Crónica personal acerca del árbol de la vida

por A. César Osses

Esto ha sido un poco vertiginoso: de pronto surge este novel escritor a quien siempre vi entre los colaboradores de TauZero, desde antes que me animara a escribir una que otra cosa para el e-zine, causando revuelo y apareciendo en distintas páginas de diferentes diarios y revistas. Lo conocí hace tiempo, en una casa en Ñunoa [Santiago], en el marco de una reunión para divertirse, y no trabajar, del equipo de TauZero. En ese momento no supe bien de quién se trataba, y para ser honesto, no retuve su nombre. En realidad no retuve el nombre de nadie: era cerca de la medianoche de un viernes, y para el momento en que me fui, robándome a Rodrigo, que era quién me había llevado para allá, a las tres de la mañana, mi cerebro y sus cortezas estaban funcionando a base de fuerza de voluntad.

Desde entonces no volví a ver o saber de Baradit más allá de ver su nombre en TauZero de vez en cuando, o en el sitio web de Tau, más recientemente. Siempre lo recordaré como el muchacho (a pesar de su edad, es un muchacho; no se me malinteprete, Jorge no es tampoco un patriarca) que en el momento que me iba desde esa casa que no sabría cómo volver a ubicar, estaba diciendo algo sobre amebas a la anfitrona, una tímida y poco convencida escritora potencial. Se lo comenté después a Rodrigo y me dijo así habla él, lo que entonces me pareció raro o extravagante, y hoy, un día después de terminar de leer su novela, me parece absolutamente comprensible.

Hace poco, por comentarios de Rodrigo, supe que Baradit le había dado el palo al gato al publicar su primera novela. Los muchachos de TauZero, en especial Rodrigo están exultantes de entusiasmo por el logro de Jorge, tanto que se palpa y se me ha contagiado, en la medida en que un intercambio de mails y algunas llamadas telefónicas pueden hacerlo. Es por eso que aquí estoy, algunos días antes del lanzamiento oficial en un evento multitudinario de la primera novela de Jorge Baradit, publicada por Ediciones B en la colección Nova, escribiendo lo que se me venga a la mente en relación a la novela a la que se dedica este especial.

Cabe destacar que Jorge Baradit se ha anotado de una vez varios hitos en el terreno de la ciencia ficción chilena, que no va al caso enumerarlos, tal vez porque en esta edición especial de TauZero van a enumerarse hasta la saturación, y porque por otro lado, no creo que sea capaz de recitarlos de memoria. Para lo que interesa. En esta nota lo que importa es tratar de hacer una pequeña crónica de cómo llega la primogénita de Baradit a mis manos, y mi experiencia con ella.

Cuando Rodrigo me comentó que estaba ad portas la publicación de Ygdrasil, la primera novela de Jorge Baradit, el nombre me fue familiar. Claro, en algún comic del Hellboy de Mignola se mencionaba Yggdrasil (nótese la duplicidad de la letra g) como el árbol de la vida, elemento central en una de las aventuras de este héroe colorado y de cuernos limados. Asimilé esta noción y la deje en stand-by. Por el nombre me imaginaba una fantasía con sables, armaduras y magia (una suerte de dragonada), y aunque no estaba en los hechos muy lejos de la verdad, en la forma estaba, por decirlo amablemente, un poquillo perdido.

Cuando por el foro se da la noticia de que se publica Ygdrasil y que está disponible en la librería, yo, curioso, pregunto “¿de qué se trata?”. Me responde Rodrigo, diciéndome algo como que “es un ciberpunk chamánico esotérico, o, en una palabra, una baraditada (sic)” y dejándome igual que cuando se termina de bailar la cueca: ahí mismo. Como Ygdrasil se publicó por entregas en TauZero, parcialmente, dudo que Rodrigo no supiera lo suficiente como para hacer una descripción en forma de nanocuento de la trama de esta novela.

Ante todo le recalqué que una baraditada no me decía absolutamente nada, a diferencia de otros escritores de trayectoria, como podría ser una philipkdickada, gibsonada, asimovada, stephenkingada, jrrtolkienada, jkrowlingsada, o una vargasllosada, garcíamarquezada, lemebelada, cortazarada, bolañada. Claro, Jorge Baradit recién publica su primera novela, mientras los otros… algunos se han podido dar el gusto de publicar póstumamente, mientras que Baradit tiene sus mejores años y novelas por delante. No me cabe duda de que a futuro bastará con decir que tal o cual novela es una baraditada para tener en claro de qué trata, y saber de quién tomó la influencia el autor.

En mi caso, al aclarar el punto anterior se me recomienda amablemente revisar los archivos de TauZero para imbuirme de los significados asociados a tan sorprendente género literario. La verdad es que me dio flojera hacerlo, y en mi primera visita a una librería me vi buscando Ygdrasil por los estantes, como quien no quiere la cosa. Ya conocía la portada: un fondo café con dos Y rojas superpuestas y desfasadas en 180°. Entonces fue cuando la vi y al girar la solapa reconocí a Jorge y pude asociar nombre con rostro: Nice to meet you, nuevamente. De ahí a dirigirse a la caja con la mano en el bolsillo hubo un paso, y mi sorpresa (grata) afloró al recibir el precio. Hombre, esto está muy conveniente, pensé.

En un país donde la lectura no es fomentada mayormente y a través de un círculo vicioso los precios se vuelven prohibitivos, un libro que sin ser barato es accesible a un espectro mayor de lectores en potencia se transforma en un respiro de aire fresco, siendo a la vez un parcial disuasivo a la falsificación. Vale la pena la inversión: la calidad de la edición es coherente con los otros libros publicados por Editorial B, lo que por lo menos garantiza un elevado número de lecturas antes de terminar con las hojas en la mano o la cubierta mellada. Las páginas alcanzarán a superar la década antes de ponerse amarillas, imagino, y las letras no se borrarán a causa de la fricción.

La contraportada tiene citas de dos personas que no alcanzo a imaginar el mérito que tienen para poner sus palabras ahí, en una zona que en lo personal, cuando tiene texto entre comillas, se transforma automáticamente en el análogo de la nota de cata de los vinos: pierde interés. De todas maneras leí las genuflexiones entrecomilladas, que me produjeron el mismo efecto que el de una nota de cata: me dejaron total y absolutamente indiferente y desinformado respecto del contenido.

Después de todo tendría que leer Ygdrasil para saber de qué trataba, que en el fondo es lo que cualquier lector ávido debe hacer con un libro. Cuando abrí el libro a lo más sabía que se trataba de ciencia ficción. No sabía si era hard o no, no sabía si era una space opera o un policial ciberpunk, o si era una digresión acerca de quiénes somos y hacia dónde vamos, si una complicada metáfora acerca de la existencia de dios, con minúscula. Me lancé a la piscina sin antes probar el agua con el dedo gordo del pie izquierdo, sin comprobar los niveles tampoco.

Después de leer la novela, siento decepcionar: no he renacido, ni tampoco ha cambiado mi visión del mundo, ni soy un ser humano diferente ni tampoco he visto mis creencias tambalearse, mi líbido no sufrió ninguna variación ni he perdido más peso. Me liberé de sus hojas, lo que es diferente. Tal vez en un principio me costó entrar, y pudo ser circunstancial ya que empecé a leerla viajando en tren. Pero cuando me capturó, me dejó pensando y cuando me alejaba del libro, siempre tenía ganas de regresar. Prueba de ello es que me tomó 4 días en leerme el 90% restante de la novela, en semana laboral, pasando casi 12 horas fuera de casa, restándole tiempo al merecido sueño. Y sin llevármela al trabajo.

Se nota con bastante claridad la influencia de William Gibson en los pasajes oníricos, la claridad justa de las descripciones que obligan al lector a activar y operar bajo sobrecarga su coprocesador imaginativo. Para ser una novela de ciencia ficción no-hard, me resultó extraño no encontrar ningún Smith o James o Roberts. Suena extraño un relato de ciencia ficción entre cuyos personajes haya un ona, o que suceda en Latinoamérica y el Caribe. En la novela se mencionan invunches, lautaros, chamanes, fantasmas, mexicanos, tontos, médiums y políticos corruptos. A pesar de (o tal vez precisamente debido a) ello es que el relato entretiene. Nunca supe qué clase de carta tenía el autor bajo la manga al dar vuelta la página.

Si algo puede caracterizar Ygdrasil es el exceso. Las descripciones de muchas de las escenas rayan en la brutalidad, en el más absoluto y puro gore, el sadismo y el snuff. Es como inspirarse en “lo que pasó con la tripulación del Event Horizon en la otra dimensión” y Urutsukidoji para crear todas las sofisticadas formas de tortura y mutilación descritas. Si alguien quisiera llevar Ygdrasil al cine, el guionista encargado de la adaptación debiera prepararse sicológicamente para la tarea asesorado por profesionales, y los productores encargar un gran suministro adicional de sangre artificial, para hacer una buena adaptación, por lo menos. Y medio Fort Knox para sobornar a todos los entes calificadores del planeta, claro está.

A pesar de lo barroco y sanguinolento de las impactantes descripciones, lo excesivo de algunos pasajes, de la multitud de dobleces irreales a las leyes físicas y biológicas que las vuelven completamente desconocidas e insalubres, la novela primogénita de Baradit entretiene y captura al lector arrastrándolo en un viaje por lugares que no existen, no pueden o no deberían existir, y no se excede con evidentes citas oscuras y misteriosas referencias que terminan por desorientar y confundir, transformado un relato en un texto que busca hacer patente la inmensa erudición del autor frente a la supina ignorancia del lector.

Los abismos a los que Baradit expone inmisericordemente al lector de Ygdrasil tienen un aire familiar, un aroma a tacos, a empanadas, a mojitos, a tiple y charango, a sikus y pifilcas, a batá y kultrum. Amante de la palabra imposible, Baradit no tiene muy claro el concepto de dicho vocablo, y ahí está: ha publicado una novela de ciencia ficción latinoamericana, con una clara identidad, poseedora de una impronta que la distingue frente a otras novelas de CF que con el tiempo han ido pasando por mis manos.

011105 (addendum)

Asistí ayer al lanzamiento de Ygdrasil en la Feria Chilena del Libro, llevada a cabo en Santiago. Un hermoso día me permitió gozar con todos mis sentidos de la belleza femenina que merodeaba entre los estantes, buscando algo para leer. Objetivamente puedo decir que la Feria, a pesar de la impresionante cantidad de textos expuestos, sólo contaba con un reducido número de textos de CF, y entre ellos, el más original es Ygdrasil.

Jorge Baradit tuvo la deferencia de autografiar mis copias, después de un día propenso al síndrome de túnel carpiano dado el inmenso número de dedicatorias y firmas, todas ellas realizadas con pulcritud, dedicación, y por qué no decirlo, creo que hasta con placer. No tiene Baradit el talento de otros escritores de fama y renombre, que garrapatean asqueados algo más parecido a una receta escrita por un médico (por lo ilegible) para firmar la mayor cantidad de libros en el menor tiempo posible, sino que se daba el tiempo para producir texto manuscrito personalizado y claramente legible. Aunque Baradit haya firmado algunas copias – dicen – con su propia sangre, el resto las firmó con el corazón. (Si me permiten la licencia: de haber firmado con su sangre habría llegado a la anemia antes de la presentación.)

En la presentación habló la editora de Ediciones B, dos personas con cierto arrastre mediático, y el autor. La frase más repetida por la editora y el duo mediático-publicitario: “lanzarse a la piscina con Ygdrasil”. Concuerdo plenamente con el cliché, ya que desde el momento en que tuve el libro en mis manos la sensación fue la misma. Si para los editores, que ven el provecho comercial antes que otros méritos, fue una movida arriesgada, los lectores también corremos el mismo riesgo ya que desde las páginas acecha un texto original y malvado, listo para devorar a quien se atreva con él. A estas alturas, y después de ver en la caja de Ediciones B una cola de personas con la novela en sus manos, Ygdrasil debe estar masticando plácidamente varios lectores lo suficientemente valientes o incautos como para lanzarse a las fauces abiertas de la primogénita de Baradit.

Finalmente, lo que todos esperábamos (y por todos entiéndase todos los que alcanzamos a caber dentro de la sala destinada al efecto; algunos debieron oírla desde el pasillo): la presentación en sociedad de Ygdrasil y el speech de Baradit. Un contingente importante de bilbliófilos, frikis de la CF, admiradores de la editora de Ed. B, seguidores incondicionales de Baradit y uno que otro curioso o despistado que no tenía idea de dónde se metía guardaron respetuoso silencio mientras el autor hablaba. A ratos Hikaru, pequeño sobrino del autor, amenizaba la charla, de por sí amena, que como correspondía dejó reducidas a meras intrascendencias las intervenciones anteriores.

Baradit habló de Latinoamérica como un crisol, una cazuela sobre el fuego, con todos los ingredientes pero a medio cocer. Habló de no ser inventor de nada, declarándose culpable de magnificar con la lupa de su pluma y una “mente algo trastornada” lo que tenemos cotidianamente entre nosotros, y que por tenerlo a diario en portadas hemos dejado de verlo. Habló de la capacidad que todos tenemos de crear, de hacernos “estallar la cabeza” con ideas, de transformarnos en “úteros que parimos mundos”. (Unos asientos más allá, Rodrigo tomaba nota de las frases para el bronce grafitteando frenéticamente la pantalla de su handheld, mientras que desde atrás los flashes amateur inmortalizaban mil veces el cuarteto presidido por la estrella del momento.)

Espero (y tal vez me acompañen en el sentimiento otros ávidos lectores de CF) que, siguiendo los pasos de Baradit e Ygdrasil, las editoriales se atrevan a publicar a los escritores nacionales que ya son conocidos por un reducido grupo de lectores en el mundo (aún) under de la CF chilena e ignorados por todo el medio literario que se dedica a comercializar libros de autoayuda, de parrilla chilena (como si fuera mucha la ciencia de tirar un pedazo de carne con sal a una parrilla) y novelitas románticas con regusto dulzón a perfume de bisabuela, escritores a los que el autor se refirió como “próceres y mártires” de la CF chilena, hoy en pañales cuando hace tiempo que debe, y puede, vestir ropas de adulto.

por A. César Osses