Exordio
Poseo una deuda histórica con TauZero que me he propuesto saldar. Hace varios años, cuando me hallaba pesquisando los resultados del concurso Fixion 2000 (ver Finding Shklovski en TauZero #1) llegué al ahora extinto foro de Utopika cuando sí se debatía sobre ciencia ficción y temas afines. Uno de mis primeros post (lo recuerdo muy bien) versaba sobre una nota aparecida en el “prestigioso” suplemento Artes & Letras del diario El Mercurio sobre un ciclo de cine de Tarkovsky. En el artículo, un poco informado periodista se maravillaba ante la imaginación del cineasta, capaz de “concebir” un planeta viviente como Solaris. Mis descargos, obviamente, apuntaban hacia la omisión de Stanislaw Lem, verdadero “padre” de la criatura.
Luego de este post al que nadie respondió (al parecer a los contertulios Lem y Tarkovsky les parecían algo aburridos) intenté abrir un debate en torno a la teoría del Punto Omega de Frank Tipler, a la que había llegado tras la lectura de un par de libros que me impresionaron muchísimo: Hyperion y La caída de Hyperion de Dan Simmons, pero el único que respondió solicitando info al respecto fue rmundaca. Al parecer mi post había llegado tres años adelantado ya que posteriormente los mensajes relativos a los Cantos de Hyperion (como se conoce a la saga) inundarían el mentado foro propiciando incluso la creación de una página Web para descargar las versiones digitalizadas de la tetralogía (e Hijos de la Hélice).
El caso es que desde la fundación de TauZero que rmundaca esporádicamente continúa demandando una nota sobre el Punto Omega. Extenuado (al igual que Unda Sanzana con lo del “Moon Hoax”) de su permanente hostigamiento he decidido escribir algunas líneas sobre el Punto Omega usando como pretexto los Cantos de Hyperion de Dan Simmons, tan íntimamente ligados a la historia de TauZero como yo mismo y sobre los cuales, sin embargo, jamás hemos hecho referencia alguna. Por esto mismo, y antes de adentrarnos en el territorio de la filosofía teológica, cabe referirnos brevemente a Dan Simmons y sus Cantos de Hyperion.
Lo primero que podríamos decir de Simmons, sin duda de particular importancia en una sociedad exitista como la nuestra, es que el tipo puede clasificarse dentro de la casta de los autores de “bestsellers”, no al nivel de ese monstruo que es Stephen King, por cierto, pero sí de gente como Tom Clancy o Michael Crichton. ¿Y qué diantre es un bestseller?, pues no sólo un libro que vende mucho, en mi humilde opinión, sino un libro que trasciende el “género” al que supuestamente pertenece.
Tomemos un ejemplo cercano: Ygdrasil de Jorge Baradit es un bestseller, si usted va a la librería Antártica del mall Alto las Condes en Santiago (como fue mi caso) no va a hallar la novela de Jorge relegada a un oscuro anaquel en la sección de cf y fantasía, no señor, lo encontrará entre lo último de Dan Brown y J. K. Rowling. ¿Estrategia de marketing de la editorial? Posiblemente, en un país donde la cf no es una etiqueta vendedora la mejor táctica es alejar el producto lo más posible de tal denominación genérica. Pero también es cierto que Ygdrasil (como Hyperion) es una obra transversal que puede ser accedida por cualquier tipo de lector, libre de las expectativas que normalmente nos impone tal o cual “género”.
Esto lo sabía muy bien el maestro William Burroughs, con cuya obra alguna vez comparé Ygdrasil. “Es cómo Expreso Nova pero coherente”, le dije a Baradit tras leer el manuscrito que me confió sin saber que Norman Spinrad había calificado de igual forma su novela Incordie a Jack Barron (publicada por entregas en New Worlds en 1968). Como bien lo dijiste, Jorge, todos escribimos “el libro”.
Hay ciertos intelectuales pedantes a los que una obra bajo el rótulo de bestseller podría causar escozor, yo como no soy un intelectual pedante quiebro una lanza por el bestseller. ¡Vivan Barbara Wood e Isabel Allende!, ¡vivan Harry Potter y El Código da Vinci!.
Recuerdo una definición que leí alguna vez de lo que sería un “clásico” en literatura: “un libro que todo el mundo sabe que debería leer pero nadie lee”. ¿No son los bestsellers lo contrario justamente a esto?, ¿no se escriben los libros para ser leídos al fin y al cabo?
Ahora bien, hay quien puede asegurar que bestseller no es sinónimo de calidad, que no puede compararse a la Dra. Cole con Finnegan’s Wake. Cierto, y es aquí donde debemos recurrir al género para establecer que la primera es una obra notable dentro de los parámetros de las novelas románticas para señoras mientras que el segundo lo es también para los intelectuales pedantes de esos que sacan una cita de la nada como ésta: The fall of a once wallstrait oldparr is retaled early in bed and later on life down through all christian minstrelsy. The great fall of the offwall entailed at such short notice the pftjschute of Finnegan, erse solid man, that the humptyhillhead of humself prumptly sends an unquiring one well to the west in quest…
¿Y como medimos calidad en términos literarios, por cierto? La forma más pedestre sería comprobar si el autor cuestionado posee algún premio. ¡Y vaya si Dan Simmons los tiene! (de él estábamos hablando, ¿recuerdan?) Su primera novela, La canción de Kali, obtuvo el World Fantasy Award mientras que Hyperion, el prestigioso premio Hugo. Los galardones de Simmons se acumulan: varios Locus y Bram Stoker Awards, el French Prix Cosmos 2000, el British SF Association Award, el Theodore Sturgeon Award, etc.
De acuerdo, Simmons es un autor exitoso tanto en ventas como en críticas y gracias a ello es que tipos como yo hemos podido leerlo. Pero finalmente no voy a recomendar su lectura por estas razones, sino por su eclecticismo; su falta de pudor a la hora de meter en la coctelera todo lo que se le vino en mente; por amalgamar con maestría géneros y subgéneros como la space-opera, el cyberpunk y la novela negra; por beber de las fuentes mitológicas y religiosas; por llevar las ideas a sus últimas consecuencias; por ser extremadamente original a la vez que sumamente conservador; por crear personajes entrañables; mundos espectaculares; sociedades increíbles… En suma, las mismas virtudes que hacen de Ygdrasil una obra notable.
Tras todo este divagador preámbulo y consciente que el tema puede extenderse más de lo recomendado la siguiente nota será dividida en tres partes.
Tomaremos como inicio entonces la siguiente pregunta formulada por Joseph Severn (alias del segundo cíbrido de John Keats): ¿Es posible que una deidad evolucione a partir de la conciencia humana sin que la humanidad lo sepa? Esto da pie al fragmento que sigue:
–Yo enseñé que según san Teilhard, esto era posible –señaló fatigosamente Duré–, pero si ese Dios es un ser limitado, que evoluciona tal como hemos hecho los demás seres limitados, pues no, no es el Dios de Abraham y Cristo.
Monseñor Edouard asintió.
–Hay una antigua herejía…
–Sí –dije–, la herejía sociniana. Oí que el padre Duré se la explicaba a Sol Weintraub y al cónsul. Pero no importa como haya evolucionado esta… potestad, ni si es limitada. Si Ummon dice la verdad, nos enfrentamos a una fuerza que usa cuásares como fuentes de energía. Es un Dios que puede destruir galaxias, caballeros.
–Eso seria un dios que destruye galaxias –enfatizó Duré–. No Dios.
–Pero si no es limitado –repliqué–, si es el Dios del Punto Omega, la conciencia total acerca de la cual usted ha escrito, si es la misma Trinidad que la Iglesia de ustedes formula y teoriza desde antes de Santo Tomás, si una parte de esa Trinidad ha retrocedido en el tiempo hasta aquí y ahora, ¿qué pasa?
El anterior diálogo ejemplifica muy bien los dilemas teológicos que conciernen a la Saga de Hyperion y que básicamente tiene que ver con la posibilidad de Dios o un “dios” que no es Creador sino criatura. Simmons da particular importancia a las ideas del sacerdote jesuita Teilhard de Chardin (a quien convierte en “san” Teilhard) y menciona de paso la “herejía” sociniana y más acabadamente el concepto del Punto Omega que trascendió los ámbitos de la religión para instalarse en la ciencia de la mano de Frank Tipler y John D. Barrow con el libro The Anthropic Cosmological Principle (Oxford Univ. Press, 1986), que a su vez sirvió de base para la teoría de Tipler desarrollada en «Física de la inmortalidad. Cosmología moderna, Dios y la resurrección de los muertos» (1994). Los tres apartados de esta nota denominada Un dios que evoluciona obtendrán sus títulos a partir de los enunciados del anterior fragmento de la novela de Simmons y serán, en orden cronológico: La herejía sociniana, las enseñanzas de san Teilhard y finalmente (y para delicia de rmundaca) El Punto Omega.
Apartado 1: La herejía sociniana
El Socinianismo es un movimiento religioso de teología unitaria que tomó forma gracias a dos teólogos del siglo XVI: Lelio Sozzini (o Socino), y su sobrino Fausto Sozzini quien, perseguido por sus creencias, encontró refugio en Polonia donde se unió a otros reformadores liberales y antitrinitarios en el grupo denominado Hermanos Polacos (destruido posteriormente por la Contrarreforma Católica). Antes de explicar en qué consiste la herejía sociniana a la que alude el segundo cíbrido de Keats, sin embargo, debemos establecer en que consiste la teología unitaria y el antitrinitarismo.
El Unitarismo encuentra sus orígenes en los primeros siglos del Cristianismo y se fundamenta en el rechazo a la idea de la Trinidad considerándola como contraria a las enseñanzas originales de Jesús. La imposición del Credo católico y del dogma trinitario en los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381) condenó como herejías estas ideas y supuso la persecución de sus seguidores. Al estallar la Reforma y dentro del espíritu protestante de libre examen de la Biblia numerosos intelectuales publicaron sus propias interpretaciones acerca de la doctrina cristiana sin esperar por supuesto la aprobación de la “corrupta” Roma. Uno de estos intelectuales fue el médico y teólogo español Miguel Servet (1511-1553) que en su libro De Trinitatis Erroribus debatió racionalmente la doctrina trinitaria, ideas que se consolidarían posteriormente en su obra cumbre Christianismi Restitutio. Las heterodoxas opiniones de Servet le convirtieron en un proscrito en toda Europa, siendo perseguido tanto por la Inquisición como por Calvino y sus partidarios, quienes finalmente le aprehendieron en Ginebra y condenaron a morir en la hoguera.
Las críticas propiciadas por Servet de las doctrinas tradicionales fueron retomadas por los humanistas de Italia del norte que, independiente de Lutero, Calvino y otros reformadores, desarrollaron sus propias teologías liberales. Y es aquí donde entran Lelio y Fausto Socino.
Antes y después de la muerte de Servet, varios religiosos italianos que adherían a su pensamiento huyeron de la Inquisición buscando refugio en Ginebra y Zürich, dentro de ellos se encontraba Lelio Socino (también conocido como Laelius Socinus), nacido en Siena (Toscana) en 1525 y fundador del movimiento intelectual Antitrinitario. La influencia de Lelio fue mucho mayor tras su muerte que en vida y su mayor aporte fue demandar respuestas racionales a preguntas teológicas, posición que por supuesto no aceptaba dogma alguno; las Escrituras eran vistas como un testimonio y no un depositario de dogmas inventados. El rol del la voluntad e intelecto humanos adquirieron mayor relevancia pudiendo el hombre controlar sus propias decisiones morales realizadas en trono a una base racional. La Iglesia perdió toda su aura sobrenatural y se convirtió en una sociedad de creyentes. Los sacramentos fueron despojados de sus poderes mágicos y se convirtieron en ceremonias. A decir verdad los conceptos de Lelio eran similares a la doctrina de Servet pero sin la metafísica filosófica que había servido de poderoso instrumento para negar los dogmas Cristianos. El pensamiento de Lelio posteriormente llegaría a su máxima expresión con la escuela creada por su sobrino Fausto: el socianismo
Fausto Socino (1539) nació en Siena al igual que su tío y provenía de dos familias muy distinguidas de la república de Toscana. Perdió a sus padres a muy temprana edad y es poco lo que se sabe de sus años de juventud. En 1561 Fausto dejó Italia y marchó a Lyon para adquirir experiencia como mercante. Allí entró en contacto con los movimientos religiosos radicales y particularmente con el pensamiento de su tío Lelio. Tras la muerte de Lelio en 1562, Fausto abandonó Lyon y se marchó a Zürich donde adquirió los manuscritos y notas de su tío (posteriormente, en una carta escrita a un amigo de Transilvania, Fausto confesaría que no tuvo otro maestro humano en la vida excepto los escritos de Lelio).
Fausto Socino escribió gran parte de sus trabajos teológicos en Suiza e incluso en Italia y el corazón de sus doctrinas concordaba con aquellas de la Hermandad Polaca:
- Antitrinitarismo o negación del concepto tradicional de la Trinidad.
- Unitarianismo o negación de la preexistencia del Hijo (Jesús).
- El concepto de redención a través de actos morales.
- El concepto de dualismo radical, es decir, diferencia radical entre Dios y humano.
- El estatus de moralidad de Adán antes de su caída.
- El concepto de religión practicado como principios éticos, o sea, la convicción que órdenes morales como el Sermón de la Montaña deben ser practicados.
- La convicción que el hombre es capaz de desarrollar la voluntad de seguir a Cristo y así obtener la salvación.
- La oposición al misticismo que requiere cierta iluminación especial para acceder a la verdad religiosa.
- La convicción que el razonamiento natural del ser humano es suficiente como para etender e interpretar las Escrituras.
- Socino aceptó la posición empírica que dicta que todo nuestro conocimiento proviene de la experiencia sensorial: Nam, ut dictum est a Philosopho, nihil est in mente, sive in intellectu, quod non prius fuerit in sensu.
Ahora bien, en cuanto a la Cristología Antitrinitaria, Socino en su primer tratado escrito en 1562 bao el titulo Explicatio primae partis primi capitis Evangelii Joannis, entrega una interpretación distinta de las palabras de Juan (Juan 1:1-3) que niegan el dogma Trinitario. Tradicionalmente, este capítulo fue interpretado sobre la base de la filosofía y religión griega que asumía la existencia de una segunda persona, el Hijo de Dios o Verbo o Logos, que era una entidad cósmica preexistente con Dios Padre y unido a él por la misma sustancia. De acuerdo a esta exégesis posteriormente el Hijo de Dios se volvió “carne”, o sea un ser humano, Jesús, pero sin dejar de ser Dios.
El argumento de Socino contra esta interpretación se apoya en la falta de consistencia que guarda con otros pasajes de las Escrituras. Tanto en Lelio, como Fausto el “comienzo” no se refiere al Génesis sino que debe ser entendido como el inicio de las enseñanzas de Jesús. La noción de la preexistencia del Verbo (Logos) como una entidad cósmica ha sido aceptada en la teología tradicional bajo la influencia de la filosofía platónica y no como algo emanado de los Evangelios. En los Evangelios el término Logos (palabra) se refiere al Jesús histórico (el hombre que fue crucificado) y no el Verbo eterno y cósmico. Al llamar Palabra a Jesús, Juan quería decir que Cristo estaba proclamando la palabra de Dios.
De acuerdo a Socino, el verdadero entendimiento de la expresión escritural “el hijo de Dios” aplicada a Jesús no significa que Él haya nacido gracias a la intervención del Espíritu Santo, sino que se refiere a su “similitud” al Padre en tres funciones:
1. Conocimiento: Jesús conocía las mentes y corazones de hombres y mujeres como ningún otro profeta o ángel.
2. Inmortalidad: Jesús ha sido el primer y único ser humano en obtener la inmortalidad (pese a que las Escrituras mencionan que Enoch y Elías fueron llevados al cielo, no resucitaron y tampoco existe evidencia que hayan sido hecho inmortales).
3. Poder: Jesús tenía poder sobre las mentes y cuerpo de los demás seres humanos. Además dirige buenos y malos espíritus y juzga a los seres humanos de acuerdo a sus meritos recompensándolos con vida eterna o castigo. Pero el poder de Jesús se extiende sólo sobre la gente que pertenece a la Iglesia. Y la Iglesia se entiende como la gente que tiene conocimiento de Jesús, incluyendo quienes lo niegan.
Por último cabe mencionar que la expresión “Espíritu Santo” para Socino no denota una tercera persona o Dios. El Espíritu Santo no es una entidad cósmica, es el poder de Dios y la efectividad de sus acciones, el poder de santificar a las personas.
En el contexto de La saga de Hyperion podemos concluir que la herejía sociniana se refiere específicamente a la visión de Jesucristo “sólo como un hombre” (aunque revelación por excelencia de Dios) lo que se ejemplifica muy bien en el siguiente pasaje del El ascenso de Endimión, durante el sermón de Aenea en T’ien Shan:
Liberado de las restricciones del tiempo al vislumbrar la atemporalidad del Vacío Que Vincula. Jesús comprendió que él era la clave… no sus enseñanzas, ni las escrituras basadas en sus ideas, ni la servil adulación de él o del Dios del Antiguo testamento, un Dios en quien creía con firmeza y que de pronto había evolucionado, sino él, Jesús, un hombre humano cuyas células contenían la clave para abrir el portal. Jesús sabía que la aptitud para abrir esa puerta no residía en su mente ni en su alma sino en su piel, sus huesos y sus células… literalmente, en su ADN.