La realidad es monstruosa

¿Qué es lo que cuenta Lewis Carroll En Alicia en el País de las Maravillas? ¿De dónde sacó estas ideas tan descabelladas y dementes acerca de mundos desquiciados que se doblan sobre sí mismos, repletos de significados torcidos y realidades rabiosamente alteradas? La primera lección que hay que sacar de este libro, que originalmente iba a llamarse Las aventuras subterráneas de Alicia, es confirmar que los textos que exploran la ficción son generalmente los que más se acercan a la realidad como la conocemos. La ciencia ficción, por ejemplo, se comporta naturalmente como una metáfora muy nítida del contexto histórico y la fantasía es un reflejo ampliado de nuestra realidad más cercana. Continue reading «La realidad es monstruosa»

Watchmen y Star Trek: Crónica de una noche con el nerd-set

El 15 de enero asistimos a ver 30 minutos de Watchmen y otros más de Star Trek. Invitados por la United Pictures International, le llevó rico cocktail y la sorpresa de encontrarse con algo que Miguel Ferrada definió iluminadamente como «el nerd-set criollo» en pleno: Alejandro Lecaros, Pancho Ortega, Salfate, Bisama, el mismo Ferrada, Francisca Solar, el Dr. Zombi, y una pléyade de luminarias que seguramente tenían algo en común: en algún momento de sus vidas jugaron con un sable láser (quizá algunos todavía jueguen con uno cuando nadie los ve). La verdad es que parecía un jardín infantil o la versión grown up de los Rugrats Continue reading «Watchmen y Star Trek: Crónica de una noche con el nerd-set»

Battlestar Galactica nos habla de nosotros mismos

A ver, dicho en fácil, alto y claro (¿están todos escuchando?), aquí va: Battlestar Galactica es la mejor serie de ciencia ficción de toda la historia conocida, sin duda. El capitán Kirk puede ir al bar a llorar en compañía de Darth Vader y el Doctor Who, porque lo que es aún peor, Battlestar Galactica (BSG de ahora en adelante) no sólo ocurre en una galaxia “far, far away” llena de naves, lasers, guiones espectaculares y androides cyborg, sino que ha ido “dónde ningún otro ha ido antes” en complejidad, dramatismo y temática. Ahí donde otras series se preocupan del traje de lycra y el aparatito intercomunicador, BSG se interesa en las dinámicas internas de una tropa atravesada por el dolor y el heroísmo, la bajeza y la cobardía. Continue reading «Battlestar Galactica nos habla de nosotros mismos»

SYNCO: Fragmentos selectos

Fragmento 01
CCC.t-Syn-0923.scl 21:54:18

«The coup that failed. Pinochet vs. Merino, confronted archetypes in latin american military history», Time, article by Mike Wilson, 1976.

«Al parecer, alguien al interior del Ejército, que nunca ha logrado ser identificado, alertó a la Armada de los inusuales movimientos de tropas durante la madrugada del 10 de septiembre, todos en dirección a la costa. Continue reading «SYNCO: Fragmentos selectos»

Eclipse de Stephenie Meyer: Un mito degradado

Eclipse - Stephenie MeyerDebería comenzar hablando de Stephenie Meyer y de su libro Eclipse, pero voy a empezar hablando de HP Lovecraft y Buffy, la cazavampiros.(*)

Lovecraft dice en El horror en la literatura que todos los arquetido del terror tiene un inicio ominoso, en las profundidades más oscuras al interior de las cavernas del ser; con el tiempo se convierten en mitos conscientes personificados en mitologías y religiones y luego pasan al estado de leyendas rurales, para terminar como materia de aventuras y, finalmente, como parodias inofensivas de sí mismos. Nada mejor que los vampiros para ejemplificar esta debacle natural. Lo que comenzó como el terror del hombre de ser absorbido síquica y físicamente por alguna entidad cósmica, hasta verse convertido en el esclavo eterno de lo maligno, continuó como el horrible mito de los Nosferatus eslavos, derivó en vampiros literarios, en un Christopher Lee vestido de frac, hasta llegar a Buffy, serie de televisión -y originalmente una película- acerca de una adolescente preocupada de la ropa y sus espinillas. Continue reading «Eclipse de Stephenie Meyer: Un mito degradado»

Arthur C. Clarke entra al monolito

Clarke
Fue un autor de ciencia ficción hard y hoy – sin embargo – es recordado por 2001, Una odisea espacial. Ya muerto, sir Arthur bien podría ingresar a ese monumento lleno de estrellas que es símbolo de esta obra metafisica.

por Jorge Baradit (*)

Arthur C. Clarke ha muerto. Me resulta extraño escribir la frase. Es como si se muriera la Luna, algo que siempre ha estado ahí. Algo impensable. Como si se hubiera muerto el futuro.

Con la partida de Clarke, se va uno de los últimos grandes nombres de la era dorada de la ciencia ficción, aquellos que veían el futuro como un gran espacio en blanco donde todo era posible, donde se podían escribir las mejores páginas de la historia de la humidad gracias al entonces aún pristino espíritu cientifico. Un futuro pleno de avances que sanarían todas las enfermedades, acortarían el tiempo y las distancias con una visión más parecida a la que guió la conquista del oeste norteamericano o a los viajeros del Renacimiento, que enfrentaban el infinito en lugar de mirarlo protegidos a través de una ventanita de LCD, como lo hacen los geek emo de hoy.

Clarke fue un hombre del siglo XX. Nació en 1917, cuando todavía no se apagada el fuego en las trincheras de la gran guerra, vivio el asedio de los fascismos y participó en la segunda guerra mundial como instructor de radar para la RAF. Una vez terminado el conflicto, entró al King’s Collage, Londres, en 1948, terminando con honores sus estudios en física y matemáticas, listo para enfrentar la gran aventura que en esos años parecía abrirse para la humanidad: el espacio y un futuro de bienestar, expresado en el inagotable avance de la ciencia y la tecnología.

Fue un autor prolífico, No hubo aspecto de la ciencia ficción que no abordara con éxito, sobre todo en sus relatos cortos, donde desplegó lo mejor de su talento. Cuentos como Los nueve mil millones de nombres de Dios, Encuentro con Medusa y, por supuesto, El Centinela, son joyas del género plagiadas hasta el cansancio por generaciones de autores fanáticos.

Clarke - ArmstrongSin duda, el momento que marcó a Arthur C. Clarke como un autor que transcendió el cerrado mundo de la ciencia ficción fue su colaboración con Stanley Kubrick para 2001, Una Odisea Espacial. No todos saben que la novela fue escrita a la par de la película y que incluso puede decirse que el libro es una novelización de la obra de Kubrick. Convertido en la personificación de la ciencia ficción, fue elegido para narrar misiones Apollo y presentar programas sobre futurología y tecnología de punta hasta bien avanzada la década de los 90.

Es quizá este último aspecto el que más me llama la atención, personalmente y como escritor de ciencia ficción. El autor a quien se considera uno de los más preclaros exponentes de la ciencia ficción hard (preocupada de la coherencia científica de sus creaciones), incluso reconocido por haber inventado el concepto de transmisiones globales a través de satélites geoestacionarios, fue finalmente reconocido, por el público fuera de género, como el autor preocupado por las profundidades metafísicas e incluso religiosas que podían detonar los avances tecnológicos. 2001, Una Odisea Espacial, es una obra plagada de signos y símbolos religiosos, cabalísticos y esotéricos, donde las preguntas acerca de la divinidad, la vida artificial y lo humano trascienden las aparentes preocupaciones por la acuciosidad científica; desarrollando viajes que más parecen experiencias con ácido, y encuentros con inteligencias extraterrestres que parecen teofanías o estados alterados de conciencia. Clarke es para mí el paradigma divulgador científico del siglo XX, que abrazó la ciencia como la gran dadora de respuestas sólo para chocar con la frontera del espíritu, ese gran dador de preguntas, y descubrir que ni la ciencia, ni la tecnología, ni el progreso son la solución par las preguntas del alma.

Lo siento por quienes detestan los lugares comunes en los obituarios, pero no puedo dejar de pensar en que en una de las últimas escenas de 2001 vemos a un anciano enjuto, tullido en una silla de ruedas, tan enfermo como el mismo Clarke vivió sus últimos años, enfrentándose por fin al infinito, entrando en él y encontrando todas las respuestas que seguramente nunca pudo tener en vida. Es decir, mi yo niño, que alucinó con sus historias, desea con todo el corazón que Clarke haya podido entrar en el monolito lleno de estrellas, que no me cabe duda flota ahí en el espacio, en la órbita de Saturno.

(*) Publicado en La Tercera Cultura, sábado 22 de marzo de 2008.

Santiago


Nadie los vio venir. Solo unos silbidos lejanos, que fueron haciéndose cada vez más audibles. Un rumor que hizo que los santiaguinos salieran a sus balcones buscando un lejano avión, o un temblor quizá, de esos tan comunes en estas tierras. De pronto esos mismos santiaguinos se vieron envueltos en monstruosas bolas de fuego que los calcinaron de golpe, a ellos, a sus familias, a barrios completos. Decenas de explosiones prácticamente al unísono barriendo la capital en puntos estratégicos y relevantes. Un zeppelin cruzó la capital lanzando una proclama por altoparlantes que nadie entendió. Dos F-16 de la Fuerza Aérea chilena atravesaron el cielo capitalino de lado a lado y tres segundos después el zeppelin estalló ruidosamente en el aire. Nunca se supo quiénes habían sido, qué armas usaron, ni cuáles eran sus reivindicaciones. Los restos del zeppelin fueron cuidadosamente recogidos por agentes de la NSA y especialistas de investigaciones de Chile, y trasladados a Washington de inmediato.
El trazado de las explosiones formaron la palabra EMETH.
Restos de periódicos que cayeron del zeppelin contenían una fecha: 1932.
El gobierno desvirtuó la autenticidad de esos papeles denunciando un montaje.

Imagen ®Carlos Eulefi

..

Elroy, el fotógrafo 02

Camahueto NGC-00456
Foto tomada el 11 de Febrero de 1951, Chiloé
Ejemplar de Camahueto (Monoceras Amphibious)en estado post-frenesí, tomando sol sobre un lecho de algas. La criatura observó curiosa a la cámara antes de zambullirse en el mar.
Camara: Rolleiflex Automat

Foto tomada en Diciembre de 1954, Sótano del Museo Nacional de Historia Natural (Quinta Normal, Santiago)
Feto de «Vultur Sapien» fechado en 1949, resultado de proyecto de hibridación financiado por el Gobierno radical de la época. El interés por crear una fuerza de trabajo animal, barata, para el proceso de industrialización del programa de gobierno de don Pedro Aguirre Cerda.
El proyecto fue cancelado por las presiones del Cardenal José María Caro, aunque es de conocimiento público que al menos uno está conviviendo, desde hace unos años ,con la ciudadanía en algún punto periférico de la Capital.
Camara: Folding Contessa 35

Después del derrumbre de su carrera y expulsión del FotoCine Club en 1950, Carlos Elroy continuó con su pasión fotográfica de manera independiente, a veces financiado por la Directiva del Museo Nacional de Historia Natural (Quinta Normal, Santiago), que estaba al tanto de la existencia de las «cosas innaturales» que retrataban sus fotos. Esta relación continuó hasta entrada la década de los ’60, cuando Carlos descubrió que la razón para financiarlo era tener el control sobre su material e impedir su divulgación.

montajes fotográficos ®Carlos Eulefi

texto de CARLOS EULEFI

Elroy, el fotógrafo

De los archivos del fotógrafo Carlos Elroy, conocido profesional de la prensa desaparecido desde 1991.


CE-000483
Foto tomada el 20 de Abril de 1943 en las cercanías de Puerto Williams, Región de Magallanes.
Posible expedición a la Antártica chilena en busca de una entrada a la «Tierra Hueca»(también conocida como expedición «Nova Germania»).

Cámara: Leica IIIC
Fotógrafo: Carlos Elroy

_____________________________________________________

CE-000673
Ampliación de foto tomada el 7 de Mayo de 1950, Chiloé
Avistamiento de ejemplar de Pincoya (Siren Chilensis).
Esta fue la imagen que llegó a la prensa y finalmente destruyó la carrera del fotógrafo.

Cámara: Rolleiflex Automat
Fotógrafo: Carlos Elroy

_______________________________________________________

CE-000284
Foto tomada el 12 de Junio de 1983, La Calera, Quinta Región
Ente Luminoso que se manifestaba constantemente en la zona, La Iglesia atribuía dicha manifestación a la Virgen de Fátima.
El Gobierno Militar acordonó la zona e interrogó a testigos, confiscando material fílmico y fotográfico, nada debía interferir con la operación «Villa Alemana» (esta es una de las pocas copias que sobrevivieron).

Cámara: Nikon-F3
Fotógrafo: Carlos Elroy
___________________________________________________________

«Uno nunca sabe con lo que se puede topar a la vuelta de la esquina,
hay que tener siempre el dedo en el disparador»
Carlos Elroy 1925-1991

Montajes fotográficos ®Carlos Eulefi «kaek«

texto de CARLOS EULEFI

Santa María


Desde la escuela, el Rucio, obrero ardiente, responde sin vacilar, con voz valiente, sin quitar los ojos de la mirada indiferente y orgullosa del perro de mierda que tiene al frente.

* Usted, señor General, no nos entiende. Seguiremos esperando, escuche bien, así nos cueste. Ya no somos animales – los obreros alzan un “¡NO!” al caluroso cielo iquiqueño.- ¡Ya no rebaños! Levantaremos la mano, el puño en alto.
Vamos a dar nuevas fuerzas con nuestro ejemplo. Y el futuro lo sabrá…se lo prometo.

El pampino le da la espalda unos segundos al militar para mirar a sus compañeros. Decirles que no pierdan el coraje, que no tengan miedo. Qué es mejor morir antes de seguir viviendo en las condiciones miserables que habían sido condenados a soportar. Morir antes de cederles la condena a sus hijos y nietos. Antes de que la gente al poder permanezca ahí, ignorando las dolencias del pueblo y dejando que las necesidades de la gente pobre sea pisoteada por sus intereses de lujo y más, más poder. Todo eso les dijo con sus ojos ígneos, y los obreros y sus mujeres y niños entendieron el mensaje, se fortalecieron de confianza y palmaron la espalda del Rucio con sus espíritus desgastados por el sol en desierto grande y sus rostros secos, quemados por la sal. El hombre volteó hacia el señor Silva Renard, nuevamente y dijo:

– Y si quiere amenazar, aquí estoy yo. Dispárele a este obrero al corazón.

Roberto Silva que lo escucha no ha vacilado, con rabia y gesto altanero le ha disparado, y el primer disparo es orden para matanza y así habría comenzado el infierno con las descargas, si no fuera porque la bala chocó contra el pecho del rucio Olea y cayó humeante delante de sus pies.
Los militares se miran desconcertados. El obrero se quita la camisa y revela una especie de pectoral de acero en donde del disparo solo está el rastro de una mancha grisácea.

* ¿ Que si no acatamos ordenes lo sentiremos?

Luís Olea mueve sus manos señalando a sus compañeros que es la hora. Cada uno de las más de 20.000 personas, incluyendo obreros y sus familias, comienza a armarse de la nada. Aparatos que no caben en la limitada inteligencia militar apuntan a sus cabezas. Los rostros de hombre mujeres y niños han sido cubiertos en segundos por yelmos de color cobrizo y bajo sus ropas también cargan pieles de metal.
– ¡El general es mío!- grita el Rucio, y con su voz se despiertan las de los que han debido callar por mucho tiempo. Luego salta sobre los hombros de Silva y de sus muñecas armadas emergen cuchillas que cercenan sus brazos. Los obreros arremeten contra los uniformados y éstos a su vez, aun confusos, disparan y ametrallan sin dirección ni concierto.
Ruidos metálicos orquestan la tarde en la escuela Santa María de Iquique, como si de una batalla medieval se tratase.
Los niños aguardan dentro y fuera de la escuela. Esperan un llamado que no desean, el de ser utilizados como refuerzos. Ven a sus padres y madres disparar con máquinas doradas que expulsan vapor y llevan sellos en un idioma extranjero grabados en sus costados. Los ven utilizar lanzallamas a petróleo que cargan en pesadas esferas de hierro a sus espaldas bajo mochilas de lana. Ven a unos pocos, al parecer más ágiles y hábiles que la mayoría, manipular largos machetes y espadas. Su movimientos no se ralentizan con las armaduras pues las suyas están hechas para ello, para ser la punta de la flecha obrera. Y el rucio es uno de ellos.
El general apenas puede hablar por el dolor, pero oye cada palabra de su victorioso Némesis anarquista. Y ve sus ojos, esos ojos de furia, de seriedad asesina. No parece demasiado cómodo con lo que hace, pero sabe que debe hacerlo. Y lo que dice se hace escuchar por todo el campo de batalla, por todo Iquique y luego todo el norte del país.

* Esto no es ni será una comedia, jamás inventamos nuestra miseria. Entendemos nuestros deberes, pero no son hacia ustedes, quienes son los verdaderos ignorantes. No perturbamos el orden, nosotros lo somos. Y no hay mal que pueda ya sorprendernos.

Usted, señor, quien nos dice ladrones porque exigimos respeto, dignidad y la vida que por vivir merecemos, quien nos llama traidores por no acatar las ordenes de los que no tienen que trabajar todo un día quemándose la piel oscura para entregarle una mugrienta ficha a sus hijos, usted gran señor, no sabe que su tiempo ha acabado. El suyo y el de sus cómplices, y que nuevos vientos vienen soplando desde todos los rincones del mundo, vientos que borrarán lo sucio, lo viejo y podrido, el egoísmo que se traga al mundo. Quizás, si las cosas no hubieran sido como son hoy, quizás luego de que usted llevara a cabo la masacre que pretendía, conservaría su puesto importante y seria reconocido como héroe y llamarían cobarde a quien le ofendiera o quisiera venganza. Pero no, las cosas no saldrán así pues somos el primer suspiro de la tormenta que se avecina, señor.

Antes que el rucio acabara su discurso, el general había muerto desangrado. Con su muerte, la mayoría de los militares se rindieron y cedieron sus armas ante la obrerada y sus vidas fueron perdonadas, utilizados como rehenes contra las tropas que seguramente llegarían a ese nuevo territorio liberado, el primero de muchos por venir.

El rucio, cansado, miró el tejado de la escuela. Una figura humana y oscura, contrastada por la luz del sol que se escondía de a poco, estaba sentada y parecía sonreír, o eso sintió Luís, quien levantó su mano y saludó al hombre. Su hijo, que descubría su cabeza y caminaba a abrazar a su padre, preguntó quién estaba parado allá arriba.

– Son nuestros sueños.- dijo.

Autor SEBASTIAN GUMERA