El Sucesor

Hace más de tres mil años que las ciudades estaban muertas.
Sin duda el trabajo y el transporte fueron las principales causas que motivaron a hombres y mujeres a apiñarse en las ciudades pero el descubrimiento de la teletransportación hizo que estas razones quedaran obsoletas. Por un lado, las personas ya no necesitaban vivir cerca de sus trabajos, y por el otro, la devaluación de la tierra gracias a los cultivos en laboratorio permitió que varias hectáreas de campo costaran menos que un departamento de 40 metros cuadrados. Paulatinamente los citadinos se fueron mudando cada vez más lejos de sus ciudades, las industrias se dispersaron, y al no existir objetivos militares la guerra también se convirtió en una cosa del pasado. La humanidad ciertamente estaba en un punto de inflexión evolutivo, pero entonces, intempestivamente, llegaron las naves alienígenas.
Mediante un sistema desconocido los extraterrestres eliminaron de forma simultánea a prácticamente todos los seres humanos de la faz del planeta. Una vez finalizado el genocidio, las naves se marcharon, permaneciendo las motivaciones de los alienígenas en el más absoluto misterio. la gran matanza, por alguna razón inmunes a las mortíferas emisiones extraterrestres, se agruparon en pequeñas comunidades agrícolas y desarrollaron un estricto control reproductivo. La fobia a los espacios cerrados, las cerrados, las construcciones inorgánicas y las aglomeraciones, presentes en su memoria racial, hacían improbable que sus diminutos pueblos llegaran a convertirse algún día en las enajenantes ciudades del pasado.

***

Sumzen se desplazaba furtivamente por las vacías calles de la ciudad. Los edificios eran aún más altos de lo que su abuelo le contara. No era de extrañarse, después de todo el abuelo sólo había contemplado la ciudad desde muy lejos, sin atreverse a penetrar en ella. Sumzen pertenecía a la casta de los historiadores, pero al igual que su abuelo, y a diferencia de su padre, no se contentaba con un mero conocimiento teórico. Ese espíritu aventurero -había dicho su madre-, esa curiosidad que parecía carecer de límites, era algo que se saltaba un par de generaciones por lo menos.
Mi madre tenía razón -meditaba Sumzen mientras contemplaba absorto las estructuras inorgánicas que empleaban los antiguos para edificar-. Ni mi padre, ni el padre de mi padre tuvieron el valor suficiente como para llegar tan lejos, pero si lo tuvo el bisabuelo Harken, que no sólo recorrió estas mismas estériles rutas, sino que además estableció contacto con el ser más antiguo del planeta.
Harken había descrito al ser como un gigante negro, duro como la roca, capaz de despedir haces de luz a través de sus ojos y de volar. El bisabuelo de Sumzen, intuyendo que estaba ante una criatura de otra época, le habló en la lengua de los Antiguos. La conversación fue breve, ya que la criatura estaba ansiosa por escoltar al intruso fuera de su territorio.
¡Los hechos históricos que podría aprender gracias a esta criatura! -pensó Sumzen lleno de emoción-. Algo, o alguien, que existe desde antes de la llegada de los navíos del espacio, que existía incluso antes que acontecieran las grandes migraciones y que se negó a abandonar esta ciudad. ¿Pero donde estaba? A estas alturas ya debería haberse presentado.
Al atardecer Sumzen llegó a una amplia área de la ciudad en la que no se había levantado edificaciones de ningún tipo y se sentó sobre el césped bajo la sombra de un enorme árbol. Buscó en su morral algo de comida y se alimentó mientras observaba el firmamento desprovisto de nubes. Un pequeño objeto oscuro, que apareció de improviso tras las torres artificiales invadiendo la inmaculada vastedad celeste, llamó su atención. El objeto voló hasta donde Sumzen se encontraba aterrizando a un par de metros frente a él. Era la criatura con la que había hablado el bisabuelo.
-¿A que has venido aquí? -preguntó el gigante con una voz vagamente humana.
-He venido a aprender -dijo Sumzen incorporándose-. Tú hablaste con uno de mis ancestros, hace muchos años atrás.
-Sí, lo recuerdo perfectamente ya que no suelo tener muchas visitas aquí en mi casa. Supongo que eres un historiador, como tu antepasado. ¿Qué tanto han podido reconstruir de la historia humana?
-No mucho, avanzamos muy lento, sobretodo porque los historiadores son reacios a penetrar en las ciudades, y aún más a traer objetos de vuelta.
-Pues son muy sensatos. No hay nada de valor aquí para ustedes, y antes de pedirte que abandones mi hogar, te diré lo mismo que le dije a tu antepasado: olviden la historia antigua, construyan su propia historia.
-¿Que clase de criatura eres?
-Una muy malhumorada, por favor vete o me veré obligado a usar la fuerza.
-No me marcharé tan fácil como mi bisabuelo, no antes que hable contigo.
-Estamos hablando ahora.
-No antes que hablemos en persona. Sé que esta cosa que se yergue frente a mi no es más que un cascarón controlado a distancia. Creo que la palabra usada por los Antiguos era «robot», ¿me equivoco?
-No, no te equivocas. Veo que vuestros estudios están más avanzados de lo que pensaba.
-La casta de los Historiadores es reducida pero compartimos todos nuestros descubrimientos. Un historiador de la zona de los hielos logró descifrar parcialmente algunos documentos relativos a tú época.
-¿Dónde halló esa información?
-En una antigua fortaleza, al parecer de los alienígenas exterminadores.
-Esa fortaleza efectivamente perteneció a un alienígena, pero no de la raza de los exterminadores. Él fue uno de los pocos héroes de la Tierra que sobrevivió al cobarde ataque. Al ver muertos a todos sus seres queridos, a todos a quienes había jurado proteger, abandonó el planeta. Nunca más supe de él. Pero dime, ¿qué es lo que han descubierto de mí?
-Qué alguna vez fuiste humano, que solías ser el protector de esta ciudad, que tenías a tu servicio un ejército de cosas como esta que utilizabas para evitar conflictos entre los habitantes.
-En un principio sólo me bastaba conmigo mismo, luego conté con la asistencia de un aprendiz, que murió en manos de mi peor adversario. De todas las ciudades del mundo, esta era la que concentraba la mayor cantidad de homicidas maniáticos, de psicópatas con disfraz. Los robots vinieron después, luego de mi…
La máquina guardó silencio
-Por favor, continúa -solicitó Sumzen.
-¿Que continúe? En primer lugar no debería estar hablando contigo.
-Pero ya lo estamos haciendo, ¿qué hay de malo en seguir con la charla?
-¿En verdad quieres conocer mis secretos?
-A eso he venido.
-Tu antepasado, a esta misma pregunta, contestó negativamente.
-Supongo que le faltó valor.
-O curiosidad.
-Tal vez ambas. Pero nadie de mi tribu volvió a llegar tan lejos como él.
-Hasta ahora.
La noche estaba a punto de caerles encima. Tras unos breves minutos de silencio, el gigante habló:
-El Sol deja su reino, y el mío comienza. He decido recibirte en persona, hazte a un lado mientras reconfiguro esta unidad.
Sumzen hizo como se le ordenaba y con ojos asombrados observó como cambiaba de forma el ser artificial de algo parecido a un hombre a una cosa similar a un pájaro. Una especie de caparazón que antes estaba en el pecho de la criatura y ahora era su cabeza se volvió transparente y se abrió.
-Súbete a la cabina -ordenó la voz. Sumzen hizo como le indicaban y una vez dentro de la «cabina» el caparazón cristalino se cerró sobre él y la máquina se elevó por los cielos. Tras un breve trayecto que lo llevó al extremo sur de la ciudad el aparato aéreo descendió verticalmente sobre una explanada que pareció hundirse bajo su peso. Una vez finalizada la caída Sumzen bajó de la máquina y miró a su alrededor, se hallaba en una enorme y oscura caverna subterránea. Decidió avanzar por el sendero de luces que tenía enfrente y pronto se halló en una especie de montículo rocoso sobre el cual se acumulaban un sinnúmero de objetos artificiales.
-Bienvenido a mi morada -dijo la misma voz que emergiera previamente del aparato, Sumzen volteó hacia el lugar de donde esta provenía, una especie de enorme trono que apenas permitía ver la espalda de su ocupante-. Este es mi centro de operaciones, desde aquí vigilo mi ciudad de día mediante mis robots, de noche, prefiero prefiero hacerlo personalmente -dicho esto la silla dio un giro de 90 grados y Sumzen pudo finalmente contemplar al Antiguo, mientras este se incorporaba.
Lo primero que llamó la atención de Sumzen fue el tamaño de la criatura, algo así como tres hombres parados unos sobres los hombros de los demás. Su rostro era horrendo, nada humano había en él salvo sus ojos, que reflejaban una sabiduría y desánimo infinitos. Vestía una piel negro-azulada del cuello hasta los pies, no, esa no era una vestimenta, era su pelaje. El antiguo estaba desnudo y por única prenda llevaba un cinturón con un extraño símbolo en la hebilla. ¿Que era eso que emergía de sus espalas? Alas, unas enormes alas membranosas.
-Aún no me has dicho tu nombre -dijo el horrendo ser.
-Sumzen -respondió el recién llegado-. Y tú eres Ba…
-Hace siglos que no escucho ese nombre -interrumpió la criatura-. No quebrantemos su silencio.
-¿Como he de llamarte entonces, Antiguo?
-Llámame así, Antiguo. Va muy bien con mi naturaleza.
-¡Tengo tantas preguntas que hacerte! -exclamó entusiasmado Sumzen.
-Ven, acompáñame a dar un paseo por mi guarida y veremos cuales de ellas puedo responderte.
El Antiguo se encaminó con andar pausado por entre los artefactos que allí atesoraba, cápsulas transparentes que contenían vestuarios de diversos colores y materiales, la estatua de un animal bípedo gigantesco y otros artefactos cuyo funcionamiento y finalidad sólo él conocía. Sumzen hubo de correr para alcanzarlo.
-¿Como llegaste a ser lo que eres? -preguntó Sumzen al llegar junto al antiguo-. ¿Como es que has vivido tanto?
El Antiguo se detuvo frente a un gigantesco óvalo metálico con el rostro de un hombre con barba y habló.
-Sus primeras victimas fueron vagabundos y prostitutas, la escoria de la sociedad, nadie los echó de menos. Las autoridades ocultaron estos hechos a la opinión pública, el alcalde temía que su popularidad decayera. Yo supe la verdad que se ocultaba tras estos horrorosos homicidios gracias a una visitante nocturna. Ella había sido su esclava, pero había logrado liberarse de su dominio gracias a su enorme fuerza de voluntad y conocimientos científicos. Ella me entregó el «don», sabía que sólo yo podría hacerle frente al Señor de los No-muertos. Las grandes ciudades eran perfectas para una criatura como él, nunca antes había podido cazar a tan gran escala sin ser detectado como en las urbes modernas, donde los crímenes más atroces eran prácticamente cotidianos. Eligió mi ciudad como base de operaciones, y ese fue su error. Convertido ya en su igual lo combatí junto a aquella que me diera la no-vida, finalmente le vencimos. Murió la verdadera muerte, al igual que mi amada, y todos los demás no-muertos de mi ciudad. Durante los siguientes años me avoqué a la tarea de eliminar a cada una de aquellos seres alrededor de todo el mundo, hasta que sólo quedé yo.
El Antiguo guardó silencio y cabizbajo, se dirigió hacia el borde de lo que era un insondable abismo al interior de la gran caverna. Sumzen lo siguió hasta aquel lugar.
-Nunca me alimenté de sangre humana -continuó el Antiguo-, sino del suero que Ella había desarrollado, una suerte de plasma artificial. Nunca más pude ver la luz del Sol, por lo que implementé una escuadra de androides de los cuales sólo quedan tres operativos. Nunca más pude dormir tampoco, por lo que la vigilancia de mi ciudad pasó a ser una tarea de 24 horas. Él podía transformarse a voluntad en éste monstruo que tienes frente a ti. Yo en cambio, he ido degenerando en esto a través de los siglos. El proceso es inevitable, uno de los inconvenientes del suero.
-¿Terminarás por perder lo que te queda de humanidad? -inquirió Sumzen escrutando el rostro del Antiguo.
-Es probable. Aunque según mis cálculos esto no acontecerá sino hasta dentro de mil años.
-¿Quién vigilará tu ciudad entonces, cuando yo no seas más que una bestia descerebrada?
-Deberé buscarme un sucesor. Alguien que esté dispuesto a convertirse en esto en lo que me he transformado. Pero, ¿quién querrá para sí tan terrible suerte? -se preguntó el Antiguo, volteando hacia Sumzen y clavando en él una terrible mirada- ¿Tú tal vez?
Sumzen, intempestivamente extrajo de su morral una afilada estaca de madera y de un veloz brinco la clavó con toda su fuerza en el pecho del Antiguo. Este se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos como si no pudiera dar crédito a lo que había ocurrido, mientras comenzaba a resquebrajarse como si de una vasija de greda se tratara. Antes que se cayera a pedazos Sumzen lo arrojó al abismo propinándole un fuerte empujón.
Los planes de Sumzen contemplaban apoderarse de la guarida del Antiguo y desentrañar pacientemente todo su vasto conocimiento. Luego obligaría por la fuerza a los suyos a repoblar la ciudad ya que había llegado a la conclusión que sin ciudades, no existía civilización y sin civilización, su gente estaba condenada a un estancamiento evolutivo.
Y fue así como el pequeño humano, en apariencia inofensivo, había logrado lo que ni el circense, el palmípedo, la félida o incluso el mismo príncipe de los no-muertos consiguieron: eliminar a Batman.

© 2000, Sergio Alejandro Amira.