por Pablo Castro Hermosilla
Es curioso que al cine de ciencia ficción siempre se les exija ser casi perfecto para avalar una buena crítica o recomendación. Los prejuicios no sólo los debe soportar la vertiente literaria, si no que cualquier otra manifestación artística de este complejo género. El caudal de películas burdas o sencillamente malas sirven como perniciosos antecedentes para desestimar cualquier producto que pueda ser catalogado como ciencia ficción o algo semejante. Pero también es cierto que cualquier director o guionista de cine debe lidiar con los puntales que ha entregado el género, con películas como 2001 o Blade Runner, que no sólo se enmarcan dentro de lo mejor que ha dado la ciencia ficción, si no también el mismo cine. Esta pesada mochila es injusta y no es posible que cada vez que un estudio se arriesga a filmar ciencia ficción la crítica deba esperar una obra maestra, como si filmar ciencia ficción fuese un tabú visual que debe estar plenamente justificado.
Por cierto que Yo, Robot no es Blade Runner ni 2001, y tampoco tiene por qué serlo. Alguien dirá que un tema profundo como la creación de máquinas pensantes posee tantas reflexiones filosóficas que una película que trate dicho tema debe estar a la altura de tal premisa. Bien, eso significa entonces que la ciencia ficción de por sí trata temas profundos, por ende no debería ser prejuzgada de forma tan facilista e inmediata en cada una de sus variantes. Ah, dirán, es que no es el tema que trate lo verdaderamente importante, si no la manera cómo una novela o una película logre darle coherencia a una temática de esa envergadura.
Como respuesta, podríamos recurrir a la célebre frase de Theodore Sturgeon, quien al responderle a un periodista que lo inquiría por sus razones para escribir un género que olía a basura, respondió: “El 90 por ciento de lo que se escribe es basura”. Y claro, no es que Sturgeon creyera firmemente en eso. Sólo apelaba a la idea de que la ciencia ficción es un género legitimo y que no se le puede dejar al margen sólo porque muchas de sus obras no sean de excelente calidad.
¿A qué viene todo esto? A que Yo, Robot, con todas falencias, no es una mala película. Incluso por momentos funciona como una buena película de acción, lo que no es poco. Es, creo la mejor manera de disfrutarla. Insistir en que la película es una mera sucesión de efectos visuales no sólo es injusto si no un mero discurso predecible y casi amargo.
Tal vez lo mejor de Yo, Robot es que no tiene pretensiones, salvo la de constituir un gran éxito de taquilla, cosa que no tiene nada de malo. Ahora bien, es cierto que la premisa detrás daba para crear un filme de categoría, pero rápidamente el director Alex Proyas deja establecido que por ahí no va la cosa. Estamos, ojalá, ante un director que sabe lo difícil que es crear desde Hollywood una película de esa magnitud. Por ello corta por lo sano, y diseña una película visualmente atractiva, donde los efectos especiales cumplen con su rol y nada más.
Claro, a estas alturas del partido es demasiado complejo realizar una obra sobre seres artificiales que pueda tener la masa, el empuje, y dimensión visual que tiene Blade Runner. En términos fílmicos es difícil volver a plantear con esa fuerza una idea reflexiva sobre el hombre y seres mecánicos que lo imitan. Quizás se podría ahondar más en el terreno de lo científico, cosa que aun pueden aportar las novelas y que por momentos hace esta Yo, Robot. El guión fue escrito por Jeff Wintar y Akiva Goldsman (los gringos tiene nombres cada vez más raros) siendo el primero el más interesado en dichos temas. De hecho fue Wintar quien escribió el guión original llamado “Hardwired” y que trataba sobre una rebelión de los robots en el futuro. Además Wintar está trabajando en el guión para llevar al cine la serie Fundación de Asimov, por ende estamos frente a un tipo que ha leído lo suficiente y que le interesa el tema. Imagino entonces que él es el responsable de todas las elucubraciones tecnológicas relacionadas con las famosas tres leyes asimovianas y con el planteamiento sobre la posibilidad de que los robots puedan adquirir algo similar a una consciencia.
Precisamente ese planteamiento es expuesto en la secuencia más poderosa y emotiva que tiene esta Yo, Robot. Ahí no sólo hay una reflexión importante, si no un uso maravilloso de imágenes sugerentes y relacionadas con lo que se plantea. A veces pienso que al cine sólo le queda profundizar en dicho ejercicio, en una época en que si no todo está casi dicho, por momentos lo parece.
Sería inútil describir la trama de la película, pues imagino que la mayoría sabe que trata sobre un crimen que debe investigar un detective llamado Spooner (Willy Smith), crimen imputado a un robot, cosa que en la sociedad del futuro es imposible. Hay que develar este misterio y por supuesto que Spooner lo logra. Hay personajes secundarios, los consabidos robots, efectos visuales seductores, mucha acción y un guión que si no es completamente efectivo, sí resulta redondo tanto en los giros argumentales como también en las motivaciones de los personajes, sobre todo en Spooner.
Descrita así la película puede gustar o servir para ejercitar la crítica despiadada. Dejemos de lado sí cualquier juicio referente al mal trabajo del director para tratar temas relevantes, pues como dije Proyas no apunta a eso. Para los que quieran develar los misterios de hombres y máquinas lean ciencia ficción o a científicos como Roger Penrose. Yo, Robot es una película que merece no ser destruida con argumentos ya revisitados, predecibles o inútiles. Por el contrario se trata de un filme interesante que bajo su capa de acción esconde un logrado tratamiento escénico sobre los siempre sugerentes y enigmáticos robots, tratamiento muy superior a películas como el Hombre del Bicentenario. Cierto que poco hay de Asimov en esta película, salvo la escena final que parece sacada de una vieja y clásica revista de ciencia ficción, final visualmente estupendo para una película que vale la pena ver.
por Pablo Castro Hermosilla