Uno de los personajes del comic Caballo negro se llama Poe. Es un pajarraco de cabeza negra y cuerpo gris, irascible, mala onda, de lengua filosa, que suele amargarle la vida al resto. Es una divertida y libre versión del cuervo del poema del escritor estadounidense, ese pájaro de mal agüero que, posado en la cabeza de una estatua, atormenta con su monótono estribillo de «nunca más». Poe -el escritor- era dado a esos momentos de romanticismo que rayan con la cursilería, y peores eran sus traductores al español. Conocí ese poema en una viejísima edición de sus obras completas que devoré antes de cumplir diez años, y no pude olvidar nunca el verso inicial, por su insólito rebuscamiento: «entre más de un raro infolio de olvidados cronicones…». Si Poe sólo hubiera escrito El cuervo, probablemente aún así sería famoso, claro que más en la estela del romanticismo a la Gustavo Adolfo Bécquer, y por eso es tan interesante y provocativa la versión de Jorge Cavazos, el autor de Caballo negro: ese cuervo catete, pesado, que arrea picotazos cuando no tiene argumentos, que no puede reconocer que tiene amigos y menos aún que los quiere, es una especie de conciencia dentro de un mundo ya bastante desquiciado, con demonios surtidos, maníacos sexuales y geeks frustrados, una conciencia que opera de modo no muy distinto al repetitivo mantra del cuervo original; aunque con un registro lingüístico más amplio, por cierto, un sentido del humor que ya se lo hubiera querido Poe y una notable libertad para hablar sin pelos en la lengua.
Suele destacarse, y más en un aniversario tan redondo como éste, nada menos que 200 años desde su nacimiento, las distintas facetas del escritor Poe: el creador del género policial, el explorador del terror, el pionero de la ciencia ficción, el poeta romántico; y las referencias a su vida se dentran en conceptos como bohemia, alcoholismo, extremos, melancolía, pesimismo, obsesión, genialidad, locura. Vale, vale. Para qué abundar en los tópicos. Es mejor recordar un par de citas que ilustran todo lo anterior, como, por ejemplo, el relato del editor Samuel Putnam, cuando Poe le ofrecía el manuscrito de Eureka:
«Luego de otra pausa y temblando de excitación, empezó a decirme que la publicación que venía a proponer era de un interés fundamental. El descubrimiento de la gravitación por Newton resultaba una mera fruslería comparado con los descubrimientos revelados en su libro. Provocaría inmediatamente un interés tan universal e intenso, que el editor haría bien en abandonar todos sus restantes intereses y hacer de la obra el negocio de su vida. Bastaría para empezar una edición de cincuenta mil ejemplares, pero sería apenas suficiente. Ningún acontecimiento científico de la historia mundial se acercaba en importancia a las consecuencias que tendría su obra. Y todo esto y mucho más lo decía, no irónicamente o bromeando, sino con intensa seriedad».
Putnam editó el libro, pero 500 ejemplares en lugar de cincuenta mil. Según Julio Cortázar, su traductor al español, Eureka muestra, de manera indirecta, que Poe estaba ya al borde de la locura, «en la medida en que su sagacidad y lucidez intelectual funcionan en el vacío, orgullosamente seguras de descubrir por sí solas las verdades últimas con un mínimo de datos físicos y corroboraciones científicas».
Así con Poe.