por Jorge Baradit
Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético.
Planeamos el desarrollo de la Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo.
Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres.
Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.
-Transmisión pirata emitida a fines del siglo XX en la forma de un virus informático para usuarios. El contenido fue decodificado, por error, sesenta años después-
Es el atardecer de la segunda semana de febrero.
Como todos los días a esta hora la boca monstruosa de la Coatlicue devora los colores, la luz y el calor con su lengua helada de madre terrible.
La vida del planeta se escurre lentamente por el oriente.
* * *
Un nahuatl mira hacia el cielo con melancolía. La noche derrama sus negras lágrimas sobre el cielo de México y los engranajes del calendario celeste sólo le confirman, con su caligrafía congelada, lo que su estirpe sabe desde hace décadas: la matemática tropezó consigo misma, los números comenzaron a fallar, la realidad está muriendo.
A sólo unos kilómetros de ahí un hombre pintado de azul araña la tierra con sus gemidos, arrastrándose dolorosamente por el centro geométrico del desierto de Sonora.
Lloran todos los médiums en 800 kilómetros a la redonda. Hacia donde miran ven de frente el rostro del doliente que se arrastra. Pareciera ser el espíritu del desierto que muere, saliendo a jirones por la boca del desgraciado en la forma de cuchillos kirlian y frecuencias electrónicas desgarradoras. Los aullidos del hombre pulsan como una inflamación en los scanners. Son rítmicos a la manera de un código o una serie matemática, espasmos binarios de dolor digital. Estridencia astral que copa los receptores de microondas y que ha mantenido despierta a la unidad del ejército mexicano “Iztacuauhtli” toda la noche frente a los monitores.
1. RAMIREZ
-¡Quiero la ubicación de la fuente de las anomalías y la quiero ahora!- gritó el comandante Ramírez. Llevaban horas recibiendo reportes acerca del extraño comportamiento de la realidad en distintos Estados de la Federación Mexicana. Pronto el Ministerio del Interior comenzaría a hacer preguntas para las que no había respuestas. Además, todos conocían la difícil situación que atravesaba el militar. Los técnicos del Departamento de Estado habían descubierto que, en una de sus vidas pasadas, Pablo Ramírez Escobar había sido un asesino a sueldo. También habían conseguido rastrear hacia atrás un componente de su estructura psíquica hasta una mujer que había exigido a gritos la Crucifixión. La Iglesia, políticamente muy poderosa, vetaba secretamente ese tipo de nexos escandalosos y las instrucciones del gobierno eran claras al respecto desde hacía varios años, “Sólo almas nuevas o de probada pureza pueden acceder a los puestos de poder”.
Ramírez era un animal en extinción, desesperado por justificar su existencia en una sección perdida al fondo del escalafón militar mexicano. Lo que menos necesitaba eran problemas. Había trepado desde el fondo de la carrera militar con mucho esfuerzo, sin apoyo y a base de grandes sacrificios. Sumiso hasta la humillación con sus superiores, soñaba con las balas que reservaba para cada uno de ellos, guardadas en el fondo de su corazón como el veneno de una araña pequeña, acurrucada en un rincón esperando su momento.
-Si no tengo el informe en 5 minutos voy a comenzar a cortar cabezas – gruñó.
-El informe aún no está completo, señor… La zona está muy inestable y las comunicaciones se cortan con facilidad. P…pero podría leer el boletín preliminar… señor -dijo un operario, muy nervioso. Ramírez hizo un gesto casi imperceptible con la cabeza y el subalterno comenzó a leer.
-El grupo 3 informa que, pasadas las 4 de la madrugada, hizo contacto con la fuente de las anomalías. “Nuestro grupo estaba compuesto por dos sargentos, una médium, dos niños y tres perros implantados para búsqueda. En las coordenadas adjuntas encontramos un fenómeno inesperado…” -el subalterno se detuvo y miró a Ramírez-. El detalle indica que hallaron algo que definieron como un “transpuesto”, señor. Una malformación difícil de explicar. Un hombre agónico con su alma “desplazada”. Su existencia se encontraba “traslapada” entre su propio cuerpo, un cactus, una roca y una rata. El resto trataba de “aferrarse desesperadamente a la realidad, siendo succionada a jirones por la nada”, dice textualmente. Los perros se pusieron histéricos y lo atacaron con furia. Los sargentos intentaron accionar sus limitadores pero los perros habían enloquecido y tuvieron que matarlos. Los niños no han vuelto a controlar sus esfínteres desde entonces y la médium… bueno, ella murió al cabo de unos minutos y un equipo trabaja para determinar a la brevedad el paradero de su personalidad original. Ella maneja información clasificada y determinar la identidad de su siguiente reencarnación nos es prioritario.
Ramírez mantuvo la vista en el suelo. La situación era un completo desastre. Si se administraba con astucia no había nada mejor que una crisis para trepar posiciones.
-¿Alguna información sobre la procedencia de esta anomalía? -preguntó distraídamente.
-No, señor. Excepto una marca en su tobillo izquierdo. “Sujeto de prueba Nº21”, señor.
Ramírez se mordió repetidamente el labio inferior.
“Pruebas extranjeras en suelo mexicano con tecnología desconocida. Una grave amenaza sobre suelo patrio”, pensó.
-Perfecto -murmuró, y no pudo evitar una sonrisa.
2. MARIANA
Ella.
Ella crucificada y toda la humanidad naciendo violentamente entre sus piernas, como una multitud buscando comida.
El parto sangriento de toda una especie.
Ella como mater dolorosa de miles de Cristos, arrojados al polvo aullando, envueltos en placenta, amarrados de pies y manos, sanguinolentos después de atravesar la matriz erizada de púas de la Reina de la Colmena.
Ella clavada a los meridianos y auscultada desde adentro por insectos electrónicos.
* * *
-¡Ayúdenme! -gritó Mariana cuando abrió los ojos.
Sudaba copiosamente.
Siempre era lo mismo, soñar horrores y despertar asustada. Temblando, aferrada a imágenes horribles que retrocedían demasiado lento de su memoria cuando reingresaba a la realidad. Infierno personal. La muerte diaria cocinada en el óxido de la droga.
Siempre cansada de constatar que seguía viva, que tendría nuevamente que luchar para levantar su cuerpo adolorido de miembros hinchados, de olores avinagrados. Hediondez de resurrección.
Pero esta vez las cosas eran bastante distintas. Para su sorpresa, no despertó en su horrible cuartucho de las afueras de Puebla, esa celda de tres por dos metros contigua a otras de igual tamaño, habitadas por despojos humanos tan patéticos como ella misma y administrada por un matón que cobraba dos monedas por día a estos animales que noche a noche llegaban arrastrándose hasta su puerta. Celdas llenas de cucarachas y pulgas, hediondas a mierda porque casi todos eran adictos al “maíz”, droga que relaja los esfínteres y te deja tan agotado que después no tienes fuerzas para limpiar la inmundicia.
Esta vez despertó en una pulcra cabina de sueño, bastante lujosa, de esas instaladas bajo las aceras en el centro de ciudad de México. No se había orinado y estaba recién bañada. Miró en torno a ella los blancos cojinetes de espuma, las gavetas llenas de objetos olorosos. Sonrió, entre feliz y sorprendida. Entonces comenzó a recordar poco a poco.
Estaba en un callejón vigilando al tipo que le habían encargado liquidar. Era un traficante de “maíz” que se había metido en el territorio del “guajolote”, un mafioso que controlaba su imperio desde una enorme tina de baño llena de agua de mar. Había pedido que fuera Mariana, específicamente, la que se encargara del entrometido. No podía dar una mala señal a su competencia y la “chilena” era famosa por su crueldad en el arte de matar. Sería una buena advertencia para todos.
Llevaba dos días siguiéndole los pasos al traficante y había decidido que esa sería la noche del sacrificio.
Los efectos de las anfetaminas habían comenzado a agudizar los ángulos de su visión de gato y las manos se crispaban sobre sus cuchillos. La adrenalina subía a medida que el traficante se acercaba al callejón sin advertir al terrible animal agazapado que, erizado de garras metálicas, esperaba ansioso abrirle las carnes.
De pronto, Mariana sintió un dolor agudo en el cuello. Instintivamente se llevó la mano al lugar y recogió una aguja, un mareo la invadió y al minuto siguiente observaba a 3 metros de altura lo que le ocurría a su cuerpo abajo en el callejón. Había sido “dividida” químicamente.
Tres furgones militares sin marcas llegaron velozmente al lugar. Un equipo de enfermeros descendió de ellos, la desnudaron y fue sacada rápidamente de ahí casi sin ruido.
A partir de allí su memoria se convertía en retazos nebulosos de eventos inconexos: Un hombre bajo, de rasgos nahuatl, muy agresivo, de apellido Ramírez. Algo sobre un “transpuesto”; un encargo, el gobierno muy preocupado, amenazas… muchas amenazas. Ella vomitando, un golpe seco en la cara, un grito que le partió la cabeza; pero sobre todo la luz. Había demasiada luz.
Intentó recordar algo más pero le resultó imposible. Miró a su alrededor buscando la puerta de la cabina. Se palpó los costados y descubrió que le habían quitado sus cuchillos. Abrió las gavetas buscando algo que pudiera usar como arma, pero sólo encontró cremas y polvos cosméticos. Se sentó con las piernas cruzadas intentando pensar, sacudió su cabellera negra cortada a tijeretazos, como queriendo limpiarla de estática, suspiró y se decidió a salir.
La precaución con que abandonó la cabina era mecánica. Años de vivir tanteando el suelo y oliendo el aire de la jungla urbana, siempre cazador y siempre presa. Aunque esta vez se sentía más tranquila, sabía que si la hubieran querido juzgar ya estaría tras los barrotes de la cárcel de Oaxaca, y si la hubieran querido matar ya sería polvo disperso en algún suburbio de esta enorme costra metálica, ingobernable y llena de laberintos.
Subió la escalinata metálica que conducía hacia la calle con aparente relajo. El sol la encandiló suspendido ahí a medio camino de su muerte contra el horizonte de edificios. Reconoció el pasaje Motolínia, a sólo unos metros del Zócalo y en pleno centro histórico de Ciudad de México, corazón de la enorme megápolis que se extendía a kilómetros a la redonda sobre el antiguo lecho de un lago, el Anáhuac de los aborígenes. Ahora no era más que otra mala copia hipertrofiada de las megápolis europeas de antaño, un quiste extraño en el costado del continente.
México City, la “costra” le decían con desprecio. Desde el cielo se ve como una monstruosa ameba metálica engarfiada a la tierra como un parásito gris, emanando calor y mucho ruido electrónico. Las carreteras que se entierran en sus costados no cesan de inyectarle vegetales, trozos de animales, madera y combustibles que la ciudad devora y degrada generando más y más calor. Una reina monstruosa y obesa, incapaz de moverse, voraz e insaciable, sudando y defecando sin parar.
Entre los racimos de millones de seres humanos que se mueven en esa caldera, que mancha como un punto rojo sangre los mapas termales de los satélites, estaba Mariana, mirando a su alrededor la incesante actividad de la media tarde en Ciudad de México. Intentando entender todo lo que estaba ocurriéndole.
No podía recordar casi nada.
-Puta la huevá rara -murmuró rascándose la cabeza, sólo para descubrir pequeñas marcas de sutura en la zona de su parietal derecho, “¿implantes?”, pensó con horror.
-Debes ponerte en camino, la operación comenzará dentro de unos minutos- sonó la voz imperativa de Ramírez dentro de su propia cabeza, como un cuchillo hundiéndose en su masa encefálica.
-¡¡¿Quién los autorizó a implantarme, hijos de la chingada?!! -gritó la mujer tomándose la cabeza con las dos manos. El dolor entraba como un clavo a través de su cráneo.
-Tranquilízate. Somos el gobierno de México. Busca nuestras instrucciones entre tus recuerdos recientes.
-¡Pero si no soy nadie! -interrumpió. No entendía por qué el gobierno podía interesarse en ella. El gobierno prefería matar a la gente como ella en espectaculares purgas transmitidas en directo por la televisión.
No era más que una asesina de barrio miserable, el último depredador de la escala alimenticia. Mariana, la “cortapicos”, la “cuchillo”, la “chilena”. Evitaban verla cuando cruzaba la calle como un espectro doloroso y la mirada extraviada, a veces aún manchada con la sangre y el hedor de su último trabajo.
-Revisen la intensidad de la frecuencia… -escuchaba a lo lejos la voz de Ramírez hablando con sus técnicos. Qué tenía que ver el gobierno con ella, si era sólo un animal salvaje que mataba para drogarse, mientras esperaba desaparecer cualquier día, en cualquier esquina de esta Babilonia monstruosa tejida estrato sobre estrato con metal, fibra óptica y huesos humanos.
Ella, la “cortapicos”. Mataba sólo hombres en un ritual que ya era leyenda. Lloraba mientras despedazaba a sus presas.
-A unos metros te espera un automóvil blanco, ¿lo ves? Ahí encontrarás todo lo necesario para infiltrarte en tu objetivo. Deberás interceptar las cifras del Banco de México y analizarlas antes de la medianoche -la voz le reventaba los globos oculares, sentía claramente las uniones de su cráneo como cordones de fuego-. No debes fallar o morirás -cada palabra le producía el mismo efecto que golpes directos al mentón. Y la náusea.
Se sentó en el borde de la acera. No entendía nada.
-Están equivocados. Yo soy nadie… me duele tanto -murmuraba con los ojos apretados y llorosos, confundida por las voces y el dolor de su cerebro inflamado-. ¡Déjenme ir! -gritó.
-Cálmate, al parecer hay un problema en tus implantes de comunicaciones. No entres en pánico.
Mariana se puso bruscamente de pie -¡Déjenme en paz!-, gritó e intentó caminar, pero cayó de bruces, desmayada contra el concreto de la calle. La gente sólo esquivó ese bulto en su camino, nadie intentó socorrerla, nadie prestó atención tampoco a los vehículos que llegaron y a los soldados que se la llevaron. No era anormal un espectáculo de ese tipo en las calles de México.
Ella.
Ella dentro de ella, luchando por no ahogarse en oscuridad líquida. Enredada en sus intestinos, atrapada dentro de su cráneo.
Cuarenta Marianas amarradas dentro de un saco que cuelga de su propia columna vertebral.
Despertó muy confundida dentro de un vehículo de seguridad. Miró a su alrededor y sólo vio el interior de una cabina blanca que vibraba y se inclinaba mientras avanzaban hacia un destino desconocido.
Se sentía mucho mejor, es decir, demasiado bien para una junkie de 36 años que acababa de desmayarse de dolor.
-Espero que hayas notado el cambio -dijo Ramírez.
-¿A qué te refieres? -respondió con el pensamiento, sin articular palabra.
-Que bien. Aprendes rápido, chamaca -bromeó el militar-. Tuvimos que ajustar un par de cosas en tu cabeza. Disculpa si no puedes recordar tu vida entre los 20 y 22 años, debimos eliminar experiencias incompatibles con el software de comunicaciones. Tampoco recordarás lo que significa la palabra “semilla”, ni la sensación de tocar la corteza de un tronco de pino, pero no creo que te importe demasiado.
Mariana se sentía demasiado bien. La lenta caída en el pozo de la droga-maíz termina por hacerte olvidar el significado de “estar bien” física y mentalmente. Al final te conviertes en un organismo semiinconsciente, acosado por el frío y la necesidad; con la vista nublada y todos los sentidos abiertos a la paranoia y al único objetivo reconocible entre tanta estática: conseguir más.
“Quizás me limpiaron de la adicción”, pensaba. “Quizás me inyectaron alegría química”.
-Oye, Ramírez. Creo que cometieron un error. Yo no se nada de infiltraciones o espionaje, creo que….
-Silencio -la interrumpió el militar-. Lo que tú creas no importa.
-Ándate a la mierda. No tengo ninguna intención de trabajar para el gobierno, cabrones de la puta. Ahora mismo…-no terminó la frase, algo le ocurría a su cabeza. Fue violentamente inundada con vértigo sintético, las paredes se alejaron y todo comenzó a dar vueltas; un sonido agudo se clavó de lado a lado entre sus oídos. Vomitó, las venas le estallaban, pánico, sudor helado.
-Vas a trabajar para nosotros te guste o no. Además, no es necesario que seas experta en nada, tienes la cabeza llena de chips “recipientes” capaces de alojar a los espíritus de decenas de colaboradores muertos: médicos, asesinos, ingenieros, etc. Tenemos “oficinas en el más allá”, querida. Nuestros “contactados” reclutan a cientos de espíritus, todos gustosos de cooperar a cambio de volver a sentir el mundo, aunque sea a través de una marioneta como tú. No te preocupes, ellos harán el trabajo por ti.
El vehículo zumbaba meciendo su estructura y meciendo los órganos de la mujer que, acurrucada en una esquina, luchaba por fijar la mirada en un punto y recuperar la estabilidad.
-El grupo que escogimos para ti es particularmente eficiente. Si tu cooperación finalmente nos satisface, serás liberada, exorcizada por expertos y tu cuenta corriente sufrirá un repentino abultamiento. Con papeles nuevos y dinero podrás comenzar una nueva vida en cualquier lugar del mundo… excepto en México, por supuesto.
-La vida no es para mí -murmuró mientras se limpiaba la boca y recuperaba la calma-. Creo que dios se equivocó al mandarme para acá. Quizás soy un ángel que quería tener experiencias fuertes -sonrió con dificultad.
-Si no cooperas -agregó Ramírez, tomando un tono sombrío- será peor que morir, te lo aseguro. Terminarás tus días como una prostituta-esclava en algún suburbio inmundo de Colombia -Mariana palideció-, Mutilada, sin brazos, sin piernas, incapaz de moverte; violada 8 a 10 veces al día por vagabundos y drogadictos durante algunos años. Seis, tal vez cuatro, con suerte -Ramírez sabía que había tocado un punto sensible, la mujer estaba paralizada-. Te venderemos como a una “perra”, igual que tu madre -algo brotó frío y áspero desde su corazón para recorrer toda su piel-. Si nos ayudas, tendrás una vida de verdad. Sabemos que quieres salir de la inmundicia, además, tendrías el agradecimiento eterno del pueblo de México y de todo el mundo libre -concluyó, sarcástico.
Mariana miró hacia la oscuridad de la única ventana en el vehículo. Afuera no se veía nada, afuera no había nada. Apretó las mandíbulas e intentó controlar su angustia.
-Díganme qué tengo que hacer.
Así, mientras los técnicos le transmitían las instrucciones en código mnemónico por debajo de su conciencia, Mariana se perdía en un recuerdo al fondo de un reflejo en la moldura plástica cromada del vehículo. Ejercitaba el viejo juego de perderse en un detalle de la pared para evitar el dolor, el mandala que abría para huir de su cuerpo cuando era niña y su padre no era su padre. Los detalles juguetones en los reflejos de sus pupilas llameantes en esas noches de terror de su infancia. Puertas a través de las que entraba para encerrarse en la dolorosa fortaleza donde se congelaba de soledad.
El ruido del vehículo.
Las luces de los postes de alumbrado, pasando por la ventana como la gráfica cardiovascular de un muerto. Su corazón abandonado en un rincón, la mirada perdida, el zumbido de la información entrando en su memoria.
3. ALVARADO
Pedro Alvarado era el joven representante del pueblo para el Estado de Yucatán y celoso supervisor gubernamental de la operación que se llevaba a cabo. El y Ramírez se entendían a la perfección. Los dos eran animales medianos en la escala de poder y se ayudaban mutuamente con entusiasmo, mientras llegaba el momento de clavarse un puñal en la espalda. Hasta entonces su confianza era completa y mantenían ese puñal siempre a la vista.
Alvarado estaba cómodamente sentado en el sillón de Ramírez cuando se desplegaron los monitores que seguirían los movimientos de Mariana. Con él presente la operación se ponía en marcha oficialmente.
Su impecable imagen combinaba perfectamente con su estudiada forma de sentarse. Pierna cruzada mostrando relajo, cuerpo recostado hacia atrás para comunicar seguridad, cabeza erguida y mentón retraído mostrando dignidad. Todo orientado hacia el centro vacío de la sala para hacer sentir su poder.
-Y dime, Ramírez, ¿cómo va el entrenamiento de Mariana? -la voz era fuerte, por sobre el volumen usual de conversación e hizo que todas las cabezas giraran hacia el militar.
-No muy bien -gruñó. Siempre se sentía incómodo ante esos manejos sicológicos, esas destrezas comunicacionales tan finas que lo sacaban de quicio. Lo de él era el grito o el comentario lacónico; la política y sus rincones lo descolocaban-. Ya hemos perdido tres días ajustando las “posesiones” del equipo. Su mente es todo un caso, aún no entiendo por qué la escogiste a ella.
-Eso no importa -murmuró- quiero saber qué le dijiste sobre nuestro “problema” -interrogó sin molestarse en mirarlo.
Ramírez miró de reojo a sus subalternos que, al igual que él, sabían que esa pregunta era humillante. Todos estaban al tanto de la información transmitida a Mariana, hacer que Ramírez la repitiera era tratarlo como a un escolar. Era decirle que no estaba seguro de su capacidad.
El militar decidió jugar este ajedrez y caminó dos pasos hacia la ventana, dándole la espalda con medida indiferencia, sabía que su gente lo miraba y no quería perder autoridad. Entonces contestó con voz fuerte.
-Ella sabe lo que el gobierno decidió que debía saber -insistiendo en la palabra “gobierno” para recordarle que los dos tenían al mismo jefe-. Pero, por si no lo recuerdas, te lo voy a repetir. Ella sabe que descubrimos un sujeto de prueba en el desierto, sometido a quién sabe qué tipo de experimento. Sabe que es una tecnología absolutamente nueva, limpia, altamente destructiva, con alcances militares insospechados que vulneran nuestro sentido de la seguridad nacional.
>>Sabe también que el “transpuesto” liberó egos de vidas pasadas y se contaminó con esencias insostenibles, como recordar haber sido una roca y acoger esa memoria infinita. Recordar haber estado enterrado a 500 kilómetros de profundidad durante 18 millones de años no es algo que la mente humana pueda resistir sin dañarse.
>>También fue informada que la internación de esa tecnología fue hecha a espaldas de nuestro gobierno y que nuestra misión consiste en infiltrarnos en el Banco de México para seguir la única pista que tenemos: unos movimientos bancarios inusuales en torno a la importación de aparatos médicos, alrededor de la fecha en que se desataron los hechos de Sonora.
Alvarado hizo un silencio para mirar de reojo a los técnicos que aún no terminaban de conectar los racimos de aparatos que controlarían la evolución del operativo.
-¿Ella sospecha por qué la escogimos?.
-No -recalcó Ramírez con energía- y a decir verdad, yo tampoco. Todavía no entiendo por qué te decidiste por ese espantapájaros drogadicto para una operación tan relevante. Si me hubieran preguntado…
-Pero nadie lo hizo -interrumpió con suavidad-. El gobierno considera este operativo como “estratégico”. No pensarías que iban a dejar las decisiones importantes en manos de militares -sonrió-. No lo tomes a mal…tú me entiendes.
No, Ramírez no entendía y lo tomaba muy mal. Pero calló.
-De acuerdo a mis planes -dijo Alvarado marcando sutilmente la palabra “mis”- Mariana es la mejor elección que podríamos haber hecho.
Ramírez suspiró. Ya tenía 48 años y la fila de culos aún por lamer se perdía en el horizonte de su estancada carrera, estancada como un bocado amargo en mitad de su garganta.
Suspiró y se acercó a los primeros monitores que se encendían. Pidió que le muestren el perfil digital de Mariana en la Red y casi se le salieron los ojos del rostro. La mujer aparecía llena de lazos, vasos comunicantes, infecciones digitales, seguimientos policiales y todo un gran karma electrónico muy ruidoso. Ramírez casi entró en pánico.
-¿¡Quieres decirme que “ésto” es tu mejor elección!? -gritó perdiendo la compostura por primera vez-. ¿¡Medio México la busca y tú la usas como espía!? -Alvarado lo miraba sin mover un músculo-. Esa mujer, ese esperpento deja un rastro tan notorio como un animal herido en la nieve. Debemos cancelar de inmediato y voy a dar instrucciones de entregarle la responsabilidad a una unidad de nuestra confianza….
-¡Basta! -lo interrumpió el político-. ¿Es que no entiendes nada? Mariana es sólo una carnada. Es un trozo de carne para atraer a los tiburones ¿O tú crees que íbamos a enviar personal clasificado a realizar la infiltración? -sonrió sarcástico-. Es una empresa privada, ¡por dios! Si descubren a un agente oficial infiltrándose en sus instalaciones el escándalo podría derrocar a todo el gobierno -Ramírez miraba sintiéndose estúpido-. Ella será la vara con la que probaremos si el alto voltaje de su reja funciona. Ella es un mensaje que sin duda leerán, “los estamos vigilando, sabemos lo que están haciendo.”
-Pero ellos la destruirán….
-Por supuesto. Pero no te preocupes, leerán el mensaje y eso es todo lo que nos interesa por el momento. Ella no es una agente del Estado así que no podrán sacarle cosas importantes de sus neuronas; excepto lo que nosotros queremos que sepan, por supuesto.
Ramírez estaba furioso, había sido humillado en presencia de sus subalternos sin ninguna misericordia. Gritó un par de órdenes a los técnicos para que finalizaran las instalaciones y salió de la sala con el enojo vivo bajo la piel. Alvarado lo miró retirarse con una sonrisa, “indígena con charreteras”, pensó.
4. EL BANCO DE MEXICO
Las redes de comunicaciones se habían convertido en carreteras blindadas por donde la información viajaba segura, encapsulada en encriptados imposibles. La única posibilidad de robar información era el viejo sistema de forzar la cerradura y entrar como un ladrón en la noche, evadir la seguridad y salir corriendo antes que sonaran las alarmas y las mandíbulas de acero se cerraran sobre la carne del intruso.
Mariana llevaba ocho horas inmóvil dentro de un ducto de evacuación de desechos orgánicos, colgando de un garfio y respirando por una mascarilla. Cada quince minutos el edificio del Banco de México “orinaba” a través del ducto y Mariana podía avanzar unos centímetros sin ser detectada. El esfuerzo de avanzar contra la corriente de desechos era enorme y los brazos le dolían. “Qué mierda estoy haciendo aquí”, era la pregunta que se hacía durante todo el tiempo que permanecía colgada, como una pupa, de las paredes interiores de la “uretra” del edificio.
Al cabo de catorce horas había alcanzado por fin penetrar el casco de la construcción, a la altura del piso 40 bajo tierra. Desde allí sólo le tomó una hora más llegar hasta el centro de la estructura, de forma tubular, donde se albergaba la médula espinal del edificio. De ocho metros de diámetro, la médula se extendía a lo alto de toda la construcción conectando los pisos y coordinando todas las funciones biológicas y administrativas de la empresa. Era el sistema neurovegetativo de una nueva generación de edificios “vivos”, monstruosas neuronas de exoesqueleto metálico llamadas “colmenas”.
Mariana enganchó el seguro de su cinturón a un tubo que se insertaba en la médula para abrir con comodidad su traje elástico de seguridad. Metió una mano entre sus piernas y extrajo de su ano un pequeño tubo metálico que insertó en su nariz. El tubo desplegó unas pequeñas garras que lo aseguraron a las paredes de la cavidad nasal, Mariana palideció; luego extendió lentamente una aguja hasta la base del cerebro y se “conectó” a la corteza de la mujer. Del otro extremo sacó un line-in, delgado como un cabello, que insertó directamente en una de las arterias que se hundían en la médula del Banco de México.
Por sencilla osmosis, la fibra interventora era capaz de oír y discriminar la transmisión de datos, por vía química, que circulaba a través de sus fibras de mielina. El tubo metálico en la nariz de Mariana modulaba la información y la codificaba, en la forma de imágenes y patrones aleatorios perdidos en la vorágine de recuerdos de infancia del recipiente.
Sintió un sabor acre en la boca, entonces supo que estaba transmitiendo los datos hacia la central.
Mientras sentía un cosquilleo en un lugar indefinido sobre el paladar, estiró un poco los miembros y se relajó, respiró muy hondo y sonrió feliz por el éxito de una operación que, sólo unas horas antes, le habría parecido imposible debido a su avanzado estado de dependencia a las drogas. Su mente comenzó a volar entre pensamientos variados. “Estoy divagando”, se dijo a sí misma, sorprendida. El maíz era una droga esclavizante y la adicción no daba tiempo a pensar en otra cosa que no fuera conseguir más. Te mantenía todo el día hambriento, como un lobo famélico que sólo se saciaba mientras devoraba a dentelladas los gramos siempre escasos, para quedar nuevamente vacío, ansioso y sediento. La sensación de calma que envolvía a Mariana la embargó de emoción, se sentía viva. Era una extraña paz abrazándola ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra. De pronto se vio a sí misma despierta, humana de nuevo, lúcida. La revelación repentina agrietó su pared y una gota se filtró por sus ojos para caer rodando lentamente por su mejilla. Por fin estaba consciente de la muerte en vida por la que se había arrastrado durante tantos años.
Fue una larga noche donde lloró por todo lo que no había llorado jamás. Lloró por su madre, por su padre, por sus víctimas; por la pesadilla que aterrorizó a la niña y de la que acababa de despertar con pesados 36 años sobre sus hombros, en un cuerpo de mujer medio seco por la falta de afecto.
Era un llanto de nacimiento ahí, en la oscuridad, a cien metros bajo tierra.
En la sala de control, Ramírez y sus subalternos se miraban sin comprender nada. Evaluaban los datos, sudaban nerviosos, revisaban las gráficas buscando anomalías. No entendían ese llanto largo y desgarrado que llegaba por sus comunicadores desde las entrañas del Banco de México. Qué ocurría… ¿incompatibilidad química?
* * *
A las 8 de la mañana apareció Alvarado con una taza de café en la mano. Los tacos de sus zapatos resonaban en las baldosas aislantes que cubrían el suelo de los pasillos. La noche había sido larga y el sueño corto, así que el café tendría un par de polizones disolviéndose clandestinamente al fondo de la taza. Nada anormal, sólo el rito diario de la clase ejecutiva incapaz de renunciar a la ayuda de los químicos, a esas alturas, imprescindibles para sostener el ritmo endemoniado que exigían las responsabilidades laborales. Todos en el gobierno apoyaban la lucha contra las drogas, pero todos también sabían que sin ellas el sistema se derrumbaría, agotado e imposibilitado de contener el stress y la exigencia de forma natural. Los destinos del país eran dirigidos por una banda de drogadictos obsesos, necesariamente relacionados y chantajeados por hermandades del comercio ilegal.
-¿Cuánto falta? -preguntó en medio de un bostezo. Ramírez no despegó la vista del monitor y murmuró-. Estamos en itinerario. Esta niña resultó ser bastante buena y nos está transmitiendo más información de la que pensábamos.
-Bien por ti -dijo estirando los brazos- recuerda que tus galones dependen de tu eficiencia en esta operación -el militar tragó saliva y se negó a contestar, era demasiado temprano para responder a las provocaciones. Además, Alvarado era un político joven enviado aquí seguramente para medirle su desenvolvimiento. Esta misión no era precisamente un premio, de modo que sus situaciones eran bastante similares.
-¿Qué vas a hacer si los del Banco no la descubren pronto? Supongo que tienes un plan de contingencia…
-¡Shht! -interrumpió muy concentrado -en diez segundos va a comenzar la fiesta- el político volvió a bostezar sonoramente, sólo para burlarse de la expectación de Ramírez.
-¡Ahora! -dos monitores se apagaron y una pantalla apareció flotando en el centro de la sala, llena de fibras luminosas haciendo veloces recorridos en torno a un punto violeta. Poco a poco las fibras se conectaban al punto hasta que toda la gráfica quedó inmóvil, pulsando ingrávida. Letras salieron de la nada indicando vectores y gráficas se derramaron hasta el suelo. Un reloj contó cinco segundos hacia atrás y toda la sala quedó a oscuras.
Mariana no notó nada anormal al principio, sólo el cese del cosquilleo en el paladar. Luego notó que el zumbido también había cesado y supo que algo andaba mal. Ramírez la había abandonado
Quiso moverse, pero estaba paralizada. Las luces de seguridad que cargaba se apagaron y se encontró de pronto sola, a cien metros bajo tierra, presa del pánico pero incapaz de gritar; paralizada por quién sabe qué químico, atrapada entre los intestinos de un monstruo que la había identificado como a un cuerpo extraño y que en cualquier momento comenzaría algo muy parecido a una digestión.
-Ahora, cuéntame qué fue lo que hiciste -preguntó Alvarado café en mano. En su rostro había trazos de preocupación que Ramírez, demasiado entusiasmado con su éxito, sólo interpretaba como irritación mal escondida ante la genialidad de su maniobra.
-Mariana -dijo en voz alta, imitando la actitud del profesor que comienza una lección- resultó más eficiente de lo que pensábamos. Los imbéciles del departamento de seguridad del Banco de México, no estaban pudiendo detectarla.
Entonces di un giro al operativo -continuó lleno de autosatisfacción, “bastante patética”, pensaba Alvarado-. Me comuniqué directamente con ellos y les dije que estaban siendo infiltrados. Su sorpresa fue mayúscula. Antes que pudieran decir nada los amenacé con informar a la prensa de la situación si no cooperaban. Les aseguré que el descrédito y la fuga de capitales serían inevitables, que la ofuscación de sus superiores sería tal, que no daba ni una moneda por sus vidas -Alvarado veía en torno suyo los rostros embobados de los subalternos de Ramírez con una mezcla de asco y rabia. La táctica descrita era tosca, grosera, carente de toda sutileza. No era una estrategia fina, era una simple amenaza de gorila.
-Les exigí de inmediato la información completa sobre los movimientos bancarios que necesitábamos. De esa manera nos ahorramos un par de semanas de investigación, por lo menos -sonrió buscando aprobación en los ojos de su gente.
“Qué espectáculo”, pensó Alvarado -Y, ¿qué te pidieron a cambio? -preguntó con calculada indiferencia, haciendo girar el café dentro de la taza.
-La ubicación de Mariana,…por supuesto.
-Por supuesto -murmuró Alvarado, apretando las mandíbulas en un gesto de preocupación que esa vez no pasó desapercibido para Ramírez.
5. NIGREDO
Ella.
Ella embarazada, con el estómago lleno de cuervos.
Una muchedumbre grita y se remueve, virulenta, bajo la tierra, entre sus válvulas y pasadizos.
(Del cielo llueven ojos izquierdos).
Ella arrastrando sus 40 úteros infectados bajo la tormenta. Maúlla lastimosamente, se rasca los parásitos que florecen alrededor de su boca, mientras arrastra su prole no nata por el único camino. Con el alma cayéndosele a pedazos, deja un rastro.
El Vía Crucis tiene la forma del circuito impreso grabado en su paladar, y es un nombre.
Despertó ahogada en un grito, pero no pudo moverse. El cuadro le encogió el corazón.
Estaba desnuda, de alguna manera fijada a la superficie de una mesa de madera negra. La larga mesa ocupaba casi toda la superficie de una especie de sala de reuniones de color blanco. En torno a ella, unos doce hombres de edad heterogénea, vestidos formalmente, permanecían sentados mirándola. Sobre la puerta, una placa metálica con el logo iridiscente del Banco de México.
Pasaron un par de horas, durante las cuales Mariana intentó inútilmente comunicarse con ellos. Les pidió, les exigió, les gritó. Los amenazó, les rogó, sin obtener respuesta alguna.
Cuando la mujer agotó incluso las lágrimas, uno de ellos se puso de pie y extrajo de su bolsillo un punzón. Le dibujó hermosos kanjis sobre la piel del torso que, a pesar de la sangre, dejaban leer perfectamente los pasajes luminosos del “sutra del loto”. Le atravesaron los pezones con clavos de cobre finamente tallados, le cortaron los párpados con una tijera antiquísima de acero templado y de orejas talladas en madera de nogal. Uno de los hombres, de rasgos asiáticos, le hundió un bisturí con mango de bronce a la altura del chakra “anahata” y practicó un corte longitudinal hasta llegar al pubis y dividir el clítoris a la mitad. Nadie le tocó la vagina.
Otro personaje, de origen indefinido, se acercó lentamente con un martillo en las manos. Entre la semiinconsciencia y el ahogo del dolor la mujer alcanzó a gemir con angustia, aunque sin ninguna esperanza – No, por favor-.
vEntonces, la crucificaron a la mesa.
Le arrancaron dientes y algunas uñas. Le extrajeron costillas y dedos. Alinearon todo cuidadosamente en torno a ella como un gran mandala de restos humanos, mientras murmuraban y repetían la palabra “perfecto” acentuando cada final de frase.
La mujer desorbitaba los ojos intentando ver más allá de la niebla y la asfixia del martirio. Abría la boca en el grito mudo de la carne.
vDe pronto, el ritual pareció terminar. Sólo el jadeo mínimo de Mariana denunciaba que esos despojos desordenados, sanguinolentos, habían sido un ser humano.
Entonces entró ese otro hombre.
Con una daga le abrió el costado lentamente, copuló con ella a través de la herida y eyaculó en su interior al cabo de unos minutos. Con una frase dio por terminada la reunión y se retiraron.
Alguien llegó, le clavó un gancho a la cadera y la arrastró hacia un ascensor. Salieron a un estacionamiento y la arrojaron al compartimiento de carga de una camioneta.
Mariana seguía semiinconsciente y cada imperfección del pavimento la atravesaba con dolores lejanos como recuerdos.
Sintió la luz cuando abrieron la camioneta, sintió el golpe de su cabeza contra el pavimento cuando la arrojaron fuera. Escuchó algo acerca de la altura del puente y la profundidad del río.
El cielo estaba muy azul, había bosques a lo lejos.
Sintió una repentina ingravidez y luego el golpe contra el agua. Había cierta calma en todo lo que ocurría, veía perfectamente a las algas mecerse y a las burbujas subir hacia la superficie mientras se hundía.
Se hundía, sabía que se hundía de espaldas hacia el olvido, la luz alejándose poco a poco allá arriba. Sentía que la oscuridad la abrazaba con su tela espesa, que la muerte la cubría casi con ternura. “Ya pasó todo”, le susurraba mientras se hundía en el sueño, como una novia dolorosa.
Todo parecía un sueño.
Las algas del fondo la envolvieron con sus dedos transparentes cuando casi tocaba su cuna definitiva.
Todo debía ser un sueño.
Del fondo salieron unos brazos que la estrecharon y Mariana escuchó una voz diciéndole al oído -Llevo 20 años esperándote bajo el limo-.
6. EL SELKNAM
Ella.
Ella en un paisaje con los colores mal calibrados.
Una cuerda baja desde el cielo y la sostiene colgando por los pies, sangra por la nariz. Bajo ella un charco de sangre de 5 metros de profundidad donde nadan peces extraños e ideas desesperadas.
Ella, murmurando un nombre que no recuerda mientras un insecto le hace una cesárea. En las antípodas del planeta un sacerdote levanta la ostia y un aullido brota del cáliz. El insecto entra por la herida del parto y se acomoda para dormir.
-¿Los de Seguridad del Banco de México enviaron la información?- preguntó Alvarado. Eran las tres de la mañana, tenía el cabello desordenado, la corbata en el bolsillo y ojeras que le llegaban a las rodillas.
– El último paquete llegará en dos horas. Han debido sortear su propio sistema de seguridad y los segmentos de datos se están transmitiendo codificados en cadena. Sólo cuando los hayamos recuperado en su totalidad, podremos reconstruir el conjunto- Ramírez no desvió la vista de un teclado-ouija color siena, de reciente fabricación. Sus curvas simulaban un cangrejo y las terminaciones eran exquisitas.
“Que estúpido”, pensó Alvarado. “Es obvio que están ganando tiempo. Seguramente para cuando hayamos reconstruido la información, ellos ya habrán limpiado toda evidencia y descubriremos que nuestros datos son basura”. -¿Ya sabes qué hicieron con Mariana?
-Seguramente algo horrible. Esa gente busca destruir el cuerpo, pero también inutilizar el espíritu -murmuró Ramírez tecleando la ouija con nerviosismo-. Si conseguimos rastrear sus residuos en el plano astral, seguramente veremos las condiciones desastrosas en que dejaron su esencia -sonrió-. Un guiñapo arrastrándose demasiado lento para llegar a ninguna parte, desmoronándose como una figura de barro seco. El problema es que…-se detuvo para teclear un comando avanzado en la ouija- en esas condiciones debería estar dejando un rastro por demás visible. Algunas brasas Kirlian aquí y allá. Pero no hemos detectado nada con el sello característico de ese grupo misterioso que opera con el Banco de México.
-¿De los “Perfectos”? -murmuró Alvarado distraídamente.
-¿De quiénes? -lo miró el militar muy sorprendido.
-Nada, nada -sonrió- es sólo un término de usuario -salió de la sala sonriendo teatralmente, feliz de ofuscar al “mono con uniforme”, como lo llamaba a sus espaldas-. No busques a los vivos entre los muertos -gritó desde el pasillo.
“Típico de políticos”, pensó Ramírez. “Jugando a hacerte sentir desinformado”.
-No encontramos reencarnaciones con el perfil de la identidad “Mariana”, señor -lo interrumpió un subalterno-. Tampoco posesiones con su patrón de aura, señor.
La preocupación de Ramírez era evidente para todos. Era muy importante que la mujer estuviera fuera de circulación. Un cabo suelto en una operación encubierta tan comprometedora se leía como un fracaso inexcusable. Gobiernos completos habían caído por menos, aunque siempre volvían al poder de una u otra manera. Pero los responsables directos, los funcionarios como él, con suerte podían rehacer sus vidas en otro país.
Ella.
Ella clavada a una pared en el centro de un campo arado.
Ella sabe que bajo la pared hay un elefante enterrado de pie, que evita que el mundo se desplome.
Un ladrido sale de los ojos de ella y la multitud huye despavorida, porque en el ladrido hay un color lleno de cosas que nadie quiere saber. Un pez atraviesa la escena y sabemos que en realidad todo ocurre bajo el mar.
Ella.
Ella de pie frente a un hombre muy extraño.
-¿Cómo te sientes? -le pregunta de improviso-. Soy quien te rescató desde el fondo del río. Entré para ver tu estado. Intenta descansar, tu recuperación tardará un par de semanas más -Mariana lo miraba con asombro mientras se transformaba una y otra vez, en una mujer, una carta de Tarot, un campo de margaritas, un caballo árabe, en el cielo estrellado esa mañana en Tlatelolco, en una voluta de humo de su primer cigarro de marihuana.
-Todo está muy raro desde que aparecieron los selknam -se dijo, mirándose a los ojos. Un escarabajo entraba por su nariz sonando como un viejo reloj a cuerda.
Un mapa con venas en vez de ríos.
El cielo es su córnea.
Muchas hormigas. Muchos días.
El selknam tenía a Mariana colgando por los pies de un árbol, en un lugar escondido de la sierra en el Estado de Guerrero.
Alrededor del tronco había dispuesto un círculo de rocas negras y cuatro espejos marcando los cuatro puntos cardinales. Sobre los espejos había derramado palabras poderosas y pétalos de flores.
Llevaba dos días girando ritualmente en torno al árbol, para frenar la fricción con que el tiempo desgasta las cosas y así disminuir su efecto erosivo sobre la memoria de Mariana. La danza se sostenía sobre un canto de tres notas musicales que estimulaban curativamente su glándula pineal.
Al tercer día desenterró los pulmones de la mujer y los introdujo en agua consagrada antes de reintegrárselos. Puso un pez minúsculo en cada ojo antes de reintroducirlos en sus cuencas. Abrió por el estómago a un lobo y extrajo el corazón de Mariana, escondido allí durante días, lejos de los ojos de la muerte.
Cosió las heridas con fibra de cactus y se sentó a esperar.
A los nueve días ocurrió la maravilla.
Con el primer rayo de sol se escuchó un llanto de bebé saliendo del árbol, que crujía angustiado. Poco a poco el llanto llegó a su adultez, las astillas saltaban, la corteza se resquebrajaba. De pronto, una mano rompe la corteza y aflora buscando asirse, luego otra mano. Mariana luchando por romper el cascarón y salir a respirar. Finalmente el tronco cede, la corteza explota y Mariana emerge envuelta en savia y musgo vomitando tierra. Pone un pie fuera del círculo de rocas y cae al suelo completamente desvanecida, a los pies del selknam que permanece sentado, indiferente, recortado contra el sol de la mañana.
Las aves no cruzan el espacio sobre el selknam.
Ella.
Ella recostada durante mucho tiempo junto a un gato con forma humana.
-Despierta -susurró el selknam. Mariana abrió los ojos y lo vio, en cuclillas junto a ella. No supo si le despertaba curiosidad, sorpresa o asco, se sentía extraordinariamente calmada. Podría haber visto al diablo y no le habría producido mayor efecto. De todas maneras lo que tenía enfrente era toda una rareza, tenía que admitirlo.
-¿Se puede saber qué clase de “cosa” eres tú? -bromeó.
“Eso” se mantuvo inmóvil unos segundos demasiado extensos, se puso violentamente de pie y extendió su “boca”.
-Selknam -dijo y prolongó la última letra haciendo vibrar a todo el lugar. Mariana sintió también como su cuerpo temblaba, envuelta en un placer
violeta muy similar al arrobo después del orgasmo.
-¡Wow!- sonrió -¿Podrías repetir eso?
-Se hace lo que se debe hacer, ni más, ni menos.
La mujer se sentía increíblemente bien. Entre la bruma de una memoria obviamente intervenida, veía heridas, torturas. Pero donde deberían haber terribles marcas había piel lisa, donde hubo fracturas no habían desgarros; todo estaba en su lugar y en perfecto estado, incluso el trauma del dolor estaba suturado.
-No se me ocurre cómo lo hiciste, pero gracias. Ahora completa el favor e indícame cómo volver a ciudad de México. Tanto espacio abierto me pone nerviosa.
El selknam la observó de arriba abajo -Entonces, ¿no lo sabes?.
Mariana notaba como las letras, pronunciadas con inusual transparencia por el selknam, resonaban en distintas partes de su cuerpo. La “n”, en cambio, le traía el recuerdo de un rayo de sol asomándose tras un arbusto a sus ocho años, siempre igual, como si tocara la misma tecla en el piano de su memoria. Las “l” parecían estimularle sus glándulas salivales, las vocales tenían relación con sus órganos internos y la “t”, un indefinible sabor a algo masculino que la ponía nerviosa.
-Perdóname, “bicho”…
-Mi nombre es Reche -la interrumpió.
-Discúlpame, Reche -remedó-, pero, ¿qué es lo que debería saber?
-No puedes volver atrás. Todo ha comenzado. No hay regreso -diciendo esto se sentó en posición de loto.
-Qué es lo que ha comenzado, bicho -continuó Mariana, un tanto nerviosa.
-Selknam -repitió el Reche y quedó inmóvil mirándose el pie izquierdo.
-Oye, te hice una pregunta, huevón -pero el selknam se veía como una imagen de video congelada, plana, mal definida, en pausa-. Todo está muy raro desde que aparecieron estos huevotes -dijo mientras se enderezaba lentamente, buscando con la mirada algo con qué cubrirse. Comenzaba a bajar la temperatura en la sierra y el viento se arrastraba inundándolo todo, mojando las piedras con su lengua helada.
Tras un arbusto encontró una manta, no muy gruesa pero útil.
Mariana de pie, temblando contra el atardecer.
-Estoy viva -dijo para sí con una sonrisa triste-. No entiendo nada, pero estoy más viva que nunca -y lloró en silencio frente al misterio.
Arriba, las estrellas comenzaban a brotar como recuerdos en la mente del mundo.
7. LAS “PERRAS”
-Definitivamente la mujer no está muerta -gruñó Ramírez. Alvarado, junto a él, no movió un sólo músculo.
-¿Qué vas a hacer entonces, comandante? -preguntó.
-Qué “vamos” a hacer, querrás decir -Alvarado lo miró sonriendo.
-Es muy probable que, gracias a tu espectacular manejo, la gente del Banco de México haya limpiado todas sus relaciones con el fenómeno de Sonora y estén buscando a Mariana para devolvernos la mano ¿Te das cuenta lo que ocurriría si ellos exponen a la luz pública tu operativo de infiltración a una institución privada, comandante? -dijo el político, cómodo y feliz, navegando en los marasmos que tan bien conocía.
-El gobierno no nos va a defender… -murmuró.
-¡Por supuesto que no! -exclamó levantando los brazos-. Van a negar toda participación. Lo van a presentar como un simple caso de estafa. Dos inescrupulosos funcionarios, o sea nosotros, utilizando la estructura estatal con oscuros fines personales -Alvarado se acercó a Ramírez y le susurró al oído-. Nos van a crucificar para mantener limpio el honor de la institución, comandante. Quizás una mañana amanezcamos colgados por el cuello en nuestras celdas, “incapaces de soportar el dolor por haber traicionado a la nación” -y se alejó unos pasos emitiendo una risita burlona, de espaldas al apesadumbrado militar.
-Comuníquense con Pedro, el ermitaño. El va a encontrarla, él la va a eliminar -ordenó Ramírez mirando al suelo.
Ella.
Ella en posición fetal, dentro de una nuez. Abajo, el océano Atlántico hablando con unas aldeanas.
-Ahora va a despertar -susurró el selknam.
El bulto de mantas pareció cobrar vida, un brazo se extendió fuera y estiró los dedos. Mariana sacó la cabeza de su noche personal como una luna somnolienta. Dolía abrir los ojos tanto como doblar una articulación, pero había algo placentero en ello que la hizo sonreír.
-Esta saliendo el sol -dijo bostezando. Había cantos de pájaros, crepitar de brasas; todos esos sonidos mínimos, en puntillas de pies, que van desapareciendo a medida que el mundo despierta. Había humo flotando, la luz era submarina.
-¿Por qué me rescataste? -preguntó de golpe. Alguna urgencia interior guardada desde la noche saltó como un resorte por su boca. Ni siquiera lo miraba, parecía más preocupada por encontrar algo para comer entre las coloridas mantas y cordeles llenos de nudos, similares a los quipus que viera en alguna imagen cuando niña.
-No fue un rescate. Sólo estuve en el lugar correcto para ser puente de los acontecimientos.
-OK, super claro -murmuró escarbando dentro de un bolso huichol, cargado de imaginería psicodélica-. ¿No tienes nada para comer? -dijo finalmente, molesta.
El selknam apareció frente a ella, a 10 centímetros de su rostro. Mariana notó que estaba inmovilizada y tuvo miedo. El se puso de rodillas frente a ella y hundió el brazo hasta el codo en la tierra para sacar una liebre viva, chillando y pataleando. Mariana estaba muy sorprendida pero también hambrienta, así que juntó leña rápidamente y en unos minutos la liebre se asaba al palo, despidiendo olores que le excitaban los nervios. Tenía tanta hambre que de pronto supo que sus manos sólo existían con el objeto de acercar comida a su tubo de deglución.
-Es extraño matar -dijo como hablándole al fuego-, es necesario pero te enseñan que no debes sentir placer cuando lo haces.
-Es distinto matar que alimentarse.
-El trabajo más difícil del Universo es ser animales éticos -dijo sonriendo-, tener conviviendo en la misma celda a este cerebro, este estómago y estos genitales es un mal chiste. Pasan todo el día peleándose el timón-.
-¿No les han enseñado a controlarse, aún?
-Puf… lo intentan. Somos lobos educados como vacas, pero lobos al fin -dijo con cansancio y arrojó una piedra al fuego, las chispas envolvieron a la liebre. El silencio enmarcó el momento.
-Parece que nuestro problema -continuó Mariana- es que somos depredadores viviendo en manadas. La matanza interna es terrible. El cerebro fabrica un montón de razones para justificarlo, pero en el fondo de todo sólo está “el loco”, hambriento de carne humana.
-Los hombres están divididos.
-La Tierra es un barco sin timón, compadre -prosiguió Mariana, como si no lo hubiera escuchado- lleno de locos devorándose, a la deriva. Debemos ser todo un espectáculo para el resto del Universo -hizo una pausa para arrojar otra piedra-. Sería mejor que nos borraran de una vez.
-Nadie va a mancharse las manos con ustedes -dijo el selknam, molesto.
La mujer se abrazó las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellas. Se balanceó e hizo ruidos con la boca mirando fijamente a la liebre, “está casi lista”, pensó.
-Ahora dime por qué me salvaste. Y quiero una respuesta que pueda entender. Sabes a lo que me refiero -estiró las manos, quebró un hueso, acercó la carne a su boca, la saliva comenzó a fluir, el estómago rugió exigiendo ser saciado. Los dientes comenzaron a destrozar al pequeño animal.
El selknam la miraba con una mezcla de curiosidad y algo parecido al asco. “Se comunican con el mismo órgano con el que se alimentan”, pensó, “Su sistema de ventilación hace vibrar el aire con códigos rudimentarios. Son realmente groseros, pero bellos. Salvajes, abisales, frágiles. Sus ojos son de las cosas más hermosas que he visto, sus mentes son malignas e impredecibles. Es de esperar que no se propaguen”.
-¿No me vas a responder? -insistió Mariana, en cuclillas y con la boca llena de grasa-. ¿Por qué me salvaste?.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¿Que acontecimientos?
-Los acontecimientos por los que se requirió mi presencia en este plano.
-¡¿Qué acontecimientos, por la chucha?! -gesticuló, impaciente, con una pierna de liebre a medio roer en la mano derecha.
-Se está produciendo un grave problema en este sector del Universo, generado por tecnología humana que debo descubrir y eliminar.
v-Continúa, por favor -Mariana ya no estaba comiendo.
-Algo está rompiendo la relación entre las cosas físicas y las cosas astrales. Alguien descubrió como romper ese enlace, que es fundamental para la estructura de las cosas.
-¿Y qué eres tú? ¿Una especie de ángel enviado a salvarnos?.
-A nadie le importa “salvarlos”. De hecho ustedes generan el problema. Piensa en mí como en un anticuerpo que el Universo produce cuando se le infecta una herida.
-¡Chucha! -bromeó Mariana -estoy hablando con un leucocito.
-Alguien está soltando los enlaces astrales. Alguien está evitando el flujo sostenido de almas hacia Dios. Y él las necesita más que nunca.
Mariana lo miró con sospecha. Quizás su inverosímil existencia hacía menos ridícula su historia. Su apariencia era imposible, sus palabras también, “está todo tan raro desde que estos huevones aparecieron”, pensó.
-¿Qué tiene que ver Dios con todo esto?
-Dios está agonizando. Este Universo es algo lejanamente parecido a una máquina de suspensión vital -la mujer no pudo evitar sonreír. El selknam estaba ahí enfrente, pero de alguna manera estaba también hablándole unos minutos hacia adelante en el futuro. Y también estaba a sus espaldas, aunque su voz… parecía salir desde la mano izquierda de Mariana.
La mujer sacudió la cabeza y alzó la voz -¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?-. Pero el selknam no estaba hacia donde ella hablaba. De pronto se dio cuenta que siempre había estado sentado, en loto, suspendido a 20 centímetros del suelo a 20 metros de distancia. No tenía boca y junto a él estaba ella misma durmiendo abrazada a otras dos Marianas, una de color rojo y otra de color negro. Se tomó la cabeza y cerró los ojos, pero seguía viendo la escena. -Déjame en paz. No tengo nada que ver en esta locura.
-Estás en el curso de los acontecimientos.
-¡Otra vez con eso! Soy una mujer que no sabe ni dónde está parada. Lo único que se es que por fin desperté de una pesadilla de veinte años de duración. Saqué la cabeza del agua, ¿me entiendes? No quiero tener nada que ver contigo, ni con Ramírez, ni con tus “acontecimientos”. Así que muchas gracias, pero yo me voy de aquí apenas termine de comerme este conejo.
-Liebre.
-¡Da lo mismo! Yo me voy.
-No puedes, ellos te buscan -le dijo el selknam desde su nuca. Mariana se dio vuelta pero se vio a ella misma, por dentro.
-¿Quiénes me buscan, Ramírez y sus milicos? -preguntó. Un mareo le hizo cerrar los ojos. Vio a su madre en una bolsa de basura, con varios días de muerta.
-Ellos quieren hacerte desaparecer. Así, suelta, eres un peligro para su seguridad. Sólo siendo útil evitarás ser considerada “prioridad para terminación.” -Esta vez el selknam le habló en la forma de un recuerdo. Sintió que le había dicho esa frase tres horas atrás.
-Pero, ¿por qué me quieren muerta? Les conseguí la información que querían. Estoy segura que alcancé a transmitirla antes de que me descubrieran.
-A ellos no les interesaban esos datos. Ellos mismos te denunciaron a cambio de la información que realmente necesitaban y que era inaccesible para cualquier saboteador.
-No te creo.
-Te necesitan muerta para borrar toda evidencia de la operación.
-¡No te creo! El selknam la miró jadear.
-Da lo mismo, ya todo está hecho -se obscureció en meditación, inmóvil por las siguientes tres horas.
Mariana se recostó agotada. Durmió, despertó, se volvió a dormir. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su madre muerta.
Así que Ramírez la quería eliminar. Ellos eran demasiado poderosos, “si no cumples tu objetivo te venderemos como a una perra”, le habían gritado en el rostro.
Le resultaba extraño volver a pensar en su madre de esa manera. Durante años la enarboló como una herida que le inflamaba la rabia al destrozar a sus víctimas. Era su estandarte, su escapulario tatuado con sangre al pecho, un grito horrible que emergía desde su esternón como un foco de luz oscura iluminándole el camino hacia una sed de venganza jamás saciada.
Cuando mataba pensaba en ella y su dolor le daba fuerzas sobrehumanas y crueldad sin límites. Sólo el agotamiento detenía la carnicería, luego venía el llanto, el vacío.
Pero ahora se detenía en su imagen, “una perra, como tu madre”, le había gritado Ramírez. Su madre no era más que una sombra de su infancia, irradiando una energía misteriosa y abstracta. Nunca la vio moverse, nunca le escuchó decir una sola palabra, pero en su inocencia le parecía oírla diciendo frases de ternura, “que linda estás hoy, Marianita”, “que duermas bien, mi amor”. Incluso ahora sonreía sintiendo la caricia de esos artificios.
Ese día jugaba con guijarros en el patio de su casa, cuando vio a los perros arrastrar esa bolsa de basura. Mariana corrió a observar qué tesoro habían desenterrado sus amigos de cuatro patas. Lo que vio le abrió el corazón y la vida en dos partes.
-¿Por qué lloras? -preguntó el selknam.
-Tienes razón -sollozaba- ellos me quieren eliminar. Pero no me van a matar, me van a vender como a una “perra”, como mi madre.
El Reche la miraba estremecerse, se preguntaba por el tipo de reacción química anómala que se estaba produciendo al interior de ella.
-¿Qué es eso, qué es una “perra”? Explícame.
Mariana suspiró, se secó los ojos con la manta y miró lejos, hacia sus recuerdos.
-Las “perras” son un producto artesanal típico de los suburbios de Santiago de Chile.
>>Cuando la Trata de Blancas se volvió un negocio masivo, los traficantes comenzaron a refinar y diversificar sus procedimientos. Ya no sólo ofrecían productos caros, como niñas vírgenes o mujeres condicionadas para la esclavitud, también desarrollaron un producto de consumo masivo, barato y menos exigente: la “perra”.
>>El procedimiento es bastante sencillo. Secuestran mujeres, les extraen las cuerdas vocales, las córneas, médula espinal, un riñón y todo lo “cosechable” para el mercado negro de órganos. Luego les fríen el cerebro mediante un proceso artesanal muy lento y doloroso. Inducen pavor límite a través de punciones directas a la masa encefálica, inundan la corteza con pulsos eléctricos, producen el suicidio químico del yo. La corteza cerebral se fríe lentamente. A través de una interface gráfica podrías ver como les cortan los pezones que las sostienen a la realidad, como caen luego de espaldas al pozo negro de la catatonia, al útero sellado de la muerte en vida.
>>Es un proceso barato. Y para abaratarlo aún más, les amputan brazos y piernas para disminuir el costo de almacenamiento y transporte. Las cuelgan en bolsas a unos rieles frigoríficos donde mantienen sus metabolismos funcionando al mínimo, alimentadas con suero directo a las venas.
>>El transporte se hace en camiones de frío, viejos y sucios. He visto camiones abandonados con cargamentos completos, grandes cantidades de bolsas apiladas pudriéndose en el desierto, rostros incógnitos asomándose desde el plástico.
Mariana se detuvo, la mirada perdida, mirando sin mirar.
-Es extraño que se pierdan tantos cargamentos -continuó-. La policía no se mete si les das su parte y las mafias se protegen con favores políticos. Las “Perreras” son empresas prósperas.
-Desde fuera su planeta se ve como una vorágine de genitales y dientes, una herida supurada -agregó el selknam, fríamente-. Las personas que hacen uso de estos productos, ¿no corren riesgos?
-Si claro. Todo el proceso es artesanal y muy sucio. la posibilidad de adquirir una “perra” infectada no es baja. Aunque la infección más común no es biológica, sino producida por la mala manipulación de la psique al momento de “freírla”. La “perra” queda efectivamente inmóvil, pero consciente. El horror que siente la hace sudar en exceso, su musculatura vaginal se tensa y todo es un desastre.
>>La mayoría opta por ir de noche a algún basural y abandonarlas a las jaurías de perros que, por lo menos, aprovecharán su carne -la distancia con que Mariana se refería al tema parecía protegerla de su propio origen. Había algo defensivo en la naturalidad con que abordaba un tema tan espantoso.
-Las mujeres raptadas que presentan “potencial”, es decir, jóvenes y hermosas, no son mutiladas sino sólo “estupidizadas”. Aunque una “estúpida” semiinconsciente es un lujo al que muy pocos pueden pagar. Para los menos acaudalados están las “perras” de uso personal. Y para el resto la alternativa es ahorrar y comprar una “perra” con fines comerciales. Ese era el caso de mi padre.
Mariana se detuvo en ese punto del relato y todo se detuvo con ella. Su rostro no estaba en su lugar, la boca semiabierta incapaz de continuar y los ojos sin mirada en ellos.
-Tu madre era una “perra”, ¿cierto? Por eso el chantaje de Ramírez te aterra.
La mujer miraba un dibujo en la manta. Una espiral roja y negra sobre un fondo azulino representando la energía del “hikuri” de los huicholes.
-Ramiro, mi padre -continuó sin despegar la vista de la espiral-mantenía a mi madre en un cuartucho inmundo en el patio trasero de la casa. Ahí había un colchón grasiento, tubos de evacuación y el atril para el suero. Ella era su micro-empresa y su goce personal. Nunca le habían acomodado los jefes y los trabajos que el gobierno le conseguía eran rápidamente abandonados por su falta de disciplina, anegados por el alcohol y una furia incontrolable que estallaba en los momentos más inoportunos.
>>Era rentable tener una “perra” en un barrio de parias incapaces de solventarse una propia -Mariana esbozó una sonrisa muerta. Nunca había hablado de esto con nadie. Había intentado enterrar todo bajo capas de olvido inútiles. Ahora, en la primera oportunidad, todo afloraba fresco y reciente, dolorosamente nítido-. Todo funcionaba bien hasta que fue detenido por robar una botella de vino. Volvió a la casa siete meses después y para su sorpresa, encontró un bebé moribundo, apenas pataleando entre restos descompuestos de placenta, junto a la vagina destrozada de su “perra”. Agradeció a su buena fortuna cuando comprobó que era mujercita; una niña virgen era un producto muy escaso y muy caro, cuando cumpliera doce años valdría una pequeña fortuna.
>>Me alimentó y me cuidó. Yo pensaba que me quería, pero no era más que su inversión a futuro más preciada -Mariana nuevamente se detuvo para sonreír-. ¿Te das cuenta que nací gracias a una botella de vino? -pero la broma sonó vacía. Ella estaba vacía. Los ojos se le llenaron de lágrimas pero se contuvo, volvió la vista hacia el valle y suspiró.
-No continúes si no lo deseas.
-No, no, está bien. Creo que así es mejor.
>>¿Sabes?, es extraño. Pero ni siquiera sé cómo se llamaba. Siempre me referí a “ella”, la que está en el cuarto de atrás. Nunca me incomodó no saber su nombre. Excepto aquel día en que no la encontré en su cuarto. El colchón estaba vacío y por primera vez se veía como lo que era: materia muerta, concha vacía. Salí corriendo a llamarla y no supe cómo, la palabra mamá no quiso salir por mi garganta. Entonces vi a los perros arrastrando esa bolsa de basura -las lágrimas de Mariana caían de un rostro indiferente, mirando hacia otro tiempo no tan lejano como ella quisiera-. Esa noche mi padre tomó demasiado licor. Enojado, insultaba a gritos a mi madre por la mala ocurrencia de haber muerto. Golpeó la mesa con la botella y maldijo con furia su deceso, los trozos de vidrio volaron por toda la habitación. Mi curiosidad pudo más y me asomé a mirar el desastre. De pronto sus ojos se clavaron en los míos como arpones. Durante dos eternos segundos el Universo completo se detuvo y me sentí cazada, inmóvil como una presa pequeña. Él avanzó y fui incapaz de huir. Apenas pude ver el puñetazo girando en el aire hacia mi mandíbula. Sumergida en estática negra, espesa, viaje de ida y vuelta a la nada.
>>Cuando regresé, me aplastaba el cuerpo de mi propio padre y sufría un insoportable dolor entre las piernas. Le rogué que se detuviera, lloré de dolor durante veinte minutos eternos intentando zafarme del abrazo asfixiante, de su lengua metiéndose en mi garganta, pero fue inútil. Algo enorme y quemante me partía los interiores. Pensaba que estaba intentando matarme de alguna forma horrible, apuñalada cientos de veces. La idea de que mi padre no me quería e intentaba matarme me paralizó. Entonces deje de luchar.
>>Cuando se levantó y se sentó en la silla junto a la mesa, yo estaba muerta, vacía, desmembrada. Mi alma había volado a otro lugar y mis ojos estaban clavados en un nudo de la madera en el techo. Recorrí todos sus detalles mientras mi padre se extendía en cuáles iban a ser mis deberes a partir de ese momento. “Desde mañana reemplazarás a tu madre”, dijo finalmente.
>>Se había hecho de noche nuevamente en la sierra. El selknam indicó la entrada a una caverna y entraron en silencio cargando las mantas y bolsos. Mariana se sentó sobre una de ellas, el selknam encendió fuego y esperó.
-Fui amarrada por el cuello al mismo colchón donde había muerto mi madre. En los siguientes cuatro años fui diariamente violada por todo un zoológico humano indescriptible, asqueroso, muy creativo y variado en su sentido del placer.
>>Manejaba la geografía de grietas, arrugas y manchas en las paredes como si fueran un espejo de mi mente. Eran mi libro de oración y mis puertas de escape.
-¿Cómo te liberaste? -preguntó el selknam.
-Un once de junio mi padre me desencadenó para lavarme la espalda y fumigar el colchón. Algo estalló en mi interior y me abalancé sobre él envuelta en alaridos inhumanos. Mi padre quizás no había notado que había crecido bastante, casi a la par con mi odio. Agarré su rostro y hundí mis pulgares en sus ojos. Él comenzó a gritar buscando la puerta, pero yo la había cerrado. Con el atril del suero le di un golpe seco en los testículos. Le quité el cuchillo que guardaba en el cinturón y le abrí el estómago. Le corté las orejas, la nariz, los dedos e introduje todo por la herida del abdomen, incluida la bolsa de suero y algunos trozos de madera. Le abrí la tráquea, le corté el pene y se lo introduje por la garganta.
>>Luego lloré a gritos, me bañe todo el cuerpo con su sangre y lloré hasta perderme. Devoré sus testículos con recogimiento.
>>Dormí acurrucada junto a su cadáver por tres días. La sangre había cuajado, el olor era insoportable, pero yo seguía abrazada a él.
>>No recuerdo muy bien, pero creo que uno de mis clientes habituales fue quien me sacó de ahí. Me vistió, me alimentó y me cuidó con mucha compasión, luego lo maté y esparcí sus restos por toda la calle.
>>Rodé de pueblo en pueblo hasta ciudad de México. Conseguí un espacio en el subterráneo y conseguí un nombre al matar pública y salvajemente al “jarocho”. El pobre sólo quería agarrarme una teta y terminó con sus manos dentro de su estómago. Entre el público había un hampón de origen colombiano que se impresionó con mi acto y comenzó a protegerme a cambio de pequeños “favores”. Me volví adicta al maíz a los 16 años, luego todo se vuelve difuso. Día y noche nos consumíamos en una tormenta de fuego y entre la niebla de mi inconsciencia mataba a uno o dos enemigos del colombiano, lloraba de alegría. Me volví adicta al odio y a la carne de hombre.
>>Un día desperté y el colombiano estaba regado por toda la habitación. Tuve que huir a los suburbios exteriores y comenzar a trabajar por mi cuenta. Ahí me encontró Ramírez. Cuando desperté, estaba metida cien metros bajo tierra robándole datos al Banco de México.
>>Estoy cansada, compadre. Como después de una noche de pesadilla de veinte años de duración.
>>No sé si es tarde para comenzar una vida nueva, pero lo voy a intentar.
-Ellos no te van a dejar.
-Me voy a esconder.
-Te van a encontrar -Mariana apretó las mandíbulas porque en el fondo sabía que tenía razón. Lo miró con rabia, quería esa esperanza, realmente quería tener la esperanza y ese bicho se la negaba.
Era un bicho realmente extraño, algún mecanismo impedía que pudiera recordar sus facciones, aunque lo mirara fijamente siempre tenía la sensación de estarlo mirando por primera vez.
-¿Y qué quieres que haga?.
-Completa tu objetivo original. Descubre la tecnología que produjo al “transpuesto” de Sonora.
-Ellos ya me dejaron fuera de la operación.
-Ellos no tienen nada. Tú eres la que está en el camino de los acontecimientos. Tú eres la que va a descubrir todo. Si estoy junto a ti es porque necesito saberlo y tú eres la que lo va a descubrir.
Mariana resopló y se puso de pie con un quejido. Se estiró como un gato y bostezó.
-Yo ya no tengo objetivo. Me voy a esconder por un tiempo en Perú. Tengo unos amigos en Arequipa que trafican buen software narcótico y podrían…
-Ellos te van a encontrar -la interrumpió.
-¡Déjame en paz, insecto de mierda! -restalló con furia.
El selknam la miró en silencio por unos segundos -me voy a sentar en esa roca a mirar tu futuro- y avanzó tranquilamente para instalarse junto a la entrada de la cueva-. Tu única salida es seguir el curso de los acontecimientos y encontrar esa tecnología. Cualquier otro camino te lleva a la destrucción en pocas horas.
-Voy a intentarlo. Si nos hemos podido esconder aquí por tantos días, podré hacerlo en otro lugar también -insistió.
-Ellos no te dejarán libre a menos que sigas dentro del operativo. Fuera de él eres un cabo suelto.
-¡Pero si ya me dejaron fuera! ¿¡Es que no lo entiendes!? -gritó Mariana, pero no hubo respuesta, sólo el crepitar del fuego. El selknam ya no estaba ahí.
8. PEDRO, EL ERMITAÑO
La mujer se dejó caer en el suelo de la caverna, agotada. El selknam tenía razón, ellos nunca la dejarían ir con todos esos datos en su interior. Debería esconderse y huir durante mucho tiempo antes de encontrar la paz. “Por lo menos en este lugar puedo estar segura unos días”, pensó a la vez que buscaba con la mirada las mantas para dormir.
-Hola, Mariana -una voz gutural que no era la del selknam, se arrastró desde la entrada de la caverna. Había algo de burlón en el acento.
-¿Selknam?.
-No, Marianita. Soy el que te va a liberar. El que te va a arrastrar por los cabellos desde aquí hasta ciudad de México. Soy el brazo que te lanzará hacia tu destino, fundida como hierro candente en el volcán de la fe.
A medida que hablaba, una silueta se definía, avanzando por la caverna, acercándose hacia ella.
El miedo comenzó a invadirla -Selknam, ¿dónde estás? -instintivamente buscó alternativas de fuga, armas, piedras. Para su espanto se encontró indefensa y acorralada contra el fondo de la caverna.
-¡Selknam, ayúdame! -le gritaba al bulto indefinido, sentado junto a la
entrada sin ningún atisbo de actividad, en que se había convertido el Reche.
-Tranquila, mi amor. Sólo quiero tu cerebro. Tu alma se podrá quedar en lo que reste de ti, una vez que finalice -se acercó a la luz de la fogata y entonces pudo verlo, pero su mente difícilmente pudo comprender lo que se le aparecía ahí frente a sus ojos. Una entidad difusa, fuera de foco, desplazándose arrítmicamente de izquierda a derecha sin transiciones como una película mal proyectada. Un engendro inexplicable que se dividía en tres colores que volvían a ser uno. Su voz salía de un punto en el espacio que sólo a veces coincidía con su boca. Algunas “cosas” lo orbitaban.
-Bésame, Marianita -le susurró la voz, extendida hasta el oído de la mujer como un dedo pegajoso.
-¡Seeelknam! Hijo de la conchetumadre ¡Ayúdame! -gritaba.
* * *
Alvarado limpiaba con elegancia sus anteojos, que usaba esporádicamente más con la intención de parecer intelectual que para corregir un casi inexistente problema visual. Los limpiaba con calma y elegancia, como correspondía a un caballero de noble origen. Su antepasado directo era uno de esos europeos salvajes arrojados a las costas mexicanas hirviendo de codicia, domesticados luego por el lujo que compraron con el oro robado a los indígenas. Por sus venas corría la sangre de los nobles ladrones que habían clavado la espada en tierras nahuatl, nobles que aún mamaban de la herida abierta sin atisbo de saciarse. Eran los dueños desde esos tiempos y lo seguirían siendo.
-Necesito que el tema “Mariana” quede resuelto antes de hoy en la noche -le dijo a Ramírez de un punto a otro de la sala, para que todos escucharan-. Se acabaron las excusas y me veré forzado a tomar medidas más drásticas -agregó con el tono en que su casta se dirigía a la servidumbre. -La operación está sufriendo enormes retrasos por tu incapacidad para deshacerte de una puta -y lo miró directamente a los ojos sin pestañear. Ramírez hervía, pero sabía que tenía razón.
A pesar de la amargura que le producía verse humillado frente a sus subordinados, todos de origen popular, contestó calmadamente.
-Pedro, el ermitaño, ya la debe haber rastreado.
-¿Sabes? Nunca entendí por qué es tan especial ese Pedro ¿Es algún agente o sólo otro de esos mercenarios que recoges de las calles?
-Pedro Damián, el ermitaño, es un selknam psicótico. Un embrión mal desarrollado que se obstinó en vivir. Su cerebro es inestable como toda su existencia. Su lóbulo temporal continúa, en otra dimensión, hacia el cerebro de un tiburón blanco. Su cuerpo deforme no está del todo en nuestro espacio, se remueve y vibra como una imagen de video deteriorada.
No es fácil describirlo, pero ante su presencia se tiene la sensación de una anomalía perversa, de existencia corrupta. Muchos de nosotros pensamos que ofende a Dios.
Alvarado había cambiado de expresión a medida que oía los detalles.
-Suena espantoso.
-Lo es. Es una pesadilla viviente.
-¿Cómo es que algo así trabaja para nosotros?
-Entiende que no trabaja oficialmente para nosotros.
-Si, entiendo- sonrió -tú trabajas en los límites de lo permitido. Eres el basurero que se encarga del “trabajo sucio”, ¿no?.
-Si, Alvarado -dijo disimulando su amargura- soy de los que le recogen la basura a tipos como tú.
>>Pedro, el ermitaño, hace trabajos para nosotros a cambio de “miedo residual”.
-Parece que hay varias cosas que no me informaron cuando me enviaron a este agujero ¿Qué es “miedo residual”, por el amor de Dios?.
-Todas las unidades operacionales como la nuestra, trabajan con médiums, contactados, poseídos y entidades psíquicas altamente tóxicas. Se necesita un complejo sistema de extracción y limpieza en las redes de aire acondicionado. Las infecciones que pueden producirse son realmente peligrosas, si vieras las imágenes que obtenemos con los filtros adecuados se te pondrían los pelos de punta. Quizás por eso no te contaron nada -sonrió viendo la cara de preocupación que comenzaba a aparecer en Alvarado-. Hace algunos años conseguimos convertir en datos los procesos chamánicos de exorcismo y desarrollamos extractores que están constantemente filtrando la carga en las auras de los operarios, quebrando “presencias”, absorbiendo la pena que emanan algunas entidades; absorbiendo algunas almas que se han arrastrado hasta nosotros evadiendo los firewalls, sedientas de calor humano, a través de las carreteras que abrimos entre mundos.
>>Todo lo extraído se reduce en unas cámaras de disolución. Los dolores demasiado gruesos se fijan con estática a unas barras de ferrita del tamaño de una mano. Les llamamos “miedo residual” y Pedro, el ermitaño, tiene un especial gusto por ellas.
-¿Cómo? -Alvarado se reía nerviosamente-. ¿Le pagamos con almas en pena?- sonrió cruzándose de piernas y brazos, pensando “este cabrón realmente lo está disfrutando”.
-Si no me crees -dijo Ramírez y modificó la función en la pantalla de su monitor- te puedo contar que en estos momentos hay algo parecido a un niño trepando abrazado a tu pierna derecha y una entidad, vagamente similar a un pulpo, está adherida a tu espalda intentando penetrar tus chakras con sus tentáculos -Alvarado hizo una mueca parecida a una sonrisa y tragó saliva. Todos los operarios miraban expectantes la pequeña venganza de Ramírez. De pronto sonaron todas las alarmas y las luces enrojecieron.
-¡Señor, Pedro encontró a Mariana! -Ramírez corrió hacia el puesto del controlador y le palmoteó la espalda-. Bien, muchacho. Abre la comunicación ¿Tenemos imagen?.
* * *
-¡Seelknaaam! ¡Este huevón me quiere matar! ¡Ayúdame desgraciado! – Mariana respiraba agitadamente.
Pedro se hundió la mano en el ojo derecho y giró algo que sonó como un switch, una nube se formó en torno a él y lo hizo desaparecer. De la nube emergió la imagen de la madre de Mariana levitando hacia ella. La mujer entró en pánico.
* * *
-¿Qué ocurre? -preguntó Alvarado inclinándose sobre el monitor-. Ahora se ve distinto.
-Pedro tiene disociados todos los componentes de su psique. Su ego, su yo y todas sus capas psicológicas tienen vida independiente en torno a él. Lo orbitan, entran y salen frenéticamente.
>>“Eso” que está viendo Mariana es su arma más peligrosa -continuó-. Su ánima es una entidad femenina voraz e infecciosa, sus raíces penetran tu psique desde el inconsciente colectivo e inocula recuerdos tóxicos en tu mente que se reproducen y copan tu memoria. Es capaz de reencarnarse en cualquier estructura, puede hacer vivir a un cuchillo o una montaña pequeña. Es un conjuro negro personificado.
-”Eso” ¿es parte de Pedro? -preguntó Alvarado con nerviosismo.
-Es la entidad “Juana”. Su sonda, su proyectil, su perro guardián, su amante, su tarot, su droga. Veneno psicológico vivo.
-Recuerda que no debe dañarla, sólo capturarla ¿Podrá entender eso?
* * *
-¡No me toques! -Mariana gritaba completamente fuera de sí frente a la visión fantasmagórica de su madre mutilada. La veía desde todos los puntos de vista y era capaz de leer la estructura molecular de toda su piel.
Comenzó a vomitar.
-No quiero hacerte daño, hija mía. Sólo quiero llevarte conmigo para que disfrutes este calvario. Sólo quiero nos abracemos en esta muerte antes de la muerte -extendió un brazo desde la zona de su corazón y la tocó entre los ojos. Mariana estaba siendo inoculada con veneno psíquico directo a sus neuronas, pulsos cargados con los recuerdos atroces de las “perras”. Se desorbitaban sus ojos, el cuerpo completamente crispado; se orinó y le faltaba la respiración. Sentía que una mantarraya le envolvía el cerebro con un color hediondo lleno de microbios catódicos. Anémonas electrónicas interviniendo sus sistemas, colonias de parásitos mnemónicos proliferando en los resquicios de su masa encefálica.
-Ahorita te vas conmigo a Colombia, Mariana. Que pinche “perrita” vas a ser. Pero como soy todo un bromista, vas a estar consciente todo el tiempo, mi chula.
* * *
-No vamos a hacer eso -dijo Alvarado- ¡díselo ya!
-Bien, el trato era que si ella no cumplía la íbamos a…
-¡No, imbécil! -le gritó en la cara y perdiendo toda la compostura, lo aferró de una solapa. Ramírez lo miró más sorprendido que molesto.
-¡Te ordeno que controles a esa cosa de inmediato! -Ramírez se soltó de un manotazo. Desde el comunicador se escuchó una voz extraña.
* * *
-Ya está bien. Suéltala -dijo el selknam y desplazó el espacio que ocupaba Pedro un milímetro hacia la izquierda. El demonio alcanzó a huir por una puerta y entrar inmediatamente tras el Reche en la forma de una ola de ira roja.
El selknam huyó dos años hacia el pasado, a un momento en que Pedro meditaba, y le enterró un estilete de metal en su columna. Saltó hacia una grieta de tiempo y cayó al presente de cara a una ola roja bastante más débil, la esquivó con un pase de Aikido y, tomando el mango del estilete, le arrancó la columna vertebral de un elegante tirón.
Pedro cayó de bruces.
El selknam, inmóvil en el gesto, la columna colgando de su mano.
El silencio, el crepitar del fuego.
Mariana en el suelo, desvanecida.
* * *
-¿Qué pasó? -preguntó Ramírez.
-No tengo idea quién es ese huevón -dijo Alvarado- pero te salvó de una caada mayúscula.
-Verifiquen si todavía tenemos comunicación con los aparatos de Pedro -reaccionó mecánicamente el militar, sorprendido por la aparición del selknam y la particular preocupación de Alvarado por Mariana.
[…continúa en TauZero #3]