1. Puede muy bien ser que Álvaro Bisama (1975) mezcle peras con manzanas, y que esto no sea agradable de leer. También puede ser que esa sea su gracia: unir peras con manzanas por medio de injertos genéticos practicados por un científico loco, y que cuente la historia, que esa historia sea el texto que escribe –o un apartado mínimo, que se une como una cadena imposible a otros tantos eslabones también imposibles.
2. Suele ocurrir que aquello más molesto sea lo que para otros resulte de la máxima estima. Como por ejemplo que durante Allende este país fuese de fantasía, como lo escribe Bisama cuando el protagonista vuelve a Chile por esos años. «Van a terminar todos muertos» piensa antes de encontrarse con el presidente, que va a terminar bien muerto también. Lo que quizás pasa es que no existe esa brecha entre las peras y las manzanas. Pasa que se olvida que ambas son frutas, que incluso comparten similitud en su forma forma, que incluso existen las peras-manzanas, y que las venden en cualquier feria. Habría que mirar la brecha misma, que se supone, separa irremediablemente a esos –también supuestos– opuestos, y como tal abismo no es tal, no hay que tener miedo de que nos devuelva al mirada, ni menos la pregunta.
3. Sencillo: pintor chileno aristócrata que huye del país a Europa regando su esperma por todo el mundo en forma de hijos. That’s all folks! Y poco más queda por decir del argumento. O quizás algo más que le dé sentido a la concatenación de relatos: algo los persigue a todos estos hijos, algo que bien podría ser una maldición o una configuración genética que los predispone al desastre, la locura o los destinos extraños. «No va a haber trama aquí. Apenas un tenue hilo conductor: una lista de cadáveres desperdigados, que por azar, tenían la misma sangre» (Música marciana, Emecé, 2008, Pág. 21), dice el narrador que espera una tormenta que arrasará toda la horrible Reñaca, y con suerte el insoportable Chile también.
4. El único motivo es personal, de haberlos leído casi al mismo tiempo: pienso en el tono de Música marciana (en cómo me suena) y no puedo apartar las dos novelas de Zambra en el momento. Si Caja negra, la primera de Bisama, es un texto monstruoso pero adorable (por decir algo semejante a lo que sentí con la caligrafía secreta, el rockero japonés, las horrorosas películas B, el delfín encerrado en un castillo-nave espacial), siento que a esta segunda le sobran fuerzas pero que no llegan a buen puerto. La enorme colección de conocimientos inútiles/camp de Bisama se ven como adornos sobre adornos, una explosión de lo ‘friki’ que tampoco es tan terrible, que deja cosas en pie. Deja por lo pronto una línea en la que se nota el autor conoce, sabe por dónde quiere ir de eso no hay duda, y ahí justamente está el centro de una crítica negativa a su novela: si Bisama sabe de un camino hacia el barranco, habrá que seguirlo, pero sólo al final negarle que ése camino haya sido el apropiado. Desde la primera página ya se sabe para dónde vamos, como ocurre con Palahniuk, sé que todo acabará en la nada silenciosa de la última página, que curiosamente, siempre está en blanco. Quizás sólo pienso en las novelas de Zambra porque me gustaría que Bisama fuese también poeta: Música marciana está llena de esas frases que odiaba en la filosofía siútica postmoderna, frases en que resuena la imposibilidad, la muerte, la escritura, el olvido, y el largo etcétera de palabras de que se nutren esas literaturas. Y se nota que pasan sin filtro a la página, a la que se le resta ritmo, rapidez, o si se quiere, mayores dosis de rarezas.
5. Y de seguro ya tenía la novela en su cabeza tiempo antes de comenzar a escribirla siquiera. Recuerdo que en la Feria del Libro donde presentó Caja negra (octubre de 2006), luego de firmar mi ejemplar, me dijo que ya sabía qué quería escribir, pero que no sabía bien cómo hacerlo. De seguro ya tenía esa genealogía desquiciada en vista, ¿pero cómo hacerlo sin que se asemeje a Cien años de soledad? Justamente haciéndola al revés: en Música marciana todos ya vienen con la cola de chancho. O con algo peor, depende. Y tampoco es una mofa sencilla a ese tipo de genealogías extendidas (tanto en páginas como en años), sino su extremo, el que ella misma no podría haber producido, primero porque para el Boom ni el cómic ni el cine gore existen, y segundo porque no hay posibilidad para esa cultura en la frondosidad barroca de cualquier selva o pueblo bananero. Y sí, también tiene que ver con la inclusión de esos otros modos de la cultura de masas, donde Bisama (pero no sólo él) encuentra material fresco para hacerlo estallar: una cineasta que se filma en cada momento, en pequeños cortos para luego esos trozos ser mezclados aleatoriamente produciendo la película de su propia vida, pero cada vez distinta y para siempre. En última instancia se trata de obviar la dizque diferencia entre peras y manzanas, y escribir la historia de cómo ese milenario yerro se olvidó.
6. Afecto a los jueguitos del tipo que propone la patafísica o Perec, es evidente que algo hay entre los títulos de estas novelas. Una caja negra que ha guardado el audio previo al desastre. Una vez reproducida asemeja una canción, tiene incluso coro, pero extraño, no necesariamente invertido a lo que normalmente comprenderíamos como ‘canción’ y tampoco es que comience con el coro, porque eso ya lo inventaron los Beatles. Sino que hay algo que emparenta ese tema con el tono monstruosamente adorable que son la suma de advertencias que guarda la caja negra. Pienso en todos los hijos del prolífico pintor (el mejor adjetivo para él es femenino, pero igual: maraca) cayendo desde antes de haber nacido, por poseer esa relación con ése ícono del surrealismo (que puede ser Matta o nadie, da lo mismo). Es el sonido de la aguja al comienzo y al fin, tocando una música grabada en una caja negra, que puede ser tanto de un avión como de un ovni.
7. Ya se ha dicho que Caja negra está llena de vacíos, de omisiones plenamente voluntarias, que a veces se completan y otras simplemente no. Hay pasajes sorprendentes por el cuidado en la mezcla de los ingredientes, en la confección del párrafo y la elección de las disímiles materias primas. La definición de dios por parte de una joven destruida, es por lejos lo que más me ha emocionado en muchos años (compitiendo con el rollo del padre en El empampado Riquelme de Mouat y ciertos pasajes de Los detectives salvajes). Y la sutura que cose los trozos no se nota, o si lo hace, no molesta y se funde con los parches de distintas telas. Como esas frazadas hechas por abuelas con restos de lana que nunca fueron chalecos o bufandas. Pero que en las manos adecuadas con-forman un ropaje cálido y extraño, como si nos vistiéramos con la ropa del monstruo de Frankenstein, cosida alborotadamente, pero funcionalmente.
8. No es una musiquilla de las pobres esferas, pero tampoco es Wagner. Sin pretensiones, es apenas una canción marciana, que en las emisoras de ese planeta ha de pasar por pop de hace un par de décadas. Música que hace bailar, tanto como recordar otros bailes que ya fueron, y en ellos, los marcianos con los que esa canción fue disfrutada. O quizás ni siquiera sea un tema, ni haya baile ni estribillos porque no sabemos cómo se comportan los marcianos. A lo sumo un par de notas sueltas en el aire rojizo de Marte, mezcladas por su viento huracanado, como el que acecha al narrador. Musiquilla ambiental grabada por la caja negra de una sonda espacial, y que nunca nadie va a oír.
Título: Musica Marciana
Autor: Álvaro Bisama
ISBN: 9789562474580
Editorial: Emece
Dónde se encuentra: Librería Antartica
Creo que esta crítica me ha dado el impulso necesario para leer Música Marciana, así que felicitaciones y bienvenida al crítico, además de agradecimientos por ampliar el foco que pone TZ en los libros de los autores que son un referente local. Bisama en este caso.
(Me demoré como un año para leer Caja Negra por diversas razones, esperar q se pasara el hype entre ellas, y cuando lo leí me encantó.)
Bacán. Crítica más que adecuada para un libro que vale la pena leer (la pena y el dolor de cabeza que te deja el bombardeo constante de imágenes y referencias y chillidos y sangre a lo Tarantino o a lo Akira). Y eso, que por estos días decir que vale la pena leer algo ya es mucho.
Igual me gustó un poco más Caja Negra, pero eso tiene que ver, creo yo, con la estructura del libro, que permite que esos momentos de genialidad (que Música Marciana también tiene) brillen y se despeguen del resto con más facilidad.
Espero con ansias un tercer libro de Bisama (aunque con un poco más un tercer libro de Zambra, ya que me obligas a hacer la conección).