Confieso que la noticia sobre el intento de censura de Harry Potter, que leí hace ya poco más de dos años, en su momento me pareció tan graciosa como a la mayoría de quienes comentaron, pero ello no me quitaba una sensación de gato encerrado. Y es que dicha denuncia fue interpuesta por una madre preocupada por el contenido de brujería de la saga, pero no me atreví a concluir cuál era la preocupación real de esa mujer, porque curiosamente Harry Potter (por nombrar sólo un caso) ha sido motivo de censura en dos bandos popularmente antagónicos: la ciencia y la religión.
Cito dos casos representativos: el año 2005 un Obispo chileno pretendió prohibir la lectura del mago, arguyendo que “no es bueno porque desvía y los lleva (a los lectores) a ver el mundo no como real sino que es un mundo imaginario, fácil y con magia”, mientras que el 2008 Richard Dawkins, el “rottweiler de Darwin”, expone sobre esta literatura que “es anti-científica y que puede inculcar ideas extrañas en los niños y niñas, como la creencia en sortilegios, magia, brujas, gnomos, elfos y todo el panteón de seres fantásticos que nos son familiares”. Da una sensación engañosa a primera vista: que ciencia y religión por fin se unieron para hacer frente a un enemigo común.
Comparto en algo la percepción de Dawkins como también la de rMundaca (que publicó esa última nota) y se atrevió a discreparle al maestro sentenciando que “la literatura es fundamentalmente lúdica. Nadie, hasta donde sé, una vez que termina de leerse el Señor de los Anillos sale a buscar La Comarca y a los Elfos del bosque (…)” 🙂 . Pero voy al fondo de esta cuestión y me pregunto desde una posición paradójicamente fantasista, si realmente la literatura fantástica (que no ciencia ficción) puede caer en malas manos. Es decir, si realmente tiene la capacidad de estimular falsas creencias en sus lectores en lugar de cumplir con su cometido lúdico e intelectualmente estimulante. Así como la ciencia también puede caer en malas manos, y ya tenemos imbéciles que se les ocurre usar ese conocimiento para crear misiles de guerra o rayos de la muerte, para el revolcamiento en la tumba de Von Braun y Tesla.
Pensemos en la otra literatura fantástica: En “El Triángulo de las Bermudas” de Charles Berlitz, “El mensaje de los dioses” de Erich Von Däniken, “Mensajeros del Cosmos” de Sixto Paz, o, algo más reciente, en los horóscopos chinos anuales de Ludovica Squirru. Todas son literaturas de fantasía, condimentados con toques de ciencia ficción en el caso de la siempre vigente ufología. La diferencia, claro está, es que en vez de optar por una buena reputación como escritor de CF y de salir con chicas hipersensuales (chiste interno :)), aquellos chiquillos optan por el lado oscuro pregonando que sus escritos son la verdad oculta, a base de un precario rigor científico. La diferencia entre Harry Potter y Mensajeros del Cosmos es simplemente que uno se autocalifique como “fantasía” y el otro como “ciencias alternativas”, porque uno asume su contenido como irreal y el otro está convencido que lo que dice es cierto. Bajo ese supuesto, no hay razón para criticar a Harry Potter pero sí a quienes nos venden gato por liebre, que aparte de ser una estafa atenta contra la ciencia.
Y sin embargo, sospecho que el rótulo del libro no tiene mayor incidencia en la percepción del lector lego. Pueden tomarse en forma lúdica los hechizos de Hermione y creer a pies juntillas que una nave extraterrestre se estrelló en Tunguska en 1908, así como pueden burlarse del cristianismo pero a la vez hurgar en los conocimientos de J.K. Rowling, no vaya a ser que la tipa realmente sepa de brujería y ahí está la solución a mis problemas económicos, amorosos y de salud.
Así concluiría que no es la magia, ni fantasmas, ni extraterrestres ni la literatura fantástica la que lleva al ser humano a desmerecer la ciencia y dar crédito a ideas paranormales. Es nuestra capacidad racional la que termina imponiéndose, y en ese sentido un lector sagaz sin duda sabe identificar donde Hogwarts deja de existir y donde los viajes a Ganímedes de Sixto Paz nunca existieron. La literatura fantástica se mueve en una delgada línea, donde del análisis crítico del lector dependerá que la lectura estimule su imaginación para convertirse en el próximo científico de renombre, o bien se sume a la masa crédula que jura que las estrellas rigen su futuro.
Resumiendo, pienso que las “malas manos” en que puede caer la literatura fantástica son aquellas que exaltan la creencia por sobre la racionalidad de lo que leen, alimentando aún más su mundo de fantasía (¿se han fijado que varios ufólogos o contactados son también buenos conocedores de CF?). También son aquellas que, tomando extractos de magia inverificable, se lo venden al mundo como el camino inequívoco de la realidad. Sin ir más lejos, las religiones hacen lo mismo con la literatura fantástica que conforma sus cimientos, y ya todos sabemos los trágicos legados que ha dejado a su paso. Esperemos que en la III Guerra Mundial no se use una poción multijugos como arma de destrucción masiva.
Un libro de literatura fantástica en manos de un niño despierta una sensación de maravilla y deseo por que algo de aquello sea real. Lo sé porque lo viví con los libros de Tolkien cuando todavía no cambiaba la voz. Y también recuerdo que por mucho desear que llegaran los elfos (particularmente las elfas) y me llevaran a ese otro mundo de dragones y espadas, tal cosa nunca ocurrió. Una vez vi algo que podría catalogarse como «duende», otra vez vi un ovni y también tuve una experiencia paranormal con un fantasma iracundo, pero elfas o niños magos, por ninguna parte.
Lo que quiero explicar es que a pesar de mi imaginación desbocada y de desear que lo fantástico se hiciera realidad, siempre supe que la ficción era eso mismo, simple ficción. Nadie me lo enseñó, fue simple observación empírica.
Pero hay personas que viven la fantasía diariamente, los megalómanos, los oligofrénicos, los síndromes retardantes, y toda la gama de enfermedades que implican que dichas personas tengan problemas para diferenciar la realidad de la fantasía (la ficción). A ellos la saga de Potter podría causarles una impresión especial, afectarlos de manera «peligrosa». Los libros de Potter son oscuros y a ratos macabros, aunque triunfe el bien. Pero estamos hablando de una minoría vigilada (con excepción de los megalómanos, que están entre nosotros).
O sea, hay que estar chalado para comprarse la literatura fantástica al punto de creer que efectivamente es real.
Me gusta la literatura fantástica, de hecho es lo único que leo (entiéndase fantasía, terror y ciencia ficción). Soy uno entre millones de personas que tenemos los mismos gustos y el mundo todavía no se llena de orcos ni dragones ni naves que transgreden las leyes de la física, así que no veo cómo la lectura fantástica pueda cambiar en algo a las personas, aparte de entretenerles.
¿Censurar los libros de la Rowling? Seguramente el cura que llamó a la censura reciba un cheque de comisión de la editorial, porque con eso sólo mejoras las ventas.
Me encanta la literatura fantástica y en mi niñez soñé despierta y jugué simulando ser la heroína, pero siempre tuve claro que era algo bello pero irreal. Pienso que los niños y personas a quienes se les diluye esa frontera, puede ser por algún problema más profundo, como esos fans que creen enamorarse de su cantante o actriz favorita y la persiguen y acosan día y noche al punto de que ésta debe pedir un recurso de protección.
La literatura fantástica (cf incluida) es una maravillosa e inofenciva forma de entretención, al menos para la mayoría.
Besitos ;D
Yo creo que el asunto de las «malas manos» pasa por personas que no han tenido una buena educación ni han sido criados con amor y otros factores de formación que determinan el criterio integral de esta persona. En ningún caso pasa por el género fantástico en sí.