El pasado remoto del hombre: ficción literaria y ficción científica

por Rodrigo Pinto

El pasado remoto del hombre es aun materia de investigación y polémica. Quizás lo más controvertido es precisamente aquello que constituye la condición humana. ¿En que momento de la prehistoria es posible afirmar la distinción entre el hombre y sus antepasados? ¿Cuál es el rasgo diferencial decisivo para marcar el hito? De ahí se desprenden muchísimas otras preguntas y temas de investigación a los que trata de responder la paleoantropología. Esta ciencia se asemeja mucho a una labor detectivesca del estilo Sherlock Holmes, en cuanto reconstruye, a partir de indicios a veces mínimos, tanto la estructura física como el hábitat ecológico y social de los primeros humanos. Es lo que el historiador Carlo Ginzburg, en su libro Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia, denomina paradigma indiciario. Desde ese punto de vista, dado el despliegue de imaginación necesario para dar coherencia a los breves indicios, es posible darse la licencia de hablar de ficción científica, aún a riesgo de despertar las iras de los investigadores. Y puesto que en este campo las interrogantes son mucho más numerosas que las certezas, las discusiones y el planteamiento de diferentes hipótesis para la interpretación del mismo hecho son habituales.
El pasado remoto del hombre, por otra parte, no sólo interpela a los científicos. También algunos novelistas han aportado su propia lectura del hecho evolutivo, en una suerte de ciencia ficción al revés. El género, muy poco cultivado, bien podría llamarse paleo-ficción. Este artículo revisa algunas obras que caben dentro de él, así como uno de los libros de divulgación más relevantes del ultimo tiempo en el ámbito de la paleoantropología.

Aventuras en la prehistoria

Un best seller sumamente popular es El clan del oso cavernario, de Jean M. Auel. La autora parte de un hecho que, por ahora, sólo se presume: el contacto y el intercambio entre el hombre de neardenthal, última versión primitiva del género humano, y el homo sapiens, que finalmente predominó. A partir de un hecho a todas luces excepcional y que, por cierto, aun no está probado (ver recuadro), Jean Auel despacha tomo tras tomo las aventuras de Ayla, joven sapiens recogida por una tribu de neardenthales -el Clan del Oso Cavernario-, con una completa propuesta de mitos, costumbres y hábitos de ambos géneros. Tan difícil de responder como la pregunta del huevo y la gallina es la incógnita de si Auel planificó desde el comienzo el monumental tamaño de la serie, o si, por el contrario, el éxito del primer volumen la llevó a ampliar las aventuras de Ayla. Pregunta, al fin y al cabo, no tan irrelevante, puesto que las culturas prehistóricas propuestas por Auel ganan en detalles tanto cuanto pierden en revelar el hecho antropológico por excelencia, el posible encuentro del ser humano actual con una especie de primos menos inteligentes y de repulsivo aspecto. La lectura de la prehistoria se reduce a los rasgos exteriores, los dioses, las costumbres de apareamiento, los mecanismos de designación de los jefes y detalles similares, sin ahondar en el profundo abismo que separa a unos y otros, o reduciéndolo simplemente a los estereotipos del encuentro entre culturas diferentes como los que se produjeron con la llegada de los españoles a América.
Reducir la cuestión a un simple enfrentamiento cultural que tiene como resultado el triunfo del grupo más avanzado tecnológicamente escamotea el hecho fundamental de que se trata no de culturas distintas, sino de especies diferentes. Ni siquiera los indios australianos, con sus rasgos físicos tan radicalmente distintos a los de los anglosajones que colonizaron ese continente, dan una idea de la extrañeza total que debe haber producido en un neardenthal el encuentro con un sapiens. Y si bien Jean Auel es a veces ingeniosa para inventar estilos de comunicación y ritos tribales, sus especulaciones tienen mucho de gratuito y finalmente se encaminan a los consabidos mecanismos estructurales de todo best seller que se respete: aventuras a granel con los adecuados matices de sexo y violencia.

Golding vs. Rousseau

La famosa tesis de Rousseau –el hombre es bueno, la sociedad lo corrompe- tiene en William Golding (premio Nobel de Literatura 1983), a uno de sus más enconados enemigos. La novela más popular del autor, El señor de las moscas, narra la rápida decadencia e involución hacia el primitivismo de un grupo de niños que queda abandonado a su suerte en una isla. La ausencia de control social es, según Golding, la razón de la aparición de conductas violentas y primitivas que desencadenan la ruptura del molde aprendido de los padres. Inversamente, puede decirse que la sociedad mantiene sus leyes y su funcionamiento sólo mediante la represión de sus tendencias al desorden, el caos y la violencia.
El pesimismo de Golding acerca de la condición humana está presente también en una de sus novelas menos conocidas, Los herederos (Minotauro, Buenos Aires, 1968), que también relata, como la vasta saga de Jean Auel, el encuentro entre una tribu de neardenthales y una de sapiens. La tribu más primitiva, transportando una brasa entre sus ropas, se mueve hacia un terreno de caza más favorable; cuando lo descubren, está ocupado por una especie nueva a la que espían con cautela y asombro ante su extraño comportamiento. La catástrofe se precipita rápidamente: los sapiens, sin atender siquiera a su posible condición de primos en el árbol evolutivo, desplazan a los neardenthales no mediante las artes de la guerra, sino simplemente mediante su mayor dominio del ambiente en que viven. Golding apunta aquí a la presunta naturaleza agresiva del homo sapiens, cuestión a la que han echado mano diversos filósofos y teóricos de la guerra para justificarla. La tesis es discutible incluso desde la paleoantropología, como veremos mas adelante.
Pero volviendo a la novela, la reconstrucción de época, por así decirlo, es brillante. Casi todo el libro esta narrado desde la óptica de los neardenthales, es decir, con un punto de vista voluntariamente reducido al abanico de percepciones, reflexiones y acciones de un tipo humano más primitivo, que manifiesta su extrañeza ante el comportamiento incomprensible, desaprensivo y juguetón de la tribu más avanzada. Sólo en el capitulo final, cuando el inevitable curso de los hechos ya se ha cumplido, la óptica cambia de dirección, dando cuenta también de la extrañeza de los sapiens ante sus peludos y atemorizantes visitantes. La razón de su desplazamiento y virtual pérdida de todas las oportunidades de supervivencia no está dada entonces por percibirlos como una amenaza, sino, simplemente, como unos seres extraños. En esta novela, todo lo que escamotea Auel esta recuperado y desarrollado. Es más, se trata precisamente de eso, de la imposibilidad del contacto entre unos y otros.
Golding volvió sobre la prehistoria en otro texto, más lúdico y menos sombrío, Clonc clonc, una de las tres historias breves contenidas en El dios escorpión. Estamos de lleno en la era del homo sapiens, pero muy atrás en la prehistoria, cuando el matriarcado era la institución dominante. Las mujeres, en este cuento largo o novela corta, son las que organizan y dirigen la vida de la comunidad. El hombre sigue siendo el cazador, pero de una manera que se asemeja mucho más al juego de niños grandes que al papel del padre proveedor. Ritos ceremoniales, lugares tabú, conflictos personales, todo ello se da en el espacio femenino; en el masculino, los cazadores, con nombres tan ambiguos como Rinoceronte en Celo, Dulce Pájaro o Luciérnaga, intentan hacerse responsables mediante la captura de una buena pieza de caza.
Golding quizá lleva muy lejos esta hipótesis antropológica. A fin de cuentas, su caricatura prehistórica del cazador afeminado es tan reductora y simplista como la caricatura histórica de la mujer débil y tonta que ha dominado por siglos la imaginería masculina. Con todo, el mayor interés de la obra radica precisamente en su concepción del mundo femenino y en la audaz proposición de aunar tanto el necesario cuidado de los hijos, que liga firmemente a la mujer al hogar, con las funciones de conducción de la comunidad.

Paleo ficcion humorística

Crónica del pleistoceno (o lo que no dijo Engels en El origen de la familia y el Estado) es el título de una de las novelas más curiosas de este reducido ámbito de la ficción. Roy Lewis, periodista y novelista a ratos, la publicó por primera vez a comienzos de los años sesenta. Desde entonces, con diferentes títulos (“El hombre de la evolución”, “Había una vez una era glacial” y “Lo que le hicimos a papá”), ha circulado por diversas editoriales y colecciones, a veces bajo el rubro de la ciencia ficción. En español la publicó en 1994 Anaya y Mario Muchnik (una editorial que tenía el buen gusto de ofrecer un catálogo bastante ajeno a las modas y tendencias del día, y que, quizá por lo mismo, desapareció recientemente del mercado). Esta editorial también le publicó La verdadera historia del ultimo rey socialista, otra vuelta de tuerca a la historia escrita bajo el supuesto de que el socialismo triunfó en la revolución de 1848.
La novela se sitúa en algún momento del pleistoceno, es decir, entre 500 mil y 10 mil años atrás. Los protagonistas son homínidos que en una sola generación llevan a cabo un recorrido que a la especie humana le llevó millones de años: desde los árboles al bipedismo, desde el bipedismo al control del fuego, desde el control del fuego hasta la caza con lanzas y trampas, la cocción de los alimentos, los matrimonios exógenos, la manifestación artística, la domesticación de los animales y las modernas formas de subversión y gobierno. Todo ello con un humor desbordante, expresado sobre todo en la figura del padre, Eduardo, un visionario que sabe exactamente cual es el contenido de la condición humana y se esfuerza lo indecible para arrastrar a su tribu hasta lograr esas conductas, y de su hermano Vanya, decidido a continuar en la copa de los árboles porque, según afirma, el progreso atenta contra las leyes de la naturaleza.
El famoso bioquímico francés Jacques Monod la leyó y señaló a su autor que había un par de errores, pero que no había parado de reírse desde la primera hasta la última página. Puede ser un poco exagerado, sobre todo considerando que muchos de los chistes tienen pleno sentido sólo para un antropólogo. De todas maneras, es un insólito y brillante intento de desmitificación del tema, que se burla desconsideradamente de las ideologías fundadas en el derecho natural o en la inmutabilidad de la naturaleza humana.

La aventura científica

Y, si a principios de los sesenta un antropólogo podía señalar dos o tres errores, a comienzos de los noventa podría señalar muchísimos más. Es lo que se desprende de la lectura de “Nuestros orígenes” (Critica, Barcelona, 1994), del paleoantropólogo Richard Leakey, uno de los mas eminentes y conocidos especialistas en el pasado remoto del hombre. Leakey, con la colaboración, para los efectos de la escritura, de Roger Lewin, ofrece un texto que sigue la tradición de los libros de viajes, exploraciones y aventuras, género que fue especialmente prolífico durante el siglo pasado y la primera mitad de este, cuando vastos territorios del globo permanecían inexplorados para la cultura occidental dominante.
Leakey se inspira en esta tradición para dar cuenta de la ampliación de otra frontera, la del conocimiento acerca de nuestros antepasados remotos. Uno de sus más famosos descubrimientos, el de un adolescente de un millón y medio de años de antigüedad, cuyo esqueleto fue hallado casi completo en las márgenes del lago Turkana (en territorio de Kenya, África), es el hilo que guía la narración.
El joven Turkana -conocido así familiarmente en los anales de la antropología- emergió del pasado en 1982. Lo más espectacular del descubrimiento fue que se trató de prácticamente todo el esqueleto, excepto las manos y los pies. Normalmente, los hallazgos fósiles se limitan a fragmentos, preferentemente del cráneo. Poder disponer de casi todo el cuerpo permitió espectaculares avances en la investigación de la morfología y del ciclo vital de este antepasado del hombre, conocido genéricamente como homo habilis, así como la revisión de buena parte de la teoría acerca de nuestros orígenes.
Sería demasiado largo dar cuenta de los principales temas en discusión. Para los efectos de este artículo, basta señalar que el libro de Leakey se lee como una apasionante novela. Sólo en aislados fragmentos, y llevado por la pasión, Leakey se sumerge demasiado en los detalles para confrontar su opinión con la de otros antropólogos, tornando la lectura más lenta. Pero generalmente el texto fluye con rapidez y amenidad, avanzando incluso en argumentos acerca de la condición humana que podrían desprenderse de la evidencia fósil (apoyada por modernísimas técnicas y avances de la biología, así como por herramientas de uso insólito en este contexto, como el scanner).
Y ya que estamos en ello, digamos que Leakey discute esencialmente la noción de la violencia intrínseca a la condición humana, tesis con la que se pretende avalar antropológicamente los impulsos agresivos y el enfrentamiento de comunidades humanas a través de la guerra. Según Leakey, el recurso de la violencia sólo comenzó en el momento en que el hombre se hizo sedentario y debió defender sus territorios (como habría dicho Marx, cuando el hombre se adjudicó un bien como propiedad privada). No hay evidencia de que el cazador-recolector, que dominó la historia del hombre durante millones de años, agrediera a sus semejantes y disputara violentamente por la supremacía territorial (aunque, como el mismo Leakey recuerda, la ausencia de evidencia no indica necesariamente la evidencia de ausencia). Pero Leakey, obviamente, enlaza más con Rousseau y su teoría del buen salvaje que con Golding y su tesis del control social como el factor aglutinante de la civilización. Para él, la descripción de los sapiens como “Rambos africanos, matones, expandiéndose por toda Europa y Asia”, debida a su colega Milford Wolpoff, es a lo menos injusta y carente de evidencia; por el contrario, Leakey no cree que “la violencia sea una característica innata del género humano, sino meramente una adaptación desafortunada a una circunstancias determinadas”. El tema es ampliamente debatible, por cierto, pero esta postura y su fundamentación en el texto es un claro desmentido a los belicistas de todo tiempo y lugar.

La Eva africana

Sólo para invitar a la lectura del ameno texto de Leakey, vale la pena decir que uno de los capítulos esta dedicado a la discusión y el análisis de dos tesis contrapuestas sobre el origen del homo sapiens. Una es la de la Eva africana, que señala que el nacimiento del hombre actual se produjo en una zona específica de ese continente. Ello significa, nada más y nada menos, que hubo una primera y única radiación de seres humanos como nosotros. Es, por otra parte, la teoría que Leakey suscribe. Desde ese punto habría comenzado la expansión del sapiens hacia otros territorios, ocupando, en el lapso de cien mil años, toda la superficie del globo.
La segunda postula que el nacimiento del sapiens se produjo en una numerosa serie de puntos, como si la tendencia de la evolución hacia un tipo humano mas avanzado fuera tan poderosa que brotó casi simultáneamente en África, Asia y Europa. Ello explicaría, con relativa comodidad, la aparición de diferentes razas en el mundo. Sin embargo, hasta el momento, la evidencia disponible no es concluyente para afianzar una u otra teoría; pero los argumentos de Leakey en favor de la Eva africana (o, para ser más precisos, a favor de una comunidad de primeros sapiens) son convincentes y desde luego, abren un interesante espacio para la imaginación de los escritores que deseen fabular sobre este tema: en un olvidado rincón de África…

¿Sapiens vs. Neardenthal?¿Se encontraron alguna vez los sapiens y los neardenthales? Es muy probable, puesto que ambas especies coexistieron durante decenas de miles de años; pero, ¿tuvieron un intercambio entre sí? Es bastante menos probable, por las radicales diferencias entre unos y otros. El neardenthal no solo tenía un cerebro de menor tamaño, sino también un aspecto muy diferente, más similar al de los grandes simios que al del hombre. Pero vayamos a algunos hechos concretos.
Los únicos datos que hasta ahora confirman el posible contacto entre ambos tipos de hombre radican en los hallazgos arqueológicos de la cultura chalterperroniense, que revelan el uso de herramientas propias de los sapiens por parte de los neardenthales. Según los antropólogos, los intercambios tribales se fundaban básicamente en el intercambio de mujeres por otro tipo de bienes, ya sea tecnológicos o alimentarios, sobre la base de la necesidad de prolongar la especie mediante la incorporación de individuos ajenos al grupo. El matrimonio exógeno era una necesidad de supervivencia para grupos reducidos que enfrentaban enormes y constantes amenazas, lo que, de paso, abre una interesante perspectiva sobre el tabú del incesto. De acuerdo a los estudiosos del tema, la hipótesis de que ello pueda haber ocurrido entre tribus de distinto género es extremadamente remota, dadas las radicales diferencias físicas y de inteligencia entre neardenthales y sapiens. El intercambio, sostienen, tiene que haber sido el de un bien por otro, o bien la apropiación de una técnica por la vía de la observación del uso.
Son muchos los factores que apoyan esta hipótesis. El de más peso es que en los territorios en donde se han encontrado huellas de ambos grupos –Israel y diversas zonas europeas-, no hay indicio alguno del posible encuentro. De ahí que la cultura chalterperroniense sea uno de los grandes misterios de la antropología, así como una demostración más de que la excepción confirma la regla.
Tampoco hay indicios de que la extinción de los neardenthales se deba a la agresión armada de los sapiens. Hay que recordar que estamos hablando de periodos de tiempo de vasta extensión, de decenas de miles de años. Leakey cita al antropólogo Ezra Zubrow, quien sostiene que, para tales periodos, la simple aplicación de variables estadísticas entrega la evidencia más razonable: el índice de crecimiento demográfico del homo sapiens era levemente superior al del hombre de neardenthal. Esa pequeña diferencia basta para explicar la desaparición de los segundos. Salvo la citada cultura, no hay indicios ni de la confraternidad ni del enfrentamiento. Las tribus, si llegaron a compartir un territorio de caza, no tuvieron que luchar por su dominio. Simplemente ignoraron a los extraños. Y los que llegaron después -gracias a sus mayores capacidades intelectuales, que les ofrecían claras ventajas en la captura del alimento y en las tácticas de sobrevivencia- tenían un índice de crecimiento demográfico levemente mayor.

Homo Plus o La cultura como anti-biótico

por Pancho Drake

En Homo Plus, de Frederik Pohl (3), la acción transcurre en un futuro no muy lejano. Sobrevivir en la Tierra se ha transformado en una tarea sumamente dificultosa. Hay escasez de energía en todo el mundo lo cual, sumado a la sobrepoblación del planeta, significa hambre y tensiones sociales casi incontrolables. Si no se hace algo, la guerra será inevitable.
Científicos de EEUU investigan la forma de aprovechar mejor las potencialidades existentes a través de una planificación de amplio alcance. Para eso, establecen diversos campos de investigación, uno de los cuales examina las posibilidades de desarrollo del ser humano en otros planetas. A este respecto, el coronel Roger Torraway está a cargo de un proyecto para la construcción de un cyborg, un organismo cibernético, en parte hombre y en parte máquina, adaptado a la vida en Marte. A tal proyecto se le da una importancia crucial ya que, según las previsiones de las computadoras, lo único que podría evitar la guerra es que la misión de colocar un cyborg en Marte resultase exitosa.
La empresa no es fácil ya que implica que un hombre se vea transformado de tal manera que su aspecto resulte demoníaco y que sus funciones corporales se vean totalmente trastocadas. De hecho, el primer cyborg muere por no ser capaz de tramitar, mentalmente, una serie de estímulos sensoriales novedosos, correspondientes a su nueva fisiología. Es por ello que el propio Torraway debe ofrecerse de voluntario, debiendo atravesar experiencias de un sufrimiento psico‑físico casi intolerables que, continuamente, ponen en peligro el éxito de la misión.
En Homo Plus abundan las señales que hacen referencia a un mal-trato de todo lo viviente: desde el estado calamitoso de nuestro planeta, que hace imperiosa la colonización extraterrestre, hasta la castración de Torraway, como parte de su proceso de transformación en un cyborg. En sí, toda la construcción del cyborg marciano implica situar a la vida en un papel secundario. Lo cual se reafirma al final de la novela, cuando sale a la luz que todo lo sucedido está en función de un proyecto denominado “Supervivencia de la Máquina Inteligente”, para el cual ni la vida ni la humanidad son importantes en sí mismas sino sólo un instrumento, entre otros, para lograr la continuidad en la existencia de la inteligencia artificial: lo prioritario no es la vida sino otras formas de existencia.
La dolorosa, repugnante y horrorosa construcción del cyborg, a partir de un ser humano, puede interpretarse como una alegoría de la humanidad misma, que nos confronta con un aspecto siniestro de nuestra forma de ser: algo que nada tiene que ver con la vida, y es representado por la máquina, parece esencial al ser humano. En Homo Plus no se haría otra cosa que llevar al extremo un aspecto del ser humano con el que nos enfrentamos cotidianamente: siendo como somos una de las tantas especies de seres vivos que habitan la Tierra, permanentemente generamos acciones que son incompatibles con la vida en su conjunto. Los ejemplos son numerosos y de distinto orden: la contaminación del medio ambiente; el recalentamiento del planeta; el agujero de la capa de ozono; la extinción de miles de especies; las armas y los residuos nucleares… ¡hasta atiborramos el planeta de botellas de plástico de gaseosas, que no son biodegradables! No obstante, nos consideramos: descendientes de los monos, mamíferos, animales… en suma, seres vivos…
¿Cómo justificar tanta discordancia con aquello que reconocemos como nuestro propio fundamento? Situando al ser humano sólo como un eslabón más en la cadena de la vida, resulta imposible encontrar justificación alguna para tanta discordancia. Para encontrar alguna, antes debemos dilucidar el tipo de cambio que origina lo que diferencia al ser humano del resto de los seres vivos: ¿implica un cambio dentro de las reglas de juego de la evolución biológica que, entonces, habría generando una especie entre otras?, ¿o implica un cambio en otro nivel, que instaura una diferencia radical con todo lo viviente?

La fulguración de los memes
Hace tiempo ya que, dentro del marco de la biología, hay quienes afirman que no sólo las especies están sujetas al mecanismo de la evolución, sino que la evolución misma lo está: existiría una evolución de la evolución. De acuerdo a esta teoría, el ser humano no es considerado como una especie evolutivamente superior, sino como el escenario a partir del cual se desarrolla un nuevo plan evolutivo: a través de él se expresa una nueva forma de transmisión hereditaria, caracterizada en que los cambios generados no implican nuevas variaciones en la estructura somática de cada miembro de la especie, como ocurre en la herencia genética, sino que funcionaría trasmitiendo información del orden de los conceptos, creencias, creaciones estéticas, en fin, todo lo que se concibe como cultura. Por lo cual, a tal nuevo mecanismo evolutivo suele denominárselo “evolución cultural” (4).
Konrad Lorenz, en La otra cara del espejo (2), califica tanto al surgimiento de la vida como al surgimiento de la cultura de “fulguración”, término que toma del gnosticismo para denominar un suceso que no es la consecuencia de un desarrollo lineal de lo dado previamente sino que implica el surgimiento de algo radicalmente novedoso, que promueve con su aparición una nueva forma de organización de lo dado. De hecho, el cambio en la forma de la transmisión hereditaria implica una profunda diferencia entre los procesos de la evolución biológica (Natura) y los de la evolución cultural (Cultura): en ésta no sólo es posible la herencia de los caracteres adquiridos, sino que también el ritmo de evolución es relativamente muy superior y, además, con la posibilidad de mantenimiento de una flexibilidad mayor. Tal como demuestra la adquisición por parte del ser humano de la capacidad de volar, que no ha requerido la incorporación de alas a su organismo, al modo en que los dinosaurios han incorporado las suyas para llegar a transformarse en aves.
Siguiendo una idea similar, Richard Dawkins, en El gen egoísta (1), considera que el cambio que ha generado al ser humano implica la aparición de una nueva “entidad reproductora”, análoga al gen, a la cual llama “meme”. Considerándose un “entusiasta darviniano”, plantea la hipótesis que <
>. Al preguntarse que es lo peculiar de los genes, se responde que son “reproductores o replicadores”. Y que así como suponemos posible la existencia de diferentes formas de vida, es posible pensar en la existencia de diferentes formas de replicadores. Pero que, para corroborarlo, no necesitamos salir de nuestro entorno, ya que <>, constituyéndose la “cultura humana” en una suerte de nueva ‘sopa primordial’: <> (pág. 283) (1).
Es indiscutible que nuestro ADN nos define como humanos. Desde esta perspectiva, la cultura es un subproducto. No obstante, serlo no significa que no pueda tener evolución independiente, es decir, reglas propias de evolución. Es análogo a lo que sucede con la evolución de la vida: la misma nace en el marco de determinadas condiciones físicas que la hacen posible y que determinan sus características. En ese sentido, la vida depende de tales condiciones físicas, es un subproducto de tales condiciones físicas. Sin embargo, es algo distinto que tales características y, una vez lanzada, dentro de cierto rango, evoluciona con independencia, de acuerdo a cierta legalidad que le es propia. Natura y Cultura son distintas: están imbricadas pero son disecables, en forma análoga a lo que sucede entre lo vivo y lo físico. Y así como puede suceder que el impacto de un meteorito lo suficientemente grande sobre nuestro planeta no deje en él ni vestigios de vida, también puede suceder que una conflagración nuclear produzca efectos similares.
Entonces, entre Natura y Cultura hay un hiato, por lo cual cabe esperar que entre ambas surjan discordancias. Es más, al ser humano los fenómenos vitales pueden resultarle extraños, hasta hostiles; y las formas con las que se identifica pueden ser muy distintas que las de la vida. Es por eso que la transformación de Torraway en un cyborg puede resultarnos repugnante pero no inverosímil. Y si quedan dudas respecto de tal extrañeza y hostilidad, allí están, de muestra, las diversas expresiones culturales, tanto orientales como occidentales, en las que la vida y su representante más inmediato, nuestro propio cuerpo, son figurados como una cárcel, como un límite a lo “ilimitado” del espíritu. Por ejemplo, así sucede en el platonismo, en el cristianismo y en el hinduismo: ¡la vida puesta en el banquillo de los acusados!

A modo de conclusión
Lo que diferencia radicalmente al ser humano del resto de los seres vivos, y justifica tanta discordia entre la actividad humana y la vida, encuentra su origen en una evolución de la evolución misma, que produce un cambio en otro nivel que el de las reglas de juego de la evolución biológica. Es así como, a partir del salto entre Natura y Cultura, nada puede garantizar que no haya ideas o “memes” cuya efectivización sea incompatible con la prosecución de la vida: la cultura puede contraponerse a la vida, y de hecho lo hace: la cultura suele comportarse como un anti‑biótico.
Obras de ficción científica como Homo Plus están allí, entre otras cosas, para posibilitarnos el imaginar hacia dónde puede conducir el camino que hoy estamos transitando, y para alertarnos que nuestros cimientos vitales están siendo peligrosamente socavados… que el Paraíso Terrenal no es una ingenua fantasía de tiempos remotos sino algo que, día a día, debemos luchar para no perder…

Bibliografía
(1) DAWKINS, R. (1976) El gen egoísta. Ed. Labor, Barcelona, 1979.
(2) LORENZ, K. (1973) La otra cara del espejo. Ed. Plaza & Janes, Barcelona 1980.
(3) POHL, F. (1976) Homo Plus. Editorial Bruguera, Bs. As. 1978
(4) WADDINGTON, C. (1960) El animal ético. EUDEBA, Bs. As. 1963.

Abril 2003, Pancho Drake

Alien Expuesto

Por Sergio Amira

«Grosvenor observaba los dedos habilidosos del cirujano mientras el cuchillo electrificado hendía el estómago del cuarto hombre. Depositaron el último huevo en el fondo de la alta cuba de metal resistente. Los huevos eran grises y redondos, y uno de ellos estaba levemente agrietado.
Varios hombres se acercaron con armas térmicas mientras la grieta se ensanchaba. Asomó una cabeza fea, redonda y escarlata, con ojos diminutos y gelatinosos y una boca que era un tajo. La cabeza giró sobre el corto cuello y los ojos destellaron con ferocidad. Con una rapidez que los tomó por sorpresa, la criatura se irguió e intentó salir de la cuba. Las lisas paredes se lo impidieron. Resbaló y se disolvió en las llamas que le arrojaban.»

Aunque parezca lo contrario esta no es una escena de Alien el Octavo Pasajero sino de la novela El Viaje del Beagle Espacial de A. E. van Vogt. La primera vez que tuve noción que la saga de Alien se había “inspirado” en las creaciones de un escritor fue hojeando la Guía Barlowe de Extraterrestres. Motivado por este precioso compendio comencé a buscar los títulos de los cuales provenían las criaturas allí representadas y el primero que encontré fue El Viaje del Beagle Espacial. Tras la lectura de este libro sus similitudes con Alien se me presentaron más bien como un descarado plagio por parte de Riddley Scott. van Vogt en su momento también lo consideró así y demandó a los productores de la película por desvalijar dos de sus cuentos de fines de los 1930’s: Black Destroyer (su primer trabajo publicado) y Discord in Scarlet, los que posteriormente serían incorporados al Beagle en 1950.
Generalmente se considera como antecedente directo de Alien a It! The Terror From Beyond Space, filme de clase-b de 1958 (ambientado en el “futurista” año de 1973), en que un actor enfundado en un traje de goma amenaza a la tripulación de una astronave de regreso a la Tierra desde Marte. La única similitud de It con el Beagle es la premisa básica de un alienígena hostil a bordo de una nave espacial y puede considerarse más una película de monstruos que de ciencia ficción, es por esto probablemente que van Vogt no contemplara el demandar a su colega escritor Jerome Bixby por el guión de este filme. Dan O’Bannon, el guionista original de Alien estaba familiarizado tanto con It! como El Viaje del Beagle Espacial, razón por la cual los productores no se atrevieron a seguir adelante con el juicio y llegaron a un acuerdo extrajudicial con van Vogt. Cabe recordar que O’Bannon fue el responsable de los guiones de Total Recall y Lifeforce además de co-escribir junto a John Carpenter esa obra maestra de la ciencia ficción humorística llamada Dark Star.
El documental de American Movie Classics sobre el making-off de la tetralogía no menciona nada de esto, y asegura que la trama de la primera Alien era similar a la de “docenas” de filmes de ciencia ficción anteriores, lo que por supuesto es una flagrante mentira. Éste documental también deja en evidencia que los productores de Alien no tenían nada con que trabajar salvo la idea central de O’Bannon de una “violación oral homosexual” (en palabras del propio guionista) que derivaría luego en la escena de las entrañas e interiores estomacales siendo esparcidos gracias a la irrupción de la criatura implantada en el vientre del ignorante “padre”. Tras varias re-escrituras del guión, Alan Ladd, chairman de la Twentieth Century Fox, decidió que el papel de Ripley (originalmente un hombre) debía ser interpretado por una mujer, decisión que en su momento fue considerada “vanguardista”.
Los “prestamos” de Alien no se limitan tan solo a Van Vogt, por supuesto, otro de los saqueados fue el director italiano Mario Bava (igualmente ignorado en el documental) y su película de 1965 Terrore Nello Spazio (también conocido como The Demon Planet y El Planeta de los Vampiros). En este filme basado en el cuento Una Noche de 21 Horas de Renato Pestriniero, los protagonistas tras aterrizar en un planeta rocoso encuentran una nave abandonada con grandes aberturas a los costados y el esqueleto de un humanoide gigante en la cabina de mando (todo lo que falta son los huevos de Alien en el sótano). Los alienígenas hostiles en esta película son incorpóreos e intentan apoderarse de los cuerpos de los astronautas para escapar del planeta (el diseño de la nave donde la tripulación del Nostromo encuentra los huevos de aliens es un facsímil del Galliot de Terrore).
En el documental Ridley Scott asegura “no haber sabido nada de ciencia ficción” cuando filmó su peliculilla, esto puede haber sido cierto, pero Scott olvida mencionar que era un fanático del cine italiano clase-b.
Si seguimos las premisas del documental y dejamos las obvias referencias a un lado Ridley Scott y los suyos construyeron a su Alien para justificar las escenas de “violación oral homosexual” y las vísceras de vacuno estallando, más que para idear una criatura extraterrestre realista porque ¿cómo diablos evolucionó esta cosa?; ¿que nicho particular ocupaba en su mundo natal?; ¿cómo se las arregla su sistema vascular para contener sangre compuesta por ácido?; ¿por qué tiene dientes de acero inoxidable?; ¿cuál es la función que cumplen las mandíbulas telescópicas interiores? (¿será esta una adaptación evolutiva para facilitar la “violación oral homosexual?); ¿cómo es que se las arregla para crecer tan rápido?; ¿qué efectividad puede tener su medio de reproducción una vez que los potenciales anfitriones aprendan a evitar los huevos?; ¿cómo es que no se deshidrata babeando de tal forma?
Ante todas estas interrogantes sin respuesta no nos queda otra cosa sino pensar que los aliens no evolucionaron, sino que fueron diseñados o alterados genéticamente (como el Coeurl de van Vogt). Este punto queda mejor ejemplificado cuando comparamos al alien con el extraterrestre de Depredador (yautja), que al menos luce como algo que sí podría existir en la naturaleza. Es justamente en los cómics de estas dos estrellas fílmicas que encontramos indicios de una posible manufactura de los aliens por parte de los yautja. Aunque no especificado este parece ser el argumento más plausible, una raza tan entregada al deporte de la cacería como los yautja pronto se abría aburrido de perseguir alimañas naturales y abría decidido crear su propia presa, una que realmente probara ser un desafío, o sea, el alien. Aunque, de ser cierta esta teoría, no logro entender porque le incorporaron un sistema reproductivo tan complicado e ineficaz a su criatura.
La forma en que el alien se reproduce fue justamente uno de los principales argumentos esgrimidos por van Vogt para acusar de plagio a los productores de la película. Pero Van Vogt no fue del todo original ya que tomó de los icneumónidos el modelo para el ciclo de vida de Ixtl. Los icneumónidos son insectos himenópteros que depositan sus huevos en orugas vivas para que así sus larvas dispongan de una buena provisión de carne fresca (de cualquier forma la Madre Naturaleza no podría haber demandado a van Vogt por el uso de su “idea”). Como bien señala Brian Stableford en La Ciencia en la Ciencia Ficción (1991, Ediciones Folio, S.A.) la noción de parásitos alienígenas que puedan infestar a los seres humanos es biológicamente sospechosa. “…los parásitos y sus anfitriones tienden a evolucionar juntos y adaptarse los unos a los otros. Desde un punto de vista lógico, además, el parásito de mayor éxito es el que se muestra más prudente, el que inflige menor daño o, cuando la destrucción del anfitrión es ineludible, se comporta como un sensible conservacionista en mantener sus recursos. Sin discusión, el parásito realmente bien adaptado es aquel que no causa ningún daño en absoluto a su anfitrión, sino que le proporciona algo a cambio de su hospitalidad.” Tal como leí en alguna parte, puede que el anfitrión sea alterado genéticamente por el vector mediante un virus en la fase de implantación embrionaria para así hacerlo compatible, pero la verdad es que esto, tanto en el caso del alien como en el de Ixtl, no me convence del todo.
A favor de Alien podemos mencionar que los responsables de la biología del bicho idearon un proceso reproductivo que si bien incorporaba el implante icneumónido del embrión, es bastante más complicado que el de Ixtl, pero nunca tanto como el propuesto por Philip José Farmer en su fascinante relato Hermano de mi hermana, incluido en su libro Relaciones Extrañas publicado 19 años antes del estreno del filme de Scott. ¿Otro préstamo no-reconocido? Yo me atrevería a decir que sí, Farmer causó revuelo en los sesentas con Relaciones Extrañas y es una autoridad en lo que a relaciones sexuales alienígenas respecta. Puede que Ridley Scott no tuviera idea de la obra de Farmer, pero O’Bannon tiene que haberlo conocido. De cualquier forma el método de reproducción descrito por Farmer es mucho más perturbador e imaginativo que el del alien y no posee un análogo en la fauna terrestre (eso hasta donde mis limitados conocimientos de zoología se extienden).
En lo que al ciclo de vida del alien respecta, este consta de cuatro etapas: huevo, embrión, infante y alien. La fase “huevo” al parecer puede subsistir indefinidamente en condiciones sumamente hostiles a la espera de algún organismo que merodeé en las cercanías. Captada la atención del incauto surge del huevo un vector que le introduce el embrión, este se desarrolla rápidamente dentro de la víctima hasta que puede abrirse paso al exterior de la grotesca forma que ya conocemos. Una vez fuera el pequeño monstruito crecerá en cuestión de horas, hasta alcanzar el tamaño de un humano. Este crecimiento acelerado sería una gran ventaja evolutiva para un organismo, pero sabemos bien que sólo responde a la necesidad de hacer que la criatura esté disponible lo antes posible en el filme como para comenzar con la carnicería. El rápido desarrollo del alien además presenta la interrogante de cómo es que esta criatura logra alcanzar su estado adulto habiendo comido tan poco, a juzgar por la cantidad de vísceras esparcidas al momento de su eclosión y por el hecho que no elimina a nadie hasta estar del todo crecidito, ¿es que estos bichos se alimentan de algo o sólo se complacen en liquidar a sus víctimas instintivamente como lo hacen los gatos que aún con la panza llena cazan conejos, ratones y aves? Cabe también preguntarse que efectividad evolutiva pueden tener los huevos cuando es obvio que los animales aprenderían a no acercarse a esos bultos viscosos y poco agradables, a menos claro que estos atrajeran a sus víctimas mediante algún poderoso aroma afrodisíaco como hacen las madres del cuento que abre el primer capítulo de Relaciones Extrañas, pero hasta donde yo sé esto no es así.
El alien fue obra del pintor suizo H.R. Giger, quien basó la apariencia del extraterrestre en una pintura de 1976 titulada Necronom IV. Giger ganó un oscar por “Mejor Logro en Efectos Especiales” pero al parecer no quedó muy conforme con el filme, del cual opinó: “En el futuro sólo trabajaré con directores a los cuales admire. La cantidad de dinero que se pueda obtener es irrelevante cuando luego de pasar un año completo de tu vida fanáticamente dedicado a un proyecto este termina convertido en una mala película que estarás forzado a ver en televisión por años venideros, eso sí es que deprimente” (H. R. GIGER Arh +, Editorial Taschen 1991). Al parecer Giger no cumplió con su palabra ya que me cuesta creer que admirara al director de ese bodrio conocido como Especies, película para la cual diseñó la criatura.
De las continuaciones de Alien no tengo mucho que decir, Aliens de Cameron me entretuvo mucho más que la primera aunque si de saquear a Robert Heinlein se trata prefiero Starship Troopers. De Alien 3 baste decir que cualquier película de Fincher posterior y cualquier video de Madonna previo es mejor que esta porquería. El director de la predecible Seven se tomó incluso la libertad de quitarle los tubos de la espalda al alien ya que los consideraba antiestéticos, una pregunta que se me había olvidado: ¿qué función cumplirían estos dichosos tubos? La cuarta parte trajo algunas ideas refrescantes y algo de humor y creo que es la única de esta tetralogía que se salva.

Anexo: Los Aliens de van Vogt.
COEURL
«Coeurl merodeaba sin pausa. La noche oscura, sin luna, casi sin estrellas, se resistía ante el alba rojiza y lúgubre que se arrastraba por la izquierda. Era una luz vaga que no daba ninguna sensación de calor. Poco a poco, esa luz fue mostrando un paisaje de pesadilla.»»
–A. E. van Vogt–

Coeurl es encontrado por la tripulación del Beagle Espacial en un planeta moribundo junto a las ruinas de una civilización extinta. Es descrito con forma felina, enormes patas delanteras con garras y gruesos tentáculos terminados en ventosas que le salían de los hombros; cabeza de gato con ojos redondos y negros y zarcillos similares a pelos formando cada oreja, los que le permitían recibir y enviar vibraciones en cualquier longitud de onda, además de interferir y cancelar distintas formas de energía. Puede sobrevivir en atmósferas con altas concentraciones de cloro u oxigeno indistintamente y es posible que no tenga necesidad de respirar.
Coeurl se alimentaba exclusivamente de id orgánico y tenía un sistema nervioso que podía detectarlo a kilómetros de distancia. El id es descrito no como una mera sustancia, sino como la configuración de una sustancia, posible de obtener sólo en tejidos donde aún palpitaba el flujo de la vida. Para alimentarse Coeurl destrozaba el cuerpo de su presa para generar luego un campo que impidiera que el id se descargue a la sangre, tras esto Coeurl hundía la boca en el cadáver parar permitir que su tracería de diminutas ventosas sorbiera el id de las células. Cuando alcanzaron la casi-inmortalidad la raza de Coeurl prescindió de dormir. Coeurl posee una inteligencia similar a la humana, pero sus procesos cognoscitivos se encuentran deteriorados a causa de la falta de id y su urgencia por alimentarse.
Los científicos del Beagle especulan que los coeurls eran animales con los que los constructores de las ciudades experimentaron. De acuerdo al nexialista Grosvenor, la extinción de la mayoría de la flora y fauna del planeta de Coeurl se desencadenó mil ochocientos años antes de la llegada del Beagle. Las plantas resistentes del plantea comenzaron a recibir menos luz solar en ciertas longitudes de onda debido a la aparición de grandes cantidades de polvo en la atmósfera y de la noche a la mañana, la mayoría de las plantas murieron y junto con ellas, los animales herbívoros que constituían las presas de los coeurls. Los incautos tripulantes del Beagle suben a Coeurl a bordo y parten al espacio. Luego de una cruenta lucha durante la cual Coeurl elimina a varios hombres, este intenta regresar a su planeta, pero su nave de escape es destruida por los desintegradores del Beagle.

IXTL
«Ixtl se tendió inmóvil en la noche ilimitada. El tiempo se arrastraba hacia la eternidad, y el espacio era insondablemente negro. En la inmensidad fulguraban gélidos borrones de luz. Sabía que cada cual era una galaxia de estrellas ardientes reducidas por increíbles distancias a relucientes remolinos de niebla.»
–A. E. van Vogt–

Ixtl pertenecía a una raza muy antigua que llegó a controlar el movimiento de sistemas solares enteros por el espacio, antes de abandonar el viaje espacial en favor de una existencia más apacible, «…construyendo belleza a partir de las fuerzas naturales, en un éxtasis de prolongada producción creativa.» Replegados en su planeta natal, Glor, la poderosa raza fue extinguida por una explosión cósmica que por alguna causa además arrojó el cuerpo de Ixtl a los abismos intergalácticos, donde sobreviviría durante milenios con frágiles dardos de energía lumínica hasta cruzarse su camino con el del Beagle Espacial.
Ixtl mide alrededor de cuatro metros de altura y posee un cuerpo cilíndrico con cuatro brazos e igual número de piernas. Sus miembros terminan en pies y manos con ocho largos dedos similares a alambres. Su cuerpo es de un color escarlata metálico. Su cabeza es redonda con ojos rojos brillantes y una amplia boca dentada.
Ixtl posee una inteligencia superior a la humana y completo dominio de los átomos de su cuerpo, a sí mismo como de una vasta red de energía emanada de él. Puede cambiar la densidad de su cuerpo a voluntad lo que le permite atravesar objetos sólidos. Se alimenta de energía y puede adoptar un nivel de menor fuerza vital si es privado de esta. Puede sobrevivir en los ambientes más hostiles y al igual que el coeurl, no necesita respirar. Ixtl es prácticamente inmortal pudiendo sólo ser destruido por una fuerza tal como una explosión nuclear que cancele la fuerza unificadora de sus átomos.
El ixtl se reproduce insertando un huevo gris y redondo en un receptor vivo. Luego de seis horas de implantación el huevo eclosiona y el joven ixtl se abre camino fuera del cuerpo del receptor comiéndoselo. Esta primera merienda le permite sostenerse hasta desarrollar el campo de fuerza que le permite absorber energía directamente. Estos huevos pueden permanecer “dormidos” dentro del ixtl durante millones de años hasta encontrar un receptor apropiado.
Los diezmados tripulantes del Beagle finalmente se liberan de Ixtl arrojándolo al vacío espacial.

2003, Sergio Amira A.

Todo acerca de Ygdrasil

por Jorge Baradit

Hace algunas semanas atrás nos reunimos en mi casa noveles aspirantes a escritores (como Gabriel Mérida, Sole Véliz, Marcelo López y quien les habla) con los responsables de TauZero, Rodrigo Mundaca (director) y Sergio Amira (editor). En un momento de la conversación le solicité a Rodrigo dejar de publicar mi novela por entregas Ygdrasil. Una disponibilidad permanente del texto íntegro en la red no era compatible con los destinos que quiero darle al “mamotreto”, como le llamo. Rodrigo y Sergio fueron muy amables en entender mi situación, pero consideraron necesario que redactara un “disclaimer” liberando de responsabilidades a TauZero (que es más o menos lo que acabo de hacer). Además el texto debería incluir, como penitencia quizás, una introducción al mundo Ygdrasil que “intentara explicar” de dónde habían surgido semejantes cabezas de pescado.

De dónde
Como punto de partida voy a usar la pregunta que Rodrigo alguna vez me hiciera: ¿Dónde se origina la singular mezcla de conceptos religiosos y tecnología?
Primero decir que la mezcla de tecnología, ciencia y religión no es nada de original. Son conceptos que han estado unidos en la mente humana desde sus orígenes. Estoy cierto que el período donde “parecieron” estar separados no fue más que un pequeñísimo lapso en la historia del hombre. Un pequeño momento en que el homo sapiens se amurró y le dio la espalda a su creador. Un momento del que estamos viviendo sus últimos estertores filtrado en todos sus flancos por visiones místicas y esotéricas que vienen a llenar los enormes vacíos que la ciencia y la tecnología no pueden y no tienen por qué llenar.
Religión y CF también son temas unidos desde siempre; tecnología y misticismo, en mayor o menor medida, también se han hermanado en incontables oportunidades. No es ahí donde hay que buscar la originalidad de Ygdrasil. Quizás lo original del “mamotreto” esté en la capacidad de recoger en igualdad de condiciones la herencia tecnocéntrica de nuestros padres occidentales con la radiación surreal mágica de nuestra madre ctónica en un contexto más o menos contemporáneo. El matrimonio descarado del trance chamánico con el trance electrónico, pero desde la perspectiva surreal de nuestra herencia literaria.
Matta dijo: “Yo no soy surrealista, soy realista del sur” .
Quizás la razón para unir lo espiritual y lo tecnológico vengan de mi historia personal, también. Recibí a los siete años y en un lapso no mayor a tres meses, dos libros que se estamparon a fuego en mi mente: A Horcajadas en la luz, del chileno Arturo Aldunate Phillips, libro de divulgación científica muy parecido a Cosmos de Carl Sagan; y Mitología Grecorromana de la editorial Salvat, en unos tomos maravillosos ilustrados con obras de arte de todos los tiempos alusivas a pasajes de la mitología helénica.
Quizás también influenciaron las historias de mi abuela, campesina de la zona central, más una educación MUY católica y una temprana exposición al cine repleto de lightsabers y cruceros espaciales.
Quizás mi fecha y hora de nacimiento. Mi día cae en la casa de Géminis (signo de aire, signo de la mente) y mi ascendente es Aries (signo de fuego, signo del espíritu). No pretendo que las estrellas allá arriba estén preocupadas de influenciar a un hormiguero de pequeños organismos acá abajo, pero de que funciona, funciona.
También podría decir que como todo niño de esos años estaba muy impresionado por el fenómeno OVNI y caí de lleno en las manos de Erich Von Daniken y sus mayas espaciales. Sus citas al Mahabharata, al Popol Vuh y a la Biblia, mezcladas con interpretaciones tecnológicas son un caldo de cultivo para cualquier bizarrada.
Quizás fue la frase que encontré al final del libro donde Kepler expone su teoría de la mecánica celeste y le agradece a Dios el haberle revelado parte de los secretos con los que Él construyó el Cosmos.
Tal vez soy hijo de mi tiempo, un tiempo donde el espejismo del progreso fracasó estrepitosamente como respuesta a las necesidades del hombre y el nuevo Adán, que resurge entre los escombros, quiere comunicarse con Dios nuevamente…quizás a través de un computador.
La verdad es que al final uno no tiene idea de por qué hace lo que hace. Uno sólo hace lo que puede hacer y ni un grano de arena más.
Mi carácter tiene un ingrediente místico muy fuerte y una fascinación por la tecnología también. Me maravilla la astrofísica de divulgación (por supuesto la técnica no la entiendo) por contener, en una disciplina cuestiones concretas mezcladas con misterios en el límite de lo humano. A veces siento que si mirara dentro del vórtex de un agujero vería una de las bocas de Dios inhalando salvajemente.

El “modo”
La manera de escribir es otro cuento. Primero insistir en que aún no soy escritor (de eso se pueden dar cuenta) y que sólo puedo dar testimonio de mis instintos e impulsos con el teclado.
La libertad de mezclar sin asco niveles de conocimientos distantes o no relacionados entre sí, es parte de la mecánica creativa contemporánea en la búsqueda de nuevos lenguajes y es propia de mi educación en el campo específico del arte moderno. Estudié Diseño con unos profesores superlativos que mezclaban a Lao Tsé con Mies van der Rohe, Pascual Coña y Arthur Rimbaud. Mis padrinos son los DADA, movimiento creativo de principios del siglo XX que prefiguró al surrealismo. Los DADA eran desprejuiciados como ningunos, burlones y desmesurados, catárticos y experimentales por definición. Hasta ese momento el arte se trataba más o menos de desarrollar una problemática (el color, la textura, etc), pero los DADA redefinieron la agenda y se dedicaron a abrir caminos hacia nuevas formas de expresión. Todo era posible con ellos y se convirtieron en el paradigma del artista contemporáneo, buscador y suicida, medio psicologizante desde el momento en que el arte se vuelve una terapia de búsqueda personal (la obra como los tumores expuestos de la propia alma). En el fondo, hacer lo que previó Rimbaud en su Carta a la Vidente: ser “modernos” (tener un modo) buscando en las propias obsesiones y desviaciones (lo particular). Es fundamental tener obsesiones y hurgar en ellas como metiéndose un tenedor en las heridas. Tiene que ver con las propias pulsiones. Meterse de cabeza, arrojado sobre uno mismo hasta sacar “lo propio”, que por ser propio va a ser distinto, por ser propio va a tener valor incalculable aunque no lo tenga para nadie más. Y si el resultado de la obra no es “propio” entonces no sirve. Trabajar con esa elasticidad de tendones espirituales, sin temor al desmadre. El desmadre inicial es incluso necesario. Es la Nigredo alquímica donde todo se disuelve para después obtener el oro, que “no es el oro vulgar”. SOLVE ET COAGULA. Mata al espíritu para revivir al Espíritu.

El contexto
Este artículo no pretende afirmar que Ygdrasil sea la gran cosa, sólo pretende establecer que Ygdrasil es algo “propio”, y es de esa honestidad de la que me siento orgulloso. Al final, de todas formas uno no tiene idea de dónde salen las cosas, uno es un médium de ideas que preexisten o que fueron convocadas sin nuestro consentimiento. Uno no tiene mayor mérito. Las ideas no son propiedad de nadie, es muy poco lo que el YO puede hacer. El YO se cree libre pero está más acotado que la cresta.
Todos escribimos el libro, decía Borges.
Contra lo que me han preguntado en algunas ocasiones, en la elaboración de Ygdrasil no hubo alucinaciones inducidas por drogas, tampoco tengo cultura lisérgica o un historial relacionado, ni siquiera me gustan los Doors ;-). Si puedo decir que fue escrito en muy poco tiempo, de corrido y con muy pocas modificaciones estructurales. Casi en estado de gracia.
La música: Atari Teenage Riot, Nine Inch Nails y Slayer. Mucho óxido, mucho cadáver siendo arrastrado desde mi motocicleta Steed a 140 km/hora, enchufado a la guitarra de Kerry King. Burroughs, Artaud, el fantasma de Mariana, el fantasma de Borges. Las imágenes más recurrentes fueron del Necronomicón de HR Giger, de El Códice Borgia (códice azteca precolombino) y de Aurora Consurgens (dossier de imágenes alquímicas). Me sumergía en el Bosco y resurgía lleno de placenta y óleo a través de alguna ilustración corrosiva de Dave McKean. Los cómics fueron Arkham Asylum (Batman), A Game of You (Sandman) y algunas HellBlazer. Las películas: Ghost in the Shell, Akira, The Killer, Hellraiser.
Ygdrasil fue escrita a mano en blocks de matemáticas de papel roneo y tipeadas en un antiquísimo PowerBook Mac en blanco y negro. Cerveza “Tres equis”, Astral Projection. Había también un cassette con cantos chamánicos selknam, grabados a principios del siglo XX. Mantras patagónicos retumbando en mi cráneo lleno de océanos de datos y manadas de dendritas hambrientas como pirañas digitales. La idea era desviar el espíritu, ver con las yemas de los dedos. A veces no comía durante un día completo, sólo tomaba agua de hierbas para probar mi resistencia. Meter la cabeza bajo la ducha fría era de gran utilidad.
Sor Juana Inés de la cruz se cagaría de la risa, viaje al país de los tarahumara a través del espejo; también le pedí a Océnok, chamán aonikenk, que se reencarnara en mis brazos derechos, éste y aquél.
La fiebre, el sudor, “Walk” de Pantera, sonando y escribiendo como rasguñando la piel de la tierra con una uña de acero clínico con pulsera para la estática. El block de roneo era una placa de circuitería, el lápiz era un hueso de lobo marino chono, mi pituitaria se abría paso por mi frente con síndrome de abstinencia. Las 4 de la mañana y Mariana estaba a punto de ser asesinada en Cuba, ¿qué podía hacer sino seguir escribiendo para salvarla?

Dos golpes de timón
Para concluir. Las experiencias más fuertes que incidieron en la obra fue mi participación en una ceremonia indígena en la sierra de Guerrero, México, que conmemoraba la muerte del último tlatoani azteca Cuauhtemoctzintli, invitado en ciudad de México por un hermano mexica. De pronto estaba en un pueblo serrano rodeado de toltecas, mayas, cheyenne, yaquis y otros. Me acogieron como a un hermano y señalaron mi presencia como un buen presagio, un cóndor de los andes hablando con las águilas de Mesoamérica. La ceremonia duró todo el día y culminó de madrugada al interior de un recinto con un baile ritual entre nubes de copal (incienso) y cantos danzándole a los restos mortuorios del malogrado rey. Comí y bebí en las mismas calabazas que esos tótem transfigurados que no paraban de bailar envueltos en plumas y palabras desconocidas.
La segunda experiencia fundamental fue mi primera conexión a Internet, con un módem de 19 kbps, que comunicó mi PC con el de un amigo. Era el año 1995 y no conocía a nadie que estuviera conectado. Me sentía un astronauta pelando los cables del teléfono y coordinando por teléfono los pasos a seguir. Nos demoramos una hora que se hizo eterna. Veinte o treinta intentos fallidos hasta que de pronto sentí, por primera vez en mi vida, el molesto ruido característico de las conexiones telefónicas, ruido áspero que me hizo pensar que algo malo había ocurrido. De pronto, en mi ventana-terminal en la pantalla del computador (usamos un software que requería tipear las instrucciones a la manera del antiguo DOS) apareció la frase “succesfully connected”, entonces entendí que ese ruido había sido un llanto de nacimiento electrónico. La emoción fue indescriptible. Mis abuelos seguramente recuerdan cuando escucharon una radio por primera vez, mis padres no olvidan el momento cuando vieron al hombre en la luna, yo me conecté rudimentariamente a la primera red global y aún recuerdo con emoción el momento en que me abrí, a través de mi man-machine interface, a un nuevo nivel de conciencia planetaria. La primera frase que escribí fue “estoy muerto, se ve todo muy extraño desde aquí”.

por Jorge Baradit

Agujeros Negros: Utopía y Realidad

por Jorge Zanelli

Cuando se habla de utopía se piensa en una idea quimérica, en un paraíso idílico, en un sueño ideal declaradamente imposible de sociedad perfecta. Yo quisiera reivindicar, junto con el carácter de elaboración imaginaria de la utopía, dos cosas más. La primera es que, a veces, este sueño imposible se transforma en realidad. La segunda es el carácter terrorífico o apocalíptico que hay en las utopías desde la de Thomas More, hasta la de George Orwell, pasando por las de Jonathan Swift, Aldous Huxley y Herbert George Wells. En todas estas utopías atroces hay una crítica social y un llamado a la acción.
Lo que presento a continuación no es una utopía social sino la historia de una utopía científica. Aunque se trata de un ejemplo sacado de la física, también se puede reconocer en él un llamado a la acción. No para salvarnos de nuestra propia autodestrucción (para eso no se necesita recurrir a ejemplos tan descabellados) sino para darle espacio a la imaginación y a respetar las ideas que de ella surgen, sin importar lo peregrinas que parezcan. Es más, al parecer las ideas que más lejos llegan son las que parecen más locas a primera vista, aún en la ciencia.

La invención y el descubrimiento

Pero, ¿cómo es esto de inventar utopías en ciencia? A uno le enseñan que los científicos observan, descubren, y deducen proposiciones para nuevas observaciones y descubrimientos…
La realidad, sin embargo, al parecer no es tan simple. El sistema heliocéntrico de Copérnico, la ley de inercia, los microbios, las moléculas, los átomos, el ADN, los quarks, el big bang… ¿fueron resultados de la imaginación o de escarbar en las faldas de Mater Natura?
Quién sabe. Lo que sí es claro es que, al igual que en el descubrimiento de América, en los descubrimientos científicos hay una gran dosis de inspiración creativa que está al comienzo de cualquier avance científico: es aquel “eureka” que sigue resonando desde Arquímedes hasta nuestros días.
Primero está la visión febril de la utopía en la mente alucinada de un investigador desesperado. A veces, la alucinación logra contagiar a otros tan locos o desesperados como el primero y viene la búsqueda frenética e irracional de la quimera. En rarísimos casos la empresa tiene éxito y junto con la gloria, surge la teoría racional que da sustento a lo increíble: la Tierra es redonda y no podría ser de otra forma. Pero eso todo el mundo lo sabe (¡si hasta hay mapas que lo demuestran!).
La gracia está en imaginarse la Tierra redonda antes de que existieran los mapas que ahora conocemos, y en creer tanto en esa idea loca al punto de apostar la vida en una empresa basada en ella.
Los científicos son a veces inspirados soñadores de utopías; son los que imaginan mapas antes de que existan, si es que llegan a existir alguna vez. Otras veces se trata de aventureros ambiciosos y desaforados, arrastrados por una pasión en que se mezclan una curiosidad enfermiza, la embriaguez de sueños gloriosos y el vértigo de llegar primero (2).

Utopía pasión y muerte

Así, la ciencia se nutre de utopías fantásticas y disparatadas; se mueve con la audacia de los exploradores apasionados y ambiciosos. Pero luego es transformada en pieza de museo por esos coleccionistas de trofeos que escriben manuales y es finalmente estrangulada a diario en miles de salas de clases, por legiones de funcionarios encargados por el Estado de pasar materias y tomar pruebas.
Es precisamente por esto último que considero digna del mayor aplauso esta idea del Ministerio de Educación de reivindicar el legítimo derecho a soñar, condición necesaria para crear y crecer. Es un enorme privilegio y una gran oportunidad la que se me brinda al invitárseme a conversar sobre la(s) utopía(s) desde la perspectiva de un investigador.
Lo que sigue es un ejemplo de cómo una idea loca, salida de una mente brillante hace casi doscientos años, se pudo transformar en un objeto terriblemente real, a fuerza de tanto creer en ella.

1. La manzana

Cuenta la leyenda que un día estaba sentado un inglés a la sombra de un árbol cuando vio caer cerca de él una manzana de la variedad Newton. Dicen que este incidente trivial lo llevó a preguntarse por qué los cuerpos pesados caen a la Tierra y para entender esto inventó la fuerza de gravedad que supuestamente nos mantiene a todos pegados al suelo, incluso a quienes viven al otro lado del planeta. Se hizo tan famoso este inglés, que llegó a ser presidente de la Royal Society de Londres y curador de la Real Casa de Moneda del Imperio.
Muy bien: los cuerpos caen, por la fuerza que inventó (¿o descubrió?) Mister Newton. ¿Y por qué la Luna no? Según este mismo señor, no es que la Luna no caiga. Está cayendo tanto como una piedra que lanzamos y que describe un arco antes de chocar con el suelo. Lo que ocurre es que el arco de la trayectoria lunar es muy grande y se pasa de largo. Dicho de otro modo, la Tierra es muy pequeña para el tamaño de la órbita lunar.
Para ilustrar esto, Mister Newton inventó el siguiente esquema en que muestra la trayectoria de una piedra lanzada desde la punta de un cerro V y que cae en el punto D. Lanzada con más velocidad, la piedra caería en E, o en F, o en G… o en ninguna parte, quedándose en órbita. Como la Luna.
Ahora bien, si en lugar de dejar caer un cuerpo, uno lo dispara hacia arriba, éste llega a una altura máxima y luego vuelve al suelo. (Esto es algo que nuestro paso por la escuela no consiguió borrarnos del disco duro). El mismo Mister Newton observó que la altura máxima que alcanza este proyectil depende directamente de la velocidad con la que lo lanzamos: mientras más fuerte, más alto.
Lo notable es que la altura depende sólo de la velocidad del disparo, no de su peso. Además, hay una velocidad más allá de la cual el proyectil no regresa nunca más:
Velocidad de escape desde la Tierra = 11 Km/seg.
Si hiciéramos el experimento en la Luna u otro planeta, esta “velocidad de escape” sería mayor o menor, dependiendo de cuán fuerte sea la gravedad en su superficie. O sea, dependiendo de cuánta materia contenga el planeta.

2. La estrella negra

A partir de lo anterior, hacia fines del siglo XVIII, un profesor de Cambridge llamado John Mitchell y un francés bueno para la especulación formal, el marqués Pierre Simon de Laplace, pensaron lo siguiente: si para que un proyectil logre escapar de la atracción de la Tierra hay que lanzarlo a una velocidad mayor que 11 Km/seg, ¿qué pasaría en un planeta donde la gravitación fuese tan grande que para que un proyectil consiguiera escaparse tuviera que ser lanzado con velocidad mayor que la de la luz? De un planeta así ¡ni siquiera la luz lograría escapar!
Laplace incluso hizo el cálculo: <> (3).
La idea es sin duda fascinante y terrorífica, aún para alguien que no tiene forma de comprobar experimentalmente esta afirmación: sería posible la existencia de objetos invisibles tremendamente pesados cuya presencia sólo sería detectable si nos acercáramos tanto a ellos como para correr el riesgo de ser atrapados por su tremenda atracción gravitacional. Había nacido un engendro diabólico de la imaginación de un genio demente: un agujero negro.
Sin embargo, los contemporáneos de Mitchell y Laplace no se contagiaron fácilmente con su pesadilla. El mismo Laplace, que había incluido este párrafo en las primeras dos ediciones de su Exposition du système du monde, lo omitió de las ediciones siguientes, tal vez por considerarlo demasiado audaz.

3. Nueva explicación para la manzana

No tanto por chiflada como por irrelevante, la idea de la estrella negra fue olvidada por más de cien años. ¿Qué importa si hay planetas que no podemos ver y que de existir deben estar tan lejos de nosotros que en nada nos afectan? Faltaba una razón más de peso para creer que una cosa tan exótica pudiese existir en realidad.
Pero entre tanto, a comienzos de este siglo, un judío alemán quitado de bulla nos cambió radicalmente la forma de concebir la gravitación. En 1915, Albert Einstein propuso que la gravitación no se debe a unos tentáculos invisibles y misteriosos que poseen los planetas con los que agarran a las cosas en su entorno. Según él, lo que ocurre es que el espacio alrededor de los cuerpos pesados se curva, deformando por lo tanto las trayectorias de los cuerpos que se mueven en su cercanía.
Así, la manzana o la Luna se mueven como lo hacen no porque estén sometidas a la fuerza de atracción de la Tierra, sino porque no tienen otra alternativa: el espacio en que se mueven es curvo y no pueden moverse de otra forma sin salirse de él.

4. Es posible, entonces es

Apenas dos años después de la publicación de la Relatividad General y unos meses antes de morir en el frente, un alemán llamado Karl Schwarzchild demostró que, según la teoría de Einstein, era posible que hubiese regiones de tal curvatura que atraparían cualquier cosa que cayese dentro de un cierto radio. De estas zonas, ciertamente, ni siquiera la luz podría escapar. Pero, ¿cómo podrían producirse estas gargantas del espacio-tiempo?
En 1939, dos físicos norteamericanos, Robert Oppenheimer –quien más tarde se hiciera famoso por dirigir el proyecto Manhattan– y H. Snyder dieron la respuesta. Ellos demostraron que al agotar su combustible nuclear, una estrella como nuestro sol se contraería, convirtiéndose en un cuerpo pequeñísimo y de una enorme densidad. Si la masa de la estrella inicial es suficientemente grande, este cuerpo sería incapaz de resistir su propio peso y se haría cada vez más pequeño y más denso hasta desaparecer, dejando como única huella de su presencia una garganta de Schwarzschild.
En la formulación de Einstein, lo que ocurre es que el espacio-tiempo se ha deformado tanto que se rompe: aparece una singularidad. La superficie espaciotemporal se estira hasta producir una garganta en un proceso irreversible. Hace casi veinticinco años, el físico norteamericano John Archibald Wheeler bautizó a este monstruo voraz, cuyo apetito aumenta a medida que devora materia,”agujero negro”.

5. ¿Y qué importa?

¿Y qué nos dice todo esto a nosotros hoy?
En los últimos años se han detectado fuentes de radiación muy intensa en el centro de muchas galaxias, incluida la nuestra. Estos objetos no son estrellas normales y podrían corresponder a la emisión de altísima energía que produciría el gas de una estrella al ser tragado por un agujero negro.
De modo que al parecer, en el núcleo de cada galaxia habría un agujero negro.
La cosmología moderna nos informa que la evolución de nuestro universo será posiblemente una expansión hasta un tamaño máximo para luego recolapsar en un “Big Crunch” de aquí a unos 200.000 millones de años.
También puede ser que el universo se expanda indefinidamente y terminemos en un universo frío, oscuro e inanimado, en que todas las estrellas –-entre ellas nuestro sol– se habrán apagado.
Existe una tercera posibilidad más a corto plazo: que el agujero negro que probablemente existe en el centro de nuestra galaxia crezca hasta devorarse todo a su alrededor, incluyendo nuestro querido sistema solar.
En efecto, hace algunos meses el New York Times publicó en su primera plana la primera fotografía de lo que a todas luces es un agujero negro devorándose a su galaxia.
Se trata de un monstruo unas 10 millones de veces más pesado que el Sol en el centro de la galaxia NGC 4261, rodeado de una masa de unos 300 años luz de diámetro compuesta de gases y estrellas en proceso de ser devorados.

6. Epílogo

El agujero negro ha pasado de ser una idea loca hace doscientos años, a uno de los objetos más fascinantes de la física actual. Es tremendamente simple y a la vez posiblemente encierre la clave del origen del universo y de la utópica unificación de las dos grandes teorías de nuestro siglo: la Relatividad General y la Mecánica Cuántica.
Tal vez nuestro planeta termine siendo seccionado por un agujero negro de aquí a unos cuantos miles de millones de años. Esto nos muestra al mismo tiempo lo ridículo de nuestro apego a las cosas materiales que terminarán en las entrañas del monstruo, y lo precioso de otras que por no tener peso –como las utopías–, tienen mayores probabilidades de salvarse.

Notas

Mis disculpas a quienes vinieron a oír hablar del cosmos, los viajes y la realidad virtual. También le pido disculpas a quienes encontrarán mí ponencia demasiado didáctica o banal. Mi única excusa es que yo no soy un intelectual.

(2) Pocas veces los investigadores llegan a arriesgar la vida en un experimento, pero a menudo se arriesgan a algo que es igualmente doloroso para cualquiera, y especialmente para la vanidad científica: quedar en ridículo.

(3) Pierre Simon de Laplace, 1796.

1993, Jorge Zanelli

Editorial TauZero #2

por Rodrigo Mundaca Contreras

El primer número de TauZero nos dejó satisfechos. El resultado de tanto esfuerzo, ya sea enviando frenéticos e-mails o llamando por teléfono para convencer a algún potencial escritor, funcionó.
Incluso se dio el caso que el editor, de vacaciones en Santiago de Chile, concertó una entrevista con un potencial colaborador. La persona en cuestión accedió y le indicó la dirección de su casa. Considerando que vuestro humilde servidor no conocía la capital, calculó mal la distancia a caminar y, en vez de ser los 200 metros estimados, resultaron varios kilómetros.

Finalmente llegué a la casa del estimado, con unos 40 minutos de retraso, bastante abochornado por la caminata y hasta un poco asustado pues ya comenzaba a hacerse tarde. El detalle es que llegué justo a la hora de la cena… 😉

Como pueden apreciar, el trabajito que me impuse tiene un poco de peligros físicos… Por cierto, el ensayo que logré extraerle al amigo en aquella oportunidad será incluido en el próximo número.
Pero ahora estamos en el segundo número y es necesario comentar lo que se ofrece en esta oportunidad.

En primer lugar, está el largamente esperado aporte de Pablo Castro con un interesante relato de vida y muerte (¿o vida artificial?). Por otro lado, Gabriel Mérida, nos cuenta una historia un tanto deprimente en un sumergido Chile del Futuro.
Jorge Balej, un físico trasandino, quien se considera a sí mismo un escéptico constructivo, nos habla sobre lo que se sabe sobre parasicología y, como no, lo mezcla con ciencia ficción.

En la sección Opinión [Masa Crítica], Carolina Nishii, desde el país del Sol Naciente, nos habla del “Shock del Futuro” y de lo afortunados que somos los lectores de ciencia ficción, al estar relativamente inmunizados contra él.

Finalmente, el plato fuerte: En este número se comienza con la primera entrega de la novela “Ygdrasil” del chileno Jorge Baradit. Dado que su extensión es considerable, se decidió publicarla por partes.

Espero que el esfuerzo invertido en el proyecto TauZero sea del agrado de los jueces: los lectores. Para nosotros es fundamental el feedback que nos puedas transmitir, para ir mejorando. Por esta razón te invito a que nos envíes e-mails con tus sugerencias y comentarios, quejas y cualquier cosa que estime conveniente que debamos saber.

Por supuesto, si tienes material escrito (o ilustraciones inéditas para adornar la portada) y deseas publicarlo con nosotros, no esperes más y envíalo. Así, junto con ser el juez tendrás la oportunidad de ser juzgado. de este modo, no sólo estarás aportando al desarrollo de nuestro proyecto, sino que también al desarrollo y divulgación de los temas que aquí se transmiten.

Atentamente
El Editor. Mayo de 2003

Reflejos

por Pablo Castro

Penétralo, y comprenderás mejor:
que la vida se nos muestra en un reflejo.
Pintado.

Anoche maté a mi hijo Mauro.

Bueno, no fui yo precisamente quién lo hizo. Sólo me limité a darle la orden al ejecutivo de V.I.P. para que terminaran de una vez con él. Por cierto que tampoco era mi hijo. Había vivido en nuestra casa durante varios años y supongo que eso era suficiente para sentirme atado a él. En realidad no lo tengo muy claro. Debí terminar con él desde el principio y si no lo hice fue porque lo había olvidado. ¿Significaba nada para mí? Y de ser así, ¿por qué me estremecía al verlo?

Lo tenían en una especie de sala de juegos, donde resaltaban colores infantiles y accesorios para construir o dibujar cosas. Mauro permanecía sentado en una esquina. Me acerqué muy despacio.

–Hola, hijo.

El niño levantó su cara y esbozó una sonrisa que semejaba cualquier cosa. Concentré mi mirada en él: cabeza pequeña y deforme. Frente alta y aplanada. Ojos rasgados hacia arriba. ¿Podía entender lo que era y dónde estaba en ese momento? ¿Podría yo mismo explicárselo? Bueno, digamos que estábamos ahí, los dos, como en los viejos tiempos, y tal vez era la única verdad plausible de entender. Me concentré en ese punto y obvié cualquier clase de sentimiento.

Mauro alzó sus brazos, tratando de alcanzarme con sus manos cortas y anchas. Quería que lo tocara o bien que extendiera mis propias extremidades hacia él. Sólo atiné a tragar saliva y a retroceder lentamente. El rostro de Mauro no varió, quedando congelado en su sonrisa estúpida e inalcanzable. No era mi hijo. Yo no era su padre. Pero me quería igual. Me querría siempre. Y eso era algo que se me hacía difícil de soportar.

Levanté mi mano derecha hacia la cabeza y toqué mi sien. El ambiente comenzó a disolverse y una tenue oscuridad cubrió todo alrededor. Cuando abrí los ojos me encontré en la consola de interacción pegada a mi cuerpo. Me quité los guantes y el casco, tratando de absorber de nuevo el paisaje real. A mi lado el ejecutivo de V.I.P. esperaba mi veredicto final. En su mano había una agenda holográfica esperando mi firma.

–Bórrenlo –ordené sin mirar a nadie.

* * *

Hubo una vez una familia.

Estaba el padre, su mujer y una hija llamada Ana María. Vivían en Santiago y durante muchos años fueron una familia muy unida y que se amaba mutuamente, hasta que de pronto las cosas comenzaron a desintegrarse y cada uno se convirtió en una extraño para el otro, a tal punto de ser nada más que reflejos de sí mismos, interactuando automáticamente: ese es el resumen burdo de nuestra historia.

Pero no era de la forma en que yo lo recordaba constantemente. Por las noches, cuando el sueño me abandonaba, la historia de mi familia llegaba en perspectivas de imágenes sin orden o sentido; sin estructura o razón. En pocos segundos podía revivir cada una de nuestras tragedias. Y en pocos minutos intentaba darle un sentido a cada momento vivido. ¿Qué era lo más significativo? Y sobre todo ¿quién era la persona de la cual todos dependíamos? ¿A quién más podía necesitar?

Todo sucedió en nuestra época de vacas gordas. Toda familia la tiene alguna vez. Por supuesto que sólo a mi esposa (previsora como siempre, como todas las madres) se le ocurrió la idea de reflejarnos, pensando que en algún momento “podía pasarnos algo, porque nunca se sabe”. En realidad, nadie a esas alturas pensaba en la muerte, sobre todo cuando hacíamos planes para viajes de hasta tres semanas por alguna playa de Mozambique o alguna visita a un resort orbital. Pero cuando a mi esposa la visitó un tumor, todos concordamos silenciosamente que era mejor estar preparados para un eventual deceso inesperado.

Así que ella fue la primera en reflejarse. Llegó un día a la casa con un par de catálogos sobre Vidas Interactivas Post-Mortem y nos preguntó cuál sistema sería el más apropiado. Ella lo tenía decidido, pero igual nos dimos el fastidio de revisar una que otra oferta. Había de todo: desde crear un programa virtual en base a datos diversos de la persona hasta la emulación digital completa de cada célula o neurona del cuerpo. Este último era el sistema más caro, pero garantizaba una interacción completa con la persona, y cuando digo completa me refiero a estar hablando y tocándose como si el fallecido estuviese vivo. Ese eligió mi esposa, para todos nosotros.

Pero como dije el asunto salía un disparate, a pesar de que era un monto totalmente justificado. Para entender lo que era una reflexión de ese tipo, hay que intentar imaginar un sistema capaz de copiar cada una de las moléculas de tu cuerpo en lenguaje digital y luego vaciar esa información en un universo recreado de la misma forma. No hablo de proyecciones virtuales ni máquinas de RV de esas malas películas del siglo pasado. Hablo de crear un ente totalmente nuevo, una copia exacta de la persona viviendo tal cual lo haría la misma persona si estuviera viva. Porque el paquete incluía no sólo la creación de los reflejos, sino también la del mundo en el cual vivirían, que no era más que una proyección de nuestra propia realidad. Es decir, si mi esposa pasaba quince horas de su vida moviéndose de la casa al trabajo, del trabajo a la ciudad y de vuelta a la casa, tal rutina era recreada por el sistema en hasta sus más mínimos detalles, cosa que el reflejo no tuviera la más mínima duda de que seguía sano y vivo. Y era así, porque sencillamente lo estaba.

Observando el desarrollo moral de la sociedad pasada cuesta entender a veces cómo fue posible que muchos estamentos permitieran la creación exacta de otras realidades, sin armar demasiado jaleo. Pero también es difícil imaginar que la gran mayoría de las personas no quisieran apoyar un sistema que les permitía recobrar a sus seres queridos luego de una muerte violenta o alguna enfermedad terminal. El mito de la resurrección funcionaba y si el mismo Jesús lo había ensayado alguna vez, bueno, los reflejos no le hacían mal a nadie. Después de un tiempo el mismo concepto de enterrar a alguien e ir a visitar sus restos se transformó para la sociedad en una práctica macabra y atrasada, sumado a la urgencia por recuperar terrenos que podían usarse de forma más beneficiosa.
Ese fue el comienzo de nuestro pasado al otro mundo (es una forma de decir). Había sobradas razones para que mi esposa se reflejara cuánto antes, más allá que su nuevo terminador se encargara de liquidar cualquier célula cancerígena. Pero Anita planteó una cuestión interesante: ¿la emulación de cada célula no incluiría el potencial genético del tumor? ¿No se enfermaría también el reflejo de la mamá?

Los de los de V.I.P. estaban preparados para tales contingencias.

–Es una buena pregunta. Fue algo que nos sucedió en la década pasada. Para evitarlo las nanocomps actuales que digitan las células se encargan de recombinar las proteínas del ADN, eliminando cualquier posibilidad de desarrollar alguna enfermedad de tipo genética. Esto produce ciertos cambios leves en la persona, pero no afectan demasiado la personalidad psicosomática.
Hubiese sido más práctico que la recombinación molecular fuese hecha mientras uno estaba vivo, pero aquello era aún imposible. Lo que sí entendí fue esto: de alguna forma los reflejos eran una copia purificada de nosotros mismos, lo que hacía el sistema más interesante aún.

En esa época y gracias a nuestra nueva situación económica mi mujer decidió ayudar al prójimo y adoptó a Mauro, como forma de agradecer a la vida por la desaparición momentánea de su tumor. Lo hizo sin avisarnos, como si traer un niño discapacitado a la casa fuese igual que comprar un perro. Me enfurecí, alegando de que ya estaba harto del derroche de plata, aunque en realidad mi enojo tenía más que ver con la confusión emocional que causaba tener a un niño que no entendía las cosas a través de su cauce normal. Mauro asimilaba cualquier cosa si detrás de ella había un cariño o una sonrisa y para mi hija y yo, aquello significa una erosión a nuestra propia y necesaria frialdad. En una familia donde el amor se había casi evaporado, la urgencia por expresar lo bueno que iba quedando en nosotros resultaba más bien una lenta y dolorosa asimilación de lo humano.

Sé que no lo podrían entender. Hasta el día de hoy me parece una imposibilidad de la razón. Pero lo cierto es que para esos años en que mi mujer se recuperaba de su enfermedad las cosas ya estaban lo suficientemente podridas, listas para su completa disolución. Todos esperaban. Menos mi esposa, supongo. Así que decidí ser yo quien diera el primer paso. Se lo comuniqué al resto, quien asintió de mala gana.

Había resuelto no reflejarme. Si fallecía no quedaría ningún rastro de mi existencia. Esa idea me fascinaba. Sentía una profunda necesidad de desaparecer y a los pocos meses abandoné la casa. Mi mujer se deprimió, Anita me odió profundamente y Mauro me echaba de menos. Bueno, eso fue lo que escuché.

* * *

Estaba sentada sobre la cama, inmóvil y silenciosa. Una suave cubrecamas tapaba su cuerpo hasta más arriba de la cintura, mientras a su alrededor un cúmulo de pequeñas máquinas y sistemas monitoreaban la metástasis producida por el tumor. Ya no buscaban detener la enfermedad. Sólo intentaban menguar sus efectos para evitar una muerte dolorosa, llena de padecimientos. Me acerqué lentamente.

–Hola, Graciela.

Sus ojos miraban la luz del sol atrapada en la ventana polarizada. Entonces me miró, e inmediatamente su rostro se afirmó a una sonrisa leve. Tragó con dificultad.

–Hola… –su voz sonó rara. Parecía que hablaba el tumor y no ella.
-¿Cómo te sientes?
–Bien… pero no me han dicho… –trató de incorporarse–… si me volvió el tumor o es uno nuevo.

Los parasoftwares le habían dado una serie de explicaciones, pero evitaron darle un diagnóstico claro y específico. Por supuesto que le había vuelto su antiguo tumor. En realidad siempre había estado ahí, esperando su oportunidad. Todo bajo mis claras instrucciones.

–¿No ha venido nadie a verme…? –preguntó casi ahogada.
–Han preguntado por ti, pero prefiero que no te vean.
–¿Pero Anita?… ¿Mauro?
–Bueno, ya tendrán tiempo. Ahora estoy yo aquí, así que voy a ser tu enfermero. ¿Qué te parece?

Lo normal era que hubiese protestado, pero su sonrisa fue más grande aún, como diciéndome que entendía perfectamente. Era lo que siempre había querido. Que estuviésemos juntos y que el resto se fuera al diablo. Me amaba. Quería que yo la amara. Estar los dos en esa habitación, solos, le deba forma a ese amor.

–¿Tienes hambre? –pregunté.

* * *

El ejecutivo de V.I.P. me esperaba en una oficina pequeña, muy apropiada para una sucursal de la empresa. Yo estaba viviendo en Santa María, una de las pequeñas ciudades surgidas después de los tsunamis que arrasaron el Norte Grande de Chile. El lugar semejaba la costa de Israel, con la diferencia que acá la reforestación si funcionó y ya teníamos unos bosques semejantes a los que se habían extinguido en el sur hacía décadas.

–Señor Saavedra, gracias por venir tan luego. Por favor, asiento–. El hombre se mantenía igual que hace siete años. Me pregunté cómo me vería yo para él.

–Gracias. Recibí su mensaje y la verdad es que no entiendo absolutamente nada– encendí un cigarro–. Me gustaría que me lo explicara personalmente.

–Bueno, supongo que para eso vino ¿verdad? Bien. El asunto es muy sencillo. De acuerdo a los registros, su esposa Ana María Escobar compró un paquete de cinco reflejos de Nivel 6, que corresponden a ella misma, usted, su hija Ana y un niño llamado Mauricio. El paquete incluía el servicio normal, esto es, la inclusión de los reflejos en su entorno habitual, más las extrapolaciones que fuesen necesarias dependiendo del comportamiento de cada una de ellas.

–Así es– respondí tranquilo.
–Una pregunta. ¿Usted no accedió al paquete, verdad?
–No, me mantuve al margen. Mi mujer pagó todo, de eso me acuerdo bien. Supuestamente los reflejos estaban financiados para unos diez años, más o menos.
–Bueno, eso es lo que firmó ella. El problema señor Saavedra es que el paquete comprado por su esposa no incluía los gastos de interacción.
–¿Los qué? A ver…
–Déjeme explicarle. Nuestra empresa otorga una serie de modalidades de pago como también varios ajustes en caso de no cancelarse una deuda. En el caso de su esposa, ella canceló el proceso de reflexión como también la simulación de los entornos virtuales. Al mismo tiempo pagó dos años de interacción, esto es, el servicio que prestamos para que el visitante pueda interactuar con sus seres queridos. Y eso tiene un costo.
–Eso se llama estafar –exclamé.
–Claro que no. Recuerde que los antiguos cementerios cobraban una tarifa para poder visitar una tumba. No me eche la culpa a mí del encarecimiento de la tierra en este país, culpe a los maremotos. Pero el uso de la consola de RV, como también el mantenimiento de los reflejos, tiene un costo. No es que sea demasiado, pero cuando usted y otros familiares siguieron interactuando con… espere, quiero ver…
–Mi mujer. Interactuaban con mi mujer. Ella fue la primera en morir.
–Exacto, su esposa. Bien, pasó el año y ninguno de ustedes canceló las visitas a su esposa. Por ende, nosotros…
–¿Qué?–interrumpí–. Pero si yo jamás me he metido con ninguno de ellos. ¿Que no lo entiende? Yo no he interactuado con mi mujer, ni con Anita ni con Mauro. ¿Por qué tengo que pagarles?
–No lo sabía. Pensé que usted había usado nuestro servicio. De cualquier forma, eso no cambia el asunto. Usted es la única persona que sigue con vida en su familia. Tiene que responder por ellos.
–Eso es imposible. Mi situación actual no me da para cancelar esos montos, independiente de las facilidades que me den. No puedo hacer nada.
–A ver, creo que podemos encontrar una solución. ¿Qué le parece si le explico cada una de sus posibilidades?
–Bien. Me parece bien –encendí otro cigarro y aproveché de ofrecerle uno. El hombre sonrió.
–Gracias, pero no puedo fumar de los suyos –dijo y entonces recordé que el ejecutivo frente a mí no era más que un holograma proyectado desde las oficinas centrales de V.I.P. Santiago.

* * *

–¿Papá, qué te parece?

Miré la holoescultura. Era una especie de rostro global alimentado por cientos de pequeñas caras. Aparte de lo obvio no noté ningún elemento que me llamara la atención, nada especial. Bien, podía simplificar las cosas y decir que era algo bonito o bien arriesgar un juicio estético que hablara de la armonía de las formas y toda esa parafernalia tan típica de los artistas. Dije la verdad:

–En realidad, no tengo idea Anita. No entiendo mucho tus cuadros.
–No son cuadros, son figuras – respondió. Y luego agregó – Tienen alma y contenido.
–Me imagino. ¿Dicen algo en especial?

Estábamos en su taller y cuando digo taller me refiero a una sala enorme con elevadas paredes sin techo que mi hija usaba para moldear y guardar sus obras. Llevaba casi dos horas dibujando en el aire una mezcla de rostros sin eje definido, todos increíblemente superpuestos. A mi hija le encantaban los rostros. Eran su especialidad. Supongo que representaban su búsqueda personal de una identidad, la misma que había sido esquiva con ella desde niña. Anita lo sabía y siempre trató de disimularlo, lo cual es imposible. Si no tienes identidad, entonces no tienes conciencia… ¿y cómo se puede disimular eso? Bastaba verla, completamente desnuda, moviendo sus manos en el aire, acariciando el vacío, mientras de sus dedos emergían pixeles magnéticos como si fuese una araña que bota el hilo invisible desde sus entrañas. Llevaba dentro de ella un sistema orgánico capaz de interpretar las señales que enviaba su cerebro para producir pixeles de diversos colores como así también de distintos tamaños. Los pixeles se unían para formar colores y trazos. El resto lo hacía su imaginación y la habilidad. Lo de estar desnuda era sólo parte de la excentricidad algo falsa de los artistas. O quizás porque hacía mucho calor.

–Papá, lo que pinto no dice nada –sentenció aburrida–. Sólo refleja nuestra sociedad. Eso es lo que hace el arte. Reflejar nuestro mundo y sociedad. La vida misma.
–Pero en tu caso sólo pintas rostros. ¿Por qué?
–Las caras representan el símbolo de lo humano. Lo que somos. Por eso me dedico a ellas. Como te dije, reflejan nuestro mundo. A nosotros mismos.

Entonces el arte era inútil, pensé. Sin embargo, permanecí callado mientras Anita comenzaba otro diseño. Y al cabo de unos minutos pude comprobar que no era muy distinto al anterior. ¿Eso era arte? ¿Una permanente imitación de lo ya hecho? No tenía sentido. Lo único claro para mí era entender por fin las razones que tuvo Anita para suicidarse. Era muy simple y al fin podía entenderlo: En algún momento tuvo curiosidad y pudo acceder a su vida de reflejo, cosa que estaba prohibida, pues sólo se podían ver los reflejos una vez que la persona en cuestión hubiese fallecido. Anita probablemente contempló las obras que en vida no había podido hacer y se convenció a sí misma de que jamás podría hacerlas creyendo que el talento pertenecía sólo a su reflejo y no a ella.
¿Le pertenecía de verdad? Claro que no. La única diferencia es que su reflejo no le hacía asco al trabajo guardando para sí mismo una gran voluntad. Ahí estaba la diferencia con la Anita original. Sin embargo, ambas proyectaban una concepción inútil del arte: la de creer que éste se constituye como tal por el sólo hecho de reflejar la realidad. Eso está también, pero sólo es un punto de partida. Todo arte que no sea capaz de proponer, de proyectar un mundo nuevo o algo que vaya más allá de reflejar la realidad es completamente inútil, tanto como lo fue mi hija, que a esas alturas era sólo cenizas, igual que el resto de mi familia.

–¿Anita?
–¿Mmm?
–Nada. Sólo quería despedirme.
–Ah. Oye, ¿vas a ir a la exposición? Es la próxima semana.
–Claro que sí.
Entonces dejó los colores y las formas sólo para acercarse y darme un extraño abrazo, como si de pronto algo dentro de ella le informara que ya no nos veríamos más. Caminé buscando la salida mientras algunos pixeles seguían adheridos a mí, como estrellas diminutas, brillando en la distante oscuridad.

Coloqué mi mano en la sien.

* * *

Costaba un mundo darle una cucharada de sopa. No era capaz de tragarla toda y se escurría por los lados manchando el cubrecamas. Por suerte la metástasis había infiltrado sólo los pulmones y no la cavidad estomacal, porque entonces tendría a Graciela vomitando por toda la habitación. Bien, esos sistemas hacían su trabajo, después de todo.

–¿Quedaste con hambre? –le pregunté mientras limpiaba su boca.
–No… está bien –hizo un esfuerzo otra vez tratando de buscar aire–, estaba rico.
–Me imagino.

En realidad me imaginaba muchas cosas, pero en ese momento lo que más buscaba era absorber cada detalle de su cuerpo, como si pudiese pintarlo por dentro. Podría haber traído una cámara adosada al nervio óptico, pero me parecía muy artificial y además podría darse cuenta. La idea era que no supiera que dentro de unas pocas horas iba a morir. O quizás sí lo sabía y no deseaba preocuparme.

–¿Te ha costado dormir en las noches?
–No… no tanto.
–¿Pero puedes dormir?
–No mucho.
–¿Cuál es el problema?

Se mantuvo en silencio durante unos minutos, tratando de disimular su evidente falta de aire. A esas alturas era muy poco lo que debía quedarle y en cualquier momento el sistema ingresaría morfina para calmar el dolor. Era eso lo que yo esperaba. Quería verla dormir y sentir al mismo tiempo que ese sueño era el fin de todas las cosas.

–Me agito mucho… –dijo moviendo una mano–. Me cuesta dormir.
–Sí, te entiendo. Te late mucho el corazón y no puedes estar tranquila –dije creyéndome parasoftware.

Sonrió, pero sus ojos se quedaron mudos. Era evidente que ya no tenía muchas fuerzas. Pensé: ¿debo tomarle la mano? ¿Debo acercarme a su oído y decirle que la quiero? Porque era eso lo que yo sentía. Era eso lo que mi corazón deseaba hacer. Sin embargo mantuve mi distancia. No hice ningún movimiento. Debía cumplir con mi extraña y absurda convicción.

* * *

No podía creer lo que estaba pasando. Hablé de mis desgracias. Pero el ejecutivo fue muy claro:

–Entonces, no nos queda más que borrar alguien de su familia.
–¿Cómo?
–Nuestra política es borrar los reflejos si el usuario es incapaz de cancelar su deuda. Sí, podemos hacerlo. Está dentro de la ley. Suena horrible, pero es una forma de que el deudor reaccione y se esfuerce por pagar. Pero en casos como el suyo la ley permite una modalidad especial. En vez de borrar todo el paquete, dejamos a un reflejo con vida. Tiene que elegir: o borra a su hijo, a su hija o a su ex-mujer.

Fue en ese momento que entendí lo irreversible de la situación. Los de V.I.P. iban a borrar a casi toda mi familia y no había forma de impedirlo. No existían alternativas o pataleos a la conciencia pública. En realidad mi caso no era el único. Todos los meses borraban de a cien a doscientos reflejos, de la misma forma como las estadísticas hablan de cientos de personas muertas por accidentes o suicidios. Recién lograba entender que la destrucción material de una familia era cosa diaria, fuesen reflejos o no. Y a nadie parecía importarle. Era sólo parte del paisaje. El reflejo de una difícil sociedad, en la cual la familia era supuestamente la base. ¿Cómo se entendía que el mismo sistema se encargara de destruir las bases de sí mismo?

Era todo demasiado lógico. Aquello me destruía mucho más que las circunstancias en las cuáles yo estaba. Todo tenía su solución, por más que ésta fuese cuestionable desde la moral o la ética. Y no es que el ejecutivo de V.I.P. fuese malvado o frío. El hombre sólo me ofrecía las posibilidades lógicas y razonables para resolver el problema. V.I.P. trabajaba con la vida y cuando se trabaja de esa forma sólo existe cabida para las soluciones y no para cuestionamientos valóricos o incluso religiosos. La sobrevivencia es la base de la sociedad, todos quieren vivir a como sea lugar y si para eso hay que matar o borrar a tu ser querido, la cuestión no es si hacerlo o no, sino cómo y cuándo. La justificación es la vida misma. Y en este caso la vida de los reflejos de mi familia. Pero ¿quiénes tenían que pagar el precio? ¿Cómo se decide a quién mantener con vida y a quién sacrificar? ¿Cómo se decide quién vive y quién muere?

Las noches se me hicieron gigantescas. Quería borrarme y olvidar por momentos lo que tenía que hacer pero eran muchos los puntos de la cuestión que revolvían mi mente. Había tantas consideraciones que ni siquiera podía establecer un curso de acción susceptible de ser discutido. Tenía que concentrar todas mis fuerzas en una razón que fuese lo suficientemente poderosa para evitar volverme loco en el futuro. Para aplacar la estúpida sensación de culpa. Necesitaba un motivo y una razón que pudiesen aplacar la idea de que ellos morirían por mi propia incapacidad. Si tenía que matarlos necesitaba una lógica fría y absoluta capaz de diluir cualquier sentimentalismo.

Dada mi situación era imposible imaginar que alguna vez tendría el dinero para volver a reflejarlos a todos. Los de V.I.P. me propusieron firmar un acta en la cual me comprometía a reflejar a mi familia si mi situación mejoraba. Ellos por su parte garantizaban hacer una copia de los reflejos actuales y mantenerlos en suspensión criodigital por un lapso indefinido, para luego reactivarlos, una vez iniciado el pago de las cuotas más un monto especial por la suspensión. Cuando vi los precios comprendí que no había ninguna posibilidad. Ya sé que cualquiera habría firmado de todos maneras, pero mi expediente urbano condensaba, por culpa de la edad, mi tendencia a la inactividad y al fracaso ocupacional, lo cual era una mancha muy difícil de cubrir para un puesto de trabajo. Los de V.I.P. sabían eso, y su ofrecimiento era más que nada para amarrarme a ellos, pues la ley estipulaba que en caso de incumplimiento de contrato la persona en cuestión pasaba a la categoría de “entidad”, lo que les daba cancha abierta para usarme como cárcel portátil para reflejos renegados o extracción de neuronas y experimentación virtual.

Así que sólo tendría un par de meses para decidir a quién borrar y sobre todo establecer por qué. Lo que me estremecía era que independiente del léxico utilizado yo iba a matar alguien de mi propia familia. No iba a liquidar programas semánticos. Iba a destruir a mi esposa, a mi hija, y a Mauro. No me preocupaba perderlos para siempre. Eso ya había ocurrido muchos años atrás, independiente que ya estuviesen cremados y esparcidos por el viento. Aquello era tan irreal como su condición actual, sólo que es más difícil lidiar con alguien vivo que con un muerto. Y ellos vivían. Tenían sus trabajos, sus esperanzas, sueños o sentimientos de una forma que el tiempo no podría repetir y menos poder emularse, por más que los de V.I.P. me garantizaban que una copia en suspensión volvería a ser igual después. Pero nada había sido igual. Se suponía que los reflejos no podrían ser mejores y distintos de sus modelos. Y sin embargo, en el mundo de V.I.P. mi esposa era una mujer sana y feliz. Anita, una pequeña artista en permanente afirmación. Mauro, camino a su rehabilitación…

–Mire, entiendo que usted no se haya enterado de los detalles de la compra del sistema, pero todo está en el contrato que firmó su esposa. Este especifica claramente que la interacción de los reflejos tiene un costo y que se cancela mensualmente.
–¿Y cuál es la gracia entonces del sistema? Si uno tiene que pagar de por vida para mantener a otro vivo, es casi lo mismo que cuando se está vivo…– ni yo sabía lo que estaba alegando. El hombre me miró con lástima.
–Los reflejos son seres vivos. La gente olvida ese detalle. Cree que son proyecciones de sí mismos que pueden olvidar mientras otros se encargan de sus vidas. Eso es lo que hacemos nosotros. Financiamos sus vidas, precisamente porque están vivos, más allá que en términos prácticos sean complejos sistemas orgánico-digitales. Pero no olvide que ellos piensan, sueñan e interactúan con el mundo que nosotros emulamos para ellos. Y alguien tiene que pagar por eso. No somos Dios.

Su discurso era claro y firme. Tuve la sensación de que lo había pulido con el tiempo, aplacando los alegatos de quizás cuántas otras personas envueltas en el mismo problema. No sólo carecía de dinero suficiente en ese momento. Seguía en categoría de no-empleo y aquello podía durar demasiado tiempo. Aquello significaba no poder disfrutar de un trabajo, ni tampoco poder acceder a uno. Cuando alguien no encontraba trabajo en un plazo determinado se le consideraba como no apto y tenía que abandonar la búsqueda para darle la oportunidad a otros que no estaban aún en esa categoría. Era una forma de controlar ordenadamente la tasa de cinco millones de desocupados que había siempre en el país, de la cual formaba parte ahora.

No me quedaba más que acatar lo inevitable.

–Hay algo que me gustaría saber. ¿Cómo borran ustedes a los reflejos?
–¿Cómo así?
–Es decir… ¿apagan el sistema y nada más? No sé, meten un virus…
–No, no. A ver, no es tan fácil. El reflejo tiene su propia actividad neural y ésta es capaz de resistirse al desmembramiento digital. No puedo darle los detalles técnicos de cómo se disuelve el reflejo, sólo le puedo decir que antes que ocurra le provocamos una reacción emocional que disminuye su resistencia al proceso de borrar.
–No entiendo. ¿Acaso le dicen al reflejo lo que le va a pasar?
–No exactamente. Lo que hacemos es manipular su entorno virtual de tal modo que su vida se vaya desmoronando para así provocarle una baja en sus patrones psicosomáticos.
–¿Patrones psicosomáticos?
–Claro. Su hija, por ejemplo era dentro del sistema una holoescultora con buenas críticas y ventas interesantes. Antes de borrarla insertamos dentro de su conciencia un programa que disminuyó su capacidad para evocar imágenes pictóricas. Su hermana se quedó, literalmente, sin capacidad ni fuerzas para delinear un rostro o un perro. A ello se le sumó el aumento artificial de críticas desfavorables y claro, las cuentas no se pagan solas.
–¿Qué pasó entonces?
–Bueno, lo mismo que en su vida real. Se suicidó.
No podía creerlo. Entonces, no borraban a los reflejos. Se dedicaban sólo a liquidarles sus vidas, empujándolos a la conclusión destructiva e inminente. Perdí la compostura. Hijos de…
–Cálmese. No todos siguen el mismo curso. Aplicamos eso con su hermana porque lo reflejamos de su vida real. Algo de eso también pasó con el niño. ¿No falleció de una afección cardiaca? Bueno, sólo aceleramos el proceso natural, eso es todo.

Aquello sí tenía sentido.

–Con su esposa podría pasar lo mismo. Podríamos reactivar su antiguo tumor y doparla con morfina par que muera en el sueño. Luego procederíamos a cremarla y esparcir sus cenizas, que en nuestra jerga significa disolver la información digital. Es más fácil borrar entidades microscópicas que un sistema humano entero. Pero insisto, es una posibilidad. Aunque debo decirle que en su reflexión ella ya generó un tumor. Eso me hace pensar que dicha enfermedad es algo que ella lleva consigo, irremediablemente. O bien, es producto de una situación emocional. Como usted debe saber los reflejos generan comportamientos y actitudes similares en sus ambientes digitales. Si su esposa tuvo un tumor en su vida real producto de una situación x, puede repetirlo siendo reflejo.
Me estremecí.

–¿Puedo ver una simulación de eso?
–Me parece que ya la vio morir ¿verdad?
–No, no la vi cuando estaba en agonía. Yo… no estuve ahí.
–Lo siento. Bueno, pero su situación puede cambiar… Como decimos aquí, un reflejo debe estar seguro de que todo termina alguna vez. Si no la vio morir en vida real, tiene la oportunidad de verla como reflejo. Es prácticamente lo mismo. Y si se esfuerza puede recordar ese momento como algo real que pasó.
Tenía toda la razón, como de costumbre. Volví a sentirme perplejo y derrotado, pero duró muy poco. De pronto sentí que lograba asimilarlo. Como que al fin lograba entender la finalidad última de cada muerte. Pensaba en los reflejos, en esas “vidas” digitadas pretendiendo significar algo. Como el falso amor, como el mundo de allá afuera, no podían ir hacia mí para convertirse en símbolos. No podían “vivir” si ya estaban muertos dentro de mí.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Un último reflejo de la vida.

* * *

Las horas pasaron lentamente. Hacía rato que su cuerpo no era más que un desecho. Me acerqué todo lo que pude a ella y memoricé el hedor enfermizo de su carne pudriéndose en la habitación, esperando que la misma carne resucitara alguna vez, quizás en el eterno retorno de las experiencia humana. Su cuerpo seguía sobre la cama mientras el conjunto de máquinas y sistemas seguían monitoreando su lenta agonía. Sus brazos ya tenían manchas violetas y sus manos se cerraban en muñones, densamente oscuros. De tanto en tanto me gustaba levantar las sábanas y acariciarle sus piernas frías, completamente inmóviles. Y sólo habían pasado unas siete horas. ¿Cuánto más tardaría en morir? ¿Cuánto había tardado la primera vez?

Supe de la noticia gracias a la Anita, pero jamás llegué a la clínica. No tuve el valor para verla. Nunca supe por qué. Quizás porque sabía que ese tumor era una proyección maligna de mi propio ser. Nunca en realidad pude entender la razón para abandonarlos a todos, como si su mera existencia fuese una afrenta para mi propia vida. Es tan extraño. ¿En qué momento nos convertimos en reflejos de algo que fuimos? O bien, ¿cómo hacemos para volver a recuperarnos?

Tenía las respuestas. Una por una. Ya no me era difícil aceptar que de una forma u otra yo era el responsable de la muerte de todos. Así lo creí en su momento y así necesitaba creerlo ahora. Ahí estaba la lógica implacable para borrar los reflejos. Podía irme a casa con la certeza de que yo había destruido a toda la familia, y de que nadie más que yo podía soportar esa responsabilidad. Supongo que la necesitaba. Por eso debía borrar a todos. Debía sentir que su muerte era algo que sólo podía provenir de mí. Y mientras los ojos de Graciela, mi mujer, fallecían lentamente, mientras el aire que salía de su boca era la única señal de que aún estaba ahí, mi mente grababa cada detalle e imagen para revivirlas todo el tiempo posible, todo el tiempo necesario para sentirla en su hora final.
Cuando ocurrió sólo pude tocar mi sien y salir de ese universo de certera irrealidad. Volví a mi hogar, donde no me esperaba nadie, y donde tampoco habría alguien alguna vez. Y eso tampoco era algo distinto o inesperado. La sociedad decadente tiene su lógica absurda que contribuye a la normalidad. Lo normal era abandonar todo, incluyendo a mí mismo.

Así que este reflejo humano vuelve a su casa, cierra la puerta y espera con calma. Abre los ojos y los vuelve a cerrar. Duerme un poco, más tranquilo, pues algo es seguro:

Todo termina alguna vez. [FIN]

Los que no vuelven

Esta mañana he visto desde cubierta las naves voladoras. Iban a proveer a otro de los barcos dispersos por el mar. Amanecía entre los picos azul oscuro de la Cordillera de los Andes. Todas sus altas laderas negras caían de lleno sobre el rojizo océano Pacífico. Las naves aparecieron por el sudeste, acercándose cada vez más, dejando una estela sonrosada entre las nubes. Cuando pasaron sobre nosotros moviéndose hacia otras ex-ciudades al norte, el sol les dio de pleno, encendiéndolas como veloces pájaros de fuego. Como un ave Fénix, habría pensado, si no fuera porque aquí no hay Continue reading «Los que no vuelven»

Ygdrasil

por Jorge Baradit

Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético.
Planeamos el desarrollo de la Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo.
Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres.
Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.

-Transmisión pirata emitida a fines del siglo XX en la forma de un virus informático para usuarios. El contenido fue decodificado, por error, sesenta años después-

Es el atardecer de la segunda semana de febrero.
Como todos los días a esta hora la boca monstruosa de la Coatlicue devora los colores, la luz y el calor con su lengua helada de madre terrible.
La vida del planeta se escurre lentamente por el oriente.

* * *
Un nahuatl mira hacia el cielo con melancolía. La noche derrama sus negras lágrimas sobre el cielo de México y los engranajes del calendario celeste sólo le confirman, con su caligrafía congelada, lo que su estirpe sabe desde hace décadas: la matemática tropezó consigo misma, los números comenzaron a fallar, la realidad está muriendo.
A sólo unos kilómetros de ahí un hombre pintado de azul araña la tierra con sus gemidos, arrastrándose dolorosamente por el centro geométrico del desierto de Sonora.
Lloran todos los médiums en 800 kilómetros a la redonda. Hacia donde miran ven de frente el rostro del doliente que se arrastra. Pareciera ser el espíritu del desierto que muere, saliendo a jirones por la boca del desgraciado en la forma de cuchillos kirlian y frecuencias electrónicas desgarradoras. Los aullidos del hombre pulsan como una inflamación en los scanners. Son rítmicos a la manera de un código o una serie matemática, espasmos binarios de dolor digital. Estridencia astral que copa los receptores de microondas y que ha mantenido despierta a la unidad del ejército mexicano “Iztacuauhtli” toda la noche frente a los monitores.

1. RAMIREZ
-¡Quiero la ubicación de la fuente de las anomalías y la quiero ahora!- gritó el comandante Ramírez. Llevaban horas recibiendo reportes acerca del extraño comportamiento de la realidad en distintos Estados de la Federación Mexicana. Pronto el Ministerio del Interior comenzaría a hacer preguntas para las que no había respuestas. Además, todos conocían la difícil situación que atravesaba el militar. Los técnicos del Departamento de Estado habían descubierto que, en una de sus vidas pasadas, Pablo Ramírez Escobar había sido un asesino a sueldo. También habían conseguido rastrear hacia atrás un componente de su estructura psíquica hasta una mujer que había exigido a gritos la Crucifixión. La Iglesia, políticamente muy poderosa, vetaba secretamente ese tipo de nexos escandalosos y las instrucciones del gobierno eran claras al respecto desde hacía varios años, “Sólo almas nuevas o de probada pureza pueden acceder a los puestos de poder”.
Ramírez era un animal en extinción, desesperado por justificar su existencia en una sección perdida al fondo del escalafón militar mexicano. Lo que menos necesitaba eran problemas. Había trepado desde el fondo de la carrera militar con mucho esfuerzo, sin apoyo y a base de grandes sacrificios. Sumiso hasta la humillación con sus superiores, soñaba con las balas que reservaba para cada uno de ellos, guardadas en el fondo de su corazón como el veneno de una araña pequeña, acurrucada en un rincón esperando su momento.
-Si no tengo el informe en 5 minutos voy a comenzar a cortar cabezas – gruñó.
-El informe aún no está completo, señor… La zona está muy inestable y las comunicaciones se cortan con facilidad. P…pero podría leer el boletín preliminar… señor -dijo un operario, muy nervioso. Ramírez hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y el subalterno comenzó a leer.
-El grupo 3 informa que, pasadas las 4 de la madrugada, hizo contacto con la fuente de las anomalías. “Nuestro grupo estaba compuesto por dos sargentos, una médium, dos niños y tres perros implantados para búsqueda. En las coordenadas adjuntas encontramos un fenómeno inesperado…” -el subalterno se detuvo y miró a Ramírez-. El detalle indica que hallaron algo que definieron como un “transpuesto”, señor. Una malformación difícil de explicar. Un hombre agónico con su alma “desplazada”. Su existencia se encontraba “traslapada” entre su propio cuerpo, un cactus, una roca y una rata. El resto trataba de “aferrarse desesperadamente a la realidad, siendo succionada a jirones por la nada”, dice textualmente. Los perros se pusieron histéricos y lo atacaron con furia. Los sargentos intentaron accionar sus limitadores pero los perros habían enloquecido y tuvieron que matarlos. Los niños no han vuelto a controlar sus esfínteres desde entonces y la médium… bueno, ella murió al cabo de unos minutos y un equipo trabaja para determinar a la brevedad el paradero de su personalidad original. Ella maneja información clasificada y determinar la identidad de su siguiente reencarnación nos es prioritario.
Ramírez mantuvo la vista en el suelo. La situación era un completo desastre. Si se administraba con astucia no había nada mejor que una crisis para trepar posiciones.
-¿Alguna información sobre la procedencia de esta anomalía? -preguntó distraídamente.
-No, señor. Excepto una marca en su tobillo izquierdo. “Sujeto de prueba Nº21”, señor.
Ramírez se mordió repetidamente el labio inferior.
“Pruebas extranjeras en suelo mexicano con tecnología desconocida. Una grave amenaza sobre suelo patrio”, pensó.
-Perfecto -murmuró, y no pudo evitar una sonrisa.

2. MARIANA
Ella.
Ella crucificada y toda la humanidad naciendo violentamente entre sus piernas, como una multitud buscando comida.
El parto sangriento de toda una especie.
Ella como mater dolorosa de miles de Cristos, arrojados al polvo aullando, envueltos en placenta, amarrados de pies y manos, sanguinolentos después de atravesar la matriz erizada de púas de la Reina de la Colmena.
Ella clavada a los meridianos y auscultada desde adentro por insectos electrónicos.

* * *
-¡Ayúdenme! -gritó Mariana cuando abrió los ojos.
Sudaba copiosamente.
Siempre era lo mismo, soñar horrores y despertar asustada. Temblando, aferrada a imágenes horribles que retrocedían demasiado lento de su memoria cuando reingresaba a la realidad. Infierno personal. La muerte diaria cocinada en el óxido de la droga.
Siempre cansada de constatar que seguía viva, que tendría nuevamente que luchar para levantar su cuerpo adolorido de miembros hinchados, de olores avinagrados. Hediondez de resurrección.
Pero esta vez las cosas eran bastante distintas. Para su sorpresa, no despertó en su horrible cuartucho de las afueras de Puebla, esa celda de tres por dos metros contigua a otras de igual tamaño, habitadas por despojos humanos tan patéticos como ella misma y administrada por un matón que cobraba dos monedas por día a estos animales que noche a noche llegaban arrastrándose hasta su puerta. Celdas llenas de cucarachas y pulgas, hediondas a mierda porque casi todos eran adictos al “maíz”, droga que relaja los esfínteres y te deja tan agotado que después no tienes fuerzas para limpiar la inmundicia.
Esta vez despertó en una pulcra cabina de sueño, bastante lujosa, de esas instaladas bajo las aceras en el centro de ciudad de México. No se había orinado y estaba recién bañada. Miró en torno a ella los blancos cojinetes de espuma, las gavetas llenas de objetos olorosos. Sonrió, entre feliz y sorprendida. Entonces comenzó a recordar poco a poco.
Estaba en un callejón vigilando al tipo que le habían encargado liquidar. Era un traficante de “maíz” que se había metido en el territorio del “guajolote”, un mafioso que controlaba su imperio desde una enorme tina de baño llena de agua de mar. Había pedido que fuera Mariana, específicamente, la que se encargara del entrometido. No podía dar una mala señal a su competencia y la “chilena” era famosa por su crueldad en el arte de matar. Sería una buena advertencia para todos.
Llevaba dos días siguiéndole los pasos al traficante y había decidido que esa sería la noche del sacrificio.
Los efectos de las anfetaminas habían comenzado a agudizar los ángulos de su visión de gato y las manos se crispaban sobre sus cuchillos. La adrenalina subía a medida que el traficante se acercaba al callejón sin advertir al terrible animal agazapado que, erizado de garras metálicas, esperaba ansioso abrirle las carnes.
De pronto, Mariana sintió un dolor agudo en el cuello. Instintivamente se llevó la mano al lugar y recogió una aguja, un mareo la invadió y al minuto siguiente observaba a 3 metros de altura lo que le ocurría a su cuerpo abajo en el callejón. Había sido “dividida” químicamente.
Tres furgones militares sin marcas llegaron velozmente al lugar. Un equipo de enfermeros descendió de ellos, la desnudaron y fue sacada rápidamente de ahí casi sin ruido.
A partir de allí su memoria se convertía en retazos nebulosos de eventos inconexos: Un hombre bajo, de rasgos nahuatl, muy agresivo, de apellido Ramírez. Algo sobre un “transpuesto”; un encargo, el gobierno muy preocupado, amenazas… muchas amenazas. Ella vomitando, un golpe seco en la cara, un grito que le partió la cabeza; pero sobre todo la luz. Había demasiada luz.
Intentó recordar algo más pero le resultó imposible. Miró a su alrededor buscando la puerta de la cabina. Se palpó los costados y descubrió que le habían quitado sus cuchillos. Abrió las gavetas buscando algo que pudiera usar como arma, pero sólo encontró cremas y polvos cosméticos. Se sentó con las piernas cruzadas intentando pensar, sacudió su cabellera negra cortada a tijeretazos, como queriendo limpiarla de estática, suspiró y se decidió a salir.
La precaución con que abandonó la cabina era mecánica. Años de vivir tanteando el suelo y oliendo el aire de la jungla urbana, siempre cazador y siempre presa. Aunque esta vez se sentía más tranquila, sabía que si la hubieran querido juzgar ya estaría tras los barrotes de la cárcel de Oaxaca, y si la hubieran querido matar ya sería polvo disperso en algún suburbio de esta enorme costra metálica, ingobernable y llena de laberintos.
Subió la escalinata metálica que conducía hacia la calle con aparente relajo. El sol la encandiló suspendido ahí a medio camino de su muerte contra el horizonte de edificios. Reconoció el pasaje Motolínia, a sólo unos metros del Zócalo y en pleno centro histórico de Ciudad de México, corazón de la enorme megápolis que se extendía a kilómetros a la redonda sobre el antiguo lecho de un lago, el Anáhuac de los aborígenes. Ahora no era más que otra mala copia hipertrofiada de las megápolis europeas de antaño, un quiste extraño en el costado del continente.
México City, la “costra” le decían con desprecio. Desde el cielo se ve como una monstruosa ameba metálica engarfiada a la tierra como un parásito gris, emanando calor y mucho ruido electrónico. Las carreteras que se entierran en sus costados no cesan de inyectarle vegetales, trozos de animales, madera y combustibles que la ciudad devora y degrada generando más y más calor. Una reina monstruosa y obesa, incapaz de moverse, voraz e insaciable, sudando y defecando sin parar.
Entre los racimos de millones de seres humanos que se mueven en esa caldera, que mancha como un punto rojo sangre los mapas termales de los satélites, estaba Mariana, mirando a su alrededor la incesante actividad de la media tarde en Ciudad de México. Intentando entender todo lo que estaba ocurriéndole.
No podía recordar casi nada.
-Puta la huevá rara -murmuró rascándose la cabeza, sólo para descubrir pequeñas marcas de sutura en la zona de su parietal derecho, “¿implantes?”, pensó con horror.
-Debes ponerte en camino, la operación comenzará dentro de unos minutos- sonó la voz imperativa de Ramírez dentro de su propia cabeza, como un cuchillo hundiéndose en su masa encefálica.
-¡¡¿Quién los autorizó a implantarme, hijos de la chingada?!! -gritó la mujer tomándose la cabeza con las dos manos. El dolor entraba como un clavo a través de su cráneo.
-Tranquilízate. Somos el gobierno de México. Busca nuestras instrucciones entre tus recuerdos recientes.
-¡Pero si no soy nadie! -interrumpió. No entendía por qué el gobierno podía interesarse en ella. El gobierno prefería matar a la gente como ella en espectaculares purgas transmitidas en directo por la televisión.
No era más que una asesina de barrio miserable, el último depredador de la escala alimenticia. Mariana, la “cortapicos”, la “cuchillo”, la “chilena”. Evitaban verla cuando cruzaba la calle como un espectro doloroso y la mirada extraviada, a veces aún manchada con la sangre y el hedor de su último trabajo.
-Revisen la intensidad de la frecuencia… -escuchaba a lo lejos la voz de Ramírez hablando con sus técnicos. Qué tenía que ver el gobierno con ella, si era sólo un animal salvaje que mataba para drogarse, mientras esperaba desaparecer cualquier día, en cualquier esquina de esta Babilonia monstruosa tejida estrato sobre estrato con metal, fibra óptica y huesos humanos.
Ella, la “cortapicos”. Mataba sólo hombres en un ritual que ya era leyenda. Lloraba mientras despedazaba a sus presas.
-A unos metros te espera un automóvil blanco, ¿lo ves? Ahí encontrarás todo lo necesario para infiltrarte en tu objetivo. Deberás interceptar las cifras del Banco de México y analizarlas antes de la medianoche -la voz le reventaba los globos oculares, sentía claramente las uniones de su cráneo como cordones de fuego-. No debes fallar o morirás -cada palabra le producía el mismo efecto que golpes directos al mentón. Y la náusea.
Se sentó en el borde de la acera. No entendía nada.
-Están equivocados. Yo soy nadie… me duele tanto -murmuraba con los ojos apretados y llorosos, confundida por las voces y el dolor de su cerebro inflamado-. ¡Déjenme ir! -gritó.
-Cálmate, al parecer hay un problema en tus implantes de comunicaciones. No entres en pánico.
Mariana se puso bruscamente de pie -¡Déjenme en paz!-, gritó e intentó caminar, pero cayó de bruces, desmayada contra el concreto de la calle. La gente sólo esquivó ese bulto en su camino, nadie intentó socorrerla, nadie prestó atención tampoco a los vehículos que llegaron y a los soldados que se la llevaron. No era anormal un espectáculo de ese tipo en las calles de México.

Ella.
Ella dentro de ella, luchando por no ahogarse en oscuridad líquida. Enredada en sus intestinos, atrapada dentro de su cráneo.
Cuarenta Marianas amarradas dentro de un saco que cuelga de su propia columna vertebral.

Despertó muy confundida dentro de un vehículo de seguridad. Miró a su alrededor y sólo vio el interior de una cabina blanca que vibraba y se inclinaba mientras avanzaban hacia un destino desconocido.
Se sentía mucho mejor, es decir, demasiado bien para una junkie de 36 años que acababa de desmayarse de dolor.
-Espero que hayas notado el cambio -dijo Ramírez.
-¿A qué te refieres? -respondió con el pensamiento, sin articular palabra.
-Que bien. Aprendes rápido, chamaca -bromeó el militar-. Tuvimos que ajustar un par de cosas en tu cabeza. Disculpa si no puedes recordar tu vida entre los 20 y 22 años, debimos eliminar experiencias incompatibles con el software de comunicaciones. Tampoco recordarás lo que significa la palabra “semilla”, ni la sensación de tocar la corteza de un tronco de pino, pero no creo que te importe demasiado.
Mariana se sentía demasiado bien. La lenta caída en el pozo de la droga-maíz termina por hacerte olvidar el significado de “estar bien” física y mentalmente. Al final te conviertes en un organismo semiinconsciente, acosado por el frío y la necesidad; con la vista nublada y todos los sentidos abiertos a la paranoia y al único objetivo reconocible entre tanta estática: conseguir más.
“Quizás me limpiaron de la adicción”, pensaba. “Quizás me inyectaron alegría química”.
-Oye, Ramírez. Creo que cometieron un error. Yo no se nada de infiltraciones o espionaje, creo que….
-Silencio -la interrumpió el militar-. Lo que tú creas no importa.
-Ándate a la mierda. No tengo ninguna intención de trabajar para el gobierno, cabrones de la puta. Ahora mismo…-no terminó la frase, algo le ocurría a su cabeza. Fue violentamente inundada con vértigo sintético, las paredes se alejaron y todo comenzó a dar vueltas; un sonido agudo se clavó de lado a lado entre sus oídos. Vomitó, las venas le estallaban, pánico, sudor helado.
-Vas a trabajar para nosotros te guste o no. Además, no es necesario que seas experta en nada, tienes la cabeza llena de chips “recipientes” capaces de alojar a los espíritus de decenas de colaboradores muertos: médicos, asesinos, ingenieros, etc. Tenemos “oficinas en el más allá”, querida. Nuestros “contactados” reclutan a cientos de espíritus, todos gustosos de cooperar a cambio de volver a sentir el mundo, aunque sea a través de una marioneta como tú. No te preocupes, ellos harán el trabajo por ti.
El vehículo zumbaba meciendo su estructura y meciendo los órganos de la mujer que, acurrucada en una esquina, luchaba por fijar la mirada en un punto y recuperar la estabilidad.
-El grupo que escogimos para ti es particularmente eficiente. Si tu cooperación finalmente nos satisface, serás liberada, exorcizada por expertos y tu cuenta corriente sufrirá un repentino abultamiento. Con papeles nuevos y dinero podrás comenzar una nueva vida en cualquier lugar del mundo… excepto en México, por supuesto.
-La vida no es para mí -murmuró mientras se limpiaba la boca y recuperaba la calma-. Creo que dios se equivocó al mandarme para acá. Quizás soy un ángel que quería tener experiencias fuertes -sonrió con dificultad.
-Si no cooperas -agregó Ramírez, tomando un tono sombrío- será peor que morir, te lo aseguro. Terminarás tus días como una prostituta-esclava en algún suburbio inmundo de Colombia -Mariana palideció-, Mutilada, sin brazos, sin piernas, incapaz de moverte; violada 8 a 10 veces al día por vagabundos y drogadictos durante algunos años. Seis, tal vez cuatro, con suerte -Ramírez sabía que había tocado un punto sensible, la mujer estaba paralizada-. Te venderemos como a una “perra”, igual que tu madre -algo brotó frío y áspero desde su corazón para recorrer toda su piel-. Si nos ayudas, tendrás una vida de verdad. Sabemos que quieres salir de la inmundicia, además, tendrías el agradecimiento eterno del pueblo de México y de todo el mundo libre -concluyó, sarcástico.
Mariana miró hacia la oscuridad de la única ventana en el vehículo. Afuera no se veía nada, afuera no había nada. Apretó las mandíbulas e intentó controlar su angustia.
-Díganme qué tengo que hacer.
Así, mientras los técnicos le transmitían las instrucciones en código mnemónico por debajo de su conciencia, Mariana se perdía en un recuerdo al fondo de un reflejo en la moldura plástica cromada del vehículo. Ejercitaba el viejo juego de perderse en un detalle de la pared para evitar el dolor, el mandala que abría para huir de su cuerpo cuando era niña y su padre no era su padre. Los detalles juguetones en los reflejos de sus pupilas llameantes en esas noches de terror de su infancia. Puertas a través de las que entraba para encerrarse en la dolorosa fortaleza donde se congelaba de soledad.
El ruido del vehículo.
Las luces de los postes de alumbrado, pasando por la ventana como la gráfica cardiovascular de un muerto. Su corazón abandonado en un rincón, la mirada perdida, el zumbido de la información entrando en su memoria.

3. ALVARADO
Pedro Alvarado era el joven representante del pueblo para el Estado de Yucatán y celoso supervisor gubernamental de la operación que se llevaba a cabo. El y Ramírez se entendían a la perfección. Los dos eran animales medianos en la escala de poder y se ayudaban mutuamente con entusiasmo, mientras llegaba el momento de clavarse un puñal en la espalda. Hasta entonces su confianza era completa y mantenían ese puñal siempre a la vista.

Alvarado estaba cómodamente sentado en el sillón de Ramírez cuando se desplegaron los monitores que seguirían los movimientos de Mariana. Con él presente la operación se ponía en marcha oficialmente.
Su impecable imagen combinaba perfectamente con su estudiada forma de sentarse. Pierna cruzada mostrando relajo, cuerpo recostado hacia atrás para comunicar seguridad, cabeza erguida y mentón retraído mostrando dignidad. Todo orientado hacia el centro vacío de la sala para hacer sentir su poder.
-Y dime, Ramírez, ¿cómo va el entrenamiento de Mariana? -la voz era fuerte, por sobre el volumen usual de conversación e hizo que todas las cabezas giraran hacia el militar.
-No muy bien -gruñó. Siempre se sentía incómodo ante esos manejos sicológicos, esas destrezas comunicacionales tan finas que lo sacaban de quicio. Lo de él era el grito o el comentario lacónico; la política y sus rincones lo descolocaban-. Ya hemos perdido tres días ajustando las “posesiones” del equipo. Su mente es todo un caso, aún no entiendo por qué la escogiste a ella.
-Eso no importa -murmuró- quiero saber qué le dijiste sobre nuestro “problema” -interrogó sin molestarse en mirarlo.
Ramírez miró de reojo a sus subalternos que, al igual que él, sabían que esa pregunta era humillante. Todos estaban al tanto de la información transmitida a Mariana, hacer que Ramírez la repitiera era tratarlo como a un escolar. Era decirle que no estaba seguro de su capacidad.
El militar decidió jugar este ajedrez y caminó dos pasos hacia la ventana, dándole la espalda con medida indiferencia, sabía que su gente lo miraba y no quería perder autoridad. Entonces contestó con voz fuerte.
-Ella sabe lo que el gobierno decidió que debía saber -insistiendo en la palabra “gobierno” para recordarle que los dos tenían al mismo jefe-. Pero, por si no lo recuerdas, te lo voy a repetir. Ella sabe que descubrimos un sujeto de prueba en el desierto, sometido a quién sabe qué tipo de experimento. Sabe que es una tecnología absolutamente nueva, limpia, altamente destructiva, con alcances militares insospechados que vulneran nuestro sentido de la seguridad nacional.
>>Sabe también que el “transpuesto” liberó egos de vidas pasadas y se contaminó con esencias insostenibles, como recordar haber sido una roca y acoger esa memoria infinita. Recordar haber estado enterrado a 500 kilómetros de profundidad durante 18 millones de años no es algo que la mente humana pueda resistir sin dañarse.
>>También fue informada que la internación de esa tecnología fue hecha a espaldas de nuestro gobierno y que nuestra misión consiste en infiltrarnos en el Banco de México para seguir la única pista que tenemos: unos movimientos bancarios inusuales en torno a la importación de aparatos médicos, alrededor de la fecha en que se desataron los hechos de Sonora.
Alvarado hizo un silencio para mirar de reojo a los técnicos que aún no terminaban de conectar los racimos de aparatos que controlarían la evolución del operativo.
-¿Ella sospecha por qué la escogimos?.
-No -recalcó Ramírez con energía- y a decir verdad, yo tampoco. Todavía no entiendo por qué te decidiste por ese espantapájaros drogadicto para una operación tan relevante. Si me hubieran preguntado…
-Pero nadie lo hizo -interrumpió con suavidad-. El gobierno considera este operativo como “estratégico”. No pensarías que iban a dejar las decisiones importantes en manos de militares -sonrió-. No lo tomes a mal…tú me entiendes.
No, Ramírez no entendía y lo tomaba muy mal. Pero calló.
-De acuerdo a mis planes -dijo Alvarado marcando sutilmente la palabra “mis”- Mariana es la mejor elección que podríamos haber hecho.
Ramírez suspiró. Ya tenía 48 años y la fila de culos aún por lamer se perdía en el horizonte de su estancada carrera, estancada como un bocado amargo en mitad de su garganta.
Suspiró y se acercó a los primeros monitores que se encendían. Pidió que le muestren el perfil digital de Mariana en la Red y casi se le salieron los ojos del rostro. La mujer aparecía llena de lazos, vasos comunicantes, infecciones digitales, seguimientos policiales y todo un gran karma electrónico muy ruidoso. Ramírez casi entró en pánico.
-¿¡Quieres decirme que “ésto” es tu mejor elección!? -gritó perdiendo la compostura por primera vez-. ¿¡Medio México la busca y tú la usas como espía!? -Alvarado lo miraba sin mover un músculo-. Esa mujer, ese esperpento deja un rastro tan notorio como un animal herido en la nieve. Debemos cancelar de inmediato y voy a dar instrucciones de entregarle la responsabilidad a una unidad de nuestra confianza….
-¡Basta! -lo interrumpió el político-. ¿Es que no entiendes nada? Mariana es sólo una carnada. Es un trozo de carne para atraer a los tiburones ¿O tú crees que íbamos a enviar personal clasificado a realizar la infiltración? -sonrió sarcástico-. Es una empresa privada, ¡por dios! Si descubren a un agente oficial infiltrándose en sus instalaciones el escándalo podría derrocar a todo el gobierno -Ramírez miraba sintiéndose estúpido-. Ella será la vara con la que probaremos si el alto voltaje de su reja funciona. Ella es un mensaje que sin duda leerán, “los estamos vigilando, sabemos lo que están haciendo.”
-Pero ellos la destruirán….
-Por supuesto. Pero no te preocupes, leerán el mensaje y eso es todo lo que nos interesa por el momento. Ella no es una agente del Estado así que no podrán sacarle cosas importantes de sus neuronas; excepto lo que nosotros queremos que sepan, por supuesto.
Ramírez estaba furioso, había sido humillado en presencia de sus subalternos sin ninguna misericordia. Gritó un par de órdenes a los técnicos para que finalizaran las instalaciones y salió de la sala con el enojo vivo bajo la piel. Alvarado lo miró retirarse con una sonrisa, “indígena con charreteras”, pensó.

4. EL BANCO DE MEXICO
Las redes de comunicaciones se habían convertido en carreteras blindadas por donde la información viajaba segura, encapsulada en encriptados imposibles. La única posibilidad de robar información era el viejo sistema de forzar la cerradura y entrar como un ladrón en la noche, evadir la seguridad y salir corriendo antes que sonaran las alarmas y las mandíbulas de acero se cerraran sobre la carne del intruso.
Mariana llevaba ocho horas inmóvil dentro de un ducto de evacuación de desechos orgánicos, colgando de un garfio y respirando por una mascarilla. Cada quince minutos el edificio del Banco de México “orinaba” a través del ducto y Mariana podía avanzar unos centímetros sin ser detectada. El esfuerzo de avanzar contra la corriente de desechos era enorme y los brazos le dolían. “Qué mierda estoy haciendo aquí”, era la pregunta que se hacía durante todo el tiempo que permanecía colgada, como una pupa, de las paredes interiores de la “uretra” del edificio.
Al cabo de catorce horas había alcanzado por fin penetrar el casco de la construcción, a la altura del piso 40 bajo tierra. Desde allí sólo le tomó una hora más llegar hasta el centro de la estructura, de forma tubular, donde se albergaba la médula espinal del edificio. De ocho metros de diámetro, la médula se extendía a lo alto de toda la construcción conectando los pisos y coordinando todas las funciones biológicas y administrativas de la empresa. Era el sistema neurovegetativo de una nueva generación de edificios “vivos”, monstruosas neuronas de exoesqueleto metálico llamadas “colmenas”.
Mariana enganchó el seguro de su cinturón a un tubo que se insertaba en la médula para abrir con comodidad su traje elástico de seguridad. Metió una mano entre sus piernas y extrajo de su ano un pequeño tubo metálico que insertó en su nariz. El tubo desplegó unas pequeñas garras que lo aseguraron a las paredes de la cavidad nasal, Mariana palideció; luego extendió lentamente una aguja hasta la base del cerebro y se “conectó” a la corteza de la mujer. Del otro extremo sacó un line-in, delgado como un cabello, que insertó directamente en una de las arterias que se hundían en la médula del Banco de México.
Por sencilla osmosis, la fibra interventora era capaz de oír y discriminar la transmisión de datos, por vía química, que circulaba a través de sus fibras de mielina. El tubo metálico en la nariz de Mariana modulaba la información y la codificaba, en la forma de imágenes y patrones aleatorios perdidos en la vorágine de recuerdos de infancia del recipiente.
Sintió un sabor acre en la boca, entonces supo que estaba transmitiendo los datos hacia la central.
Mientras sentía un cosquilleo en un lugar indefinido sobre el paladar, estiró un poco los miembros y se relajó, respiró muy hondo y sonrió feliz por el éxito de una operación que, sólo unas horas antes, le habría parecido imposible debido a su avanzado estado de dependencia a las drogas. Su mente comenzó a volar entre pensamientos variados. “Estoy divagando”, se dijo a sí misma, sorprendida. El maíz era una droga esclavizante y la adicción no daba tiempo a pensar en otra cosa que no fuera conseguir más. Te mantenía todo el día hambriento, como un lobo famélico que sólo se saciaba mientras devoraba a dentelladas los gramos siempre escasos, para quedar nuevamente vacío, ansioso y sediento. La sensación de calma que envolvía a Mariana la embargó de emoción, se sentía viva. Era una extraña paz abrazándola ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra. De pronto se vio a sí misma despierta, humana de nuevo, lúcida. La revelación repentina agrietó su pared y una gota se filtró por sus ojos para caer rodando lentamente por su mejilla. Por fin estaba consciente de la muerte en vida por la que se había arrastrado durante tantos años.
Fue una larga noche donde lloró por todo lo que no había llorado jamás. Lloró por su madre, por su padre, por sus víctimas; por la pesadilla que aterrorizó a la niña y de la que acababa de despertar con pesados 36 años sobre sus hombros, en un cuerpo de mujer medio seco por la falta de afecto.
Era un llanto de nacimiento ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra.
En la sala de control, Ramírez y sus subalternos se miraban sin comprender nada. Evaluaban los datos, sudaban nerviosos, revisaban las gráficas buscando anomalías. No entendían ese llanto largo y desgarrado que llegaba por sus comunicadores desde las entrañas del Banco de México. Qué ocurría… ¿incompatibilidad química?

* * *
A las 8 de la mañana apareció Alvarado con una taza de café en la mano. Los tacos de sus zapatos resonaban en las baldosas aislantes que cubrían el suelo de los pasillos. La noche había sido larga y el sueño corto, así que el café tendría un par de polizones disolviéndose clandestinamente al fondo de la taza. Nada anormal, sólo el rito diario de la clase ejecutiva incapaz de renunciar a la ayuda de los químicos, a esas alturas, imprescindibles para sostener el ritmo endemoniado que exigían las responsabilidades laborales. Todos en el gobierno apoyaban la lucha contra las drogas, pero todos también sabían que sin ellas el sistema se derrumbaría, agotado e imposibilitado de contener el stress y la exigencia de forma natural. Los destinos del país eran dirigidos por una banda de drogadictos obsesos, necesariamente relacionados y chantajeados por hermandades del comercio ilegal.
-¿Cuánto falta? -preguntó en medio de un bostezo. Ramírez no despegó la vista del monitor y murmuró-. Estamos en itinerario. Esta niña resultó ser bastante buena y nos está transmitiendo más información de la que pensábamos.
-Bien por ti -dijo estirando los brazos- recuerda que tus galones dependen de tu eficiencia en esta operación -el militar tragó saliva y se negó a contestar, era demasiado temprano para responder a las provocaciones. Además, Alvarado era un político joven enviado aquí seguramente para medirle su desenvolvimiento. Esta misión no era precisamente un premio, de modo que sus situaciones eran bastante similares.
-¿Qué vas a hacer si los del Banco no la descubren pronto? Supongo que tienes un plan de contingencia…
-¡Shht! -interrumpió muy concentrado -en diez segundos va a comenzar la fiesta- el político volvió a bostezar sonoramente, sólo para burlarse de la expectación de Ramírez.
-¡Ahora! -dos monitores se apagaron y una pantalla apareció flotando en el centro de la sala, llena de fibras luminosas haciendo veloces recorridos en torno a un punto violeta. Poco a poco las fibras se conectaban al punto hasta que toda la gráfica quedó inmóvil, pulsando ingrávida. Letras salieron de la nada indicando vectores y gráficas se derramaron hasta el suelo. Un reloj contó cinco segundos hacia atrás y toda la sala quedó a oscuras.
Mariana no notó nada anormal al principio, sólo el cese del cosquilleo en el paladar. Luego notó que el zumbido también había cesado y supo que algo andaba mal. Ramírez la había abandonado
Quiso moverse, pero estaba paralizada. Las luces de seguridad que cargaba se apagaron y se encontró de pronto sola, a cien metros bajo tierra, presa del pánico pero incapaz de gritar; paralizada por quién sabe qué químico, atrapada entre los intestinos de un monstruo que la había identificado como a un cuerpo extraño y que en cualquier momento comenzaría algo muy parecido a una digestión.
-Ahora, cuéntame qué fue lo que hiciste -preguntó Alvarado café en mano. En su rostro había trazos de preocupación que Ramírez, demasiado entusiasmado con su éxito, sólo interpretaba como irritación mal escondida ante la genialidad de su maniobra.
-Mariana -dijo en voz alta, imitando la actitud del profesor que comienza una lección- resultó más eficiente de lo que pensábamos. Los imbéciles del departamento de seguridad del Banco de México, no estaban pudiendo detectarla.
Entonces di un giro al operativo -continuó lleno de autosatisfacción, “bastante patética”, pensaba Alvarado-. Me comuniqué directamente con ellos y les dije que estaban siendo infiltrados. Su sorpresa fue mayúscula. Antes que pudieran decir nada los amenacé con informar a la prensa de la situación si no cooperaban. Les aseguré que el descrédito y la fuga de capitales serían inevitables, que la ofuscación de sus superiores sería tal, que no daba ni una moneda por sus vidas -Alvarado veía en torno suyo los rostros embobados de los subalternos de Ramírez con una mezcla de asco y rabia. La táctica descrita era tosca, grosera, carente de toda sutileza. No era una estrategia fina, era una simple amenaza de gorila.
-Les exigí de inmediato la información completa sobre los movimientos bancarios que necesitábamos. De esa manera nos ahorramos un par de semanas de investigación, por lo menos -sonrió buscando aprobación en los ojos de su gente.
“Qué espectáculo”, pensó Alvarado -Y, ¿qué te pidieron a cambio? -preguntó con calculada indiferencia, haciendo girar el café dentro de la taza.
-La ubicación de Mariana,…por supuesto.
-Por supuesto -murmuró Alvarado, apretando las mandíbulas en un gesto de preocupación que esa vez no pasó desapercibido para Ramírez.

5. NIGREDO

Ella.
Ella embarazada, con el estómago lleno de cuervos.
Una muchedumbre grita y se remueve, virulenta, bajo la tierra, entre sus válvulas y pasadizos.
(Del cielo llueven ojos izquierdos).
Ella arrastrando sus 40 úteros infectados bajo la tormenta. Maúlla lastimosamente, se rasca los parásitos que florecen alrededor de su boca, mientras arrastra su prole no nata por el único camino. Con el alma cayéndosele a pedazos, deja un rastro.
El Vía Crucis tiene la forma del circuito impreso grabado en su paladar, y es un nombre.

Despertó ahogada en un grito, pero no pudo moverse. El cuadro le encogió el corazón.
Estaba desnuda, de alguna manera fijada a la superficie de una mesa de madera negra. La larga mesa ocupaba casi toda la superficie de una especie de sala de reuniones de color blanco. En torno a ella, unos doce hombres de edad heterogénea, vestidos formalmente, permanecían sentados mirándola. Sobre la puerta, una placa metálica con el logo iridiscente del Banco de México.
Pasaron un par de horas, durante las cuales Mariana intentó inútilmente comunicarse con ellos. Les pidió, les exigió, les gritó. Los amenazó, les rogó, sin obtener respuesta alguna.
Cuando la mujer agotó incluso las lágrimas, uno de ellos se puso de pie y extrajo de su bolsillo un punzón. Le dibujó hermosos kanjis sobre la piel del torso que, a pesar de la sangre, dejaban leer perfectamente los pasajes luminosos del “sutra del loto”. Le atravesaron los pezones con clavos de cobre finamente tallados, le cortaron los párpados con una tijera antiquísima de acero templado y de orejas talladas en madera de nogal. Uno de los hombres, de rasgos asiáticos, le hundió un bisturí con mango de bronce a la altura del chakra “anahata” y practicó un corte longitudinal hasta llegar al pubis y dividir el clítoris a la mitad. Nadie le tocó la vagina.
Otro personaje, de origen indefinido, se acercó lentamente con un martillo en las manos. Entre la semiinconsciencia y el ahogo del dolor la mujer alcanzó a gemir con angustia, aunque sin ninguna esperanza – No, por favor-.
vEntonces, la crucificaron a la mesa.
Le arrancaron dientes y algunas uñas. Le extrajeron costillas y dedos. Alinearon todo cuidadosamente en torno a ella como un gran mandala de restos humanos, mientras murmuraban y repetían la palabra “perfecto” acentuando cada final de frase.
La mujer desorbitaba los ojos intentando ver más allá de la niebla y la asfixia del martirio. Abría la boca en el grito mudo de la carne.
vDe pronto, el ritual pareció terminar. Sólo el jadeo mínimo de Mariana denunciaba que esos despojos desordenados, sanguinolentos, habían sido un ser humano.
Entonces entró ese otro hombre.
Con una daga le abrió el costado lentamente, copuló con ella a través de la herida y eyaculó en su interior al cabo de unos minutos. Con una frase dio por terminada la reunión y se retiraron.
Alguien llegó, le clavó un gancho a la cadera y la arrastró hacia un ascensor. Salieron a un estacionamiento y la arrojaron al compartimiento de carga de una camioneta.
Mariana seguía semiinconsciente y cada imperfección del pavimento la atravesaba con dolores lejanos como recuerdos.
Sintió la luz cuando abrieron la camioneta, sintió el golpe de su cabeza contra el pavimento cuando la arrojaron fuera. Escuchó algo acerca de la altura del puente y la profundidad del río.
El cielo estaba muy azul, había bosques a lo lejos.
Sintió una repentina ingravidez y luego el golpe contra el agua. Había cierta calma en todo lo que ocurría, veía perfectamente a las algas mecerse y a las burbujas subir hacia la superficie mientras se hundía.
Se hundía, sabía que se hundía de espaldas hacia el olvido, la luz alejándose poco a poco allá arriba. Sentía que la oscuridad la abrazaba con su tela espesa, que la muerte la cubría casi con ternura. “Ya pasó todo”, le susurraba mientras se hundía en el sueño, como una novia dolorosa.
Todo parecía un sueño.
Las algas del fondo la envolvieron con sus dedos transparentes cuando casi tocaba su cuna definitiva.
Todo debía ser un sueño.
Del fondo salieron unos brazos que la estrecharon y Mariana escuchó una voz diciéndole al oído -Llevo 20 años esperándote bajo el limo-.

6. EL SELKNAM

Ella.
Ella en un paisaje con los colores mal calibrados.
Una cuerda baja desde el cielo y la sostiene colgando por los pies, sangra por la nariz. Bajo ella un charco de sangre de 5 metros de profundidad donde nadan peces extraños e ideas desesperadas.
Ella, murmurando un nombre que no recuerda mientras un insecto le hace una cesárea. En las antípodas del planeta un sacerdote levanta la ostia y un aullido brota del cáliz. El insecto entra por la herida del parto y se acomoda para dormir.

-¿Los de Seguridad del Banco de México enviaron la información?- preguntó Alvarado. Eran las tres de la mañana, tenía el cabello desordenado, la corbata en el bolsillo y ojeras que le llegaban a las rodillas.
– El último paquete llegará en dos horas. Han debido sortear su propio sistema de seguridad y los segmentos de datos se están transmitiendo codificados en cadena. Sólo cuando los hayamos recuperado en su totalidad, podremos reconstruir el conjunto- Ramírez no desvió la vista de un teclado-ouija color siena, de reciente fabricación. Sus curvas simulaban un cangrejo y las terminaciones eran exquisitas.
“Que estúpido”, pensó Alvarado. “Es obvio que están ganando tiempo. Seguramente para cuando hayamos reconstruido la información, ellos ya habrán limpiado toda evidencia y descubriremos que nuestros datos son basura”. -¿Ya sabes qué hicieron con Mariana?
-Seguramente algo horrible. Esa gente busca destruir el cuerpo, pero también inutilizar el espíritu -murmuró Ramírez tecleando la ouija con nerviosismo-. Si conseguimos rastrear sus residuos en el plano astral, seguramente veremos las condiciones desastrosas en que dejaron su esencia -sonrió-. Un guiñapo arrastrándose demasiado lento para llegar a ninguna parte, desmoronándose como una figura de barro seco. El problema es que…-se detuvo para teclear un comando avanzado en la ouija- en esas condiciones debería estar dejando un rastro por demás visible. Algunas brasas Kirlian aquí y allá. Pero no hemos detectado nada con el sello característico de ese grupo misterioso que opera con el Banco de México.
-¿De los “Perfectos”? -murmuró Alvarado distraídamente.
-¿De quiénes? -lo miró el militar muy sorprendido.
-Nada, nada -sonrió- es sólo un término de usuario -salió de la sala sonriendo teatralmente, feliz de ofuscar al “mono con uniforme”, como lo llamaba a sus espaldas-. No busques a los vivos entre los muertos -gritó desde el pasillo.
“Típico de políticos”, pensó Ramírez. “Jugando a hacerte sentir desinformado”.
-No encontramos reencarnaciones con el perfil de la identidad “Mariana”, señor -lo interrumpió un subalterno-. Tampoco posesiones con su patrón de aura, señor.
La preocupación de Ramírez era evidente para todos. Era muy importante que la mujer estuviera fuera de circulación. Un cabo suelto en una operación encubierta tan comprometedora se leía como un fracaso inexcusable. Gobiernos completos habían caído por menos, aunque siempre volvían al poder de una u otra manera. Pero los responsables directos, los funcionarios como él, con suerte podían rehacer sus vidas en otro país.

Ella.
Ella clavada a una pared en el centro de un campo arado.
Ella sabe que bajo la pared hay un elefante enterrado de pie, que evita que el mundo se desplome.
Un ladrido sale de los ojos de ella y la multitud huye despavorida, porque en el ladrido hay un color lleno de cosas que nadie quiere saber. Un pez atraviesa la escena y sabemos que en realidad todo ocurre bajo el mar.
Ella.
Ella de pie frente a un hombre muy extraño.

-¿Cómo te sientes? -le pregunta de improviso-. Soy quien te rescató desde el fondo del río. Entré para ver tu estado. Intenta descansar, tu recuperación tardará un par de semanas más -Mariana lo miraba con asombro mientras se transformaba una y otra vez, en una mujer, una carta de Tarot, un campo de margaritas, un caballo árabe, en el cielo estrellado esa mañana en Tlatelolco, en una voluta de humo de su primer cigarro de marihuana.
-Todo está muy raro desde que aparecieron los selknam -se dijo, mirándose a los ojos. Un escarabajo entraba por su nariz sonando como un viejo reloj a cuerda.
Un mapa con venas en vez de ríos.
El cielo es su córnea.
Muchas hormigas. Muchos días.

El selknam tenía a Mariana colgando por los pies de un árbol, en un lugar escondido de la sierra en el Estado de Guerrero.
Alrededor del tronco había dispuesto un círculo de rocas negras y cuatro espejos marcando los cuatro puntos cardinales. Sobre los espejos había derramado palabras poderosas y pétalos de flores.
Llevaba dos días girando ritualmente en torno al árbol, para frenar la fricción con que el tiempo desgasta las cosas y así disminuir su efecto erosivo sobre la memoria de Mariana. La danza se sostenía sobre un canto de tres notas musicales que estimulaban curativamente su glándula pineal.
Al tercer día desenterró los pulmones de la mujer y los introdujo en agua consagrada antes de reintegrárselos. Puso un pez minúsculo en cada ojo antes de reintroducirlos en sus cuencas. Abrió por el estómago a un lobo y extrajo el corazón de Mariana, escondido allí durante días, lejos de los ojos de la muerte.
Cosió las heridas con fibra de cactus y se sentó a esperar.
A los nueve días ocurrió la maravilla.
Con el primer rayo de sol se escuchó un llanto de bebé saliendo del árbol, que crujía angustiado. Poco a poco el llanto llegó a su adultez, las astillas saltaban, la corteza se resquebrajaba. De pronto, una mano rompe la corteza y aflora buscando asirse, luego otra mano. Mariana luchando por romper el cascarón y salir a respirar. Finalmente el tronco cede, la corteza explota y Mariana emerge envuelta en savia y musgo vomitando tierra. Pone un pie fuera del círculo de rocas y cae al suelo completamente desvanecida, a los pies del selknam que permanece sentado, indiferente, recortado contra el sol de la mañana.
Las aves no cruzan el espacio sobre el selknam.

Ella.
Ella recostada durante mucho tiempo junto a un gato con forma humana.

-Despierta -susurró el selknam. Mariana abrió los ojos y lo vio, en cuclillas junto a ella. No supo si le despertaba curiosidad, sorpresa o asco, se sentía extraordinariamente calmada. Podría haber visto al diablo y no le habría producido mayor efecto. De todas maneras lo que tenía enfrente era toda una rareza, tenía que admitirlo.
-¿Se puede saber qué clase de “cosa” eres tú? -bromeó.
“Eso” se mantuvo inmóvil unos segundos demasiado extensos, se puso violentamente de pie y extendió su “boca”.
-Selknam -dijo y prolongó la última letra haciendo vibrar a todo el lugar. Mariana sintió también como su cuerpo temblaba, envuelta en un placer
violeta muy similar al arrobo después del orgasmo.
-¡Wow!- sonrió -¿Podrías repetir eso?
-Se hace lo que se debe hacer, ni más, ni menos.
La mujer se sentía increíblemente bien. Entre la bruma de una memoria obviamente intervenida, veía heridas, torturas. Pero donde deberían haber terribles marcas había piel lisa, donde hubo fracturas no habían desgarros; todo estaba en su lugar y en perfecto estado, incluso el trauma del dolor estaba suturado.
-No se me ocurre cómo lo hiciste, pero gracias. Ahora completa el favor e indícame cómo volver a ciudad de México. Tanto espacio abierto me pone nerviosa.
El selknam la observó de arriba abajo -Entonces, ¿no lo sabes?.
Mariana notaba como las letras, pronunciadas con inusual transparencia por el selknam, resonaban en distintas partes de su cuerpo. La “n”, en cambio, le traía el recuerdo de un rayo de sol asomándose tras un arbusto a sus ocho años, siempre igual, como si tocara la misma tecla en el piano de su memoria. Las “l” parecían estimularle sus glándulas salivales, las vocales tenían relación con sus órganos internos y la “t”, un indefinible sabor a algo masculino que la ponía nerviosa.
-Perdóname, “bicho”…
-Mi nombre es Reche -la interrumpió.
-Discúlpame, Reche -remedó-, pero, ¿qué es lo que debería saber?
-No puedes volver atrás. Todo ha comenzado. No hay regreso -diciendo esto se sentó en posición de loto.
-Qué es lo que ha comenzado, bicho -continuó Mariana, un tanto nerviosa.
-Selknam -repitió el Reche y quedó inmóvil mirándose el pie izquierdo.
-Oye, te hice una pregunta, huevón -pero el selknam se veía como una imagen de video congelada, plana, mal definida, en pausa-. Todo está muy raro desde que aparecieron estos huevotes -dijo mientras se enderezaba lentamente, buscando con la mirada algo con qué cubrirse. Comenzaba a bajar la temperatura en la sierra y el viento se arrastraba inundándolo todo, mojando las piedras con su lengua helada.
Tras un arbusto encontró una manta, no muy gruesa pero útil.
Mariana de pie, temblando contra el atardecer.
-Estoy viva -dijo para sí con una sonrisa triste-. No entiendo nada, pero estoy más viva que nunca -y lloró en silencio frente al misterio.
Arriba, las estrellas comenzaban a brotar como recuerdos en la mente del mundo.

7. LAS “PERRAS”
-Definitivamente la mujer no está muerta -gruñó Ramírez. Alvarado, junto a él, no movió un sólo músculo.
-¿Qué vas a hacer entonces, comandante? -preguntó.
-Qué “vamos” a hacer, querrás decir -Alvarado lo miró sonriendo.
-Es muy probable que, gracias a tu espectacular manejo, la gente del Banco de México haya limpiado todas sus relaciones con el fenómeno de Sonora y estén buscando a Mariana para devolvernos la mano ¿Te das cuenta lo que ocurriría si ellos exponen a la luz pública tu operativo de infiltración a una institución privada, comandante? -dijo el político, cómodo y feliz, navegando en los marasmos que tan bien conocía.
-El gobierno no nos va a defender… -murmuró.
-¡Por supuesto que no! -exclamó levantando los brazos-. Van a negar toda participación. Lo van a presentar como un simple caso de estafa. Dos inescrupulosos funcionarios, o sea nosotros, utilizando la estructura estatal con oscuros fines personales -Alvarado se acercó a Ramírez y le susurró al oído-. Nos van a crucificar para mantener limpio el honor de la institución, comandante. Quizás una mañana amanezcamos colgados por el cuello en nuestras celdas, “incapaces de soportar el dolor por haber traicionado a la nación” -y se alejó unos pasos emitiendo una risita burlona, de espaldas al apesadumbrado militar.
-Comuníquense con Pedro, el ermitaño. El va a encontrarla, él la va a eliminar -ordenó Ramírez mirando al suelo.

Ella.
Ella en posición fetal, dentro de una nuez. Abajo, el océano Atlántico hablando con unas aldeanas.

-Ahora va a despertar -susurró el selknam.
El bulto de mantas pareció cobrar vida, un brazo se extendió fuera y estiró los dedos. Mariana sacó la cabeza de su noche personal como una luna somnolienta. Dolía abrir los ojos tanto como doblar una articulación, pero había algo placentero en ello que la hizo sonreír.
-Esta saliendo el sol -dijo bostezando. Había cantos de pájaros, crepitar de brasas; todos esos sonidos mínimos, en puntillas de pies, que van desapareciendo a medida que el mundo despierta. Había humo flotando, la luz era submarina.
-¿Por qué me rescataste? -preguntó de golpe. Alguna urgencia interior guardada desde la noche saltó como un resorte por su boca. Ni siquiera lo miraba, parecía más preocupada por encontrar algo para comer entre las coloridas mantas y cordeles llenos de nudos, similares a los quipus que viera en alguna imagen cuando niña.
-No fue un rescate. Sólo estuve en el lugar correcto para ser puente de los acontecimientos.
-OK, super claro -murmuró escarbando dentro de un bolso huichol, cargado de imaginería psicodélica-. ¿No tienes nada para comer? -dijo finalmente, molesta.
El selknam apareció frente a ella, a 10 centímetros de su rostro. Mariana notó que estaba inmovilizada y tuvo miedo. El se puso de rodillas frente a ella y hundió el brazo hasta el codo en la tierra para sacar una liebre viva, chillando y pataleando. Mariana estaba muy sorprendida pero también hambrienta, así que juntó leña rápidamente y en unos minutos la liebre se asaba al palo, despidiendo olores que le excitaban los nervios. Tenía tanta hambre que de pronto supo que sus manos sólo existían con el objeto de acercar comida a su tubo de deglución.
-Es extraño matar -dijo como hablándole al fuego-, es necesario pero te enseñan que no debes sentir placer cuando lo haces.
-Es distinto matar que alimentarse.
-El trabajo más difícil del Universo es ser animales éticos -dijo sonriendo-, tener conviviendo en la misma celda a este cerebro, este estómago y estos genitales es un mal chiste. Pasan todo el día peleándose el timón-.
-¿No les han enseñado a controlarse, aún?
-Puf… lo intentan. Somos lobos educados como vacas, pero lobos al fin -dijo con cansancio y arrojó una piedra al fuego, las chispas envolvieron a la liebre. El silencio enmarcó el momento.
-Parece que nuestro problema -continuó Mariana- es que somos depredadores viviendo en manadas. La matanza interna es terrible. El cerebro fabrica un montón de razones para justificarlo, pero en el fondo de todo sólo está “el loco”, hambriento de carne humana.
-Los hombres están divididos.
-La Tierra es un barco sin timón, compadre -prosiguió Mariana, como si no lo hubiera escuchado- lleno de locos devorándose, a la deriva. Debemos ser todo un espectáculo para el resto del Universo -hizo una pausa para arrojar otra piedra-. Sería mejor que nos borraran de una vez.
-Nadie va a mancharse las manos con ustedes -dijo el selknam, molesto.
La mujer se abrazó las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellas. Se balanceó e hizo ruidos con la boca mirando fijamente a la liebre, “está casi lista”, pensó.
-Ahora dime por qué me salvaste. Y quiero una respuesta que pueda entender. Sabes a lo que me refiero -estiró las manos, quebró un hueso, acercó la carne a su boca, la saliva comenzó a fluir, el estómago rugió exigiendo ser saciado. Los dientes comenzaron a destrozar al pequeño animal.
El selknam la miraba con una mezcla de curiosidad y algo parecido al asco. “Se comunican con el mismo órgano con el que se alimentan”, pensó, “Su sistema de ventilación hace vibrar el aire con códigos rudimentarios. Son realmente groseros, pero bellos. Salvajes, abisales, frágiles. Sus ojos son de las cosas más hermosas que he visto, sus mentes son malignas e impredecibles. Es de esperar que no se propaguen”.
-¿No me vas a responder? -insistió Mariana, en cuclillas y con la boca llena de grasa-. ¿Por qué me salvaste?.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¿Que acontecimientos?
-Los acontecimientos por los que se requirió mi presencia en este plano.
-¡¿Qué acontecimientos, por la chucha?! -gesticuló, impaciente, con una pierna de liebre a medio roer en la mano derecha.
-Se está produciendo un grave problema en este sector del Universo, generado por tecnología humana que debo descubrir y eliminar.
v-Continúa, por favor -Mariana ya no estaba comiendo.
-Algo está rompiendo la relación entre las cosas físicas y las cosas astrales. Alguien descubrió como romper ese enlace, que es fundamental para la estructura de las cosas.
-¿Y qué eres tú? ¿Una especie de ángel enviado a salvarnos?.
-A nadie le importa “salvarlos”. De hecho ustedes generan el problema. Piensa en mí como en un anticuerpo que el Universo produce cuando se le infecta una herida.
-¡Chucha! -bromeó Mariana -estoy hablando con un leucocito.
-Alguien está soltando los enlaces astrales. Alguien está evitando el flujo sostenido de almas hacia Dios. Y él las necesita más que nunca.
Mariana lo miró con sospecha. Quizás su inverosímil existencia hacía menos ridícula su historia. Su apariencia era imposible, sus palabras también, “está todo tan raro desde que estos huevones aparecieron”, pensó.
-¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?
-Dios está agonizando. Este Universo es algo lejanamente parecido a una máquina de suspensión vital -la mujer no pudo evitar sonreír. El selknam estaba ahí enfrente, pero de alguna manera estaba también hablándole unos minutos hacia adelante en el futuro. Y también estaba a sus espaldas, aunque su voz… parecía salir desde la mano izquierda de Mariana.
La mujer sacudió la cabeza y alzó la voz -¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?-. Pero el selknam no estaba hacia donde ella hablaba. De pronto se dio cuenta que siempre había estado sentado, en loto, suspendido a 20 centímetros del suelo a 20 metros de distancia. No tenía boca y junto a él estaba ella misma durmiendo abrazada a otras dos Marianas, una de color rojo y otra de color negro. Se tomó la cabeza y cerró los ojos, pero seguía viendo la escena. -Déjame en paz. No tengo nada que ver en esta locura.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¡Otra vez con eso! Soy una mujer que no sabe ni dónde está parada. Lo único que se es que por fin desperté de una pesadilla de veinte años de duración. Saqué la cabeza del agua, ¿me entiendes? No quiero tener nada que ver contigo, ni con Ramírez, ni con tus “acontecimientos”. Así que muchas gracias, pero yo me voy de aquí apenas termine de comerme este conejo.
-Liebre.
-¡Da lo mismo! Yo me voy.
-No puedes, ellos te buscan -le dijo el selknam desde su nuca. Mariana se dio vuelta pero se vio a ella misma, por dentro.
-¿Quiénes me buscan, Ramírez y sus milicos? -preguntó. Un mareo le hizo cerrar los ojos. Vio a su madre en una bolsa de basura, con varios días de muerta.
-Ellos quieren hacerte desaparecer. Así, suelta, eres un peligro para su seguridad. Sólo siendo útil evitarás ser considerada “prioridad para terminación.” -Esta vez el selknam le habló en la forma de un recuerdo. Sintió que le había dicho esa frase tres horas atrás.
-Pero, ¿por qué me quieren muerta? Les conseguí la información que querían. Estoy segura que alcancé a transmitirla antes de que me descubrieran.
-A ellos no les interesaban esos datos. Ellos mismos te denunciaron a cambio de la información que realmente necesitaban y que era inaccesible para cualquier saboteador.
-No te creo.
-Te necesitan muerta para borrar toda evidencia de la operación.
-¡No te creo! El selknam la miró jadear.
-Da lo mismo, ya todo está hecho -se obscureció en meditación, inmóvil por las siguientes tres horas.
Mariana se recostó agotada. Durmió, despertó, se volvió a dormir. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su madre muerta.
Así que Ramírez la quería eliminar. Ellos eran demasiado poderosos, “si no cumples tu objetivo te venderemos como a una perra”, le habían gritado en el rostro.
Le resultaba extraño volver a pensar en su madre de esa manera. Durante años la enarboló como una herida que le inflamaba la rabia al destrozar a sus víctimas. Era su estandarte, su escapulario tatuado con sangre al pecho, un grito horrible que emergía desde su esternón como un foco de luz oscura iluminándole el camino hacia una sed de venganza jamás saciada.
Cuando mataba pensaba en ella y su dolor le daba fuerzas sobrehumanas y crueldad sin límites. Sólo el agotamiento detenía la carnicería, luego venía el llanto, el vacío.
Pero ahora se detenía en su imagen, “una perra, como tu madre”, le había gritado Ramírez. Su madre no era más que una sombra de su infancia, irradiando una energía misteriosa y abstracta. Nunca la vio moverse, nunca le escuchó decir una sola palabra, pero en su inocencia le parecía oírla diciendo frases de ternura, “que linda estás hoy, Marianita”, “que duermas bien, mi amor”. Incluso ahora sonreía sintiendo la caricia de esos artificios.
Ese día jugaba con guijarros en el patio de su casa, cuando vio a los perros arrastrar esa bolsa de basura. Mariana corrió a observar qué tesoro habían desenterrado sus amigos de cuatro patas. Lo que vio le abrió el corazón y la vida en dos partes.
-¿Por qué lloras? -preguntó el selknam.
-Tienes razón -sollozaba- ellos me quieren eliminar. Pero no me van a matar, me van a vender como a una “perra”, como mi madre.
El Reche la miraba estremecerse, se preguntaba por el tipo de reacción química anómala que se estaba produciendo al interior de ella.
-¿Qué es eso, qué es una “perra”? Explícame.
Mariana suspiró, se secó los ojos con la manta y miró lejos, hacia sus recuerdos.
-Las “perras” son un producto artesanal típico de los suburbios de Santiago de Chile.
>>Cuando la Trata de Blancas se volvió un negocio masivo, los traficantes comenzaron a refinar y diversificar sus procedimientos. Ya no sólo ofrecían productos caros, como niñas vírgenes o mujeres condicionadas para la esclavitud, también desarrollaron un producto de consumo masivo, barato y menos exigente: la “perra”.
>>El procedimiento es bastante sencillo. Secuestran mujeres, les extraen las cuerdas vocales, las córneas, médula espinal, un riñón y todo lo “cosechable” para el mercado negro de órganos. Luego les fríen el cerebro mediante un proceso artesanal muy lento y doloroso. Inducen pavor límite a través de punciones directas a la masa encefálica, inundan la corteza con pulsos eléctricos, producen el suicidio químico del yo. La corteza cerebral se fríe lentamente. A través de una interface gráfica podrías ver como les cortan los pezones que las sostienen a la realidad, como caen luego de espaldas al pozo negro de la catatonia, al útero sellado de la muerte en vida.
>>Es un proceso barato. Y para abaratarlo aún más, les amputan brazos y piernas para disminuir el costo de almacenamiento y transporte. Las cuelgan en bolsas a unos rieles frigoríficos donde mantienen sus metabolismos funcionando al mínimo, alimentadas con suero directo a las venas.
>>El transporte se hace en camiones de frío, viejos y sucios. He visto camiones abandonados con cargamentos completos, grandes cantidades de bolsas apiladas pudriéndose en el desierto, rostros incógnitos asomándose desde el plástico.
Mariana se detuvo, la mirada perdida, mirando sin mirar.
-Es extraño que se pierdan tantos cargamentos -continuó-. La policía no se mete si les das su parte y las mafias se protegen con favores políticos. Las “Perreras” son empresas prósperas.
-Desde fuera su planeta se ve como una vorágine de genitales y dientes, una herida supurada -agregó el selknam, fríamente-. Las personas que hacen uso de estos productos, ¿no corren riesgos?
-Si claro. Todo el proceso es artesanal y muy sucio. la posibilidad de adquirir una “perra” infectada no es baja. Aunque la infección más común no es biológica, sino producida por la mala manipulación de la psique al momento de “freírla”. La “perra” queda efectivamente inmóvil, pero consciente. El horror que siente la hace sudar en exceso, su musculatura vaginal se tensa y todo es un desastre.
>>La mayoría opta por ir de noche a algún basural y abandonarlas a las jaurías de perros que, por lo menos, aprovecharán su carne -la distancia con que Mariana se refería al tema parecía protegerla de su propio origen. Había algo defensivo en la naturalidad con que abordaba un tema tan espantoso.
-Las mujeres raptadas que presentan “potencial”, es decir, jóvenes y hermosas, no son mutiladas sino sólo “estupidizadas”. Aunque una “estúpida” semiinconsciente es un lujo al que muy pocos pueden pagar. Para los menos acaudalados están las “perras” de uso personal. Y para el resto la alternativa es ahorrar y comprar una “perra” con fines comerciales. Ese era el caso de mi padre.
Mariana se detuvo en ese punto del relato y todo se detuvo con ella. Su rostro no estaba en su lugar, la boca semiabierta incapaz de continuar y los ojos sin mirada en ellos.
-Tu madre era una “perra”, ¿cierto? Por eso el chantaje de Ramírez te aterra.
La mujer miraba un dibujo en la manta. Una espiral roja y negra sobre un fondo azulino representando la energía del “hikuri” de los huicholes.
-Ramiro, mi padre -continuó sin despegar la vista de la espiral-mantenía a mi madre en un cuartucho inmundo en el patio trasero de la casa. Ahí había un colchón grasiento, tubos de evacuación y el atril para el suero. Ella era su micro-empresa y su goce personal. Nunca le habían acomodado los jefes y los trabajos que el gobierno le conseguía eran rápidamente abandonados por su falta de disciplina, anegados por el alcohol y una furia incontrolable que estallaba en los momentos más inoportunos.
>>Era rentable tener una “perra” en un barrio de parias incapaces de solventarse una propia -Mariana esbozó una sonrisa muerta. Nunca había hablado de esto con nadie. Había intentado enterrar todo bajo capas de olvido inútiles. Ahora, en la primera oportunidad, todo afloraba fresco y reciente, dolorosamente nítido-. Todo funcionaba bien hasta que fue detenido por robar una botella de vino. Volvió a la casa siete meses después y para su sorpresa, encontró un bebé moribundo, apenas pataleando entre restos descompuestos de placenta, junto a la vagina destrozada de su “perra”. Agradeció a su buena fortuna cuando comprobó que era mujercita; una niña virgen era un producto muy escaso y muy caro, cuando cumpliera doce años valdría una pequeña fortuna.
>>Me alimentó y me cuidó. Yo pensaba que me quería, pero no era más que su inversión a futuro más preciada -Mariana nuevamente se detuvo para sonreír-. ¿Te das cuenta que nací gracias a una botella de vino? -pero la broma sonó vacía. Ella estaba vacía. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero se contuvo, volvió la vista hacia el valle y suspiró.
-No continúes si no lo deseas.
-No, no, está bien. Creo que así es mejor.
>>¿Sabes?, es extraño. Pero ni siquiera sé cómo se llamaba. Siempre me referí a “ella”, la que está en el cuarto de atrás. Nunca me incomodó no saber su nombre. Excepto aquel día en que no la encontré en su cuarto. El colchón estaba vacío y por primera vez se veía como lo que era: materia muerta, concha vacía. Salí corriendo a llamarla y no supe cómo, la palabra mamá no quiso salir por mi garganta. Entonces vi a los perros arrastrando esa bolsa de basura -las lágrimas de Mariana caían de un rostro indiferente, mirando hacia otro tiempo no tan lejano como ella quisiera-. Esa noche mi padre tomó demasiado licor. Enojado, insultaba a gritos a mi madre por la mala ocurrencia de haber muerto. Golpeó la mesa con la botella y maldijo con furia su deceso, los trozos de vidrio volaron por toda la habitación. Mi curiosidad pudo más y me asomé a mirar el desastre. De pronto sus ojos se clavaron en los míos como arpones. Durante dos eternos segundos el Universo completo se detuvo y me sentí cazada, inmóvil como una presa pequeña. Él avanzó y fui incapaz de huir. Apenas pude ver el puñetazo girando en el aire hacia mi mandíbula. Sumergida en estática negra, espesa, viaje de ida y vuelta a la nada.
>>Cuando regresé, me aplastaba el cuerpo de mi propio padre y sufría un insoportable dolor entre las piernas. Le rogué que se detuviera, lloré de dolor durante veinte minutos eternos intentando zafarme del abrazo asfixiante, de su lengua metiéndose en mi garganta, pero fue inútil. Algo enorme y quemante me partía los interiores. Pensaba que estaba intentando matarme de alguna forma horrible, apuñalada cientos de veces. La idea de que mi padre no me quería e intentaba matarme me paralizó. Entonces deje de luchar.
>>Cuando se levantó y se sentó en la silla junto a la mesa, yo estaba muerta, vacía, desmembrada. Mi alma había volado a otro lugar y mis ojos estaban clavados en un nudo de la madera en el techo. Recorrí todos sus detalles mientras mi padre se extendía en cuáles iban a ser mis deberes a partir de ese momento. “Desde mañana reemplazarás a tu madre”, dijo finalmente.
>>Se había hecho de noche nuevamente en la sierra. El selknam indicó la entrada a una caverna y entraron en silencio cargando las mantas y bolsos. Mariana se sentó sobre una de ellas, el selknam encendió fuego y esperó.
-Fui amarrada por el cuello al mismo colchón donde había muerto mi madre. En los siguientes cuatro años fui diariamente violada por todo un zoológico humano indescriptible, asqueroso, muy creativo y variado en su sentido del placer.
>>Manejaba la geografía de grietas, arrugas y manchas en las paredes como si fueran un espejo de mi mente. Eran mi libro de oración y mis puertas de escape.
-¿Cómo te liberaste? -preguntó el selknam.
-Un once de junio mi padre me desencadenó para lavarme la espalda y fumigar el colchón. Algo estalló en mi interior y me abalancé sobre él envuelta en alaridos inhumanos. Mi padre quizás no había notado que había crecido bastante, casi a la par con mi odio. Agarré su rostro y hundí mis pulgares en sus ojos. Él comenzó a gritar buscando la puerta, pero yo la había cerrado. Con el atril del suero le di un golpe seco en los testículos. Le quité el cuchillo que guardaba en el cinturón y le abrí el estómago. Le corté las orejas, la nariz, los dedos e introduje todo por la herida del abdomen, incluida la bolsa de suero y algunos trozos de madera. Le abrí la tráquea, le corté el pene y se lo introduje por la garganta.
>>Luego lloré a gritos, me bañe todo el cuerpo con su sangre y lloré hasta perderme. Devoré sus testículos con recogimiento.
>>Dormí acurrucada junto a su cadáver por tres días. La sangre había cuajado, el olor era insoportable, pero yo seguía abrazada a él.
>>No recuerdo muy bien, pero creo que uno de mis clientes habituales fue quien me sacó de ahí. Me vistió, me alimentó y me cuidó con mucha compasión, luego lo maté y esparcí sus restos por toda la calle.
>>Rodé de pueblo en pueblo hasta ciudad de México. Conseguí un espacio en el subterráneo y conseguí un nombre al matar pública y salvajemente al “jarocho”. El pobre sólo quería agarrarme una teta y terminó con sus manos dentro de su estómago. Entre el público había un hampón de origen colombiano que se impresionó con mi acto y comenzó a protegerme a cambio de pequeños “favores”. Me volví adicta al maíz a los 16 años, luego todo se vuelve difuso. Día y noche nos consumíamos en una tormenta de fuego y entre la niebla de mi inconsciencia mataba a uno o dos enemigos del colombiano, lloraba de alegría. Me volví adicta al odio y a la carne de hombre.
>>Un día desperté y el colombiano estaba regado por toda la habitación. Tuve que huir a los suburbios exteriores y comenzar a trabajar por mi cuenta. Ahí me encontró Ramírez. Cuando desperté, estaba metida cien metros bajo tierra robándole datos al Banco de México.
>>Estoy cansada, compadre. Como después de una noche de pesadilla de veinte años de duración.
>>No sé si es tarde para comenzar una vida nueva, pero lo voy a intentar.
-Ellos no te van a dejar.
-Me voy a esconder.
-Te van a encontrar -Mariana apretó las mandíbulas porque en el fondo sabía que tenía razón. Lo miró con rabia, quería esa esperanza, realmente quería tener la esperanza y ese bicho se la negaba.
Era un bicho realmente extraño, algún mecanismo impedía que pudiera recordar sus facciones, aunque lo mirara fijamente siempre tenía la sensación de estarlo mirando por primera vez.
-¿Y qué quieres que haga?.
-Completa tu objetivo original. Descubre la tecnología que produjo al “transpuesto” de Sonora.
-Ellos ya me dejaron fuera de la operación.
-Ellos no tienen nada. Tú eres la que está en el camino de los acontecimientos. Tú eres la que va a descubrir todo. Si estoy junto a ti es porque necesito saberlo y tú eres la que lo va a descubrir.
Mariana resopló y se puso de pie con un quejido. Se estiró como un gato y bostezó.
-Yo ya no tengo objetivo. Me voy a esconder por un tiempo en Perú. Tengo unos amigos en Arequipa que trafican buen software narcótico y podrían…
-Ellos te van a encontrar -la interrumpió.
-¡Déjame en paz, insecto de mierda! -restalló con furia.
El selknam la miró en silencio por unos segundos -me voy a sentar en esa roca a mirar tu futuro- y avanzó tranquilamente para instalarse junto a la entrada de la cueva-. Tu única salida es seguir el curso de los acontecimientos y encontrar esa tecnología. Cualquier otro camino te lleva a la destrucción en pocas horas.
-Voy a intentarlo. Si nos hemos podido esconder aquí por tantos días, podré hacerlo en otro lugar también -insistió.
-Ellos no te dejarán libre a menos que sigas dentro del operativo. Fuera de él eres un cabo suelto.
-¡Pero si ya me dejaron fuera! ¿¡Es que no lo entiendes!? -gritó Mariana, pero no hubo respuesta, sólo el crepitar del fuego. El selknam ya no estaba ahí.

8. PEDRO, EL ERMITAÑO
La mujer se dejó caer en el suelo de la caverna, agotada. El selknam tenía razón, ellos nunca la dejarían ir con todos esos datos en su interior. Debería esconderse y huir durante mucho tiempo antes de encontrar la paz. “Por lo menos en este lugar puedo estar segura unos días”, pensó a la vez que buscaba con la mirada las mantas para dormir.
-Hola, Mariana -una voz gutural que no era la del selknam, se arrastró desde la entrada de la caverna. Había algo de burlón en el acento.
-¿Selknam?.
-No, Marianita. Soy el que te va a liberar. El que te va a arrastrar por los cabellos desde aquí hasta ciudad de México. Soy el brazo que te lanzará hacia tu destino, fundida como hierro candente en el volcán de la fe.
A medida que hablaba, una silueta se definía, avanzando por la caverna, acercándose hacia ella.
El miedo comenzó a invadirla -Selknam, ¿dónde estás? -instintivamente buscó alternativas de fuga, armas, piedras. Para su espanto se encontró indefensa y acorralada contra el fondo de la caverna.
-¡Selknam, ayúdame! -le gritaba al bulto indefinido, sentado junto a la
entrada sin ningún atisbo de actividad, en que se había convertido el Reche.
-Tranquila, mi amor. Sólo quiero tu cerebro. Tu alma se podrá quedar en lo que reste de ti, una vez que finalice -se acercó a la luz de la fogata y entonces pudo verlo, pero su mente difícilmente pudo comprender lo que se le aparecía ahí frente a sus ojos. Una entidad difusa, fuera de foco, desplazándose arrítmicamente de izquierda a derecha sin transiciones como una película mal proyectada. Un engendro inexplicable que se dividía en tres colores que volvían a ser uno. Su voz salía de un punto en el espacio que sólo a veces coincidía con su boca. Algunas “cosas” lo orbitaban.
-Bésame, Marianita -le susurró la voz, extendida hasta el oído de la mujer como un dedo pegajoso.
-¡Seeelknam! Hijo de la conchetumadre ¡Ayúdame! -gritaba.

* * *
Alvarado limpiaba con elegancia sus anteojos, que usaba esporádicamente más con la intención de parecer intelectual que para corregir un casi inexistente problema visual. Los limpiaba con calma y elegancia, como correspondía a un caballero de noble origen. Su antepasado directo era uno de esos europeos salvajes arrojados a las costas mexicanas hirviendo de codicia, domesticados luego por el lujo que compraron con el oro robado a los indígenas. Por sus venas corría la sangre de los nobles ladrones que habían clavado la espada en tierras nahuatl, nobles que aún mamaban de la herida abierta sin atisbo de saciarse. Eran los dueños desde esos tiempos y lo seguirían siendo.
-Necesito que el tema “Mariana” quede resuelto antes de hoy en la noche -le dijo a Ramírez de un punto a otro de la sala, para que todos escucharan-. Se acabaron las excusas y me veré forzado a tomar medidas más drásticas -agregó con el tono en que su casta se dirigía a la servidumbre. -La operación está sufriendo enormes retrasos por tu incapacidad para deshacerte de una puta -y lo miró directamente a los ojos sin pestañear. Ramírez hervía, pero sabía que tenía razón.
A pesar de la amargura que le producía verse humillado frente a sus subordinados, todos de origen popular, contestó calmadamente.
-Pedro, el ermitaño, ya la debe haber rastreado.
-¿Sabes? Nunca entendí por qué es tan especial ese Pedro ¿Es algún agente o sólo otro de esos mercenarios que recoges de las calles?
-Pedro Damián, el ermitaño, es un selknam psicótico. Un embrión mal desarrollado que se obstinó en vivir. Su cerebro es inestable como toda su existencia. Su lóbulo temporal continúa, en otra dimensión, hacia el cerebro de un tiburón blanco. Su cuerpo deforme no está del todo en nuestro espacio, se remueve y vibra como una imagen de video deteriorada.
No es fácil describirlo, pero ante su presencia se tiene la sensación de una anomalía perversa, de existencia corrupta. Muchos de nosotros pensamos que ofende a Dios.
Alvarado había cambiado de expresión a medida que oía los detalles.
-Suena espantoso.
-Lo es. Es una pesadilla viviente.
-¿Cómo es que algo así trabaja para nosotros?
-Entiende que no trabaja oficialmente para nosotros.
-Si, entiendo- sonrió -tú trabajas en los límites de lo permitido. Eres el basurero que se encarga del “trabajo sucio”, ¿no?.
-Si, Alvarado -dijo disimulando su amargura- soy de los que le recogen la basura a tipos como tú.
>>Pedro, el ermitaño, hace trabajos para nosotros a cambio de “miedo residual”.
-Parece que hay varias cosas que no me informaron cuando me enviaron a este agujero ¿Qué es “miedo residual”, por el amor de Dios?.
-Todas las unidades operacionales como la nuestra, trabajan con médiums, contactados, poseídos y entidades psíquicas altamente tóxicas. Se necesita un complejo sistema de extracción y limpieza en las redes de aire acondicionado. Las infecciones que pueden producirse son realmente peligrosas, si vieras las imágenes que obtenemos con los filtros adecuados se te pondrían los pelos de punta. Quizás por eso no te contaron nada -sonrió viendo la cara de preocupación que comenzaba a aparecer en Alvarado-. Hace algunos años conseguimos convertir en datos los procesos chamánicos de exorcismo y desarrollamos extractores que están constantemente filtrando la carga en las auras de los operarios, quebrando “presencias”, absorbiendo la pena que emanan algunas entidades; absorbiendo algunas almas que se han arrastrado hasta nosotros evadiendo los firewalls, sedientas de calor humano, a través de las carreteras que abrimos entre mundos.
>>Todo lo extraído se reduce en unas cámaras de disolución. Los dolores demasiado gruesos se fijan con estática a unas barras de ferrita del tamaño de una mano. Les llamamos “miedo residual” y Pedro, el ermitaño, tiene un especial gusto por ellas.
-¿Cómo? -Alvarado se reía nerviosamente-. ¿Le pagamos con almas en pena?- sonrió cruzándose de piernas y brazos, pensando “este cabrón realmente lo está disfrutando”.
-Si no me crees -dijo Ramírez y modificó la función en la pantalla de su monitor- te puedo contar que en estos momentos hay algo parecido a un niño trepando abrazado a tu pierna derecha y una entidad, vagamente similar a un pulpo, está adherida a tu espalda intentando penetrar tus chakras con sus tentáculos -Alvarado hizo una mueca parecida a una sonrisa y tragó saliva. Todos los operarios miraban expectantes la pequeña venganza de Ramírez. De pronto sonaron todas las alarmas y las luces enrojecieron.
-¡Señor, Pedro encontró a Mariana! -Ramírez corrió hacia el puesto del controlador y le palmoteó la espalda-. Bien, muchacho. Abre la comunicación ¿Tenemos imagen?.

* * *
-¡Seelknaaam! ¡Este huevón me quiere matar! ¡Ayúdame desgraciado! – Mariana respiraba agitadamente.
Pedro se hundió la mano en el ojo derecho y giró algo que sonó como un switch, una nube se formó en torno a él y lo hizo desaparecer. De la nube emergió la imagen de la madre de Mariana levitando hacia ella. La mujer entró en pánico.

* * *
-¿Qué ocurre? -preguntó Alvarado inclinándose sobre el monitor-. Ahora se ve distinto.
-Pedro tiene disociados todos los componentes de su psique. Su ego, su yo y todas sus capas psicológicas tienen vida independiente en torno a él. Lo orbitan, entran y salen frenéticamente.
>>“Eso” que está viendo Mariana es su arma más peligrosa -continuó-. Su ánima es una entidad femenina voraz e infecciosa, sus raíces penetran tu psique desde el inconsciente colectivo e inocula recuerdos tóxicos en tu mente que se reproducen y copan tu memoria. Es capaz de reencarnarse en cualquier estructura, puede hacer vivir a un cuchillo o una montaña pequeña. Es un conjuro negro personificado.
-”Eso” ¿es parte de Pedro? -preguntó Alvarado con nerviosismo.
-Es la entidad “Juana”. Su sonda, su proyectil, su perro guardián, su amante, su tarot, su droga. Veneno psicológico vivo.
-Recuerda que no debe dañarla, sólo capturarla ¿Podrá entender eso?

* * *
-¡No me toques! -Mariana gritaba completamente fuera de sí frente a la visión fantasmagórica de su madre mutilada. La veía desde todos los puntos de vista y era capaz de leer la estructura molecular de toda su piel.
Comenzó a vomitar.
-No quiero hacerte daño, hija mía. Sólo quiero llevarte conmigo para que disfrutes este calvario. Sólo quiero nos abracemos en esta muerte antes de la muerte -extendió un brazo desde la zona de su corazón y la tocó entre los ojos. Mariana estaba siendo inoculada con veneno psíquico directo a sus neuronas, pulsos cargados con los recuerdos atroces de las “perras”. Se desorbitaban sus ojos, el cuerpo completamente crispado; se orinó y le faltaba la respiración. Sentía que una mantarraya le envolvía el cerebro con un color hediondo lleno de microbios catódicos. Anémonas electrónicas interviniendo sus sistemas, colonias de parásitos mnemónicos proliferando en los resquicios de su masa encefálica.
-Ahorita te vas conmigo a Colombia, Mariana. Que pinche “perrita” vas a ser. Pero como soy todo un bromista, vas a estar consciente todo el tiempo, mi chula.

* * *
-No vamos a hacer eso -dijo Alvarado- ¡díselo ya!
-Bien, el trato era que si ella no cumplía la íbamos a…
-¡No, imbécil! -le gritó en la cara y perdiendo toda la compostura, lo aferró de una solapa. Ramírez lo miró más sorprendido que molesto.
-¡Te ordeno que controles a esa cosa de inmediato! -Ramírez se soltó de un manotazo. Desde el comunicador se escuchó una voz extraña.

* * *
-Ya está bien. Suéltala -dijo el selknam y desplazó el espacio que ocupaba Pedro un milímetro hacia la izquierda. El demonio alcanzó a huir por una puerta y entrar inmediatamente tras el Reche en la forma de una ola de ira roja.
El selknam huyó dos años hacia el pasado, a un momento en que Pedro meditaba, y le enterró un estilete de metal en su columna. Saltó hacia una grieta de tiempo y cayó al presente de cara a una ola roja bastante más débil, la esquivó con un pase de Aikido y, tomando el mango del estilete, le arrancó la columna vertebral de un elegante tirón.
Pedro cayó de bruces.
El selknam, inmóvil en el gesto, la columna colgando de su mano.
El silencio, el crepitar del fuego.
Mariana en el suelo, desvanecida.

* * *
-¿Qué pasó? -preguntó Ramírez.
-No tengo idea quién es ese huevón -dijo Alvarado- pero te salvó de una caada mayúscula.
-Verifiquen si todavía tenemos comunicación con los aparatos de Pedro -reaccionó mecánicamente el militar, sorprendido por la aparición del selknam y la particular preocupación de Alvarado por Mariana.

[…continúa en TauZero #3]

El monstruo Subatómico

Por Isaac Asimov

[…] Electricidad y magnetismo están íntimamente relacionados; en realidad, resultan inseparables. Todo lo que posee un campo eléctrico tiene un campo magnético, y viceversa. De hecho, los científicos normalmente hablan de un campo electromagnético, más que de un campo eléctrico o magnético por separado. Hablan de la luz como de una radiación electromagnética, y de la interacción electromagnética como de una de las cuatro interacciones fundamentales de la Naturaleza.

Naturalmente, pues, no resulta sorprendente que la electricidad v el magnetismo, cuando se consideran por separado, muestren numerosas semejanzas. Así, un imán tiene dos polos, que presentan extremos opuestos, por así decirlo, de propiedades magnéticas. Les llamados «polo norte» y «polo sur». Existe una atracción entre los polos norte y sur, y una repulsión entre dos polos norte o entre dos polos sur.

De forma semejante, un sistema eléctrico tiene dos extremos opuestos, que llamamos «carga positiva» y «carga negativa». Existe una atracción entre una carga positiva y otra negativa, y una repulsión entre dos cargas positivas o entre dos cargas negativas. En cada caso, la atracción y la repulsión son de intensidades iguales, y tanto la atracción como la repulsión se hallan en proporción inversa al cuadrado de la distancia.

Sin embargo, queda una enorme diferencia de una clase.

Suponga que tiene una varilla de material aislante en la que, de una forma u otra, ha producido en un extremo una carga negativa y, en la otra, una carga positiva. Así, pues, si se rompe la varilla por la mitad, una de esas mitades tiene una carga completamente negativa, y la otra mitad es enteramente positiva. Y lo que es más, existen partículas subatómicas, como los electrones, que llevan sólo una carga negativa y otros, como los protones, que llevan sólo una carga positiva.

No obstante, supongamos que tiene un imán largo, con un polo norte en un extremo y un polo sur en el otro. Si lo rompemos por la mitad, ¿existe una mitad enteramente polo norte y otra mitad enteramente polo sur?

¡No! Si se parte un imán en dos, la mitad del polo norte, al instante, desarrolla un polo sur en donde se ha roto, mientras que la mitad del polo sur desarrolla en el punto de ruptura un polo norte. Es imposible hacer nada para que cualquier objeto posea sólo un polo magnético; ambos están siempre presentes. Incluso las partículas subatómicas que poseen una carga eléctrica y, por ende, un campo magnético asociado, poseen un polo norte y un polo sur.
Tampoco parece que existan partículas subatómicas concretas que lleven solo polos norte o sólo polos sur, aunque hay incontables partículas subatómicas que llevan sólo cargas positivas o sólo cargas negativas. No parece existir algo, en otras palabras, como un «monopolo magnético».

Hacia 1870, cuando el físico escocés James Clerk Maxwell elaboró por primera vez las relaciones matemáticas que describían el campo electromagnético como un fenómeno unificado, presentó el mundo con cuatro concisas ecuaciones que parecían totalmente suficientes para el propósito para el que habían sido ideadas. En caso de haber existido monopolos magnéticos, las cuatro ecuaciones hubieran sido bellamente simétricas, con lo que electricidad y magnetismo habrían representado una especie de imagen de espejo uno del otro. Sin embargo, Maxwell dio por supuesto que los polos magnéticos siempre existían por parejas, mientras que las cargas eléctricas no, y esto, forzosamente, introducía una asimetría.

A los científicos les disgustan las asimetrías, puesto que ofenden el sentido estético e interfieren en la simplicidad (el desiderátum de la ciencia perfecta), así que ha existido siempre una constante sensación de que el monopolo debería existir; de que su no existencia representa un defecto en el diseño cósmico.
Después de que fuese descubierto el electrón, se llegó a saber finalmente que la carga eléctrica está cuantificada; es decir, que todas las cargas eléctricas son múltiplos exactos de algún valor fundamental más pequeño.

Así, todos los electrones poseen una idéntica carga negativa y todos los protones una carga positiva idéntica, y las dos clases de carga son exactamente iguales la una a la otra en tamaño. Todos los otros objetos con carga conocidos tienen una carga eléctrica que es exactamente igual a la del electrón, o a la del protón, o es un múltiplo exacto de una u otra.

Se cree que los quarks tienen cargas iguales a 1/3 y 2/3 de la del electrón o protón, pero los quarks no han sido nunca aislados; e incluso aunque lo fuesen, esto meramente representaría que el valor fundamental más pequeño es un tercio de lo que se creía que era. El principio de la cuantificación permanecería.

¿Por qué la carga eléctrica debe cuantificarse? ¿Por qué no podría existir en un valor desigual, exactamente como lo hace la masa? A fin de cuentas, la masa de un protón es un múltiplo enteramente desigual de la masa de un electrón. ¿Por qué no habría de ocurrir lo mismo con la carga?

En 1931, el físico inglés Paul A. M. Dirac planteó la cuestión de una forma matemática, y llegó a la decisión de que esta cuantificación de la carga sería una necesidad lógica si existiesen los monopolos magnéticos. En realidad, aun cuando hubiese sólo un monopolo en algún lugar del Universo, la cuantificación de la carga sería una necesidad.

Resulta tentador argumentar a la inversa, naturalmente: puesto que la carga eléctrica está cuantificada, los monopolos magnéticos deben existir en algún lugar. Parecía acertado buscarlos.
Pero ¿dónde y cómo pueden encontrarse, si es que existen? Los físicos no lo sabían y, lo que era peor, no estaban seguros de cuáles podrían ser las propiedades de esos monopolos. Parecía natural suponer que eran partículas con bastante masa, porque de no serlo no serían muy comunes y no podrían producirse con facilidad en el laboratorio; y esto explicaría el por qué nadie había tropezado con ellos de manera accidental.

No existió ninguna guía teórica hasta los años setenta, cuando había gente elaborando algunas grandes teorías unificadas con el propósito de combinar las interacciones débiles, fuertes y electromagnéticas, todo ello bajo una simple serie de ecuaciones.

En 1974, un físico neerlandés, Gerard’t Hooft, y un físico soviético, Alexandr Poliakov, mostraron, de forma independiente, que de las grandes teorías unificadas podía deducirse que los monopolos magnéticos debían existir, y que no tienen meramente mucha masa, sino que son unos monstruos.

Aunque un monopolo sería aún más pequeño que un protón, envuelta en su pequeñez podría haber una masa de entre diez trillones y diez cuatrillones de veces la del protón. Si se encontrase en el extremo superior de este ámbito, un monopolo tendría un equivalente en energía de 10.000.000.000.000.000.000.000.000.000 electrón-voltios (10E28 eV).

¿Y qué cantidad sería eso en masa? Al parecer, un monopolo magnético podría tener una masa de hasta 1,8E-9 gramos. Esto equivale a la masa de 20 espermatozoides humanos, todos metidos en una sola partícula subatómica.

¿Cómo pueden formarse estos monstruos subatómicos? No existe modo alguno de que los seres humanos puedan encerrar tanta energía en un volumen subatómico de espacio, ni en la actualidad ni en un futuro previsible. En realidad, no existe ningún proceso natural que tenga lugar en alguna parte del Universo ahora (por lo que sabemos) que pudiera crear una partícula con una masa tan monstruosa.
La única posibilidad es volver al Big Bang, o gran explosión inicial, cuando las temperaturas eran increíblemente elevadas y las energías estaban increíblemente concentradas. Se calcula que los monopolos debieron formarse sólo 1E-34 segundos después del Big Bang. Después, el Universo habría sido demasiado frío y demasiado grande para este propósito.

Probablemente, se formaron los monopolos norte y sur, quizás en cantidades enormes. Probablemente, un gran número de ellos se aniquilaron los unos a los otros, pero cierto número debió de sobrevivir, simplemente porque, por pura casualidad, no llegaron a encontrar otros del tipo opuesto. Después de que los monopolos sobrevivieran cierto tiempo, la firme expansión del Universo hizo cada vez menos probable que se produjesen colisiones, y esto aseguró su ulterior supervivencia. Por lo tanto, hoy existe cierto número de ellos flotando en torno del Universo.

¿Cuántos? No demasiados, pues por encima de cierto número el efecto gravitatorio de esas monstruosas partículas hubiera asegurado que el Universo, antes de ahora, alcanzase un tamaño máximo y se derrumbase de nuevo por su propio impulso gravitatorio. En otras palabras, podemos calcular una densidad máxima de monopolos en el Universo simplemente reconociendo el hecho de que nosotros mismos existimos.
Sin embargo, aunque en escaso número, un monopolo debería, de vez en cuando, moverse en las proximidades de un aparato de grabación. ¿Cómo podría detectarse?

En un principio, los científicos, suponían que los monopolos se movían a casi la velocidad de la luz, como lo hacen las partículas de rayos cósmicos; y corno las partículas de rayos cósmicos, los monopolos deberían estrellarse contra otras partículas en su camino y producir una lluvia de radiación secundaria que se podría detectar con facilidad, y a partir de la cual el mismo monopolo se podría identificar.

Ahora que se cree que el monopolo es de una masa monstruosa, las cosas han cambiado. Estos enormes monopolos no podrían acumular suficiente energía para moverse muy rápidamente, y se estima que deben de viajar a una velocidad de un par de centenares de kilómetros por segundo; es decir, menos de una milésima parte de la velocidad de la luz. A tan bajas velocidades, los monopolos simplemente se deslizarían al lado y a través de la materia, sin dejar ninguna señal de la que hablar. Es posible que esto explique el que hasta aquí no se hubieran descubierto los monopolos.
Bueno, entonces, ¿qué debe hacerse?

Un físico de la Universidad de Stanford, Blas Cabrera, tuvo una idea. Un imán que impulse energía a través de una bobina de cable enviará una oleada de corriente eléctrica a través de ese cable. (Esto se conoce desde hace un siglo y medio.) ¿Por qué no instalar una bobina así y esperar? Tal vez pasaría un monopolo magnético a través de la bobina y señalaría su paso mediante una corriente eléctrica. Cabrera calculó las posibilidades de que esto sucediera basándose en la densidad más alta del monopolo dado el hecho de que el Universo existe, y decidió que semejante eventualidad podía ocurrir como promedio, cada seis meses.

Por lo tanto, Cabrera instaló una bobina de metal de niobio, y la mantuvo a una temperatura cercana al cero absoluto. En esas condiciones, el niobio es superconductor y posee una resistencia cero ante una corriente eléctrica. Esto significa que si de alguna forma comienza a fluir por el mismo una corriente, esa corriente fluirá de manera indefinida. Un monopolo que pase a través de la bobina no dará lugar a una oleada instantánea de corriente, sino a una corriente continua.

Naturalmente, una corriente podría ser iniciada por cualquier viejo campo magnético que se encontrase cerca; el propio campo magnético de la Tierra, los que son establecidos por cualquiera de los mecanismos técnicos que le rodean, incluso por pedazos de metal que se estén moviendo porque se encuentran en el bolsillo de alguien.
Por tanto, Cabrera colocó el carrete dentro de un globo de plomo superconductor, el cual estaba dentro de un segundo globo de plomo superconductor. Los campos magnéticos ordinarios no traspasarían el plomo superconductor, pero un monopolo magnético sí lo haría.
Aguardó durante cuatro meses y no sucedió nada. El nivel de corriente, señalado en un rollo móvil de papel, permaneció durante todo ese tiempo cerca de cero. Esto en sí era bueno. Demostraba que había excluido con éxito los campos magnéticos al azar.
Luego, a la 1.53 de la tarde del 14 de febrero de 1982, se produjo un flujo repentino de electricidad, y en la cantidad exacta que cabría esperar si hubiese pasado a través de allí un monopolo magnético.

Cabrera comprobó todas las posibles eventualidades que podían haber iniciado la corriente sin la ayuda de un monopolo, y no pudo encontrar nada. El monopolo parecía la única alternativa posible.
Así pues, ¿se ha detectado el esquivo monopolo? En este caso, se trata de una notable proeza y de un fuerte apoyo a la gran teoría unificada.

Sin embargo, el problema es que no se repitió ese suceso único, y resulta difícil basar algo en un solo caso.

Asimismo. La estimación de Cabrera del número de monopolos que están flotando por ahí se basaba en el hecho de que el Universo se encuentra aún en expansión. Algunas personas creen que existe una restricción más fuerte derivada de la posibilidad de que los monopolos que flotan por la galaxia borren el campo magnético galáctico general. Puesto que el campo magnético galáctico aún existe (aunque sea muy débil), esto podría establecer un valor máximo de la densidad del monopolo aún mucho más bajo, tan bajo tal vez como 1/10.000 de la cifra de Cabrera.

Si eso fuese así, cabría esperar que pasase un monopolo a través de su carrete una vez cada 5.000 años como promedio. Y en este caso que hubiese pasado uno después de esperar sólo cuatro meses es pedir una suerte excesiva, y se hace difícil creer que se tratase de un monopolo.

Sólo se puede hacer una cosa, y los físicos lo están haciendo. Continúan sus investigaciones. Cabrera está construyendo una versión mayor y mejor de su mecanismo, lo cual incrementará en cincuenta veces sus posibilidades de hallar un monopolo. Otros físicos están ideando otras formas de abordar su descubrimiento.

En los próximos años, la búsqueda del monopolo aumentará enormemente en intensidad, porque hay mucho en juego. Su descubrimiento definitivo nos proporcionará una indicación de las propiedades del monstruo subatómico y de sus números. Y a partir de ello, podemos aprender cosas acerca del principio del Universo, por no hablar de su presente y de su futuro, algo que, en caso contrario, tal vez jamás averiguaríamos.

Y, naturalmente, hay un Premio Nobel que está esperando a alguien.

Fragmento tomado del libro de divulgación científica El Monstruo Subatómico: una exploración de los misterios del universo por Isaac Asimov. ©1993, Salvat Editores, S.A. Barcelona. España