtenido, no podemos negarnos a admitir que la vida es un negocio cuyas ganancias están lejos de cubrir los gastos…

Schopenhauer hace suya la formula de Spinoza: Sentimus experimurque nos aeternos esse. Vemos la vida desde dentro del tiempo, y nos creemos inmortales. La buena nueva es que nadie es eterno, y la muerte, como dice el filósofo oriundo de Danzig, es la gran oportunidad de no ser ya el Yo. La muerte nos libera de la individualización ¡Bienaventurado entonces el que sabe aprovecharse de ello! La muerte es el momento en que se libera nuestra estrecha y uniforme individualidad que no representa cabalmente la sustancia intima de nuestro ser sino más bien una aberración de este. El momento de la muerte por lo tanto, sería una restitutio in integrum.

Por supuesto que no es sencillo tomarse la muerte de forma tan optimista, contra ello atentan los cuerpos doctrinarios de prácticamente todas las religiones, que se niegan a creer en la extinción del yo. Para diversas culturas primigenias e incluso para los órficos (y los pitagóricos luego), al morir el alma del hombre emigra a otro cuerpo, se reencarna. Esta serie de transmigraciones y reencarnaciones constituirían una recompensa o un castigo, de los que dependería el emigrar a cuerpos superiores o inferiores.

Para la religión popular griega las almas de los hombres, sus alientos o sombras, van a parar al reino de los muertos, de donde salen para intervenir en el mundo de los vivos. Los hermanos gemelos Tánatos (la muerte) e Hipnos (el sueño) se hacían cargo del cuerpo caído y lo llevaban ante sus familiares que lo enterraban en una tumba provista de una estela que conservaba su memoria. Hermes Psicopompo era quien guiaba las almas de los muertos hasta el Hades.

En Egipto se creyó que sólo los espíritus de individuos de una posición social privilegiada podían sobrevivir tras la muerte, esto hasta que se generalizó la sobrevivencia para todos por igual.

Para el cristianismo el alma sobrevive individualmente, mientras que la concepción católica acompaña la supervivencia de las almas con una posterior resurrección de los cuerpos en el día del juicio final. Para muchos metapsiquicos y espiritistas, por otro lado, la psique humana sobrevive a la muerte, por lo menos durante algún tiempo.

La creencia en que al morir los hombres son devueltos al depósito indiferenciado de la naturaleza, principio de la realidad, ha estado implícita en varias culturas, pero elaborada sólo por algunas interpretaciones dadas a la teoría aristotélica del entendimiento agente.

La concepción naturalista es una de las pocas que niega la sobrevivencia del alma, yo o esencia después de la muerte; la vida del hombre se reduciría al cuerpo y al morir éste sobrevendría la completa disolución de la existencia humana individual.
El budismo también cree en la extinción de la individualidad, pero sólo tras un sinnúmero de transmigraciones en las que el hombre debe esmerarse por llevar una vida pura y así lograr detener la rueda de la reencarnación. Sólo al alcanzar el estado de Buddhaqel el ser muere enteramente, no reencarnándose más, sumergiéndose como una solitaria gota de lluvia en el infinito océano del vacío (Sunya).

La inmortalidad del alma es un consuelo de tontos. El Buddha analizó al hombre y demostró que no contiene ningún factor permanente, y por supuesto nada que se asemeje a un alma inmortal. Examinemos los cinco ingredientes que constituyen al hombre de acuerdo a las enseñanzas del Buddha; tenemos el cuerpo (Rupa), la sensación o reacciones emocionales (Vedana), la reacción de la mente a estímulos sensitivos (Sanna), los procesos mentales basados en predispocisiones (Sankharas), y la conciencia (Vinnana). Todos estos factores, sin excepción alguna, están en estado de afluencia e incluso el cuerpo cambia radicalmente cada siete años. ¿Donde entonces está el alma inmortal?

Volvamos a Schopenhauer cuya filosofía ha sido descrita a menudo como pesimista o nihilista y que comparte muchas de las nociones budistas. La vida humana según Schopenhauer está llena de sufrimiento y oscila, como un péndulo, entre el dolor del deseo (basado en la necesidad o en la carencia) y el del aburrimiento e inanidad (experimentado cuando las necesidades son insatisfechas). Todo sentido y propósito en Schopenhauer es mera ilusión. La voluntad, es para este filósofo, la raíz de todos los males, la causa del egoísmo y la agresión en el hombre. La supresión del sufrimiento implica la negación de la voluntad, lo que abriría las puertas de la nada vacía, el sunya, doctrina presente en el Canon Pali elaborada por el budismo mahayanico. Schopenhauer: Reconocemos sin ambages que, para quienes se hallen llenos de Voluntad, lo que permanece después de la completa abolición de la Voluntad, es una nada. Pero, a la inversa, para quienes la Voluntad ha dado una vuelta y se ha negado a sí misma, este nuestro mundo, que es tan real, con todos sus Soles y sus Vías Lácteas, es una nada.

Para el budismo el deseo insatisfecho, proveniente de la ignorancia, es la causa de la reencarnación y esta, a su vez, la causa del sufrimiento, Para liberarse del sufrimiento es necesario escapar de la reencarnación, lo que sólo puede lograrse extinguiendo el deseo, para lo cual primero se debe destruir la ignorancia. En efecto, aquellos que en Schopenhauer se hallan llenos de Voluntad y logran alcanzar la nada, la liberación de la apariencia, son los que en el budismo, logran desarrollar la capacidad innata de buda, que quiere decir “despierto”, “iluminado”, “consciente”, el que ha alcanzado el Bodhi; “la sabiduría”, a través de la facultad del Buddhi; “la intuición”, el poder dinámico directo de la conciencia espiritual. Este estado se alcanza destruyendo la ilusión del ser mantenida por el deseo producido por la ignorancia, que nos mantiene atados a la rueda de la reencarnación. El Buddha enseñó que todas las formas de vida poseen tres características comunes; impermanencia (Annica), sufrimiento (Dukkha), y la ausencia de un alma permanente (Anatta). La impermanencia, como todo proceso natural, es cíclica. Es como una rueda que gira eternamente y que posee cuatro púas; Nacimiento, Crecimiento, Decaimiento y Muerte. Esta ley se aplica absolutamente a todo, incluyendo los objetos manufacturados, las ideas y las instituciones. La voluntad en el budismo Theravadico está considerada como uno de los aspectos del sankkhara (proceso mental basado en predisposiciones). La voluntad es el más dominante de los aspectos de la conciencia y es un potente instrumento que puede ser usado para obrar el bien o el mal, dependiendo del usuario. Aquel que dedica su voluntad hacia propósitos en armonía con el Dhamma, incrementara su poder para hacer el bien. Aquel que encause su voluntad en contra del Todo obtendrá más sufrimiento.

La gran diferencia entre la filosofía de Schopenhauer y la budista consiste en que el primero concibe el mundo como una obra teatral que se repite una y otra vez, con otros personajes y con trajes diferentes. Para demostrar la universalidad de su intuición Schopenhauer cita en una misma página a Kant, lo Vedas (para los que el proceso cósmico es el sueño de un dios) y los Puranas, a Platón, Pndaro, Shakespeare, Calderón y Sófocles. No hay evolución, todo es lo mismo. El budismo en cambio, proclama que todo es mutabilidad, el universo está eternamente cambiando. Schopenhauer creyó encontrar en el budismo y otras doctrinas religiosas de la India, la confirmación a la idea del mundo como apariencia y a la creencia en la metempsicosis, consuelo de la humanidad. Creencia que nos enseña que la muerte no es algo tan serio y puede y debe ser sobrepasada. La naturaleza, como señala Shopenhauer, nos confirma dicha noción: La muerte, como la vida del individuo, no importa nada. Y lo expresa dejando la vida de cada animal, e incluso del hombre, a merced de los azares más insignificantes, sin intervenir para salvarle.

Para L. Brunschvicg el buda de Schopenhauer no es mas que Jesús reencontrado en el inefable sentimiento de la unidad divina que excluye tanto el instinto de dominación, el privilegio del yo, el don de las prácticas sobrenaturales, como el dialogo con un mediador imaginario. En efecto, el budismo no reconoce un Dios tal y como es concebido por la mente occidental, sino una realidad más allá de la comprensión humana y de la cual todas las formas de vida son una manifestación.

Como ejemplo de la manera en que la nada ha influido en el pensamiento oriental se puede citar el caso de Japón. De acuerdo a Vladimir Devide, la filosofía y cultura occidental tiende claramente hacia la noción del ser, considerándose la ausencia de éste como algo nocivo. Para Oriente en cambio la ausencia del ser no es algo negativo, es una nada libre de las connotaciones occidentales, un vacío lleno de significados y posibilidades. Como observa Octavio Paz, mientras nosotros partimos del Ser, las religiones y filosofías orientales parten del no ser. Si la atracción de Occidente por el ser proviene de Grecia, es la India la que podríamos denominar como la cuna de Oriente. Paz nos cuenta que en el hablar mismo del pueblo indio los conceptos son negativos. No dicen, por ejemplo, convivencia, sino, no-violencia.
Es bajo este prisma que se debe acercar la mente occidental a la idea de nada oriental, al sunya, al nirvana o al concepto Mu (poderosa idea que está en la raíz de la psicología japonesa).
Relativamente cercana a la noción de Vacío es el ideal del Mu-shin (no mente) que se puede apreciar en la unidad que sienten los japoneses con la naturaleza y su calmada resignación para aceptar el destino. Similar al mu-shin es la noción de Mu-i (actuar dejando la acción) que se traduce en un esfuerzo sin fuerza, como en el judo, en que se usa la fuerza del atacante para vencerlo. Es a través del mu-shin y el mu-i que los japoneses han transformado las ruinas de posguerra en el impresionante desarrollo tecnológico que los caracterizan. Así mismo es por medio de mu-shin y mu-i que Japón ha preservado tradiciones y formas artísticas ancestrales. En resumidas cuentas, mu y todas sus manifestaciones son para Japón lo que la confianza en si mismo, el control y la perseverancia son para el Occidente.

La dificultad de Occidente para entender conceptos orientales queda en manifiesto con, por ejemplo, la torpeza cometida por los primeros investigadores europeos del budismo al intentar definir el nirvana (estado de suprema iluminación más allá de la concepción del intelecto). Nirvana es una palabra sánscrita que los primeros traductores de los Sutras definieron como apagamiento o extinción y es por ese lado que la estrecha mente occidental lo tomó en un principio. Borges nos cuenta que los investigadores europeos anteriormente mencionados acentuaron el carácter negativo del nirvana. Dahlmann por ejemplo, lo llamó “abismo de ateísmo y de nihilismo” y Burnoff lo tradujo como Aneantissement, aniquilación.

De acuerdo a Christmas Humphreys, nirvana, literalmente, significa ir afuera: Nirvana es la extinción del no-Ser en la totalidad del Ser. Es, por lo tanto, hasta donde podemos comprender, un concepto psicológico, un estado de inconciencia, como señala el Profesor Radhakrishnan, el logro de la perfección y no el abismo de la aniquilación. A este estado de comunión con el Universo en su totalidad podemos penetrar a través de la destrucción de todo lo que es individual, convirtiéndonos de esta manera en parte integra del gran propósito. Perfección es entonces la idea de no ser en relación a todo lo que es, ha sido y será. El horizonte de la existencia se extiende a los límites de la realidad. Por lo tanto no es correcto decir que la gota de agua se desliza en el Océano Luminoso; más cercano a la verdad es hablar del Océano Luminoso invadiendo la gota de agua. No existe aquí la sensación de perdida sino la de infinita expansión, cuando el Ser se va, el Universo crece en Mí.

En este sentido no se habría equivocado Rhys Davids cuando señala que el nirvana es un estado que puede lograrse en esta vida, aunque él lo mire a través del cristianismo y crea que no consiste en la extinción de la conciencia sino la de los tres pecados capitales: la sensualidad, la malevolencia y la ignorancia. No han sido pocos los que han intentado explicar las creencias orientales a la luz del cristianismo, Anguita intuye las semejanzas, pero también las diferencias: las disciplinas religiosas que componen el cuerpo de ejercicios espirituales; devoción, cánticos, contemplación, etc., tienden a procurar la extinción del Yo en favor de la existencia de la Divina Base. Aparentemente hay gran semejanza con la mística cristiana. Sólo que en el cristianismo Dios no es, al contrario del brahmanismo y el budismo, ese ser que es como la nada, sin cualidades, ni forma, ni tiempo, ni afirmación, ni negación, en cuyo seno nos disolveríamos. La reabsorción en Dios no está ni sugerida en nuestras escrituras. Se nos enseña que Dios es solamente Él, y no todo; se nos ha enseñado que Él es el creador y nosotros las creaturas; que Dios ha hecho el mundo, pero no es el mundo, ni es nosotros, ni nosotros tampoco somos Él. Dios no es inmanente; es trascendente. Esta diferencia entre la mística oriental y el cristianismo es terminante.
Anguita, sin embargo, reconoce algunos de los caminos de perfeccionamiento cristianos similares a los prescritos en las escrituras védicas. La humildad, la renunciación completa, el amor a Dios sobre todas las cosas y, por línea colateral, a nuestro prójimo.

Puede que Anguita no haya estado al tanto de las numerosas teorías que sostienen que Jesús, a los 13 años, emprendió viaje a la India, presumiblemente buscando las tribus perdidas de Israel. Siegfried Obermeier sostiene no solo que Jesús permaneció en aquel país entre los 13 y 30 años, sino que, además, sobrevivió a la crucifixión y, luego de visitar en carne y hueso a sus discípulos, emprendió nuevamente el viaje hacia el este, siguiendo una antiquísima ruta de mercaderes. Supuestamente Jesús vivió largos años en la actual Cachemira, donde impartió sus enseñanzas a los judíos de aquel lugar. En Srinagar, la capital de Cachemira, budistas, musulmanes e hindúes veneran la tumba de un santo profeta de nombre Yus Asaf, que traducido sería Jesús el captador. Para muchos esa es la tumba del nazareno. Según Obermeier, Jesús aprendió la lengua pali y se dedico seis años al estudio de la doctrina de Gautama, de la que asimilo diversos aspectos que luego incorporó a su propia doctrina.

Anguita da algunos ejemplos que podríamos considerar como experiencias de Arhat (el arhat es aquel que ha alcanzado el nirvana): Santo Tomas, después de la experiencia de contemplación infusa, en que perdio la conciencia de su propio yo, no dio noticia alguna de como era tal unión; se limito a decir que todo lo escrito por el, comprendida la Summa Teológica, era, comparado con la unión mística, paja picada. De regreso de experiencias místicas semejantes, los santos, o dichosos hombres de alto espíritu, como Plotino, declaran que nada se puede decir (…), es como volver de un mundo infinitamente dulce y apacible, pero inefable.

Octavio Paz relata una experiencia descrita por Baudelaire en las páginas que dedica a la música de Wagner que no hay más remedio que llamar: la desencarnación de la presencia: Al escuchar la opertura De Lohengrin, se siente desencadenado de los lazos de gravedad, de modo que, mecido por la música, se descubre en una soledad con un horizonte inmenso y una vasta luz difusa: la inmensidad sin mas decoro que ella misma. Pronto experimenté la sensación de una claridad aun más viva; la intensidad de la luz aumentaba con tal rapidez que las palabras de los diccionarios no bastarían para expresar esa sobreabundancia, sin cesar renaciente, de ardor y blancura. Entonces concebí plenamente la idea de un alma moviéndose en una atmósfera luminosa, un éxtasis hecho de voluptuosidad y saber.

Se repiten en la descripción de Baudelaire, los recurrentes factores de la experiencia mística y el nirvana.; la dificultad de describir lo experimentado en palabras, el luminoso e infinito océano de la realidad ultima, la impresión de haber participado del Todo. Paz nos dice que Baudelaire, vacío de si mismo, reposa en una inmensidad que nada contiene excepto ella misma anegado en el espacio flotante, el poeta se desprende de su identidad y se funde con la extensión vacía. El arte crítico culmina en una última negación: Baudelaire contempla literalmente, nada. Mejor dicho: contempla una metáfora de la nada. Una transparencia que, si nada oculta, tampoco nada refleja.

Dentro de los sutras comprendidos en el Prajña Paramita que desarrollan la doctrina del vacío (sunya), está el sutra Vajracchedika (diamante), el que al ser recitado, permitió a Hui-Neng llegar al Satori (estado de conciencia que puede ir desde un breve flash de contemplación hasta el nirvana). En el caso de Baudelaire, es la música de Wagner la que opera como vehículo mediante el cual el poeta alcanza la iluminación.
Y para concluir este texto, nada mejor que el siguiente fragmento de Baudelaire:

¡Oh muerte, viejo capitán, ya es tiempo, levemos el ancla!
Este país nos aburre. ¡Oh muerte, aparejemos!

por Daslav Merovic

El anillo del Tigre

por Jorge Baradit

Tengo un amigo que, como todos los amigos de verdad, es prácticamente un hermano. Pasamos la Educación Media juntos, tocamos en la misma banda de punk rock, nos interesaban más o menos los mismos temas y teníamos el clásico perfil del “hermano grande que mete en sus aventuras al hermano chico”.

Eduardo, como lo llamaremos, es una de las personas más gentiles, amables, honestas, inofensivas y respetuosas que he conocido jamás. Odia (si es que Eduardo puede odiar) el autoritarismo, la agresividad y la discriminación. El es un espíritu gentil que cayó a este país por algún error administrativo del encargado de las reencarnaciones. Porque él es en realidad un amable y sonriente monje chino metido en el cuerpo de un chileno anónimo.
Imagínense mi sorpresa el día que lo vi, sonriente y amable como siempre, caminando al sol con un voluminoso libro rojo desde donde se asomaba, flamígera, la mirada amenazante de Adolf Hitler. Eran años donde cualquier cosa con uniforme quedaba de inmediato timbrada como perteneciente al “enemigo”, aunque fuera guardia de banco o cartero. Continue reading «El anillo del Tigre»

El Gran Pez(cador)

por Marcelo López

“Dedicado a José Luis Álvarez López, abuelo de Sergio Alejandro Amira y un gran contador de historias ”

Durante mis treinta y cuatro años de supervivencia, una de las más clásicas frases clichés que me ha tocado escuchar ha sido: “La realidad siempre supera a la ficción”. Con el paso del tiempo, y algo de experiencia ganada en este complicado caminar por la vida, he ido acumulando un rechazo parido a esta premisa que todo los intelectuales no dudan en repetir en sesudas conversaciones o en extensos discursos de adoración sublime a la “bendita supremacía” de aquella limitada realidad que tanto admiran. Mis dudas sobre la veracidad de aquella cita fue creciendo a medida que ingresaba en los caminos infinitos de la Literatura, en especial de grandes escritores como Franz Kafka, James Ballard y Philip Dick, quienes deformaron a voluntad los sagrados postulados de la realidad y la reinventaron en cada una de sus obras.

En el Cómic este tratamiento sublime lo realiza de manera impecable el creador de Sandman, Neil Gaiman, una especie de Tim Burton de la Literatura gráfica, con hermosas historias de fantasía que no rehuyen a la realidad, complementándola y enriqueciéndola en cada viñeta que escribe. Pero esta modificación de los preceptos considerados reales no había tenido su gran oportunidad en las obras cinematográficas, salvo algunas honrosas excepciones, como son las obras de David Lynch y David Cronenberg, quienes siempre buscaron una relación de normalidad entre la fantasía o Psiquis y los actos de sus personajes. Sin embargo, no existía una película que concentrara todo lo que implica el inequívoco lazo entre lo real y lo fantástico, como caras de una misma moneda.

La película de Tim Burton, El Gran Pez, sintetiza, de manera sencilla y emotiva, aquella natural relación; convirtiéndola en un Manifiesto que representa toda la intencionalidad de sus anteriores películas, en especial, Edward Manos de Tijera, lo que se agradece de sobre manera, ya que no solamente se le puede considerar el gran Manifiesto de su pensamiento cinematográfico, sino que también es una excelente fábula sobre la importancia de la ficción como coadyuvante en la comprensión del mundo que nos rodea. Repito, aquí no se trata de una competencia entre realidad y ficción, sólo de una simbiosis que jamás debería ser olvidada; de lo contrario, nos encontraríamos con honrosos documentales, amputados de toda la magia e irracionalidad que le imprime la imaginación a los hechos del diario vivir. Quizás la presión de los medios y el injusto tratamiento que se le ha ido adjudicando a la fantasía ha extendido una percepción errónea de lo que significa la ficción.

Edward Bloom, el eximio contador de historias de la cinta en cuestión, se alza desde un principio como un espécimen que no se deja capturar por los anzuelos que otros le ofrecen, y a cambio, se propone adornar su azarosa vida con preciosos toques de magia que agudizan los oídos de sus receptores. En esta peligrosa elección, que comienza con el alejamiento de su pueblo natal, él decide tomar el camino más difícil, simbolizado en la elección que hace, entre el nuevo camino pavimentado y el viejo sendero que comunican a su pueblo con el resto del país. En aquella simple elección se resume el largo trayecto que deberá recorrer en su vida, dejando atrás la seguridad de su fama de “héroe pueblerino” y enfrentándose al anonimato que le deparaba su arriesgada elección. Mientras escribo estas palabras se me viene a la memoria una de las pocas, y quizás, la única conversación que logré tener con mi abuelo, allá en mi tierra natal, Antofagasta. El anciano empresario habló durante horas sobre su esforzada vida de comerciante, dándome todo lujo de detalles sobre las personalidades políticas que había conocido y del gran atractivo que ejercía en las mujeres de la época. Sus historias eran una enervante sumatoria de eventos que siempre tenían al signo peso como introducción. Una metódica descripción de hechos reales que estaban vacíos de toda humanidad. Al final intentó darme una moraleja sobre lo exitosa que había sido su vida, vanagloriándose de que sus únicas preocupaciones siempre estuvieron dirigidas a salvaguardar la estabilidad de su estrecho círculo familiar, a saber, una hija de su segundo matrimonio, la hija de esta y su segunda esposa; dejando de lado, como si nada, a seis nietos, dos hijos y a su primera mujer. “Cada uno debe rascarse con sus propias uñas”, era la premisa que había elaborado en sus cincuenta años de trabajo. Gran moraleja. Gran egoísmo. Ciertamente que mi abuelo no se parece en absoluto a Edward Bloom.

Dejemos mi vida privada y regresemos a la película. Edward no se amilana en su empeño, y aunque las cosas no siempre son como esperaba, su persistente entrega lo llevan a conocer la más variada gama de seres humanos, cuyas personalidades sobresalen a todo el ardid fantasioso que les ponía alrededor. La magia de sus descripciones representan los estados y características más relevantes de los personajes que conoce, desde el empresario-licántropo, interpretado por Danny Devito, hasta el ambicioso poeta sin inspiración que termina convertido en millonario.

Afortunadamente, la patética competencia entre realidad y ficción no es un tema en la película ya que ambas constituyen una parte esencial en la representación de la realidad vivida por Edward Bloom. Ambos elementos no podrían existir por separado, ya que permiten una perfecta asimilación de las motivaciones de cada uno de los personajes involucrados, describiendo su complejidad con simples notas de imaginación que funcionan como letales anzuelos con los cuales el protagonista logra atrapar el interés de sus amigos y en especial de su incrédulo hijo. Finalmente, Edward Bloom, El Gran Pez, se convierte en un Gran Pescador que atrapa con su candidez y logra transformar las aletargadas vidas de quienes lo rodean, aunque sea por unos minutos.

Agradezco la posibilidad de haber disfrutado esta película, que con el habitual estilo de Burton, nos lleva a contemplar la esencia misma de las historias, desprovistas de toda la parafernalia simplista que muchos otros nos muestran. Un placer, que afortunadamente, se puede repetir muchas veces con la buena Literatura, y que mucha gente opta por no conocer. Una lástima por ellos, pero una gran felicidad para nosotros, los que aún somos capaces de elegir el camino más difícil, creando hermosos anzuelos en cada historia que leemos, escribimos o dibujamos.

Quizás de eso se trata la vida, de un complejo y enmarañado reflejo de humanidad que nunca dejará de arroparse con el sentimiento verdadero y de esa dignidad entretenida que pocos pueden visualizar con el paso del tiempo. En mi incipiente camino hacia la madurez existen premisas que ya comienzan a elevarse por sobre todas las patéticas reflexiones convencionales que me ha tocado conocer, y la primera de ellas podría traducirse en una frase enseñada por un hombre que deja huella, una frase simple pero con una magnitud que abarca casi la totalidad de la existencia: “La vita comentti domani. Domanni notropo tardi”

Nota: No es fácil escribir sobre una película que vi por primera ve hace unos cincuenta años atrás, sin embargo, creo conveniente hacerlo hoy, a minutos de reunirme con mis grandes amigos de la tercera edad: Lucho, Sergio, Pablo, Jorge, Gabriel, Soledad, Marcelo, Julio, Rodrigo y otros tantos que llegarán. Que el vino nos ilumine y que las historias dibujen nuevamente la hermosa silueta de nuestras vidas.

Marcelo Francisco López González.
(Octogenario lector y porfiado escritor de Ciencia-Ficción)

La Utopía y el Descubrimiento Austral

por Pedro Diaz Bustamante

En una pequeña librería de Punta Arenas, ubicada en calle Ignacio Carrera Pinto, encontramos un libro que nos llamó la atención por su título: El Descubrimiento Austral por un Hombre Volador o El Dédalo Francés y que pertenece a la serie Curiosa Americana y está clasificada como Novela Filosófica. Restif de la Bretonne (1734-1806) es el autor de esta obra, “oscuro tipógrafo y polígrafo fecundísimo que cultivó la novela autobiográfica, la tesis filosófica, el ensayo libertino y, siguiendo la moda de su tiempo, abordó temas referentes a la moral de las costumbres”, de acuerdo a lo señalado en la introducción.

El libro se publicó póstumamente y la edición impresa en Chile (1962) cuenta con prólogo y traducción de Eugenio Pereira Salas.
La novela relata la saga de Victorino, hijo de un procurador fiscal, enamorado de Cristina, hija de su señor. Su amor transformado en verdadero martirio a causa de su diferencia de clases, hace de él un joven dado a la ensoñación, hasta que traba amistad con Jean Vezinier, un empleado doméstico, de malas costumbres, pero gran lector. Juntos construyen una maquinaria de madera que movía dos alas de seda. Lograron así sus primeros vuelos experimentales, que terminan trágicamente con la muerte de Vezinier ahogado en un pantano. Victorino destruye las alas para que el invento no pueda ser reconocido. Posteriormente se dedica a perfeccionarlo y logra su objetivo: instalado en la colina, subió a un pequeño promontorio y dando a las alas el movimiento rápido de la perdiz se elevó con facilidad.

El hombre-volador asombró a toda la región. Muchos lo creían un demonio y Victorino mantuvo en secreto su identidad. Descubrió un lugar idílico llamado el monte inaccesible, hasta allí trasladó a aquellas personas que no eran apreciadas en el condado y les otorgó diversos oficios. Con el paso del tiempo había organizado todo un pueblo, que vivía en franca prosperidad y regido por el respeto y la igualdad de oportunidades.

El amante decide culminar su plan secuestrando a Cristina, que no le era indiferente. Cometido el rapto viven en la comunidad del monte inaccesible, los jóvenes contraen matrimonio. Pronto nacen sus hijos que se desarrollan en medio de un paisaje idílico, sin embargo la población había aumentado en gran número y se hace necesario explorar a otros territorios. Victorino y sus hijos, los únicos dotados con la capacidad de volar, para sus propósitos buscan una isla o continente que esté deshabitado o al menos no hayan sido colonizados por grandes potencias.

Inician sus viajes descubriendo numerosas islas. A partir de ese momento lo que parecía una novela fútil, deja paso a un libro de aventuras, recordándonos los antiguos textos de los exploradores y adelantados que llegaron a América y que enfrentan por primera vez un mundo desconocido, que los maravilla por una fauna y flora que se ofrece exuberante a sus ojos.

En la primera isla, a la que bautizan con el nombre de Cristina, se encuentran con los hombres de la noche. Seres primitivos que podían ver en la oscuridad y poseían un lenguaje gutural semejante al ruido de los murciélagos. Los habitantes del monte inaccesible son trasladados por los hombres voladores y habitan en comunidad con los hombres nocturnos, para ello Victorino dicta leyes que los protejan.

En la segunda isla, los habitantes de la Victorica, nombre con que se bautizó a la isla grande, son de raza patagónica, gigantes de unos doce o quince pies de altura. Son pacíficos, nunca pelean entre ellos, con los cuales traban una gran amistad, de tal modo que Alejandro, hijo de Victorino, contrae matrimonio con una joven patagónica dando origen a una nueva raza. Al mismo tiempo, fortalecen los lazos de amistad y el intercambio comercial entre ambos pueblos.

En la tercera isla, Alejandro advirtió la presencia de un animal velludo, muy parecido al mono, que se aproximaba a su padre. Lanzó un grito de alerta, y gracias a las rápidas alas, se elevaron a unos veinte pies, desde donde pudieron contemplar entre los árboles un grupo de animales semejantes a los otros, que se paraban en sus patas traseras. Sólo entonces se dieron cuenta que estos animales velludos, eran una especie de ser intermediario entre el hombre y el mono. En las islas siguientes encuentran diferentes razas de hombres-animales; simiescos, oseznos, caninos, porcinos, cornúpetos (a los que en la antigua grecia llamaban Serastas), de los que tomaban una pareja, para educarlos en la isla Cristina. Aquí el autor adopta una posición crítica con respecto a las acciones realizadas por los conquistadores españoles.

Fue una suerte inmensa que los hombres-animales del Polo Austral no hayan sido descubiertos por los feroces conquistadores de México y del Perú. Sin duda alguna, contemplando la enorme talla de los patagones, los hubieran masacrado. Y aún más, si en vez de tratarlos como bestias, hubieran advertido en ellos un principio racional, entonces los hubieran quemado en la hoguera por Súcubos e Incubos, sobrevivientes de un primitivo bestialismo.

Los hombres voladores continuaron sus exploraciones descubriendo nuevas especies de hombres-animales, las que integraban a su sociedad. Sin embargo, sabían de la existencia de tierras situadas al oriente, a la altura del grado 00, de clima frígido, pero favorable al desarrollo de una raza fuerte.

Al iniciar la exploración de estas tierras, se sorprenden de la similitud geográfica con Europa, con paisajes similares a Italia, España y Gran Bretaña. Con el único contraste de las dimensiones, pues el continente austral era de tamaño reducido.

Los exploradores habían llegado a la Megapatagonia. A su arribo el pueblo acude a recibirlos para ofrecerles hospedaje y todo lo que necesitaran, gesto hecho sin ostentación sino con el corazón abierto. Los hombres voladores encuentran en los megapatagones una nación civilizada, desarrollada en los vastos conocimientos de la ciencia, del arte y la filosofia. La base de todos sus principios es el orden y la igualdad. Su ley fundamental en pocas palabras es:

1.- Sé justo con tus hermanos; es decir no exijas nada, no le hagas nada que tú no quieres que te hagan a ti mismo;
2.- Sé justo con los animales, lo mismo que tú quisieras que fueran contigo los animales superiores al hombre;
3.- Somos iguales entre iguales;
4. – Cada cual debe trabajar por el bien general, y
5.- Cada cual debe participar en el bienestar general.
Los megapatagones sostienen que los pueblos no necesitan más que estas leyes. Quienes no lo creen así, son opresores o esclavos, que estarán dispuestos a legitimar la injusticia, la desigualdad y la tiranía de algunos de sus miembros sobre la comunidad.

El Descubrimiento Austral, es un libro interesante, lleno de aristas que debemos explorar con la misma diligencia que Victorino y su grupo familiar. Finalmente nos quedamos con las reflexiones de Pedro Gamma en el Imaginario Geográfico Austral Contemporáneo (Impactos Nº 73). No sólo somos lo que pretendemos o creemos ser, sino también como nos imaginan. El Dédalo Francés, es una novela que reúne lo feérico y la utopía para permitirnos una nueva lectura en nuestra presencia patagónica.

por Jorge Diaz Bustamante
Puerto Natales, noviembre de 1995.
Publicado originalmente en Impactos #75