Editorial TauZero #4

por Rodrigo Mundaca Contreras

De un tiempo a esta parte he detectado un cambio en mi persona. No sabría decir con certeza si la naturaleza de tal cambio es positiva o no, pero el cambio en innegable.

El origen de la “mutación” no tiene otro origen que mi autoimpuesto oficio de Director de esta publicación. Mi labor principal como tal consiste en buscar, contactar y persuadir a potenciales colaboradores. Al principio de los tiempos, cuando era optimista, pensé que los escritores en formación aplaudirían el esfuerzo del team TauZero y ofrecerían sus textos por toneladas. Me equivoqué. Me di cuenta, una vez más, que las personas tienen una actitud pasiva por naturaleza. No sólo permanecen en el silencio y la oscuridad segura de su anonimato, sino que son renuentes a hacer público sus escritos. “Pánico escénico” diría mi yo diplomático. “Cobardía y corto de personalidad” diría mi yo conflictivo… en fin.

Lo bueno es que las personas que aceptan trabajar con nosotros son las que han pasado el filtro que muchos no se atreven a cruzar. Eso es bueno. Muy bueno. Lo malo es que son mucho menos de los que yo quisiera. Y es este pequeño número de personas sinérgicas lo que me obliga a redoblar mis esfuerzos para detectar a posibles candidatos a colaboradores… y a no dejarlos ir.

Y aquí es donde se manifiesta la mutación de la que hablaba. He analizado la personalidad (o al menos he tratado) de cada una de las personas que están en mi círculo de amistades, para tratar de determinar si califican o no para el proyecto TauZero. He tenido que averiguar cuáles son sus gustos personales y hobbies, y tratar de evaluar como esas preferencias pueden dirigirse hacia las letras. Cuando siento que la persona presenta una personalidad adecuada, le planteo la idea, junto con una serie de temas sobre las cuales dicha persona podría explayarse…

Y no sólo a mi círculo de amistades se ha limitado mi análisis, sino que también lo he extendido a todas las personas con las que de una u otra forma se relacionan conmigo. Si me doy cuenta que la conversación de una persona es interesante, le planteo el proyecto. Si una persona tiene un vocabulario extenso, también le planteo el proyecto (pues soy de la idea que las personas son lo que hablan, y si una persona habla bien, lo más seguro es que escriba bien y, en general, exprese ideas en forma asertiva). Si una persona cualquiera pregunta por mis gustos personales, aprovecho la oportunidad y trato de “venderle” el proyecto TauZero.

En definitiva, siento que estoy en un estado continuo de evaluación de las personas, clasificándolas en dos estados posibles: “sirven” o “no sirven”. Debido a esto es que no estoy seguro si la mutación es buena o mala, pues siento a ratos que me estoy transformando en un ente clasificador, al mejor estilo de un dios que administra vida y muerte a sus creaciones, en la medida que éstas sirven o no a sus propósitos.

Pero tal vez no deba preocuparme tanto, porque todas las personas en alguna medida evalúan a todos. Cuando alguien cumple el perfil de la empresa es contratado; cuando alguien es adecuado para ciertos propósitos decide ser su socio; cuando alguien cumple las expectativas de otro, se enamora. Y dado lo anterior, el que yo evalúe a las personas en función de si sirve o no para TauZero no sería sino un parámetro clasificador entre los millones a los que nos vemos sometidos en el transcurso de nuestras vidas…

Cambiando de tema, debo señalar que nuestra casilla de correo casi sufrió un colapso debido a los miles de millones de e-mails de protesta por la no-continuación de la entrega por partes de Ygdrasil. Lo único que puedo decir es que realmente lamento desde el fondo de mi corazón que la situación se haya dado de esta forma, pero la última palabra la tiene el autor del relato. A modo de reparación, Jorge nos ha cedido la publicación un par de cuentos basados en el universo Ygdrasil. En esta oportunidad le corresponde el turno a Mariana…

En Brainstorming, el siempre disponible Remigio Aras nos habla sobre los distintos tipos de viajes en el tiempo que se encuentran en la obra del Buen Doctor. Sandra Leal, por otro lado, nos da sus razones por las cuales cree que todos nosotros deberíamos tener desarrollado el sentido de lo fantástico o, usando sus palabras, “cazadores de lo anormal dentro de lo cotidiano”. Finalmente, nuestro amigo Pablo Castro Hermosilla nos expresa su opinión sobre la “trilogía” de Terminator. Dado que yo conozco personalmente a Pablo, les digo que sus opiniones en general (y no solo en cf) es algo a lo que hay que ponerle atención.
En la sección de ciencia, Eduardo Unda Sanzana, nos habla sobre falsacionismo y el como este concepto introducido por el filósofo Kart Popper nos ayuda a hacer ciencia.

Y para finalizar, decir que decidí reciclar un nuevo texto de divulgación, casi en contra de la voluntad de mi querido editor. La razón para querer publicar un texto de Carl Sagan es simplemente el tema que esta vez aborda: La posibilidad que el túnel luminoso que la gente moribunda dice ver, tenga una explicación sencilla. Ya sabemos que Sagan es un científico ateo y profundamente escéptico, pero por eso mismo, creo que su opinión objetiva debe ser leída. Después de todo, la objetividad es a un científico lo que la fe a un religioso.

Quiero que este artículo escéptico sea el preludio al material que se está preparando para los próximos números. Como siempre, si estás interesado/a en participar, tienes un espacio con nosotros…

Atentamente
Rodrigo Mundaca Contreras
Director

Mariana

por Jorge Baradit

Guiamos el desarrollo de la Web con sentido estético. Planeamos el desarrollo de Internet como una copia de la particular estructura neuronal de un santo. Cada nodo incorporado diariamente es una letra del conjuro definitivo. Y cuando la última palabra sea agregada, el altísimo tocará esta obra de sacra artesanía con su dedo hirviente y se alzará viva, cantando una letanía electrónica en nota sol, levitando sobre las cabezas de los hombres. Todas las mentes se sincronizarán a través del tono transmitido desde el cielo y serán infectados de amor a Dios. El alma de la humanidad emergerá y se hará carne y cable como gran insecto elevándose en una sola mente, cantando oraciones en código binario plenas de señales montadas en frecuencias standard, transmitiendo el infinito rostro de Dios directamente a la corteza cerebral.

(Oración del Klóketen, culto de “Los Hombres de las Cruces”. Ygdrasil. Año 18)

“Seguro que la droga estaba contaminada”
Mariana llevaba dos días sin comer. El “maíz” le había convertido la realidad en una borrosa película en blanco y negro editada a tijeretazos. Se sentía incapaz de distinguir el tiempo presente de entre el bosque de recuerdos inconexos que afloraban a su conciencia como cadáveres desde el fondo de un lago.
La habían intentado violar dos veces mientras se tambaleaba vomitando hacia el baño de la casona. Recuerda vagamente haberse defendido con pies y manos de agresores anónimos, de alientos podridos por el alcohol sintético de los traficantes.
“Contaminada con malos espíritus, quizás”.
Tenía señas de un golpe en la cabeza.
Tenía ese frío seco de las resacas del “maíz” clavándole los oídos.
Cada dolor estaba incrustado perfectamente de acuerdo al diagrama usual.
Sin embargo, la sensación de asfixia… sólo podía significar que la droga estaba contaminada.
El maíz es una droga muy sensible al medio ambiente psíquico. Si se expone cerca de una muerte violenta siempre resulta afectada. Además, también está el riesgo de adulteración con neurotoxinas vencidas, orina de gato, o cualquiera de esas porquerías que los chamanes junkies de los suburbios importan desde Bolivia. Las cosas estaban cada día más raras y a los 17 años ya podías ser un veterano completamente fuera de onda, con serio peligro de caerte por el borde del juego de puro desinformado.
Le dolían las encías.
La asfixia la paralizaba de terror como a un pez en el piso de un bote, viendo al mundo girar entre la neblina grasosa de la semi inconsciencia.
Una película de cine editada a tijeretazos…no había duda, seguro que la droga estaba contaminada.
–¿Ya contactaste a la “chilena”, Ramiro?.
–No personalmente, don Eugenio. Pero nuestro enlace asegura que mañana podremos entrevistarnos con ella y plantearle nuestro encargo.
–Y convenir el pago.
–Esa mujer es muy particular, señor. Sus servicios no son caros pero se reserva aceptar o no los trabajos de acuerdo a criterios que se nos aparecen incomprensibles.
–¿Es una excéntrica?.
–No, señor. Es una psicópata.

Eugenio Balandro era presidente del Partido Obrero Revolucionario desde los orígenes de la Segunda República. Por supuesto no era obrero y jamás había participado en revuelta alguna. Era el máximo dirigente de un movimiento en decadencia, aplastado por los sucesivos éxitos de su principal partido opositor, que pronto completaría un tercer exitoso e insoportable período en el poder.
El Partido Obrero había hecho todo lo posible para hacerlos fracasar, incluso boicotear secretamente los planes de ayuda a los más necesitados, pues no podían permitir que también les quitaran el amor de las grandes masas de hambrientos; siempre habían sido su mejor carta de negociación y hoy los necesitaban más desesperados, despojados y molestos que nunca.
Eugenio había sido reclutado a los 4 años de edad luego de un minucioso rastreo. El equipo psíquico del partido, más cuatro cibernautas nepaleses, habían scaneado durante años el plano astral con sus consolas–ouija buscando rastros de la esencia de un olvidado líder de masas de principios del siglo XX. Estafador, ladrón y finalmente dirigente sindical; instigador a sueldo de los levantamientos obreros financiados por el gobierno chileno en las plantas salitreras, asesinado luego por el mismo gobierno una vez que se hubo llegado a acuerdo con los dueños de la Industria del Salitre acerca del nuevo régimen de impuestos. Mártir de la causa obrera, se hicieron grandes esfuerzos para esconder que en sus últimos momentos había intentado vender las posiciones de los montoneros a cambio de inmunidad. Trato imposible de realizar porque, por supuesto, su muerte era uno de los requisitos de los inversionistas para cerrar las negociaciones.
Eugenio era el candidato perfecto para dirigir el partido en los años de cruenta guerra política que se vivían.
Cibernautas nepaleses adictos a la mescalina se frieron el cerebro año tras año conectados por los nervios ópticos a las consolas–ouija, scaneando los patrones de su sombra derivando por los meandros del plano astral. Hasta que un día nació nuevamente, sano y fuerte en Bérgamo, Italia, en el seno de una buena familia de campesinos que fue rápidamente eliminada, por supuesto.
Eugenio Balandro era genial. Todos estaban de acuerdo en que la decadencia del partido nada tenía que ver con su gestión. Estaban seguros de que tarde o temprano encontraría la manera de derrotar a sus oponentes y entonces podrían poner en práctica la propia visión de cómo dirigir un país y profitar sin llevarlo a la bancarrota. Les desesperaba ver a sus oponentes gozar de una mujer que consideraban de su propiedad.
Si, Eugenio Balandro encontraría la manera, no les cabía duda.
–Con su permiso, señor –dijo Ramiro Bermejo, secretario personal y enlace de Don Eugenio con el comité del partido–. Les comuniqué su decisión pero nadie considera que éste sea un momento adecuado para actuar en contra del Gobierno.
Eugenio ni siquiera lo miraba inclinado en su sillón, disfrutando a través de los ventanales de la increíble reproducción hi–fi de las costas del lago Carrera en la patagonia chilena.
–Nadie duda de su criterio, señor –agregó Ramiro con toda la humildad que pudo darle a sus palabras–, pero el gobierno ha alcanzado los índices de popularidad más altos en la historia de sus mandatos y….
–Y por eso van a ser derrotados –interrumpió Eugenio.
–Pero… no parece ser el momento, señor. Acaban de lanzar el Plan de Soberanía para el Ciberespacio, un proyecto aplaudido sin reservas por todos los sectores del país, señor –insistió cautelosamente.
–Y si fracasara sería la caída más estrepitosa de los últimos años, también. ¿No lo crees?
–No hemos encontrado fallas, señor. El proyecto ha demostrado ser 100% seguro a pesar de los temores de la gente.
–Los temores de la gente ¿Y no es eso acaso lo que finalmente importa? Si por alguna razón el miedo al proyecto se extiende y la gente no participa en él toda la enorme inversión del gobierno se irá al tarro de la basura, podremos acusarlos de dilapidar el dinero del pueblo financiando monstruos tecnológicos sin destino y comenzar nuestra ofensiva. No puedo creer que el comité no haya comprendido algo tan sencillo.
Ramiro se mantuvo en silencio ejercitando el deporte preferido de los subordinados, conjeturar el plan tras las palabras y el plan detrás del plan.
–Creo que el gobierno ya lo consideró, señor –agregó tímidamente– sabemos que pretenden “levantar” al presidente del Banco de México. Ese sería un gran golpe publicitario. Sería un claro mensaje para la gente que el Plan de Soberanía para el Ciberespacio es seguro.
Eugenio se puso violentamente de pie y caminó hacia un hermoso mueble de caoba lleno de carpetas. Era un hombre alto, de aspecto noble. Ramiro lo siguió con la mirada de respeto, envidia y temor con que se mira a un líder que se sabe superior.
–Encárgate de esto –dijo arrojándole una carpeta–, es el dossier de una asesina a sueldo de la peor clase. Tiene gran experiencia en asesinatos on–line, aunque es una junkie en caída libre un tanto impredecible. Le dicen “la chilena” –Ramiro lo miró alarmado–. Sólo imagínate el siguiente cuadro. Todo el país pendiente de la transmisión en vivo del “levantamiento” de la mente del presidente del Banco de México, principal accionista del proyecto. Todo el país recibiendo en directo las imágenes de sus patrones neurológicos de pronto inexplicablemente rojizos y sus repentinos alaridos sintetizados, el replay de su cerebro–data estallando en mil pedazos contra la nada. El primer plano del rostro del ministro de tecnología, desencajado. Todas las fichas del gobierno perdidas en una sola apuesta ¿No es perfecto?
Ramiro medía y calculaba. La idea parecía demasiado brutal y le encantaba.
–¿Cree que esta “chilena” podría hacer un trabajito así? Se trata del ciberespacio, no de un bar en las poblaciones, señor. Pero…si pudiera…sería maravilloso.
–Testéala, encárgate. Para eso estás aquí.

Mariana caminaba dando tumbos por un callejón de los suburbios con la cabeza llena de estática. Abrir y cerrar los ojos era como abrir y cerrar un canal de comunicaciones saturado de datos tóxicos y abrasivos.
La noche no tenía luna.
“No me hablen, no quiero escuchar”.
Mariana cierra los ojos y siente que dos serpientes, una roja y otra negra, penetran sus cuencas vacías para morderle el alma y sacarla afuera. Sus sinapsis están fuera de control, inundadas de “maíz”, la primera droga nanotecnológica producida artesanalmente.
“Y tú, pobre niño, ¿que haces aquí?”
“Tú, ¿eras un soldado?”
Las serpientes salen por su ano convertidas en plugs que se hunden en la tierra y la conectan al inconsciente colectivo del planeta.
–¡Ustedes están muertos! –grita agitando los brazos.
Silencio.
Estática.
De pronto está a tres calles de distancia sin la más mínima noción del transcurso.

“Una película editada a tijeretazos”.

Suspira hondo y trata de calmarse. Esos pasajes críticos son muy riesgosos, se comportan de la misma manera que las “detenciones seguras” que utiliza la policía contra los delincuentes más peligrosos. Un dardo tóxico que divide químicamente los cuerpos físico y astral del afectado, que se ve de pronto flotando a tres metros de altura mirando a los policias llevarse su cuerpo inerte, técnicamente muerto hasta que el equipo médico, compuesto de ingenieros y chamanes con consolas–ouija, lo traigan de regreso.

“Concéntrate, acuérdate”.

Se sentía rodeada de un agradable aroma a limones.
Caminó hasta un sitio eriazo en la mitad de una población suburbana.

Pensaba en el tatuaje de su muslo que, de pronto, se pone de pie frente a ella para hablarle sobre la soledad mientras cientos de hormigas trazan diagramas que lo explican todo. Mariana solloza, las hormigas se angustian por alguna razón y entran orando respetuosamente por sus fosas nasales.
“Los Pálidos. Tengo que matarlos”, y se le erizó el vello de la nuca.
De improviso toda una avalancha de datos irrumpe de golpe en su campo visual y sabe por qué está ahí.
Lleva tres días rastreando el punto donde “el Pálido quieto” y su gemelo idéntico harán contacto este año.
“Los Pálidos” eran los líderes de una red de narcotráfico de esas drogas forteanas que potencian químicamente la receptividad a los fenómenos paranormales, es decir, en el “vuelo” puedes ver a los muertos. Su principio psicoactivo es básicamente actividad poltergeist fijada como estática a placas microscópicas, montadas en insectos nanotecnológicos, que se inyectan directo al hipotálamo. La industria del arte y la investigación criminalística pagaban pequeñas fortunas por unas cuantas gotas.
La actividad poltergeist se obtenía asesinando violentamente a niños pre púberes en enormes tanques de aislamiento rodeados de placas de cobre que “recibían” y fijaban el horror y las altas cantidades de energía despedidas al momento de sus muertes.
En uno de esos tanques habían muerto 10 de las mejores prostitutas del “Machete”, prominente administrador de la “carne” local a quien, por supuesto, no le había gustado nada esa baja en sus activos. Así que mandó llamar a Mariana.

“El Pálido quieto”. 1187…11:87?..11/8/7?

“El Pálido quieto” era un cuerpo con dos cerebros completamente diferenciados dentro de su caja craneana. Era un hombre con dos almas que vivía para ofender la vista de dios. Tenía satélites naturales orbitándolo.
Su gemelo idéntico caminaba sin detenerse, en sentido contrario a la rotación terrestre, leyendo la frase escrita en el suelo que es necesario recitar para mantener la estabilidad de las cosas.
Ambos se alimentaban sólo de hostias consagradas.
Hoy se cruzarán y es el momento para matarlos.

“Hoy mataré a esos perros asquerosos”, piensa. Sus manos se crispan sobre los cuchillos y siente algo parecido a la excitación sexual. Instintivamente se agazapa y siente como se transforma en un jaguar.
“Voy a matar a esos perros, a esos cerdos cerebro de testículo”, murmura mientras aguza la vista sobre dos siluetas que se recortan contra los matorrales y la penumbra, “seguro violaban a las niñas con sus penes llenos de inmundicia los muy degenerados. Seguro las violaban a golpes mientras ellas les pedían que se detuvieran, los muy hijos de puta”.
Las dos siluetas avanzan una contra la otra.
“Los hombres son todos unos violadores. Cristo se abrió una vagina en el costado para comprendernos mejor. Las mujeres somos mártires atravesadas por la lanza de Longinos”, deliraba arrastrándose con las garras clavadas al polvo.
Las siluetas se encuentran y se abrazan. Un enorme cuchillo entra por la nuca de uno y sale a través del ojo del otro. Un demonio negro y metálico baila frenéticamente en torno a ellos cortando y hundiendo con maestría y ferocidad.
Mariana sangra de pies y manos.
Al cabo de unos segundos los gemelos yacen destrozados pero Mariana no se detiene en su rito, absolutamente transportada. Les abre una vagina bajo el escroto, se come sus testículos con recogimiento; les abre el estómago, extrae las vísceras, rellena el espacio con tierra y un escarabajo vivo, luego cose la herida con alambre y llora a gritos hasta que se duerme.

“No me hablen, no quiero escuchar”.

–Mariana, despierta.
Ramiro Bermejo la toca cautelosamente con su bastón.
Sus hombres ya habían limpiado el lugar y quemado los cadáveres con enzimas digestivas. Minutos más tarde cargaban a la mujer con evidente desagrado, tenía a lo menos un par de semanas sin conocer el jabón y la sangre seca en sus ropas indicaba que la fiesta de la noche anterior no había sido la única de los últimos días.
Cuando despertó, ya en instalaciones del partido, se mantuvo inmóvil y en silencio durante horas antes de comenzar un tenue monólogo sobre pasajes de su propia infancia. Ramiro intervino en el relato y comenzó un extraño diálogo entre desconocidos, fabricado de retazos. Hablaron de Valparaíso, de un viaje a Colombia, de la ciudad bajo la Cordillera de los Andes, hablaron sobre las profundas marcas de cuchillo en su espalda y de la manera más rápida de matar a un hombre. Hablaron de cierta persona que merecía morir, hablaron de la paga por degollarle la mente, hablaron del ciberespacio.
–Primero haremos una prueba de tus habilidades en la web. Tendrás que ingresar a la intranet del Hospital de Bogotá –dijo Ramiro–, nuestros técnicos nos aseguran que inyectándote un par de megabytes de entrenamiento no vas a tener ningún problema para manejarte en ese ambiente.
Mariana lo mira con ojos vidriosos, riéndose como una estúpida.
–Le voy a cortar el cuello con una botella.
–Hoy descansarás, mañana te injertarán y pasadomañana irás de cacería por el ciberespacio– dijo Ramiro, palmoteándola como a un perro de presa.
–¿Quién es ese al que tengo que matar?
–Un tipo accidentado en motocicleta. Recogieron los restos de masa encefálica y digitalizaron la información que contenían, la levantaron a su intranet y la montaron en una estructura neuronal standard. La próxima semana le van a injertar un cerebro nuevo y le imprimirán los fragmentos de su esencia. Tendrán que dotarlo de memoria sintética para llenar los vacíos, por supuesto. Inventar su infancia, su primer beso, parches de conocimientos académicos, etc. Su alma está irremediablemente perdida pero la transnacional dueña de su contrato exige revivir a este zombie por tratarse de un ingeniero clave en el desarrollo de ciertos proyectos de enorme valor comercial.
–Y tengo que matarlo.
–Es sólo un test, no te preocupes, El ya está muerto, lo que revivan será otro procesador de datos humano de esos que viven en las bodegas de las empresas. Sólo queremos verificar que seas capaz de asesinar on–line, luego te daremos tu objetivo real.

Dos días después Mariana se preparaba para ingresar a la Web. Se hincó frente a un agujero en la pared similar a un ano mecánico, introdujo la cabeza y un anillo se cerró en torno a su cuello. Una aguja entró por su frente inoculando mescalina hirviendo de microbios nanotecnológicos. Un tubo flexible entró por su boca y recorrió todo su sistema digestivo, salió por su esfínter y entró en su vagina desplegando dos garfios que se engancharon a sus ovarios. Por el interior del tubo comenzaron a circular escarabajos azules, caminando en hilera, con un mantra dibujado en sus élitros. El mismo mantra se comenzó a escuchar vibrando al unísono con las ondas encefálicas de Mariana y la máquina entró en trance.
Mariana cayó al agua.

>acceso a la web, autorizado

Mariana de pie frente al mar.
La construcción le impide girar demasiado hacia la izquierda o hacia la derecha. El cielo está más bajo de lo normal y gira velozmente. Las estrellas son agujeros que dejan ver la luz que hay más allá en las zonas caóticas del ciberespacio, al parecer cumplen la misma función que los agujeros de las antiguas tarjetas perforadas.
La Web había sido reestructurada completamente 50 años atrás a la manera de un océano. Tenía sus propias mareas numéricas, microclimas informáticos y tormentas que reordenaban aleatoriamente los distintos cardúmenes de datos sumergidos en el plancton que contenía el sistema operativo del software. Todo estaba administrado con criterios ecológicos estrictos. La Web se había convertido en un gran organismo océanico gobernado por la libre interacción de sus componentes en un circuito autoasistido casi biológico.
La playa era la plataforma de acceso.
El sonido del conjunto parecía sacado del corazón de una fábrica en plena Revolución Industrial. Émbolos y engranajes gruñendo en los sótanos del software, arrastrándose tras la escenografía de la playa.
“Cosas” asomaban a la superficie del mar y luego se hundían.
Mariana estira la mano y saca un pez abisal que le hace una pregunta. Lo abre por la panza y saca un cuchillo, lo entierra en el sol y pide acceso: “Solve et coagula”, murmura. El cielo se abre como un párpado y el mar detrás del cielo se revela como una masa de estática similar al ruido blanco de los monitores sin señal. Mariana calibra esa imagen y digita unos conjuros en voz baja con los ojos cerrados. Entre la niebla de la estática escucha inesperados lamentos que la sacan de su meditación, gemidos de textura magnetofónica arrastrándose por el suelo y una mano le toca el hombro.
“Esto no tiene nada que ver con el Hospital de Bogotá”, piensa sobresaltada haciendo esfuerzos para no dejarse llevar por las extrañas presencias que parecían brotar como hongos en las paredes de la programación del software.
“Concéntrate”.
La intranet del Hospital de Bogotá era una hermosa mujer con branquias recitando una pregunta de acceso con voz bellísima. Mariana la besó apasionadamente y pudo conectarse sin problemas, la pasión fue recíproca y la mujer la devoró con su boca de anaconda. Las paredes intestinales estaban escritas, el estómago de la serpiente parecía un árbol flotando en el centro de un universo de dimensiones reducidas, hecho de pequeños mosaicos de obsidiana. Dentro de un fruto encontró al paciente indicado. Los restos de su mente estaban montados sobre una estructura neuronal standard que parecía un panal de furibundas termitas trabajando afanosamente, llevando dendritas de aquí para allá, llorando con pequeños gritos espantosos en frecuencias agudísimas.
“Acupuntura sónica”, pensó la mujer.
Suspiró.
Cerró los ojos para mirar con el cuerpo.
Convirtió sus manos en uñas congeladas del largo de katanas y atacó.
La lucha contra las termitas fue corta y atlética. Mariana giraba y cortaba cabezas avanzando hacia el centro blando de la estructura. De un salto cortó las cabezas de las últimas termitas guardianes y quedó en cuclillas frente a un niño asustado, no dudó en hundirle una uña en la frente y ahogarle el grito degollándolo de un golpe.
Todo tomó coloración rojiza.
Huyó por la línea telefónica asociada a los monitores cardíacos hacia las lagunas de la empresa de telecomunicaciones Aotel, dueña de los empalmes.
Salió caminando hacia la playa de acceso, cayó hacia arriba y la sacaron como se saca a un recién nacido, a un bautizado húmedo de placenta y mescalina, inconsciente.
–Todo salió perfecto –murmuró Ramiro–. Déjenla descansar unas horas.
Las primeras horas de inconsciencia fueron tranquilas, pero pronto comenzaron a brotar infecciones neuronales adquiridas durante su permanencia en la red. Su conciencia fue atacada por gemidos. Gente muerta rasguñando el piso bajo ella, hablándole a través de grabaciones magnetofónicas, amenazando derramarse desde pantallas de televisión encendidas, insultándola imperceptiblemente desde los enchufes de corriente eléctrica. Mariana pudo escucharlos pidiendo ayuda desde las cintas de antiguas grabadoras dejadas encendidas al ambiente. Intentando comunicarse desesperadamente.
Una voz se separa y le susurra al oído un secreto terrible, Mariana llora.

El proyecto de Soberanía para el Ciberespacio se había convertido en la obsesión del Gobierno. Estaban convencidos que sería más importante que las estaciones en la luna o las bases de avanzada en el subsuelo antártico. Se trataba de la colonización de todo un nuevo continente de características ilimitadas.
El Gobierno pagaba importantes sumas de dinero a los voluntarios que aceptaban sumarse al programa. Incluso se sabía de tratos con criminales, blanqueo de papeles y reducciones de condena a cambio de aceptar ser “levantado” a la Web.
El concepto era sencillo. Se sometía al voluntario a un scaneo de sus patrones de memoria y se transferían sus funciones cerebrales, a través de una interface adecuada, directamente al ambiente del Ciberespacio. Las mentes “levantadas” eran asignadas a espacios de memoria protegidos y administrados por el Gobierno llamados “granjas”, donde desarrollaban tareas específicas diseñadas por los departamentos gubernamentales.
“Levantar” a un voluntario se hacía de por vida y se había convertido en todo un rito entre monástico y funerario al que acudía toda la familia en procesión hasta el edificio del proyecto. Allí el voluntario firmaba el contrato que lo separaría voluntariamente de nuestra realidad, se le cortaba un mechón de cabello y se tomaba una fotografía familiar. Luego ingresaba a través de unas puertas a un pasillo oscuro con una potente luz al fondo. Los parientes lloraban y vestían de negro al ir a entregarlo.
Los voluntarios eran inducidos al coma profundo y se les extraían brazos y piernas para reducir espacio. Los cuerpos eran mantenidos dentro de los úteros de cientos de yeguas inconscientes que colgaban de ganchos al interior de enormes galpones oscuros, en una enmarañada red de cables y fibra óptica. Doce clavos de cobre hundidos a lo largo de sus columnas vertebrales se conectaban al hipotálamo de las yeguas, desde allí se proyectaba un axón de calamar que entraba al tejido blando que cubría el techo de los galpones. El espectáculo era sombrío. Interminables aglomeraciones de cuerpos suspendidos caóticamente en la penumbra, destilando aceites y orina al piso enrejado. Respiraciones, uno que otro bufido inconsciente, en general silencio y olor a muerte.
Los parientes podían visitarlos sólo en el Web site de la compañía que administraba la señal, en una amigable interface que simulaba prados al atardecer.
Todo parecía perfecto. El Gobierno tendría “conciencias” administrando desde adentro los complejos procesos de flujo y análisis de datos. La eficiencia aumentaría a rangos impensados y la productividad de toda la red industrial crecería a niveles nunca antes vistos.
Pero un grave problema se cernía sobre el proyecto más ambicioso y revolucionario del Gobierno. Rumores sobre supuestas fallas en los sistemas de suspensión vital frenaron el entusiasmo de los ciudadanos por acogerse al programa. Todo el proyecto dependía de la masividad con que se llevaran a cabo los “uploads” de “conciencias” y sin una masa crítica de a lo menos dos millones de “levantados” el proyecto sería un fracaso, los inversionistas privados retirarían su dinero y su apoyo, comenzarían las auditorías, aparecerían los acreedores nerviosos, los periodistas y toda la fauna que parece brotar de las paredes cuando un animal herido es abandonado por la manada. El Gobierno podía desmoronarse en medio de un escándalo financiero en menos de seis meses.
Además, estaban los “hombres de las cruces”, secta fanática de perfil apocalíptico y escaso número pero de gran espectacularidad, que atraía la atención del público con sus manifestaciones ruidosas y melodramáticas. La gente los escuchaba y para desgracia del Gobierno el mensaje no era alentador para el programa. No podían acallarlos porque la prensa adoraba los escándalos de presión política, menos hacerlos desaparecer, la opinión pública sospecharía de inmediato empeorando aún más la situación.
Los “hombres de las cruces” predicaban en torno a una terrible revelación: la electricidad sería en realidad un demonio, que habría hecho un pacto con sectas alquímicas en los albores de la Revolución Tecnológica para dotar de espíritu a las creaciones humanas a cambio de espacio para manifestarse en nuestro plano. Su medio ambiente particular era el cobre (para los “hombres de las cruces” el cobre era un metal sagrado comparable a la sangre de Cristo). El hombre le había construído redes de carreteras a este demonio a cambio del misterio de la electricidad, la estática y los signos ocultos en las placas de circuitería.
Los “hombres de las cruces” recibían ese nombre por las enormes cruces de cobre que clavaban en puntos de acupuntura de la Tierra. Allí crucificaban a sus iniciados y les extirpaban el ojo izquierdo para conectarles receptores–kirlian directamente al nervio óptico. En torno a la cruz enterraban de cabeza a 4 médiums hasta la cintura, para que escucharan las transmisiones de dios que esa monstruosa antena captaba. En los páramos del desierto de Atacama se podían ver alineamientos de cruces hasta el horizonte. Siempre con obispos perilleando frenéticamente antiguos aparatos radioescuchas e interpretando la estática.
Los mensajes no eran alentadores. Decían que el cobre atrapaba en sus redes a espíritus, esencias y entidades que estaban en tránsito al más allá. El plano astral vibraba y luchaba atrapado en esas redes eléctricas buscando liberarse. Los “hombres de las cruces” profetizaban la apertura de las puertas del infierno, decían que los aparatos estaban a punto de salir de nuestro control y ser controlados “desde adentro”. Predicaban que el ciberespacio se estaba convirtiendo en un limbo para los que no estaban en la gracia de dios y que cualquier proyecto que pretendiera enviar personas vivas allá era producto de las conspiraciones del demiurgo y por lo tanto blasfemo. El ciberespacio era un misterio sacro, un nuevo “más allá” que no debía ser profanado so pena de aumentar el poder del demonio electricidad.
Por alguna razón, quizás por aburrimiento, la gente los escuchaba y su inquietud frente al programa de colonización del ciberespacio aumentaba.

–Espero que hayas descansado, Mariana –dijo Ramiro–. Llevamos dos días esperando que despiertes.
–Denme un poco de maíz, por favor –murmuró la mujer.
–No hasta después de entrevistarte con nuestro presidente. El te hará el encargo personalmente.
–Juro que tomaré sólo un poco –insistió jadeando–, juro que sólo un poco, por favor.
–Tienes que estar lúcida.
–¡No quiero estar lúcida! –gritó irguiéndose de la cama, dos guardias ingresaron a la habitación pero Ramiro los detuvo con un gesto–. Vi… algo. Me hablaron. No quiero recordarlo, por favor.
Ramiro la miró en silencio por algunos segundos, echó a los guardias fuera de la habitación y se sentó en el borde de la cama.
–Cuéntame quién te habló mientras estabas en la Web, dime qué escuchaste. Después te daré todo el maíz que quieras.

La mañana era espléndida. La llovizna de la noche anterior había disipado la eterna nube de contaminación que escondía a la ciudad de los ojos de dios. Hasta se podía ver el enorme cordón montañoso nevado, como una monstruosa ola congelada siempre a punto de reventar, inquietante y amenazador. Como si nos hubiéramos quedado a vivir en la mitad del mar rojo en vez de atravesarlo.

Ciudad peligrosa.

El edificio del partido se encontraba en una zona de las afueras de Santiago de Chile llamada Melipilla (“cuatro espíritus”, en mapudungún). Era una explanada de concreto con accesos vehiculares a los 4 niveles subterráneos donde estaban las oficinas administrativas. Eugenio Balandro se encontraba en el centro del nivel más profundo en una oficina circular con cuatro accesos que se bifurcaban hacia el resto de las instalaciones, incluidos los bnkers y las salas de la artillería antiaérea. El minotauro en su laberinto, el centro del mandala. Hasta allí condujeron a Mariana, o lo que quedaba de ella después de encontrarla en el suelo de su habitación con el maíz saliéndole por los oídos.
–Manténte de pie, ¡por dios! –murmuró Ramiro con dureza. La mujer se tambaleaba junto al secretario que, muy nervioso, esperaba que Eugenio Balandro abandonara sus papeles y les dirigiera su atención.
“Dónde estoy, acuérdate, acuérdate”.
–¿Este espantapájaros es la famosa “chilena”, Ramiro? –se burló Eugenio. Su cabello oscuro contrastaba con el paisaje blanco que se reproducía tras los falsos ventanales a su espalda: los hielos de la patagonia.
“Acuérdate, no te desmayes ¿Quién es este huevón?”.
–Que no le engañe su apariencia, señor. La destreza que demostró en el ciberespacio nos dejó en extremo satisfechos.
–¿Me entenderá si le hablo? –sonrió–. Mírala, apenas puede sostenerse en pie.
–Le va a entender perfectamente, señor.
“De qué están hablando. La cabeza me da vueltas. Los muertos si hablan. Acuérdate…acuérdate”.
Eugenio se puso de pie y caminó hasta ponerse delante de su escritorio.
–Señorita Mariana ¿Sabe Usted por qué han sido solicitados sus servicios?.
“¿De qué habla este huevón?… Dios, la estática se hace líquida. Si me muevo y la derramo se va a comer todo el edificio…algo va a ocurrir”.
–¿Mariana?
–¿Si?.
–¿Sabes por qué estás aquí?.
–Tengo que matar a alguien, creo.
–No hay por qué plantearlo de esa manera –sonrió–, tú eres el factor inesperado. El pedrusco que golpea los pies de barro del gigante.
Mariana luchaba por mantener el equilibrio afirmada en el vano de la puerta. La presión en su garganta comenzaba a ser molesta. Las imágenes se mezclaban mutando como en un sueño.
“Seguro que la droga estaba contaminada”.
–Tú no lo sabes pero vas a contribuir a cambiar la historia de este país –continuó–. Hoy en la mañana he hecho duras declaraciones a la prensa sobre la inseguridad del proyecto de Soberanía para el Ciberespacio del Gobierno. Insistí en el peligro latente para la ciudadanía, en los gastos excesivos y en la imposibilidad de asegurar la sobrevida de los individuos mantenidos en coma, de los “levantados”.
“Quiero vomitar”.
–Mañana a las 10:00 AM van a transmitir en directo, para todo el país, la ceremonia de “upload” de la mente del presidente del Banco de México. Debería ser el impulso definitivo para el éxito del programa. Pero tú vas a estar ahí, entre los pliegues del software con cuchillos digitales en vez de miradas, lista para degollarle la mente en cuanto asome la cabeza fuera del agua. Todo el planeta será testigo en vivo y en directo del fracaso total de nuestro Gobierno.
“¿De qué está hablando este imbécil? Si no para le voy a ensuciar la alfombra”.
La mujer estaba pálida. Sudaba y jadeaba mirando la escena tras un mareo lleno de náusea, palabras entrecortadas y todo ocurriendo a metros de distancia. La realidad pero más blanda, bajo el agua y mal editada.
–Señor –interrumpió inesperadamente Ramiro Bermejo–, tenemos información adicional de gran relevancia.
Eugenio le clavó una mirada de molestia.
–Entonces dímela de una vez.
–Señor, Mariana es una mujer extraordinariamente receptiva a las frecuencias del plano astral. Cuando entró al ciberespacio hizo contacto de alguna manera con “entidades” y “presencias” de naturaleza paranormal, señor –la mujer se afirmó ruidosamente de un mueble y tosió aguantando la náusea.
–Continúa.
–De los mensajes y restos de información que recibió de estas entidades podemos deducir que hay una marea síquica filtrándose hacia el ciberespacio, señor.
–¿“El movimiento en los sueños”? –sonrió–, has estado escuchando demasiado a los “hombres de las cruces”.
–Creemos que la contaminación del ciberespacio por estas entidades se encuentra en avanzado estado de infección, señor.
Mariana levanta bruscamente la cabeza con los ojos desorbitados –¡Tratan de salir por mis nervios ópticos!
–¡De qué habla esta mujer! –grita Eugenio cada vez más molesto.
–Las llamadas telefónicas siempre difieren en una letra, en un imperceptible cambio en la intención de la voz. Todo está orientado a producir necesidad de dios. Todo está manejado por el demonio de la electricidad– murmura la mujer.
–¡Ramiro, calla a esta loca!.
Mariana vomita sujeta a un mueble de archivos.
–Lo siento, señor –dice Ramiro.
“Vienen a través del cobre, van a salir por mis ojos”.
–Lo que averiguamos es de gran importancia, señor.
Eugenio le hizo un gesto indicándole continuar.
–Al parecer el departamento psíquico del gobierno hizo contacto con las entidades del “movimiento en los sueños”. Tenemos información que sugiere que el Proyecto de Soberanía para el Ciberespacio es un programa de alcances más allá de nuestro conocimiento, señor. Las mentes “levantadas” estarían creando un ambiente operativo compatible con la naturaleza de estas entidades síquicas para facilitar su ingreso y proliferación. La segunda etapa sería crearles una interface para salir, a través de puertos de datos, hacia periféricos que les permitan interactuar con nuestra realidad.
–Encarnarse en máquinas –murmuró Eugenio.
–Algo así, señor –continuó–. El proyecto es de un potencial ilimitado.
–¿Y en qué cambia eso nuestros planes? –dijo Eugenio.
Ramiro titubeó, bajó la mirada y observó a Mariana jadear. El vómito era blanquecino, le iba a hacer bien haber expulsado todo ese maíz de su organismo. –Quizás reenfocar nuestra estrategia, señor.
Eugenio guardó silencio, expectante.
–Creo que nuestro objetivo debiera ser desprestigiar al gobierno y no al Proyecto, señor. Los beneficios que podríamos obtener de él, una vez que lleguemos al poder, serían incalculables –Eugenio sonrió burlonamente meneando la cabeza–. ¿Y cómo “crees” que podríamos conseguir eso, Ramirito?
–Bien. Todos saben que usted es el principal opositor al proyecto. Todos saben que usted es responsable, en buena medida, del fracaso del proceso de reclutamiento de voluntarios. Usted es una gran piedra en sus zapatos y todos saben que al Gobierno le encantaría que usted… desapareciera del paisaje, señor.
–Entiendo –continuó Eugenio, muy serio–. Y si yo tuviera un “accidente” todos sospecharían con razón de los organismos de seguridad, se podrían proveer algunas pruebas y el escándalo se desataría. Sería considerado magnicidio, el desprestigio del Gobierno sería inmediato y todos se verían obligados a rechazar a una administración responsable de asesinato político, ¿cierto? –Ramiro bajó la mirada y Eugenio estalló como un volcán–. ¡Deberían desollarte vivo sólo por insinuar semejante estupidez, imbécil! ¡Es lo más descabellado que se le podría haber ocurrido a alguien! –Se detuvo de golpe y miró a Mariana que se ponía de pie, aún mareada. Se puso pálido y giró bruscamente hacia Ramiro.
–Pequeño imbécil… no estás bromeando –murmuró.
–No, señor.
–Mariana no vino a recibir un encargo sino a ejecutarlo.
–Así es, señor.
–Esto fue demasiado lejos. Voy a llamar a la guardia…
–Señor –interrumpió– las comunicaciones de la sala están cortadas.
Eugenio comenzaba a ponerse muy nervioso, la cabeza le funcionaba vertiginosamente buscando una salida, analizando la situación. Ramiro esperaba tranquilamente a que Mariana finalmente se recuperara.
–Pequeño ambicioso, ya entiendo –sonrió nerviosamente–, quieres nada más y nada menos que la presidencia del partido. Para tu información mi candidato es otro…jamás serías tú, pequeña rata.
–Todos saben que su candidato “secreto” es Pedro Alvarado, señor. El sería el principal beneficiado con su muerte y por lo mismo considerado como primer sospechoso de su asesinato.
–Entiendo, esa fue tu condición para ejecutar el proyecto. Que el inculpado fuera mi candidato, ¿cierto? Así te deshaces de él y limpias tu camino.
–Le inventaremos un historial de espionaje y una conexión secreta con organismos del Gobierno –continuó–. El se defenderá pero las pruebas serán concluyentes, además nadie podría creerle que nosotros mismos planeamos la muerte de nuestro presidente como parte de una estrategia política, sería demasiado monstruoso. En eso radica la genialidad de esta idea, señor.
Mariana meneó la cabeza intentando despejarse.
–¿“Le inventaremos un historial”? ¿Quieres decir que hay más gente involucrada en esta locura? Sólo espera a que el comité se entere, miserable idiota. Tú y tus cómplices van a pagar muy caro este desacato.
–Señor….
–¡Nada de “señor”, conchetumadre! ¡Cuando el comité te desenmascare no habrá lugar en la tierra para ti y tu familia! –gritó mientras intentaba activar su intercomunicador personal.
–Señor….
–Aquí, Eugenio Balandro. Solicito línea directa con el comité, de inmediato…
–¡Señor!.
–¡Cállate!.
Mariana se refregó la cara con las manos y resopló con energía, la niebla se disipaba.
–Fue el comité en pleno el que aprobó este procedimiento, señor. Y por unanimidad, no está de más decirlo. Todos consideraron la idea digna de elogio.
Eugenio quedó inmóvil, el rostro desencajado, la boca semi abierta. Durante un segundo le pareció que su mente se equilibraba precariamente sobre un acantilado brumoso. Mantuvo la mirada fija en Ramiro. Experimentó la sensación inédita de ser sólo un hombre indefenso, desnudo y frágil. Pensó en convencer, sobornar, finalmente rogar, pero era Ramiro Bermejo a quien tenía enfrente, imposible rebajarse. Pensó en el arma que guardaba en el cajón, pero Mariana sería más rápida, lo sabía bien pues él mismo la había seleccionado por su destreza.
Sus rodillas comenzaron a temblar y un involuntario rictus de dolor fue rápidamente controlado.
–Por favor, señor –dijo Ramiro un tanto incómodo– recuerde que las cámaras de seguridad lo están filmando. Eugenio bajó la cabeza y miró de reojo las puertas cerradas, el minotauro en su laberinto.
–Todos los accesos están bloqueados, le imploro dignidad, señor –dijo Ramiro inspeccionando con la mirada a Mariana.
–Perderán mucho con mi partida –dijo en un hilo de voz.
–En absoluto. Usted es la persona justa que necesitaremos “allá arriba” para que se entienda con “ellos”, señor.
Eugenio intentó sonreír. Repentinamente se arrojó con agilidad sobre su escritorio. Papeles y objetos metálicos saltaron en todas direcciones mientras abría un cajón intentando alcanzar el arma escondida bajo los archivos.
Mariana no entendía nada. Entre su mareo y las palabras inconexas que llegaba a escuchar vio el gesto de Ramiro indicándole a Eugenio y diciendo la palabra “mátalo”. Eso lo entendió perfectamente, algo se activó en su interior y todas sus partes calzaron automáticamente.
Eugenio alcanzó el arma pero cuando consiguió levantarla un cuchillo le había clavado la mano al escritorio y se encontró cara a cara con un demonio transfigurado.
–Cerdo inmundo, seguro has violado mujeres –lo tomó de los cabellos, le puso la hoja en la garganta y miró a Ramiro esperando su señal.
–Quiero que sepa que la idea fue mía, señor. Espero que se sienta orgulloso –dijo el secretario haciendo un gesto a Mariana y desviando la mirada.
Todo estaba terminando dolorosamente para Eugenio Balandro. Todo estaba comenzando para Ramiro Bermejo, nuevo presidente del Partido Obrero Revolucionario.
Mariana se acercó a él bañada en la sangre de Eugenio y con parte de su tráquea en la mano derecha, sonriendo.
–Lo hice rápido, creo que me dio lástima. Nunca me ha agradado matar a adolescentes, ¿qué edad tenía, 13 años? Me preocupa pensar que lo disfrutaste, Ramiro.
El secretario la miró con desprecio. Tendrían que eliminarla, el comité detestaba los cabos sueltos.
La mujer permaneció inmóvil frente a él, mirándolo a los ojos mientras una sonrisa congelada avanzaba en cámara lenta por sus mejillas salpicadas de sangre.
Ramiro tragó saliva.
Mariana avanzó dos pasos hacia él.
(El zumbido del sistema de ventilación).
–Tengo este regalo para ti –dijo y le hundió un cuchillo en el páncreas–. Es gratis –sonrió.
–¿¡Pero… –susurró con los ojos desorbitados por la sorpresa, deslizando lentamente la espalda por la pared hasta el suelo–… por qué!?.
–No se, creo que me das asco. A lo mejor sólo estoy cagada de la cabeza –sonrió rascándose la nuca–. Quizás… quizás me molestan los finales demasiado perfectos. Algo sobre cabos sueltos me dijeron, también…creo.
Ramiro la miraba hacia arriba con los ojos muy abiertos, como un pez ahogándose al fondo de un bote. Comprendió que una nueva decisión se había tomado en su ausencia y, entre la niebla de su desvanecimiento, la aceptó con amargura.

Mariana limpió los cuchillos en la solapa de seda del secretario muerto y sintió un agudo dolor en el centro de la frente.
“La droga me está matando”, pensó y salió de la habitación tambaleándose.

[FIN]

por Jorge Baradit

Asimov y los Viajes en el Tiempo

por Remigio Aras

Una de las primeras obras literarias en tratar el tema del viaje en el tiempo fue la moralizadoramente discursiva A Christmas Carol (1843) de Charles Dickens, un libro que jamás he leído pero con cuya historia estoy más que familiarizado amén de las innumerables versiones llevadas al cine y la televisión (recuerdo particularmente una de las primeras que vi de niño donde el putrefacto fantasma del ex-socio de Scrooge realmente daba miedo). La novela de Dickens por supuesto que no era ciencia ficción al no estar involucrado ningún artilugio tecnológico en el proceso de crondesplazamiento, por lo que el título de “primera obra literaria de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo” recae en Herbert George Wells y su The Time Machine (originalmente publicada como The Chronic Argonauts en el Science Schools Journal de 1888; expandida y revisada luego en 1895). Hay algunos quisquillosos que argumentan que Wells no fue el primero en idear una máquina del tiempo sino un tal Edward Page Mitchell que varios años antes propuso tal artefacto en Clock That Went Backward (1881), historia en que dos niños descubren un reloj roto que los transporta a la Holanda del siglo dieciséis, pero a esa gente le digo: no podemos considerar al reloj aquel cómo una verdadera máquina del tiempo sino como un objeto mágico, ¡estamos hablando de ciencia ficción aquí después de todo!
Es Wells y nadie más que Wells quien sentó las bases del viaje en el tiempo para la ciencia ficción, antes de él los viajeros estaban condenados a viajes sin regreso o de una sola vía a través de sueños, visitas de fantasmas, criogenia o larguísimas siestas. Al principio de The Time Machine el protagonista declara: “Existen en realidad cuatro dimensiones, tres a las que llamamos los tres planos del Espacio, y una cuarta, el Tiempo”, esto diez años antes que Einstein diera a conocer su Teoría Especial de la Relatividad, que, como señala Pedro Jorge Romero en su artículo El Viajero del tiempo aprende despacio, llevaría la idea del tiempo como una cuarta dimensión de una entidad superior conocida como el continuo espacio–tiempo (Pedro Jorge Romero se encargó de la traducción para la edición española de Las naves del tiempo, continuación de La máquina del tiempo de Stephen Baxter).
El escritor pulp Raymond Cummings fue el primero en expandir las bases propuestas por Wells en The Man Who Mastered Time (Argosy, 1924), The Shadow Girl (Argosy, 1929) y The Exile of Time (Argosy, 1931). Murray Leinster llevó la idea del viaje en el tiempo un paso más allá al crear “El Demostrador Tetradimensional” (1935), una maquina que duplicaba materia simplemente atrayendo el mismo objeto al presente desde el pasado. La popularidad de las historias de viajes en el tiempo se incrementó durante la edad de oro de los pulps pero como sus contrapartes del siglo XIX, los escritores estaban más interesados en la máquina del tiempo como una excusa para situar a sus personajes en mundos extraños que en especular sobre las paradojas resultantes de tal hazaña o el mecanismo de funcionamiento del prodigioso aparato. Son justamente estos aspectos los que me interesan destacar de la obra de Asimov. La cantidad de relatos y la diversidad de autores que han escrito sobre el tema desde que Wells publicara La Máquina del Tiempo da para más páginas de las que estoy dispuesto a escribir (soy muy perezoso), pero Asimov (quien dista mucho de ser uno de mis escritores favoritos) nos basta y sobra ya que escribió varios cuentos sobre el tópico desde diferentes ángulos y sin repetir mecanismos argumentales para el cronodesplazamiento, dejaré fuera las novelas como El Fin de la Eternidad y los cuentos donde no se especifique el mecanismo del viaje en el tiempo (como ocurre en El día de los cazadore, por ejemplo) asimismo como Las propiedades endocrónicas de la Thiotimolina Resublimada, que es muy aburrido.

El niño feo
En este cuento (tercero favorito de Asimov) un niño neanderthal es traído al presente por un equipo de investigadores que además le han echado el guante a rocas prehistóricas, trilobites y hasta un pequeño dinosaurio, todos almacenados en un complejo de habitaciones, cada una de ellas en una burbuja de Estasis, que están a su vez dentro de una burbuja invisible mayor que no forma parte de nuestro universo. Al igual que los otras muestras el niño es recogido en el pasado mediante una técnica de detección intertemporal de mesones. Los objetos al atravesar las líneas de fuerza temporales ganan potencial temporal por lo que deben permanecer en Estasis ya que introducirlos en el universo y la época de los investigadores absorbería energía suficiente para quemar todas las líneas de lugar.
Los objetos sujetados en Estasis son eventualmente regresados a su época y pueden arrastrar a otros objetos consigo si no se toman las precauciones adecuadas. Una vez que el objeto retrocede en el tiempo el enfoque original se pierde a menos que se planee retenerlo. Cada unidad de Estasis posee un dispositivo de perforación, es preciso pues cada unidad tiene su propio enfoque y debe funcionar de forma independiente. En cuanto a los cambios que podrían producirse en la historia ante la ausencia de las muestras extraídas del pasado estos en la práctica no ocurren. La matemática de la Estasis indica que los cambios son convergentes y disminuyen con el tiempo.
¿Quiere decir que la realidad se cura a sí misma?, pregunta la niñera del niño neanderthal, la señorita Fellows. “Por así decirlo”, “contesta el profesor Hoskins a cargo del proyecto. Extraiga un ser humano del tiempo o hágale retroceder, y la herida será más profunda. Si se trata de un individuo común, la herida aún puede curarse. Muchas personas nos escriben todos los días pidiéndonos que traigamos a Abraham Lincoln, a Mahoma o a Lenin. Eso no es posible, por supuesto. Aunque los encontráramos, el cambio producido en la realidad, al desplazar a uno de los que moldearon la historia, sería demasiado grande para poderse curar. Hay modos de calcular cuando un cambio tiene posibilidades de ser demasiado grande, y evitamos aproximarnos a ese limite.

La carrera de la Reina Roja
Este cuento remite a la teoría del viaje en el tiempo conocida como Causalidad Circular y trata sobre el envío de un texto científico (en forma de pergamino) desde el presente a la Antigua Grecia y nos prodiga varias elucidaciones en torno al viaje temporal. Si se toma una masa de materia y se le aplica traslación temporal, es decir, se la envía hacia atrás en el tiempo, se está creando materia en el punto del tiempo adonde se envía. Para ello, ha de utilizarse una cantidad de energía equivalente a la cantidad de materia creada. En otras palabras, para enviar un gramo de cualquier cosa hacia atrás en el tiempo, se debe desintegrar totalmente un gramo de materia, con el fin de suministrar la energía requerida.
Por decirlo con mayor rigor, se requiere que la energía se transforme en inercia temporal, y resulta que la energía en ergios necesaria para enviar una masa en gramos equivalente a esa masa al cuadrado de la velocidad de la luz en centímetros por segundo, que es la ecuación de equivalencia masa-energía de Einstein.
Si se envía el material quince minutos atrás, aparentemente se envía el material al mismo sitio en relación a la Tierra, a pesar de que en quince minutos la Tierra se ha desplazado veinticinco mil kilómetros alrededor del Sol, y el Sol, a su vez, mil quinientos kilómetros más y así sucesivamente.
El pergamino es enviado finalmente pero la historia de la humanidad no es alterada al incluir el traductor sólo los “pasajes que dieran cuenta de los raros jirones de conocimiento que los antiguos aparentemente obtuvieron de la nada.” “Ha sido una carrera de la Reina, señala el traductor. “Tal vez ustedes recuerden A través del espejo, de Lewis Carroll. En el país de la Reina Roja había que correr a toda prisa para permanecer en el mismo lugar.”

Una estatua para papá.
En este cuento el viaje al pasado se realiza a través de “cronoembudos”. Los cronoembudos son totalmente irracionales e incontrolables. Sólo presentan una distorsio´n ondulante, de algo más de medio metro de anchura como máximo, y que desaparece rapidamente. Tratar de enfocar el pasado es como tratar de enfocar una pluma en medio de un turbulento huracán.
Tras cincuenta años de intentos infructuosos (que incluian el sujetar el pasado con garfios que por lo general no resistían) el padre del protagonista convence al Gobierno que le suministre fondos para instalar un cronoembudo propio y tras algunos años durante los cuales no logra nada salvo perder las subvenciones consigue mantener el foco del cronoembudo por diez “largos” minutos. Por supuesto no teníamos ningún garfio a mano. Pero la baja permeabilidad permitió que algo se desplazara del “entonces” al “ahora”. Obnubilado, actuando por mero instinto, extendí el brazo y agarré aquello. Lo que el protagonista había extraído del pasado antes de perder el foco fue un puñado de barro duro y seco que contenía catorce huevos que tras diecinueve días de incubados produjeron catorce diminutos canguros con escamas verdosas, patas traseras con zarpas, muslos rechonchos y colas delgadas como látigos. El secreto del viaje en el tiempo jamás seria hallado, pero el descubrimiento accidental de la deliciosa carne de dinopollo convertiría en millonarios al protagonista y su padre.

Necrológica
En este cuento un científico abusivo con su esposa descubre la manera de “traer” cosas del futuro. El gran secreto que he descubierto es que la duplicación de un objeto en un punto del futuro requiere escasa energía si dicha energía se aplica correctamente. La esencia de esta proeza…, querida, es que al crear el duplicado y traerlo de vuelta he logrado el equivalente del viaje por el tiempo. El problema es que los seres vivos por alguna extraña razón llegan muertos. El científico entonces planea con la ayuda de su esposa una dramática demostración de su descubrimiento “regresándose” desde un futuro de tres días. Dentro de tres dias, llegaremos al instante en que se formó el “yo” duplicado, usando mi “yo” verdadero como modelo, y regreso muerto. Una vez que pasemos ese momento, el “yo” muerto desaparecerá y el vivo permanecerá., explica el ambiciosos científico. Cuando aparezca mi cadáver, el medico me declarará muerto, los periódicos anunciaran que estoy muerto, el sepulturero se dispondrá a enterrar el muerto. Luego, volveré a la vida y haré público como lo hice. Cuando eso ocurra seré algo más que el descubridor del viaje por el tiempo. Seré el hombre que regreso de la tumba. Esta situación es aprovechada por la esposa para cometer el “homicidio perfecto”.

He ahí, cuatro cuentos del buen doctor que recomiendo leer a todos lo fanáticos de los viajes en el tiempo (¿existirá tal cosa como un fanático de los viajes en el tiempo?). Dentro de mis historias favoritas referentes a este tópico está el relato All you Zombies de Heinlein, la novela de Tim Powers Las puertas de Anubis, la película Doce Monos de Tery Gillian (no, no vi la versión francesa original) y aquel episodio de Futurama donde Fry y los demás viajan al pasado y terminan originando el “incidente Roswell (además del hecho que Fry termina convirtiéndose en su propio abuelo).

por Remigio Aras

Terminator: El Amanecer de las Máquinas

por Pablo Castro Hermosilla

Terminator es, a mi juicio, una de las ideas conceptuales más potentes e interesantes del cine de ciencia ficción, aunque debería incluir en esta apreciación a “todo” el cine. El estreno de la tercera parte titulada La Rebelión de las Máquinas durante el año 2003 es la excusa perfecta para analizar lo que ha sido y es Terminator. Pero pensándolo mejor, creo que un análisis de las tres películas ya estrenadas es materia exigida al constatar la evolución de nuestra sociedad, en el cual las máquinas tienen cada un mayor y a veces peligroso protagonismo.
Ciertamente Terminator es sólo cine de acción, un producto creado en el país que ha convertido al comercio y a la economía en los estándares para juzgar toda actividad humana. Eso no se puede esconder. El valor de Terminator como película es una cosa, su valoración como concepto o metáfora es otra. Este artículo pretende moverse en ambas dimensiones.

The Terminator (1984)
La película de James Cameron estrenada en 1984 es todo un clásico, si es que entendemos a los clásicos como creaciones perdurables y que no necesitan de actualizaciones. Tuve la oportunidad de ver hace unas semanas atrás este filme en formato DVD y no me queda otra que aceptar la tremenda fuerza de este película que al momento de filmarse estaba muy lejana de lo que hoy consideramos un gran estreno o una gran superproducción.
Los cineastas jóvenes o aquellas personas que están hoy interesadas en nuestro país de hacer cine, deberían considerar a Terminator como una base de influencia constante. No tanto por su trama ni por sus efectos, sino por lo esencial que resulta ver cómo con pocos recursos y una gran idea, se puede hacer cine de categoría. Los recursos escasos son una norma no escrita en nuestra pobre producción cinematográfica, pero la imaginación y la capacidad para diseñar una trama notable escasean casi por mandato genético.

Dos cosas destacan inmediatamente de una buena película: el concepto que está detrás de ella y la forma como esa idea conceptual es tratada. En ese sentido Terminator no tiene fallas, y por el contrario el tiempo le hace justicia.
Cameron juntó dos elementos clásicos de la ciencia ficción: los viajes y paradojas temporales (mito antiguo) con la rebelión de las máquinas (mito más contemporáneo). A eso le agregó un mito muy presente en 1984: la hecatombe nuclear. Este elemento le otorgaba a Terminator todo el lado siniestro e inquietante, que funcionaba debido a que estaba basado en una premisa posible. Para 1984 la tensión nuclear entre EE.UU. y la URSS no era un tema menor y se tenía conciencia de que una guerra nuclear no era tan descabellada. Hábilmente Cameron mantuvo ese miedo y esa inquietud, pero cambió el enemigo potencial: ya nos serían los jerarcas soviéticos los que lanzarían misiles intercontinentales SS-18 sobre suelo americano, sino los propios sistemas de defensa computarizados, esto es, las propias computadoras creadas por EE.UU. para controlar sus sistemas de defensa y seguridad.
Es notable que en plena época de tensión política e ideológica, Cameron haya decidido introducir un enemigo nuevo, carente de política, ideología o sentimientos. Si los soviéticos vivían a miles de kilómetros de distancia, las máquinas estaban ya funcionando en pleno territorio americano. Esta premisa convirtió a mi juicio a Terminator en la primera película post Muro de Berlín que usaba dichos elementos.
Tenemos entonces un concepto: las máquinas provocarían una guerra nuclear para destruir al hombre. Pero un director debe también saber trasuntar a través de los elementos que otorga el cine esta idea conceptual. De esa forma Cameron, con una habilidad y sensibilidad asombrosa, construyó pasajes de ese mundo oscuro, donde máquinas y hombres combaten despiadadamente, usando alta tecnología. Esas imágenes nos llegan a través de flash backs y por lo mismo su fuerza es notable, pues es nuestra propia imaginación la que debe esforzarse por darle un sentido, esfuerzo que lleva a la comprensión y a la identificación.
Cameron usaría las mismas imágenes para mostrar una terrible realidad: el avance indestructible de las máquinas y la infiltración de cyborgs avanzados en los refugios de humanos. Para ello construye una escena memorable, donde el protagonista debe luchar contra un Terminator invencible que se infiltra en un subterráneo de una industria ya destruida. Lo notable de esto, es que dicha escena está construida con elementos mínimos, pero que son capaces de crear una atmósfera visual y emocional de primera categoría.
Ciertamente que Terminator adolece también de varias contradicciones, pero el resultado final es notable. Las actuaciones están bien logradas, los efectos visuales (sobre todo aquellos que muestran las escenas del futuro) están muy bien logrados y la trama funciona de maravilla. Aparte de las escenas ya descritas hay varias que son de antología, como el ataque del Terminator a la estación de policía o el primer encuentro entre los tres personajes principales en una discoteque. A eso yo le agregaría la característica música incidental, algo que es tan importante y consustancial como el oxígeno al agua. Si Schopenauer consideraba la música como el movimiento de ideas arquetípicas, la música de Brad Fiedel es prueba de ello.
Pero insisto, creo que lo mejor de Terminator, es el constatar como con una gran imaginación y puesta en escena se puede hacer gran cine y de paso transformarse en ícono de la cultura audiovisual

Terminator 2: Juicio Final (1991)
Tuvieron que pasar nueve años para que Cameron volviera a reditar su mito cinematográfico. Las expectativas eran enormes y confirmaban el legado de Terminator en el inconsciente colectivo cinematográfico. La película fue un éxito de taquilla, sentó las bases para nuevos efectos visuales y de paso le dio un poco de aire a la carrera del grupo Guns and Roses. Pero a mi juicio todo ello escondía una latente debilidad.
Juicio Final debía lidiar con dos problemas: primero, para 1991 la amenaza nuclear venía en descenso. El fin de la Guerra Fría y los primeros acuerdos sobre armas estratégicas diluyeron el fantasma de un holocausto nuclear. Esta percepción debía potenciar el hecho de que las máquinas eran los verdaderos enemigos del hombre y que podían lanzar armas nucleares sin distinción de ideologías o contextos políticos. Pero al colocar un Terminator como defensor del futuro líder de los humanos en su lucha en contra de las máquinas, el sentido de la lucha en sí comenzaba a perder su sustento psicológico. Era una apuesta arriesgada, pero toda apuesta en el cine es válida si se le otorga un conjunto de elementos capaces de sostener tal apuesta.
Aquí es donde Juicio Final falla inexorablemente: el terminator llega de pronto a salvar a John Connor sin que nadie sepa en realidad cómo fue posible tal cosa. Cameron pudo utilizar su técnica de flah backs, pero dejó esta explicación en los labios del terminator, cosa que a mi personalmente no me convenció, ni visual, ni inconscientemente. La película iba a ser entonces una lucha a muerte entre dos terminators, mientras de alguna forma se intentaba eliminar la posibilidad de una guerra nuclear.
Un buen director debe ser muy consciente de los elementos que permitieron hacer gran su película. Cameron no lo entendió de forma completa y Juicio Final trastabilla por momentos. Aunque las escenas de acción están bien delineadas hay una escasez de un elemento esencial en Terminator: la información que entrega claves fragmentadas por el tiempo y que apela a elementos que están en el pasado, es decir, en el presente de la historia. Es esa información la que le otorgaba a Terminator esa cuota de inquietud y miedo a lo desconocido, es decir, al futuro mismo. Juicio Final funciona precisamente cuando se nos entregan datos sobre Skynet y la forma como da comienzo a la guerra. Ahí la película adquiere momentos de duda y reflexión, donde el futuro puede ser modificado si alteramos ciertas decisiones.
Pero en Juicio Final esta información adquiere importancia cuando gran parte de la película ha pasado ya por nuestras retinas. No alcanza a tener la dimensión requerida, a pesar de que la sensación después de ver el filme es contraria. Sin embargo, Juicio Final no es una verdadera segunda parte, si no una extensión de la primera. La mejor prueba de esto es que si se revisan las escenas que Cameron no incluyó en Terminator se podrá ver que la idea de destruir el complejo cibernético donde se diseñan las máquinas estaba ya esbozada. Por eso para mí Juicio Final no agrega nada nuevo a la historia. Sólo se repite el mismo esquema de Terminator, con mejores efectos, con un terminator bueno tratando de salvar a Connor y uno malo tratando de matarlo. El peligro nuclear no alcanza a asustarnos, por más que esa escena del impacto de una bomba en Los Angeles sea tan vívida y terrorífica. Creo que fue una película tardía, una extensión temática de la primera, pero con muchas lagunas visuales e históricas.

Terminator 3: Rebelión de las Máquinas (2003)
No había mucha expectativa por Terminator 3. Pasaron 12 años y ya nadie se acordaba de Sarah o John Connor. Además todo parecía finiquitado en Juicio Final, así que no había muchas razones para volver con una nueva película. A eso hay que agregarle el descenso de los filmes de grandes presupuestos y el auge del cine independiente o de producciones con “contenido”, o basadas en obras literarias rimbombantes.
En sus años de lucidez, el escritor chileno Alberto Fuguet decía que lo mejor de las películas eran las sinopsis de éstas tiempo antes de su estreno. Y la verdad es que una mala sinopsis es tal vez la mejor señal de que una película estará muy por debajo de sus expectativas.
Yo tampoco esperaba casi de nada de Terminator 3. Pero cuando vi el primer trailer en enero del 2003, tuve la impresión de que la cosa venía en serio. Tres meses después cuando vi el trailer internacional no sólo confirmé esta apreciación, sino que después de muchos años volví a sentir esa ansiedad por el pronto estreno de la película.
Si ya poca gente cree en las segundas partes, menos en las terceras, a no ser que un director proclame a los cuatro vientos que está filmando una trilogía (el gran truco de Peter Jackson para vender su falsa epopeya heroica). Sin embargo John Mostow se tomó el desafío con tranquilidad y casi con mínima preocupación, tratando de apostar por una película bien hecha y con más de alguna sorpresa.
El resultado a mi juicio fue ampliamente satisfactorio: Terminator 3 es una muy buena película, pero difícil de apreciar para un público que se ha acostumbrado a otro cine. Esto no debería sorprender, porque visualmente Terminator 3 parece una película de los ochenta, con presupuesto infinito. Sin embargo tiene algo pocas visto en el cine actual: un guión armado a base de gran violencia pero dando espacio a paquetes de información sorprendentes y muy bien estructurados.
Mostow no intentó hacer una película de otro mundo, ni filmar escenas grandilocuentes, ni nada por el estilo. Muy por el contrario, respetó los códigos con los cuales Cameron filmó sus terminators. La gran diferencia es que eliminó cualquier pretensión por una cuota de elementos nuevos muy leales y congruentes con lo que es la historia de Terminator. Así nos topamos con una Terminator que viene a matar a los lugartenientes de Connor, al ser este último inubicable. Nos topamos con un Terminator que viene a proteger a Connor y a su futura esposa, quien es la que ha enviado al Terminator. Todos estos elementos junto a otros están muy, pero muy bien estructurados y se acoplan de maravilla con las circunstancias de la película (los que digan que no es gran cosa traten de escribir un guión o una novela que funcione así). Es un guión muy bien pensado, más allá que deje todo armado para una cuarta parte (que si es como la tercera, bien venida sea) cosa que no erosiona a la película misma. Por eso considero a Terminator 3 como una verdadera continuación de lo que fue Terminator, porque aporta elementos nuevos no predecibles y que tampoco resultan fantasiosos o forzados. Es más, todo el concepto de Terminator adquiere verdadera fuerza con estos elementos.
Se cree que un buen guión condensa una buena estructura narrativa junto a eficientes diálogos. Yo agregaría también la habilidad para entrelazar elementos que otorguen una continuidad intelectual. En ese sentido el guión de Terminator 3 me parece infinitamente mejor que el de Juicio Final. Por eso no me sorprende que sea lejos una mejor película, mucho más fiel al primer Terminator.
Quizás el único punto débil siga siendo todo lo relacionado con el amanecer de las máquinas, la forma como toman el control y desencadenan la guerra. Por un momento Terminador 3 llevaba muy bien la idea de una caída global de los sistemas (fin de mundo imperceptible) como preludio a un holocausto nuclear (fin de mundo y destrucción materiales) pero le faltó tiempo para desarrollar mejor esta idea, al igual que toda la secuencia de lanzamiento de misiles (que siempre pone los pelos de punta, sino vean El Día Después) o esa idea sobre la corrupción de las máquinas y su inmutabilidad más allá de cualquier programación.
Es claro que Mostow se guardó lo mejor para un Terminator 4, innecesario si Cameron hubiese hecho Juicio Final como correspondía. Sin embargo Mostow se dio el tiempo para crear un gran final que será apreciado con el tiempo. Esa secuencia donde Connor y su futura esposa se dan cuenta que la destrucción es inevitable mientras observan las computadoras anticuadas (y por lo tanto no conectadas a los sistemas infectados) en medio de ese salón donde la guerra nunca llegó y que emerge como imagen de un pasado lleno de miedos no irracionales, junto a las voces de radio que comienzan a pedir ayuda en medio de un silencio solemne me convencen de que Terminator 3 es una gran película que irá saliendo del capullo de simple secuela que los críticos insípidos de siempre le han conferido.

por Pablo Castro Hermosilla

Lo Fantástico en el Escenario de la Vida

Por Sandra Leal

Nada qué hacer, la organización del mundo sensible, la exigencia de lo material se ha convertido en un límite imposible de franquear. Ahí sentados frente al computador, pueden ver y sentir cómo la materia impide notar aquello que está más allá de lo puramente racional, esas sensaciones, esas cosas que intuimos pero no vemos, que sabemos están ahí pero no podemos cuantificar, alejadas de las leyes naturales que no hemos sido capaces de descubrir; aquellas que se pierden en el olvido y con las que se abandona algo superior, que está muy dentro nuestro como escondiéndose cada vez que las ignoramos.
Para vivir bien, digo, más allá de tener una casa bonita y una familia ideal, para concentrarnos en el simple y devaluado acto de vivir, todos deberíamos poseer el sentido de Lo Fantástico; así como lo tenían Cortázar, Borges, Cervantes, Dalí, Picasso, incluso Einstein y como lo tiene García Márquez y tantos otros seres humanos dignos de admiración, no por sus hazañas profesionales sino por su sentido de la vida. Ellos no caminaban, flotaban y aún flotan entre la realidad sensible y la realidad inexplicable; a pesar de estar muertos parecen gravitar en un universo alterno donde continúan ejerciendo su capacidad de sorprenderse, de encontrar lo nuevo en lo cotidiano. Pensar que hay personas incapaces de abrir sus ojos con sorpresa ni aunque les cayera un cohete encima. Meditar sobre esto es descubrirnos abrumados por el mundo actual copado, por la hiperrealidad y desconociendo a conciencia todo lo que no altera sus sentidos físicos.
Lamento, como muchos, mi herencia racional y lógica que me lleva a acoger las ideas con el fanatismo del ateo que después de negar sistemáticamente la existencia de Dios, da gracias a Dios por ello, ya que la verdad como dogma limita a la humanidad en su fuero más íntimo: en su curiosidad. Cómo Ortega y Gasset (1) decía:<>, siendo así podemos decir que lo peor no es creer sino no poder creer en nada, pero a la vez, creer en todo. Por curiosidad no más deberíamos preguntarnos a diario sobre la realidad de nuestra realidad, vivir en una eterna puya existencial sin saber si realmente se está vivo o sólo somos una imagen mental de alguien que en una dimensión diferente sueña nuestra existencia (2). Esto probablemente nos convierta en cazadores de vida, en cazadores de lo anormal dentro de lo cotidiano.
La vida es un continuum cuyos límites son Lo Fantástico y la realidad tangible que a diario nos atormenta. Entender la realidad práctica es aceptar sólo lo palpable por nuestros sentidos, aquello medible, perceptible y cuantificable de nuestro alrededor. Pero, qué pasa con todo aquello que no entra en estos términos, es decir, todo lo que puede ser imposible de identificar dentro del concepto de realidad pero que en ocasiones crea suficientes dudas razonables, como para hacernos creer en la presencia del elemento fantástico.
Hay varias formas de alcanzar Lo Fantástico en la vida diaria, quizás la más común y a la que más fácilmente podemos recurrir es a la del “extrañamiento”. Muchos lo han intentado, pero terminan por abandonar por varias razones; antes, expliquemos un poco qué es el extrañamiento: vivimos rodeados de objetos, de tanto verlos los consideramos parte del paisaje habitual, ya no brindan ningún significado a nuestras mentes acostumbradas a ellos, estos objetos han perdido su esencia ante nuestros ojos y así hemos llegado a ignorarlos por completo; los usamos pero no los entendemos, están por ejemplo, las alacenas de la cocina, diré las de mi cocina que hoy veo por segunda vez después de haberlas mandado a instalar hace varios años, son de puertas color lila y cajones grises, inamovibles rectángulos de tres dimensiones de los que apenas me percato, qué diré de los que visitan mi casa que ni siquiera recuerdan su color, ¿en qué ha convertido estos estantes el acto inconsciente de ignorarlos? En fantasmas tangibles.
Ahora que vuelvo a pensar en ellas es cuando me doy cuenta de que ese objeto ha perdido su esencia, es, pero no es. Así es como empieza el proceso de extrañamiento.
Si queremos re-conocer lo que hemos olvidado, primero se debe hacer una lista de las cosas que se han dejado de “ver” y a un lado escribir lo que recordamos de ellas, de sus orígenes y tratar de recordar el momento en que las dejamos de mirar, luego pensar en su funcionamiento, el uso que le damos, etc… Así se descubren secretos escondidos que antes nunca se habían notado. Yo lo hice y descubrí que mi cocina guarda más secretos de mi vida de los que yo misma tengo presentes, ella y sólo ella sabe cuándo mi novio me sorprendió por primera vez con un desayuno, lo que pensó aquel día y nunca me dijo; sabe del día que me senté a llorar mi primera derrota en la literatura, sabe que no como maní y que los estantes altos están vacíos no porque tengan algo malo sino porque no los alcanzo; ni aún mi mejor amiga conoce tantos secretos de mi persona. El propósito del extrañamiento es muy noble, es permitirles a las cosas abandonar ese halo de objetos fantasmagóricos que adquieren con el tiempo, para otorgarles vida propia, o devolvérselas, sólo que resulta muy dispendioso. Este proceso es aconsejable para las personas pacientes y con mucho tiempo libre, pero más que nada para personas que quieran entrar en el mundo añorado, escondido tras las cortinas de la realidad.
Lo Fantástico se debe separar del estereotipo en que se encuentra, no sólo es aquel misterio que ni los mejores detectives pueden resolver, ni aquel ser mágico que quisiéramos descubrir en nuestro patio, es todo y nada a la vez, es mucho más. El poeta Alfred Jarry (3) lo entendía bien, dedicó toda su vida a encontrar Lo Fantástico, como lo anota Cortázar en una conferencia que dio en la Universidad de Córdoba en su país natal: <<él buscaba esa realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, no esa que tenía que ver con lo esotérico o sobrenatural, sino ese sentimiento de Lo Fantástico en el que navegan de continuo algunas personas, quienes perciben con facilidad eso que no está en las leyes sino en la excepción de las leyes>>.
¿Cómo ser un experto en extrañamiento, o un cazador de Lo Fantástico? ¿Abandonándonos a nosotros mismos, olvidando nuestros conocimientos previos para aprender a “ver”, de nuevo, por primera vez las cosas y como pequeños niños recorrer el mundo con la visión de lo novedoso? Si fuera fácil muchos lo habrían hecho ya, pero quienes lo han intentado corren el peligro de caer en el error de siempre, que consiste en llenar la mente de datos, no de conocimientos, de esos que en lugar de aclarar confunden y el proceso de ignorar lo cotidiano se acentúa.
Para poder llegar a un acuerdo de lo que se debe trabajar para re-conocer y recordar, en primer lugar debemos tratar de aclarar lo que se entiende por Lo Fantástico, aunque al momento de recoger citas que avalen este concepto encontramos un fallo: no las hay. Por lo tanto le trataremos de explicar a los lectores qué diciendo lo que definitivamente NO es y así cada uno extraiga su propio concepto.

II
Algunos acusan a la literatura y a la religión de producir lo que se ha dado en llamar “alucinaciones de la razón”, sin que por ello Lo Fantástico sea una alucinación. Sin embargo, es obvio que las acciones y creaciones fuera de la cotidianidad han estado siempre entre nosotros, esto se explica a través de la existencia del mito (relatos de los actos de los Dioses) y de las leyendas (historias épicas de héroes auténticos) (4).
¿Cuándo el hombre se dio cuenta por primera vez de esta separación entre lo real y Lo Fantástico? Cualquier intento de respuesta es vano, sus orígenes se pierden en la espesura del tiempo y si sobrevive se debe a la curiosidad innata, al deseo de explicar el mundo y la sed permanente tanto de relatos como de aventuras que posee el género humano, el sueño de encontrar nuevos personajes e historias que nos digan que no sólo somos esa cáscara oscura que se proyecta sobre los espejos. Queremos ser más, queremos ser dioses; creemos ser más y en cierta medida lo hemos logrado a través de la ciencia, pero este es un campo excluyente al que sólo algunos privilegiados pueden entrar; creemos ser dioses a través de los libros, pero nosotros no queremos “creernos” dioses, queremos “ser” dioses y esto implica una gran diferencia. Es, entonces, cuando peleamos con nuestra mente y con nuestro espíritu porque nos obliga a batallar contra los límites de la debilidad humana.
En fin, explicar Lo Fantástico no es fácil, pero trataré. Primero que nada es una ciencia (si es que se puede llamar ciencia a aquello cuyo objeto de estudio está por definirse), o un sentimiento que abarca muchas probabilidades: están las visiones filosóficas, teológicas, sicológicas y literarias que tratan de aproximarse a un “real” sentido de Lo Fantástico.
Desde un punto de vista lexicográfico, la palabra como tal no existe en los viejos diccionarios. Sin embargo, en la versión del año 2000 del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en Colombia, encontramos lo siguiente:
Fantástico: Adj., quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste sólo en la imaginación.
Fantasía: imaginación, ficción, cuento.
Dejando así –para caer una vez más en los clichés– a Lo Fantástico como una mentira, algo alejado de la realidad, de las emociones y sentimientos de quienes lo perciben. Fantástico, por lo tanto, y en lo que a los diccionarios se refiere, sólo es una expresión para algo agradable, una forma de aprobar una propuesta sin base real dejando de lado cualquier otra posible explicación, como quien dice le doran la píldora a los que se sorprenden con la vida. El diccionario, por lo que se ve, aleja más que aclara cualquier cosa que tenga que ver con nuestro asunto de este momento.
Pasemos ahora al área de las definiciones literarias. De acuerdo a Todorov, en su libro Introducción a la literatura fantástica (5), Lo Fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente sobrenatural. Mmmmm, bien, no hay que negar que es una idea interesante, aunque su explicación es fácilmente rebatible dado que trata de definir sobre los mismos argumentos que soportan la existencia del material a definir, pues Lo Fantástico incluye y pertenece a lo sobrenatural, pero no sólo se refiere a eso, como ya lo dije antes también incluye lo cotidiano, aunque nuestro amigo Todorov se salva cuando dice aparentemente sobrenatural lo cual acerca un poco su posición a la de este ensayo.
Se entiende que lo sobrenatural es aquello que escapa a la explicación lógica, medible y cuantificable exigida por las mentes superracionales, para darle a todo una visión de realidad, pero no por ello lo inexplicable deja de tener realidad. Tal vez lo sobrenatural como Lo Fantástico, son las excepciones de las que hablaba Jarry.
Por otra parte, Adolfo Walsh en su libro Antología del cuento extraño, trata de materializar una definición abordada desde la semiología cuya expresión ha hecho pasar muchas noches en blanco a quienes la han tratado de comprender, él dice: <>. De acuerdo, es posible que la realidad de lo manifestado por la acción fantástica no se materialice como se materializa un sándwich, por ejemplo, ante esto sólo podemos replicar: quién nos dice que algo debe poseer una manifestación material para que sea real o para que su existencia entre en duda. ¿No existiría el tiempo sin los relojes? ¿Acaso no existía el tiempo aún antes de que alguien tratara de crear un aparato que lo midiera y no por esto carecía de realidad? ¿Y, no es acaso esa la idea más fantástica que todos tenemos a mano, la de la existencia del tiempo?
Pasemos a una autora relativamente nueva con nuevos conceptos que aportar. No hace mucho la lingüista e investigadora búlgara Irene Bessire, afirmaba que no existe un lenguaje de Lo Fantástico. Algo que puede ser verdad, pero que aquí sólo dejaremos registrado puesto que nuestro interés va en otra dirección. Ella no define Lo Fantástico en sí mismo sino en virtud del lenguaje que ella misma dice no existe, así se atreve a afirmar que <>. Bueno, tal vez haya algo de razón en ella, pero y qué. Usa muchas palabras para al final no decir gran cosa, pues en resumen refiere a Lo Fantástico a ser sólo un acto mental tamizado por las vivencias y creencias humanas, sin que por ello tenga un asidero en lo real.
¿Es eso Lo Fantástico? ¿Tan sólo un hecho mental? ¿La ciencia ficción miente cuando su creador más insigne, Julio Verne, analizó los conocimientos y virtudes de sus contemporáneos y proyectándolos en el tiempo profetizó el viaje a la Luna, o la vuelta al mundo, o un paseo por el fondo oceánico mucho antes de que existieran los cohetes o los submarinos? O cuando uno de sus mayores exponentes Isaac Asimov, liberó de los límites de la imaginación la posibilidad de crear vida artificial en el laboratorio; todo lo que ellos dijeron, en su momento, se convirtió en algo tan fantástico que no parecía caber dentro de los límites de la posibilidad y ahora, gracias a ellos, cualquier proyección por extraña que parezca nos parece poca. ¿Es un hecho real o una especulación mental las miles de comprobaciones que hay sobre los poderes ocultos de la mente? Cientos de hechos comprobados atestiguan la posibilidad de la transferencia mental de ideas, imágenes y hasta conceptos, lo que llamamos telepatía, si no es un acto que se realiza a conciencia es porque aún no somos capaces de hacerlo a voluntad, pero que existe, existe.
Ahora entremos en el espinoso campo de la religión, donde casi cualquier cosa es aceptada en virtud de la fe. ¿Existe Lo Fantástico en la religión? Pecando de pragmáticos podemos aceptar que no hay nada más lleno de este sentimiento (si podemos llamarlo así) que la religión, cualquiera que sea, ya que en todas encontramos una gran dosis de historias, mitos y leyendas basadas en historias reales tan antiguas que escapan a nuestra comprensión, pero definitivamente pertenecientes a la realidad tal y como la concebimos. No daré ejemplos, pero Lo Fantástico es inherente a todo sistema de creencias, ¿y por ello no están acompañadas de la verdad? No lo creo.
Si fuésemos capaces de viajar en el tiempo encontraríamos la verdad del mito. Se sabe, por ejemplo, que todas las historias que se encuentran consignadas en la Biblia ocurrieron hace cinco mil años o menos a personas tan reales como usted o como yo, lo demás, lo que las hace bíblicas es el problema de las interpretaciones donde todo cabe y todo se vale y aún así no dejan de estar preñadas de Lo Fantástico tanto en lo sobrenatural como en lo cotidiano.
Para citar un ejemplo de aquello sobrenatural y fantástico en la religión podemos mencionar al diablo, de él se ha hablado mucho a través de los siglos; sabemos que aquella figura extraña nació en la edad media y se desarrolló hasta su máxima expresión durante la época de la Inquisición. No hace muchos años el Papa Juan Pablo II dijo que sí existía, él cree en el diablo, pero no le creamos a él que está demasiado influenciado, creámonos a nosotros y a nuestras propias conjeturas, pues creer en el diablo es creer en la maldad de nuestra especie y siempre que escucho las noticias estoy convencida de que habita un pequeño diablo en cada uno de nosotros. Entonces, nunca estarán de más las especulaciones; según los “expertos” de la Edad Media, Satanás tiene cuernos de carnero, patas de caballo y cola de burro, un perfecto híbrido surgido de la reunión de distintos cuadrúpedos, que eran los únicos animales que ellos conocían ¿Podría existir algo así?
Por qué no y aquí es donde empezamos a trabajar el fenómeno del extrañamiento para descubrir algo nuevo dentro de lo viejo; después de todo, existe un animal que tiene cuerpo de topo, pico de pato, pelo de marta, pone huevos y es mamífero, quién más va a ser sino el ornitorrinco, un tranquilo animal que parece haberse escapado de un libro de monstruos fantásticos; si existe el ornitorrinco, un ser difícil de encasillar, por qué no ha de existir un animal semejante al que describieron los “Santos Padres” de la Inquisición, de todos modos entre más se investiga más entendemos lo poco que conocemos de nuestro mundo natural y nada impediría a un científico loco engendrar un híbrido de ese calibre; a la luz de todo lo anterior sólo cabe afirmar que, Lo Fantástico, también existe en la naturaleza.
Fuera de toda especulación nadie puede negar que dentro nuestro habita muy profundo, pero en todos está un pequeño demonio armado con cuernos dispuestos a atacar y a herir a aquellos que se atrevan a hacernos daño, aunque a veces ni siquiera necesita alguien hacernos daño y ni siquiera tenemos que odiarlo, en ocasiones lastimamos a los que amamos sin querer, sólo porque sí y qué mejor excusa que dotar ese mal comportamiento con un carácter y vida ajena a nuestra voluntad: “yo no quise hacerte daño, fue el diablo que me poseyó y me obligó”.
Como se anota, en cada uno de nosotros hay un resquicio por donde aflora Lo Fantástico que habita en nuestra mente y cuerpo. Bueno sería que todos fuéramos capaces de disfrutar más de esa pequeña grieta y reencontrar nuestra capacidad de asombro, perdida no se sabe hace cuánto tiempo, ¿dónde habrá quedado esa capacidad, entre los libros, en los salones de clase o junto al televisor?
Ahora, en pleno siglo XXI entra un nuevo campo de definición para Lo Fantástico, el ciberespacio. Slavoj Zizek, en su libro El acoso de la fantasía, dice: <>. Hasta aquí Zizek. Literariamente hablando es verdad lo que él dice, pero dentro de ese mundo olvidado o perdido y en ocasiones desconocido al que queremos acceder, la entrada exclusiva a un espacio externo se invalida si vemos cómo Lo Fantástico está en todo y crea un diálogo interno, auténtico, que se materializa en la mente de todo el que converja en él, no sólo en su mente sino con todas las vivencias que se generen alrededor y que de quererlo lo puede compartir a través del diálogo directo o de una actividad artística.

III
Bueno, tal vez no sea fácil definir qué es Lo Fantástico, pero si siempre ha estado ahí como muchos dicen, dónde está, cómo lo podemos encontrar, qué podemos hacer para vivenciarlo.
Convivimos con Lo Fantástico de muchas maneras, pero como ocurre con las cosas, en el cotidiano fantástico también se elabora un proceso de extrañamiento cuando perdemos en el camino de la costumbre cosas como el concepto y el goce del tiempo, habitante primigenio del mundo fantástico. Hemos olvidado lo esencial del tiempo (a este también le quitamos su esencia cuando aparecieron los relojes) porque vivimos siempre pensando en el siguiente instante, no en el ahora, corremos siempre deseosos de alcanzar un plazo determinado tan sólo para empezar a preocuparnos por el siguiente (no queremos que se nos vaya el bus, que nos cierren el banco o llegar tarde al trabajo).
El olvido de Lo Fantástico se genera en el día a día, en la lidia contra nuestros demonios internos para no estrellarnos con el mundo bajamos la cabeza para dejarlo pasar y continuar ignorándolo, así creemos librarnos de otro problema en nuestra vida y reunir armamento para soportar lo que venga con actitud recia, con carácter, como suponemos le corresponde a la gente competitiva, dura e inteligente que se educó para sobrevivir al reto del progreso.
Muchas de las cosas buenas que nos ocurren se atribuyen a una mera y muy pequeña casualidad, en lugar de apreciarlas las dejamos pasar, cuando algo bueno ocurre es importante detenerse y disfrutarlo, gozar con su novedad, arrancarle la cotidianidad y reconocer que fue importante por insignificante que sea. Las líneas del destino, los azares de la fortuna, están ahí para que los conozcamos; querámoslo o no existen y pertenecen al terreno de Lo Fantástico en lo cotidiano, cosas que son abiertamente ignoradas por todos.
Estamos rodeados de cosas, personas y hechos fantásticos sólo que nos tocan la vida tan tangencialmente que no lo notamos, por eso su realidad nos parece tan precaria y lejana a lo que somos. Anhelamos vivir más a fondo, de niños soñamos con estar en un mundo lleno de posibilidades donde lo extraordinario nos rodee, pues todos comprendemos que una vida penetrada por Lo Fantástico nos ofrece más caras de la misma moneda que la que nos deja ver la realidad rutinaria. Pero todo cambia cuando crecemos, tanta razón, tantos conocimientos, tantos datos contradictorios, tanto luchar para mantenernos a flote, nos convierte en personas rudas con la mirada focalizada en un sólo sentido y nada nos permite alejarnos de ese axioma que parece regir nuestras vidas, “seamos realistas”.
¿Cuándo empezó esta disensión con Lo Fantástico? Probablemente cuando abandonamos la vida nómada, cuando el individuo se dejó de preguntar y aceptó como verdad lo que otros le decían sobre sí mismo y su entorno sin cuestionamientos, olvidó incluso la posibilidad de que los supuestamente sabios se podían equivocar o que aquello que era verdad para unos no necesariamente debía ser verdad para él, así el ser humano perdió en gran medida sus propiedades de observación y sorpresa.
Qué es el hombre de este tiempo sino un acumulador de referencias, un repetidor de datos e informaciones, no controla nada, todo lo controla a él. Acepta ciegamente que la verdad la tienen los otros, pero la verdad en este tiempo es tanta para ser procesada que no tendrá nunca ocasión para objetarla. El mundo tecnológico y social cambia tan rápido que, piensa, “para qué asombrarse”, además quien se asombra pierde. Asombrarse hoy en día denota falta de conocimiento, caducidad y es esta presión social por mantenernos a la vanguardia la que más nos está afectando; ya nadie se deja absorber por el simple hecho de vivir, no hay disfrute, lo novedoso no es novedad y lo nuevo tiende a viejo desde el momento en que aparece. Lo Fantástico desaparece en nuestras vidas, muy pocos reconocen el servicio de las cosas que hay a su alrededor o dialogan con el espíritu de ellas, por simple que sea, muy pocos son capaces de disfrutar lo que no puede ver y se sienten incapaces de descubrir algo nuevo. Qué somos sino máquinas controlando máquinas, compitiendo con ellas, casi anhelando estar dentro de ellas. Ya no queremos ser simples mortales de carne y hueso.
Admiramos a quienes crean su propia mitología, a quienes establecen leyenda a su alrededor y admirarlos es reconocer en otros Lo Fantástico. Como dice el poeta colombiano Armando Orozco, quien se pasa la vida tratando de dar explicación a sus múltiples parecidos físicos; hay quienes dicen se parece a Castro, otros a Facundo Cabral, incluso se parece al Ché Guevara, pero nadie dice que se parece a Armando Orozco; por eso se pregunta con jactancia: “cuando será que yo me pareceré a mí mismo”. Y no es que le moleste la confusión, al contrario, se aprovecha de ella y retoma ese halo de grandeza de los personajes con que lo confunden para crear su propia gloria. Saber esto hace que nos preguntemos: cuándo será que los humanos dejaremos de darle importancia a los otros y nos empezaremos a parecernos a aquellos personajes y seres fantásticos que hemos reconocido, creado y endiosado a lo largo de la historia, los mismos que después de creada la leyenda nos empeñamos en ignorar para no tener que soportar las odiosas comparaciones.
Quiénes somos sino el reflejo del vacío interior que hay en cada uno de nuestros contemporáneos, dejamos de creer, dejamos de soñar y ahora vagamos perdidos en la bruma de una realidad física que armamos para nosotros, ignorando otras realidades no menos reales pero sí más sutiles. Qué son los humanos sino seres anhelantes de encontrar la ventana que les permita ver, por fin, entre los resquicios de las leyes naturales, pero, de tanto ver el mismo muro estamos ciegos a ella. ¿Dónde está Lo Fantástico? Sería atrevido decir que está dentro de nosotros, pero somos los Hellen Keller del universo, ciegos y sordos a lo maravilloso, a lo inexplicado, a lo silente e intangible, al sentimiento y a la realidad de Lo Fantástico.

Citas
(1) ORTEGA Y GASSET, JOSÉ. La deshumanización del arte.
(2) BORGES, JORGE LUIS. Borges, el otro, el mismo.
(3) JARRY, ALFRED. Ubu rey.
(4) BESIERE, IRENE. El cuento fantástico.
(5) TODOROV, TZVETAN. Introducción a la Literatura Fantástica

Karl Popper y el Falsacionismo

En ciencias naturales pensamos que no inventamos las reglas de la Naturaleza sino que las descubrimos. Para la gente de ciencia el mundo está «allá afuera», no en nuestra mente, siendo percibido a través de sentidos y analizado usando la razón. ¿Hay dudas respecto a esto? Sí. Al menos tan antigua como Hume (1711-1766) es la objeción de que no podemos tener certeza de que el mundo realmente existe «allá afuera», pues podría ser una ilusión. Cuando escribo este artículo, ¿cómo descartar que mi cerebro esté conectado a cables alimentándole información equivalente a la que tendría si pudiera Continue reading «Karl Popper y el Falsacionismo»

El Universo Amniótico

por Carl Sagan

“El Cerebro de Broca” Capítulo 25 (fragmentos)

Para un hombre es tan natural morir como nacer; y para un niño pequeño, tal vez, lo uno es tan penoso como lo otro. FRANCIS BACON, Of Death (1612)

La cosa más bella que podemos experimental es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y ciencia. Aquel para quien esa emoción es ajena, aquel que ya no puede maravillarse y extasiarse ante el miedo, vale tanto como un muerto: sus ojos están cerrados… Saber que lo impenetrable para nosotros existe realmente, manifestándose como la prudencia máxima y la belleza más radiante que nuestras torpes capacidades pueden comprender tan solo en sus formas más primitivas… este conocimiento, este sentimiento, se encuentra en el centro de la verdadera religiosidad. En ese sentido, y sólo en ese sentido, pertenezco a las filas de los hombres religiosos devotos. ALBERT EINSTEIN, Lo que creo (1930)

William Wolcott murió y subió al cielo. O eso parecía. Antes de que le llevasen al quirófano, le hicieron saber que la intervención quirúrgica comportaba un cierto riesgo. La operación fue un éxito, pero cuando la anestesia dejaba de producir sus efectos, su corazón entró en fibrilación y murió. Le pareció que, de alguna manera, había dejado su cuerpo y era capaz de situarse por encima de él… Lo vio debajo suyo, marchito y patético, cubierto tan sólo por una sábana, tumbado sobre una superficie dura e implacable. Se puso algo triste; miró su cuerpo por última vez —desde una gran altura, según le pareció— y prosiguió su viaje hacia arriba. Su entorno estaba sumido en una extraña oscuridad penetrante, pero se dio cuenta de que todo se estaba volviendo más brillante a medida que subía. Luego divisó una luz en la lejanía, una luz muy intensa. Penetró en una especie de reino radiante y allí mismo, justo por encima de él, pudo percibir una silueta, magníficamente iluminada desde atrás, una gran figura venerable a la que se iba aproximando sin esfuerzo. Wolcott se esforzó por ver Su cara…
Y entonces despertó. En el hospital le habían aplicado a toda velocidad el desfibrilador y acababa de resucitar en el último instante. En realidad, su corazón había dejado de latir y, según algunas definiciones de un proceso poco comprendido, había muerto. Wolcott quedó convencido de haber muerto verdaderamente, de que se le había otorgado permiso para dar una ojeada a la vida después de la muerte para tener una confirmación de la teología judeocristiana.
A lo largo y ancho del mundo se han producido experiencias parecidas, hoy en día muy documentadas por médicos y otros. Estas Epifanías peritanáticas (próximas a la muerte) han sido experimentadas no sólo por personas de religiosidad occidental sino también por hindúes, budistas y escépticos. Es posible que muchas de nuestras ideas convencionales acerca del cielo procedan de experiencias próximas a la muerte de ese tipo, que habrán ido produciéndose a lo largo de los milenios. Ninguna noticia podía ser más interesante o más esperanzadora que la relatada por un muerto regresado: la explicación de que hay un viaje y una vida después de la muerte, de que hay un Dios que nos espera y de que al morir nos sentimos agradecidos y elevados, aterrados y anonadados.
Por lo que yo sé, estas experiencias pueden ser exactamente lo que representan, así como una justificación de la piadosa fe que tantas veces ha sufrido los embates de la ciencia en los últimos siglos. A mí personalmente me gustaría mucho que existiese una vida después de la muerte, en especial si eso fuera a permitirme seguir aprendiendo sobre este mundo y otros, si me proporcionara la posibilidad de descubrir cómo se desarrolla la historia. Pero también soy un científico y, por lo tanto, pienso también en otras explicaciones posibles. ¿Cómo puede ser que personas de todas las edades, culturas y predisposiciones escatológicas, experimenten las mismas experiencias estando próximos a la muerte?
Sabemos que esas experiencias pueden inducirse con bastante regularidad, de forma contracultural, a través de las drogas psicodélicas. Las experiencias de abandono del cuerpo son inducidas por sustancias anestésicas disociativas como las cetaminas [2-(o-clorofenil)-2-(metila-mino) ciclohexanonas]. La ilusión de volar es inducida por la atropina y otros alcaloides extraídos de la belladona, y esas moléculas obtenidas de la mandrágora o del estramonio han sido utilizadas normalmente por las brujas europeas y los curanderos norteamericanos para gozar, en el trance del éxtasis religioso, de un vuelo placentero y glorioso. La MDA [2,4-metilendioxianfetamina] tiende a provocar una regresión de edad, un acceso a experiencias juveniles e infantiles que considerábamos totalmente olvidadas. La DNT [N,N-dimetiltriptamina] provoca micropsia y macropsia, las sensaciones de que el mundo se encoge o se expande, respectivamente; algo parecido a lo que le pasa a Alicia después de obedecer las instrucciones escritas sobre los pequeños recipientes que dicen: «Cómeme» o «Bébeme». El LSD [dietilamida del ácido lisérgico] provoca una sensación de unión con el universo, como en la identificación de Brahma con Atman en el sistema de creencias hindú.
¿Es posible que dispongamos previamente en nuestra psíquis de la experiencia mística hindú y que sólo necesitemos 200 microgramos de LSD para ponerla de manifiesto? Si se segrega algo parecido a la cetamina en momentos de peligro mortal y los que regresan de una experiencia de ese tipo siempre cuentan el mismo relato del cielo y de Dios, ¿no debe haber acaso una forma en que las religiones occidentales, así como las orientales, estén grabadas en la arquitectura neuronal de nuestros cerebros?
Resulta difícil pensar que la evolución haya buscado seleccionar algunos cerebros predispuestos a tales experiencias, ya que parece ser que nadie muere ni deja de reproducir un deseo de fervor místico. ¿Pueden deberse esas experiencias inducidas por drogas únicamente a algún defecto evolutivo de conexiones cerebrales que, ocasionalmente, hace aparecer percepciones alteradas del mundo? A mi criterio, esa posibilidad es extremadamente poco plausible y tal vez no sea sino un desesperado intento racionalista de evitar un encuentro frontal con lo místico.
La única alternativa que se me ocurre es la de que todo ser humano sin excepción ya debe haber sufrido una experiencia similar a la de los viajeros que regresan de la tierra de la muerte, la sensación de vuelo, el paso de la oscuridad a la luz. Una experiencia en la que, al menos en algunas ocasiones, puede entreverse una figura heroica, bañada en resplandor y gloria. Esa experiencia común a todos es el nacimiento.
Stanislav Grof, médico y psiquiatra, fue el primero en utilizar LSD y otras drogas psicodélicas en estudios de psicoterapia. Su trabajo es bastante anterior a la cultura de la droga en Norteamérica; se inició en Praga, Checoslovaquia en 1956, prosiguiendo años más tarde en Baltimore, Maryland. Es probable que Grof posea más experiencia científica continuada sobre los efectos de las drogas psicodélicas en pacientes que ningún otro terapeuta. Sostiene que, así como el LSD puede utilizarse con fines recreativos y estéticos, también puede tener otros efectos más profundos, uno de los cuales es el recuerdo preciso de experiencias perinatales. «Perinatal» es un neologismo que significa «próximo al nacimiento», y no se refiere sólo a los momentos posteriores al nacimiento, sino también a los anteriores. Es del mismo tipo que peritanático, próximo a la muerte. Grof dispone de historias clínicas de muchos pacientes que, tras una serie adecuada de sesiones, vuelven a experimentar realmente experiencias profundas de los tiempos perinatales, ocurridas hace mucho tiempo y previamente consideradas imposibles de refrescar por nuestra imperfecta memoria. De hecho es una experiencia bastante habitual con LSD, no limitada a los pacientes de Grof.
Grof distingue cuatro estadios perinatales, cubiertos por la terapia con fármacos psicodélicos. El Estadio 1 es el de la complacencia dichosa del niño en el seno, libre de cualquier ansiedad y centro de un pequeño universo oscuro y caliente —un cosmos en una bolsa amniótica—. En ese estado intrauterino, parece ser que el feto experimenta algo muy parecido al éxtasis oceánico descrito por Freud como una de las fuentes de la sensibilidad religiosa. Evidentemente, el feto se mueve. Posiblemente justo antes de nacer esté bien alerta, tal vez más incluso que justo después de nacer. No parece imposible que podamos recordar de manera imperfecta ese edén, esa edad de oro cuando cualquier necesidad —de alimentos, oxígeno, calor y expulsión de restos— quedaba cubierta automáticamente por un sistema de apoyo a la vida soberbiamente diseñado. Un estado que, en una reposición más o menos precisa, se describe como «estar fundido con el universo».
En el Estadio 2 se inician las contracciones uterinas. La base del estable ambiente intrauterino, las paredes a las que se fija la bolsa amniótica, se vuelven traidoras. El feto es comprimido terriblemente. El universo parece pulsar; un mundo benigno se convierte de repente en una cámara de tortura. Las contracciones pueden durar horas, y se presentan en forma intermitente. A medida que pasa el tiempo, aumenta su intensidad. No hay posibilidad de que cesen. El feto no ha hecho nada para merecer esa suerte; es un inocente cuyo cosmos se le ha vuelto en contra, proporcionándole una agonía en apariencia sin fin. La dureza de esa experiencia es evidente para cualquiera que haya visto una distorsión craneal neonatal, la que sigue apreciándose bastantes días después del nacimiento. Así como es fácil comprender una fuerte motivación por borrar decididamente toda traza de esa agonía, ¿no es posible admitir que resurja acaso, bajo determinadas condiciones? Acaso, sugiere Grof, el vago y reprimido momento de esa lejana experiencia puede incitar fantasías paranoicas. Incluso puede explicar nuestras humanas predilecciones por el sadismo y el masoquismo, por la identificación entre asaltante y víctima, por ese gusto infantil por la destrucción. Grof indica que las reposiciones en el siguiente estadio están relacionadas con imágenes de mareas y terremotos, las imágenes análogas en el mundo físico a la traición intrauterina.
El Estadio 3 es el final del proceso del nacimiento, cuando la cabeza de la criatura se ha introducido en la cérvix y, a través de sus párpados cerrados, percibe un túnel iluminado en su extremo por el radiante esplendor del mundo extrauterino. El descubrimiento de la luz realizado por una criatura que ha vivido toda su existencia en la oscuridad debe constituir una experiencia profunda e inolvidable. Y allí se entrevé confusamente, por la poca resolución de los ojos del recién nacido, una figura enorme parecida a un dios, rodeada de un halo de luz (la comadrona, el medico o el padre). Al término de un trabajo monstruoso, el bebé vuela desde el universo intrauterino y se eleva hacia las luces y los dioses.
El Estadio 4 es la época inmediatamente posterior al nacimiento, cuando ya se ha disipado la apnea perinatal, cuando la criatura es fajada y cubierta, acariciada y alimentada. Si estos supuestos de Grof son acertados, el contraste entre los Estadios 1 y 2 y los Estadios 2 y 4, en una criatura totalmente desprovista de otras experiencias, debe ser profundo y sorprendente; y la importancia del Estadio 3, como tránsito entre la agonía y, cuando menos, un tierno simulacro de la unidad cósmica del Estadio 1, debe ejercer una poderosa influencia en la visión posterior del mundo que tendrá esa criatura.
Evidentemente, cabe todo el escepticismo que se quiera en la explicación de Grof y en mi versión de ella. Hay muchas preguntas que responder. ¿Son capaces de acordarse del Estadio 2 las criaturas nacidas por cesárea? Al ser sometidas a tratamiento con fármacos psicodélicos, ¿reproducen menos imágenes de terremotos y mareas catastróficas que las nacidas en partos normales? Y contrariamente, ¿son más propensas a contraer el peso psicológico del Estadio 2 las criaturas nacidas tras contracciones uterinas especialmente dolorosas inducidas al «trabajo electivo» por la hormona oxitocina? Si a la madre se le proporciona un fuerte sedante, ¿recordará la criatura, al alcanzar la madurez, una transición muy distinta desde el Estadio 1 directamente al Estadio 4, sin hacer nunca un relato radiante en una experiencia peritanática? ¿Pueden los neonatos resolver una imagen en el momento del nacimiento o son tan sólo sensibles a la luz y a la oscuridad? ¿Puede ser que la descripción, en una experiencia próxima a la muerte, de un dios brillante y cubierto de pelo sea una reposición perfeccionada de una imagen neonatal imperfecta? ¿Se seleccionaron los pacientes de Grof entre la más amplia serie posible de seres humanos, o están restringidos los relatos a un subconjunto no representativo de la comunidad humana?
Es fácil comprender que puede haber más objeciones personales a esas ideas. Una resistencia parecida tal vez a ese tipo de chauvinismo que se detecta en algunas justificaciones de las costumbres gastronómicas de los carnívoros: las langostas marinas no tienen sistema nervioso central; no les sabe mal que las dejen caer vivas en el agua hirviendo. Bien, es posible. Pero los aficionados a las langostas tienen evidente interés en favor de esa hipótesis concreta sobre la neurofisiología del dolor. De igual forma, me pregunto si los adultos no tienen un marcado interés por creer que las criaturas sólo poseen poderes de percepción y memoria muy limitados, que no existe forma en que la experiencia del nacimiento pueda ejercer una influencia profunda y, en particular, una influencia profundamente negativa.
Si Grof está efectivamente en lo cierto, debemos preguntarnos por qué son posibles esos recuerdos. Por qué, si la experiencia perinatal ha producido una enorme desdicha, la evolución no ha descartado las consecuencias psicológicas negativas. Hay algunos parámetros que los recién nacidos tienen que cumplir: tienen que ser buenos chupadores; si no, morirían. Deben ser bellos, porque por lo menos en épocas anteriores de la historia humana, las criaturas que de alguna manera parecían atrayentes eran cuidadas con mayor esmero. Pero, ¿deben ver imágenes de su entorno los recién nacidos? ¿Deben recordar los horrores de la experiencia perinatal? ¿En qué sentido hay un valor de supervivencia en ello? La respuesta puede ser la de que los pros superan a las contras; tal vez la pérdida de un universo al que estamos perfectamente ajustados nos estimula poderosamente a cambiar el mundo y a mejorar las condiciones del hombre. Tal vez esta voluntad de esfuerzo y búsqueda que posee el espíritu humano no existiría si no fuese por los horrores del nacimiento.
Me fascina —y así lo puse de manifiesto en mi obra Los dragones del Edén— el hecho de que el dolor del trabajo de parto sea especialmente importante en las madres humanas, debido al enorme crecimiento del cerebro en los últimos millones de años. Pareciera que nuestra creciente inteligencia fuese la fuente de nuestra desdicha; pero también indicaría que nuestra desdicha es la fuente de nuestra fuerza como especie.
Estas ideas pueden arrojar alguna luz sobre el origen y la naturaleza de la religión. La mayoría de las religiones occidentales defienden la existencia de una vida después de la muerte; las orientales hablan de un alivio gracias a un amplio ciclo de muertes y nacimientos. Pero ambas prometen un cielo o un satori, una reunión idílica del individuo con el universo, un retorno al Estadio 1. Cada nacimiento es una muerte, cuando la criatura abandona el mundo amniótico. Pero los devotos de la reencarnación sostienen que toda muerte es un nacimiento: una proposición que hubiese podido surgir de experiencias peritanáticas en las que la memoria perinatal fuese identificada como una reposición del nacimiento. («Oímos un golpe seco en el ataúd. Lo abrimos y resultó que Abdul no había muerto. Se había despertado tras una larga enfermedad que había arrojado sobre él su hechizo, y explicó una extraña historia acerca de haber nacido de nuevo».)
¿Acaso la fascinación occidental por el castigo y la redención no podría ser un intento de dar algún sentido al Estadio 2 perinatal? ¿No es mejor ser castigado por algo —por muy inverosímil que sea, como el pecado original— que serlo por nada? Y el Estadio 3 se parece mucho a lo que debía ser aquella experiencia común, compartida por todos los seres humanos, implantada en nuestras más tempranas memorias y recuperada en ocasiones, como en las epifanías religiosas, como en esas experiencias próximas a la muerte. Es tentador intentar explicar otros complejos motivos religiosos en esos términos. In útero no sabemos prácticamente nada. En el Estadio 2, el feto acumula experiencia sobre lo que muy bien puede llamarse posteriormente el mal (y entonces es empujado a abandonar el útero). Es fascinantemente parecido a comer la fruta del conocimiento del bien y el mal y luego ser «expulsado» del Edén. En la famosa pintura de Miguel Ángel que se encuentra en la bóveda de la Capilla Sixtina, ¿es el dedo de Dios el dedo de un obstetra? ¿Por qué el bautismo, especialmente el antiguo bautismo por inmersión total, se considera generalmente como un nuevo y simbólico nacimiento? ¿Es el agua sagrada una metáfora del líquido amniótico? ¿No es acaso todo el concepto del bautismo y la experiencia de «volver a nacer» un reconocimiento explícito de la relación entre el nacimiento y la religiosidad mística?
Si estudiamos las religiones, que se cuentan por miles en el planeta Tierra, quedaremos impresionados por su enorme diversidad. Y comprobaremos con estupor que algunas de ellas son solemnes tonterías. En los detalles doctrinales, es muy raro el acuerdo. Pero muchos buenos y grandes hombres y mujeres han afirmado que tras las aparentes divergencias existe una unidad fundamental e importante; debajo de las idioteces doctrinales existe una verdad básica y esencial. Hay dos tipos muy distintos de actitudes ante los principios religiosos. Por un lado están los creyentes —a menudo crédulos— que aceptan a pies juntillas una religión recibida, aun cuando pueda tener inconsistencias internas o estar en grave contradicción con lo que sabemos acerca del mundo externo y de nosotros mismos. Por otro lado están los escépticos estrictos, quienes consideran que todo este sistema es un fárrago de tonterías propias de débiles mentales. Algunos de los que se consideran sobrios racionalistas se resisten a considerar incluso el enorme volumen de experiencias religiosas registradas. Estos conocimientos místicos deben significar algo, pero ¿qué? En conjunto, los seres humanos son inteligentes y creativos, capaces de desentrañar misterios. Si las religiones son fundamentalmente estúpidas, ¿por qué tanta gente cree en ellas?
A lo largo de la historia del hombre las religiones burocráticas se han aliado con las autoridades seglares, y normalmente la tarea de inculcar la fe ha reportado beneficios a los gobernantes de turno. En la India, cuando los brahmanes desearon mantener en la esclavitud a los «intocables», propusieron una justificación divina. Argumentos del mismo tipo fueron utilizados por blancos que se hacían llamar cristianos para justificar la esclavitud de los negros en la época previa a la guerra civil en el Sur de Norteamérica. Los antiguos hebreos citaban las directrices y el estímulo de Dios para explicar el pillaje y el asesinato al azar que en algunas ocasiones cometieron sobre pueblos inocentes. En la Edad Media, la Iglesia mantenía viva la esperanza de una vida gloriosa después de la muerte entre aquellos que exigían satisfacción por su situación mísera y baja. Los ejemplos pueden multiplicarse hasta el infinito, hasta incluir a casi todas las religiones del mundo. Puede entenderse fácilmente por qué la oligarquía ha favorecido la religión cuando, como ocurre a menudo, la religión justifica la opresión (como hizo Platón, un decidido defensor de la quema de libros, en La República). Pero, ¿por qué los oprimidos se apuntan igualmente a esas doctrinas teocráticas?
Me parece que la aceptación general de las ideas religiosas sólo puede explicarse pensando que hay algo en ellas que sintoniza con un cierto conocimiento nuestro, algo profundo y melancólico, algo que todos consideramos central para nuestro ser. Mi propuesta es que ese miedo común es el nacimiento. La religión es fundamentalmente mística: los dioses son inescrutables. Los principios religiosos son atrayentes y poco firmes porque, en mi opinión, las percepciones borrosas y las premoniciones vagas son lo más que pueden alcanzar los recién nacidos. Considero que el núcleo místico de la experiencia religiosa no es ni verdadero al pie de la letra, ni perniciosamente equivocado. Es más bien un intento atrevido y defectuoso de tomar contacto con la experiencia más temprana y profunda de nuestras vidas. La doctrina religiosa es difusa en lo fundamental, ya que ninguna persona en el momento de su nacimiento posee la necesaria capacidad para fijar ideas y volverlas a contar para dar una versión coherente del acontecimiento. Todas las religiones que se han mantenido han debido poseer en sus núcleos algo que entrase en resonancia, no explícita y quizá incluso inconsciente, con la experiencia perinatal. Acaso cuando se desvelen las influencias seculares aparecerá que las religiones que más éxito tienen son aquellas que mejor logran esa resonancia.
Las creencias religiosas han resistido con vigor cualquier intento de explicación racional. Voltaire afirmaba que, de no existir Dios, el hombre se vería obligado a inventarlo; y fue denostado por esa afirmación. Freud propuso que un Dios paternalista es en parte nuestra proyección como adultos de nuestras percepciones natales hacia nuestros padres; a su libro sobre la religión le dio el titulo de El porvenir de una ilusión. No fue tan desdeñado como podríamos pensar por sus opiniones, pero tal vez sólo porque ya había demostrado su capacidad al sobrevivir cuando fue desacreditado por introducir ideas tan escandalosas como la sexualidad infantil.
¿Por qué es tan poderosa en la religión la constante oposición a un discurso racional y al argumento razonado? Creo que se debe, en parte, a que nuestras experiencias perinatales habituales son reales, aunque se resisten a un recuerdo preciso. Los seres humanos, y nuestros antepasados y parientes colaterales, como los hombres de Neanderthal, posiblemente sean los primeros organismos de este planeta que han tenido clara conciencia de la inevitabilidad de nuestro propio final. Moriremos, y tenemos miedo de la muerte. Este miedo es de ámbito mundial y transcultural; posiblemente tenga un considerable valor de supervivencia. Los que desean posponer o evitar la muerte pueden lograrlo mejorando el mundo, reduciendo sus peligros, haciendo hijos que vivan una vez estemos muertos, y creando grandes obras por las que ser recordados. Los que proponen un discurso racional y escéptico sobre temas religiosos aparecen como los contestatarios de la tradicional solución al miedo humano ante la muerte, la hipótesis de que el alma vive tras el fallecimiento del cuerpo. Como la mayoría de nosotros sentimos fuertemente el deseo de no morir, no hacen que nos sintamos cómodos quienes sugieren que la muerte es el final de todo y que la personalidad y el alma de cada uno de nosotros no ha de sobrevivir. Pero la hipótesis del alma y la de Dios son separables; de hecho, existen culturas en las que puede encontrarse una y no la otra. En cualquier caso, no haremos avanzar la causa humana si nos negamos a considerar las ideas que nos inspiran miedo.
No todos los que se plantean preguntas sobre la hipótesis de Dios y la hipótesis del alma son ateos. Un ateo es aquel que tiene la seguridad de que Dios no existe, alguien que dispone de pruebas convincentes en contra de la existencia de Dios. Yo no conozco esas pruebas convincentes. Dado que Dios puede relegarse a tiempos y lugares remotos y a las ultimas causas, tendríamos que saber mucho más acerca del universo de lo que hoy sabemos para estar seguros de que no existe ese Dios. Estar seguros de la existencia de Dios, y estar seguros de la inexistencia de Dios me parecen los extremos definitivos de un tema tan repleto de dudas e incertidumbres, que inspira poca confianza pensar en nada definitivo. Podrán admitirse muchas posiciones intermedias y, teniendo en cuenta la enorme carga emocional que pesa sobre el tema, la herramienta esencial para ir cubriendo nuestra ignorancia colectiva sobre la existencia de Dios es una mente abierta, valiente e indagadora.
Cuando doy conferencias sobre ciencia popular o pseudociencia (como las que menciono en los capítulos 5 al 8 de este libro) me preguntan a veces si no debería aplicarse el mismo tipo de crítica a la doctrina religiosa. Evidentemente, mi respuesta es sí. La libertad religiosa, uno de los pilares sobre los que se fundaron los Estados Unidos, es esencial para la libertad de investigación. Pero no conlleva ninguna inmunidad ante la critica o la reinterpretación para las propias religiones. Sólo aquellos que formulan preguntas pueden descubrir la verdad. No quiero volver a insistir en si estas relaciones entre la religión y la experiencia perinatal son correctas u originales. Muchas de ellas están, por lo menos, implícitas en las ideas de Stanislav Grof y de la escuelas de psiquiatría, especialmente las de Otto Rank, Sandor Ferenczi y Sigmund Freud. Pero vale la pena pensar un poco en ello.
Es obvio que existen muchas más cosas sobre el origen de la religión que las que sugieren estas sencillas ideas. No propongo que la teología sea simplemente fisiología. Pero, suponiendo que seamos efectivamente capaces de recordar nuestras experiencias perinatales, resultaría sorprendente que no afectasen a lo más profundo de nuestras actitudes ante el nacimiento y la muerte, el sexo y la infancia, los medios y los fines, la causalidad y Dios.
Y la cosmología. Los astrónomos estudiosos de la naturaleza del origen y el destino del universo llevan a cabo observaciones complicadas, describen el cosmos en términos de ecuaciones diferenciales y de cálculo tensorial, examinan el universo barriendo desde los rayos X a las ondas de radio, cuentan las galaxias y determinan sus movimientos y distancias… y cuando todo eso ya está, entonces hay que elegir entre tres puntos de vista distintos: una cosmología de Estado Estable, bienaventurado y quieto; un Universo Oscilante, en expansión y contracción, indefinidamente; y un universo en expansión por Big Bang, en el que el cosmos se crea en un acontecimiento violento, bañado en radiación («Hágase la luz») y luego crece y se enfría, evoluciona y se hace inactivo, como vimos en el capítulo anterior. Es llamativo que esas tres cosmologías se parezcan con una precisión torpe y casi embarazosa a las experiencias perinatales humanas de los Estadios 1, 2 y 3 más 4, respectivamente.
Resulta muy sencillo para los astrónomos modernos reírse de las cosmologías de otras culturas, por ejemplo, de la idea dogon de que el universo era incubado en un huevo cósmico (capitulo 6). Pero a la luz de las ideas que acabo de presentar, voy a ser mucho más prudente en mi actitud con respecto a las cosmologías populares: su antropocentrismo es tan sólo algo más sencillo de discernir que el nuestro. ¿No podrían ser una metáfora amniótica las intrigantes referencias babilonias y bíblicas a aguas «por encima y por debajo del firmamento», que Tomás de Aquino se esforzó tan obstinadamente por reconciliar con la física aristotélica? ¿Somos incapaces de construir una cosmología que no sea una críptica descripción matemática de nuestros orígenes personales?
Las ecuaciones de la relatividad general de Einstein admiten una solución en la que el universo se expande. Pero Einstein, inexplicablemente, desestimó esa solución y optó por un cosmos absolutamente estático, incapaz de evolucionar. ¿Es demasiado obtuso preguntarse si ese descuido tenia orígenes perinatales y no matemáticos? Los físicos y astrónomos mantienen una probada resistencia a aceptar las cosmologías Big Bang en las que el universo se expande indefinidamente, aunque los teólogos occidentales convencionales están más o menos satisfechos con la perspectiva. ¿Puede entenderse ese debate, basado casi con toda certeza en predisposiciones psicológicas, en términos «grofianos»?
No sé hasta qué punto se parecen las experiencias perinatales personales y los modelos cosmológicos particulares. Supongo que es excesivo esperar que los inventores de la hipótesis del Estado Estable hayan nacido todos por cesárea. Pero las analogías son muchas y la posible conexión entre la psiquiatría y la cosmología parece ser muy real. ¿Puede ocurrir que cualquier forma posible de origen y evolución del universo corresponda a una experiencia perinatal humana? ¿Somos criaturas tan limitadas que nos vemos incapaces de construir una cosmología que difiera sustancialmente de alguno de los estadios perinatales? ¿Está nuestra capacidad por conocer el universo encenagada y atascada sin esperanza en las experiencias del nacimiento y la infancia? ¿Estamos predestinados a recapitular nuestros orígenes al pretender comprender el universo? ¿O acaso las observaciones que vamos realizando nos obligaran gradualmente a acomodamos y a comprender ese amplio y temible universo en el que flotamos, perdidos y valientes, siempre indagando?
Es común que las religiones del mundo atribuyan a la Tierra el carácter de nuestra madre y al cielo el de nuestro padre. Así es con Urano y Gea en la mitología griega, y también entre los nativos americanos, los africanos, los polinesios y, de hecho, entre la mayoría de los pueblos del planeta. Sin embargo, el punto culminante de la experiencia perinatal es el de que dejamos a nuestras madres. Lo hacemos primero en el parto y luego cuando nos establecemos en el mundo por nuestra propia cuenta. Por muy penosos que sean esos abandonos, resultan esenciales para la continuidad de la especie humana. ¿Puede tener algo que ver ese hecho con la atracción casi mística que ejercen los vuelos espaciales, por lo menos en muchos de nosotros? ¿No se trata acaso de un abandono de la Madre Tierra, el mundo de nuestros orígenes, para ir en busca de fortuna entre las estrellas? Esa es precisamente la metáfora visual final de la película 2001: Odisea del espacio. Konstantin Tsiolkovsky era un maestro de escuela ruso que formuló muchos de los pasos teóricos que se han dado desde entonces en el desarrollo de la propulsión por cohetes y de los vuelos espaciales. Tsiolkovsky escribió: «La Tierra es la cuna de la humanidad. Pero uno no vive para siempre en la cuna».
Estamos abocados irremediablemente, en mi opinión, a recorrer un camino que nos lleva a las estrellas (a menos que, en una monstruosa capitulación ante la estupidez y la codicia, nos autodestruyamos primero). Y allí, en las profundidades del espacio, parece muy probable que, antes o después, encontremos otros seres inteligentes. Algunos de ellos estarán menos adelantados que nosotros; otros, posiblemente la mayoría, lo estarán más. Me pregunto si todos esos seres espaciales tendrán nacimientos dolorosos. Los seres más avanzados tendrán aptitudes muy superiores a nuestra capacidad de comprensión. En un sentido muy real, nos parecerán algún tipo de dios. La especie humana tendrá que esforzarse mucho para crecer. Quizá nuestros descendientes en aquellos tiempos remotos volverán hacia atrás sus ojos, hacia el largo y errante viaje que recorriera la raza humana desde sus orígenes vagamente recordados en el lejano planeta Tierra, y recopilarán nuestras historias personales y colectivas, nuestro idilio con la ciencia y la religión, con claridad, comprensión y amor.

por Carl Sagan