Stgo, 1983: la habitación de un niño película. (versión 2.0)


Mamá cierra el libro. Me gustan los cuentos de los hermanos Grimm. Me tapa con mi manta de Super Friends, me besa la frente, me dice -te quiero- apaga la luz y se retira. Deja la puerta de mi pieza entreabierta. Escucho la voz de Papá. Suena cansado. La luz del pasillo se apaga y se van a acostar. Acomodo mi almohada y me quedo mirando la lamparita de seguridad enchufada cerca de la puerta. El rostro diminuto e iluminado de mister Magoo me tranquiliza y me duermo.
Despierto. Un ruido penetra la ventana de mi dormitorio. Es constante… pero sutil, como un insecto que se acerca. Me escondo debajo de las sábanas. Trato de quedarme inmóvil. Aguanto la respiración. Me pica el ojo. No quiero rascarme. Pasa un minuto. El ruido crece y crece. Mi respiración se agita. Intento taparme los oídos justo antes de que una explosión de dimensiones reducidas ilumine la habitación a través de mis sábanas. Quiero correr pero estoy paralizado, mi mamá está tan lejos. Los Heinkel avanzan por el techo de mi pieza en perfecta formación, intento no moverme para no aplastar la artillería antiaérea que maniobra sobre la colcha, ahí donde está el dibujo de los gemelos fantásticos. El ruido se vuelve ensordecedor. El miedo me hace sudar, las trazadoras llenan de luces fantasmagóricas la habitación, la metralla destruye mi réplica colgante del Millenium Falcon. Pronto aparecen spitfires y se trenzan en un duelo a muerte con los messerschmidts que protegen a los Heinkel. A los pocos segundos un par caen en llamas sobre Londres, directamente en Hyde Park, otro destruye el cementerio de los «no creyentes», pero la tumba de Blake se salva milagrosamente, huyo por las calles.

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