Aunque bastan los ojos (y en lo posible una noche oscura alejados de la ciudad), para maravillarse con la inmensidad del cosmos, es del todo evidente que sólo gracias al uso de instrumentos de observación (tecnologías ópticas y no ópticas) es que ha sido posible alcanzar el nivel de conocimientos que actualmente tenemos acerca del Universo. Esto se confirma al estudiar la historia de la ciencia, en donde se puede identificar, como un punto clave en el desarrollo de la astronomía, a la primera observación telescópica que realizó Galileo Galilei (1564-1642) en el año 1609.
Aunque Galileo no inventó el telescopio (lo hicieron ópticos holandeses a comienzos del siglo XVII), fue a él a quien se le ocurrió apuntar con uno de esos curiosos “tubos mágicos” (como entonces se les llamaba) hacia las estrellas. Con un primitivo instrumento fabricado por él mismo, hizo descubrimientos asombros: vio cráteres, montañas y valles en la Luna; fases en el planeta Venus; Manchas en el Sol, unas extrañas protuberancias rodeando a Saturno (con su sencillo telescopio no fue capaz de identificar los anillos de ese planeta) y también observó a cuatro lunas que orbitaban en torno a Júpiter.
A partir de estas primeras observaciones la astronomía cambio para siempre. Pero no sólo porque ahora era posible observar fenómenos nunca antes vistos, sino porque la interpretación de estos nuevos descubrimientos desafiaba al ya entonces vetusto modelo cosmológico geocéntrico, y sólo eran posibles de explicar de manera simple y elegante a la luz de la nueva cosmovisión planteada por Nicolás Copérnico. En definitiva, las observaciones que realizó Galileo, constituyeron la primera prueba observacional que validó definitivamente al modelo Heliocéntrico del astrónomo polaco, el cual había sido hecho público medio siglo antes, pero que desde entonces era considerado sólo como una especulación matemática, que simplificaba los cálculos de las órbitas de los planetas, pero que no se podía aplicar a la realidad.
Fue tal la trascendencia de los descubrimientos del sabio italiano, que al cumplirse cuatrocientos años de esas primeras observaciones estelares, las Naciones Unidas (a través de la UNESCO) han designado a este 2009, como el Año Internacional de la Astronomía. Así, para conmemorar este magno acontecimiento, desde enero de este año, se han estado desarrollando en todo el mundo actividades de divulgación científica que tienen por objetivo acercar el conocimiento de las ciencias del espacio al ciudadano común, destacando como figura central de estas celebraciones al astrónomo, físico, y filósofo Galileo Galilei.
Un rival para Galileo
Sin embargo, durante enero recién pasado hubo una noticia que apareció en diversos medio de comunicación (ver la noticia aquí) y que llamó poderosamente la atención. Se informaba en ella, que dentro de las actividades que se desarrollaban en Inglaterra para dar inicio al Año Internacional de la Astronomía, se contemplaba el homenaje no a Galileo, sino a Thomas Harriot (1560-1621), quien es considerado en la isla británica como la primera persona que utilizó un telescopio para apuntar hacia las estrellas, anticipándose por meses a las primeras observaciones del científico italiano.
Pero quién fue Thomas Harriot, y qué hay de verdad en aquello que debe ser considerado el auténtico precursor de las observaciones telescópicas, ya que visualizó y dibujó detalles de la superficie lunar antes que Galileo. Para responder a estas preguntas es necesario, en primer lugar, conocer algunos antecedentes de este personaje y evaluar las evidencias históricos que sustentan a esta hipótesis.
Los datos biográficos disponibles, nos dicen que Thomas Harriot fue un científico inglés que realizó importantes aportes a la matemática y otras ciencias. Como buen representante de esa época fue un personaje multifacético, y también se destacó en la astronomía. Cuando supo de la existencia de los catalejos holandeses, no dudó en adquirir uno. Y de inmediato lo empleó en apuntar a los cielos, y en particular, para observar la Luna.
Al revisar los antecedentes aportados por los historiadores ingleses, es posible establecer que efectivamente Harriot realizó observaciones estelares con un telescopio a mediados de 1609. Hay registros fidedignos que datan en el día 26 de julio de ese año, a un croquis con detalles de la superficie de la Luna. Posteriormente continuó con sus observaciones y realizando dibujos cada vez más precisos, transformándose en el primer cartógrafo lunar.
Con respecto a Galileo Galilei, se sabe que tempranamente tuvo conocimiento de la existencia de ese curioso instrumento que permitía observar objetos lejanos, y de inmediato se interesó en conocer detalles técnicos de su construcción. Se estima que ya para julio de 1609 había averiguado la forma que tenía el dispositivo, y de inmediato se abocó a la tarea de confeccionar uno él mismo (no hay que olvidar que Galileo además de científico, era ingeniero e inventor). Registros históricos señalan que durante el mes de agosto de 1609 logró fabricar un rudimentario aparato, que permitía alcanzar tres aumentos (acercaba tres veces una imagen lejana). Posteriormente fue perfeccionando su técnica y durante los meses siguientes construyó aparatos de mejores prestaciones. No hay consenso en cuanto al momento exacto en que hizo las primeras observaciones estelares, pero a la luz de todos los antecedentes disponibles, es un hecho cierto que éstas fueron realizadas en una fecha posterior a las de Thomas Harriot.
Héroes anónimos
¿Significa esta confirmación que se debe reescribir la historia, para entregar al investigador inglés los créditos que le fueron injustamente negados? Ciertamente que no, ya que en la ciencia es frecuente que muchos inventos y/o descubrimientos sean realizados en forma simultánea (una diferencia de meses puede ser considerada como tal). Este hecho, que para muchos puede resultar curioso o extraño, en el ámbito científico es una situación normal, ya que al haber muchas personas pensando en los mismos problemas, y aplicando a su resolución o interpretación, las mismas herramientas y nuevas tecnologías, es altamente probable que más de un investigador encuentre la solución en forma independiente. Pero como en la cúspide la de la pirámide de la fama no hay espacio para dos, la historia generalmente recordará a uno de los precursores, a quien se le endosan todos los merecimientos por el logro científico alcanzado.
Muchas veces circunstancias fortuitas, o formas de actuar diferentes de los actores, condicionan el curso de los acontecimientos. Así, ciertos personajes logran un mayor reconocimiento que otros, sin que eso signifique que los méritos de éstos últimos hayan sido menores. En el caso de Galileo la forma como manejó el asunto de las observaciones telescópicas fue muy distinto al proceder del científico inglés. A diferencia de éste, que no se preocupó de divulgar sus descubrimientos, Galileo Galilei sí dio amplia difusión a los suyos, e incluso publicó un libro en donde daba a conocer sus hallazgos. Pero más importante que aquello, lo fue el confirmar que los hechos observados a través del telescopio, validaban definitivamente al modelo cosmológico Heliocéntrico. Fueron tan reveladores sus descubrimientos, que a partir de ese momento Galileo se transformó en un férreo defensor de las ideas copernicanas, situación que lo llevó a enfrentarse al poder de la iglesia y a sufrir un injusto juicio y un cruel castigo en la etapa final de su vida (murió ciego y cumpliendo una pena de reclusión domiciliaria de por vida). Las observaciones telescópicas de Galileo Galilei, y su correcta interpretación, aportaron la evidencia científica definitiva que transformó a la astronomía en la ciencia moderna que ha permitido, después de cuatro siglos de ininterrumpido avance, acercarnos a una mejor comprensión de la naturaleza del Universo.
Pero la situación de Thomas Harriot nos debe invitar a reflexionar y a considerar, que por cada científico o inventor famoso hay muchos otros pioneros, igual de importantes, cuyos nombres ya no son recordados. Que sirva entonces el reconocimiento que Harriot ha recibido en su tierra natal, como una oportunidad para rendir un justo homenaje a todos aquellos héroes anónimos de la ciencia que con su inteligencia y esfuerzo, tanto contribuyeron al avance del conocimiento, pero que por razones a veces injustas, no forman parte de la historia oficial.