Los Urbatectos

Los Urbatectos llegaron al país a fines de 1890. Se cree que eran alemanes, aunque hay sospechas fundadas de que venían de Rusia, huyendo del régimen zarista. No se conocen sus nombres, ni su número, aunque es verosímil pensar en tres o en nueve, diseminándose a lo largo y ancho de Chile en trabajos de medición topográfica, en cálculos que les permitieran trazar una nueva imagen del territorio nacional.

Santiago fue demolido en su totalidad en 1908, dos años antes del centenario de la república. Se construyó una nueva ciudad, más moderna, en el valle del Mapocho, a horcajadas de su torrente. Le seguirían otras ciudades, que fueron reubicadas, y otras que se edificaron de la nada, como Punta Arenas o Concepción. Estas ciudades se poblaban con un número preciso de habitantes, los cuales tenían tareas específicas que cumplir, ya fuera como oficinistas, dueñas de casa o carteros. Estos habitantes era gente que se traía de otras urbes, si bien no se sabe cual era el método de su selección.

No se conoce con exactitud el número de ciudades creadas por los urbatectos, ni se han logrado descifrar sus motivaciones. Baste saber que aún están entre nosotros, planificando el mapa definitivo del territorio chileno.

ROJO RIP

Teatro Caupolicán. Final de “Rojo Vip: El regreso”. Pancartas multicolores, lienzos y letreros apoyando a los finalistas por toda la gradería. Rafa Araneda, vestido de camisa blanca y pantalones negros. Las antiguas glorias de la música del siglo pasado se suceden a un ritmo vertiginoso entregando su performance al público en el teatro, al jurado y a los televidentes y radioescuchas: Alejandro de Rosas, Luis Dimas, Alvaro Scaramelli, Florcita Motuda, Rodolfo Navech, Buddy Richard y Oscar Andrade tuvieron seis minutos para someterse a la calificación de Camilo Fernández, Freddy Stock, Constanza Achurra, Pablo Aguilera y Sergio «Pirincho» Cárcamo, quienes oficiaron como jurado pudiendo asignar un máximo de siete puntos, sumado al voto popular recibido en la central telefónica.
El insufrible Rafa Araneda anuncia los resultados de los votos y la ex-polola de Marcelo Salas entrega los premios. El premio al más votado es… Óscar Andrade. Aplausos y expectativa entre el público. Andrade recibe el galvano con cara de sospecha, como diciendo “esto es el premio de consuelo, va a ganar Buddy tal y como yo aseguré”. Después de esto, la modelo va besuqueando desde Navech a Buddy Richard y contra todos los pronósticos y pese a ser calificado con un dos por Camilo Fernández, Oscar Andrade gana “Rojo Vip: El regreso” con 32 puntos.
La gradería enloquece, abucheos y aplausos se mezclan por igual. Andrade recibe el premio, se acerca al micrófono y ¡BANG!, cae víctima de un balazo en medio de la cabeza.
Nunca se encontró a los culpables de la muerte del autor de “Noticiero Crónico” y “La Tregua”, pero las principales sospechas recayeron en las Multinacionales que durante tanto tiempo el autor combatió con valentía.
Hoy se conmemoran diez años de aquel trágico incidente y la veneración por Oscar Andrade sólo se compara a la de Victor Jara y Violeta Parra, con quienes conforma la trinidad musical más relevante de la historia del canto popular chileno.

1899 (continuación)

NADIE PARECE recordar cuando esta ciudad se llamaba Concepción y ocupaba un par de hectáreas poco más al norte de la desembocadura del Biobío, sobre el Océano Pacífico. Un pueblo chico, cubierto de hollines y fetidez de harina de pescado que desapareció completamente a fines de 1877, cuando pocos kilómetros más al sur, uno de los yacimientos carboníferos del golfo de Arauco voló por los aires cambiando la geografía de la zona para siempre. También nuestra historia reciente. Murió mucha gente, es verdad, pero fue el precio que pagamos por saltarnos cien años de avances. Aquel estallido nos hizo descubrir la verde y radiante riqueza que se extendía bajo los yacimientos de carbón, la perenne energía de la metahulla. Tres décadas después, todo fue distinto a como debería haber sido. Concepción dejó de ser Concepción y bajo su nueva identidad, Nueva Arauco, ha pasado los últimos diez años rivalizando con Santiago por conducir los destinos de este país. Y no son pocos los que han augurado la victoria en las calles de la llamada capital de la metahulla, mal que mal mientras el viejo Santiago se ahoga en cinturones de pobreza, esta urbe no hace más que relucir día a día su magnificencia al mundo entero.
Mientras el elevador ascendía por un costado del edificio del gobierno provincial, aproveché la cubierta transparente para contemplar el movimiento de los puertos. Buques gigantes, con cientos de cubos metahullanos sobre cubierta, hacían fila ante los brazos y tuberías de las refinerías de la bahía de San Vicente. Más cerca, el cielo se sentía copado de aeronaves ruidosas mientras pocas cuadras al sur la cúpula cromada de la estación central reflejaba el sol de media tarde, dominando gran parte de la escena. Las líneas brillantes del aerocarril hacia el norte, centro y sur del país atravesaban torres y edificios, como extensiones de un organismo viviente. Un expreso de cuatro vagones se acercó al domo, zumbando como una serpiente colgante, meciéndose de los puentes hasta perderse en la pulposa entrada de la terminal. Vi trenes entrar y salir, mientras recordaba los fierros retorcidos y humeantes del atentado de ayer.
En el nivel cincuenta se emplazaban las oficinas de la policía metropolitana. Saludé a las secretarias y sin entretenerme mucho caminé directo al privado del comisionado Rebolledo, un amplio despacho en el ala sur del piso. La oficina tenía una pared entera conformada por un ventanal y su vista era imposible. Adoro los panorámicos, me hacen sentir libre, me distraen de la realidad.
Ayer en la tarde le envié a Rebolledo un telelocal con el detalle de las conclusiones de mi investigación. Hoy temprano me devolvió el mensaje. Escribió que quería hablar conmigo, que regresara lo antes posible a la ciudad.
-Asiento Uribe-, me dijo apenas ingresó a su privado.
Le agradecí con un movimiento de cabeza.
-¿Recibió el informé?
-Después discutiremos sobre eso. ¿Café?
-Por favor.
-Sin rodeos, inspector-, continuó mientras me servía una taza humeante de café colombiano. Su hermano lo exportaba desde hacía ya varios años. -¿Usted estuvo en el bombardeo a Lima, cierto?
-Cierto.
Detesto cuando preguntan lo que saben.
-Entonces conoce al almirante Prat.
-Tenía entendido que se retiró hace dos años.
-¿Lo conoce?
-Era el capitán del monitor Santiago, cuando bombardeamos la capital peruana. Yo era uno de sus subalternos.
-¿Qué clase de relación mantuvo con él?
-¿Tiene esto que ver con los atentados?
-Por favor, conteste.
Rebolledo le dio un sorbo ruidoso a su café, con la mirada insistió en la pregunta. A un lado de la mesa habían instalado un modelo a escala de una de las aeronaves de la policía. Reconocí el número de la unidad: la 02. Los muchachos la apodan “el choclo” por razones obvias. He volado un par de veces en ella, no trabajo en la división de vuelo nocturno, pero conozco a algunos pilotos y ellos saben que amo las alturas. A veces me invitan
-Mi relación con Prat-, repetí. –Nada muy directa, comisario. Yo no era de sus más cercanos, no venía de su tripulación anterior. Además mi misión era ser enlace de inteligencia, nunca cruzamos más que un par de palabras. ¿Por qué me lo pregunta?
-El pidió hablar con usted, inspector
-¿Prat?
-Si, Prat. Cuando supo que formaba parte de la unidad que investiga los atentados, pidió hablar personalmente con usted.
-Aun no entiendo, pensé que discutiríamos sobre mi informe.
-No creo que haya mucho que discutir. Con su perdón, inspector, pero ambos sabemos que su informe no pasa de ser un trámite burocrático. Mire, el almirante Prat dice tener una pista acerca de lo que en verdad está sucediendo y quiere hablar con usted. Es un héroe de guerra, una vaca sagrada para los políticos. Yo también tengo jefes y ellos quieren que lo escuchemos… No tengo que recordarle que tenemos la soga en el cuello con lo de las bombas. Hay gente allá arriba que duda de nuestra labor policial. De la mía, la suya y la de sus compañeros.
-Comisionado, usted sabe lo que dicen de Prat.
-Que está loco… Quien sabe, quizás nosotros también lo estemos. A propósito, ayer hablé con nuestro psiquiatra, me contó lo de sus pesadillas. ¿Sigue durmiendo mal?
Fue un buen golpe.
-No señor-, le mentí, -ya estoy más tranquilo.
-Me alegro. Mire inspector Uribe, pase lo que pase, el viejo Prat pesa y pesa harto. No me pregunte más, sólo agarre sus y tome un aerocarril a Santiago. Prat va a estar esperándolo en su residencia particular.
-¿Tiene la dirección?
-Pidió que apenas llegara a Santiago le enviara un telelocal.
-¿Tiene entonces el código?
El viejo hizo una larga pausa. No me había dicho todo.
-Se lo entregué a su compañera.
-¿Qué compañera?
Williams Rebolledo bajó la mirada. No necesitaba nada más.
-Usted sabe que no trabajo con números.
-Ginebra es una buena policía.
-Buena policía, ni siquiera es humana.
-Prat pidió que lo acompañara un número femenino. Hizo especial hincapié en ello.
-¿Qué está sucediendo, señor?
El jefe de la policía metropolitana levantó sus hombros.
-Lo entiendo Uribe. A mi tampoco me gustaban los números, pero aprendí a aceptarlos. Ya hablé con ella, tiene los datos del código de Prat y su pasaje. Me dijo que le avisara que hoy en la noche se encontraban en la estación.
Miré la hora. Las cinco de la tarde. Ya era de noche.

Tractatus Zone (Episode 3)

Los expedientes del caso afirman que Serling y Wittgenstein ignoraban que el gobierno militar utilizaría su invención para fines siniestros. Todo comenzó en octubre de 1974. Fueron contactados en Villarrica por un sujeto misterioso que decía ser un físico de la UC y que había oído hablar de las hazañas del dúo. Les planteó la realización de un concepto extraño; un espacio dimensionalmente distinto al nuestro. ¿El por qué?… eso se supo mucho después.
Serling fue el primero en entusiasmarse, mencionó un viejo capítulo de The Twilight Zone en el cual unos viajeros quedaban atrapados en un espacio infinito. Wittgenstein fue el que propuso una cinta de Moebius. Esta cinta matemática es un sistema topológico autorreferente, una anomalía geométrica que transforma un espacio euclidiano en un espacio enigmático, irracional e infinito. Dentro de su espacio existe un nodo inescapable y el proceso autorreferente del nodo hace que el espacio en cuestión tome parte de una infinita regresión y progresión. Este aspecto indica que el sistema, más allá de su comportamiento, es fundamentalmente inanalizable por virtud de la paradoja de Russell [1]. Puesto así, el sujeto solamente puede racionalizar el concepto de semejante topología infinita por medio de una representación que aparenta tener parámetros finitos. Este sería el caso para el individuo que detecta la anomalía desde una ubicación externa de la cinta de Moebius; para éste no ocurre nada fuera de lo común dado que se ha desligado la distinción temporal entre lo interior y lo exterior de su sistema. En cambio, aquel que se encuentre dentro del sistema, habita una topología que se reitera como una grabación doble-opuesta ad infinitum; o sea una suerte de déjà vu espaciotemporal de naturaleza quiasmática.
Ocho meses después, el hombre misterioso los llevó a una propiedad aislada y desértica a unos kilómetros de la Cordillera de la Costa. Les explicó que el plan de la cinta matemática se iba a realizar y que en ese mismo territorio recluido se iba a construir una carretera Moebius. Una autopista desligada de la dimensionalidad y temporalidad cotidiana… una carretera en la que cualquier motorista o pasajero pudiera desaparecer… avanzando infinitamente sin darse cuenta del paso del tiempo ni del eterno retorno.
Octubre 1976. Aproximadamente trescientos disidentes políticos son subidos a media docena de buses estatales. Se dirigen hacia el oeste.

[1] La paradoja de Russell resultó como consecuencia de la experiencia de Bertrand Russell al escribir Principia Matemática y encontrarse con el dilema de la teoría de conjuntos de Georg Cantor. Por ejemplo: “consider a class of all classes that are not members of themselves. Is this class a member of itself? If it is, then it is not, and if it is not, then it is” (Blackburn 336)

EL PELIRROJO

-No, es que no puede ser posible…
-Pero huevón, estás viendo la foto…
-Dime que las fotos no mienten, cualquier huevón de diseño de este mismo diario puede armar un truco tanto o mejor que esta cagada de foto.
-Te digo que es real.
-Huevón, no seas paranoico, cómo va a ser real. Míralo, por favor, estamos a noviembre del 2006, la foto está indicada como mayo del 75. Por favor mira ese cadáver, no puede ser el pelirrojo.
-Es idéntico al pelirrojo.
-Y que lo sea… no puede ser no más, no tiene lógica.
-Pero el huevón dijo…
-El huevón decía que había visto dinosaurios. No seas tarado, al idiota lo echaron del diario por loco, no te contagies tú con sus delirios. La foto es falsa, alguien la mandó como broma a la redacción, ni idea con qué propósito. Deja de hablar tonteras y piensa con lógica, el muerto no puede ser…
-El Pato…
-Please… ni siquiera había nacido en la fecha que está indicada detrás.
-Igual es raro que el loco haya desaparecido.
-Desaparecer es una cosa, pero viajar en el tiempo y reaparecer como un cadáver en una fosa de campo de detenidos desaparecidos de hace treinta años es algo muy distinto.
-No sé, es que ni tu, ni el resto de los colegas lo conocieron como yo.
-Quien iba a interesarse en conocer a un tarado como ese, el huevón malgastó su carrera investigando tonteras de Ovnis, fantasmas y huevadas por el destilo. Los jefes le tenían ganas desde que llegó, no lo echaron antes porque les daba pena…
-Decía que tenía un propósito.
-Propósito de chiflado, sería.
-Mira huevón. El Pato Lobos puede haber estado loco, pero no era mala persona. Lo pasó mal en la vida, como tantos, no más. Su matrimonio fue un desastre. El mismo me contó que se casó sabiendo que no iba a funcionar. Un día, con un par de cervezas encima, me confesó que su verdadero amor era un imposible. Borracho me habló de una mina de pelo blanco que vivía en otro lado, que…
-Puro bla bla de huevón depresivo. No tengo nada contra la gente que padece problemas psicológicos, pero me carga los que son enemigos de si mismos. Y el pelirrojo, el Pato Lobos, era de los que viven pegándose en defensa propia.
-Igual fue raro cuando lo echaron.
-Que tiene de raro, el huevón armó un escándalo porque el diario se negó a publicar lo de esos cadáveres de los milicos. ¿Qué quería? Mira, los ideales se acaban cuando uno tiene que educar a hijos y mantener una familia. El Pelirrojo y todos los que trabajamos para el viejo, conocemos la línea editorial del diario. Que no se haga el huevón. ¿Que quería?, que lo felicitarán. El huevón se buscó que lo echaran.
-Ese día hablé con él. Le dije algo parecido, que puchas, que así eran las cosas, que la vida era injusta, que no se podía manipular el pasado, que se yo. ¿Sabes lo que me contestó?
-Pico…
-Que si, que si se podía. Y era como andar en bicicleta, una vez que se aprendía hacerlo no se olvidaba nunca más.
-Huevón cagado del chape.
-No sé, no sé. Y después desaparece sin que nadie vuelva a saber de el y ahora esta foto… Es rara la tontera, en verdad no sé que creer…
-No hay nada que creer, guatón, alguien te está tomando el pelo no más.

la guerra del Tango

Se le llama Guerra del Tango al conflicto bélico entre Chile y Argentina a raíz de los supuestos documentos que probaban la identidad definitiva de Carlos Gardel. En el tribunal supremo de La haya, parlamentarios chilenos notificaron que Carlos Gardel, el Zorzal criollo, máximo ídolo del tango, no era francés, ni menos argentino. Habría nacido en la Calera, de padres chilenos. A los dos años de edad, viaja con sus padres a Buenos Aires, donde a la larga se convertiría en el famoso cantante de Margot y Mano a mano. Argentina se opuso con vehemencia en contra de lo que se llamó “La mayor afrenta que sufre el país desde la inhabilitación de Maradona”. Ante la decidida postura chilena, Argentina cortó todo tipo de relaciones con su vecino, incluido el suministro de gas natural, lo que se percibió en Chile como una reacción desproporcionada. Bolivia, por otro lado, se convirtió durante un tiempo en foco de la atención al reclamar como autóctono el Charango, instrumento que los chilenos suponían suyo. “Los chilenos creen que todo es de ellos” acusó Evo Morales en una visita a Argentina, donde se fotografió tomando mote con huesillos, y repartiendo las pruebas de que el brebaje era de probado origen incaico.

La Guerra del Tango duró tres días. Chile hizo operativo su satélite asesino, Fasat-alfa (rebautizado Garufa), una vez antes de que se saliera de órbita y cayera sobre Río de Janeiro. Argentina bombardeó Santiago con misiles disparados desde silos secretos ubicados en la pampa. Ante la eventual escalada de violencia en la región, la ONU medió entre los países beligerantes. Después de una agotadora sesión, se declaró que a partir de ese momento Carlos Gardel, inmortal entre los inmortales, era de nacionalidad Uruguaya.

Hasta la fecha, el bloqueo económico que Chile y Argentina mantienen en contra de la pequeña república oriental permanece inalterable.

El Evento

16 de octubre de 1988
Hace tres días se extinguió el sol. Nadie entiende por qué. Los expertos quedaron estupefactos. No debería haber pasado algo así por miles de millones de años… Desde el jueves, Santiago vive en la oscuridad. El primer día hubo pánico… anarquía. Murió mucha gente. Algunos conocidos. Y ahora… resignación. La temperatura sigue bajando. Nos queda poco… quiero fumar.

Victor Raja!

Victor Raja!. “La población”. Kurdt Records, Maipú, 2004. 108 minutos.

El sonido de los huesos

Que una olvidada banda de Maipú haya podido redefinir de un plumazo el electro-punk local puede sonar tan confuso como accidental. Pero es así: “Población”, la esperada vuelta de Víctor Raja! no sólo es una obra conceptual, que relata una historia novelesca en medio de sonidos sinuosos, que bien podrían describir un paisaje extraterrestre o el interior de las vísceras del cuerpo humano sino también y por qué no, pequeña obra maestra.

No es tan raro que así sea. Desde sus comienzos a partir de E.Ps como “¡Quiero contarte!” (1992) o “Flor” (1994) los hermanos Daniel y Marcos Jara, más la baterista Tamara Campusano siempre fueron las mejores encarnaciones del shoegazing criollo. Ahí estaba todo lo que bandas masivas como Los Tres o La Ley nunca pudieron acceder en su búsqueda desesperada de reconocimiento popular por los caminos del synth pop o de folklore rockanrroleado. Por el contrario, los Víctor Raja! no sólo facturaron casi en secreto melodías alienadas, sino que también componían escenas íntimas inolvidables que le debían más escritores invisibles como Armando Méndez Carrasco que a músicos como Kevin Shields. No estaba mal: canciones como “Plegaria”, “Fusil” y “Labrador” se volvían demoledoras e inolvidables no sólo porque proponían las viñetas de un universo en crisis sino también gracias al hecho de que esos paisajes eran amplificados por una colección de elementos sonoros que, en medio del ruido, alcanzaban tintes operáticos.

Viejos punks straigth edge convertidos en músicos profesionales, los hermanos Jara y su socia Campusano, edificaron una leyenda local que aumentó gracias a variadas razones: la vestimenta de obreros siderúrgicos de los hermanos, las poleras pro-aborto de la vocalista –“cómete tu feto!”, decía una- , las proyecciones de diapositivas psicodélicas de imágenes de la Moneda en llamas y la improvisación de slam poetry entre las canciones.

En 1994, cuando Victor Raja! se retiró de la escena local, si bien no había alcanzado a grabar ningún larga duración, sí habían consagrado como un mito que se propagaba de boca en boca entre sus cientos de acólitos.

Lo inquietante es que ninguno de todos los datos anteriores servía para presagia los efectos –o daños colaterales- que podría provocar algo como “Población”.

“Población” tiene tan sólo dos tracks y bien podría ser considerado un producto de rock progresivo sino fuera por el hecho de que carece de cualquier virtuosismo masturbatorio para, por el contrario, enfatizar ciertos aspectos narrativos: la historia de los últimos días de un cantante de protesta en un campo de concentración del gobierno de Pinochet. Como si los Flaming Lips estuvieran leyendo a Floridor Pérez o algo así, pero con más noise de fondo si es que eso es posible.

Mitad fábula, mitad documental, el disco indaga en las historias mínimas del centro de detención, en la moral de torturados y torturadores, centrando el relato en V, un cantante que es fusilado y luego desaparecido. Los mejores momentos de la placa son así, aquellos cuando el paisaje sonoro representa al cuerpo violentado de V, a la narración detallada de sus fracturas (“soy el hueso/que habla como una boca/esperando la nueva llegada del lobo”) y a los momentos de agonía llenos de ecos, pasos en celdas con el piso mojado, golpes secos sobre un lecho de secuencias programadas. Los Victor Raja! componen un via crucis lleno de guitarras afiladas y teclados sangrantes, para reconstruir la historia de V, como si fuera un documental perturbador: “me duele/ me duele/ la herida de la memoria/me duele/la nada/me duele/ el dolor”.

El resultado, es por cierto, imprescindible pero perturbador. 108 minutos que redefinen las relaciones entre folk y rock, entre política y rock en español, al punto que uno llega a pensar que V realmente existió gracias a la nitidez nasal de la voz de Marcos Jara intentando cantar con un sonsonete campesino.

El resultado es un Lp perfecto, cuyo sentido central lanzarse de cara a la memoria, sin compasión de ninguna clase. El pasaje final es conmovedor y es lejos, uno de los mejores momentos del rock local de los últimos años: los Victor Raja! relatan –con un coro gospel de voces quebradas- cómo V, destripado y vuelto un fantasma, mira desde el fondo del mar el futuro de Chile. Mientras, su voz se funde con una guitarra aguda e insoportable, que desaparece en el silencio mientras entona “no hay nada más allá/ no hay nada más / que el sol negro del futuro/ que espera el canto de golondrinas/ que nunca han regresado” para dejar latiendo sólo el sonido del bajo de Campusano, como un corazón perdido en la oscuridad.

Rolling Stone, edición chilena, diciembre del 2004

Feng Yu-hsiang, el Condottiero orienta (III y final)

El general Feng recibió a la delegación en su palacio de San Pedro de Atacama, que repetía la decoración de la ciudad prohibida. Exigió la entrega de Cuzco, ya que sus chamanes aymaras habían predicho que en aquel lugar se convertiría en Emperador de América. Los delegados se atrevieron a rechazar la petición, por lo cual fueron indulgentemente echados ciegos y desnudos al desierto, donde dos días después fueron encontrados casi muertos por un grupo de caballería chilena. Esto permitió que Santiago conociera los detalles del pacto que buscaba el eje, información que no supo ser utilizada por Santa María, que se limitó a crear la Dirección de Información Nacional, departamento civil que décadas después acabaría siendo absorbido por el ejército.

Los textos de historia del Perú repiten con insistencia que los chilenos gastaron hasta la última moneda en convencer a Feng que tomara Cochabamba, que la incendiara y pasara a cuchillo a la población. Una pirámide de cabezas cortadas y banderas de piel humana fueron el inicio del reino andino del General, que contaba con una numerosa corte de brujos y chamanes indígenas. Un extraño misticismo se apoderó de Feng. En su primer edicto, leemos con estupor la orden de desenterrar los cadáveres de los cementerios y arrojarlos sobre las ciudades, para extender la plaga y la enfermedad, justo castigo que iniciaría la limpieza de América, que pertenecía por derecho natural al hombre asiático y a sus descendientes, los indígenas.

Feng inundó literalmente el altiplano con copias de sus manifiestos, sus memorias y sus comentarios, dictados a un enorme grupo de amanuenses que tenía su propio tren, que siempre seguía al del general. En 1884, cuando el eje ya había logrado invadir Chile, Cochabamba era una ciudad muerta, ocupada solo por militares. La hambruna de ese invierno diezmó lo que quedaba de la ciudad, lo que Feng interpretó como señal de sus dioses ancestrales, ídolos de piedra que le hablaban desde las estepas de China. Hacia 1885 Las enfermedades habían prácticamente acabado con sus leales, lo que lo obligó a una leva forzosa que reunió a unos tres mil hombres, mujeres y niños de todos los rincones del altiplano, que debían partir a la conquista de Cuzco. Sin carbón ni agua, y sin animales, la marcha se hizo a pie. Cochabamba quedó vacía.

El ejército del general Feng nunca llegó a Cuzco: Su columna de espectros desapareció en algún punto de su ruta. Los soldados que protegían la ciudad esperaron en vano.

Numerosos osarios jalonan lo que ahora se conoce como el Camino de Feng, miles de kilómetros de desolado paisaje evitado a toda costa por los supersticiosos habitantes del altiplano. Los restos de sus trenes blindados aún pueden verse, como caparazones oxidados semienterrados en el desierto. Nada quedó de sus edictos ni de sus libros. El gobierno Peruano quemó y arrasó Cochabamba, con sus imprentas y sus toneladas de memorias sagradas todavía sin encuadernar, con la orden de borrar la memoria de Feng.

Un mestizo interrogado en el Callao aseguró que el ejército de Feng era una turba que empezó a desertar nada mas salir de Cochabamba. El general fue muerto y comido por oficiales de su guardia personal, a muchos días de camino de Cuzco.

Fuente: Historia didáctica de La Guerra del Pacífico, Walterio Millar.