La Columna de Claudio Sánchez


Finalmente, tras más de cinco semanas en tribunales, el viernes recién pasado se dictó sentencia en el publicitado caso Ucronía Chile.

El escritor Jorge Baradit, que se hiciera conocido hace un par de años tras la publicación de su novela Ygdrasil, fue condenado a tres años de presidio remitido y dos sesiones de condicionamiento social. El resto de los 25 acusados y colaboradores habituales del sitio web recibieron condenas más leves, con excepción del escritor Francisco Ortega, quien se enfrentará a un pelotón de fusilamiento en los próximos días.

El caso Ucronía se suma de esta manera a los más de cien juicios por uso indebido de la info-red y hace resurgir las dudas sobre la capacidad censora y vigilante del Departamento de Infocrimen de la Policía de Investigaciones.

Si bien en sus inicios el popular «blog» tenía como única intención fantasear sobre la existencia de mundos distintos al nuestro (una «ucronía» es, por definición, una historia contrafactual, un relato que tomando prestados elementos históricos reales, recrea, retuerce o lisa y llanamente inventa otros ficticios), lo cierto es que en el último tiempo se había ido transformando en un peligroso pasquín dedicado a la burla y la disidencia.

Originalmente, los textos publicados en Ucronía Chile eran breves y ligeros, y exploraban con cierta torpeza estas rutas alternativas enfocándose principalmente en los mitos religiosos y los descubrimientos científicos de los siglos XX y XIX. Sin embargo, a medida que el número de integrantes del club aumentaba, y específicamente desde la incorporación del mencionado inconformista Francisco Ortega, los relatos empezaron a elucubrar sobre posibilidades mucho más desagradables e incómodas.
(Diario PATRIA Y LIBERTAD, domingo 20 de enero de 2008)

Un breve repaso de los temas tocados por estas ucronías bastará para dar una idea, ya que afortunadamente los escritos en sí mismos han sido completamente eliminados tanto de la info-red como de las computadoras de los autores. «¿Qué hubiera pasado si Rusia y Alemania no hubieran sido aliadas?», es uno de los ejemplos más suaves, o «¿y si la bomba no hubiese caído en Baltimore?», un disparatado relato en el que los americanos descubren la energía atómica antes que los alemanes. Peores son las fantasías que especulan sobre un mundo en el que Hitler hubiera continuado su carrera artística sin convertirse en el Salvador Ario, siendo la más atroz de todas una en la que la sociedad se ha corrompido al punto de permitir la mezcla indiscriminada de razas, ¡e incluso la elección de líderes políticos negros!

Si bien hay muchos otros relatos más ingenuos y aceptables (en uno bastante cómico, por ejemplo, un pequeño poblado campesino en Inglaterra sigue resistiéndose a la incorporación al Reich gracias a una poción que les da hiperfuerza, pese a haber transcurrido más de cincuenta años desde el final de la Guerra), otros tantos no son más que un semillero de ideas sediciosas, un peligro acechando para enraizar en la mente del info-viajero descuidado, un soplo de apoyo sobre las brasas de los grupos anarquistas y anti-nacionalistas que lamentablemente siguen apareciendo esporádicamente por todos lados.

Es por eso que no debemos repantigarnos satisfechos por el decreto de los tribunales frente a este caso, sino preocuparnos y aumentar nuestra vigilancia. La ciencia ficción, ese pequeño y travieso bastardo de la literatura, puede ser a veces divertida, relajante y hasta útil (sin el Frankenstein de Mary Shelley, quién sabe si seguiríamos enviando judíos a los hornos en lugar de convertirlos en trabajadores autómatas), pero no debemos olvidar que también puede ser molesta y peligrosa, y su poder sobre las mentes débiles no es despreciable (¿acaso no fue provocada la trágica depresión económica del ’50 por el infame panfleto de Orwell?).

Si a eso sumamos el acelerado, casi descontrolado crecimiento de la info-red, no es raro que Baradit y su pandilla de «ucronistas» hayan acabado como han acabado. Esperemos que todos los que amenazan la aria estabilidad del Reich caigan más temprano que tarde, y que el Departamento de Infocrimen decrete de una vez por todas un toque de queda informático efectivo.

texto ®Guayec Perdomo