La idea de la muerte como espectáculo televisivo ha sido ocasionalmente abordada por la literatura y el cine. El caso modélico, pero no el único, es The Running Man, película protagonizada por Arnold Schwarzenegger y basada en un libro de Stephen King. Arnold, justo policía en una sociedad totalitaria, es condenado a muerte, sentencia que debe cumplirse en un sádico juego televisado directamente. Buena parte de aquellos ejercicios prospectivos se realizaron antes de que el reality show se alzara como el género rey de la teleaudiencia, de modo que la propuesta de Amélie Nothomb en Ácido sulfúrico tiene su cuota de novedad: unir la banalidad del mal -en la justa expresión de Hanna Arendt- a la banalidad televisiva, cada una en sus cotas más altas, es una receta nueva y, a primera vista, no apta para paladares demasiado melindrosos.
La apuesta, sin embargo, parece excesiva. El programa televisivo que Nothomb inventa, un reality show llamado Concentración, imita de manera sumamente realista las condiciones de vida en los campos de exterminio de la Alemania nazi, apaleos, hambruna y asesinato masivo incluidos, pero la autora no se atreve a llevar su fábula hasta las últimas consecuencias y, con esa restricción -comprensible, al fin y al cabo-, las críticas a la sociedad del espectáculo pierden mucha fuerza, la caricatura termina por imponerse y el lugar común reclama sus nunca bien ponderados derechos. Cabe preguntarse si Nothomb quiso entrar, desde la ficción, al debate sobre la sociedad del espectáculo que planteó Guy Debord en la filosofía; o sobre la omnipresencia del Estado, conversación más antigua donde podrían encontrarse Pannonique, la protagonista de Ácido sulfúrico, y el panóptico de Jeremias Bentham, la prisión donde no hay rincón libre para la mirada del vigilante. Ese esquema pasó a ser útil también en las fábricas, en los reality shows, desde luego, y en ámbitos menos perceptibles y más amenazantes como las redes de vigilancia en el cyberespacio. Por ahí quizá están los hilos más interesantes -e inquietantes- de la novela, en las continuidades que propone entre las maneras de mirar y de ser mirado, de vigilar y de ser vigilado, y no en la obvia caricatura de la hipocresía infinita ligada a las elecciones que permite el control remoto.
Título: Ácido sulfúrico
Autora: Amélie Nothomb
Editorial Anagrama, Barcelona, 2007. 167 páginas.
comentario publicado originalmente en Revista El Sábado, 14-04-2007.
Welcome to the party, Rodrigo Pinto.