¿Podría un elefante sostener el mundo?

Laura VenturaPor Laura Ventura (*)

¿Podría un elefante sostener el mundo? Obviamente, no. Lo lógico es que la Tierra soporte a los elefantes, al igual que a todos sus moradores. Aún suponiendo que pueda existir un elefante lo suficientemente grande y robusto como para soportar en su lomo el peso del mundo entero, se plantearían inmediatamente algunos problemas como, por ejemplo, las interacciones gravitatorias del sistema Tierra-elefante dentro del Sistema Solar, el funcionamiento biológico del elefante, su falta de redondez gravitatoria, su resistencia a la radiación cósmica, etc…

Corre el tercer milenio de una historia cuyo punto 0 ha sido escogido de forma arbitraria entre los innumerables instantes que han transcurrido, a partir del origen del Tiempo, durante 13.700 millones de años.

¿Y antes? Absolutamente nada o, mejor dicho, la Nada Absoluta que no es un espacio vacío cuyo estado se mantiene constante en el tiempo. La Nada está fuera del Espacio y del Tiempo.

En otras palabras, no existe ni un “fuera” ni un “antes” del Universo pues este mismo es el Espacio-Tiempo, a la vez que la Materia y la Energía.

Y, por si no fuera bastante complicado, el Universo se expande, estirando el Espacio-Tiempo y diluyendo esa energía que, en el instante 0 fue enorme e infinitamente concentrada y que se habría generado de la Nada por una “pura cuestión de probabilidades” técnicamente llamada “fluctuación cuántica del vacío”. De ahí se habría producido el Big Bang, la Gran Explosión cuyas cenizas constituyen nuestro Universo actual.

Nuestro planeta es menos que un grano de arena en un universo inmenso y todavía desconocido en su mayor parte.

Sin embargo, el universo así como lo conocemos hoy, apenas tiene un siglo.
El comienzo de la exploración espacial todavía no cumple 50 años y hace poco más de 30 que el Hombre pisó la Luna.

Después de 25 años, las sondas Voyager siguen su viaje por el Sistema Solar externo, mientras que dos vehículos robots (Spirit y Opportunity) rastrean la superficie de Marte.

En julio de 2004 la nave espacial Cassini llega a Saturno; unos seis meses más tarde, el 14 de enero de 2005, la sonda Huygens se posa en la superficie de Titán, protagonizando el aterrizaje más lejano jamás realizado.

En 1964, dos ingenieros de telecomunicaciones norteamericanos, Penzias y Wilson descubren (accidentalmente) la radiación del Fondo Cósmico de Microondas, considerada la prueba más contundente de la Gran Explosión.

En 1940 George Gamow formula, a partir del cálculo de las abundancias primordiales, la teoría del Big Bang.

En 1929, Edwin Hubble descubre la expansión del Universo: las galaxias se alejan de nosotros con una velocidad proporcional a la distancia que nos separa de ellas.
Seis años antes, el mismo Hubble determina la distancia de la galaxia de Andrómeda (M31) y resuelve su estructura espiral, demostrando así que nuestra galaxia no es el Universo sino una de las muchas estructuras que lo habitan.

Hace un siglo, Albert Einstein formula la Teoría de la Relatividad. Espacio y Tiempo no son absolutos. La Materia es Energía concentrada según un factor igual al cuadrado de la velocidad de la luz y su distribución determina la geometría del Espacio-Tiempo.
Paralelamente nace la Mecánica Cuántica: a partir de los experimentos sobre la emisión térmica, Max Planck deduce la cuantización de la energía. La radiación electromagnética es onda a la vez que partícula y, al mismo tiempo, una partícula puede ser descrita como una onda. Se da así transición del determinismo a la probabilidad y el nacimiento de la física que constituye los cimientos de nuestro actual modelo de universo.

Hace poco más de tres siglos no se podía explicar el por qué, si la Tierra era redonda, un elefante en el hemisferio sur no se caía del Planeta.

En 1666, sir Isaac Newton descubre la Ley de la Gravitación Universal. Dos cuerpos celestes se atraen según la misma ley por la que un elefante puede pasearse por el hemisferio sur sin miedo a caerse al vacío. El Cielo y de la Tierra se rigen por las mismas leyes físicas, lo que representa un cambio importante en la cosmovisión.
Hoy sabemos que la interacción gravitatoria, una de las 4 interacciones fundamentales de la naturaleza (junto con la electromagnética, la débil y la fuerte), es la que domina en el Universo a gran escala.

Hace poco más de cuatro siglos, el Cielo pierde irremediablemente su naturaleza divina. Los cuerpos celestes no son perfectos y sin mancha. Tampoco se mueven perfectamente sobre esferas perfectas, sino que describen elipses. Y lo peor de todo es que la Tierra no es el centro de esos movimientos, ni, menos aún, el centro del Universo. Por consecuencia, el Hombre tampoco es el centro de la Creación.
Copérnico, Tycho, Kepler y Galileo son las figuras más destacadas de esta revolución que cambiaría radicalmente (aunque no sin dificultades) la perspectiva del Hombre sobre el Cosmos, marcando así el comienzo de una nueva era científica y filosófica.

Hace más de dos milenios, Aristarco de Samos propone el primer modelo heliocéntrico. Sin embargo, habrá que esperar más de 1.500 años para que la revolución copernicana retome ésta perspectiva.

En el siglo IV d.C., el incendio de la biblioteca de Alejandría y el asesinato de Hipatia marcan el comienzo de la cristianización del imperio romano. La teología absorbe el modelo aristiotélico-ptolemáico, que mantiene la superioridad del Hombre cual obra maestra de la Creación Divina. La Iglesia se hace cargo que dicho modelo perdure durante toda la Edad Media.

¿Y qué era de los elefantes hace, por ejemplo, 3.000 años?

Desde los albores de la Historia, el Hombre ha observado la Naturaleza y se ha interrogado sobre los orígenes de todo lo que le rodea. Igual que la imaginación para un niño, el mito representa la primera herramienta del Hombre para conocerse a sí mismo y dar razón de los fenómenos observados atribuyéndoles, frecuentemente, cualidades humanas. El mito como interpretación de la realidad constituye el embrión del conocimiento científico. De ahí ha cobrado vida la Filosofía como suma universal de conocimientos de todo tipo para luego diversificarse en las ciencias especializadas así como las conocemos actualmente.
Pese a la enorme variedad de representaciones, los mitos de todas partes del mundo revelan un hilo conductor común y hablan a través de los mismos arquetipos o símbolos universales. El mito es el espejo del imaginario colectivo, como los sueños son el reflejo del subconsciente individual. Citemos, a título de ejemplo, algunos de los más notorios entre los temas recurrentes en los mitos del mundo.

El Cosmos como universo ordenado, luminoso y vital ha sido creado por una o más divinidades a partir del Caos primigenio, es decir, de las tinieblas, del frío y de la materia inerte.

Unos dioses primigenios más impersonales van dando vida a divinidades cada vez más humanas.

Existe una separación muy definida entre lo terrenal y lo celestial: lo primero es identificado con lo perecedero, lo humano y lo imperfecto, y lo segundo con lo inmortal, lo divino, lo eterno e inmutable.

El ultratumba es asimilado al tenebroso mundo subterráneo, vestigio del Caos primordial.

Las fuerzas de la Naturaleza, los fenómenos sociales y los propios sentimientos humanos asumen figuras antropomorfas o de animales a los que se atribuyen virtudes y vicios humanos.

Las representaciones más antiguas, en una gran variedad de formas, pintan el Planeta como un objeto plano, en cuyo centro se halla la Tierra, normalmente dominada por una gran montaña y rodeada por las aguas. Arriba está la bóveda celeste, manifestación de lo divino y debajo el oscuro mundo subterráneo. En numerosos casos se habla de siete cielos, uno por cada uno de los astros que dominaban el firmamento: el Sol, la Luna y los cinco planetas visibles a simple vista, los únicos conocidos desde la antigüedad.

Algunos de los grandes temas bíblicos como la Creación del Hombre a partir de una estatua de arcilla, el Pecado Original y el Gran Cataclismo (el Diluvio Universal), se repiten, en múltiples formas, en la gran mayoría de los mitos del mundo.

A continuación, algunas de las versiones más antiguas de los mitos de la Creación.

Para los Griegos antiguos (~ siglo VIII a.C.), al principio reinaban el Caos y Nyx (la Noche); el Caos es destronado por su propio hijo, Erebus (la Oscuridad), y éste a su vez por Eros (el Amor), Éter (la Luz) y Hemera (el Día), principios creadores del Cosmos. De ahí nace Gaea (la Tierra) que a su vez engendra a Urano (el Cielo), que será luego su esposo. De esta pareja nace la dinastía de los Titanes, que son arrojados al Tártaro por el propio Urano, temeroso de fuerza descomunal de sus hijos gigantes. Destacan aquí el miedo y el apego al poder como cualidades típicamente humanas. Entre los titanes, Cronos (el Tiempo), apoyado por su madre, encabeza la rebelión, derrota a su padre y se hace con el trono, liberando a sus hermanos. Urano lanza una maldición a su hijo, profetizando para él la misma suerte. La separación entre el Cielo y la Tierra es una figura recurrente en los mitos de la creación. Cronos se une a su hermana Rhea, de la que tiene seis hijos a los que devora uno por uno. Cronos es la personificación del Tiempo que todo lo destruye. Sólo uno se salva: Zeus, quien, tras derrotar a Cronos en una guerra de diez años, cumple la profecía y da comienzo a la dinastía de los dioses olímpicos.

El mito de la creación del Hombre es protagonizado por Prometeo y Epimeteo, hijos de Japeto, uno de los titanes. Prometeo moldea una estatua de barro y roba el fuego sagrado de los dioses para darle la vida. Por este acto de bondad creadora, será sometido a atroces torturas. El pecado original toma forma en la Caja de Pandora y el tema del diluvio universal aparece explícitamente en el mito de Deucalión y Pirra. Otras versiones antiguas acerca del Gran Cataclismo están relacionadas con el mito de la Atlántida.

Para los antiguos Egipcios la creación tenía que ver con la fertilización de la tierra por las aguas del Nilo. Las versiones más antiguas narran que, del “montículo primigenio”, centro de la creación y personificado en el dios Tatjenen, se genera Atum, el señor de la Ciudad del Sol, del que nacen Shu (el Aire) y Tefnut (la Humedad). Estos últimos engendran a Geb (la Tierra) y a Nut (el Cielo), de los que nacen Osiris (el Orden) y Set (el Caos) con sus respectivas esposas, Isis y Neftis. Otras versiones cuentan que una guerra entre ocho divinidades primigenias (4 masculinas y 4 femeninas) genera un gran cataclismo. De eso surgiría el montículo primordial conteniente el huevo cósmico del que nace Ra, el dios del Sol. A nivel simbólico, pueden encontrarse similitudes entre este mito y la moderna teoría del Big Bang. Todas las noches Ra, asumiendo forma de gato, lucha contra la serpiente Apofis, símbolo del Apocalipsis. Las pirámides representan el montículo primigenio y el regreso del faraón hacia el Sol después de la muerte.

Para los antiguos Chinos, es la separación de los opuestos, el Yin y el Yang, lo que da forma al Universo. Dentro de la teoría del Big Bang, se vuelve a encontrar el tema de las simetrías, aunque, según la Cosmología moderna fue precisamente la ruptura de dichas simetrías lo que hizo que la materia domine sobre la antimateria y se separe luego de la radiación para que las partículas elementales puedan existir por separado.

En la mitología Hindú existe una enorme variedad de mitos de la Creación. Se repite la creación del Orden a partir del Caos y, en numerosas versiones, el acto creador toma forma de sacrificio. El ser primigenio se divide o es cortado en pedazos, formando así el cielo, la tierra y todas las criaturas vivientes. Otros mitos cuentan como Brama, el primer dios y principio creador, aflora de las aguas en un huevo dorado. Brama nace y muere en ciclos continuos de destrucción y resurrección que duran millones de millones de años. El orden cíclico de la Naturaleza representa un tema central de la filosofía hindú. Existen modelos cosmológicos modernos que soportan la idea de un universo pulsante. La misma teoría del Big-Bang prevé, como una de las posible soluciones, un universo cerrado que, alcanzada la máxima expansión, acabaría en una “Gran Implosión” (Big Crunch). Un nuevo universo surgiría así de las cenizas del anterior, como una especie de Ave Fénix. La figura central de Brama como principio creador es posteriormente suplantada por Visnú, la divinidad conservadora, de la que brota, dentro de una flor de loto, el propio principio creador. Ésta última, a su vez, se inclina antes la superioridad de Siva, Señor de la vida y de la destrucción, la divinidad que mejor encarna la naturaleza cíclica del Universo que es la base de la cosmogonía hindú.

El Cosmos, en una de sus representaciones más antiguas es descrito como un inmenso océano de leche, rodeado por la cobra sagrada, o “serpiente de la eternidad”. En el océano nada una enorme tortuga y, en su caparazón, cuatro elefantes se encargan de sujetar la Tierra (obviamente plana) por los cuatro puntos cardinales…

Hace tan sólo 3.000 de los 13.700 millones de años de vida de este universo, los elefantes sostenían el mundo.

En el año 2007 d.C., los mitos ya no pueden explicar de forma satisfactoria el Universo, pero siguen siendo válidos en su simbolismo.

Vivimos pues en un mundo donde los elefantes ya no son los de entonces…

(*) Laura Ventura es astrónoma de ESO Chile (European Organisation for Astronomical Research in the Southern Hemisphere) dedicada a labores de extensión. El presente artículo es una versión aumentada del texto del mismo nombre aparecido en http://www.caosyciencia.com, publicación divulgativa del Instituto de Astrofísica de Canarias.