2022: Pedreros

Así que estamos en el laboratorio y Sodano va y me dice que logró la fórmula para hacer funcionar la máquina del tiempo y que quiere viajar de vuelta a Santiago de 1965 para matar a Jorge Pedreros. Y yo le pregunto si es verdad y él me dice que sí, que quiere matar a Pedreros. Y yo le aclaro que lo que me interesa es lo otro, lo de la máquina y me dice que sí, que fue sencillo y que la máquina ahora funciona a las mil maravillas pero lo que importa es Pedreros, matar a Pedreros y toda su musiquita. Y yo le digo que está loco y él me dice que no y luego nos ponemos a discutir y nos trenzamos a golpes y Sodano va y saca una llave inglesa y me golpea en la cabeza. Y yo caigo al suelo y lo único que veo es como Sodano se mete a la máquina y aparece y desaparece en un segundo mientras la máquina del tiempo emite un ruido similar al de un helicóptero o un comediante que hace el ruido de un helicóptero. Y luego me desvanezco (en el momento en que todo el mundo se desvanece) y despierto con la cabeza herida y Sodano me sacude y me dice: lo siento, no quería hacerlo. No me dejaste otra. Y yo me preguntó qué. Eso. Viajar en el tiempo. Salvar la línea temporal. Eso. Matar a Jorge Pedreros. Y yo me pregunto quién es Pedreros. Y Sodano dice. El compositor, el actor cómico, Espinita, ese. No sé de qué hablas, digo. Y Sodano me dice: No más Pedreros. Y yo me doy cuenta de que tiene la bata blanca manchada con sangre. Lo he comprobado, dice. Salvé al mundo. Ya no existe Pedreros. Pero a quién le importa ese tal Pedreros, digo. Para eso viajé en el tiempo, dice. Fui y lo maté. Eso fue todo. Ya no más el Jappening Con Ja, ni las canciones de Gloria Benavides, ni el Festival de la Una. La Nueva Ola duró un suspiro. Maté al Chino Pedreros, dice. A Espinita, dice. Yo cambié la historia y luego eché a perder la máquina y ya no se puede ocupar más, dice. Y yo lo miro. Y me doy cuenta de que Sodano siempre fue un poco loco, un poco excéntrico. Y él salta en el aire y no sé qué decir. Me duele la cabeza. Me duele la herida en la cabeza. Me duele el vacío que tengo en mi cabeza: algo que se perdió. Algo que no está ahí. Algo que no puedo recordar. Más adelante, sabré que centenares de personas tuvieron esta misma sensación en este mismo instante y que algunas sufrieron ataques de epilepsia o crisis histéricas. Más adelante, me enteraré que algunas de esas personas iniciarán una religión dedicada a ese agujero blanco en su propia memoria y se explicarán que en esa nada, esa línea borrosa de amnesia, hay una manifestación de la voluntad de Dios. Pero eso será después. Por ahora, en el laboratorio, veo como Sodano baila y salta y me abraza y me dice que no lo veré nunca más, que ya es un un hombre completo porque eliminó a Jorge Pedreros, mató al peor virus de la cultura chilena de los últimos treinta años y con eso cambió la historia, salvó el presente, aseguró el futuro, puso las cosas el lugar correcto, dice antes de irse a un lugar desconocido.

Octubre

Nadie se acuerda de lo que hicimos el pasado 8 de octubre. Gran parte de nuestra memoria es desechable, como si nunca hubiera existido. Decimos tener un pasado, pero si pudiéramos aislar y cuantificar nuestras memorias, sin contaminarlas con reflexiones a posteriori ni llenar los vacíos con racionalismos… posiblemente nuestro pasado llegue a durar un minuto, posiblemente no tenga duración. La realidad es que tras el presente hay mucha materia oscura, nuestra historia es de composición desconocida, sin embargo, digo lo siguiente con cierta seguridad. El pasado 8 de octubre todos nosotros hicimos algo… Algo siniestro.

Imagen: Gregory Crewdson

La noche del Caperuzo

11 de septiembre 2007

18.30
Subcomisaría Pudahuel Sur, Calle Oceanía 425.
–Se viene movida la cosa, guatón –le dijo el sargento segundo José Ferrada a su amigo, el cabo primero Andrés Rojas-Murphy, quien estaba sentado frente a él en la mesa del comedor de la subcomisaría.
–Lo mismo de todos los años –respondió Rojas-Murphy mientras comía con desgano su plato de tallarines. Llevaba trabajado un turno de 12 horas ese día y tenía la noche libre pero la idea de irse a su casa dejando solos a sus compañeros de unidad le incomodaba.
–Francamente no sé porque no la cortan con la hueá –murmuró Ferrada–. Hasta cuando siguen armando huevéo pal 11…
–Hace harto rato que esto dejó de tratarse de política –replicó Rojas-Murphy–. El 11 es la excusa perfecta para que los malandras saquen sus juguetitos nuevos a la calle. Esto es un gallito, quieren ver quien tiene más fuerza, sí nosotros o ellos.
–¿Qué estay diciendo guatón?, esos rechuchasumadre nunca van a poder igualarse a nosotros.
–No lo sé, supe por un amigo rati que los narcos han estado trayendo armas clandestinas de última generación…
–¡Y qué! No creo que tengan nada mejor que las viejas kalashnikov que sacaron el año pasado.
En ese momento el capitán Jorge Morales se hizo presente en el comedor y todos los hombres callaron ante su imponente presencia.
–Ya se armó la casa de puta en Pudahuel Sur –dijo el capitán–. Vamos andando, y recuerden, no queremos héroes.
Los hombres de Morales abandonaron el comedor como una estampida, todos menos Rojas-Murphy.
–¿Y usted, por que no se va a su casa? –le preguntó Morales.
–Capitán, solicito autorización para acompañar a mi unidad. Creo que será necesaria toda la ayuda posible.
–Tiene razón, cabo. La jornada de hoy se prefigura mucho más violenta que en años anteriores, ¿ha escuchado hablar del Caperuzo?
A Rojas-Murphy se le heló la sangre al escuchar ese nombre. El Caperucito o Caperuzo era un delincuente de poca monta que en menos de un año había ascendido en el mundo del hampa hasta controlar gran parte del microtráfico, prostitución y asesinos a sueldo de Santiago. Su apodo se debía a una ridícula capa roja con capucha que usaba todo el tiempo y que según rezaba el folklore popular, le permitía hacerse invisible (pero sólo mientras aguantaba la respiración).
–¿Qué pasa con el Caperuzo, capitán? –preguntó Rojas-Murphy adivinando la respuesta.
–Se dice que estará en persona en la Villa Laguna Sur, «defendiendo sus dominios».
–Sí, algo escuché al respecto. Con su permiso entonces, capitán…
Rojas Murphy pasó junto a Morales, y este lo detuvo colocándole su mano sobre el hombro derecho.
–¿Esas historias que cuentan sobre el Caperuzo, cabo? Son ciertas. Recuerde, cumpla con su obligación pero, nada de heroísmos.
–Nada de heroísmos, capitán –repitió Rojas-Murphy–, no se preocupe.

LA LIGA DE LOS EXTRAORDINARIOS CHILOTES

Sucedió poco después de que el Capitán Urdemales capturara El Caleuche a las fuerzas de la Recta Provincia. Sin su nave insignia, los brujos quedaron desamparados y el mundo disfrutó de un corto periodo de paz. Pero los Rectos, como se hacían llamar, no se quedaron tranquilos y no demoraron en unir sus fuerzas con los primigenios de la sumergida R’Lyeh y con los tripodes marcianos, ahora dominados por el despiadado Ming, regente de Mongo, para coordinar un ataque final contra la humanidad y así controlar los secretos del mundo, sobre todo los poderes ancestrales ocultos en el congelado centro hueco del mundo. Pero los Rectos se fueron con cuidado, sabían que ni los cefalópodos de R´Lyeh, ni Ming y sus trípodes marcianos eran de fiar, pero el fin era más grande y los brujos tenían más de una carta bajo la manga, una de las cuales les aseguraba el control sobre los Primigenios y las fuerzas de Mongo-Marte. Kuanyip, ultimo guardián de la Ciudad de los Cesares, tenía claro que los nuevos tiempos que se avecinaban requerían de un nuevo tipo de acción. Junto al capitán Urdemales buscaron la tripulación ideal para el Caleuche, mercenarios poderosos, relacionados a los poderes ancestrales de la Patagonia y la isla grande, que estuvieran dispuestos a enfrentarse a la sombra que se avecinaba. En un principio se mostraron reticentes, pero con el paso del tiempo comprendieron lo trascendente de su misión y sus hazañas se hicieron mito. Y los escogidos fueron: Imbunche, el gigante con manos de piedra; Pincoya, la señora de las aguas; Trauko, el duende de los bosques, señor de la naturaleza; Basilisco, el hombre reptil, vastago de la antigua raza Lemuriana; Fiura, una vieja bruja ciega, expulsada de la Recta Provincia y Pihuchen, señor de los No-Muertos del sur. Estas son sus aventuras…

Ganadores de los premios Andrómeda 2007

libro andromedaAntes que comiencen a leer esta noticia, hay que destacar que no aparece ningún chileno en la lista de cuentos ni novela, porque estaban todos preocupados del Premio TauZero. Sólo por eso.

Lo que no capto es por qué en las estadísticas al final aparecen Chile y Colombia hermanados con 5 envíos en total. Muy raras esas estadísticas.

ACTAS DE LOS PREMIOS ANDRÓMEDA DE FICCIÓN ESPECULATIVA 2007

CATEGORÍA DE RELATO.
TEMA: La astronomía y el universo.

Reunidos en la ciudad de Mataró, el día 13 de septiembre de 2007, el jurado
compuesto por Judith Vives, Abel Rogés, Pedro Linares, Jordi Lopesino, Isidre
Fontanet y Claudio Landete en relación a los 116 relatos aspirantes en esta
convocatoria y después de las deliberaciones pertinentes, acuerdan:

1.- Reconocer como relato vencedor a:

Los niños de las estrellas de José Sorribas Orth (Granollers,
Barcelona)

2.- Declarar como finalistas por igual a:

Un trébol de cuatro hojas de José Luis Scarpelli (Argentina)

Sidereus Nuncius de José L. Baños Vegas (Salamanca)

Por presentar habilidades narrativas, teorías científicas o hipótesis especulativas dignas de acreditación, se hace mención de honor de los siguientes trabajos:

* Recuerdos de un futuro improbable de Leonardo Ropero Serrano (Mera, La
Coruña)

* Ne frusta vixise videar de José Ramón Vila Martínez (Bilbao,
Vizcaya)

* El vuelo de la libélula de Gilberto Rendón Ortiz (México)

* Piloto espacial de Rafael Avendaño (Barcelona)

* Instrumentos operativos de Antonio Moreno Álvarez (Sevilla)

Asimismo de acuerdo con las bases de la convocatoria se indica que han
llegado a la fase final y por tanto se considera que también deben ser editadas,
al encontrar elementos de valía en sus originales, las obras presentadas a
concurso por los siguientes escritores:

* Juan Fernando Uribe Arcila (Colombia)

* Rebeca Mata Sandoval (México)

* Cora Frerking (Argentina)

Todo lo decidido sin perjuicio de que el editor de la colección Libro
Andrómeda, a título personal, decida previa consulta a los autores
correspondientes, incluir algún texto más en la antología que publicará estos
trabajos, dado que tanto la calidad como cantidad de los textos recibidos ha
sido elevada.

CATEGORÍA DE NOVELA.
TEMA: Libre

Reunidos en la ciudad de Mataró, el día 13 de septiembre de 2007, el jurado
compuesto por: Francisco Mayorga, Ferran García, Juan Trujillo e Isidre
Fontanet, en equipo de trabajo independiente de la anterior categoría, en
relación a las 47 novelas aspirantes en esta convocatoria y después de las
deliberaciones pertinentes, acuerdan:

1.- Reconocer como novela ganadora a:

La Réxol y el Proyecto Amanecer de Juan Moro Lumbreras (San Sebastián,
Guipúzcoa)

El editor de la colección, a nivel personal, aconsejará al autor la
publicación de esta obra con el título de «El Proyecto Amanecer».

Este equipo de trabajo considera que debe hacerse mención especial en el
acta del autor:

* Juan Herranz Pérez del Arpa (Zaragoza)

por encontrar en su obra presentada a concurso habilidades narrativas,
teorías científicas o hipótesis especulativas dignas de acreditación.

DATOS ESTADÍSTICOS:

La organización de este concurso agradece muy sinceramente el interés
manifestado por las 163 obras recibidas en conjunto, según detalle: España (74); Argentina (40); México (17); Chile, Colombia (5); Perú (4); Cuba, Venezuela (3); Alemania, EEUU, Uruguay (2); Bolivia, Brasil, Canadá, Francia, Honduras y Reino Unido (1).

El día 30 de octubre se hacen públicas las bases de los Premios Andrómeda
2008 de ficción especulativa en categorías de de relato y novela. Esperamos
seguir contando con su participación y confianza.

EL CALEUCHE

Veinte años después de que el mundo lo creyera tragado por el Maelstrom, Nemo ordenó a sus hombre sacar al Nautilus de su escondite, una enorme cueva submarina bajo la isla grande. Les dijo que los tiempos habían cambiado, que ahora estaban viejos y la nave oxidada. Que ahora lo mejor era navegar en silencio, evitar enfrentamientos y subir a la superficie sólo de noche. Y precisamente esa noche fue la primera vez en que el Nautilus emergió sobre los canales chilotes. Y lo hizo con sus faros alumbrando al máximo, para que si alguien los veía desde la costa, sólo distinguira una luces blancas flotando sobre el agua. Para Nemo no era algo nuevo, hacía rato que se había acostumbrado a comandar un barco fantasma…

KILLING GAME 0.73

Esto no es una Ucronía. Porque la historia no es de nadie, y tampoco la escriben los pueblos. ¿Quién es el pueblo? ¿La gente emprendedora y sacrificada? ¿Los tengo-una-pistola-y-mato-total-mañana-soy-un-hombre-libre-para-correr-por-la-alameda?
Las grandes alamedas no se abren, se contruyen con paz y responsabilidad. ¡Si no es por la ley será por la violencia revolucionaria! Palabras de un ex – Presidente, adicto a los Kalashnikov. La ley de control de armas, un papel doblado, para que la mesa de las reuniones de gabinete no cojee.
Los programas del futuro video-juego de Chile se escribieron hace mucho. Carabineros: 500 puntos. Asaltos: 300. Niño muerto por balas locas: vida extra. Para seguir disparando, para dejar la escopeta hechiza, obtener armas nuevas y avanzar por la pantalla tejida de pixeles diminutos y resentidos.
Insert coin
Elige personalidad
Joven combatiente / Narco / Lumpen tech / Sharp
Elige nivel
Santiago 2007 / Santiago 1973 / Santiago 2052
Ahora te mueves en la oscuridad del juego, joven combatiente, siempre presente.
Apuntas a una patrulla.
Años atrás alguien te programó para que lo hicieras.
Tiras a matar.

Si no es por la ley…

periodismo gonzo: 11-9-2006


-El frasco cuesta ciento cincuenta lucas- dice Mini Hitler y luego deletrea lentamente- C-I-N-C-U-E-N-T-A.
Estoy en una fuente de soda de la Estación Central esperando que sea la hora para confirmar un rumor insistente sobre la nueva droga que circula. Algo elítico y aterrador cuyos detalles por ahora omitiré, concentrándome en quien me acompaña ahora, alguien que simplemente se hace llamar Mini Hitler. Mini Hitler tiene 32 años y, obvio, es nazi. Sabe karate, maneja armas de fuego y, según él, puede traducir con algo de esfuerzo Mein Kampf. No trabaja y vive de una escuálida mesada que su madre anciana le manda desde Temuco. Su currículum es más impresionante por lo que omite que por lo hace: lo echaron de RN, lo echaron de la UDI y en lo que queda de Patria y Libertad no lo quieren de vuelta. En la calle se comenta que meterse con él es «comprar un boleto para la rifa».
Mide un metro cincuenta, por cierto.

Y ahora me tomo una cerveza con él.

Bien.
Cada día mejor.
Mira la hora.
-Sígueme – dice – vamos por el paquete.
En el auto cuelga una svástica del espejo retrovisor. El motor del escarabajo tose asmáticamente mientras atravesamos Santiago, dejamos el humo gris de los edificios públicos del centro y como una flecha por Providencia para luego Apoquindo llegar al metro Escuela Militar.

-¿Vamos al Hyatt?-pregunto medio en broma.
No responde. Estaciona el auto y con una seña me dice que los acompañe. Su desdén no me sorprende. Si estoy con él es porque le paga el favor a una vieja amiga que, ventura, me debe uno a mí. Bajamos la estación y caminamos entre oficinistas, estudiantes de diseño apuradas y vagos de la capital que tienen el suficiente dinero para que su única ocupación sea un look alternativo que ya no sorprende a nadie. En esta parte de la ciudad los que toman el metro son indigentes. Nadie viene acá por placer. Este es el territorio del enemigo. La imagen del Chile que debemos adorar, venerar y pagar. Aquí andar a pie es sinónimo de pobreza y el bufido del metro algo parecido a la campana de un comedor común del Hogar de Cristo. Así que mientras el calor se coagula en las vitrinas de la casi desierta galería subterránea y la cerveza se me repite, sigo a un nazi para combrobar un dato no confirmado sobre la droga más dura de la capital. No sé de dónde el nazi ha sacado la plata.
La mujer nos espera apoyada en una baranda cerca de las cajas. Mini Hitler me dice que no hable. Grabo en la mente la imagen de la mujer: vestido de oficinista, pelo tomado hacia atrás, una cartera de cuero falso. Algo entre evangélico y frígido.
Mini Hitler hace una reverencia y luego hablan entre susurros. Ella le entrega un frasquito y él mete un sobre en uno de los bolsillos de la chaqueta de ella. Nada más. Eso es todo. Cero conversación. Ella ni siquiera me mira pero intuyo que la he visto de alguna parte. No puedo decidir dónde.
Hacemos el camino de vuelta. Mini Hitler me lleva a un departamento mugroso de San Diego, cerca de unos casi vacíos juegos Diana. Su casa. Pido permiso para entrar y mientra cruzo la puerta entro a un living que tiene muebles de mimbre una foto de una de los shows de luces de Albert Speer y una estantería en donde destacan Los diarios de Turner, La raza chilena y los textos menos esotéricos de Miguel Serrano. Hay una bandera chilena doblada y metida en una caja de vidrio. Está comida por las polillas y casi no tiene color.
-Es del Seguro Obrero. Los agujeros son de bala.
Ah.
Dejo de mirar. Mini Hitler abre el paquete y saca un frasquito mínimo con líquido blanco. Lo pone a contraluz y lo mira como si fuera un prisma.
-¿Es verdadero?-pregunto
-Saliva de Pinochet. Corvo. Recogida en la mañana. Mientras más reciente más efectiva.
-¿Cuántas veces lo has hecho?
-Tres. Dos el mes pasado. Una éste. La última vez estuvo complicado.
-¿Qué pasó?
-Cosas. Revelaciones.
-¿Qué produce?
-Alucinaciones. Viaje temporal. Regresión. Imágenes. El ruido de la historia.
El ruido de la historia. Mini Hitler saca del refrigerador una cerveza y me ofrece. Hace calor. Acepto la cerveza.
Bebemos en silencio. Afuera suenan las micros. Recuerdo una canción de los Prisioneros. Mini Hitler acaba su cerveza y se levanta.
-Ahora-dice.
Saco del bolso la cámara de video. Verifico el estado de la cinta.
OK.
Se saca el cinturón del pantalón y se aplica un torniquete en el brazo.
Detalle: la droga de la derecha va a entrar por el brazo izquierdo.
Mientras se le hinchan las venas abre el frasquito y sobre una cuchara calienta el líquido. Lo que viene es exactamente igual al ritual de la heroína. Mini Hitler mete llena la jeringa con la saliva del dictador y luego, lentamente la introduce en su brazo. Aspira un poco de sangre, que tiñe de rosado la sustancia. Tiene los ojos irrigados y respira de manera entrecortada. La grabadora hace un ruido mecánico mientras corre la cinta. No digo nada. Mini Hitler espera medio minuto y luego aprieta el émbolo con suavidad. La saliva rosada entra lentamente en su flujo sanguíneo. Cuando la jeringa está vacía, Mini Hitler afloja el cinturón y se tira hacia atrás en el sillón.
Pasa un rato de silencio luego el corvo hace efecta. Yo grabo mientras Mini Hitler habla sobre la dominación mundial y una colección de cintas porno ecuatorianas.
Luego babea.
Y se mea.
Y vomita.
Y baila.
Y desfila.
Y luego se apaga.
Como un peluche que funciona a pilas.
Todo con los ojos cerrados.
Luego Mini Hitler se duerme.
Cuando despierta yo sigo ahí. Le muestro parte de la grabación. Mini Hitler la mira con estupor.
-¿Cuánto duró?
Digo: una hora y media.
Mini Hitler no dice nada salvo: «Un mal viaje». Le queda la mitad del frasquito. Le pregunto si va a ocuparlo. Me pregunta si me atrevo. Le digo que no. Me dice que sabía que era un cobarde y luego me mira con la infinita superioridad de la raza aria mapuche y me dice que me vaya.
En la calle camino por San Diego rumbo a la Alameda.Tomo el metro en Universidad de Chile. Llego a casa. Miro la cinta de nuevo. Por un rato pienso en borrarla. Siento una pizca de arrepentimiento por no haberme inyectado pero luego se me pasa. Luego me da sueño. Sorprendentemente, no tengo pesadillas.

Al día siguiente, borro la cinta.

Bajo el hielo

Encontré al viejo en un baño abandonado debajo del subsuelo de la Torre Santa María. Me dijo que hacía años que no bajaba nadie. Le pregunté quién era. Me dijo que lo habían contratado para mantener el baño en el año cuarenta, justo durante la guerra.
-¿Qué guerra? -pregunté.
Me miró extrañado
-¿Cómo qué guerra? La Gran Guerra Polar.
-¿Eh?
-¿Ya no les enseñan nada en los colegios? Supongo que has oído de la Batalla Glaciar… Vamos, tú sabes, ese batallón de Punta Arenas que combatió ferozmente contra los Sub-Antárticos. Quedaron sólo tres para contar lo ocurrido.
-Em…
No tenía la más mínima idea de lo que me hablaba.
-¿Me estás tomando el pelo? A ver, todos saben de la Batalla Cero Absoluto del ’38. Yo mismo estuve presente, navegando un submarino y avanzando cientos de kilómetros bajo la capa polar hasta llegar a unas cavernas submarinas donde se hallaba el núcleo de los Sub-Antárticos. Fuimos victoriosos ese día, pero a qué precio… perdimos cuatrocientos valientes… ¿Y tú me traes alguna noticia? ¿Se ha acabado por fin?
No supe qué decir. Sonreí patéticamente.
De pronto el anciano dejó de hablar, inclinó la cabeza y su mirada se perdió en el vacío.
Me fui.
Mientras me sentaba en el tren del metro, planifiqué mi fin de semana largo. Pediré unos días más en la oficina… unos cuántos días. Los necesitaré. Iré al sur. Extremo sur. Esperan refuerzos.

Imagen: Murnau Last Laugh

Subterráneo

Recuerdo que apenas teníamos doce o trece años. Recuerdo que en aquel tiempo no era necesario recordar nada, porque todo estaba pasando, porque no hay más presente que el de la infancia. Luego se viene la nostalgia y darse cuenta de que la niñez ya está lejos y que ahora no eres más que un reflejo del pasado es algo inevitable. Estábamos los tres: Javiera, Claudio y yo. Paseábamos por la entrada de la Casa de Gobierno, jugando Invasores Extraterrestres. Era nuestro juego favorito. En él, Javiera era una capitana de curvas siniestras –al menos así la imaginábamos con Claudio, pese a que Javiera era de una delgadez de niña absoluta- que nos guiaba a nosotros, su comando, por una tierra apocalíptica en busca de tropas marcianas. Nos pasábamos horas en ese juego. Pero aquella vez que recurre ahora a mi memoria algo pasó que decidimos buscar un nuevo escenario. Fue así como, con el sol golpeándonos las frentes, llegamos al “Agujero”. Sabíamos que era zona prohibida. De hecho así lo decían sendos letreros a su entrada. No había guardias. De todas formas nunca los habíamos visto. Así que entramos con esa excitación de niños rompiendo reglas, bajamos sus escalas. Mi madre me había contado sobre la existencia de una ciudad subterránea muchas veces, algo de un proyecto de los años sesenta en donde la gente podía circular bajo el suelo, bajo Santiago. En unas máquinas gigantescas como cuncunas robóticas. Pero luego todo se pudrió. Empezaron a haber accidentes y explosiones, gente electrocutada y máquinas fuera de control. Duró cerca de cinco años y se decretó el cierre del proyecto. El subSantiago era una especie de utopía abandonada. Circuitos oxidados y suelo húmedo por meados. Todo era oscuridad. Nos entró cierto temor pero nadie lo manifestó por miedo a ser acusado de cobarde. Seguimos avanzando olvidando completamente Invasores Extraterrestres, ahora el juego era otro. Javiera seguía siendo nuestra capitana. La ciudad del subSantiago estaba estructurada por dos veredas paralelas y un riel grueso en el centro de la ciudad. El olor era fatal. Pero seguíamos nuestro camino a ninguna parte. Javiera tomó la delantera. Claudio se me acercó y me dijo que Javiera tenía buenas tetas. Lo quedé mirando sin comprender sobre todo porque nunca le vi pechos a Javiera y porque era la primera vez que Claudio decía algo de ese tipo. Asentí para no quedar mal. Javiera saltó al riel y la imitamos en cuestión de segundos. Seguimos por algo que debe haber sido una especie de gran túnel, porque realmente ahí sí que no se veía nada de nada. Hasta que logramos dar con una aldea vecina, igualmente abandonada. Yo estaba feliz, era demasiado parecido a lo que imaginaba como un escenario perfecto para Invasores Extraterrestres. Demasiado parecido a los libros que más me gustaba leer después del colegio. Deben haber sido unos cuarenta minutos, recorriendo, jugando. Hasta que dimos con la zona púrpura. Eran una luz ultravioleta, que nos iluminaba completamente. No logramos dar con el lugar puntual de dónde provenía pero sentíamos que ya habíamos dado con el clímax de nuestro paseo. No fue así. Escuchamos una suerte de chirrido electrónico al fondo del lugar, muy similar al que hace el televisor que guarda mi padre cuando lo enciende para recordar cómo era la televisión, objeto con el que creció y se educó, otro de los proyectos fallidos de la tecnología, cuando aún se creía en ella. Acudimos al ruido, guiados por el oído y el instinto. Dimos con él. La imagen fue demasiado impactante. Nos quedamos en silencio observándola. Era un cuerpo. No podría decir que era un cuerpo sin vida porque nunca llegué a tal deducción. Era una máquina. Una máquina en agonía. Era las dos cosas a la vez: una máquina y un hombre. La mitad humana estaba en evidente estado de putrefacción, la electrónica en cambio, se resistía a la muerte. Claudio se decidió a hablar. Hola, le dijo. La mitad de la cara izquierda era la parte máquina, como la gran parte izquierda del monstruo. No tenía extremidades. Sólo cables cortados. Se le iluminó el ojo izquierdo de un color rojo intenso y sintético. Nos quería decir algo. Sin embargo no logró soltar mensaje. Aumentaron los chirridos. Se silenció. Nos alejamos. Observamos más detalladamente el salón púrpura. Estaba lleno de extremidades mitad humanas, mitad máquinas. Nos miramos. Decidimos que era hora de volver. Tardamos el doble, quizás el triple. Y justo cuando dábamos con la salida me di vuelta para mirar el imperio escondido por última vez. Javiera y Claudio me llamaron. Les hice un gesto para que continuaran ellos. No miento, pensé en quedarme para siempre. Llegar al fondo de todo esto. Sentí un grito. Un grito de Javiera los conocía demasiado bien. Asustado caminé despacio y atento a la salida. Vi a dos militares tomando en brazos a Javiera y a Claudio y adormeciédolos con una fuerte luz blanca proveniente de una pequeña máquina cuadrada. Tuve que esperar cerca de media hora para salir. No había militares. Corrí a casa. Le conté solo el episodio final a mi madre. La parte de los militares. Extraño. Mi madre parecía desconocer completamente a Javiera y a Claudio. Más extraño. Javiera y Claudio habían sido borrados de la memoria de todo el mundo, incluso de sus propios padres. Yo decidí contar toda la historia para que alguien hiciera algo por mis amigos. Fui a dar al psicólogo por el resto de mi infancia. Al parecer mezclaba mis fantasías con la experiencias reales. Acudí al “Agujero” cientos de veces pero ya no había nada en su lugar. En mi adolescencia pasé de ser un niño con problemas mentales a un posible anarquista. Un profeta del Caos. Así es que me la pasé en hogares de menores y en sitios de reclusión por el resto de mi vida. Mi nombre hoy está escrito en el libro negro del Estado. Mi nombre es Edmundo Gallegos. Tengo treintaidós años. Lucho por una utopía enterrada. Y mi revolución recién empieza.