TUNGUSKA 7


Primero eran los juegos en el kindergarden, esas peleas dadas con nuestros cuerpos inofensivos, nuestras manitas blandas y pequeñas como motas de algodón rosado, pero ya había sangre, yo ya había destrozado un rostro ajeno con los dientes, ya nos reconocimos e intuímos que pronto seríamos más. Algunos tuvieron que viajar después por la guerra, otros pasaron un tiempo en los campos de concentración, aterrados de la mano de sus padres. Otros tuvieron una vida burguesa en los colegios de Sudáfrica, mirando al otro lado de la reja a los negros que despreciaban tanto como sus compañeritos igual de blancos que ellos pero que no eran los elegidos.

¿Sabíamos en ese entonces para qué estábamos elegidos? No nos importó, creo. Yo estuve en uno de esos colegios para niños pobres y me salvaron los nuestros, me reconocieron en un burdel oscuro donde abusamos de la puta un año más joven que nosotros, nos escapamos de las calles de Lima sabiéndonos en esa hermandad secreta.

Hubo accidentes, y de alguna manera llegamos a saberlo. Explosiones menores, fenómenos paranormales, un renombrado caso de piroquinesis en Japón, un asesinato en serie de Kentucky al que, de alguna manera, logramos cubrir inculpando a otro tipo normal, sicópata y demente pero normal. A los veinticinco años aún no estaba claro: teníamos la rabia, jugamos en la escena punk mundial y en las rebeliones universitarias a lo largo del globo, nos perdimos en guerras y guerrillas, nos relacionamos con la mafia o nos dedicamos al cultivo salvaje y asistemático de nuestra marca, nuestra diferencia. Sembrábamos a pequeña escala, igual que el resto de la humanidad, nuestro gusto por la destrucción a lo largo y ancho del planeta.

El ’73, en Chile, por fin supimos un dato nuevo: muchos éramos los elegidos, pero no todos sobreviviríamos. El tiempo nos haría encontrarnos y destruirnos. Lo supimos enfrentados en una calle de San Miguel, donde dos de los nuestros se enfrentaron a metralletas y uno murió, su mujer embarazada fue pateada, sus amigos acribillados. Entonces todo se hizo más cruento, pero más puro. Nos habíamos olvidado de las travesuras de adolescencia, habíamos aprendido que el camino no tenía vuelta y que, al mismo tiempo que seríamos cada vez menos, estaríamos más cerca del final.

Hubo unos que nunca utilizaron la violencia personalmente: la semilla de su influencia derrotó países y trasnacionales desde costosas oficinas en Londres y en Nueva York. Ellos lograron derrotar a varios. A mí casi me destruyen cuando estaba en Nicaragua, vagando por la selva. Algunos de los normales comenzaron a darse cuenta de algo. Intentaron cazarnos a fines de los 90, denunciarnos por nuestra extraña y permanente juventud o, lo que era fundamental, por el trazo de desastre que dejábamos en nuestras rutas.

Pero ya era demasiado tarde para ellos. En el cambio de siglo fue la prueba de fuego: los que quedábamos (menos de la mitad de los originales) tuvimos una tregua para acabar con dos objetivos. El 2001 destruimos las torres de Nueva York y el 2009 lanzamos en París la bomba que comenzó la guerra. Tuve algo de nostalgia entonces: yo había caminado debajo de esa torre de hierro de la mano de una mujer que ya estaba muerta (sí, yo era el culpable). Ella me había dicho, hacía tres décadas, lo que decían las investigaciones sobre nosotros.

Dijo que la semilla se había sembrado en 1908, que de alguna manera la primera generación no manifestó nada, aunque nunca se supo cuáles eran los síntomas ni había nada plausible para determinar cuál era nuestra diferencia. Ella decía que era por la falta de estudios sistemáticos. Yo, repitiendo quizás lo que todos nosotros pensábamos, le respondí que la ciencia nunca iba a poder explicarnos. La poesía quizá, con sus pequeños hombres que soñaban con el infierno y la revolución y el abismo final. El rock y sus guitarras distorsionadas que hablaban de toda la neurosis y la soledad del universo. La biblia, donde aparecía la serpiente y la tierra se transformaba en una llanura para que se enfrentaran los ejércitos.

Pero nosotros no éramos ejércitos. Eramos ya unas cien personas repartidas por el globo que militaron, como soldados o como generales, en la última guerra. La tregua se acabó, y por fin pudimos utilizar a los ejércitos como nuestros cinturones protectores para la última batalla. Nos enfrentamos haciendo caer las ciudades, lanzándonos montañas de roca. Ya ni siquiera ocultábamos el brillo sobrenatural de nuestros cuerpos ni la inestabilidad atómica de la materia que nos rodeaba. El 18 de septiembre del 2010 quedábamos sólo cinco. La guerra había acabado, la gente pensaba que podía rehacer su vida. Nos encontramos en la planicie de hierro que cubría a la antigua subterránea Moscú. Nos miramos: brillantes, hambrientos, con el poder brotando de nuestros dedos y ojos. Cuatro de nosotros éramos jóvenes. El quinto tenía el doble de nuestra edad.

-Tú no eres de esta ola -dijo alguno de nosotros al viejo-. Tú sobreviviste al anterior impacto. Tú eres algo así como nuestro padre o nuestro mentor.
-O eres el que falló en la ocasión anterior.
-Tengo más poder que ustedes -contestó, y ya no hablaba el idioma de los hombres sino el de los ángeles del fuego divino.
-Somos más que tú -observé yo, aunque mi lenguaje también era un horno atómico-. Y tú y tu generación fracasaron en la anterior ocasión. La explosión en Tunguska fue todo lo que lograron hacer.
-Eso es cierto, jinetes -contestó-. Fallamos, y le regalamos el siglo XX a la humanidad.

Sentimos a nuestro alrededor, por todo el globo, a la humanidad. Pensando, reconstruyendo, escribiendo partituras y moldeando estatuas, contaminando el planeta, despedazándose en guerras y violándose en las calles, arrancándose el cabello en las ciudades, traficando con niñas en las alcantarillas, disparándose y amándose a la vez. Recordamos cuando éramos como ellos y sólo nos distinguía nuestra enorme, incomparable, indomable ambición.

-Esta vez sé que lo harán bien, jinetes -dijo el hombre antes de que lo destrozáramos con nuestras espadas, subiéramos a nuestros caballos y nos dirigiéramos al mismo lugar que él había escogido hacía un siglo. En Tunguska vimos los árboles caídos, la llanura intacta, el bosque petrificado. Entre las ramas estaba el ángel, aguardando. Sus alas eran como espirales de energía, sus ojos eran bombillas eléctricas de hacía un siglo, su rostro aún recordaba los rasgos de Nikola Tesla pero esta vez todo signo de humanidad había desaparecido.

-Esta vez sí funcionará, jinetes -dijo, mientras sonreía, alzaba la mano que era un libro y era una bobina eléctrica y abrió los cuatro sellos.

«Es como la sangre que salpicó del rostro de esa niña destrozado con mis dientes», recordé, mientras cabalgábamos alejándonos del ángel Nikola, abriendo un círculo de energía, de delirantes batallas, de divina y humana violencia. Los sismógrafos comenzaron a sonar, la gente dirigió la mirada a Tunguska, pero ya nada podían hacer. Esta vez no sería como en el jardín infantil. Esta vez no sería como en 1908. Esta vez, supimos los cuatro jinetes corriendo hacia las cuatro esquinas de la Tierra, esta vez éramos adultos, y por fin podríamos desencadenar sobre el planeta la dulce destrucción, la bendita destrucción, la anhelada destrucción. Lanzamos el grito de batalla, nos transformamos en un cometa, en un agujero negro, en un trozo de antimateria y en una bomba de hidrógeno y encendimos en un solo instante el fuego de Dios.

Ganadores del UPC 2007

war of the worldVía Stardust.

En un acto que ha tenido lugar hoy mismo en la Universidad politécnica de Cataluña, en el que ha pronunciado una conferencia Jasper Fforde se han anunciado los ganadores de la edición de este año. Galardones que han recaído en:

Primer premio (ex aequo)

Belcebú en llamas, de Carlos Gardini d’Angelo (Argentina)

Defending Elysium, de Brandon Sanderson (Estados Unidos)

Mención especial

Records d´una altra vida, de Jordi Guàrdia Torrent (Lérida)

Mención UPC

Tricord (Tres cordes i una sola melodia), de Joan Baptista Fonollosa y Guardiet (Barcelona)

Finalista de la Mención UPC

Memòria de Lerna, de Albert Solanes Parra (Sant Cugat del Vallès)

Composición del jurado

Lluís Anglada
Miquel Barceló
Jordi José
Josep Casanovas
Manuel Moreno

Participación y obras mencionadas en el acta del jurado

Total de obras presentadas: 94

Obras mencionadas en el acta del jurado:

Mercaderes de tiempo, de Alfredo Moreno Santana (Santa Cruz de Tenerife)

Fundación y galaxia, de Jordi Bosch Mestre (Sant Feliu de Llobregat)

The Room of Lost Souls, de Kristine K. Rusch (Estados Unidos)

La máquina del tiempo (de Herbert George Wells), de Pedro Domingo Mutiñó (Zaragoza)

Tunguska 05


Llegado desde las frías entrañas de la galaxia, el visitante penetró el corazón soviético como la lanza el costado de cristo. Taladró corteza, manto, núcleo y manto de nuevo, surgiendo en el lado opuesto del planeta, cientos de metros bajo las olas del Pacífico, como un gusano que sale de una manzana.
Si en ese instante un hombre hubiese sumergido un telescopio en el mar y observado ls profundidades, tal vez hubiese visto el cielo ardiendo sobre las estepas de Rusia, así de perfecto era el agujero excavado por el invasor. Pero la sangre de la tierra y las heladas aguas del océano llenaron enseguida el pozo sin fondo, borrando el rastro y la trayectoria.
Y de todas formas, si un navegante curioso hubiese mirado hacia el abismo, el abismo le habría devuelto la mirada, enloqueciéndolo al instante.
Los bosques de Tunguska aún ardían furiosamente cuando las últimas burbujas llegaron a la superficie del Pacífico, liberando a la atmósfera el fétido aliento del recién llegado.
El ser, cansado tras su largo viaje por el vacío estelar, cerró los ojos gigantescos y soñó con la destrucción que un día causaría.
Sus terribles ronquidos aún resuenan en R’lyeh.

autor: Guayec Perdomo

Tunguska 04


¿Te acuerdas cuando llego? ¿Hace 99 años ya? Tu estuviste conmigo ahi en Tunguska. ¿Te acuerdas cuantas tropas tuvo que mandar el Zar solo para contenerlos? Fue su sentencia de muerte. Tres divisiones del ejercito perdidas combatiendo a un grupo que no superaria un batallon. Y era el reconocimiento solamente. Y fuimos pocos los que logramos salir vivos. Y ninguno de nosotros ha envejecido un solo dia. Y esa cosa nos cambio tambien. Jamas tuvimos que adentrarnos en ella.
¿Te acuerdas lo facil que era conseguir mujeres despues de Tunguska? ¿Y cuando Nikita despues se metio en problemas con los rojos y fue mandado al paredon, nadie disparo? Ahi nos dimos cuenta de lo que en verdad eramos capaces. Todavia pareces lamentar la eleccion, aunque sabes que es la unica forma de estar a su altura. Si, hemos estado solos. Hemos cometido atrocidades:
¿Crees que la batalla de Paschendale la planee yo?
Fueron los generales quienes decidieron esa masacre.
¿Quien iba a pensar que ese cabo veterano de Verdun ocuparia la guerra que con tanta delicadeza ingeniamos para aniquilar poblaciones enteras?
Y pese a todo los alemanes no nos decepcionaron. Crearon nuevas tecnologias necesarias. Y el descubrimiento de la bomba fue algo prematuro, pero nos sirvio. Cuando vuelvan quizas se sorprendan con los destellos atomicos.

Quizas cuestiones mis metodos, pero dejame recordarte lo que tu has hecho:
Ese gobierno en Sudamerica por ejemplo, el del medico que nos descubrio y al que tuvimos que eliminar. No lo justifiques con los avances militares que hizo su sucesor, sabes bien que son irrelevantes. Fue una irresponsabilidad tuya. Desde la simulacion que hicimos en Vietnam hace algunas decadas que no has tenido ideas buenas. Aunque reconozco que nos ha servido bastante para mostrarle a los hombres que tacticas ocupar.
Nikita ha hecho bien. Supo que, a pesar de todo lo que hemos hecho avanzar a los hombres, la guerra seguiria siendo asimetrica. Y un «ejercicio» como el de Vietnam entre superpotencias no nos seria util. Asi que tuvo que eliminar a la URSS y lanzar a EE.UU. contra paises tercer mundistas. Deberias seguir su ejemplo. No deberia resultarte dificil hacer que EE.UU. ataque a Iran ahora.

Lo que te trato de decir es que, a pesar de lo que podemos hacer, seguimos siendo humanos y nos podemos equivocar.
Aun asi queda poco tiempo: El 2012 llega la fuerza principal. Y esta vez no va a ser solo uno como en 1908. Tu estuviste ahi, asi que no necesito explicarte el potencial que tienen ellos a la hora de pelear. Pero ahora sabremos como combatirlos, tendremos una oportunidad. Tunguska no puede repetirse de nuevo.

por Lucas Rodillo (Zerstorer)

Tunguska 03 (génesis del Dr. Siberia)

El Instituto Cartográfico me había enviado a aquel lugar remoto. Recién amanecía. Ocurrió mientras estudiaba unas irregularidades topográficas del bosque. Estaba a punto de dejar mis tareas para desayunar cuando un estruendo sónico sacudió el cielo. Alcé la mirada. Un objeto luminoso, tremendo, holocáustico, se precipitaba hacia mí… Su intensidad oscurece el firmamento. Luz. Terrible luz. Me disuelve. Me llena de energía…

Imagen: Dr. Manhattan, D. Gibbons

Tunguska 02


«La policía secreta rusa detuvo a tres jóvenes alemanes que tras ser duramente interrogados, declararon pertenecer a la ONT (Ordo novo templi), organización ariosofista fundada por Lanz Von Liebenfels. En su poder se encontraron mapas detallados del lugar exacto donde hace un par de semanas se produjo el violento estallido en Tunguska. Cuando Helmut Kohn y Franz Sleichemacher fueron llevados a las prisiones colectivas de Siberia, se encontraron en su interior con tres soldados norteamericanos, una mujer zapoteca de origen mexicano, cuatro lamas tibetanos, dos niños japoneses ciegos, y tres iraquíes sunitas. Todos habían sido atraídos a la zona por diferentes razones.
Entre las rejas exteriores de la prisión, Franz alcanzó a ver camiones llevando extraños aparatos, gramófonos gigantes y una descomunal pizarra con cuadros de colores abatibles. Un batallón vestido íntegramente de rojo era estimulado con arengas y abrazos por sus superiores.
«Imbéciles, no tienen idea…», murmuró Helmut. Años más tarde, siete, para ser precisos, un nuevo intento se produjo en Lourdes, Francia. Con pleno éxito. Pero Helmut y Franz no habían cumplido su misión y la historia no podía ser detenida, Alemania iba a enfrentar la primera guerra mundial sin naves voladores, ni bombas de hidrógeno. Los planos entregados desde el futuro por los aliados de Nikola Tesla, a través de una medium polaca, no habían llegado a destino a tiempo.
Qué detonó la explosión? Quizá nunca lo sabremos, quizá Gunther no consiguió activar los cohetes de frenado, quizá fue derribado por fusilería rusa, quizá calculó mal la armonía de ingreso a nuestro plano y el descalce fracturó el espacio alrededor.
Quién sabe?
Sabemos que sin esos planos será dificil ganar en 1940, pero lo intentaremos a pesar de todo, a pesar de que sabemos que es justamente este fallo el que motivará nuestra ayuda 80 años en el futuro, enviando artilugios hacia este mismo punto en el extremo norte del planeta. Siento que hemos repetido el error mil veces, y que lo seguiremos cometiendo. Creo que hemos cometido un error monstruoso, recursivo, eterno, definitivo y aún no lo sabemos.

(continúenla)

TUNGUSKA

Todo hubiese resultado tan bien… 1907. En Londres las intenciones eran claras. Sabíamos lo necesario que era mantener la unidad en Europa y evitar que nos ganaran las diferencias, por muy grandes e históricas que estas fueran. Pensar en un bien común, para evitar que Estados Unidos se nos adelantaran. Pensar en un bien común, para conquistar nuestra edad de oro. Ibamos a ceder, a bajar las defensas, porque era la única manera de garantizar nuestro porvenir.Y el camino estaba bien trazado. Los tratados estaban redactados, sólo faltaban las firmas. Si todo salía según lo acordado, Nicolas II jamás habría perdido Rusia y sus hombres, junto a los germanos y a los nuestros concretaríamos el sueño del nuevo Imperio Romano. Alcanzar las estrellas, eso deseabamos y estoy seguro que terminaríamos consiguiendolo. Nuestras naves volarían a la luna a plantar la bandera común… pero entonces cayó esa abominación en Tunguska y como ya todos sabemos, todo se fue al carajo.

73 horas

Los vi en el Estadio. Llevaba días allí, al compañero Jara ya lo habían matado y las inyecciones en la mandíbula ya estaban haciendo efecto. Los vi en una carpa. Tras una larga fila, de horas, de días quizás, llegó mi turno. Sabía que, una vez dentro, mi cuerpo ya no valdría nada, sería un perro con sarna. La carpa era espaciosa, un par de compañeros con sondas hasta en el hoyo del culo, más milicos, algunos doctores, uno se parecía a Kirk Douglas. No era gran cosa deducir que los milicos eran de apellidos como los nuestros, un Pérez, un Soto, con suerte un Parraguez, en cambio los doctores eran todos de apellidos que nunca pude pronunciar. Me echaron de un culatazo sobre la camilla, allí los logré ver por primera vez. Eran como nosotros, pero más blancos, pálidos y de unos treinta centímetros. Se desplazaban con movimientos de reptil por toda la carpa. Estaban desnudos, carecían de genitales. Daban órdenes a todos. En un momento un milico les dijo algo en un idioma muy extraño, el ser enano se trastornó, soltó un chirrido que me hizo doler los oídos y con un movimiento veloz arrancó las dos orejas al soldado pendejo. Dos milicos me amarraron las manos y tobillos. Un doctor me metió una sonda por la oreja. De un momento a otro los pequeños seres eran setenta o más.
Se me trepó uno por el costado. Se sentó en mi pecho y me mostró sus dientes, eran filosos, tres o cuatro corridas.
Sabía que era mi turno de olvidar.
Y empezar a gritar.

Ciudadanos

Desde 1957, los notarios públicos han sido proporcionados por el Estado. Llegan a sus despachos vestidos de gris, no sonríen y siempre portan una calculadora mecánica. Se juntan en un estacionamiento subterráneo todos los 8 de octubre. Cada uno con su aparato anacrónico. En el interior de las máquinas hay un organismo. En silencio extraen las carnes. Chorrean sangre y bilis. Un notario -el anciano del grupo- ensambla los tejidos. Se arma una anatomía enorme, teratológica. Se escuchan unos respiros ásperos. La figura se alza. Mide casi tres metros. Estira los brazos. Todo está listo. Medio siglo. Es el hijo número cincuenta. El anciano abre una puerta lateral. Los otros cuarenta y nueve aguardan a su hermano. Están hambrientos. Una brisa agradable cruza la noche santiaguina. Trae con ella el aroma de sus ciudadanos.