Gatos y zombies

Estuvo a punto de volarse los sesos a veinte metros de haber salido a cumplir su última misión. No lo hizo. No podía ser tan débil e imbécil. Tenía que vengarse de una vez, y no le importaba ni un comino la promesa de los mil años de paz. Se los podían meter por donde quisieran.

Las calles estaban vacías y, lo que había sido hermosas carreteras y ordenadas pasos residenciales, se asemejaban a senderos en el medio de un desolado desierto. “Sólo faltaban los pajarracos grandes para hacerlos cagar a tiros”, pensó.

Habían transcurrido casi tres horas desde que perdió de vista su vieja casa. Su nuevo Rolex, que había encontrado en el automóvil del dueño del centro comercial, brillaba poderosamente a la luz del sol, pero el calor lo estaba cansando más de lo pensado. Sabía que en algunos minutos más no tardarían en hacerse notar los primeros perros.

Aquel camino ya lo había hecho antes y siempre era lo mismo. Estaba listo.  En la mano derecha la pistola y en la izquierda varias balas. Sus bolsillos estaban repletos de balas.

Él iba a ser una bala.

Dos Dobermann  y un Rottweiler aparecieron atemorizantemente por una esquina. No ladraban, no había por qué, mostraron sus dientes y se abalanzaron de inmediato sobre Vicente. Cinco certeros tiros y materia gris, intestinos junto a sangre y huesos de perro, mojaron el lugar. Rió satisfecho, su venganza estaba comenzando.

Antes de perderlos de vista alcanzó a oír el mosquerío que se había hecho presente.

“Ahora hasta la podredumbre es más rápida”, pensó. Cargó las balas  y bebió un sorbo del licor que traía. “Dejaron un buen sistema de limpieza esos infelices”, pensó.

Aún recordaba a toda su familia despedazada bajo cientos de miles de luces candentes, y a los seres de ojos profundos llevándolos, metódicamente, sin ningún atisbo de sentimiento en su brillante rostro, a los grandes destellos que flotaban sobre las ciudades y que dejaban ciego al que osaba mirar.

Nadie se había percatado el aviso, ni de las señales, que durante muchos años fueron evidentes para muchos de los salvados. El hombre y su estúpida sensación de eternidad fueron su peor enemigo; su soberbia y su ceguedad, en la supuesta civilización de mentiras, idiotez y olvido. “Sí, porque nos olvidábamos de todo en una supuesta carrera a una meta que nadie conocía con claridad” — pensó —, “hasta que ya era tarde y no había piernas para otra carrera”.

Pero ahora estaba él para terminar con algo de esa farsa. Comenzaría primero a matar a esos despreciables animales que se habían dedicado a aullar noche tras noche antes de la llegada. Ellos sabían, todo este maldito planeta sabía y las naciones jugando a ser inmortales hasta el último momento.

Luego de acabar con ellos se le ocurriría algo, además, debía buscar compañía; actuar solo no siempre era recomendable en este tipo de situaciones.

A lo lejos, entre los árboles de un antiguo parque, le pareció ver una luz tenue, muy tenue. Tendría que ir por entre los arbustos y demás árboles. De su mochila sacó su linterna y  entró en el matorral.

Algo había entre esa oscuridad que lo inquietaba. ¿Lo vigilaban?, ¿se encontraba alguien a sus espaldas con un arma?, ¿caería en una trampa? No, ahora ya no, el mundo no era así, ahora todo era… al volverse hacia atrás, vio algo que lo dejó sin aliento, y eso que las cosas que él había visto desde el día hasta ese momento eran bastante atemorizantes. Pero ver al dobermann, que hace algunas horas le sacó los intestinos de un balazo, caminando tras él, con los ojos blancos y mostrando todos los dientes llenos de baba, sesos y sangre, en una posición que no era de juego, no lo tranquilizó en absoluto.

Apuntó con su revólver al horrible can y volvió a disparar varias veces a lo que quedaba de cabeza. El animal cayó sobre la húmeda tierra.

— Con uno bien dado, hubiese sido suficiente.

La voz venía desde lo alto, por los árboles.

— ¿Quien está ahí?— preguntó, Vicente, con la voz firme y cargando su pistola otra vez.

— Con seguridad no un perrito, ya que esos retardados no son capaces de hablar, y menos pensar lógicamente —. Vicente notó que la voz era muy delgada para ser de un hombre y definitivamente no era la de una mujer o un niño.

— ¡Baje inmediatamente quien quiera que sea!, contaré hasta diez, si no disparo —. Apuntó con la linterna hacia lo alto de los árboles —. Uno, dos, tres… baje o lo reviento, recuerda que ya no hay nada más después de esta vida… cuatro…

— Para nosotros nunca ha existido nada más, hombre.

— Cinco, seis…

— Además, ya casi nada importa…

— Siete, ocho, nueve… ¿queee? — Frente a él, un gato gris movía su cola graciosamente y parecía sonreír.

— Últimamente las cosas han cambiado, ¿no lo cree?, mmmmrrrg…

2

La luz, que tanto había intrigado a Vicente, provenía de un farol sobre una muralla casi totalmente destruida. Esta terminaba en los cimientos de lo que alguna vez fue un lugar para comer pizzas u otra comida rápida.

Pasaría la noche con el animal en un rincón del antiguo lugar, ya que le extrañaba de sobremanera el motivo por el cual ese foco permanecía encendido. Supuestamente en ese sector no había electricidad. No cuadraba.

— ¿Qué eres y a dónde vas?— preguntó por fin, Vicente.

— Gato, y voy a la nueva ciudad —. Fue la escueta respuesta del felino.

— Me puedes explicar el por qué hablas. Para mí, sólo eres un experimento o una abominación de mierda dejada por los celestiales.

— No lo sé. Solamente deseo llegar a la ciudad para estar a salvo de los canes y lobos. ¿Sabías que cerca de aquí hay un lugar al cual llaman La Perrera, en donde varios hombres crían lobos y perros para cazar?

—Pero, ¿cazar qué?, si no hay nada para cazar. Además, nos cae el maná del cielo día a día —. Rió irónicamente.

— Hombres, zombis y a veces los pocos lagartos y loros que quedan. Veo que estás un poco atrasado en las noticias. Ya no todos mueren, algunos, según dicen, salen de la muerte por obra de la nunca derrotada oscuridad. Como tu perrito — contestó el felino, con mirada fija en la mochila de Vicente.

Despertar solo en aquel mundo devastado y sin destino no era agradable, si a ello le agregamos unos pelos fétidos en la cara y un lamido fino, corto e insistente en las orejas; no existían palabras para describir el hastío de una nueva mañana.

— Buenos días, señor hombre — fue el saludo de bienvenida del nuevo “compañero” de Vicente —, afuera aún hay maná de la madrugada. Sólo cumplo con avisarle, para que no tenga hambre después.

— Gracias — contestó,  el hombre, con notable desgano.

Se desperezó, y con la pistola lista para ser usada en cualquier momento, salió al exterior. Estaba nublado y el maná se deshacía con las gotas del rocío.

“Hasta cuándo nos tirarán migajas estos hijos de puta”, pensó Vicente; se agachó y tomó un puñado del blanco alimento y se lo echó a la boca. “Hubiese sido mejor que nos dejaran hacernos mierda de una vez por todas”.

— ¿Sabes de dónde viene lo que mantiene este foco prendido?— preguntó Vicente, a sabiendas de que el felino estaba tras él.

— No sé lo qué es un foco.

— Eso que está ahí, la luz — apuntó con la pistola a la fuente de la luz.

— Ah… eso. Mmmh, grrrrr, no lo sé. ¿De ahí sólo sale luz, no?

—Parece. Y eso es lo que quiero averiguar, ¿entendido?

— Sí, compañero, obedezco, mmmh —. El felino subió a un pequeño naranjo y esperó que Vicente saliera de las ruinas con su bolso.

— ¿Qué sucede?— preguntó.

— Lobos — contestó el felino —, más de tres, observa las huellas al borde del ese charco. Dan una vuelta a este y se dirigen hacia la dirección en que veníamos, mmmh.

— ¿Y eso?

— Deberían estar tras nosotros, o en el peor de los casos, rodeándonos.

— Entonces avanzaremos rápidamente para que nos sigan y los matamos — respondió, Vicente, ansioso y buscando en todas direcciones algún indicio de los lobos.

El gato se limpió la cara y sentado observó a Vicente sin emitir sonido alguno.

— ¿Algún problema, gato maricón? — Vicente realmente estaba sintiendo deseos de volarle la cabeza a ese animal entrometido y petulante.

— La verdad, hombre, es que mi actitud sexual en esta “Era Oscura” no es de tu incumbencia, aparte, que no veo una hembra hace mucho tiempo, por lo cual, creo que debieron haberlas eliminado ya, y no es de mi agrado revolcarme con otros gatos. Ahora —, miró desafiantemente al hombre — ¿sabes que esos lobos, no son lobos comunes?

— ¿Qué hay con eso? — preguntó de nuevo, Vicente.

— Tienen cascos y corazas…

— ¿La pistola…?

— La pistola no nos ayudará mucho, hombre, tendrás que ver otro método.

— ¿Y qué? — Preguntó, Vicente, ya sintiendo un angustiante cosquilleo en su espalda.

— Tú, solo, nunca lo hubieras sabido.

En el momento que Vicente, lleno de hastío, escupió al suelo, sintió tras de él  un rumor lejano. Al voltear la cabeza vio, como una jauría de cinco lobos, cubiertos de escudos, se aproximaban rápidamente hacia él desde unos doscientos metros.

— ¿Qué mierda debo hacer ahora? — preguntó desesperado al felino que observaba hacia la jauría con la cola en alto y los pelos enrizados.

—  Le temen al fuego, ve cómo puedes hacer mucho fuego. Y que sea rápido.

Vicente observó en segundos todo lo que lo rodeaba, hasta la misma jauría que se aproximaba vertiginosamente envuelta en una nube de polvo y tierra. Preparó lo más rápido que pudo su pistola —que no iba a ser de mucha ayuda con las protecciones que traían esos animales—, de pronto, a unos cincuenta metros, la jauría se detuvo y un lobo prosiguió en solitario el camino hacia donde se encontraba Vicente. La espera pareció durar eternamente hasta que el animal se detuvo a dos metros de donde él y el gato aguardaban.

— Hombre, ven con nosotros — dijo el lobo, que llevaba una armadura plateada  y brillante, con una voz impecable, casi humana.

— ¿Para qué?, ¿y quiénes son… ustedes?

— Lobos guardianes— respondió —. Te hemos seguido para que vengas junto a nosotros.

— ¿A dónde me quieren llevar? — Preguntó, Vicente.

— Donde los hombres, lejos de la infección maligna — contestó el lobo —. Deja al gato aquí, mis compañeros se encargarán muy bien de él.

El gato emitió un maullido socarrón y bajo, mientras se acercaba a los pies de Vicente.

— Hombre — continuó el lobo — ven. Hay otros como tú más allá de las montañas, en la nueva ciudad.

— ¿Acaso ustedes no vienen de ese lugar al que llaman Perrera? — preguntó, completamente entregado a los acontecimientos, Vicente, mirando a los otros animales que se encontraban más atrás.

— No, y no tenemos ninguna intención de acercarnos ahí. ¿Vienes  con nosotros o no?

Vicente, sintió como el gato subía por su espalda hasta llegar a su hombro.

— Si tienes buena puntería le puedes disparar a un ojo, sólo desea cenarte — le susurró el gato al oído.

Vicente, sin pensarlo y, llevado por la sutil maniobra del felino, disparó al ojo. El animal cayó tieso hacia un costado. Los demás lobos se replegaron y observó como venían corriendo velozmente hacia él por ambos lados.

Sus pisadas sonaban como motores al correr. Había confiado en un estúpido gato y ahora iba a morir despedazado por cuatro lobos furiosos, por imbécil. Poco a poco el retumbar de las pisadas de los animales hicieron vibrar el arenoso suelo en que se encontraba, por cada paso de aquellas bestias se cruzaron imágenes de su vida pasada. Como que si acaso su nueva vida mereciera llamarse como tal.  Su casa, trabajo, familia y amigos cruzaron su mente como nunca antes le había ocurrido. Definitivamente había echado a perder todo lo que había logrado en esos años de solitaria subsistencia. Podía distinguir los ojos furiosos de los lobos, ojos de venganza y muerte, ojos sin sentimiento de piedad o perdón. Ojos de celestiales.

Dos explosiones hicieron volar por los aires a los lobos. Cayendo, uno, a escasos centímetros de sus pies.

Sobre la cabeza de Vicente una máquina voladora se sostenía en el aire. Algo semejante a un helicóptero, con dos hombres, comenzó a bajar.

“Aquel era el ruido de motores”, pensó, Vicente, mientras el felino efectuaba rápidos círculos alrededor de él, dando las gracias a los hombres que descendían.

— ¿Tienes idea de quienes puedan ser, gato de mierda? — Preguntó, sin mucha alegría, al observar a los tipos que descendían del  ruidoso aparato.

— Puede ser, bgrrrr… — contestó el gato, mientras corría al encuentro de los desconocidos.

No era que Vicente fuera poco sensato. Por algo había sobrevivido todos esos años, pero haber hecho lo que el felino dijo, no lo tranquilizaba en absoluto. Sabía que había cometido un gran error. Ahora, el maldito animal se lanzaba a los brazos del tipo más alto y de barba roja, como gata de prostíbulo. Quizás los lobos no eran tan enemigos como el felino le hizo pensar. Debería actuar con más cuidado de ahora en adelante. Definitivamente.

Le seguiría el juego al infeliz.

3

Era obvio que los que lo transportaban no tenían ningún tipo de intercambio pacífico con aquellos extraños lobos. Y más obvio era que los lobos tampoco confiaban en el felino. No contaron con el helicóptero, ni con la puntería del estúpido hombre. También, era obvio que en la Perrera no cazaban gatos, ya que el felino iba con ellos.

— ¿La mujer es tu pareja? — preguntó Vicente, tratando de demostrar que no era un idiota y que deseaba mantener una grata conversación con ellos. Lo cual no era verdad, pero necesitaba mantenerse a salvo.

— No —. Contestó el hombre mientras mantenía los controles de la máquina en sus manos —. Pero si quieres puedes joder con ella cuando lleguemos, no hay problema.

La mujer le sonrió y se apretó un pecho.

— Esta noche te puedes quedar conmigo — dijo. Volteó la cabeza y se puso a observar el atardecer.

Llegaron aproximadamente en un poco más de media hora. El lugar, no era tan fuera de lo común a lo que Vicente estaba acostumbrado a ver: Chozas grandes y pequeñas, algunas casas de perros, dos grandes estructuras semejantes a establos y una piramidal a donde terminaba la “calle” principal. Todo, eso sí, rodeado por una gran cerca metálica. Con seguridad electrificada, dado los trasformadores que observó… había luz artificial.

Luego de beber algo junto a sus dos “rescatadores” y el felino, en lo que llamaban bar comunitario, Vicente se dirigió, gentilmente escoltado, a lo que parecía ser una suite. En ella lo esperaba Tao, Tatiana, como vino a saber después.

La mujer tenía un aliento de mierda, pero igual hizo que Vicente tuviese un par de orgasmos de verdad luego de quince años.

Despertó amarrado y desnudo. El gato lo observaba desde el rincón de la habitación mientras se lamía las patas y luego se las pasaba por la cara.

— Buenos días, Vicente — lo saludó el gato —, veo que estás algo liviano de ropa.

— ¿Qué han hecho con mis cosas, gato maricón? — dijo Vicente con toda la ira que podía demostrar en su actual estado.

— Brrrr…, ya te dije que no tengo inclinaciones sexuales de ese tipo, mmmh — respondió el felino mientras se dirigía hacia el hombre  —.  Pero contestando tu pregunta, las prendas y víveres con seguridad fueron a dar a las manos del Alcalde.

— ¿Alcalde?, ¿que es esta porquería, una mini ciudad? — Miró al gato directamente a los ojos —. Sabía, animal de mierda, que eras un mentiroso y un traidor repugnante. Más encima, un mirón.

— Entonces, hombre, ¿por qué no me mató cuando tuvo la oportunidad, mmmh…?

— Espero con ansias el momento, minino.

El gato se detuvo a los pies de Vicente, pasó su liviano cuerpo sobre ellos y luego se sentó.

— ¿Sabes acaso por qué nosotros los gatos siempre hemos sobrevivido a las desgracias del hombre y del mundo?

Estaba desnudo e indefenso, ¿Qué era lo que “realmente” quería ese animal? Había saltado a los brazos de sus actuales captores, con seguridad hasta confabulado con ellos; y su futuro inmediato parecía ser peor de lo que había imaginado al entrar en la máquina voladora, mucho peor.

— No lo sé.

— Sabemos cambiar de bando en el momento adecuado, hombre — respondió el felino —. Huir cuando hay que hacerlo y someternos inteligentemente cuando la situación lo amerite. No por nada llevamos más de ocho mil años en este mundo; y siempre junto al poder, manejando hilos invisibles, ¿ves?, mmmh…

— ¿Qué tiene eso que ver conmigo?, porquería peluda.

— Comenzando, mi desdichado compañero, que no es la primera vez que los alados Celestiales han visitado el mundo, y que tampoco es la primera vez que una hembra humana es cautivada por los atributos sexuales de un prisionero, con lo que traiciona a su amo y señor. ¿Te recuerda algo eso, hombre?

El felino se encaminó hacia la puerta de la habitación y la rasguñó varias veces. La puerta se abrió lentamente entrando la “amiga” de Vicente. En sus brazos, traía ropa, una escopeta y dos pistolas.

— ¿Ves?, a veces las cosas mejoran cuando uno menos se lo imagina, mmmh.

Lo primero que hizo Vicente luego de ser desatado por la tal Tatiana, de ponerse la ropa y ajustar el arma fue apuntarle a la mujer en la cabeza, haciendo que el gato se refugiara bajo la cama que había estado amarrado.

— Sale de ahí gato maricón, ahora sí que te hago mierda.

— Van a venir con más armas y perros, ¡fzzzz! — Contestó el gato bajo la cama —. ¿Qué has hecho humano imbécil, acaso no ves acaso que ella nos puede ayudar?

— Conozco como salir de aquí – dijo lentamente la mujer, con una voz muy fina, casi grotesca.

— Además yo sé donde hay más armas — dijo por último el felino, esperando que el hombre recapacitara de su actitud hacia ellos.

— Veremos qué pasa — dijo, Vicente, bajando la pistola — toma esto como una tregua, gato de mierda.

Por el pasillo escucharon varios pasos. La mujer tomó al felino y se escondió al lado de la puerta.

— Son  dos hombres y un perrito, señor cazador. Espero que esta vez sea rápido, mmmh…

Fue rápido, tres enemigos, tres balas. Nuevamente él era una bala.

No estaba más para juegos.

Bajaron muy sigilosamente de donde se encontraban.

Vicente paró en seco.

— Explícame ¿por qué hiciste que matara al lobo de armadura ayer? —. El gato siguió andando por delante de la silenciosa mujer, eso sí más lentamente, oyó la carga del arma de Vicente. Se detuvo.

— No deseaba que te fueras con ellos, así de simple, mmmh…

Vicente, lo tomó fuertemente de la parte de atrás del cuello y puso la bigotuda cara del felino en frente a la de él. El gato respiraba agitadamente.

— Que no se te ocurra hacerme nada en la cara, Hello Kitty de mierda. Te pregunto de nuevo: ¿por qué no fuimos con los lobos? Estoy seguro que ellos ya te conocían o sospechaban de ti, ya que a mi nada me iban a hacer; porque si así hubiese sido nos habrían matado fácilmente. ¿Me equivoco? Responde, porque hasta aquí llegaron tus secretos.

—  ¿La tregua?

— Esta en receso, ¿entiendes?, contesta porquería —. Vicente lo zamarreó fuertemente.

—  E… el… el alcalde, él lo ordenó… grrrr… yo sólo obedecí, pero… brrrr… pregúntale a ella…

— Silencio — contestó Vicente.

Ahora quedó claro para el hombre lo que acontecía.

El gato, al igual que los otros, era un cazador. El farol sólo había sido el anzuelo, y él, cual pececito, había fácilmente caído en la trampa. Todos ellos buscaban presas para alimentar a lo que tenían en las misteriosas barracas. Él, era solamente una presa más, pero, ¿cuál era la “verdadera” razón  por la qué el felino lo había ayudado a huir? Debía adelantarse a los hechos para mantenerse a salvo. Tendría al felino en la mira, cualquier actitud extraña y lo mataría al igual que a la tipa, que extrañamente poco hablaba y no parecía importarle ir con una pistola apuntándole constantemente la cabeza.

Tuvieron que cruzar por frente a una de las grandes barracas. Dentro de ellas se oían algo semejante a susurros, ruidos de pasos y gruñidos; no eran perros, ni menos lobos.  El olor que emanaba de ese lugar era repugnante.

— Allá, al fondo de la calle, ese especie de pirámide rodeada de pasto. Ahí está él — dijo el animal.

Al acercarse a un par de metros dos tipos fornidos salieron armados con escopetas. Vicente, también los apuntaba con una pistola en cada mano.

— Él lo espera — dijo el que parecía mayor.

Vicente miró al felino, esperando algún tipo de reacción que lo delatara o algo más. El animal no hizo nada. Estaba, al parecer, tan sorprendido como él mismo. Entraron.

Al interior de la estructura piramidal se alzaba una plataforma con un gran sillón dorado, al final de una delgada y alta escala, donde reposaba un cuerpo cubierto por una amplia túnica negra. Subieron los peldaños.

— ¡Este tipo está muerto! — Exclamó Vicente, al percatarse de una mano sin piel ni carne. El Alcalde, era sólo un puñado de huesos sobre un gran trono.

Atónito, Vicente, se percató que tras ellos habían ingresado muchas personas y animales. Estaban todos bajo la gran plataforma, observándolo.

No eran precisamente personas. Ni tampoco animales en rigor, salvo por diez o quince canes, similares al que había matado en la habitación.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó, Vicente a uno de los tipos que los había recibido a la entrada.

— El trono dorado espera por ti, mi Señor.

Al lado de él, sobre el cuerpo en el trono, el felino parecía sonreír.

— Ves, no todo es tan malo, ni lo que creías, hombre, mmmh… Ellos esperaban por ti: por el hombre colmado de odio, por el elegido, por su soberano.

Vicente tomó una escopeta y la cargó con dos tiros mientras se volvía a dar la cara a su extraño público, el cual, emitía gruñidos y fuertes gritos guturales.

Se volvió nuevamente y le disparó a un sorprendido felino que ni siquiera tuvo tiempo de maullar, haciendo que el gato quedara convertido sólo en una mancha sanguinolenta de huesos y pelos.

“Por fin hice mierda al hijo de puta”, pensó Vicente… y se puso la boca del cañón bajo la barbilla…

Sí, los lobos. Quizás, insospechados socios de los hombres sin rencor del mundo, lo habían querido rescatar de aquellos demonios renegados, de aquel reducto ponzoñoso en toda la tierra. Ellos, con toda certeza, siempre habían conocido las intenciones del felino.

La escaza resistencia, la facilidad del escape.

Todo calzaba.

No, no había vuelta atrás. Miró hacia lo alto como buscando una respuesta a todo…

Espero que haya algo más que esta porquería… Y tú, haz algo al respecto, Dios de los mansos. Recuerda que hoy me he negado a gobernar a los malditos en tu contra. Devuélveme mi vida, la que tú y tus alados me robaron”, pensó.

El sonido de la escopeta fue seco y corto. El cuerpo de Vicente cayó escalas abajo dando varios tumbos hasta detenerse a los pies de un animal muerto en vida sin la mandíbula inferior…

Los muertos vivientes fueron hacia él, rodeándolo y recitando una suerte de invocación. Larga y aletargada.

Y él, fue una bala otra vez. Su última bala.

Los cánticos fueron interrumpidos por un golpe fuerte y seco, ya que por la puerta principal, la que había sido abierta enérgicamente, una gran jauría de lobos con dorados escudos se abalanzaba, llenos de furia y determinación, sobre aquellos seres oscuros y carentes de humanidad.

La última batalla del mundo, había comenzado.

Autor: Armando Rosselot
Imagen: ~GermanDark

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