Fobos Negro: ¿Postmodernismo o ciencia ficción?

por Pablo Castro Hermosilla

Desde sus comienzos (por allá en 1998) el fanzine Fobos, comandado por Luis Saavedra se ha transformado en uno de los principales puntales de la ciencia ficción en nuestro país. Sin embargo lo más destacable de este proyecto ha sido su interés por la ficción literaria, publicando una larga variedad de relatos, que si bien no destacan por una calidad extraordinaria, sí son obras más que interesantes para el lector comprometido. Al mismo tiempo Fobos ha organizado tres concursos de cuentos junto con la publicación del libro Pulsares que reúne a los ganadores de la primera versión de dicho certamen.

Estos hechos deberían colocar a Fobos como un referente histórico dentro de la literatura y ciencia ficción nacional, pero ya sabemos que en Chile la ciencia ficción es tan promocionada, protegida y recordada como el régimen militar. No queda más entonces que seguir bregando con fuerzas propias, organizando más concursos y ediciones especiales que tengan a la literatura como caballo de batalla (como debe ser).

Fobos Negro se enmarca entonces dentro de lo que ha sido Fobos en los últimos años y en los propios intereses de Luis, quien como buen escritor entiende y valora como principio fundamental e inicial a la ciencia ficción como un verdadero género literario. Discúlpenme seguidores del animé, del cine o de la plástica, pero la ciencia ficción será siempre literaria, por fundación, desarrollo y futuro.

¿Pero qué es entonces Fobos Negro? En principio, un especial de Fobos que alberga cinco historias a modo de una colección. Es un número temático, pero que a diferencia del recordado Fobos #15, centra todo su esfuerzo y espacio en la creación literaria. Lo negro por cierto apela a un elemento extra, que el editor encargado de este especial no tarda mucho en dilucidar.

Es aquí donde la figura de Saavedra desaparece para abrir paso al nombre de Marcelo López, quien debuta como editor de este Fobos. López, un veterano de los entusiastas del género y que también se inscribe como escritor explica en su editorial las razones que motivaron la conformación de este Fobos Negro y al mismo tiempo ensaya una tesis sobre la ciencia ficción que vale la pena comentar.

López comienza y termina afirmando deliberadamente que las ideas, conflictos y posibilidades infinitas de la literatura de ciencia ficción son una fórmula eminentemente perversa, siendo lo perverso para López algo sumamente malo, que causa daño intencionadamente, que corrompe las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas. Dice: Las visiones de lo perverso también pueden encajar perfectamente en nuestro planteamiento cuando decidimos quebrantar la ordenación mal elaborada en la cual estamos inmersos… pretendemos lograr un tratamiento más arriesgado en los temas elegidos; someter las reglas intocables a un replanteamiento personal y carente de todas las ataduras que nuestra sociedad exige a los hombres de buena voluntad.

La lógica de lo planteado por López es que la ciencia ficción es perversa porque quebranta una forma de hacer literatura, entendiendo esto como la literatura convencional de todos los días. Sin embargo creo que López equivoca los términos. Quebrantar una forma de hacer arte no es otra forma que hacer un arte trasgresor, pero no por eso tiene que ser perverso. Transgredir o quebrantar una forma convencional de arte no implica corromper estructuras ni tampoco causar daños intencionales. Si esa fuese la esencia verdadera de la ciencia ficción el ochenta por ciento del género sería otra cosa.

Lo que la ciencia ficción hace es plantear posibilidades y conflictos que den paso a una discusión de la realidad en todas sus dimensiones. No existe el interés premeditado de provocar un daño, ni de promover controversias en contra de la literatura convencional, que ojo, también puede ser transgresora. Esto no quiere decir que no existan los escritores y las obras de ciencia ficción que puedan ser perversas. Pero la mecánica del género apunta hacia otros objetivos. Me atrevo a decir incluso que sus objetivos terminan siendo más conservadores que transgresores, aunque eso da para otro artículo.

Lopez insiste en que las historias presentadas en este número juegan con las convenciones totémicas de lo sagrado(¿?), desgranan la moral y retuercen los cuellos almidonados del buen lector, recombinando los elementos, repugnantes y prohibidos, para enhebrar historias que ataquen la estructura anquilosada de lo “normal”.

Que nadie diga que López no cree en lo que dice. Su propio estilo declamatorio deja en claro nuevamente el carácter combativo y supuestamente provocador de su tesis. Atacar la estructura de lo normal, aúlla. Bien, pero ¿cuál estructura de lo normal? ¿La de la actual ciencia ficción o la de la literatura convencional? ¿La estructura de la sociedad?

No me queda muy claro. López crea su tesis a partir de una escueta definición de lo perverso y de una simplista configuración de la sociedad y su funcionamiento. Es, en síntesis, una tesis artificial, con el ánimo de potenciar una actitud y una mirada que justifiquen la publicidad de los cuentos presentados. No es más que un discurso que huele a propaganda y que nos recuerda a Harlan Ellison, que en sus sobrevaloradas Visiones Peligrosas destilaba también un discurso lleno de frases rimbombantes y adjetivos rebuscados en su intención de destruir algo desesperadamente molesto. Ellison tampoco dejaba en claro qué era aquello que merecía una pronta disolución y los cuentos de su antología mostraban lo poco claro que tenían en sus mentes los escritores de tal discurso y propuesta.
Fobos Negro se plantea entonces como un conjunto de relatos que pretende en principio jugar con aquellos aspectos que rozan lo tabú, lo perverso o lo trasgresor. El problema es que tales aspectos parecen más bien conceptos vacíos, pues no está claro cuál es la normalidad o la convencionalidad que se intenta cuestionar o poner en duda. ¿Qué es en realidad un cuento perverso o trasgresor? Para López el mero hecho de hacer ciencia ficción lleva implícito tales características. Pero cualquier lector asiduo al género tarda tres segundos en concluir que la ciencia ficción no es perversa porque ejercite un ángulo especial de análisis de la realidad. La ciencia ficción no busca dañar, ni siquiera provocar un daño injustificado, sólo juega con la idea de “¿qué pasaría sí…?” como punto de partida. Que obras particulares toquen temas difíciles o intenten derribar tabúes es parte de un ejercicio propio de cualquier literatura, no de la ciencia ficción en forma absoluta.

¿Por qué será que los artistas insisten en pleno siglo XXI en plantear discursos artísticos combativos cuando ya no hay nada que disolver, cuando la misma sociedad es perversa en sí misma y cuando esta perversión ha ayudado a que todo lo que se hace contribuya a la normalidad? ¿Es necesario plantear un discurso de estas características para justificar una colección de cuentos cuyo máximo interés es que estén supuestamente dentro de lo que llamamos ciencia ficción? La única gran revolución que se puede hacer en el género y en cualquier otro es hacerlo bien. Eso es lo único que quedará. Lo más trasgresor, lo más innovador y vanguardista es hacer bien las cosas dentro del marco elegido. En este caso escribir buenas historias de ciencia ficción.

Vamos a los cuentos entonces.

Pero momento. Antes debo hacer referencia al artículo Zapatos Rojos de Remigio Aras. En el artículo se nos explica la génesis de Fobos, que como casi todos los proyectos parte con una discusión entre amigos. Lo interesante del artículo es ver cómo todo comenzó con un proyecto de cuento en el cual López fantaseaba con una niña gigante caminando por en medio de una ciudad. Aras aprovecha entonces para develarnos las intrincadas segundas lecturas del Mago de Oz, donde por cierto abunda la sátira social, pero donde también no faltan las interpretaciones sexuales de la recordada protagonista Dorothy.

Cito estos elementos porque es curioso ver cómo el tema sexual es elegido casi automáticamente para plantear historias o escenarios atractivos, seductores o chocantes. Parece inevitable que cada vez que se quiera romper un tabú de cualquier tipo o cada vez que se quiera elevar de categoría una idea o propuesta se elija al sexo como elemento seguro. El sexo parece la dosis inevitable para jugar a lo extremo, a lo prohibido, a lo atractivo en todas sus manifestaciones. Pero honestamente creo que si hay una razón para elegir el sexo dentro de estas circunstancias es también por una abismante y dramática falta de imaginación. Si no somos capaces de crear algo de categoría entonces apelamos al sexo. Es curioso porque son los artistas los que más critican el abuso del tema sexual en los programas de televisión, pero basta echar un vistazo al cine y literatura para observar que ellos mismo caen en la misma trampa.

En fin. Ahora sí, vamos a los cuentos.

El asunto parte mal con La luz al final del túnel, de Jorge Baradit (cuyo título se reemplazó a última hora por el de Karma Police). ¿Es esto un cuento? Más bien parece un estornudo cuasi-literario. La historia trata por un lado sobre un asesino en serie que se reencarna una y otra vez, y por otra parte un policía que espera una próxima reencarnación. C’est tout. La idea, que por cierto no es original como creo ha manifestado Jorge por ahí (el tema del asesino reencarnado está presente de forma genial en Esparce mis cenizas de Greg Egan) está usada de forma simplista e incluso mal expuesta desde el punto de vista narrativo: Hay un uso deficiente de párrafos, frases mal escritas, información incongruente que no está bien configurada con el ritmo de la narración, motivaciones de los personajes mal expuestas, poco explicadas y por ende poco creíbles, y sobre todo un montón de datos que el lector debe aceptar y absorber sin que el escritor se de la molestia de decirnos o explicarnos el por qué de dicha información. Frases rimbombantes y adjetivos vacíos como: había sido el protagonista de la serie de asesinatos más espeluznante de la historia conocida o enchufada a potenciadores electrónicos de intrincada belleza, no sólo fracasan en su intento de darle una dimensión extraordinaria a los hechos, sino que sencillamente lo debilitan, restándole la sutileza, que en un relato sobre crímenes oscuros era necesaria e idónea.

Por ahí va entonces la falla global de este cuento: nada de lo escrito es idóneo con lo que se quiere contar. Ni la narración, ni las descripciones, ni las motivaciones, ni el ritmo, ni la estructura, ni siquiera la sintaxis… nada.
Jorge juega de forma pretenciosa con una idea que hubiese sido interesante para explorar las motivaciones últimas de los personajes, para describir hechos y situaciones que tuvieran una concordancia dramática con la historia, pero hace rato que ha demostrado tener muy poco talento para esto, cosa ya percibida en su protonovela Ygdrassil y en los cuentos derivados de ésta. La luz… es también un derivado conceptual de Ygdrassil, cosa que ya debiera cansar al propio Jorge, si es que no quiere transformarse en una versión tardía y burda del ya agotado William Gibson. El cuento, que no es más que un ejercicio escrito con rapidez para cumplir el plazo de entrega, mata cualquier interés por su injustificada y débil brevedad y sólo destaca por el uso esteticista de ambientes, elementos que, lamento decirlo, se alejan mucho de la ciencia ficción y se acercan al postmodernismo fácil tan en boga hoy en día. Tirón de oreja para el editor, por usar un relato que más bien parece un relleno. Y tirón de oreja para Jorge: la flojera no es buen copiloto para un escritor.

A continuación aparece Marcelo López con su relato La Segunda Venida. Es justo que su cuento sea juzgado usando como parámetro su tesis inicial. ¿Es un relato perverso? La temática gira en torno a la clonación de figuras religiosas como Buda o el mismo Jesús. Imagino que para el Vaticano resultaría perversa y maligna tal posibilidad, en vista de su rechazo a la clonación de seres humanos. Sin embargo en el futuro un clon de Jesús podría ser tan beneficioso y bienvenido como una especie de reafirmador de la fe que los rechazos del pasado pasarían al olvido.

Esta dicotomía o contradicción no está muy presente en la Segunda Venida y se echa de menos. Marcelo centra su historia en el personaje principal, que como clon de Jesús es adoctrinado por un extraño hombre, relación que llega hasta él a partir de sendos recuerdos, mientras observa por televisión los acontecimientos cuasi apocalípticos del mundo. ¿El resultado? Un cuento escrito desde el humanismo, que destaca por interesantes pasajes descriptivos de la enseñanza a la cual se ve sometido este Jesús-clon, situación que López transmite como una anticipada sensación de inutilidad y fracaso.

La Segunda Venida es más bien el esbozo correcto de una idea interesante, idea que en otro formato y con más trabajo puede ser aprovechada en toda su potencia, explorando otras muchas posibilidades. Todo esto sólo se insinúa, a veces de una forma apresurada, generalizada y confusa. El conflicto que produce la clonación no está muy claro en su lógica y el desarrollo del personaje en función de lo que ocurre en relación al caos mundial no es plenamente satisfactorio al igual que el desenlace. Me parece una buena historia, pero que debiera ser re-escrita con las páginas que se merece. Marcelo, cono ya lo mostró en su relato Vatik-no (Fobos #17, marzo 2003) tiene una particular fascinación por el tema religioso-social y debiera aprovechar esta idea que condensa mejor un ambiente incómodo no tanto para las Iglesias, sino para la fragilidad de la fe automática y rutinaria.

Lo que sí me parece un logro es haber centrado la historia en el personaje principal, dejando de lado esas miradas un tanto pomposas que Marcelo acostumbraba a describir al momento de develar momentos de crisis sociales de nivel mundial. A veces basta con mostrar lo que ocurre en el mundo de las personas para dejar en claro de forma sutil el caos y confusión del actual mundo.

Y no, no creo que sea un relato perverso; su estilo lo aleja de esa posibilidad. Al igual que Jorge, Marcelo olvida que es la carga dramática la que vuelve transgresora y perversa una historia y no sólo el tema, como si hablar de dioses clonados o asesinos que matan niñas fuese suficiente para embaucar al lector.
En seguida aparece Soledad Véliz quien nos presenta Maniquie, una historia de fantasía densa y poblada de imágenes que más de alguien tildará de alucinantes.
Debo reconocer en principio que tengo poca afición a la fantasía, pues la considero una forma a veces demasiado facilista al intentar escribir ficción especulativa. La fantasía da para cualquier cosa y a veces más que configurar una buena historia sólo ayuda a configurar la confusión temática y narrativa del creador. En este caso, Maniquie me parece una historia bien escrita, pero también confusa y algo desequilibrada. Como experimento narrativo funciona, pero el cuento cae en situaciones e imágenes que no aportan mucho a la trama, que por momentos cuesta ver con claridad. El texto nos describe un cuadro de aislamiento en el cual los recuerdos y los sentimientos van cobrando extrañas formas que atormentan al personaje principal. Están también las citas inevitables al sexo y a ciertas perversiones, pero más parecen ideas forzadas que proporcionales a la trama misma.

Soledad es una escritora joven, que recién comienza pero que me parece aún no tiene muy claro qué historia narrar. Esto no es algo pernicioso o carente de legitimidad, pero no es recomendable si pretende crear una obra más consiste y con algo que decir. Le recomendaría intentar hacer algo más de ciencia ficción, pues le ayudaría a ordenar sus ideas; tiene un lenguaje interesante y una vívida imaginación, elementos que siempre la ciencia ficción recibe con los brazos abiertos.

Luis Saavedra reaparece con El Río del Mundo. Quienes conocemos a Luis sabemos su poca afición a los relatos breves cosa que nos es simple capricho: Luis es quizás una de las pocas voces nacionales capaz de convertirse en una real figura literaria a nivel hispanoamericano. Su madurez y su excelente nivel en todas las dimensiones que configuran una buena historia de ciencia ficción lo alejan de meros ejercicios breves y lo sumerge en la mejor tradición de un Sturgeon o Delany, escritores de primer nivel que hicieron del relato largo (o nouvellete para los norteamericanos) su mejor y más adecuado espacio de expresión. Estamos ante un escritor que me atrevo a definir como el único capaz de alcanzar un nivel comparable a dichos autores anglosajones. Le falta sólo tiempo y confianza. Mucho de su trabajo ha quedado postergado por su labor de activista del género como alguna vez lo hizo el gran Horace Gold y que pocos agradecen y valoran.

Bien, vamos al cuento. El Río del Mundo es un relato breve a modo de ejercicio estructural-narrativo. Luis elige un estilo de frases muy cortas y rápidas para contar una trama que en manos convencionales hubiese tomado muchas páginas. Es un estilo que deambula entre la euforia narrativa y la saturación de información, pero que es proporcional a la trama del relato, que no es más que una anécdota sobre supuestos alienígenas y buscadores de ovnis. Hay violencia, quizás demasiado gratuita, pero se agradece la falta de pretensión, algo del cual abusan los otros escritores de este especial.

El Río del Mundo no es el mejor cuento de Luis (en ese sentido Old Fairry’s Bar sigue siendo su mejor obra) y la verdad es no tendría por qué serlo. Desde un principio la historia es presentada por Luis como un sin sentido, un fragmento mundano de nuestra sociedad y, si me dan tiempo para otra interpretación, una metáfora de lo inútil que puede resultar escribir una historia con propósitos estilísticos. Luis ama la sátira, y en ese sentido no es posible determinar si su relato no hace una alusión a los relatos expuesto en Fobos Negro y a sus particulares motivaciones.

El cuento, al igual que los precedentes no tiene nada de trasgresor y menos de
perversión, por ende debo concluir que Marcelo López armó esta colección sin tomar muy en cuenta sus palabras o delimitado por un evidente apuro para tener las cosas a tiempo.

El que sí se tomó en serio el asunto de lo perverso fue Gabriel Mérida con su relato Arráncate los ojos. Gabriel elige las morbosidades del sexo para eyacular de forma precoz una historia que pretende por todos los sentidos ser chocante.
Hay que decir en principio que en Chile son los escritores homosexuales quienes se han sentido fascinados con usar el sexo de la forma más dura e incómoda para los sentidos comunes de la sociedad, buscando siempre el extremo burdo y a veces patético, donde la reiteración de palabras que aluden a partes del cuerpo y acciones de ellas se convierten en una verdadera exigencia. Normalmente la comunidad gay literaria chilena alude a que tales ficciones sólo intentan reflejar la realidad y los deseos ocultos de la gente, pero lo cierto es que se trata de un doble juego donde es difícil establecer la línea de lo escrito por genuina creación o por fascinación personal.

¿Por qué ocurre esto? Quizás porque un ser obligado a practicar un acto sexual anormal sólo alcanza un estado de tranquilidad cuando expande, multiplica y extiende cualquier anormalidad a todo el resto de los mortales. Los escritores gays gustan de crear personajes heterosexuales que cometen actos sexuales perniciosos, como forma de disminuir sus propias culpas y contradicciones sexuales.

Mérida se vuelve un muy buen representante de dicha comunidad con su Arráncate los ojos. Para ello crea un personaje cuyos extraños deseos sexuales incluyen violar a su madre, a sus hijas, a ser el mismo violado, entre otras cosas, tanto en la realidad misma como en las fantasías virtuales del cual es adicto.
El problema es que uno no tiene muy claro si es el abuso de un tema como el sexo el que hace interesante e inquietante esta historia o es el trasfondo de ésta que la sustenta por sí solo. Y en ese sentido debo decir que a pesar del buen uso del lenguaje que caracteriza a Mérida, basta quitar los pliegues del sexo explícito para que Arráncate los ojos cojee por varias partes.

Quizás el principal defecto del relato es que resulta inverosímil tanto en las motivaciones del personaje principal (¿qué lo lleva a violar sistemáticamente a madre e hijas?), como también en sus propios pensamientos y razonamientos (esas frases que aluden a la mitología griega me parecen cursilería intelectual de segunda, y al mismo tiempo artificiales porque son esgrimidas por un personaje tan plano como desconocido). Mérida parte de supuestos clichés como que un hombre de 48 años que vive con su madre debe ser de por sí una persona reprimida, tanto para querer embestirla sexualmente y al mismo tiempo destrozar a sus hijas. Quizás sean extensiones de las fantasías del propio Gabriel, cosa que no me sorprendería, pero en su historia resultan gratuitas, poco exploradas y por lo mismo, poco creíbles.

Dejo de lado la falsedad de los diálogos que parecen sacados de la peor teleserie tipo Teleduc, la pobreza de los personajes secundarios que son simples maquetas, la reiteración casi enfermiza de pene-orgasmo-clítoris-jadeo-culiar… pene-culiar-jadeo-clítoris-orgasmo… que pueden explicar quizás los gustos fálicos del escritor pero que deja al cuento reducido nada más que como una pobre sucesión de actos sexuales deformados más que una detenida exploración de la decadencia moral de un individuo. De ciencia ficción hay muy poco: sólo el uso de fantasías virtuales, donde es posible observar la influencia (por no decir copia) de Einherier 5.0 (TauZero #5, enero 2004). Rescato sí el buen manejo descriptivo y el buen uso de las palabras, pero en el fondo Arráncate los ojos es un relato débil, sostenido nada más que por su forma explícita y chocante, una forma que tiene tanta solidez y consistencia como una típica película snuff.

En fin. Si debo esgrimir una opinión personal diría que por un lado este Fobos Negro me resulta interesante como colección de relatos, como suelen serlo casi todas las colecciones. Pero por otro lado no puedo dejar de manifestar mi decepción, no tanto por la tesis que supuestamente justifica estos cuentos, sino por la poca ciencia ficción que hay en ellos. Salvo La Segunda Venida y de alguna forma El Río del Mundo, el resto no es nada más que postmodernismo sofisticado, alejado de lo que para mí es la buena ciencia ficción, cosa que el editor debió tener en cuenta y exigirlo a la hora de compaginar este especial.
El tema da para extenso y de seguro muchos me dirán que lo importante es la calidad literaria y no el género. No estoy de acuerdo. A mi me gusta e interesa la ciencia ficción. No me interesa ni el realismo mágico ni el postmodernismo, aunque estén bien escritos. Cuando compro un libro del género espero leer eso y no otra cosa. Pero además, valoro a la ciencia ficción, porque su rigurosidad y masa crítica en ideas serán siempre un ejercicio vigente que dará pie a historias sorprendentes. No sucede así con el postmodernimo sofisticado. La gran mayoría de los defectos de los cuentos de Fobos Negro que juegan con tal propuesta se deben a los defectos propios del postmodernismo, que en el fondo es un estilo que funciona con ideas, ambientes, descripciones, frases, personajes, etc., ya hechos. Los autores por ende terminan como meros armadores de relatos, usando todo un conjunto de elementos prefabricados que el lector debe aceptar porque sí. Y lo más lamentable es que la gran mayoría de esos elementos son meros clichés, a veces mediáticos, a veces literarios, donde no se requiere ninguna explicación, y donde no existe la necesaria relación personaje-trama-ideas, sino que prevalece una simple exposición de cosas supuestamente interesantes.

La ciencia ficción es otra cosa. Exige un tratamiento total de las ideas, una correlación entre temática y narración, donde por muy irracionales que sean los actos no carecen de lógica. La buena ciencia ficción construye un hueso sólido a modo de estructura que permite la supervivencia del relato.

Poco hay de esto en por lo menos la mitad más uno de este Fobos Negro. Mucha carne y poco hueso. Mucho interés y fascinación en cómo se escribe, y muy poca consistencia y rigurosidad en lo que se está contando.

por Pablo Castro Hermosilla

FOBOS NEGRO es una colección de relatos que viene a inaugurar la nueva modalidad de publicación en papel del proyecto Fobos. Liberados cada dos meses estos monográficos serán temáticos y solo se los podrá conseguir con previa reserva. Para mayor información ver la página de Fobos: http://www.iespana.es/fobos/