por Pancho Drake
En Homo Plus, de Frederik Pohl (3), la acción transcurre en un futuro no muy lejano. Sobrevivir en la Tierra se ha transformado en una tarea sumamente dificultosa. Hay escasez de energía en todo el mundo lo cual, sumado a la sobrepoblación del planeta, significa hambre y tensiones sociales casi incontrolables. Si no se hace algo, la guerra será inevitable.
Científicos de EEUU investigan la forma de aprovechar mejor las potencialidades existentes a través de una planificación de amplio alcance. Para eso, establecen diversos campos de investigación, uno de los cuales examina las posibilidades de desarrollo del ser humano en otros planetas. A este respecto, el coronel Roger Torraway está a cargo de un proyecto para la construcción de un cyborg, un organismo cibernético, en parte hombre y en parte máquina, adaptado a la vida en Marte. A tal proyecto se le da una importancia crucial ya que, según las previsiones de las computadoras, lo único que podría evitar la guerra es que la misión de colocar un cyborg en Marte resultase exitosa.
La empresa no es fácil ya que implica que un hombre se vea transformado de tal manera que su aspecto resulte demoníaco y que sus funciones corporales se vean totalmente trastocadas. De hecho, el primer cyborg muere por no ser capaz de tramitar, mentalmente, una serie de estímulos sensoriales novedosos, correspondientes a su nueva fisiología. Es por ello que el propio Torraway debe ofrecerse de voluntario, debiendo atravesar experiencias de un sufrimiento psico‑físico casi intolerables que, continuamente, ponen en peligro el éxito de la misión.
En Homo Plus abundan las señales que hacen referencia a un mal-trato de todo lo viviente: desde el estado calamitoso de nuestro planeta, que hace imperiosa la colonización extraterrestre, hasta la castración de Torraway, como parte de su proceso de transformación en un cyborg. En sí, toda la construcción del cyborg marciano implica situar a la vida en un papel secundario. Lo cual se reafirma al final de la novela, cuando sale a la luz que todo lo sucedido está en función de un proyecto denominado “Supervivencia de la Máquina Inteligente”, para el cual ni la vida ni la humanidad son importantes en sí mismas sino sólo un instrumento, entre otros, para lograr la continuidad en la existencia de la inteligencia artificial: lo prioritario no es la vida sino otras formas de existencia.
La dolorosa, repugnante y horrorosa construcción del cyborg, a partir de un ser humano, puede interpretarse como una alegoría de la humanidad misma, que nos confronta con un aspecto siniestro de nuestra forma de ser: algo que nada tiene que ver con la vida, y es representado por la máquina, parece esencial al ser humano. En Homo Plus no se haría otra cosa que llevar al extremo un aspecto del ser humano con el que nos enfrentamos cotidianamente: siendo como somos una de las tantas especies de seres vivos que habitan la Tierra, permanentemente generamos acciones que son incompatibles con la vida en su conjunto. Los ejemplos son numerosos y de distinto orden: la contaminación del medio ambiente; el recalentamiento del planeta; el agujero de la capa de ozono; la extinción de miles de especies; las armas y los residuos nucleares… ¡hasta atiborramos el planeta de botellas de plástico de gaseosas, que no son biodegradables! No obstante, nos consideramos: descendientes de los monos, mamíferos, animales… en suma, seres vivos…
¿Cómo justificar tanta discordancia con aquello que reconocemos como nuestro propio fundamento? Situando al ser humano sólo como un eslabón más en la cadena de la vida, resulta imposible encontrar justificación alguna para tanta discordancia. Para encontrar alguna, antes debemos dilucidar el tipo de cambio que origina lo que diferencia al ser humano del resto de los seres vivos: ¿implica un cambio dentro de las reglas de juego de la evolución biológica que, entonces, habría generando una especie entre otras?, ¿o implica un cambio en otro nivel, que instaura una diferencia radical con todo lo viviente?
La fulguración de los memes
Hace tiempo ya que, dentro del marco de la biología, hay quienes afirman que no sólo las especies están sujetas al mecanismo de la evolución, sino que la evolución misma lo está: existiría una evolución de la evolución. De acuerdo a esta teoría, el ser humano no es considerado como una especie evolutivamente superior, sino como el escenario a partir del cual se desarrolla un nuevo plan evolutivo: a través de él se expresa una nueva forma de transmisión hereditaria, caracterizada en que los cambios generados no implican nuevas variaciones en la estructura somática de cada miembro de la especie, como ocurre en la herencia genética, sino que funcionaría trasmitiendo información del orden de los conceptos, creencias, creaciones estéticas, en fin, todo lo que se concibe como cultura. Por lo cual, a tal nuevo mecanismo evolutivo suele denominárselo “evolución cultural” (4).
Konrad Lorenz, en La otra cara del espejo (2), califica tanto al surgimiento de la vida como al surgimiento de la cultura de “fulguración”, término que toma del gnosticismo para denominar un suceso que no es la consecuencia de un desarrollo lineal de lo dado previamente sino que implica el surgimiento de algo radicalmente novedoso, que promueve con su aparición una nueva forma de organización de lo dado. De hecho, el cambio en la forma de la transmisión hereditaria implica una profunda diferencia entre los procesos de la evolución biológica (Natura) y los de la evolución cultural (Cultura): en ésta no sólo es posible la herencia de los caracteres adquiridos, sino que también el ritmo de evolución es relativamente muy superior y, además, con la posibilidad de mantenimiento de una flexibilidad mayor. Tal como demuestra la adquisición por parte del ser humano de la capacidad de volar, que no ha requerido la incorporación de alas a su organismo, al modo en que los dinosaurios han incorporado las suyas para llegar a transformarse en aves.
Siguiendo una idea similar, Richard Dawkins, en El gen egoísta (1), considera que el cambio que ha generado al ser humano implica la aparición de una nueva “entidad reproductora”, análoga al gen, a la cual llama “meme”. Considerándose un “entusiasta darviniano”, plantea la hipótesis que <
>. Al preguntarse que es lo peculiar de los genes, se responde que son “reproductores o replicadores”. Y que así como suponemos posible la existencia de diferentes formas de vida, es posible pensar en la existencia de diferentes formas de replicadores. Pero que, para corroborarlo, no necesitamos salir de nuestro entorno, ya que <>, constituyéndose la “cultura humana” en una suerte de nueva ‘sopa primordial’: <> (pág. 283) (1).
Es indiscutible que nuestro ADN nos define como humanos. Desde esta perspectiva, la cultura es un subproducto. No obstante, serlo no significa que no pueda tener evolución independiente, es decir, reglas propias de evolución. Es análogo a lo que sucede con la evolución de la vida: la misma nace en el marco de determinadas condiciones físicas que la hacen posible y que determinan sus características. En ese sentido, la vida depende de tales condiciones físicas, es un subproducto de tales condiciones físicas. Sin embargo, es algo distinto que tales características y, una vez lanzada, dentro de cierto rango, evoluciona con independencia, de acuerdo a cierta legalidad que le es propia. Natura y Cultura son distintas: están imbricadas pero son disecables, en forma análoga a lo que sucede entre lo vivo y lo físico. Y así como puede suceder que el impacto de un meteorito lo suficientemente grande sobre nuestro planeta no deje en él ni vestigios de vida, también puede suceder que una conflagración nuclear produzca efectos similares.
Entonces, entre Natura y Cultura hay un hiato, por lo cual cabe esperar que entre ambas surjan discordancias. Es más, al ser humano los fenómenos vitales pueden resultarle extraños, hasta hostiles; y las formas con las que se identifica pueden ser muy distintas que las de la vida. Es por eso que la transformación de Torraway en un cyborg puede resultarnos repugnante pero no inverosímil. Y si quedan dudas respecto de tal extrañeza y hostilidad, allí están, de muestra, las diversas expresiones culturales, tanto orientales como occidentales, en las que la vida y su representante más inmediato, nuestro propio cuerpo, son figurados como una cárcel, como un límite a lo “ilimitado” del espíritu. Por ejemplo, así sucede en el platonismo, en el cristianismo y en el hinduismo: ¡la vida puesta en el banquillo de los acusados!
A modo de conclusión
Lo que diferencia radicalmente al ser humano del resto de los seres vivos, y justifica tanta discordia entre la actividad humana y la vida, encuentra su origen en una evolución de la evolución misma, que produce un cambio en otro nivel que el de las reglas de juego de la evolución biológica. Es así como, a partir del salto entre Natura y Cultura, nada puede garantizar que no haya ideas o “memes” cuya efectivización sea incompatible con la prosecución de la vida: la cultura puede contraponerse a la vida, y de hecho lo hace: la cultura suele comportarse como un anti‑biótico.
Obras de ficción científica como Homo Plus están allí, entre otras cosas, para posibilitarnos el imaginar hacia dónde puede conducir el camino que hoy estamos transitando, y para alertarnos que nuestros cimientos vitales están siendo peligrosamente socavados… que el Paraíso Terrenal no es una ingenua fantasía de tiempos remotos sino algo que, día a día, debemos luchar para no perder…
Bibliografía
(1) DAWKINS, R. (1976) El gen egoísta. Ed. Labor, Barcelona, 1979.
(2) LORENZ, K. (1973) La otra cara del espejo. Ed. Plaza & Janes, Barcelona 1980.
(3) POHL, F. (1976) Homo Plus. Editorial Bruguera, Bs. As. 1978
(4) WADDINGTON, C. (1960) El animal ético. EUDEBA, Bs. As. 1963.
Abril 2003, Pancho Drake
Estoy empezando a leer este libro…veremos….