Inundación


Finalmente ocurrió. Ayer a las cuatro de la tarde, y ante la mirada atónita de los pocos sobrevivientes que permanecieron en territorio nacional, desapareció bajo el agua la Virgen del Cerro San Cristóbal. El símbolo, de lo que alguna vez fue un país completo, desapareció en silencio bajo el suave oleaje del enorme ojo celeste en que se convirtió el valle de Santiago, luego de la catástrofe de Groenlandia 5 años atrás.
Las lágrimas inundaron a su vez los ojos de los pocos testigos que observaban desde la Isla Manquehue. El presidente Frei Ruiz-Tagle habló por cadena de radio desde su reducto en Valle Nevado. Habló de la red de islotes sobre la que ahora gobernaba, hizo una broma ingeniosa acerca de la ventaja de tener cerca la cordillera de los Andes, intentó hablar del futuro, pero no pudo evitar hablar del pasado. Del B-52 cargado de ojivas nucleares en desuso caído sobre Groenlandia luego del fin de la URSS. Del tremendo desastre ecológico y de la inminente lucha contra la extinción de la especie humana. Agradeció la confianza del pueblo de Chile en su gestión y advirtió que «quizá sea esta la última vez que el metal tranquilo de mi voz llegue hasta ustedes», porque las reservas de energía se terminarían en tres días. Invitó a la oración y a la resistencia. Mencionó vagamente la posibilidad de algunos hidroaviones de la ONU que podrían traer alimentos y medicinas. No mencionó que los estudios hablaban de un amumento del nivel del mar en todavía 120 metros más, no mencionó que hace días que las últimas transmisiones desde centros poblados habían cesado. Mucho menos del invierno que se avecinaba con temperaturas probables de 50 grados bajo cero.
En mi mochila había una edición barata del Canto General de Neruda. Adentro una foto de mi familia con Valparaíso de fondo. Tengo 24 años. Mi sueño era tener un hijo.

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