El Affaire Bello


El affaire Bello es, ya no cabe duda alguna, una muestra más del genio adelantado a su época de ese gran político y experto avant garde en marketing: Ramón Barros Luco. Su slogan «Hay dos tipos de problemas: los que se solucionan solos y los que no tienen solución», con lo cual defendió la -aparente- parálisis gubernativa, es el antepado directo de «Imposible is nothing». Se trata de dos maneras de entregar una visión elegante y calma de una actividad en realidad frenética y altamente riesgosa, de manera de impedir que nuevos competidores entren al mercado -ya que como un mercado con barreras de entrada nulas es un mercado que no ofrece ninguna ganancia- manteniendo el control del mismo. Barros Luco fue, lo sabemos ahora, quien sugirió que el desastre de Bello (con la destrucción de una nave impagable entonces para cualquier privado y que podía volver a la opinión pública en contra del gasto en una tecnología insegura y peligrosa, pidiendo en cambio que se usaran esos fondos, por ejemplo, en desarrollo industrial o mejoras en la salud) fuera apostrofado como una desaparición, una pérdida casi lúdica, creando un misterio «simpático». Lo que ahora parece una acción cortoplacista y rastrera no lo es en absoluto. Por el contrario, podemos decir, casi cien años más tarde, que el esfumarse del Teniente Bello fue el punto bisagra que determinó que todo el siglo XX chileno se convirtiese -contra la esperanza de aquellos años- en una era de apabullador éxito conservador. Sólo la poesía logró escapar de ese cepo de hierro, no irónicamente gracias a la acción audaz de Vicente Huidobro que lanzó poemas sobre Santiago precisamente desde un avión (acción que imitaría luego Raúl Zurita, escribiendo poemas con humo sobre Manhattan). Como muy bien lo anticipó Barros Luco, la sumatoria de ambas acciones (se sabe que él mismo instó al joven Huidobro a tal acción) sellaron el destino del país, al asociar permanentemente los conceptos de innovación, tecnología, cambio acelerado y riesgo creativo con los del volar, unión que se selló con la impronta despectiva que en el lenguaje común chileno tiene la palabra «volado», dado que «volado» es, desde ya (cosa incomprensible en otras versiones del castellano), «perdido». En cambio alguien «aterrizado» conlleva los mayores elogios. Aparente ironía, gran éxito encubierto: desde entonces el país cree poder «despegar» una y otra vez, bajo el liderazgo de una elite «aterrizada». Y todo sigue igual.

Stephan Ralsuy (en «Chileneia», Vico Ediciones, Esplugas de Llobregat, 2006)

Colaboración de Rodrigo Lara, corresponsal de UcroníaChile en Buenos Aires.

el huacho


«…es demasiado vergonzoso para nuestro orgullo nacional. No puede ser que nuestro principal enemigo regional sea a la vez quien nos liberó del yugo colonial. Esto se está volviendo un asunto de relevancia nacional. Me preocupa la sensación de tutelaje psicológico que nuestro pueblo acarrea por esta situación.
El conflicto será inevitable, en diez, veinte o cincuenta años. Estamos ad portas del siglo XX y ésto se ha vuelto casi un tema estratégico. Pero, ¿qué podemos hacer?

-Reinventar la historia, señor presidente.

-¿Cómo dice?

-Estudiando nuestros documentos, descubrimos que antes de la llegada del ejército argentino a cargo de San Martín, hubo un levantamiento, bastante patético, liderado por el huacho O’Higgins. Este hizo todo lo posible por esconderlo cuando asumió el mando de la Nación después que San Martín se retiró a Buenos Aires, era demasiado vergonzoso hablar de una campaña tan desastrosa, corta y frustrante. El huacho no ganó, dicho sea de paso, ninguna batalla comandada por él en toda su carrera. Luego de ese fracasado levantamiento debió huir a Argentina y refugiarse tras las faldas de la masonería. Regresó a Chile junto al ejército argentino, pero no aportó ni con el más miserable triunfo para la guerra de independencia diseñada por San Martín. Incluso cayó estúpidamente herido antes de la batalla decisiva y sólo se atrevió a aparecer cuando todo estaba definido.

-Estamos de acuerdo en que era un inepto, pero no entiendo a dónde va con todo ésto.

-Es bastante sencillo. Sólo basta con validar ese levantamiento inicial fracasado con la campaña posterior y decir que fueron dos etapas de lo mismo. Hacemos aparecer al huacho como triunfador en Maipú y con su posterior cargo comandando el país completamos el cuadro. Aparece en las tres etapas, el resto se trata de ajustar ciertos hechos y obviar otros para que parezca protagonista de la historia.

-¿Cuál es su nombre, joven?

-Manuel de Sagredo y Montilla, señor.

-Don Manuel, lo que me plantea es una estupidez, ¿Quién podría creer semejante imbecilidad? Todos sabemos quién fue el huacho O’Higgins, por favor!…ahora déjenme solo, he escuchado demasiadas tonteras esta mañana…El huacho ese, dictadorcillo patético. La República consiguió deshacerse de él con enorme esfuerzo y ahora usted, ¿pretende convertirlo en nuestro libertador?…
Dios!…lo que tengo que oir…¡como si la gente le fuera a creer!

-Señor presidente, la historia es nuestra…no la hacen los pueblos…

-¡Lárguese, antes que convierta a Prat en un santo iluminado…o a Caupolicán en artista de vaudeville…!…Por Dios…estos jóvenes de hoy tienen las ideas más estúpidas…!!! El progreso y los automóviles los han convertido en unos cretinos…

Memo


Sr. Director de investigación
Facultad de Ciencias de la Tierra
Departamento de Estudios Antárticos.
Punta Arenas, 25 de diciembre de 2006.

Envío esta carta para dar una explicación al uso injustificado de recursos que he permitido como subdirector del departamento, y para relatar los acontecimientos que nos han impulsado a organizar esta segunda expedición, de la que en unos pocos días tendrá conocimiento.
Lo que nos aconteció aquel día despejado de enero, y que motiva ahora el entusiasmo en los preparativos del regreso, fue más allá del funesto retroceso de los hielos y las grietas. Como sabe recorríamos la costa del mar de Bellingshausen, en una zona llamada coloquialmente “el iglú del diablo” por los militares que comenzaron a colonizar la región en el siglo XX. Arribamos a nuestro objetivo sin contratiempos, pero apenas terminábamos de hacer la última perforación para obtener las, sentimos un fuerte “crack”, y el vehículo oruga que nos transportaba desapareció junto al conductor y uno de los dos militares que nos acompañaban. Luego, un tercer compañero, ingeniero en minas, desapareció junto con el barreno, y pronto yo me vi tragado y cayendo varios metros en un abismo blanco.
Cuando nos detuvimos, solo se me ocurrió mirar hacia arriba, y el panorama no era auspicioso: la abertura estaba casi 20 metros sobre nuestras cabezas, y si habíamos sobrevivido era por la gran cantidad de nieve, reblandecida por el implacable sol, que cayó con nosotros y que amortiguó nuestra caída,.
Reconocimos perdidas. Dos camaradas habían muerto, el ingeniero en minas (que terminó con el barreno atravesándole el estomago) y uno de los militares. Solo sobrevivíamos yo, un suboficial de ejército y mi estudiante de geología, los tres con serias heridas. De hecho, uno de mis pies se hizo puré en la caída. Como pudimos dimos aviso a la patrulla de rescate, que no vendría a buscarnos en menos de 6 horas. Por lo tanto, 6 horas resistimos el frío y nuestras heridas, tendidos de espaldas en el fondo de la grieta, hasta que finalmente un helicóptero trajo el equipo de salvataje que nos rescató.
Arrastrándose sin un brazo uno y sin algo más otro, pudimos juntar nuestras cabezas tendidos en el suelo para observar aquel extraño lugar y compartir opiniones. Discutimos varios minutos y quedamos de acuerdo que las paredes de aquélla grieta no eran de hielo, más aún, eran de una roca de un color azulino que, quizá lapislázuli. La muralla no era una sola masa, sino que estaba constituida por varios bloques cuadrados de aquella piedra azul y de piedras de otros colores, a simple vista más propias de los Andes continentales, cuyas junturas apenas podía percibirse y que eran demasiado simétricas para ser naturales.
La curiosidad era mayúscula hasta ese punto, pero nuestras expresiones de asombro se exacerbaron cuando gracias al paso del día y al desplazamiento del sol, sus rayos incidieron de forma oblicua en los bordes de la muralla ciclópea y distinguimos una variedad de extrañas características: desde largas corridas de almenas en el borde lejano de la grieta hasta pequeñas ventanillas plateadas que relucieron con el inconfundible brillo de la plata, que como geólogo reconocí bien. Nunca imaginé que, con la tecnología desarrollada en esos días, no diésemos con una muralla de estas dimensiones bajo el hielo eterno. Pasamos horas discutiendo el origen de aquella visión, hasta que finalmente nos sacaron casi a la fuerza de la grieta.
Puede usted crea que aquella ilusión fue producto de las hormonas que fluían torrentosamente por mi, pero pese a que quedé lisiado y un implante reemplaza los dedos de mis pies, mi regreso a la zona es irrevocable.

Esperando su comprensión, se despide.

Patricio Humboldt Cariman
Geólogo.
Ex subdirector de depto. de Estudios Antárticos


(ucronía de Pedro Díaz Cartes «Artefacto»)

Rahn


-¿…Piedra Azul?-
-La piedra que cayó de la frente de Lucifer-
-La lapis exilis, ¿el grial?
-La lapis excoeli, en realidad. La piedra del cielo, la piedra caída del cielo azul. La piedra del cielo azul. La lapis lazuli. La piedra que saltó desde la frente de Lucifer, cuando cayó de cabeza contra nuestro mundo, exiliado del reino de Jehová.
-¿Y me dice que sabe dónde cayó?
-Allá la llaman Kallfukura, «piedra azul», y también la relacionan con Venus. Uno de sus héroes se llamaba de la misma manera, era un guía que quiso unificar toda la tierra para los de su sangre, en un único reino bajo su liderazgo. Luchó contra dos países y su movimiento de expansión también requería dar una curva hacia el este, un giro hacia la izquierda. En sus cantos predominaba la nota sol.
-¿Qué debemos hacer para encontrarla?
-Debemos morir todos en un gran sacrificio, bautizados por el Estigia, para renacer en otras tierras, más propicias.
-Deberá haber guerra entonces.
-Si, deberá haber guerra.
-¿Nos veremos nuevamente?
-No en este lugar.

-¿..Es…cierto…todo lo que me dice?
-Ya conversamos ésto mismo muchas veces, usted me hizo esta misma pregunta muchas veces. No importa si usted cree, lo importante es que va a ocurrir lo quiera o no. Asegúrese que la historia lo sorprenda en el lugar correcto y haciendo lo correcto.
-Comprendo
-No, no comprende. Todo ésto es parte de un sistema que nadie comprende, yo solo he aprendido a valorarlo estéticamente. Su tamaño me agobia, me hace sudar, me ha hecho llorar de angustia en algunas ocasiones.
-¿Tiene miedo?
-No, cansancio. Morir cada vez no…en fin…la piedra puede ser una solución.
-Tengo miedo.
-En el momento déjese arrastrar, mire hacia arriba y diga «hágase tu voluntad y no la mía»…ya lo ha hecho otras veces…decenas de veces.
-Me van a odiar.
-Siempre lo hacen.

27


Algo ocurrió…nadie sabe todavía qué está pasando…las calles están llenas de gente en silencio, expectante y asustada…el aire está tibio, A lo lejos unos ladridos. Allá arriba, en la torre Entel, el reloj marcó las 24 horas, todos celebraron y gritaron, pero el reloj luego marcó las 25 horas…todos miraron sus relojes…el tiempo continuó marcando 31 de diciembre en todos los celulares, todos los relojes, todos los computadores.
Ya son las 27 horas y 32 minutos del día 31 de diciembre de 2006. Hemos notado que la luna sigue en el mismo sitio. Nada se mueve. Alguien me contó que en Plaza Italia alguien vió una paloma suspendida en el aire. El Mapocho no suena…me está costando respirar…creo que no puedo moverme…no se qué está pasando.

Unterwelt

Hoy, 27 de diciembre, se cumple un año exactamente desde el descubrimiento de La Colmena. Como recordarán, los trabajos en la línea 5 del Metro se toparon de pronto con algo que inicialmente pareció una caverna subterránea. Los trabajadores retrocedieron espantados ante la fetidez que emanaba el agujero. Algunos bravucones se hicieron los valientes y se acercaron demasiado. El resto lo sabemos por la infinidad de reportajes que se han hecho hasta la fecha: del agujero emergieron hombres…o bien…algo parecido a hombres, que se abalanzaron aullando sobre los trabajadores. De piel reseca, vestidos con harapos, cabello larguísimo y uñas como garras, se aferraban a los aterrorizados trabajadores para sacarles la piel a dentelladas y hundirles las uñas en sus abdómenes hasta el puño. Algunos carabineros de punto fijo pudieron reaccionar y dispararon desesperados tumbando a algunos, antes de caer ellos mismos presas de la marea fétida que no cesaba de salir por el boquerón. Un par de verdaderos héroes (hoy sabemos sus nombres y atesoramos su memoria) consiguieron hacerse de algunos cartuchos de explosivos en poder de la constructora y los lanzaron contra la pared que sostenía el techo sobre el agujero. El estampido los mató a casi todos, incluyendo a los trabajadores que aún permanecían dentro de la obra, pero libró a la capital de una tragedia impensable.
Con los días comenzaron a saberse detalles espeluznantes. Dos especímenes agonizantes pronunciaron algunas oraciones en español antiguo antes de morir, uno de ellos mantenía una cadena con una cruz en su cuello. El otro sonrió a los médicos y le preguntó si estaban en el cielo o en el infierno, en perfecto español castizo. Un tercero pronunció palabras que se mantuvieron en secreto por mucho tiempo: «…apenas tocaron un brazo de la colmena, el hervidero que duerme en el estómago de la nueva extremadura estallará tarde o temprano. El territorio supurará.»

Repito la pregunta de hace un momento: ¿Cada hijo de Santiago de Chile tiene ya un arma en su poder?.

Sant ag


AP (Reuteres). Las autoridades salieron de su mutismo y hoy a las diez de la mañana admitieron, en conferencia de prensa abierta, lo que todos ya sabíamos días atrás: Santiago está desapareciendo.
La primera denuncia conocida habría surgido en el paradero 45 de Gran Avenida, cuando la ahora famosa señora Alejandra Sánchez estampó una denuncia en Carabineros acusando el robo de toda su calle.
En un comienzo se trató de pequeños detalles, un peine de plástico, una edición inglesa de «War of the Worlds». Pronto el formato se amplió y asistimos al desvanecimiento de monumentos, de algún oscuro barrio deshabitado o los restos de ese edificio abandonado que nadie echaría en falta. Al cabo de los días el fenómeno cobró agallas y desaparecieron establos completos del Club Hípico con caballos y mascotas incluidas.
La autoridad a su vez negó que el gran accidente múltiple frente a La Moneda haya tenido alguna relación con los fenómenos recientes, pero testigos declaran haber visto desaparecer todos los semáforos en cuadras a la redonda.
A pesar de los intentos del gobierno de negar hechos tan evidentes como la repentina desaparición del río Mapocho, reemplazado por un camino de tierra, la situación llegó a límite cuando, una mañana, los santiaguinos fuimos testigos de la completa desaparición de la cordillera de los Andes.
Hoy, después del mediodía, ha comenzado lo más temido por todos. Las denuncias por la desaparición de personas, la desaparición de recuerdos, el olvido, el deja vu frente a cada hito del paisaje; el asalto a los albumes familiares para constatar la existencia de tal o cual familiar, que creemos recordar mientras nuestra memoria se diluye como la topografía de la urbe. Pronto vendrá el pánico general, la estampida desesperada frente a la inminente disolución del territorio, el horror de desaparecer de la memoria de la Historia en una vorágine de gritos de horror, hasta que el agua se calme y la superficie del recuerdo se vuelva un espejo transparente otra vez.
Me pregunto, ¿cuántas ciudades habrá desaparecido ya de la misma manera?

Santiago, 21 de diciembre de 2006

Majinga Zetto

«…se abrió el patio de honor de la escuela militar y salió algo enorme!!! Nunca lo había visto, murmuraba algo desde unos altoparlantes ubicados junto al cuello. La gente comenzó a correr gritando y rogándole a dios. Yo me escondí debajo de uno de los cañones y me puse a rezar. Los ruidos que hacía eran espantosos. Crujía y chirriaba como un transatlántico desarmándose. Los oídos me dolín cuando las articulaciones encajaban y el acero se arrastraba en las uniones con unos chirridos infernales. Las pisadas retumbaban y..¡el piso se movía!! Casi me oriné y pensé en que venían los marcianos o que era el fin del mundo, porque todo eran gritos y ruidos horribles de fierros y aceite que chorreaba desde la altura.
Uno de los pies pasó por encima mío como un Boeing volando a baja altura, el aire silbó y el viento movió las hojas y a los árboles. Cuando pisó al otro lado casi me morí y cerré los ojos. Los mantuve cerrados hasta que las pisadas, que retumbaban como tambores gigantes, se alejaron por Apoquindo…hacia el centro de Santiago.»

(relato de un testigo).