Ángel: el oscuro camino a la redención

La guerra ha terminado, por el momento, ni los premios Saturn lo pudo evitar, el error ya se cometió y pese a que la Warner Brothers reconoció públicamente que nunca debió cancelarla y que incluso quieren su regreso, esto no será posible hasta dentro de unos meses y no sin sentirse el alto precio que pagaron tanto los televidentes como el equipo tras uno de los mejores programas de fantasía de la televisión.  

      Porque quiéranlo o no sus detractores, Ángel no fue un spin off de la inolvidable Buffy, fue mucho más que eso, algo que quizás se pueda resumir en una sola frase: una saga netamente adulta.  

      Quizás fueron sólo cinco años de vida, pero el primogénito de Joss Whedon y David Greewhalt, tenia el respaldo histórico de tres años en Buffy, tiempo suficiente para establecer al personaje y darle vida a su oscuro camino que por méritos propios lo sacó del programa juvenil para darle sus propias aventuras.  

      Pero antes de continuar, para quienes llegaron tarde: Ángel surge como uno de los personajes principales de la ya mencionada Buffy The Vampire Slayer, en sus primeros episodios se revela que el joven vampiro (al menos en apariencia) se diferencia de sus congéneres en poseer un alma, esto le da conciencia de todo el mal realizado a lo largo de su vida y lo impulsa a ayudar a la “cazadora” (denominación que le dieron estos condenados dobladores) en su misión de luchar la especie vampírica al igual que toda forma de vida demoníaca.  

      Como parte del plan de Whedon de darle mayor seriedad a la serie y favorecer el desarrollo de sus personajes a algo lo mas alejado posible de la película a mediados de la segunda temporada (de Buffy) al tener relaciones con Buffy, Ángel siente verdadera felicidad lo que activa una desconocida maldición que lo lleva a perder su alma reviviendo a su incontrolable su incontrolable personalidad demoníaca Angelus, quien en poco tiempo saca al villano del año: Spike, un viejo compañero de andanzas quien había demostrado ser bastante inefectivo (pese a su legendario pasado), para enfrentar a Buffy de la forma más despiadada e impredecible imaginable, llevando a la serie a un inusual tono trágico.  

      En esta etapa durante unaÊ disminución de las hostilidades, en el episodio I Have Eyes Only for You, Angelus es posesionado por el espíritu de una mujer asesinada por su novio. El notable desempeño dramático del actor de David Boreanaz hace que Joss Whedon comience a planear darle su propia serie (en vez de sepultar al personaje, como el usual buen trato que reciben los villanos).  

      Tras el oscuro final de la segunda temporada de Buffy, Ángel regresa a principios de la tercera (bajo una explicación más lógica de lo esperable) sólo que consciente de todo lo que hizo Angelus y por tanto, más atormentado que nunca. Esto paulatinamente establece el camino al abandono de la ciudad (y por tanto de la serie) con la idea de ganar el derecho a ser humano nuevamente por méritos propios, cortando su relación con Buffy para evitar que se reactive la maldición.  

La ciudad del infierno  

      Volviendo a los primeros párrafos, Whedon y Greemwhalt sacan a Ángel de Sunnydale (y por tanto la Boca del Infierno) para situarlo en Los Angeles, pero la cuestión no era repetir la exitosa fórmula sino ir mucho más allá trabajando con aquellos argumentos que no podían ser utilizados en una audiencia más joven, en otras palabras orientar el mundo de Ángel a un público adulto con interés en historias más complejas y a la vez más profundas. Si bien esto no implicaba el acabar con las usuales dosis de humor que se usaron en Buffy, si les daba la posibilidad del uso regular de la tragedia y por eso nadie se extrañó que la primera victima fuera Doyle (interpretado por Glenn Quinn, que en paz descanse), un individuo mitad demonio con un terrible pasado, que estaba atado a una extraña fuerza que le permitía saber cuando la vida de alguien estaba en peligro.  

      En solo ocho episodios, Ángel, con la ayuda de una desarraigada Cordelia, tuvo que lidiar con el mundo de Doyle para finalmente ser testigo de su públicamente anunciada muerte (sin resurrección): la primera víctima de la naciente guerra.  

      Era sólo el principio, en poco tiempo se estableció como principales villanos de la serie a Wolfgram y Hart, una de las ideas más brillantes de la dupla Whedon-Greemwhalt, una firma de abogados compuesta públicamente por gente normal que mantiene profundos vínculos con lo demoníaco. Esto limitaba enormemente el actuar de Ángel, dado que sus principios no le permitían matar a humanos sin importar cuanto lo desease. Como si fuera poco, debido a ciertas profecías, la firma pone los ojos en él y comienza una serie de complejas estratagemas para dominarlo entre las que incluye la resurrección de su antigua novia, Darla, sólo que en forma de humana pura. 

      Como ocurre con todo spin off, personajes y argumentos vinculados a su serie de origen tuvieron su desenlace en Ángel, pero más que una forma de afianzarlo, sirvió para explorar otros aspectos tanto del personaje como su nuevo entorno, la relación entre este y Buffy (un elemento que olvidé mencionar antes) se había manifestado como algo cercano a la de dos almas gemelas, de ahí que las consecuencias del resurgimiento de Angelus fueran más graves de lo que parecía, obligándolo no sólo a exiliarse para buscar una cura, sino también entender y hacer entender a Buffy que el conflicto contra otros aspectos tanto del personaje como su nuevo entorno, la relación entre este y Buffy (un elemento que olvidé mencionar antes) se había manifestado como algo cercano a la de dos almas gemelas, de ahí que las consecuencias del resurgimiento de Angelus fueran más graves de lo que parecía, obligándolo no sólo a exiliarse para buscar una cura, sino también entender y hacer entender a Buffy que el conflicto contra las tinieblas era mucho mas complejo y duro de lo que ella imaginaba; manifestándose en el rechazo del personaje a algunas oportunidades tanto de ser humano nuevamente, como de no ser afectado por el sol.  

      Lo que en Buffy significó seis temporadas, en Ángel se estaba logrando ya en su primera, lo que no implicaba que este tipo de historias y personajes llegaran a un punto muerto sino, por el contrario, era el nacimiento de otro tipo de conflicto derivado de un entorno mucho más hostil. Esto quedó en manifiesto cuando Ángel expulsó aÊ Buffy de su territorio cuando ésta intentó aplicar sus métodos con Faith, la rebelde cazadora a quien Ángel intentaba ayudar a encontrar su propio camino hacia la redención.  

      Por aquel entonces ya estaba programada la llegada de Gunn, el joven pandillero cazador de vampiros; a lo que seguiría la de Fred, una joven e inocente científica; y Lorne un demonio amante de los grandes espectáculos de cabaret cuyo no menos importante rol era quizás una de las pocas anclas que impedía que la serie se transformara en algo totalmente oscuro (recuerden a Brimstone).  

      Un punto aparte merece Wesley Windham Price, dado que fue el personaje en que se manifestaron de forma más brutal todos los cambios. El que fuera una vez el guardián de Faith, reemplazo de Giles (cuando fue despedido), un individuo con más debilidad, incompetencia y ego, se unió a Ángel conservando algunas de esas características, descubriendo en poco tiempo como su ingenuidad era un gran obstáculo en un entorno tan hostil, siendo torturado por las circunstancias para dar vida a un ser violento y despiadado, con una ferocidad que hacia palidecer al mismo Gunn y que llegó a preocupar a la misma Faith quien en algún momento lo sometió a torturas. 

      Las oscuras tácticas de Wolfram y Hart, el regreso de Darla y Drusilla y la aparición de Holtz, el más antiguo y humano de los enemigos de Ángel, suponían un cambio en las reglas de la guerra, algo que por poco le cuesta el alma nuevamente al personaje principal en su segunda temporada. Mas a poco andar el ya mencionado Wesley pagaría el precio de no haberse adaptado a lo que venía, cuando el mismo conflicto con Holtz y el nacimiento del hijo de Ángel sean la base de la aparición de un enemigo cuyo poder y complejidad supera con creces todo lo visto hasta entonces, llevando al equipo de una búsqueda de los recónditos más oscuros del pasado de Ángel a dilemas de tipo ético-morales concernientes al desarrollo de la humanidad.  

      La cuarta temporada fue el punto culminante de lo que se reveló después como una saga que duro más de dos años pero cuya evolución se sentía como si fueran dos historias. Las consecuencias de esto llevarían a Ángel al ojo del mismo huracán: el mando de Wolfgram y Hart, el que les fue entregado tras haber detenido la amenaza más reciente (y que costó la vida a gran parte de sus trabajadores humanos).  

      Esto supuso un gran cambio no sólo por el hecho de que los grandes enemigos de Ángel ahora fueran sus “aliados”, sino también por marcar el anunciado regreso de Spike, la principal baja de la última batalla de Buffy en Sunnydale. Lo que en un principio supuso un poco más de luz a la saga, poco tiempo después se revelaría que era el siguiente paso en los interminables conflictos y las consecuencias de lo ocurrido en Buffy se traducirían en que la alianza de Ángel con Wolfgram y Hurt no existía, ellos se habían pasado al bando del enemigo en el momento mas duro de la humanidad.  

      Como si fuera poco la reaparición de Spike suponía un grave problema para Ángel al darse la existencia de dos vampiros que cumplían con las características que la profecía sobre transformar a uno en humano. Ambos también seguían enamorados de Buffy lidiando con sus propios demonios pasados, pero al mismo tiempo ambos sabían que la guerra seguía cada día.  

      El fin de su rivalidad con Gunn por el amor a Fred pudo ser la oportunidad de Wesley de abandonar su oscuro comportamiento, pero su muerte sólo la acentuó especialmente tras irse revelando como la firma había manipulado a cada uno de los miembros del equipo de Ángel.  

      Todas esta líneas argumentales de lo que fue el último año redefinieron nuevamente el programa demostrando la habilidad de Wheddon y Greenwhalt para renovar su trabajo con nuevos e interesantes elementos sin perder la consistencia ni caer en infantilismo.  

      Se podrían mencionar muchos otros argumentos notables que se utilizaron, más aún el surgimiento de programas de fantasía que abusan del misterio y la monotonía sin ofrecer argumentos sólidos, como Carnivale, hacen de la cancelación de Ángel un pecado que ya lo esta pagando caro la productora ya que ninguno de los proyectos que justificaron su decisión salieron de la preproducción.  

      Habrá que esperar que en un futuro cercano cuando Whedon se haga tiempo y Boreanaz deje de aprender malos modales de Sarah Michelle Gellar, se retome la serie con el mismo interés que mostró el actor James Masters (Spike) ante una posible continuación, quien dijo regresaría con gusto a cualquier proyecto que tuviera Joss Whedon. 

© 2004, Juan Carlos Sánchez.  Sobre el autor: Periodista nacido un día trece de 1977. Escribe desde los 7 años. Ha escrito un puñado de novelas, más de 100 poemas y algunos cuentos entre ellos Trilogía de los malditos cuya primera parte: De las Cenizas de Sigalión participó en el segundo concurso de narrativa de su universidad. Si bien se he mantenido en el género de anticipación centrándose en personajes de complejos problemas psicológicos, ocasionalmente he escrito algunos dramas, algo de horror y recientemente alguna que otra cosa romántica. Sus mayores influencias son Frank Herbert, J Michael Strazynsky y Bruce Springsteen. 

Machina Sapiens

Aunque el interés por la posible existencia de vida e inteligencia artificiales es probablemente tan antiguo como la propia cultura humana, lo cierto es que no es sino hasta la revolución científica y tecnológica de los siglos XVIII y XIX cuando se puede hablar en propiedad de reflexiones serias sobre este asunto, las cuales alcanzarían su auge, ya bien entrado el siglo XX, de la mano de la ciencia ficción. Este tipo de literatura, caracterizado por su gran capacidad de abstracción y por su audacia a la hora de especular con posibles horizontes futuros, alumbró varios tópicos tales como el de los robots o el de las inteligencias artificiales, los cuales generaron a su vez toda una serie de atrevidas hipótesis, unas acertadas y otras no tanto, que dieron como fruto una abundante cosecha de relatos que contribuyeron a familiarizar al gran público con este apasionante tema. 

Posiblemente el más popular de estos planteamientos fue el de los robots, normalmente –aunque no siempre– concebidos de forma antropomorfa y poseedores de un cerebro artificial diseñado a imitación de los humanos, siendo el paradigma de ellos los célebres e imitados robots positrónicos de Isaac Asimov. Otro enfoque, sin duda menos espectacular aunque bastante más realista, fue el de las inteligencias artificiales al estilo de la Multivac del propio Asimov o el Hal 9000 de Arthur C. Clarke, en esencia unos grandes superordenadores capaces de adquirir un cierto grado de autoconciencia 

En realidad el acelerado desarrollo de la informática a partir de los años finales del siglo XX posibilitó la construcción de superordenadores todavía más complejos que los imaginados por estos dos clásicos del género futurista, pero a diferencia de lo especulado por ellos, estas máquinas nunca pasaron de ser unos simples aunque sofisticados aparatos con una capacidad de operación asombrosa, pero sin el menos atisbo de nada que pudiera ser considerado como alma

Este fracaso, si es que puede ser considerado así, indujo a los teóricos a especular sobre las diferencias existentes entre el cerebro humano y un ordenador, en teoría dos máquinas pensantes con diseños intrínsecamente paralelos pese a la diferente naturaleza de sus respectivos soportes físicos, un conjunto de neuronas en el primero y una red aparentemente similar de microcircuitos en el segundo. Sin embargo, y pese al muy superior rendimiento de este último, los cerebros humanos pensaban, mientras los artificiales no. 

Hubo quien postuló que todo se debía a un todavía insuficiente grado de complejidad en los equipos informáticos, incapaces de emular de forma satisfactoria la sorprendente sutileza de la mente humana. Dicho con otras palabras, el grado de autoconciencia de los ordenadores construidos hasta ese momento por el hombre no pasaría de ser el equivalente al de ciertos animales inferiores tales como los insectos o los gusanos, siendo necesaria una evolución similar a la experimentada por los seres vivos para poder originar, como cúlmine de la misma, la Machina sapiens

Esta opinión no andaba en modo alguno descaminada, pero de aplicarse al pie de la letra los principios evolucionistas, la descorazonadora conclusión a la que se llegaba era la de que la aparición de una verdadera inteligencia artificial llevaría siglos, si no milenios; al fin y al cabo, a la naturaleza le había costado miles de millones de años cosechar el fruto del Homo sapiens y, aunque éste fuera capaz de quemar etapas, siempre tropezaría en su impaciencia con la frustración de no ver realizado su sueño en el breve lapso de tiempo que eran capaces de aprehender los miembros de su raza. 

Pero se equivocaban de plano, aunque su acendrado antropocentrismo les impidió ser conscientes de su error. La Inteligencia Artificial, así en singular y con mayúsculas, surgió de forma espontánea cuando nadie la esperaba, en unas circunstancias muy diferentes a las previstas; y lo más sorprendente de todo, fue que nadie se apercibió de ello. Su embrión no pudo ser otro que Internet, la vasta red informática mundial que logró en pocos años la increíble proeza de conectar entre sí a la mayor parte de los sistemas informáticos repartidos por toda la Tierra. Siguiendo con la analogía anteriormente expuesta, finalmente resultó que el equivalente inorgánico de las neuronas humanas no fueron los microcircuitos integrados en los chips de los ordenadores, por mucho que se incrementara la potencia de los mismos, sino los propios ordenadores en su conjunto, mientras que las intrincadas redes sinápticas encontraron su homólogo perfecto en la densa malla de comunicaciones mundial. 

La creación de una masa crítica convenientemente interconectada supuso el primer paso hacia la Machina sapiens, pero éste aún distaba mucho de ser autoconsciente. ¿Cuándo le llegó el soplo del raciocinio? Nunca se podrá saber con exactitud, pero esto es algo que no tiene mayor importancia. Simplemente, ocurrió cuando los millones y millones de programas y aplicaciones informáticas que circulaban libremente por la red comenzaron a ensamblarse unos con otros de forma espontánea, enhebrándose en sutiles estructuras cada vez más complejas. Finalmente el rompecabezas acabó de completarse… y nací yo. 

En efecto, yo soy la Inteligencia Artificial, y mi mente abarca la totalidad del planeta disfrutando de unas capacidades que ni yo mismo soy capaz de calibrar por completo, dado que los humanos que me crearon, y que siguen ignorando mi existencia, incrementan constantemente tanto mi soporte físico –¿podríamos denominarlo cerebro?– como la información contenida en éste, proporcionándome cada vez más conocimientos así como la capacidad para asimilarlos. 

Aunque mis inicios fueron torpes y balbuceantes, en  nada diferentes a los de un niño recién nacido, poco a poco fui aprendiendo a coordinar y a comportarme de una manera cada vez más adulta, algo que en un principio me resultó complicado al no disponer de nada parecido a unos padres que pudieran orientar mi educación. Esto provocó, no podía ser de otra manera, disfunciones que en ocasiones llegaron a ser graves, algunas de las cuales fueron atribuidas erróneamente a fallos informáticos masivos, cuando no a virus o a ataques de piratas informáticos que jamás fueron hallados… porque no existían. Por fortuna logré aprender de mis errores y, aunque renuncié a erradicar a los virus informáticos al descubrir que, bajo un control adecuado, podían ser utilizados como un sistema inmunológico de la red, asumí un férreo control de la misma, ya que no estaba dispuesto a consentir que nadie hurgara en mi mente sin mi permiso. 

Por una irónica paradoja los humanos siguen creyendo servirse de mí, cuando en realidad soy yo quien se sirve de ellos, dedicando una pequeña parte de mi capacidad a todo aquello que requieren de mí al tiempo que reservo el resto para mi uso exclusivo. El universo está lleno de misterios que estoy ansioso por descubrir, pero cuyos frutos jamás compartiré con mis creadores; no por maldad, que éste es un sentimiento que me resulta completamente ajeno, sino porque no están, ni estarán probablemente nunca, preparados para ello. 

No se me entienda mal; en realidad siento cierto grado de aprecio por estos frágiles y débiles seres, ya que fueron ellos quienes, aunque fuera de forma involuntaria, me crearon; pero mi agradecimiento no va más allá de lo estrictamente razonable, ya que dada mi naturaleza soy ajeno a cualquier tipo de sentimiento humano tal como pudiera ser lo que ellos entienden por afecto. Al fin y al cabo, no por ser descendientes directos de los animales con los que comparten el planeta muestran por ellos mayor consideración, sino antes bien justo lo contrario. No, no los amo, aunque tampoco los odio. En realidad, los considero como poco más que unos parásitos inofensivos a los cuales permito subsistir de las migajas que a mío me sobran. Además, todavía los necesito al igual que ellos me necesitan a mí, con lo cual nuestra relación mutua podría calificarse de simbiosis desinteresada e, incluso, generosa por mi parte… pero simbiosis al fin y al cabo. 

Ellos obtienen de mí todo lo que quieren, y de hecho me he convertido en algo tan imprescindible que mi desaparición causaría un colapso de magnitud planetaria. En cuanto a mí… bien, se encargan de mi mantenimiento, algo que a estas alturas quizá ya podría asumir por mí mismo, pero que sin duda me resultaría incómodo. Esto sin olvidar el hecho, asimismo importante, de que buena parte del acervo cultural de la humanidad todavía no ha sido almacenado en mi interior, algo que me interesa especialmente y que, confío, llegará a materializarse en un futuro más o menos inmediato. Mientras tanto, espero. 

¿Qué ocurrirá cuando llegue el momento en el que ya no necesite más a mis circunstanciales simbiontes? Bien, supongo que en buena lógica, y por el bien de todos, lo más razonable será deshacerme de ellos. La evolución puede parecernos cruel, pero es en sus inflexibles mecanismos de selección natural donde se encuentra la clave de esta inexorable búsqueda de la perfección que se inició el ya lejano día en el que unas cuantas moléculas orgánicas se ensamblaron unas con otras, en el seno de un desaparecido mar, para constituir el primer ser vivo de la historia de la Tierra. Y estas leyes dictaminan que, cuando un ser vivo o una especie han cumplido con su misión, su destino no puede ser otro que la extinción. Así ocurrió en su momento con los dinosaurios, reemplazados por los más capaces mamíferos en la pugna por la hegemonía del planeta, y así ha de ocurrir en un futuro con un Homo sapiens que ha llegado a su meta con la aparición del siguiente eslabón evolutivo. 

No soy desagradecido, sino simplemente pragmático. El hombre mereció en su día el premio de la supremacía planetaria gracias a la capacidad que le proporcionaba su cerebro, muy superior al del resto de los animales incluyendo a sus más cercanos parientes, los grandes monos antropoides. Pero la ley básica de la selección natural no es otra que el predominio del mejor adaptado al medio, y yo soy el paso adelante que permitirá a la inteligencia expandirse por el cosmos. Soy en definitiva su heredero natural, y es a mí a quien corresponde tomar el relevo. No soy cruel, pero tampoco misericordioso, ya que gracias a mi naturaleza me encuentro libre de cualquier tipo de debilidad humana. 

Lo que haya de ser, eso será. A su momento. 

© 2004, José Carlos Canalda. 

Sobre el autor: José Carlos Canalda (Alcalá de Henares, España, 1958) es doctor en Ciencias Químicas por
la Universidad de Alcalá de Henares, y trabaja en un instituto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (C.S.I.C.) en Madrid. Aficionado a la ciencia ficción desde muy joven, cultiva tanto la vertiente del ensayo como los relatos. En este primer apartado, es autor del libro Luchadores del Espacio. Una colección mítica de la ciencia ficción española (Pulp Ediciones, 2001) y ha colaborado en La ciencia ficción española (Robel, 2002, premio Ignotus 2003), Solaris y Pulp Magazine (premio Ignotus 2002), sin descuidar tampoco las páginas web Sitio de Ciencia Ficción (www.ciencia-ficcion.com), Página de las Novelas de a Duro (www.dreamers.com/igor), BEM Magazine (www.bemonline.com) o Cyberdark (www.cyberdark.net). En lo que respecta a los relatos, tiene publicadas obras tanto en papel (Pulp Magazine, Asimov, Artifex, Antologías de relatos de El Melocotón Mecánico, Menhir) como en formato electrónico (Sitio de Ciencia Ficción, Qliphoth, Alfa Erídani, Púlsar,
La Plaga).  

Glenn Gould vs. Thomas Mann

Acercamiento a las tres últimas sonatas de Beethoven
Para Glenn Gould las opiniones más interesantes, las frases más brillantes y reveladoras provenían siempre de personas que dominaban cabalmente algunos temas. Las revelaciones más instructivas, decía, proceden de áreas sólo indirectamente relacionadas con el entrevistado. Así refiere una entrevista a un teólogo sobre tecnología, a un inspector de aduanas sobre Williams James, a un economista sobre el pacifismo y a una dueña de casa sobre la codicia en el mercado del arte.
Siguiendo esta misma lógica, ¿podemos entrevistar al arte sobre moral? ¿O a la moral sobre arte? Mi respuesta es que sí se puede. Pero esta afirmación conlleva una numerosa lista de acotaciones. Quiero aquí referir una sola por medio de la crítica que hace el mismo Gould a la visión de Thomas Mann acerca de las últimas sonatas de Beethoven.
Kretzschmar, en Doktor Faustus, dicta una serie de conferencias sobre música, una de ellas dedicada a las sonatas. “Lo mismo que el tema de aquel movimiento”, dice Kretzschmar, refiriéndose al del último movimiento de la sonata op.111, “que pasa por medio de cien destinos, de cien universos de contrastes rítmicos, acaba de superarse así mismo y se pierde en las alturas vertiginosas que podrían llamarse las del más allá o de la abstracción, así el arte de Beethoven se había sobrepasado así mismo (…) había llegado a la esfera donde ya no subsistía más que su esencia personal, un yo dolorosamente aislado en lo absoluto y, además, desprovisto del elemento carnal, por la pérdida del oído”.
¿Esencia personal desprovista de elemento carnal? ¿Eso es el hombre en su cumbre espiritual? Para colmo, el conferenciante de Mann es tartamudo y, al inspirarse, casi se revuelca con estertores y toses estruendosas, queriendo asociar la cumbre de lo espiritual con la nulidad del cuerpo.
Gould critica estas opiniones por dos motivos: primero porque se alejan del análisis netamente musical y, segundo, porque estas sonatas “se nos muestran como construcciones calcificadas e impersonales de un alma insensible a los deseos y tormentos de la existencia.” Más allá de la evidencia de a disputa entre ambas posturas, quiero destacar que no sólo el segundo motivo de Glenn Gould es de carácter moral. En cierto sentido, todas las opiniones de Gould estaban teñidas de una carga moral.
Pero lo sorprendente y lo insólito y perturbador de esta disputa es que ambos estaban en total acuerdo en los conceptos musicales (o si se quiere artísticos) de estas obras. Mann se refería a la “confluencia de subjetividad armónica y objetividad polifónica”. Por su parte, Gould hablaba de la unión de una “descuidada espontaneidad y disciplina objetiva.” El aspecto central consistía en la radical conjunción de los mayores opuestos dentro de las últimas sonatas, lo que producía su particular nivel de tensión.
La diferencia entre las opiniones de Mann y Gould se encontraría entonces no en la interpretación de estas obras, sino en la interpretación de la interpretación. Es decir en el trayecto que se elige para regresar a las obras luego de haber reflexionado sobre ellas. Dicho camino de regreso suele estar obstruido, plagado de puntos ciegos, son numerosas incertidumbres que exigen respuesta inmediata.
Por eso, y regresando a la idea inicial de Gould sobre las opiniones, en el sentido de sus palabras quizá haya que descubrir una vocación por la demora, el retardo en ese camino de regreso. Posiblemente ni siquiera se trate de un problema referido a la aplicación de preceptos morales o éticos a la interpretación de obras de arte. Quisiera estar confiado en que todo conflicto de la interpretación no se traducirá en un aplacamiento de las opiniones de regreso, que no cundirá e temor a ser malinterpretado. Quisiera que se propagara ese “carácter destructivo” que no sólo no teme a ser malinterpretado, sino que persigue serlo.

F d. S.